En 1979 se estrenó la que sería un hito en las telenovelas mexicanas: “Los ricos también lloran”. Su éxito fue fulminante y obedeció a varias razones, pero seguramente el título -con su tono revanchista- fue una especie de consuelo mediático para los grupos marginados, pues explícitamente aludía a que la élite, a pesar de sus recursos y privilegios, también sufría, ya que su dinero no la hacía inmune al desconsuelo, a las penas, al dolor, sentimientos asociados usualmente a quienes menos tienen. Quizás dicho título fuese una intuición acertada para humanizar a estratos con los cuales los pobres no tienen ningún espacio para interactuar como iguales, dado el apartheid socioeconómico de Latinoamérica, región caracterizada por registrar la desigualdad de ingresos más alta del mundo (PNUD 2019)
A partir de esta distancia entre los polos opuestos del espectro económico, crece un abismo que alimenta el desconocimiento mutuo y multitud de estereotipos, lo cual se revela con fuerza en la lengua. En cada país de la región encontramos diversos usos léxicos para los grupos pudientes: fresas (México), cuicos (Chile), pitucos (Perú), chetos (Paraguay), gomelos (Colombia), sifrinos (Venezuela), pipis (Costa Rica), yeyés (Panamá), pelucones (Ecuador)… Estos son los usos más comunes, pero es normal encontrar muchísimos más, pues entre más importante sea un fragmento de la realidad para una sociedad, más palabras se encuentran para referenciarla. Ahora bien, dada la importancia de esta variación lingüística, y con el ánimo de indagar la función social que cumple, se analiza en este artículo la variante pelucón en el contexto ecuatoriano. En concreto, el objetivo de nuestro artículo es un abordaje desde el análisis del discurso para explorar la variación semántica y los sentidos asociados a la palabra pelucón, en el marco de un estudio de las implicaciones sociales y políticas de los usos encontrados.
Para lograr el anterior objetivo, se analizaron más de treinta páginas web ecuatorianas, como periódicos, blogs, redes sociales, entre otras, en las cuales se identificaron y examinaron los sentidos asociados al vocablo mencionado. Se debe aclarar que el corpus recolectado no se limitó a las manifestaciones textuales, sino que también incluye discursos orales como canciones y videos, al igual que caricaturas y memes. El marco teórico para analizar el corpus se basó, por un lado, en la pragmática y los estudios de la cortesía lingüística y, por otro, en los estudios de populismo.
En cuanto a la metodología, se trabajó con el análisis del discurso mediado por computadora (ADMC). El mecanismo central del ADMC es “el análisis de grandes can tidades de interacción verbal, ya sean palabras, enunciados, mensajes, párrafos, conversaciones, etc.”1 (Herring 2004, 2 ), lo cual, por supuesto, no excluye manifestaciones orales o incluso otros modos semióticos como las imágenes. Recordemos que la definición de discurso supone trascender los límites de la lengua (representada por palabras, frases o párrafos) e incluir cualquier otro sistema de signos en combinación o no con los lingüísticos. Sin embargo, más que un estudio multimodal, lo que se pretende en este trabajo es analizar discursos de diversa naturaleza semiótica e identificar los cambios de sentido a partir de un mismo significante, en este caso, la palabra pelucón.
Debemos agregar que el análisis del discurso no se limita a estudiar fenómenos relativos a los niveles asociados a la lengua, sino que también explora las relaciones de dichos niveles con aspectos de naturaleza social, cognitiva y cultural; de ahí que sean estudios de alcance interdisciplinar. Entonces, se identificarán a nivel lingüístico los diferentes sentidos asociados a la palabra pelucón en la red y, además, se analizará el contexto como un nivel macro para determinar qué tipo de función social y política podrían estar desempeñando dichos sentidos.
A partir de esta perspectiva, centrada en lo lingüístico pero abierta a la multimodalidad, se orienta la pregunta de investigación, que en esta metodología parte de la observación previa del comportamiento online, lo cual ayuda a formar una hipótesis preliminar que la pregunta ayudará a probar (2). Nuestra hipótesis, a partir de la indagación en la red, es que la variante pelucón se ha asociado exclusivamente a un uso peyorativo y despectivo en función de polarizar políticamente; sin embargo, postulamos que ha mutado hacia un sentido más narrativo y aspiracional. Por lo tanto, la pregunta desde la cual partimos es:
¿cuáles son los sentidos referidos a la palabra pelucón que aparecen en la web en el período 2007-2020, y cuál es su uso político y social desde una mirada relacional?
Para abordar el análisis del discurso en prácticas digitales, se siguieron estos pasos:
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Contexto: Cabe recordar que una de las categorías centrales para el análisis del discurso es el contexto. No obstante, se trata de una categoría compleja y polisémica, y aún más si la pensamos en el entorno virtual -aunque no es este el espacio para hacer una reflexión extensa al respecto-. En el marco de este trabajo, se asume el contexto como “las características situacionales y sociopolíticas en la que se construyen, se consumen, se intercambian y se reapropian los textos” (Jones, Chik y Hafner 2015, 4 ). Por lo tanto, se describen dichas características en el marco ecuatoriano a lo largo del período 2007-2020.
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Análisis textual: Como ya se señaló, el primer paso fue identificar en diversas páginas web ecuatorianas los significados de la variante pelucón, así como su presencia en otros discursos cuya naturaleza fuera oral o visual en términos de imágenes, como las caricaturas y otros modos semióticos.
