Ensayo
DOI: https://doi.org/10.32719/26312514.2020.3.1

URU - Revista de Comunicación y Cultura, No. 3
(Junio de 2020), paginas. 4 - 15 e-ISSN 2631-2514


El ejercicio de la legitimidad política en internet: pautas teóricas para su comprensión


The exercise of political legitimacy on the internet: theoretical guidelines for understanding


Recepción: 28/10/2019 - Revisión: 15/11/2019 - Aceptación: 25/11/2019 - Publicación: junio 2020








María José Calderón

Pontificia Universidad Católica del Ecuador (Quito) mariajose.calderon@gmail.com https://orcid.org/0000-0001-5889-3276


Resumen

Este artículo hace una revisión teórica sobre las distintas miradas en torno a los medios digitales y la política. La reflexión trata sobre cómo el uso de internet ha cambiado las prácticas deliberativas, la esfera de opinión pública y los procesos políticos contenciosos. Las explicaciones normativas quedan cortas en los procesos de ajuste de política. La aceleración de las crisis políticas y los fenómenos contenciosos en la ciudadanía nos abren nuevas narrativas que obligan a repensar las visiones normativas propias de las disciplinas en ciencias sociales.

Palabras clave: Teorías de la comunicación; teoría política; internet.


Abstract

This article makes a theoretical review of the different perspectives on digital media and politics. The reflection is about how the use of the internet has changed deliberative practices, the sphere of public opinion and contentious political processes. Regulatory explanations fall short in policy adjustment processes. The acceleration of political crises and contentious phenomena in citizens open up new narratives that force us to rethink the normative visions of social science disciplines.

Key words: Communication theories; politic theory; internet.





1. Genealogía teórica: el internet social, justificación teórica para la legitimidad de los movimientos sociales


El interés de este trabajo es problematizar el área de convergencia de los estudios de los medios y la sociología política. Se considera que existe un vacío metodológico vital para comprender el uso de internet y su impacto en la sociedad, pero este vacío no se puede llenar con interpretaciones constructivistas basadas en análisis empíricos limitados.

Aún peor es haber tomado a internet como categoría epistemológica exclusiva. Por ello se busca reivindicar el análisis de la política y dimensionar el impacto que este medio ha generado en la construcción de una praxis política. Esta investigación, propone la hipótesis de que la esfera pública se ha reconfigurado, mediante cambios en las relaciones de poder. Siguiendo una visión más optimista de la deliberación y la formación de la esfera pública en sentido habermasiano, autores como Castells, Stanley, Shane, Dutton, entre otros, utilizan la categoría de internet como una estructura social y una herramienta inclusiva.

Según esta visión, internet fomenta la comunicación entre los ciudadanos, mejora los procesos de participación en la toma de decisiones y, por lo tanto, podría aumentar la legitimidad de los gobiernos y sus prácticas. El uso de internet genera un espacio público horizontal y redefine la forma en que los actores populares se articulan frente a la política en la arena a escala nacional, ya que este es capaz de cambiar la manera en que actores populares se organizan e interactúan con el Estado, ONG locales e internacionales en una suerte de emergente sociedad civil global (Habermas 2000 [1966] citado en Calderón 2015).

El análisis atraviesa varias escalas: microgrupos como comunidades rurales, la articulación entre sectores populares y la arena de la política nacional y la globalidad. Ante la pregunta de cuál es el tipo de esfera pública que se reconfigura con el uso de tecnología, esta investigación se plantea un acercamiento metodológico desde los estudios de los medios, audiencias y consumo dentro de un contexto histórico particular con autores como Curran, Livingstone y Butsch. Es fundamental delimitar la discusión desde el ámbito normativo de la ciencia política hasta el más constructivista en el análisis de discurso. Esta necesaria reflexión es crucial para comprender los elementos con los que las ciencias sociales se han enfrentado durante la última década para poder definir a internet como objeto de estudio.

