Ensayos


De maestras y escritoras a periodistas: Evolución y actualidad del periodismo femenino en Ecuador


From Teachers and Writers to Journalists: Evolution and Current Status of Female Journalism in Ecuador


DOI: https://doi.org/10.32719/26312514.2024.9.6


URU: Revista de Comunicación y Cultura, n.° 9 (Enero - Junio 2024), 83-100. e-ISSN: 2631-2514


Fecha de recepción: 17/03/2023 - Fecha de revisión: 20/04/2023
Fecha de aceptación: 31/04/2023 - Fecha de publicación: 01/01/2024



Ana Gabriela Dávila Jácome ORCID

Pontificia Universidad Católica del Ecuador Quito, Ecuador anagadavila@gmail.com



RESUMEN

Las mujeres han cumplido un rol decisivo en la consolidación del periodismo en Ecuador. Sus pasos en este campo empezaron a principios del siglo XX, cuando, como maestras y escritoras, difundieron sus ideas, inicialmente en las aulas de los colegios y luego en las primeras revistas femeninas de la época, que fundaron. En la década de 1990, el ingreso de las mujeres a los medios de comunicación aumentó y siguió avanzando sin detenerse hasta la actualidad. Si bien hoy existe un gran número de mujeres en el periodismo —por lo que según algunas autoras se puede hablar de una “feminización de la profesión”—, es preciso señalar que no han llegado de la mano de la erradicación de los estereotipos de género históricamente presentes en los medios. En todas las etapas del desarrollo de la profesión, las mujeres han tenido que enfrentar estos estereotipos para lograr la igualdad con sus pares masculinos, lo que refleja que el camino no ha sido fácil pero tampoco un limitante para destacarse en un entorno dominado por hombres y para constituirse en uno de los puntales para el fortalecimiento del periodismo en el país.

Palabras clave: Periodismo, medios de comunicación, trabajo periodístico, periodismo femenino


ABSTRACT

Female journalists have carried out a significant role in the strengthening of journalism in Ecuador. Their steps in this field started when, at the beginning of the XX century, both female teachers and writers disseminated their ideas, initially in classrooms, and afterwards in the first women’s magazines they founded at that time. During the 90s, the entrance of women in mass media increased and moved forward without stopping till nowadays. Nevertheless, although there exists a great number of women in journalism, which is interpreted as a feminization of the profession by some authors, it is worth to note that this fact has not been accompanied by the eradication of gender stereotypes which, historically, have been a common occurrence in mass media. In all the stages of the development of this profession, women have had to face the above-mentioned stereotypes to achieve equality with their male counterparts. That is to say women’s paths have not been neither easy nor limiting to stand out in a male dominant environment and to turn themselves into mainstays of journalism in this country.

Keywords: Journalism, mass media, journalistic work, women’s journalism




INTRODUCCIÓN


En los últimos años, en Ecuador, el periodismo como campo laboral ha atravesado profundos cambios, producto de la transformación de los medios de comunicación, generada principalmente por el avance de la tecnología y de la comunicación digital. Estos cambios han configurado un entorno mediático nuevo; algunos de ellos están fundamentalmente relacionados con el personal que labora en estos espacios: las y los periodistas. Aunque en el periodismo ecuatoriano trabaja una importante cantidad de mujeres profesionales, el número de hombres sigue siendo mayor. No se trata exclusivamente de un asunto cuantitativo, sino de un notorio protagonismo del sexo masculino en las salas de redacción, lo cual se ve manifestado en que los hombres siguen siendo quienes, desde las cabezas editoriales de los medios, toman las decisiones sobre lo que se publica y lo que no. En ese sentido, impera una cultura patriarcal que ha hecho que la mujer experimente una evolución como profesional de la prensa, pero empañada por estereotipos de género que le han impedido alcanzar el mismo desarrollo que sus pares masculinos.

Ecuador se ha caracterizado por ser un país en el que casi nada se ha indagado sobre la cultura periodística nacional y sus actores, entre ellos los periodistas. Es preciso señalar además que, de las escasas investigaciones que han explorado este campo, pocas lo han hecho desde una perspectiva de género. Es decir, estos trabajos no se han enfocado de manera particular en las mujeres periodistas como elementos que forman parte de dicha cultura. En la actualidad, la única institución oficial que ha utilizado una variable de género, a través de la cual ha sido posible recoger información específica sobre las mujeres periodistas, es el Consejo de Comunicación (2022), instancia gubernamental que lidera y promueve procesos relacionados al acceso, el desarrollo y la promoción de los derechos a la libertad de expresión, la información y comunicación. En el último Registro Público de Medios realizado por esta institución, se observan datos sobre cuántas mujeres periodistas y cuántos hombres periodistas trabajan en los medios ecuatorianos y cuántos miembros de ambos sexos se desempeñan en cargos de dirección al interior de estos espacios. No obstante, estos datos resultan insuficientes para dar cuenta de la realidad de las mujeres como trabajadoras de los medios, como periodistas en ejercicio profesional.

Por otro lado, cabe señalar que existen unos pocos estudios realizados por grupos de investigación, y como parte de trabajos de grado, que han explorado en torno a las mujeres dentro del campo periodístico. Desde ellos también se han mostrado algunas cifras y se han revelado ciertos elementos. Sin embargo, carecen de alcance, profundidad y continuidad -en alguna medida son aislados-, por lo que no han logrado constituirse como estudios representativos ni referenciales, ni consolidar una línea de investigación en este campo.

Respecto a otro tipo de fuentes, como instancias relacionadas con los medios de comunicación y la práctica periodística -concretamente ONG y asociaciones gremiales, por ejemplo-, tampoco cuentan con información. Luego de un sondeo realizado por algunas instituciones nacionales, entre ellas Fundamedios -reconocida ONG que trabaja en temas relacionados con los medios de comunicación y la libertad de expresión-, se constató que, a pesar de ser una instancia que ha velado por el respeto de los derechos humanos, en lo concerniente a la actividad periodística no se ha enfocado en la situación de los periodistas al interior de los medios en general, mucho menos de las mujeres periodistas en específico.