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Acciones e interacciones: Para los analistas del discurso es fundamental estudiar el lenguaje en uso, es decir, cómo los enunciados se utilizan para lograr acciones sociales concretas. Teniendo como trasfondo la pragmática -desde la cual el lenguaje se usa para “desarrollar diferentes clases de acciones sociales […] o el análisis de lo que la gente hace con los textos en relación a otros grupos” (4)-, y en sintonía con lo anterior, se estudia de qué modo los sentidos asociados a la variante seleccionada se usan como acciones específicas de poder, identidad o conflicto en el marco de relaciones sociales del contexto ecuatoriano.
Esta estructura es la que organiza el artículo, ya que en primer lugar se describe el contexto sociopolítico ecuatoriano; en la segunda sección se describen los sentidos predominantes hallados en la red para la variante seleccionada; y en la tercera se analiza el uso de estos sentidos en el marco de relaciones de poder, conflicto e identidad. Se finaliza con las conclusiones.
Contexto
A continuación se describirán las características sociopolíticas de Ecuador, en el marco de las cuales se produce, circula y se resignifica el vocablo analizado en este trabajo. Para empezar, la inequidad y la exclusión social en los países sudamericanos es muy eleva- da. Los datos de CEPAL (2017, párr. 3) son sumamente claros:
La desigualdad es una característica histórica y estructural de las sociedades de América Latina y el Caribe, que se manifiesta a través de múltiples circuitos viciosos. Avanzar hacia su reducción significativa es uno de los objetivos de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, suscrita por todos los países de la región en 2015. Esta agenda aboga por que nadie se quede atrás.
En Ecuador, según datos del Banco Mundial (2020), el coeficiente de Gini era de 56,4 en 2000, lo cual indica una alta desigualdad de ingresos. Para 2010 bajó a 48,7, y en 2017 estaba en 44,7, lo que significa que la desigualdad se redujo sustancialmente. Sin embargo, sigue siendo aún una cifra preocupante que muestra un problema latente en el país.
Es importante resaltar que, cuando terminaba la década de 1990, ocurrieron en Ecuador hechos importantes que afectaron la economía y agravaron la desigualdad, principalmente una crisis financiera que hundió a once bancos, empobreció al país y empujó a cerca de un millón de personas a la migración. En este escenario complicado tuvo lugar la dolarización, como una alternativa que generara estabilidad macroeconómica. Entonces, las remesas fueron un aporte clave para la sociedad.
Eran años de conflictos políticos e incertidumbre. Entre 1996 y 2005, pasaron por Carondelet tres presidentes que no pudieron terminar sus mandatos: Abdalá Bucaram (destituido en 1997), Jamil Mahuad (cesado en el año 2000) y Lucio Gutiérrez (destituido en 2003). De este modo, la frustración de la gente hizo que la clase política perdiera legitiliderazgo político era evidente.
Cuando Rafael Correa llegó al poder en 2007, una de sus metas fue desarrollar políticas económicas redistributivas que disminuyeran la desigualdad de ingresos. Como se hizo explícito en el primer Plan de Desarrollo, se buscaba generar oportunidades e incrementar la presencia del Estado (Senplades 2007, 9-11). En el Plan de Desarrollo 2013- 2017 también se plasmaba la necesidad de cumplir esas metas, al plantear que se pretendía reducir la desigualdad de ingresos a 0,44 para 2017, y bajar el índice de Gini a 0,36 para 2030. Para lograr este objetivo, entre otras medidas se eliminó la tercerización laboral, se impusieron techos mínimos y máximos a los salarios de los funcionarios públicos y, final- mente, se trató de “disminuir la brecha salarial entre zonas rurales y urbanas, promover incentivos económicos para las iniciativas productivas y de comercio, para mejorar los ingresos laborales” (Sarmiento 2017, 52 ).
Por otro lado, considerando que la variante analizada es pelucón, creemos pertinente describir brevemente las características sociales de las élites ecuatorianas. Se debe resaltar la escasez de etnografías e investigaciones sobre el tema, comparado con países con abundante literatura al respecto, como Chile o Argentina. Así, hallamos un significativo vacío de conocimiento acerca de las prácticas, las representaciones, las trayectorias, la mentalidad, los imaginarios, los valores, los espacios de socialización y las expresiones semióticas de las élites ecuatorianas. Sin embargo, es posible hacer una aproximación muy somera con la poca literatura disponible.
La única etnografía al respecto es una tesis doctoral de Jennifer Hardin (2014) , quien dedicó dieciséis meses de investigación de campo a estudiar a la élite hacendada de la Sierra. En sus conclusiones señala que los hacendados están estrechamente relacionados con la propiedad de extensos terrenos y la monopolización de recursos; asimismo, justifican su separación de otros grupos argumentando un sentido de superioridad basado en formas racializadas (su blancura) de ascendencia europea, con lo cual buscan evitar el mestizaje y seguir reproduciendo su distancia social (Hardin 2014). Es evidente la fuerte asociación con el racismo derivado de la herencia colonial, de ahí que sean favorables a un ideal de blanqueamiento racial.
Además, las élites suelen tener una mentalidad conservadora, atrasada y de fuerte tendencia contra los derechos sociales, sobre todo en lo referido a los derechos laborales (Paz y Miño 2019), aunque, paradójicamente, “se autodefinieron desde un principio como modernas; incluso se entendían como los modernizadores por excelencia de sus respectivos países. Eran ‘liberales’, masones y positivistas, y tomaban como ejemplo ciudades como París, Londres, y más tarde Nueva York -centros culturales a donde enviaban a sus hijos a estudiar-” (Bernecker y Zoller 2007, 33 ).