Desde el trabajo de Schmitter (1974, 22-110), los Estados modernos se construyen sobre la base de dos modelos: el corporativismo y el pluralismo. Históricamente, el modelo pluralista es el dominante versus las redes y los factores que hacen procesos democráticos participativos. Desde otra perspectiva, el corporativismo se define como un sistema de intereses y representaciones en el que los elementos constitutivos se organizan en un número limitado de categorías diferenciadas reconocidas por el Estado y otorgadas por un monopolio de los debates representativos, a cambio de cierto control en la selección de los colaboradores y la articulación de sus demandas (13). La construcción de los procesos ciudadanos será analizada a partir de una crítica hacia las distintas definiciones de las relaciones entre el Estado y ciudadanos en América Latina. Nuestra propuesta es dimensionar la política y el internet en fragmentos discursivos que crean prácticas sociales. Esta reflexión radica en la integración de fragmentos mediáticos que representan una experiencia subjetiva de lo político.

Esta distinción se define a partir del rol de las tecnologías en la generación de nuevas posibilidades de sociabilidad y acción colectiva. El análisis del internet es transversal en las relaciones políticas y permite la interpretación desde la teoría de la comunicación y la ciencia política. Los efectos de estos procesos serán analizados a luz de la participación ciudadana en procesos electorales, determinando cómo los candidatos y electores juegan un papel determinante en un espacio de debate alternativo. Las respuestas a las interrogantes expuestas explican el surgimiento de una nueva democracia pluralista frente a los conflictos de los procesos políticos y la legitimidad del poder. Las innovaciones institucionales ponen en duda la continuidad de instituciones del sistema político. De igual manera, se estructuran y definen las estrategias y repertorios en internet como expresiones paralelas y distintas de contienda.


2. De la filosofía política al giro lingüístico


Las teorías constructivistas de comunicación y las teorías de la cultura forman parte de una larga tradición de las escuelas norteamericanas e inglesas de los estudios culturales. En ambos casos, fueron ampliamente criticadas a finales de los noventas por la carencia de rigurosidad en la metodología. El posestructuralismo, décadas después, circunscribió el análisis a un problema discursivo. El principal argumento es que, en los sistemas democráticos, uno de los mayores desafíos que existe para lograr la participación política es encontrar la atención de la población para que se informe y participe en asuntos públicos. Esa tarea es llevada adelante principalmente por los medios de comunicación. Siguiendo con este argumento, una lectura más contextualizada de los distintos acercamientos teóricos sobre el internet como medio, debate sobre la existencia o no de una esfera pública burguesa. De la misma manera, esta investigación analiza los distintos niveles en los que se manifiesta el uso de un medio —como es internet— en la conformación de espacios de diálogo y de contienda desde lo local hacia lo global. Esta metodología parte de las estructuras del interaccionismo simbólico y el constructivismo continuando con los análisis apegados a la sociología de los medios y la ciencia política.

Existen innumerables análisis sobre la irrupción del internet como ejemplo de un quiebre histórico entre el uso de un medio tradicional —radio, TV, medios impresos— con la arquitectura convergente de internet como lo dicen Habermas, Couldry, Marckham y Livingstone, y Dahlgreen. Finalmente, el debate teórico se encuentra en el contexto de una tradición establecida por la literatura de los movimientos sociales, la acción colectiva y la dinámica de la contienda teorizadas por la ciencia política.

Nuestro argumento arranca con el concepto de espacio público de Hannah Arendt. El término “público” significa el propio mundo, en cuanto es común a todos nosotros y diferenciado de nuestro lugar privado. La esfera pública, al igual que el mundo en común, nos junta y al mismo tiempo nos singulariza. Se basa más en la competencia que en la colaboración y en él se singulariza a aquellos que participan separándolos de los demás.