Asimismo, en la Unión Nacional de Periodistas, organización gremial que acoge a periodistas de todo el país y en el que el 40 % de sus 620 miembros son mujeres, tampoco se ha levantado información de este tipo (Rosales 2013).

Estos elementos permiten señalar que en Ecuador existen pocos estudios representativos sobre el periodismo como campo laboral en general y, específicamente, sobre la situación de las mujeres dentro de él. En esa medida, la investigación cuyos datos se recogen en este artículo pretende mostrar la evolución que ha tenido el periodismo femenino a lo largo de la historia, presentando principalmente una breve retrospectiva desde los inicios de la profesión, a inicios del siglo XX, hasta la actualidad, cuando es posible observar al periodismo como una profesión que ha logrado una importante impronta femenina, fruto del destacado rol que han cumplido las mujeres en este campo. Este estudio, entonces, pretende ofrecer datos que atestigüen dicha impronta, alcanzada en distintas épocas y contextos, para aportar al universo de estudios sobre el tema, al cual le hace falta ser explorado.

Para recabar los datos se utilizaron dos técnicas: la revisión bibliográfica y la entrevista semiestructurada. Las fuentes bibliográficas encontradas, en su mayoría, revelaron que el origen y la evolución del periodismo femenino no han sido registrados desde estudios propios sobre el periodismo, sino desde la historia, principalmente de la mano de la historiadora experta en género Ana María Goetschel. Sus investigaciones revelan que fue en el gobierno del liberal Eloy Alfaro, en los primeros años del siglo XX, cuando se dio un importante énfasis a la educación de la mujer. En aquel momento, las mujeres se convirtieron en maestras, fueron quienes se encargaron de la educación de otras mujeres y propagaron sus pensamientos e ideas, inicialmente en el aula de clases y luego a través de diversos escritos.

Estos textos trabajados por las maestras sentaron las bases de los primeros medios de comunicación creados por mujeres, concretamente las primeras revistas femeninas, que revelaron a las figuras primogénitas del periodismo femenino ecuatoriano. Dicho esto, cabe explicar, entonces, que la retrospectiva histórica que se hace en este artículo sobre la profesión, como se dijo, no proviene de estudios puntuales sobre el tema, ya que estos no existen, sino desde la reconstrucción del rol y de la evolución social de las mujeres ecuatorianas.

En lo que concierne a los datos, a través de los que se explica la profesión en la actualidad, cabe señalar que se recogieron sobre todo de las entrevistas realizadas y de las estadísticas proporcionadas por el Consejo de Comunicación. Se hicieron entrevistas semiestructuradas a siete mujeres que, por su labor dentro de la profesión, se consideran destacadas: dos han ganado el Premio Nacional de Periodismo Eugenio Espejo y otros galardones internacionales. Además, cuentan con una amplia experiencia avalada por casi treinta años en el campo. De las siete, cuatro han sido y siguen siendo editoras generales y directoras de medios, y se iniciaron en la profesión en la década de 1990, cuando el ingreso de las mujeres al periodismo se intensificó paulatinamente. Esto se evidenció no solo en el aumento del número de mujeres en las aulas, sino también en la presencia de las periodistas en las redacciones de los medios de comunicación.

Entre los parámetros que se eligieron para definir la muestra estaba el hecho de que tuvieran entre veinte y treinta años en la profesión, con el fin de que pudieran reflexionar en torno a cómo ha evolucionado el campo y cómo se ha modificado el rol de las periodistas actualmente.


Resultados

La cronología de la profesión periodística ejercida por mujeres en Ecuador, en su mayoría, como se dijo, proviene del campo de la historia. Desde esa fuente se conoce que las antecesoras de las periodistas fueron las maestras, mujeres consideradas de "libre pensamiento", quienes manifestaron sus ideas en las aulas de los colegios y en las revistas femeninas que nacieron a inicios del siglo XX (Goetschel 2007).

La Revolución Liberal, proceso que se desarrolló entre finales del siglo XIX y principios del XX, y que tuvo como líder a uno de los presidentes más emblemáticos de Ecuador, el general Eloy Alfaro, fue una etapa decisiva en la vida de las mujeres ecuatorianas, sobre todo en lo referente a la educación. Durante este período cambió la visión del Estado respecto a las mujeres y su rol.

El discurso estatal ya no circunscribió a las mujeres únicamente al hogar, o a un espacio semipúblico, dependiente de la Iglesia o del padre de familia como en el período anterior, sino que comenzó a ser planteada su incorporación como sujetos al espacio público y productivo. (Goetschel 2007, 77)

El liberalismo creó, por primera vez en Ecuador, fuentes de trabajo en el sector público y en el profesorado para las mujeres, y dio un impulso inédito a la educación, sobre todo con la incorporación de la educación laica, bajo la cual las mujeres empezaron a formarse. Esto no quiere decir que los roles tradicionales de madres y esposas desaparecieran, pero "hubo el intento de que se secularizaran en función de la ideología liberal del progreso y de las nuevas formas de control del cuerpo social y de los individuos" (78).

A partir de la incorporación de la educación laica, uno de los puntales de la administración alfarista, algunas mujeres entraron al mítico Colegio Mejía de Quito, que existe hasta hoy, y se graduaron de bachilleres, aunque el número fue pequeño en relación a los hombres. Una pieza fundamental del proceso de formación de las mujeres fueron las maestras, más entrenadas que antes para afrontar el desafío de educar a sus pares. Si bien en el siglo XIX ya existían profesoras e institutrices, fue en el contexto de la Revolución Liberal, recién entrado el siglo XX, que la creación de los colegios que existen hasta hoy -por ejemplo, el Normal Manuela Cañizares, en Quito, en 1901, y en 1906, en Guayaquil, el Instituto Nacional de Señoritas Rita Lecumberry- constituyó un impulso a la educación femenina del país. En consecuencia, creció el número de maestras, que adquirieron un mayor nivel de formación y profesionalización. Enmarcadas en el objetivo del gobierno de Alfaro de implementar una educación laica, gratuita y obligatoria, estas maestras desarrollaron prácticas pedagógicas innovadoras que contribuyeron a formar mujeres con un pensamiento menos tradicional y más autónomas en el sistema dominante (Goetschel 2009).