En cuanto a sus inclinaciones ideológicas, se puede señalar que las élites urbanas “habrían convertido las capitales latinoamericanas en centros hegemoniales externos de Europa y Norteamérica. Una minoría nacional habría tomado las formas de vida y los modelos culturales de otra nación” (Werz 2007, 204 ). En otras palabras, su sentido aspiracional tiene como horizonte intelectual, económico y político a Europa y Norteamérica. Esta autoimagen construye una representación de colectividad culta, con educación occidental, con patrones de consumo y estilos de vida europeos o norteamericanos, y cosmopolita dentro de la modernidad global (Hardin 2014).
La brecha entre el 10 % más rico y el 10 % más pobre de la población se hace evidente en el aislamiento geográfico y sociocultural existente. Por un lado, la segregación residencial de las clases altas se evidencia en los conjuntos amurallados en los que viven, a los que no puede llegar ningún transporte público y donde no hay calles públicas. Otra faceta de este autoaislamiento es el uso que hacen los grupos pudientes de servicios priva- dos: escuelas, universidades, hospitales, clubes, transporte, etc. Este mundo de lo privado implica que solamente pueden interactuar como iguales con otras personas de su mismo poder adquisitivo, a excepción del personal del servicio, con quien por obvias razones no se tiene el mismo trato. Así, no existen espacios comunes de interacción como iguales entre grupos de diferentes características socioeconómicas. Este patrón de aislamiento implica también una endogamia social: las personas se casan y hacen negocios, amistades, etc., con personas de su mismo nivel socioeconómico (Van Leeuwen, Maas y Miles 2006).
Finalmente, las élites suelen controlar el Estado, además de ostentar un predominio en los medios de comunicación. Poseen un “acceso especial a las formas más influyentes de discurso público -a saber, los medios de comunicación de masas, la política, la educación, la investigación y las burocracias- y control sobre ellos” (Van Dijk 2002, 194 ). De tal forma “las élites […] son literalmente [los] grupo[s] en la sociedad que tienen ‘más que decir’ […]. Como los líderes ideológicos de la sociedad, ellos establecen valores, metas y preocupaciones comunes; formulan el sentido común como también el consenso” (194).
Análisis discursivo
Para empezar, recordemos dónde nace la palabra pelucón: se acuñó en la Francia rococó del siglo XVIII, la de las fiestas pomposas y recargadas de Versalles, donde se comía sin cesar una semana mientras al 90 % de los franceses le faltaba un pan para sus hijos. Nace del “uso de la peluca, moda que se inició en Francia y se extendió luego por todas las cortes europeas. Hacia 1660 la adoptaron hasta los militares y los eclesiásticos” (Borja 2018, párr. 6 ). Enormes esfuerzos se hacían por obtener la apariencia adecuada, y por ello los peluqueros rivalizaban en su intención de elaborar pelucas lo suficientemente elegantes y altas para no desentonar en los palacios señoriales y otros lugares importantes. Esta moda marcó a España y sus colonias, pues era una muestra de ostentación y solvencia, y a la larga un símbolo de pertenencia a la aristocracia criolla.
En el siglo XIX, los liberales chilenos retomaron el término. El objetivo era caricaturizar a los militantes “del Partido Conservador, de larga trayectoria política en la defensa de los principios religiosos del catolicismo, de los privilegios del clero y de los intereses de las altas capas sociales” (párr. 2). Rodrigo Borja sostiene que en 1876 se publicó “la novela histórico-política titulada Pipiolos y pelucones, del escritor chileno Daniel Barros Grez, en la que recogió esos dos viejos chilenismos, actualmente en desuso” (párr. 3). Los pipiolos eran individuos de los estratos inferiores y medios. Así, esta palabra era empleada “con connotaciones displicentes: hombres sin posición fija, políticamente inquietos y movedizos, a quienes tildaban de ‘arribistas’” (párr. 3), mientras que los pelucones eran “miembros de la alta clase social, que había ejercido una larga y severa influencia sobre el poder en Chile” (párr. 3).
En la web, la primera alusión que se encuentra de pelucón en Ecuador es un discurso de Abdalá Bucaram titulado “Cuando yo sea presidente”, ofrecido antes de la segunda vuelta para las elecciones presidenciales de 1996. El entonces candidato contraatacaba a León Febres Cordero, jefe del partido opositor, quien supuestamente había señalado que solo prostitutas, marihuaneros y rateros habían votado por Bucaram: “Esas marihuaneras, esas rateras, esas prostitutas son las oligarquías ecuatorianas, compatriotas. Andan asusta- dos en los clubes de Guayaquil, en el Tennis Club, el Yatch Club… Todos los días el mismo comentario. Se reúnen un poco de pelucones a conversar, y entre ellos dicen: “Dios mío, ¡nos tocó con Abdalá!” (Bucaram 2011, 4:10; énfasis añadido).