De la misma manera, el argumento afirma que no todo espacio público es un espacio político y que la única manera de dar este salto es mediante un acercamiento reflexivo a la acción, aun pese a que el espacio de la contienda es el de aniquilación del espíritu plural a favor de intereses individuales. El espacio político se encuentra normado por un discurso y no se trata simplemente de una localización física. Con este punto de partida, podremos trazar una correlación entre la palabra mediada por el uso de tecnologías de información en el espacio virtual con todas las dimensiones propias del discurso político. Nuestra apuesta analítica es por la palabra, que es esencialmente política y el valor de la experiencia colectiva que genera se subordina en la soledad del consumo técnico en lo que se denomina “experiencia tecnológica”.

Harold Innis (1950) y otros economistas de su generación definen que la transferencia de información y bienes comerciales sobre una determinación geográfica y su penetración es mayoritariamente semántica. Siguiendo esta postura, podremos determinar que internet, finalmente, es el único medio que diluye la posibilidad geográfica y se construye en la sepa-ración del tiempo y el espacio. Es un medio indeterminado por el tiempo y construye una paradoja: el desdoblamiento de la información en el aspecto cotidiano del espacio y la acción.

Diana Saco (2009) analiza que la experiencia de lo textual en internet está determinada por la experiencia de lo público. Para la autora, el texto virtual tiene tres sentidos: el uso y el consumo, la creatividad cotidiana y la formalidad de las prácticas.

La palabra utilizada en un espacio tecnológico hace que los actores establezcan reglas propias y estrategias para definir su campo de acción y fuerzas. Es en la práctica donde se definen las dimensiones discursivas y será la guía para comprender los efectos del medio en la construcción de una agenda pública. En este intento por crear un puente entre el discurso político y la experiencia con las tecnologías de la comunicación, es preciso recordar los principios originales y el diseño en el que se basa internet.

Internet es más que un medio: internet es un protocolo y un metalenguaje donde se vincula un punto a con un punto b y además el espacio discursivo entre estas coordenadas. La diferencia radica en que, en esencia, todo este espacio se convierte en información pura. En este espacio numérico, las posibilidades de movimiento y liberación adquieren otra capacidad. La palabra, usada como patrimonio del poder, altera todas las reglas del juego, ya que internet crea una infinidad de posibilidades para la interacción humana. Una acción puede vincular otra en cadena y todos los discursos quedan abiertos al diálogo.

Wittgenstein, Searle y más recientemente Habermas, se basaron en conceptos como el de juegos de lenguaje, actos de habla o teoría de la acción comunicativa, y entre todos muestran espacios de acción y reacción que son capaces de construir mensajes con su fuerza performativa, con su capacidad de producir e intervenir en lo real y reconfigurar nuevas relaciones, abriendo o cerrando universos de sentido, encauzando modos de acción y reflexión. El lenguaje (expresado en la diversidad de juegos lingüísticos y sus respectivos códigos sociales) va más allá de su función transmisora de información. Los actos del len-guaje posteriormente se van a transformar en actos comunicacionales con toda la fuerza teórica que conlleva el reconocimiento de que son igualmente actos políticos.

Estos autores llaman a una reconstrucción de la filosofía y la teoría social, ofreciendo alternativas intersubjetivas basadas en sus teorías de la comunicación. Entre los teóricos críticos de la escuela de Frankfurt, Habermas se ha apropiado de la visión pragmática de la acción comunicativa. Desde esta tradición, se pueden encontrar similitudes entre los filósofos del lenguaje de corte pragmático como Dewey o Austin y la argumentación de Habermas. Para los teóricos de acción, desde Aristóteles, Mead, Gadamer y otros pensadores dialógicos, la idea que prevalece es la de que los seres humanos se comunican principalmente. John Dewey (1916) afirmó que la sociedad existe por y en la comunicación y la elogió como “la más maravillosa de todas las actividades humanas” (Calderón 2015). De la misma manera, los teóricos del positivismo y los teóricos críticos analizan el uso intensivo de tecnología como una relación de dominación social, que apunta a las fuerzas que socavan la potencia-lidad democrática de la sociedad moderna.

