Procesos 59, enero-junio 2024 167
ra.13 Compuesta por la misma Gertrudis, quien redactó testimonios íntimos
de sus experiencias místicas, y su confesor, el religioso carmelita Martín de
la Cruz, quien estructuró la historia, guarda similitudes con otras obras del
mismo género literario. No obstante, es singular por la importancia que con-
cede al componente visual. A más de la ornamentada portada, y del retrato
de Gertrudis, que aparece al inicio de cada uno de los tres volúmenes del
manuscrito, se incluyen varios dibujos, la mayoría de los cuales representan
las visiones de la monja.
Por lo general, Gertrudis accede al conocimiento divino a través de los
sentidos, una característica de la mística barroca. Algunos dibujos siguen
una iconografía convencional. Entre ellos se encuentran la visión del inter-
cambio de corazones con Jesucristo o aquella otra en que el mismo Jesucristo
le invita a beber de la sangre de su costado. Ante el espectador se muestra
una historia completa, que tiene acceso a la experiencia visionaria a través
del cuerpo de la monja. Otros, más innovadores, muestran la visión de forma
inmediata. En estos casos, el objeto está removido de una narrativa pictórica,
y es el texto, en primera persona, el que lo contextualiza.
La autoría es un tema complicado en este manuscrito. En la narración
tenemos dos voces, pero es difícil saber cuántas manos intervienen sobre
la página, es decir, cuesta discernir quién traza las palabras o los dibujos.
Martín de la Cruz es un personaje solitario, que carecía de los recursos para
componer la obra. Es posible, por tanto, que las monjas de Santa Clara, y tal
vez la misma Gertrudis, hayan tenido una participación más decidida en su
redacción e ilustración. Queda claro que los dibujos que presentan visiones
contextualizadas por la voz íntima de Gertrudis, como es el caso del compás,
son cuando menos una copia de los que ella misma habría entregado a su
confesor. Lo que es más importante, se revelan como el resultado de un acto
de introspección. Esto lo evidencia una instancia en la que Jesucristo pinta sus
iniciales y los monogramas de José y María sobre el corazón de Gertrudis. La
traducción de esta visión, a través de palabras y del dibujo, parecerían tomar
forma en un momento de autocontemplación. Así, ella anota que se grabaron
los “nombres sagrados con las letras y cifras ya referidas en mi corazón, y por
orla tenía un letrero que decía: Jesús es dueño de este corazón echado de su
amor. Como en el presente se demuestra”. Al texto sigue el dibujo.
Para concluir, quiero resaltar los aportes de estos estudios para la com-
prensión de la cultura barroca en Quito. Por un lado, si las preocupaciones
de la teoría artística migran hacia la hagiografía, también es importante con-
siderar su circulación transatlántica, y la activa participación de autores y ar-
13. En este volumen se encuentran importantes contribuciones de Regina Harrison,
su editora, Alison Webber y Catalina Andrango-Walker.