Sin embargo, quien realmente popularizó el término fue Rafael Correa, pues desde su llegada al poder lo empleó de manera prolífica. El uso frecuente del vocablo que hacía el exmandatario para referirse de manera despectiva a los grupos pudientes -que según él eran parte de la oligarquía local- se volvió en un punto polémico, ya que se le criticaba que era parte de una narrativa resentida que buscaba ahondar divisiones y alimentar odios. Así, desde su posesión hasta que abandonó el poder -es decir, por un período de diez años-, fue un término recurrente en sus sabatinas y en otras intervenciones públicas. Para ejemplificar, tomemos el discurso que dio en la ceremonia de inauguración de las Jornadas de Participación Ciudadana, el 17 de mayo de 2011 en Guayaquil:
…empresarios honestos y solidarios, y empresario no es solo el pelucón que estuvo en una cámara de producción haciendo política en vez de hacer empresa. Empresario es también ese vendedor ambulante que tiene sus tortillitas en un canasto y se arriesga día a día a que vengan municipales trogloditas, inconstitucionalmente, a quitarles su mercancía […]. Pero no se puede criminalizar a un padre de familia desempleado que lo que busca es llevar un mendrugo de pan a la boca de sus hijos, y no se le puede incautar la mercadería, y está prohibido constitucionalmente, por pelucones o importantes que se crean ciertos alcaldes […]. Sobre todo, tengan la plena conciencia, compañeros, de que ahora tienen un Gobierno que es de ustedes, y solo responde ante ustedes, no ante los poderes que siempre dominaron a este país. (Correa 2011, 3; énfasis añadido)
En este párrafo, donde aparece dos veces la palabra, hace alusión a los empresarios que a través de la política abusan del poder y aumentan sus beneficios. La línea final señala que es una élite que siempre ha dominado el país, es decir, que su privilegio y estatus es heredado y proviene de tiempos coloniales.
En el párrafo que aparece a continuación, la “peluconería” se refiere a la élite industrial del gran capital, a la que responsabiliza por invisibilizar a grupos marginados de diversa naturaleza (por cuestiones de género, raza, etc.):
La economía, la participación ciudadana, las cuestiones de género, los temas de inclusión de culturas y nacionalidades están presentes en este encuentro. Los Gobiernos tienen que ponderar en sus políticas públicas estas “nuevas” realidades, entre comillas, porque siempre existieron, pero durante siglos se las invisibilizó; que son tan antiguas -estas “nuevas realidades”, entre comillas- como la misma humanidad, solo que permanecieron ocultas, eclipsadas por prejuicios, por visiones sesgadas desde el machismo, los chauvinismos, la burguesía, la oligarquía, la peluconería… Es decir, la economía de los pobres no era economía, solo la economía industrial del gran capital, etcétera. Y eso no lo hacen ni de malos, compañeros. Lamentablemente así nacieron, así se formaron. (10; énfasis añadido)
En el último párrafo, se muestra el uso para hacer referencia a cuestiones raciales, puesto que señala que los pelucones se escandalizan porque el gobernador de Guayas es afrodescendiente. ¿Y por qué se escandalizarían? Porque apunta al matiz racista de las élites latinoamericanas, cuya aspiración racial es el blanqueamiento:
Saludo este evento que hoy se inaugura en mi natal Guayaquil, donde los dueños del poder no se han enterado aún que hay en esta ciudad una población enorme de kichwahablantes, que hay una población inmensa de afroecuatorianos. El propio gobernador de la provincia del Guayas, para escándalo de los pelucones, es un afrodescendiente. (4)
Se evidencian, entonces, cuatro características del pelucón ecuatoriano a partir del uso del expresidente: capital acumulado, racismo, abuso del poder y privilegios heredados. Este sentido acumulativo iba variando, y podía incluir o excluir otras características, y apuntaba a pintar al pelucón como un sujeto que merece reprobación social. Esta palabra solía ir acompañada con manifestaciones kinésicas y de paralenguaje que la ubicaban en el terreno de la ironía, la burla, la sátira, el agravio y la injuria. Como una muestra de este uso, pero combinando en un modo semiótico lo lingüístico con la imagen, tenemos la Figura 1, una caricatura en la cual unos televidentes son adoctrinados para insultar mediante la palabra pelucón, entre otros improperios.
Casi al mismo tiempo en que Correa empezó a usar el término, se lo puede encontrar con un sentido diferente en algunas cartas de los lectores a la prensa, en artículos y otros géneros discursivos: refieren al pelucón como una persona que con esfuerzo, trabajo arduo y sacrificios varios ha logrado el ascenso social. Este uso es interesante, porque es uno de los que más se encuentran en la red luego del anteriormente señalado.
…pelucones -salvo las excepciones de rigor- somos las personas que a base de años de estudio, sacrificio y trabajo hemos conseguido ciertas comodidades como una casa, un carro, y que nuestros hijos tengan una buena educación; a pesar de que en nuestros duros inicios también fuimos muy pobres y logramos salir adelante con el esfuerzo de nuestros padres. (Arias Icaza 2007, 8 )
Considero que Pelucon es una lucha de Superacion de una persona yo vengo de una familia de padre estibador portuario y de madre dedicada a sus labores domesticas pero mi padre siempre me dijo que si yo queria triunfar en la vida y mirar la pobresa como un desafio a querer vivir mejor y ayudar a mas personas tenia que estudiar y siempre ser la mejor si me enfrasco en lamentar sobre mi crisis economnica no podia ser una persona de exito y segui los consejos hoy del Cristo del Consuelo pase a vivir en via Sanborondon pero porque gra- cias a mi padre y sus consejos de ser mejor que el y sin no estudio y obtengo u titulo superior sere una marginal y he cumplido son el Sueno de mis padre y por eso pienso que truncar la vision de un ser humano es quitarle su status como ser humano pienso que el actuales persona que dirigen el pais piensa que ser pelucon es porque es un estafador y no piensa que como padre uno desea que su hijo se a mejor que el que puedar dar fuentes de trabajo a otras persona que con eso contribuye al estado y esta pagando al estado la educacion que nos ha dado y he recibido de un colegio fiscal y de la espol “MISION CUMPLIDA DE UN SER HUMANO DE MOSTRAR A SUS PADRE CON SACRIFICIO SE PUEDE TODO NO CENTARSE A LAMENTAR” [sic]. (comentario a Guayaquil de Pie 2007)
Retórica de la discordia
En este apartado se analizará cómo los dos sentidos principales asociados a la palabra pelucón se manifiestan como acciones sociales. El primer significado que se trabajará será el establecido por el exmandatario Rafael Correa, con el cual se burla, ridiculiza y cuestiona a los llamados “oligarcas”; debemos recordar que es el predominante en la red en el período analizado. A dicho uso lo hemos denominado retórica de la discordia. El segundo sentido reiterativo es del individuo que con mucho trabajo y esfuerzo ha salido de la pobreza y ha subido en la jerarquía social; a este uso lo hemos denominado retórica de la meritocracia.