Esas prácticas estaban acompañadas de un discurso que motivaba a las mujeres a que, sin alejarse de los roles tradicionales propios de la esfera doméstica, exploraran otros que les permitieran tener una participación en lo público, exhortando a las jóvenes a reflexionar respecto a su rol y a su identidad de mujeres. Lo que las maestras proponían en las aulas era replantear la actuación femenina desde las capacidades de las mujeres y desde sus posibilidades en un mundo dominado por hombres. Sin embargo, ellas no solamente querían que este pensamiento fuera asimilado por sus pupilas, sino que pretendían plasmarlo por escrito, en busca de una mayor repercusión social. De esa forma nacieron los primeros textos cargados de reflexiones en torno a un sujeto femenino que empezó a transitar por el campo de lo público; en las mismas instituciones educativas en que trabajaban estas mujeres empezaron a circular, inicialmente, estos productos (Plaza 2014).

Así, con este espíritu más bien reflexivo y emancipador, llegaron a constituirse en el país los primeros medios creados por mujeres -concretamente las primeras revistas femeninas-, que tuvieron en sus filas a maestras e incipientes escritoras que encontraron en ellos un espacio para intercambiar sus ideas sobre el mundo femenino, chapotear en la literatura e inaugurar una etapa que podría considerarse el preludio de la participación de la mujer en el periodismo ecuatoriano. Es decir, la historia de las mujeres periodistas en Ecuador la empezaron a escribir las maestras y las escritoras, quienes se aproximaron al oficio periodístico a través de sus discursos transformadores.

El ambiente de cambios económicos, políticos y sociales de las primeras décadas del siglo XX permitió que, efectivamente, escritoras y maestras crearan revistas en las que defendieron principios de equidad y de mejoramiento de la condición de la mujer. Según Goetschel, estos medios fueron esenciales para el progreso literario de las escritoras ecuatorianas, porque crearon un ambiente de solidaridad y unidad femenina que impulsó a que publicaran sus textos a pesar de las dudas y los temores que las acompañaban. Además, en estas publicaciones se podían ver ciertos rasgos del discurso feminista, ya que parte de sus contenidos cuestionaba el rol tradicional de la mujer y la alentaban a que tuviera un mayor protagonismo social (Goetschel 2009).

Alas, fundada en 1934, fue una de las primeras revistas que se creó en Quito. Todas sus directoras y redactoras era maestras de un emblemático colegio quiteño que existe hasta hoy, el Liceo Municipal Fernández Madrid. La revista estaba enfocada en temas referentes a la educación y la historia, con particular énfasis en la labor de las mujeres que se caracterizaban por su capacidad creadora y profesional.

Otra revista reconocida de la época fue Flora, fundada en 1917. En sus contenidos se reflejaba el pensamiento de su creadora, la maestra Rosaura Amelia Galarza, quien, a pesar de que defendió que la mujer se educara y tuviera participación en el espacio público, no cuestionaba el rol socialmente impuesto de madres y esposas. Más allá de esto, según Goetschel, lo que destaca de este espacio es que se conformó como una pequeña empresa editorial que incursionó en el campo del financiamiento a través de suscripciones -un modelo novedoso para la época-, además de hacer algo parecido a lo que hoy se conoce como crónica social y de constituirse como punto de encuentro para las mujeres con inquietudes intelectuales.

Antes de Alas y Flora, en 1905 se fundó la primera revista femenina de Ecuador: La Mujer. No solo fue una de las más representativas de la época por haber sido la primogénita, sino también por haber sido fundada por la maestra y escritora Zoila Ugarte de Landívar, considerada la primera periodista ecuatoriana de la historia, quien con sus ideas progresistas posicionó un discurso que reflexionaba en torno al rol de la mujer en la sociedad e instaba a que fuera transformado.

Ugarte de Landívar, quien usaba el seudónimo Zarelia en sus textos, nació en Machala, ciudad ubicada en la costa ecuatoriana, en 1864. Fue una escritora liberal-radical, notable figura de la producción escrita femenina hasta la primera mitad del siglo XX. También fue directora de la Biblioteca Nacional y maestra de colegios quiteños emblemáticos que permanecen hasta hoy: Manuela Cañizares, Liceo Fernández Madrid y Simón Bolívar (Goetschel 2009). La machaleña, además, en el ámbito del activismo feminista, fundó en 1922 la Sociedad Feminista Luz del Pichincha y el Centro Feminista Anticlerical, agrupación que luchó por el voto femenino en Ecuador, que se haría realidad en 1929. Los contenidos que se publican en La Mujer muestran, según Goetschel (2009), que las mujeres comienzan a asumirse desde una condición de género. A partir de esta postura, cuestionan el lugar que les ha sido asignado en la sociedad, apelan a la igualdad ciudadana y defienden las cualidades femeninas.

Lo descrito en estas líneas demuestra que las primeras décadas del siglo XX fueron decisivas para el progreso de las mujeres ecuatorianas. Marcaron el inicio de la participación de las mujeres en el periodismo, actividad que para esos años no existía como una profesión formal, pero sí como un oficio realizado principalmente por hombres, en su mayoría intelectuales de las clases altas, quienes colaboraban en los primeros periódicos de la época: El Telégrafo, El Comercio y El Universo. La Universidad Central del Ecuador fue la primera en ofrecer la carrera de periodismo, en 1943. Poco tiempo después se creó la Escuela de Información de la Universidad Estatal de Guayaquil. Según Punín (2012), esto se logró con el apoyo de directivos de los diarios El Comercio y El Universo, entre ellos Abel Romero Castillo y Carlos Alvarado Loor, reconocidos comunicadores.

