PROCESOS 51, enero-junio 2020 149
algo nuevo, el parque o un edicio de ocinas públicas, causó el prodigio de
transformar ante los ojos de los habitantes el pasado en futuro. Así mismo, las
esculturas, todas nuevas, con las que se fue llenando el espacio de la ciudad,
debían garantizar el recuerdo de los sujetos fundantes del Estado-nación con
la solidez del bronce o del mármol. Estas estatuas, por lo tanto, no quedaron
circunscritas al pasado sino al mito de origen del Estado y de la nación: ese
momento maravilloso e intemporal que no puede estar en el pasado, pues,
siempre presente, actualiza en cada conmemoración la vigencia del acto crea-
dor y, por ello, controla que el futuro no atente contra su continuidad. Este fue
el caso, por ejemplo, de las estatuas a Tomás Cipriano de Mosquera (1883),
Policarpa Salavarrieta (1910), Camilo Torres y Tenorio (1910), Antonio Nariño
(1910), Francisco José de Caldas (1910) y, Hermógenes Maza (1912).
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Cuarto, se constituyeron otros lugares mnemotécnicos en la ciudad: de
una parte, la nueva toponimia de sus calles, ahora referente de héroes mili-
tares, batallas, montañas, ciudades, en n, lugares que debían entrar a la me-
moria de los bogotanos o causar curiosidad a los forasteros.
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Y, de otra parte,
mausoleos o esculturas fastuosas en el cementerio de la ciudad, como el de-
dicado a Francisco de Paula Santander, José Ignacio de Márquez, Anselmo
Pineda, Ezequiel Rojas, Miguel Antonio Caro, Juan José Neira, Florentino
González, Aquileo Parra y tantos otros asociados como militares o políticos
u hombres de letras a la construcción del Estado y de la nación.
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Quinto, nalmente, en 1892 Ignacio Borda publicó un libro muy intere-
sante tanto por la fecha, el cuarto centenario del descubrimiento de América,
como por su contenido: los monumentos patrióticos de la ciudad, título de
la obra. ¿Cuáles fueron los elegidos? El listado es interesante: la estatua de
Bolívar, la estatua de Santander, la estatua de Mosquera, el Monumento de
los Mártires, el Monumento del Centenario, el mausoleo de Neira, el busto
de Acevedo y Gómez, el mausoleo de Castillo y Rada, la lápida a Francisco
José de Caldas, la lápida conmemorativa de la salvación del Libertador y el
mausoleo de Gonzalo Jiménez de Quesada. El autor señala, igualmente, cuá-
les monumentos habían sido ordenados realizar pero que a la fecha aún no
se había cumplido con la orden dada por el Gobierno nacional: el del general
Obando, el del coronel Patrocinio Cuellar, el monumento a Cristóbal Colón,
el de José María Córdoba, el de Pedro Alcántara Herrán, el del general An-
tonio Nariño, el traslado de la estatua de Bolívar colocada en el templete del
10. Ibíd., 35, 44-55, 70-72.
11. Con relación a los cambios de los nombres de las calles y plazas de la ciudad du-
rante el siglo XIX véase, entre otros, la todavía fundamental obra de Moisés de la Rosa,
CallesdeSantafédeBogotá (Bogotá: Imprenta Nacional, 1938).
12. Alberto Escovar y Margarita Mariño, GuíadelCementerioCentraldeBogotá.Elipse
Central (Bogotá: Corporación La Candelaria, 2003).