Siguiendo los pasos de Dewey, Habermas subraya la necesidad de que la comunicación sin coerción sea la base de las instituciones democráticas liberales. De igual manera, solicitaba la unificación de la teoría y la práctica, proporcionando las críticas sistemáticas de especulación y del pensamiento conformista, así como de las ideologías conservadoras. La comunicación, en este sentido, es una actividad de la vida central y el punto de apoyo de la teoría crítica: “La perspectiva utópica de reconciliación y libertad está arraigada en las condiciones de asociación comunicativa de los individuos” (Habermas 1989 398).

El espacio discursivo sigue siendo vital para encontrar nuevos marcos teóricos explicativos de la teoría de los medios como engranaje en la investigación política. Desde luego, esto no quiere decir que la esfera pública burguesa debe ser idealizada como un reino prístino de cooperación social y de liberación humana, más bien, se trata de reconocer que su propia existencia depende de su capacidad para promover la participación ciudadana en los procesos comunicativos de la opinión y de la formación de la voluntad.

En este texto, se explora la creación del recurso político de legitimidad en el espacio digital. Para hacer esto, se examina la noción de esfera pública, una metáfora de la suma total del diálogo: la articulación de opiniones y creencias de los individuos, y la agregación de estos en la opinión pública, que informa a las élites sobre el alcance y los límites de su autoridad, y al hacerlo, dirige la formulación de políticas. También refleja la forma en que la comunidad ve la política y los problemas, revelando cómo es la comprensión del mundo político.


3. Las categorías de la democracia y la tecnología: en busca de la legitimidad perdida


Robert Putnam argumentaba que la sociedad reclamaría el surgimiento de nuevas, tal vez desconocidas, instituciones participativas para construir comunidades con una sensación de identidad con el grupo y confianza recíproca. Para el autor, las redes sociales importan; sin embargo, la tecnología ha reconfigurado y mezclado en un mismo espacio el interés público, los espacios de socialización lúdicos y la educación formal —como transferencia de tecnología— y lo han modificado en un solo lugar. Los procesos de democracia directa y participativa deberían haber sido coordinados por las autoridades locales, han sido desplazados por la presencia, lugares aparentemente neutros y cuya función es la de convertirse en un mediador directo con el Estado y sus funciones.

Desde un punto de vista práctico, sin embargo, la distinción entre esferas local y urbano/global es esencial para la comprensión de los procesos políticos en discusión. En consecuencia, es necesario tener una visión general de la política del Estado y de la evolución de la práctica democrática en el pasado reciente para entender las relaciones entre los cambios institucionales, las tecnologías de información y comunicación (TIC) y las relaciones del Estado con la sociedad civil en general. Otros usos destacados en los centros de acceso son la comunicación y el entretenimiento. Además, estos aparecen como espacios de encuentro e interacción social, socialización y debate. Esto quiere decir que el espacio de deliberación si se ha desplazado de otras formas clientelares de relacionamiento político. La débil institucionalidad de negociación y lobbying de los grupos sociales atomizados por demandas en el proceso ha dejado al internet como única estrategia para lograr presión a escala nacional e internacional.

Esto nos remite a plantearnos no solo la existencia de estos espacios, sino también la construcción de la ciudadanía política a pesar de los clivajes étnicos, sociales y económicos que dividen al país (Lipset 1967). La relación entre el desarrollo económico, la disminución del clientelismo como estructura política y el crecimiento de la confianza en las instituciones han tenido un giro con el uso intensivo del Internet. Lo que sí parece evidente, es que la necesidad de una tutela institucional de manera paternalista sigue permeando las capacidades de organización política.