¿Cómo avanza en el país la profesión periodística ejercida por mujeres? Realmente existen muy pocos datos al respecto, producto de la falta de investigación en este campo que se explicó en la introducción de este artículo. Lo que se conoce por notas de prensa, escuetas investigaciones académicas y versiones de los involucrados es que las mujeres demoraron en ingresar a estos espacios de formación sobre todo porque en el imaginario existía la idea de que quienes hacían periodismo eran hombres. No debió haber sido coincidencia que en los años 60, cuando en el mundo el feminismo intensificó el debate en torno a la participación de la mujer en la esfera pública, las ecuatorianas empezaran a ingresar a las escuelas de periodismo creadas años antes. En el libro El Comercio, cien años de historia y testimonios (2006), escrito por el periodista Jorge Ribadeneira, se señala que en los años 60 la redacción de este rotativo estaba dominada por hombres; directamente no había mujeres, lo cual tiene total sentido si recién empezaban a ingresar a la carrera de periodismo. Al ser este diario uno de los pocos que existía en la época y, además, uno de los más grandes y representativos, constituye una referencia de lo que ocurría en los otros medios.

El ingreso de las mujeres al periodismo fue pausado. Esto pudo deberse, entre otras razones, a que existía cierto temor por parte de ellas respecto a si realmente podrían alcanzar un lugar en los medios, dado que en esa época eran espacios que preferían a hombres de cierto nivel económico y social. De ahí que las mujeres que accedieron a las salas de redacción durante esos años o poseían una amplia trayectoria en la escritura, o tenían con los dueños del medio un vínculo que posibilitó su ingreso.

Fue en la década de los 80 cuando se empezó a advertir una mayor presencia femenina en las salas de redacción, lo que coincidió con la apertura de nuevos medios. Por ejemplo, Diario Hoy abrió sus puertas en 1982 y reclutó tanto a hombres como a mujeres. En una nota titulada "El Comercio a través de las periodistas que lo escriben", se recoge el testimonio de Gloria Jiménez, relacionadora pública de este diario, quien señala que, durante los años 80, si bien ya se veía a mujeres trabajando como periodistas, todavía eran muy pocas; la mayor parte estaban dedicadas a otras áreas. En 1985, con la incorporación de Guadalupe Mantilla como presidenta de la empresa, se motivó a que más mujeres in gresaran a trabajar como periodistas al diario (Mendoza 2014). Cabe señalar que Mantilla ha sido la única mujer en desempeñar este cargo, toda vez que pertenece a la familia que fundó y manejó el periódico por más de cien años. De esta etapa fueron parte periodistas notables que imprimieron su nombre en la historia del periodismo femenino nacional: entre otras, Mariana Velasco, Mariana Neira, Milagros Aguirre, Marcia Cevallos, Martha Córdova, Saudia Levoyer, Ana Karina López, Belén Arroyo y Patricia Estupiñán. Resulta necesario apuntar que, de esta lista de mujeres, dos de ellas fueron entrevistadas para el presente estudio.

En la década de los 90, la presencia de las mujeres en los medios ecuatorianos se consolidó. Fue cuando se dieron los primeros pasos para que más adelante algunas se conviertan en editoras y directoras de información. Desde entonces, el número de mujeres periodistas en los medios ha seguido creciendo sin detenerse hasta la actualidad. Según Rosales (2013), quien toma datos proporcionados por la Unión Nacional de Periodistas, en la década de los 90 existían en el país 350 mujeres con título formal de periodistas. Veinte años después, en 2013, de las mujeres que trabajan en medios, el 76 % tiene título de periodista, frente al 63 % de sus colegas masculinos (Bonilla 2013).

Actualmente, según datos de 2018 del Consejo de Comunicación, entre quienes ingresan a estudiar la carrera de periodismo, la mayoría (55 %) son mujeres. Sin embargo, en lo concerniente al campo laboral, existe un desbalance que ubica a los hombres por encima. El último Registro Público de Medios establece que en los medios ecuatorianos trabajan 5121 periodistas: 3653 hombres y 1468 mujeres (EC Consejo de Comunicación 2022).

Es evidente que en Ecuador la mayoría de las plazas al interior de las empresas informativas las ocupan los hombres. Esto podría deberse a que, en los medios de comunicación del país, así como en los de todo el mundo, prevalecen estereotipos de género que han dificultado el ingreso de las mujeres y han limitado su ascenso. Las características propias de la profesión -sobre todo las que tienen que ver con las jornadas de trabajo, relacionadas con las dinámicas de elaboración de la información- también han influido en la baja participación de las mujeres, especialmente en el contexto ecuatoriano, en el que los medios no cuentan con políticas de conciliación que les permitan equilibrar el tiempo entre sus labores como madres y como periodistas.

Varias autoras, entre ellas la argentina Florencia Rovetto (2017), sostienen que en los últimos años se ha producido una feminización de la profesión periodística. Esta afirmación está basada principalmente en el número de periodistas mujeres -superior al de hombres- que presentan algunos países. Sin embargo, este no es el caso de Ecuador.

Desde otro punto de vista, y de alguna manera refutando lo que señala Rovetto, no se podría hablar de una verdadera feminización sin la incorporación de políticas que permitan lograr la igualdad entre hombres y mujeres, por ejemplo facilitando que las mujeres puedan equilibrar su labor productiva y reproductiva y, a la vez, ascender en su carrera. En otras palabras, la feminización de la profesión periodística debería ser entendida no solo como una mayor presencia de las mujeres en los medios de comunicación, sino también como un mayor protagonismo de la mujer al interior de las empresas mediáticas, siendo, por ejemplo, quienes toman decisiones sobre los contenidos que se publican.