En 2006, un grupo de ciudadanos planteó a Ecuador sumarse a la candidatura de Rafael Correa. En busca de un nuevo orden, confluyeron actores de principios liberales (especialmente en lo político) e izquierdistas entusiastas.
La trayectoria de la antipolítica en el nuevo milenio osciló entre dos paradigmas bastante opuestos, que sin embargo tendían a confundirse. Uno es el caudillismo carismático y vengador con bases sociales populares que prometía destronar y castigar a los políticos, y el otro es el movimiento ciudadano de clase media a favor de una reforma política y una democracia participativa. (Espinosa 2010, 741 )
Recordemos que Rafael Correa llegó a la presidencia con la idea de transformar el país, y se fue convirtiendo en esa suerte de caudillo carismático, joven, resuelto, trabajador, elocuente y, sobre todo, justiciero, que castiga a los malos y salva a los olvidados. Esta es una marcada tendencia populista, en la cual subyace una condición maniquea. Dicha forma de entender el concepto se impone sobre la perspectiva que enfatiza la capacidad de los populistas para formar grupos de apoyo heterogéneos (constituidos por miembros de diferentes clases sociales), así como sobre la teoría que enfatiza un manejo desordenado y oportunista de las finanzas y la economía. Incluso se impone sobre la visión que enfatiza el mesianismo o caudillismo de estas figuras.
Que los populistas ganen terreno político al elaborar un emocionante relato dicotómico (los buenos versus los malos) parece ser su condición esencial. En situaciones de inequidad, suelen ir contra las élites, de ahí que lo que denominamos la retórica de la discordia sea esa construcción de oposición a partir del uso de apelativos como pelucón. Desde esta mirada, no se crea una fragmentación social, sino que se la resalta (se visibiliza el problema). Así, la palabra pelucón no creó ninguna fractura entre grupos subordinados y las élites; dicha división lleva mucho tiempo ahí, olvidada, ignorada. Lo que logró el vocablo fue dar visibilidad a una realidad de desigualdad y fraccionamiento social que el país se había negado a reconocer.
La retórica de la discordia, en el caso ecuatoriano, se construyó orientada relacionalmente, es decir, estableciendo un vínculo entre dos grupos sociales: los pelucones y los otros, llámense pobres o grupos populares. Dicha relación, como muestran algunos de los ejemplos seleccionados del uso correísta, tiene un carácter provocador, en varios casos ofensivo. De este modo, la palabra pelucón puede ser usada como agravio e incluso (en ciertos contextos) como insulto, entendiendo este último como un fenómeno sociopragmático:
Una acción verbal y/o no verbal, sancionada como ofensiva, cuyas unidades léxicas pue- den, o no, representar en sí mismas una carga insultante al evocar conceptos socialmente convenidos para ello. El insulto puede ser un acto de habla o ser tan solo una parte del acto mismo. Enmarcado en una situación comunicativa, el insulto es un recurso del locutor/ interlocutor cuya fuerza ilocucionaria se expresa como agresión. El insulto presenta un doble valor comunicativo, el de la agresión y la defensa; esto es, rompe y restituye, en algunos casos, la comunicación. (Colin 2003, 154 ).
En ese sentido, usar la palabra pelucón es un agravio contra las élites, para señalarlas como individuos moralmente cuestionables al poner en duda la legitimidad de su posición, y a su vez para dañar su imagen pública (Brown y Levinson 1987). También hay que decir que el término tiene una carga burlesca importante, lo que le da mucha fuerza en el terreno coloquial.
La intensidad del discurso desarrollado por Correa era para muchos inaceptable. Las ofensas eran constantes y agudas. Recordemos que en la pragmática el insulto viola abiertamente las máximas de Grice (1975) -la ley de cooperación busca que se mantenga la comunicación-, por lo que rompe explícitamente el proceso comunicativo. Así, surge una pregunta: ¿se rompe la comunicación con quién? Es evidente que Correa se dirige a dos públicos: por un lado, a las propias élites, con quienes abre una pugna y cierra deliberadamente la comunicación; pero también se dirige a los grupos desfavorecidos, con quienes a través de la palabra pelucón busca ya no conflicto, sino comunicación, y a su vez manifestar una proyección identitaria: Correa está de parte de la gente marginada, olvida- da, señala con el dedo a aquellos que le han dado la espalda y les recuerda la deuda social existente. Este efecto perlocutivo que busca crear un sentido identitario puede entenderse también desde la interpretación que hace Bernal (2008) del insulto: según la autora, este puede tener una intención afiliativa, es decir, crear confianza y vínculo interpersonal.