La banalización de las instituciones tradicionales se vuelve evidente y la eficacia de la palabra virtual ha tomado el espacio del debate. Existen innovaciones de casos particulares aislados con la participación directa en procesos de planificación para comunidades, etc. Estas innovaciones han permitido cambiar la forma en que los gobiernos locales principalmente incluyen las propuestas ciudadanas como un elemento fundamental en el cambio institucional y el fortalecimiento democrático en la región. La red incide sobre la ciudadanía y de alguna forma se institucionaliza. Una acción de este tipo contribuiría no solamente a la mayor y mejor utilización de estas formas de democracia directa, sino que derivaría en general en una mejor calidad de la democracia en todos sus aspectos y niveles. Sin embargo, estas no demuestran respeto y confianza hacia conceptos como ciudadanía y democracia tradicionales.

El caso ecuatoriano nos deja algunas interrogantes fundamentales. El proceso político iniciado en 2008 con una Constitución política que garantizaba la promoción y estructuración de posibilidades de participación ciudadana, proclama además varios tipos de demo-cracia: representativa, participativa y directa con sus diversos procedimientos y normativas. Este estudio evalúa el impacto de internet en la nueva estructura política ecuatoriana a partir del análisis de las prácticas deliberativas y su impacto en la gestión de la democracia.

Más allá de la definición normativa clásica de la democracia, ponemos en evidencia que la presencia ubicua del internet hace que la deliberación tradicional y el debate público sean más extensos y diversos. La diseminación de ideas ya no es un proceso metódico y complejo que requiere de varios procesos y mediaciones. Este sistema, permite generar y difundir en tiempo real cualquier información más allá de su calidad y contenido (Huber Stephens; Stephens y Kiemen 2014).

Al retomar el debate de lo público, se caracteriza este espacio como el que estuvo colonizado por medios tradicionales y el consecuente poder de turno. La democracia adquiere formas que dependen de las condiciones socioeconómicas de un país. Para esta tradición de la ciencia política, la vinculación y el fortalecimiento institucional de un país estaba direc-tamente asociado a su poder socioeconómico y la capacidad de cambio político. Lo público estaba altamente mediado, pero necesitaba de un esfuerzo mayor para publicar y recuperar la información. Motivaba a las personas a ser selectivas. La digitalización eliminó la mediación en su punto final. El receptor es ahora productor y el flujo de información, llega a lugares y espacios cada vez mayores y más rápidos. El efecto de information overload (Shenk 1998) tiene una consecuencia más bien perversa sobre la calidad de vida del mensaje. En este espacio público, sin embargo, se vive la contienda política de manera cotidiana. La velocidad del medio ha cambiado potencialmente nuestro interés en la política, pero todos los cambios se manifiestan sobre procesos democráticos tradicionales como son las elecciones. Esta sección detalla la manera en que el comportamiento del ciudadano en este entorno, excesivo, tiene resultados reales sobre elecciones o manifestaciones civiles.

Se arranca con las versiones normativas de Robert Dahl y Philippe Schmitter que intentan redefinirla con la esperanza de obtener un mayor grado de precisión conceptual. La poliarquía, en este sentido, trató de alejarse de adjetivos dudosos como “popular”, “guiado” y “formal” para definirla. Esta trayectoria teórica nos permite criticar el término en la construcción de un modelo contemporáneo de debate y participación política. Al mismo tiempo, este término se ha convertido en un importante medio para el consenso sobre las condiciones mínimas que deben cumplir los gobiernos con el fin de merecer la denominación de “democrático”. Sin embargo, en este debate, la noción de democracia cobra valor solo en tanto define el espacio de lo público. Para Sartori (1998), la democracia es, ante todo y por encima de todo, un ideal. Su elemento normativo es constitutivo y provee una tensión ideal, sin la cual, una democracia no nace o bien se distiende rápidamente. El elemento dinámico se centra entre la democracia ideal y la real, que hace a esta última perfectible. Cuanto más se democratiza una democracia, tanto más se eleva la apuesta. Como un ideal, desde una profundización de la visión normativa, recuerda que existen algunas premisas que justifican a la misma.