Las cifras proporcionadas por el Consejo de Comunicación (2022) también ponen en evidencia las diferencias en torno a los cargos de dirección que ocupan hombres y mujeres en los medios: en el país hay 85 hombres y 20 mujeres en cargos de jefatura en los medios. Y es que, en los medios de comunicación, al igual que en los demás tipos de empresa, las mujeres deben enfrentar lo que se conoce como "techo de cristal". Este concepto se refiere a la existencia, dentro de los entornos laborales, de una barrera invisible que limita a las mujeres el acceso a cargos de poder. Dicha barrera estaría configurada por estereotipos de género que impiden el ascenso y la proyección en relación con sus pares masculinos (Busto 2010).

El Consejo de Comunicación (2022) también registra las cifras de hombres y mujeres que laboran por tipo de medio, lo que refleja una vez más la baja participación femenina. En la prensa escrita trabajan 1142 periodistas (440 mujeres y 702 hombres); en televisión, 2108 personas (521 mujeres y 1587 hombres). La misma tendencia está presente en los portales web y en la radio. Esto demuestra que, aunque en el país sean las mujeres las que más se gradúan como periodistas, son pocas, en relación a los hombres, las que cuentan con una plaza de trabajo en los medios.

De acuerdo con lo señalado por las entrevistadas, el periodismo es una profesión precarizada, lo que podría influir en las posibilidades que tienen las mujeres de ingresar a estos espacios. Una característica de dicha precarización se manifiesta en la alta rotación de personal, a partir de la cual las y los trabajadores experimentan una recurrente sensación de inseguridad, al pensar que podrían perder su empleo en cualquier momento. Dicha sensación se habría incrementado durante la pandemia, ya que, producto de la crisis económica que trajo, varios medios ecuatorianos decidieron cerrar sus puertas, con lo que muchos periodistas, tanto hombres como mujeres, quedaron en el desempleo y la incertidumbre. Según datos de la fundación Periodistas Sin Cadenas (2021), entre 2020 y 2021, fueron despedidos casi 23 000 trabajadores de la comunicación de distintos medios y empresas de Ecuador.

En relación con otras percepciones que las mujeres tienen sobre la profesión y que también, de alguna forma, permiten entenderla, destaca aquella que ve al periodismo como un estilo de vida y no solo como una profesión. Por las características propias del oficio -sobre todo su relación con la realidad y, por ende, con la vida misma-, el periodismo no es solamente contar lo que sucede, sino que es una forma de entender lo que acontece y de vivir; el periodismo es visto como una posibilidad de cambiar el mundo, de impactar en la vida de alguien y transformarla, de descubrir lo que permanece oculto para promover el cambio social, de tener una posición privilegiada para observar lo que sucede. En estas ideas podrían confluir dos aspectos: por un lado está el prestigio social y, por otro, el aire romántico que siempre ha acompañado a la profesión. Es por su función social y por su relación con los medios de comunicación que el periodismo siempre ha sido visto como un oficio al que envuelve un velo de poder. El poder, de hecho, es un elemento que siempre ha rondado a la profesión y del que deriva su relevancia social.

Según Gehrke et al. (2016), antes de la crisis económica y bancaria que azotó a Ecuador a finales del siglo XX, y por la cual cientos de ecuatorianos abandonaron el país, los periodistas gozaban de una alta credibilidad por parte de los ciudadanos; su rol era valorado. Sin embargo, tras la crisis su imagen sufrió desprestigio: en la sociedad se instaló la idea de que periodistas y medios supieron de la crisis mucho antes de que llegara a su punto álgido -el feriado bancario-, y que no cumplieron con su deber de informar para precautelar los intereses de los ecuatorianos, algunos de los cuales, con los bancos quebrados, perdieron el dinero de toda su vida.

El declive de la credibilidad de los periodistas y de los medios como actores sociales fundamentales para el respeto de la democracia llegó a su cénit con el gobierno de Rafael Correa, con quien se inauguró una etapa muy oscura para la prensa ecuatoriana, marcada no solo por la censura y la falta de libertad de expresión, sino por un descrédito y un sinnúmero de injusticias sin precedentes en contra de los periodistas.

Para las mujeres entrevistadas, este período de gobierno indiscutiblemente marcó un antes y un después para la profesión. Durante diez años, obligó a medios y periodistas a enfrascarse en lo más prioritario y fundamental en ese momento: defender la libertad de expresión y hacer frente a un gobierno que les cerró las puertas en todos los aspectos. Fueron diez años, dicen las mujeres, en los que los medios no se dedicaron a nada más que a esto; todos sus esfuerzos se concentraron en esta causa, y dejaron de lado lo demás. ¿Qué es lo demás? Las múltiples necesidades que acarreaban los periodistas en el contexto precarizado en que siempre han vivido, y que en la época del correísmo se acentuaron más, sobre todo en lo concerniente a la estabilidad laboral, ya que muchos profesionales fueron despedidos por presiones políticas y económicas.

Volviendo a lo dicho sobre el halo romántico que envuelve a la profesión, es común al conversar con periodistas reconocer ese imaginario con el que se la ha construido. Para las profesionales entrevistadas, también está presente y es parte del encanto, dicen. Quizás por la posibilidad del periodismo de cambiar el mundo -lo cual es real, aunque no deja de ser utópico- es que este oficio reviste algo especial, algo que solo entiende quien lo ha vivido y que funciona como una especie de adicción de la que no se sale. Es, además, una posibilidad fascinante de conocer los vericuetos de la mente humana, de explorar múltiples formas de vida, de hurgar en lo más retorcido y sublime del ser. Es retratar el mundo en todo su esplendor y en todas sus miserias, es mostrar lo humano descarnadamente y mirar de frente a la vida para contarla. Si eso es el periodismo, ¡quién no desearía vivirlo!, exclaman las mujeres.