El uso de pelucón como agravio contra las élites es un recurso dentro de la retórica de la discordia, que forma parte de una estrategia política cuyo análisis puede ser abordado desde el populismo. Levitsky y Loxton (2013) sostienen que ir contra los grupos dominantes es una condición indispensable, un rasgo básico del populismo. Zanatta (2008) presta asimismo gran atención a la construcción bipolar del relato populista; además, sostiene que sus figuras arremeten contra las élites -esto incluye políticos, empresarios, comunicadores, académicos, etc.- con gran intensidad. Se trata de un discurso relativamente simple que identifica con claridad un oponente; es “el viejo rumbo populista que conduce a la reunión del líder con su pueblo en el ámbito de una comunidad holística” (Zanatta 2008, 35). Ir contra el establishment es decisivo: “La constitución plena de las identidades populares necesita la derrota política del ‘otro’, el cual es percibido como opresor o explotador” (Panizza 2002, 14 ). Enfrentar decididamente a las capas altas de la sociedad a menudo despierta emociones intensas e incrementa la cantidad de partidarios, pero puede dañar la democracia al incitar conductas arbitrarias o de plano autoritarias, lo cual desde la perspectiva liberal es una preocupación recurrente.
Ernesto Laclau (2009) ha ido contra la corriente para plantear que el populismo de izquierda puede ser democratizador en el marco de un capitalismo desregulado e incontenible, porque los líderes populistas pueden desarrollar una agenda incluyente en sus países (pueden incluso frenar el neoliberalismo). En su esfuerzo por analizar el populismo desde una mirada neomarxista, identificó en el concepto la capacidad de entender lo político y modificar el orden de las cosas. De esta manera, los populistas trazan una frontera social relativamente estable: de un lado hallamos al pueblo; del otro, al antipueblo (a menudo, las élites). En palabras de Laclau (2009, 201), el populismo “consiste en la presentación de las interpelaciones popular-democráticas como conjunto sintético-antagónico respecto a la ideología dominante”. En consecuencia, las necesidades insatisfechas unen a las personas alrededor del líder, que dice luchar decididamente por sus intereses. Laclau añade: “Al ser la construcción del pueblo el acto político par excellance -como oposición a la administración pura dentro de un marco institucional estable-, los requerimientos sine qua non de lo político son la constitución de fronteras antagónicas dentro de lo social” (195).
Al establecer un adversario que emocione y active a la gente, se crea una línea divisoria relativamente clara. En palabras de Íñigo Errejón (2015, 87) : “El discurso populista es el que unifica posiciones y sectores sociales muy diversos en una dicotomización del campo político que opone a las élites tradicionales al ‘pueblo’”. Correa se presentó con las características de un líder mesiánico y antagonista, y su compromiso trascendental con el pueblo se convirtió en el motor de su lucha.
Al usar la palabra pelucón, con su dejo informal, irónico y popular, el expresidente lograba dos objetivos: antagonizaba con las élites y reducía distancias con la gente sencilla. Planteaba un discurso horizontal (en ciertos contextos), puesto que la comunicación jerárquica ya no funcionaba. Ir contra los de arriba en sociedades inequitativas genera vínculos fuertes con el electorado. Correa hizo del vocablo pelucón un elemento muy significativo en su estrategia comunicacional; en suma, interpelaba, cuestionaba y creaba un vínculo identitario.
Retórica de la meritocracia
El segundo sentido que se encuentra de manera reiterada en la red es el del pelucón como un individuo que con trabajo duro y talento ha logrado el ascenso social y, por ende, el tipo de consumo del bienestar: auto, casa, bienes conspicuos, viajes, etc. Esta acepción es muy interesante, porque tiene como base la consecución de riqueza gracias a un mérito exclusivamente personal, una narrativa aspiracional de éxito muy propia de nuestros tiempos. Dicha narrativa exalta cualidades morales individuales muy admiradas, como el talento, la perseverancia, el esfuerzo y la inteligencia, que serían la causa del éxito, por lo que descartan variables como el linaje, la educación onerosa, la herencia o las relaciones para llegar a la cima. A este uso lo hemos denominado retórica de la meritocracia.
Tengamos presente que Michael Young crea la palabra meritocracia en la década de 1950, con la idea de satirizar el sistema educativo británico. Paradójicamente, sin embargo, pasó de ser un término satírico a uno que elogia y enaltece ciertas cualidades morales (Young 1994). Hay un vínculo entre esta acepción del concepto y la ética protestante que llevaron los primeros migrantes a Estados Unidos, un fenómeno ampliamente analizado por Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905), un libro clásico de la sociología.
En él, Weber plantea que el trabajo arduo y la austeridad (para ahorrar y luego invertir) fueron claves para el desarrollo del capitalismo. De tal forma, un aspecto central de esta ética protestante era que los sacrificios serían recompensados con éxito material, el cual en verdad representaba un camino de trascendencia, es decir, una señal de elección divina para la salvación. En la visión puritana, entonces, se piensa al trabajo como cualidad, mientras que en el catolicismo se lo piensa como un castigo por el pecado original, lo que conlleva a que se evite trabajar más allá de lo necesario para la subsistencia (Weber 2001).
En Latinoamérica, la herencia colonial nos dejó al catolicismo como forma de en- tender el mundo; sin embargo, las ideas de meritocracia, compromiso y trabajo arduo están cada vez más presentes, lo que proviene en gran parte de la influencia cultural estadounidense. El sueño americano es un anhelo individual cargado de metas concretas y alcanzables en tanto el trabajo y el talento lo permitan (por lo general, sin ayuda de amigos ni familiares). De este modo, el éxito se materializa en automóviles, casas, departamentos, empresas, viajes, etc. El objetivo es alcanzar cierto control sobre la vida y un futuro de tranquilidad y comodidades.