La democracia en el siglo XX contó con nuevas estructuras tecnológicas que condicionaron la forma de hacer política. Siguiendo la definición de la democracia de Sartori (1998, 20-5), en que se afirma que la soberanía del pueblo en su ideal democrático ha adquirido un nombre nuevo —el de la masificación— el consumo y la fragmentación por parte de medios como la televisión han puesto en riesgo su legitimidad. El autor manifiesta que el hecho de que la información y la educación política estén en manos de la televisión presenta serios problemas para la consolidación democrática. En lugar de disfrutar de una de-mocracia representativa, “el demos está dirigido por los medios de comunicación” (Sartori 1987, 33). Estos no son el espejo de la opinión pública, sino la pantalla que recoge el eco. De acuerdo con Sartori, los medios no reflejan los cambios que ocurren en la sociedad, sino las transformaciones que, a la larga, promueven. La abundancia de información no garantiza la comprensión de los fenómenos: “[S]e puede estar informadísimo de muchas cuestiones y, a pesar de ello, no comprenderlas” (Sartori 1998, 150). No es una multitud que crea opinión, es un público que la demanda.

La pregunta que responde este tratado teórico es si el uso de las tecnologías de la información impacta en procesos de democratización contemporánea y de Ecuador: toma de decisiones y procesos de rendición de cuentas —accountability— con la legitimidad de las instituciones y sus líderes. Lo que prima es el sentido y la capacidad de integrar la deliberación y participación de la ciudadanía en contrapunto con procesos democráticos tradicionales como procesos electorales y demandas cívicas.

Las comunidades virtuales tienen como modelo de negocio una recomposición del consumo de medios que va más allá de lo informacional para volverse peligrosamente parte de la reproducción social y económica. La creación de comunidades está atestiguando con acelerada verdad los riesgos que los clivajes sociales y económicos auguran. El pensamiento colectivo —antes celosamente guardado como un efecto catártico del poder legítimo— ahora es como un animal mitológico cuyas cabezas nacen una y otra vez. La ignorancia individual no afecta solo a votantes, sino a los gobiernos e instituciones una vez legítimos. La verdad pasó a un segundo plano.

Las narrativas humanas permiten dotar de legitimidad al tejido social. Las transformaciones políticas en América Latina se pueden observar también en la red. En últimos años, hemos sido testigos de cómo algunos de los líderes latinoamericanos se han destacado por utilizar Twitter de manera intensiva para comunicarse con los ciudadanos y/o para difundir los logros de sus gobiernos. Para esto vamos a referir todo un sistema de análisis de matemática discreta sobre los flujos entre nodos. Equiparables a los antiguos estudios de recepción y a las encuestas de opinión, las acciones de los actores en red pueden ser medi-das en tiempo real. La medición de actitudes en línea tiene una capacidad de engagement y liberalización del sesgo que lo vuelven único. El superávit de información proveniente de internet ha hecho que los estudios en ciencias sociales encuentren con una nueva dimensión de análisis en los vastos tesoros de los datos personales recogidos por Facebook, Google, Amazon y una serie de empresas de nueva creación, que dicen que podría transformar la investigación en esta área.