Discusión

Los datos presentados en el apartado anterior evidencian que, en los últimos veinte años, el ingreso de las mujeres al campo del periodismo ha aumentado notablemente, por lo que se tiende a hablar de una feminización de la profesión (MX Instituto Nacional de las Mujeres 2005). Esto lo corrobora Marisol Gómez (2009), quien manifiesta que se gradúan de la carrera de periodismo más mujeres que hombres, y no solo en Ecuador. Según su estudio, en 2008, en el mundo, el 70 % de los nuevos periodistas, entre graduados y egresados de la carrera, fueron mujeres. Asimismo, existe una situación de paridad entre ambos sexos en la profesión periodística, con un 52,5 % de hombres y un 47,5 % de mujeres (Gómez 2009).

A pesar de que la balanza en términos cuantitativos se ha igualado al interior de las salas de redacción -aunque, como hemos visto en el anterior apartado, no sucede así en Ecuador-, esta notable presencia femenina no ha venido acompañada de una equitativa participación de las mujeres como creadoras de contenidos o como cabezas de equipos editoriales, ni las ha librado de continuar apareciendo a través de imágenes estereotipadas en los medios (Gómez 2009). De ahí que se puede afirmar que aún se mantiene el carácter androcéntrico de una desigual estructura laboral por sexo en las empresas informativas (Rovetto 2013).

Si bien las mujeres han ingresado masivamente al ámbito laboral, no lo han hecho en las mismas condiciones que los hombres. Las desigualdades siguen presentes y se reflejan en todos los campos y profesiones; el periodismo no es la excepción. En ese sentido, se puede manifestar que las normas sociales y los estereotipos de género todavía representan un gran desafío para las mujeres que desempeñan esta profesión -en la que continúa la percepción de que no es apropiada para ellas, por los riesgos a los que están expuestas y los horarios de trabajo, entre otras razones-, lo que da lugar a grandes presiones sociales que pueden desembocar en que no accedan a ella o que la abandonen (Lanza 2018).

Otro elemento que revela que la masiva participación de las mujeres en el periodismo no se ha generado de la mano de las condiciones para que tengan una presencia preponderante es el hecho de que son quienes, en su mayoría, se encargan de las noticias consideradas "suaves", relacionadas a temas como la cultura o el entretenimiento, pero tienen pocas probabilidades de trabajar en otras temáticas consideradas "duras", como la política o la economía. Según el informe del Proyecto de Monitoreo Global de Medios (2015), considerado una de las principales iniciativas que se llevan a cabo para analizar las representaciones de hombres y mujeres en los medios de comunicación, en 2015, los temas de medio ambiente eran cubiertos en un 47 % por mujeres; los de salud, en un 46 %; y los de educación, en un 42 %. Por su parte, áreas relacionadas con temas bélicos y políticos apenas eran cubiertas por mujeres en un 25 %. Al promover la especialización femenina en esta denominada "información blanda" se va en desmedro de su prestigio profesional y se contribuye a que su trabajo sea menos visible y menos valorado. Esta situación podría promover, también, discriminación por razón de sexo, no solo en lo relativo a la posibilidad de una promoción profesional, sino también de ascenso en la escala jerárquica de la organización (MX Instituto Nacional de las Mujeres 2005).

Esto, además, desemboca en una visión y comprensión androcéntrica del mundo, ya que no solo ocurre que la realidad de las mujeres es poco contada, sino que casi nunca es contada desde la perspectiva femenina. Con ello, se continúa ofreciendo una imagen que refuerza los valores dominantes y favorece los prejuicios sexistas (Menéndez, en Rovetto 2013). En ese sentido, se puede hablar de una cultura periodística masculina imperante en las redacciones informativas, que constituye un clima laboral representado en las conversaciones, actitudes y formas de ser y estar en los ambientes de trabajo.

Asimismo, parte de esa cultura se manifiesta de forma elocuente cuando se ve que prácticamente todas las sillas de las cabezas editoriales de los medios están ocupadas por hombres. Como confirma la gran mayoría de estudios al respecto, las mujeres no han llegado a ocupar los espacios de toma de decisiones, lo cual reduce su posible incidencia en la elección de contenidos y el tratamiento informativo relativos a los temas de interés para ellas. Según un reporte de la Federación Internacional de Periodistas, la representación de las mujeres en los puestos de dirección de las empresas de medios de América Latina es inferior al 25 %. La mayoría de ellas se encuentra en cargos de bajo rango y casi nunca se las ve en las áreas de producción técnica (Lanza 2018).

En esta línea, a nivel mundial, las mujeres suman el 79 % de todos los trabajadores a tiempo parcial de los medios de comunicación, lo cual es una muestra de que son ellas quienes absorben los contratos más precarios de la empresa informativa (Lorente 2001). Esto puede deberse, entre otras razones, a que en muchos casos las mujeres, al ser las responsables de las labores domésticas y de los cuidados, prefieren optar por trabajos de medio tiempo, lo que a su vez llega acompañado de sueldos reducidos y casi ninguna posibilidad de ascenso. Cabe señalar que el trabajo a tiempo parcial es una modalidad poco frecuente en el periodismo, ya que, por la naturaleza del oficio -que no responde a horarios fijos y está vinculado a hechos imprevistos-, es complicado que se pueda determinar un tiempo para realizar el trabajo. De ahí que quienes logran acceder a un contrato parcial lo hacen en condiciones aún más precarizadas que en otro tipo de empleos.

Lo que podría ser equivalente al contrato de tiempo parcial es la figura del periodista freelance, muy común en el ámbito de los medios de comunicación. Esta modalidad permite ofrecer servicios a través de la realización de productos periodísticos concretos, sin exclusividad para un medio. En el caso de las mujeres, este tipo de trabajo puede resultar una ventaja, ya que les permite organizar su tiempo con total independencia y autonomía para entrelazar su actividad periodística con las tareas de la esfera privada; al mismo tiempo, les permite trabajar para varios medios a la vez.

Sin embargo, por otro lado, esta modalidad puede resultar una desventaja en términos económicos, pues se gana por el producto periodístico que se realiza, de modo muy variable: un día es un gran reportaje de investigación, que implica más trabajo por una mayor paga, y otro es una pequeña nota informativa por la que se cobra poco. Esto dota a la figura del trabajo freelance de altas dosis de incertidumbre, que aumentan cuando, como parte de la dinámica de esta modalidad, un medio no trabaja siempre con el mismo periodista, sino con varios. Así, puede pasar un tiempo prolongado entre un encargo periodístico y el siguiente que la mujer pueda tener; por lo tanto, no recibe un ingreso fijo ni en cantidad ni en periodicidad.