En el mundo actual, la meritocracia es un engranaje clave de las sociedades democráticas y capitalistas, que no solo cuestiona (o incluso niega) la relevancia de las antiguas jerarquías feudales o coloniales, sino que, más importante aún, siembra sueños y anhelos de ascenso social para los grupos desfavorecidos, lo que agrega cierta estabilidad y fuerza al sistema. Pero implica también una condena explícita a quienes, según la meritocracia, no se esfuerzan lo suficiente y por ello se mantienen en niveles de pobreza; en consecuencia, se pone sobre sus hombros la responsabilidad de su triste situación. Tomamos un ejemplo de dicho señalamiento condenatorio:
Los pobres son los que no tienen nada, viven en la miseria, los que no estudian porque sus padres prefieren que pidan caridad en cada esquina, que no hacen nada por superarse, que esperan que el Gobierno les dé todo sin mayor esfuerzo […]. Ahora las escuelas y colegios nocturnos están vacíos porque los muchachos (y sus padres) prefieren la vida fácil de la mendicidad […]. No enfrentemos a ricos contra pobres, más bien tratemos de que los pobres aspiren a ser pelucones con esfuerzo y dedicación. Como dice el refrán: “No demos un pescado, sino enseñemos a pescar” […]. Inculquemos a nuestros hijos que con estudio, sacrificio, mucho esfuerzo y respeto, pueden aspirar a ser pelucones, en el buen sentido de la palabra. Conformándose con aceptar limosnas, siempre seguirán siendo muy pobres, nunca evitarán el resentimiento social contra los que algo tienen y jamás podrán llegar a tener una mejor vida. (Arias Icaza 2007, 8 )
Sin embargo, para algunos analistas, la meritocracia está sobrevalorada o incluso es un mito. El concepto se derrumba a la luz de la evidencia empírica disponible: los datos muestran que no es sencillo prosperar en términos económicos, aunque se cuente con talento y determinación. Por un lado, las ventajas de nacer en una familia pudiente son acumulativas y sustanciales (McNamee y Miller 2014, 16). Para empezar, tener una buena alimentación y mejor salud desde la infancia determina el bienestar futuro; los niños de clases marginadas pueden sufrir de malnutrición o peores cuidados sanitarios, lo cual los perjudicará el resto de sus vidas.
Además, hay otros factores clave a la hora de entender el éxito. Hay distintas formas de capital, lo que nos remite a la teoría de Pierre Bourdieu. Recordemos que el sociólogo francés “amplió el concepto de ‘capital’, hasta entonces solo relacionado con la economía, para incluir -junto a los económicos- los recursos sociales, culturales y simbólicos. Desde entonces, el capital social ha ganado en popularidad como un término analítico que se utiliza para comprender el proceso de estratificación en los niveles individual y agregado” (Domínguez 2004, 95 ). Así, el capital social se refiere a los recursos sociales con que se cuenta, las conexiones familiares y las redes que se construyen en el contexto educativo, que pueden abrir muchas oportunidades; existe abundante evidencia empírica que muestra el efecto del capital social en el éxito laboral y económico (Lin y Erickson 2008).
Las redes sociales, que se heredan o construyen hábilmente, facilitan obtener trabajos bien remunerados, préstamos, ascensos y oportunidades de todo tipo, incluso acceso a nuevas fuentes de información (Granovetter 1973).
Los lazos sociales vinculados con redes y/o asociaciones actúan como fuentes de apoyo social y adquisición de estatus. Este nivel de capital social se ajusta fielmente a la definición de Portes como “capacidad de los actores para asegurarse beneficios por virtud de su pertenencia a redes sociales o a otras estructuras sociales”. (Domínguez 2004, 95 )
Tener el contacto adecuado en el momento justo puede abrir enormes oportunidades, inclusive en los países más desarrollados. El amiguismo se da a todo nivel. Seguramente su variante más radical es el nepotismo, entendido como la preferencia hacia familiares el momento de elegir colaboradores, desplazando a candidatos con mayor experiencia y formación académica.
Otro capital muy importante para ascender socialmente, aunque no tenga mucho que ver con la meritocracia, es el capital cultural. Según Bourdieu (1986) , el capital cultural es transmitido a través del habitus, es decir, un conjunto de prácticas y disposiciones organizadas socialmente e incorporadas a través de la interacción con el grupo y las instituciones. El capital cultural depende en buena parte de la familia en la que se nace, pues hace alusión al aprendizaje de comportamientos, modales, estilo, comida, moda, música y otros conocimientos que marcan distinción y estatus, y que son necesarios para ser aceptado en círculos de privilegio (McNamee y Miller 2004, 90 ). Estos conocimientos se adquieren en la familia, en escuelas de prestigio, clubes sociales y otros escenarios exclusivos y excluyentes. En Ecuador, como describe Hardin (2014) , las élites hacendadas usan este tipo de marcadores simbólicos para dejar claras las fronteras sociales. Como criterio final, para entender cómo la familia en la que se nace determina el éxito futuro, se debe tener presente que los descendientes heredarán los bienes de sus padres cuando estos fallezcan, lo cual no es un aspecto menor en la posición social.