En internet, las acciones de todos aparecen de manera coordinada. Este fenómeno se conoce como “estigmergía”, un término tomado de las ciencias naturales para describir patrones de colaboración de manera masiva. Ha sido utilizado por varios autores para definir los sistemas de colaboración y movilización humana en redes sociales virtuales (Huber, Stephens y Kiemen 2014, 115-32). Estos sistemas funcionan de manera compleja y requieren de sinergias fuera de línea. Sin embargo, el poder que han llegado a tener se presenta con nuevos retos para el funcionamiento institucional de la participación ciudanía en países cuyos procesos de democratización e institucionalización han sido complejos. Con el fin de desarrollar un marco analítico más útil para comprender los procesos sociales contemporáneos, se toma la definición de democracia moderna más amplia y elemental. Si se centra la atención en la capacidad performativa del discurso de los movimientos sociales, se identifica las limitaciones tradicionales del medio. Lo que parece estar en gran parte ausente es una perspectiva que apunte más a las características prácticas y dinámicas de participación y que sitúe a la discusión cívica como parte de un conjunto de lo que se podría ver cómo prerre-quisitos culturales para el compromiso político. Estas reflexiones acompañan esta definición de deliberación que es central para la democracia, aunque sea en un plano normativo, y que reresenta de manera adecuada las formas de discusión en lo público. Los fenómenos contenciosos masivos, como movimientos sociales y protestas públicas, como se analizará en este capítulo, son un ejemplo de la capacidad y velocidad del medio para movilizar a grupos sociales. ¿Cómo procede la democracia deliberativa en el siglo de las redes sociales?

Resulta innegable hablar sobre el impacto del control estatal sobre los medios de comunicación masivos. El repertorio cambia con el tiempo, según Charles Tilly. Los cambios fundamentales en la acción colectiva dependen de grandes fluctuaciones en los intereses, de oportunidades y de organización. La acción colectiva es efectiva en cuanto coincida con los medios que están efectivamente disponibles para un determinado conjunto de personas y que se utilizan para actuar colectivamente (Van Dyke y Taylor 2004). El repertorio de la acción de los movimientos sociales es tan amplio como movimientos sociales y activistas, metas y causas, al igual que reclamos y quejas existen. Aquí hay que enforcarse explícitamente en lo que se ha denominado heterodoxia o comportamiento político no convencional. Las acciones y tácticas que se “realizan” en el lado no institucional de política, fuera del ámbito de la participación convencional u ortodoxa (votar, ser miembro de un partido político, ejercer como actor político) y hacia el otro extremo, los crímenes políticos, el terrorismo o la guerra de guerrillas (Marsh 1977, 42).


4. El principio del fin: posverdad y poder


El poder y la verdad siguen un mismo guion ya pactado en democracia. La visión moderna normativa de la teoría política obliga a mirar a la contienda como parte de un repertorio de legitimidad clara. Sin embargo, internet trae un nuevo actor a la ecuación de la competencia legítima: la posverdad. Ya no existe una diferencia entre lo real y lo ficticio, sino narrativas próximas al control. Detrás de toda falsedad, existen problemas reales y la nueva responsabilidad ciudadana no radica en creer a las autoridades legítimas, sino en la palabra de su par. Esto hace que el ejercicio de la tolerancia esté basado en las narrativas modernas de la alteridad (Harari 2018, 250-69).

El conflicto radica en que la esencia misma del medio, al ser multimodal, diversificado y omnipresente, puede limitar el debate generado por expresiones independientes o, lo que es peor, al mantenimiento de la estructura de poder. Cada acto de reversión digital promete contener una política simbólica, es decir que el espíritu de la contienda no se des-plaza. El riesgo del movimiento hacktivista en que el “acceso lo es todo” lo circunscriben a una mentalidad instrumental y apolítica. Sin embargo, el uso ingenioso de varios artefactos y sistemas es innovador no por razones estéticas sino por sus capacidades políticas que re-cuerdan la búsqueda de la participación en su sentido original. Por lo tanto, la explicación de la importancia de hacktivismo radica en buscar técnicas imaginativas basadas en la tecnología tradicional y aliadas con recursos culturales propios. Finalmente, es deshacerse de la mentalidad servil y reafirma valores que nos recuerdan al reconocimiento de lo subalterno por una audiencia global.

La cercanía con el poder a través de redes sociales y la personalización de la política ha permitido la vinculación de los políticos con los electores, volviendo inocuos el debate racional y el diálogo político. Sin embargo, estas interacciones y el uso intensivo de redes sociales han contribuido a un paulatino declive de legitimidad de los representantes y de los procesos democráticos; sin embargo, la promoción de un cambio político y cultural se vuelve efímera, como el medio en sí mismo.