Retomando lo apuntado respecto a la ausencia femenina en los cargos de dirección en los medios, es preciso señalar que, si bien no existe discriminación para acceder a la profesión -y, como se ha dicho anteriormente, no hay duda de que en los últimos años se ha registrado un ingreso masivo de las mujeres al periodismo-, un mayor número de redactoras no ha implicado un mayor número de directivas. Al igual que en otras profesiones, en el periodismo existe el techo de cristal (MX Instituto Nacional de las Mujeres 2005).

Como se dijo anteriormente, el techo de cristal es un concepto introducido por los estudios feministas, acuñado en Estados Unidos durante la década de 1970 para describir las barreras invisibles creadas por los prejuicios organizacionales y actitudinales y con las cuales se bloquea a las mujeres para acceder a las posiciones de poder jerárquico (Bejarano 2011). Según Griselda Martínez (2001, 65),

la idea del cristal alude a un límite imaginario y, por ende, subjetivo que impide a las mujeres que ya participan en el ejercicio del poder escalar las máximas posiciones jerárquicas. De ahí que representa un límite simbólico que resguarda para los hombres las posiciones más altas en las que se ejerce la toma de decisiones.

Este es un concepto aplicable a todo tipo de organizaciones, incluyendo los medios de comunicación, donde continuamente se ve que persisten limitaciones para que las mujeres accedan a los cargos de dirección desde donde pueden tener influencia en los contenidos que se publican.

Si bien esta parece ser la regla general, también es posible ver cómo algunas mujeres han logrado romperla y, luego de mucho esfuerzo, han alcanzado cargos medios o altos en el organigrama de las empresas informativas. De hecho, de las siete mujeres entrevistadas en este estudio, cuatro de ellas llevaban más de cinco años ejerciendo como directoras de medios. De acuerdo a lo que señala Lorente (2001), esto ocurre acompañado de rasgos de desigualdad, pues aun cuando las mujeres accedan a este tipo de puestos, son los hombres los que siguen tomando la mayoría de las decisiones sobre lo que constituye o no noticia. Además, explica, el hecho de que las mujeres participen de las decisiones que se toman en el medio no implica que sean capaces de reformular los contenidos, ni de promover una imagen distinta de las mujeres a través de ellos. Esto sería así porque lo que se espera de la mujer directiva es que sea como un hombre, es decir, que se masculinice y que demuestre que tiene la capacidad para estar en ese nivel. Al contrario de lo que ocurre con sus colegas varones, su capacidad nunca se da por supuesta (Lorente 2001).

Sin duda, esto es parte de la cultura que reina en los medios, masculinizada y de corte patriarcal, que ha puesto a la mujer en segundo plano y que no le ha permitido mostrar sus capacidades ni visibilizar sus necesidades.

Entonces, ¿es a causa de esta cultura que la mujer ha sido excluida de los medios? La respuesta es sí, aunque cabe señalar que es solo un reflejo de lo que ocurre en la sociedad. La lógica patriarcal ha determinado que la mujer sea la encargada del espacio privado; cuando esa responsabilidad se comparte con el trabajo periodístico, se vuelve una carga muy pesada, lo que indudablemente constituye una de las causas para marginar a las mujeres de los cargos de dirección.

En otras palabras, esta ausencia de las mujeres como líderes de información se debe, en gran parte, a que ellas tienen la obligación de compatibilizar su trabajo doméstico y de cuidados con su trabajo en los medios, lo que muchas veces hace que no puedan dedicarse con la misma intensidad que sus pares masculinos a la demandante labor periodística; ellos no tienen que cumplir ese rol, por lo que pueden entregarse de lleno a la profesión. En realidad, las profesionales del periodismo no viven una situación distinta a la del resto de mujeres que se enfrentan a una doble jornada y, por ende, a una doble presencia. Esto ha sido identificado en múltiples estudios como una de las causas que imposibilitan a las mujeres el ascenso laboral, además de que contribuye a acrecentar en el imaginario la idea de que no son capaces de desempeñarse en cargos de alto nivel.

La problemática que enfrentan las mujeres periodistas en este sentido se da, principalmente, por la complejidad de los horarios de trabajo, el acceso limitado o nulo a servicios de cuidado infantil asequibles y de calidad, políticas deficientes relacionadas a licencias de maternidad, entre otros factores. El impacto de estos elementos, que también afectan a otros grupos de mujeres trabajadoras, se ve agravado por las dinámicas de trabajo propias de los medios, caracterizadas por largas y extenuantes horas, turnos de cobertura los fines de semana y algunos riesgos inherentes a la profesión (Lanza 2018). Esta situación muchas veces desencadena que las mujeres se vean empujadas a buscar trabajos de media jornada, temporales o freelance, lo que, como se dijo anteriormente, las coloca en una posición vulnerable en términos de seguridad y promoción laboral.

En particular con respecto al riesgo que implica el periodismo, los actos de violencia contra las profesionales de la comunicación no son aislados, sino sintomáticos de un patrón de discriminación estructural que tiene sus raíces en conceptos referentes a la inferioridad y subordinación de las mujeres ante los hombres. Según señala la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión en su informe anual, el machismo y los estereotipos de género arraigados en las sociedades incrementan la situación de riesgo de las mujeres periodistas e impide que se respeten su derecho a la libertad de expresión y su derecho a vivir una vida libre de violencia (Lanza 2018).

Este mismo informe explica que la violencia contra las mujeres periodistas se manifiesta a través de distintas formas: desde el asesinato, pasando por la violencia sexual -incluidos el acoso sexual y la intimidación-, hasta otras manifestaciones que se desencadenan por las diferencias de género. Esta oficina también ha observado que la violencia es perpetrada por distintos actores, como funcionarios de Estado, fuentes de información y colegas, y que tiene lugar en distintos contextos y espacios, entre estos la calle, el lugar de trabajo y las instituciones (Lanza 2018).