La educación debería ser clave para lograr una sociedad meritocrática, pero para que así fuera, el sistema educativo debería garantizar a todos la igualdad de oportunidades. Sin embargo, en Ecuador, los grupos privilegiados se educan en colegios privados con altísimos precios de acceso, mientras que los menos favorecidos deben asistir a colegios fiscales cuya calidad no está a la misma altura; este tipo de sistema funciona, por ello, como un “apartheid” educativo que multiplica las desigualdades (Kosol 2006). Claramente, las familias pudientes evitan los colegios públicos, mientras que las de niños sin muchos re- cursos no tienen otra opción, ni manera de exigir mayor calidad educativa para sus hijos.
En Ecuador, según Hardin (2014) , las élites hacendadas neutralizan la posibilidad de movilidad social a través de la educación. Asimismo, señala la autora, los estilos de vida, el comportamiento y las costumbres que caracterizan la distinción de la élite blanca son cualidades esenciales que señalan la posesión de capital cultural asociado con la “buena crianza”.
Agregado a lo anterior, existen variables más allá del control de cualquier individuo, que influyen sustancialmente en el éxito y que no se toman en cuenta, como por ejemplo la demanda laboral. En la actualidad existen más personas sobrecalificadas que oferta la- boral, de modo que su esfuerzo y trabajo se quedan sin una respuesta del mercado, por lo cual terminarán subempleadas o en puestos de trabajo que no corresponden a su experiencia y esfuerzo (Schmitt y Jones, en McNamee y Miller 2004, 133 ).
Las economías latinoamericanas son inestables y precarias; así, el mejor escenario para ascender socialmente a través de la educación y el trabajo es ser parte de una pequeña cohorte que llega a la edad laboral durante un período de crecimiento económico, mientras que el peor escenario es ser parte de una gran cohorte y entrar a la fuerza laboral en un período recesivo o de decrecimiento económico (138). De tal manera que no importa cuán inteligente o trabajador seas, si tuviste la mala fortuna de nacer en la cohorte equivocada y el escenario económico fue desfavorable. De hecho, para ascender socialmente solo dos opciones son viables: el crecimiento del PIB o migrar a un país rico (Milanovic 2012). El primero está más allá del control de cualquier individuo del común, y el segundo significa que si naciste en un país pobre tus posibilidades son casi nulas.
Otro aspecto que se suele ignorar en relación a la meritocracia es la discriminación. Como señalan McNamee y Miller (2004, 8) , si “hay discriminación no hay meritocracia […]. La discriminación permite a algunos (que no son necesariamente meritorios) adelantarse a los demás”. Los tipos más evidentes de discriminación son la racial y la de género. En Ecuador, “existe desprecio racial, fundamentalmente en contra de aquellos ciudadanos denominados displicentemente como de ‘color’, de apariencia aindiada o chola” (Almeida 1996, 55 ). Sin embargo, como en muchos países latinoamericanos, se niega el racismo estructural que aún subsiste, por lo cual la meritocracia para los grupos discriminados, como afrodescendientes o indígenas, no es una promesa real.
También hay otros tipos de discriminación, como el heterosexismo, la discriminación por edad, la ejercida contra los discapacitados, el fanatismo religioso, el regionalismo y el “lookismo” (preferencia por lo atractivo) (McNamee y Miller 2004, 18 ). De hecho, pueden existir desventajas acumuladas, que minan aún más las posibilidades de progreso material. Por ejemplo, si se nace mujer, afrodescendiente y homosexual, ya se suman tres discriminaciones que multiplican la exclusión.
Finalmente, un asunto que parece anecdótico pero que es muy relevante es la suerte. El economista Lester Thurow (1999) señala que la creación de riqueza deriva de aprovechar los desequilibrios o momentos de ruptura en las condiciones de los mercados. Son tres los tipos de desequilibrios que abren la ventana de oportunidad para crear nueva riqueza: el tecnológico (avances como nuevo software o hardware, internet o productos que avancen en esa senda), el sociológico (cambios comportamentales o sociales no relacionados con la tecnología, como el aumento de esperanza de vida, que promueve los negocios para ancianos, cuidado médico, etc.) y el desequilibrio de desarrollo (referido a condiciones desiguales de desarrollo entre países, que crean oportunidades para introducir en un lugar productos y servicios disponibles que aún no están disponibles). Pero no son necesariamente los más visionarios o astutos quienes aprovechan estas ventanas de oportunidad; se explica mejor a partir de “la hipótesis del paseo aleatorio, que plantea que hacerse rico se asemeja a ser alcanzado por un rayo: muchos están caminando, pero solo unos pocos son golpeados al azar” (McNamee y Miller 2014, 145). En resumen, la suerte es un factor decisivo para determinar si uno termina con laureles y riqueza o queda detrás como un perdedor, en el marco de la retórica meritocrática.
Esta dicotomía del ganador y el perdedor muestra que el éxito es un podio solita- rio, por lo que no solo la mayor parte de los competidores se quedarán atrás, sino que la cima suele ser un lugar estrecho en el que caben pocos individuos. Al tornar la vista sobre aquellos que se han quedado en el camino, la retórica de la meritocracia les achaca la total responsabilidad de su situación, lo cual legitima las jerarquías y “debilita el sentido comunitario y el bienestar colectivo, y la responsabilidad social por los otros” (Williams 1958, 10 ). Así, se pierde la empatía y la solidaridad por los demás, a quienes se cree culpables de su situación, lo cual refuerza la idea de que no se necesitan políticas públicas dirigidas a estos grupos o ayuda estatal de ningún tipo, pues se estaría premiando a vagos e ineptos. Adicionalmente, “se promueve una ética socialmente corrosiva, ya que todos están compitiendo todo el tiempo entre sí” (Littler 2018, 26 ).