La toma de decisiones, las separaciones de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial), los derechos individuales de libre expresión, de reunión, asociación, de religión, de elecciones libres, justas y periódicas, y fuentes de información accesible y alternativa forman parte de este lugar que defino como espacio deliberante. Si estas características no están funcionando bien, entonces la sociedad civil y la deliberación entre los ciudadanos tampoco funcionan con un equilibrio básico.

Podemos afirmar que la relación entre confianza política y compromiso cívico parece ser distinta en las nuevas democracias y las establecidas. Las “nuevas democracias” tienen un mayor desencanto frente a la participación política y una desconfianza generalizada frente a las instituciones que garantizan la representación. La política mediatizada contribuye a una real y paulatina crisis de legitimidad simbólica de los gobernantes y a una desinstitucionalización de los procesos políticos. En cierta medida el efecto negativo de la distancia entre las instituciones políticas y el deseo de acción política sigue constituyendo parte de la crisis de representación.

Siguiendo el argumento de William Dutton (1999), las redes generadas por telecomunicaciones equivaldrían a una suerte de quinto estado o quinto poder. No sería un medio tradicional, pero tendría el mismo efecto discursivo y sus réplicas consecuentes. En Francia prerrevolucionaria y en Inglaterra, por ejemplo, estos estados fueron identificados como el clero, la nobleza y los comunes. En el siglo XVIII, Edmund Burke (1984, 15) identificó la prensa como un cuarto poder, con el argumento: “Había tres Estados en el Parlamento, pero en la galería de reporteros allá, allí estaba sentado un cuarto estado más importante ahora que todos ellos. No es una forma de hablar, o refrán ingenioso, es un hecho literal, muy memorable para nosotros en estas veces”.

La concepción histórica de las sociedades feudales se divide en “propiedades del reino”, que pueden ser actualizadas para comprender la evolución de las sociedades contem-poráneas de la red conformada por individuos y no solo por instituciones, de una manera que sea útil para la comprensión de la evolución de las sociedades contemporáneas. En el siglo XXI, una nueva institución está emergiendo con unas características similares, pero lo suficientemente distintivas e importantes como para justificar su reconocimiento como un nuevo quinto estado o quinto poder. Este se construye con el creciente uso de internet. Se relaciona la información y la comunicación basada en su arquitectura, lo que permite reconfigurar el acceso a fuentes alternativas de información, personas y otros recursos. Esto permite a los individuos en red moverse e ir más allá de los límites de las actuales instituciones, abriendo así nuevas formas de aumentar la presión sobre instancias políticas. Al mismo tiempo se abren otros locus de poder e influencia. Estos cambios son reales, y se pueden medir más allá de las fronteras físicas de los actores.

Finalmente, es una realidad que el uso del internet promueve la participación ciudadana en los procesos de toma de decisiones y, por tanto, podría aumentar la legitimidad de los gobiernos y las estructuras de gobierno; sin embargo, esta capacidad ha conseguido minar el debate en términos racionales. La ciudadanía ha perdido de manera más rápida la vinculación de legitimidad no solo con los gobernantes sino además con las instituciones que permiten el ejercicio de una democracia real. En la medida en que internet también reduce los costos de coordinación de la acción política, el efecto combinado de un menor coste de entrada en el mercado político tradicional podría provocar una “intensificación” de la acción de los grupos. Esto daría lugar a lo que algunos autores han destacado como el rasgo que caracterizará la política en la era de internet: un pluralismo acelerado que, desde el origen, acelerará la aparición y desaparición de los grupos sociales y su principal efecto en la política se verá en la intensificación de la actividad de los mismos. Esta sensación de aumento, podría ser únicamente una ilusión que materialmente está engendrada por el tipo de comunicación a la que convergimos; sin embargo, lo que no es una ilusión es la capacidad de movilización efectiva que el internet posee.

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