Estas manifestaciones violentas pueden presentarse en niveles superlativos y transformarse en asesinatos. Según la Unesco, entre 2012 y 2020, al menos 38 periodistas fueron asesinadas ejerciendo su oficio, lo que representa el 7 % de todos los homicidios de periodistas ocurridos en ese período (Lanza 2018).

Por todo lo expuesto, queda claro que la profesión periodística puede ser notablemente más complicada para las mujeres que para los hombres, sobre todo porque en el campo periodístico prevalecen las discriminaciones de género. Aunque han podido elevar los índices de presencia en el ámbito de los medios de comunicación, las mujeres no han logrado representatividad en cuanto a los mensajes que los medios elaboran y transmiten. No son quienes deciden lo que se publica y, por lo tanto, no pueden incidir en un proceso de deconstrucción de la realidad estereotipada que sobre ellas ofrecen los medios de comunicación y que tanta falta hace. Las desigualdades de género al interior de las redacciones también se evidencian en el hecho de que las mujeres periodistas, al igual que las que se desempeñan en otros campos, deben responder a su rol social de ser las encargadas del espacio privado, lo que hace que vivan inmersas en una doble presencia que no les permite escalar en su carrera profesional en la misma medida que lo puede hacer un hombre. Asimismo, esto las limita en su capacidad de alcanzar su propia voz y romper con la lógica patriarcal de los medios. En ese sentido, se puede concluir diciendo que la relación entre las mujeres y el periodismo está atravesada por desigualdades de género y una estructura patriarcal que lo hacen un oficio masculino: si bien no ha dejado afuera a las mujeres, no se ha transformado en función de sus demandas, aun cuando las mujeres son mayoría dentro de la profesión.

Aunque no en la misma medida que sus antecesoras, las periodistas de hoy se enfrentan a estereotipos de género que les han dificultado alcanzar un espacio protagónico en los medios. Antes, muchas de ellas firmaban sus escritos usando seudónimos masculinos para no revelar su identidad ante la sociedad, por el temor a ser criticadas. Si bien hoy situaciones como estas están completamente superadas, ellas deben seguir forjándose un camino dentro de la profesión que les permita estar a la misma altura que sus pares masculinos. De ahí que, si bien el periodismo ha evolucionado en distintos aspectos que se han puesto de manifiesto en este artículo, es innegable que tanto hoy como en el pasado es una profesión cargada de estereotipos de género que han dificultado el ascenso de la mujer y que ratifican las diferencias que en todas las esferas existen entre hombres y mujeres.




Conclusiones


Después de todo lo apuntado, se puede concluir que resulta relativamente poco lo que se conoce sobre el rol que cumplen las mujeres periodistas al interior de los medios ecuatorianos y sobre su situación como trabajadoras de estos espacios. A través de información proveniente de la historia, de las cifras proporcionadas por el Consejo de Comunicación y de la voz de las mujeres, se han intentado develar ciertos rasgos de su presencia y papel dentro de estas instituciones. Sin embargo, queda claro que para profundizar y ampliar al respecto se debe contar con más información. Es decir, de esto se deriva la necesidad de trabajar en más investigaciones que vinculen al género y al periodismo como campos temáticos en los que se pueden encontrar varias interrelaciones dentro del contexto ecuatoriano.

Los medios de comunicación son organizaciones con una cultura sexista muy marcada, que no ha permitido un verdadero desarrollo profesional a las mujeres. A pesar de que en muchos países, incluyendo Ecuador, exista una amplia presencia de mujeres trabajando como periodistas, los medios de comunicación no han generado las condiciones necesarias para que ellas puedan avanzar en su carrera periodística. Al contrario, han limitado su desempeño y reforzado los estereotipos de género históricamente vinculados al periodismo.

Los datos provenientes tanto del contexto ecuatoriano como de otros contextos muestran que en los últimos años la presencia de las mujeres ha aumentado en las salas de redacción, por lo que algunas autoras hablan de una feminización de la profesión. Sin embargo, dicho término aludiría al impacto y/o influencia que las mujeres han tenido en un entorno específico -en este caso el entorno periodístico-, transformándolo al incorporar en él prácticas a través de las cuales puedan experimentar una situación más igualitaria con los hombres. Esto no ha sucedido en los medios de comunicación ecuatorianos, porque las mujeres siguen enfrentando estereotipos de género propios de una profesión históricamente masculinizada, lo que, en cierta medida, ha dificultado su permanencia en este campo. Estos estereotipos se manifiestan en varias situaciones, entre ellas la baja presencia de mujeres en cargos de dirección, lo que provoca que los contenidos que se presentan en los medios sean trabajados desde lógicas exclusivamente masculinas. También es común que las mujeres se encarguen de trabajar en contenidos considerados "suaves", como aquellos que tienen que ver con cultura y sociedad, y no se encarguen de los temas considerados "fuertes", como la política o la economía, reservados para los hombres. Esto también tiene un impacto en la forma en que los medios muestran la realidad.

Al igual que las trabajadoras de otros campos, las periodistas enfrentan día a día una doble presencia fruto del trabajo productivo y reproductivo que cumplen. Las mujeres, al ser quienes socialmente tienen la responsabilidad del trabajo doméstico, deben compatibilizar esta labor con las propias del periodismo. Resulta una tarea complicada, pues el periodismo, por su naturaleza, es un tipo de trabajo cuyos horarios son irregulares y extensos; la jornada periodística rara vez es de ocho horas, por lo que las mujeres enfrentan una gran carga de trabajo, al desempeñarse en los dos ámbitos. La dificultad de equilibrar su tiempo es una de las razones que han limitado su desarrollo profesional, pues los medios de comunicación, además, no cuentan con políticas de conciliación.


Referencias


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