Dominación, rebeldía,
negociación y transformación
Domination,Rebellion,Negotiation,andTransformation
Dominação, rebeldia, negociação e transformação
Pablo Ospina Peralta
UniversidadAndinaSimónBolívar,SedeEcuador
Quito, Ecuador
https://doi.org/10.29078/procesos.v.n56.2022.3411
Me siento muy honrado por los valiosos comentarios de tres inteligentes
estudiosas que han hecho signicativos aportes a la historiografía ecuato-
riana. Kim Clark, Silvia Vega y Valeria Coronel han sido generosas en sus
palabras y aladas en sus sugerencias para el debate. Solo cabe agradecer
innitamente el tiempo dedicado a la lectura, la escritura y a pensar sobre las
propuestas de interpretación histórica que hice en Laaleacióninestable.
Las observaciones de Kim Clark sobre los efectos de la escala de las cosas
que estudiamos en la manera en que pensamos la historia, el devenir social y
el funcionamiento del Estado iluminan mucho de mi entendimiento sobre el
posible aporte y los límites del libro. Cuando uno se enfoca en las operaciones
cotidianas y las mecánicas particulares de una institución pública, se sitúa en
el momento preciso de la interacción con los sujetos del Estado, lo que emerge
es, en efecto, el Estado como adjetivo, la hegemonía como adjetivo, no como
sustantivo. Como proceso, como devenir en actos sucesivos, antes que como
resultado. No como una cosa, sino como un manojoderelaciones en movimien-
to. No importa cuán cuidadoso uno intente ser con la revisión de las fuentes,
de los expedientes del Ministerio de Previsión Social y Trabajo, de las peticio-
nes de las comunidades en conicto, de las respuestas de los funcionarios, de
las diferencias visibles entre lo que dicen los jefes de los ministerios y lo que
expresan sus técnicos subordinados; el peso de la escala de los procesos que
se está tratando de explicar, ejerce una devastadora opresión sobre el devenir
cotidiano que siempre es la base de cualquier explicación global.
Procesos. Revista Ecuatoriana de Historia, n.º 56 (julio-diciembre 2022), 198-201. ISSN: 1390-0099; e-ISSN: 2588-0780
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Igual que Kim, yo también le doy vueltas a cómo combinar ambas es-
calas, tan necesarias: la comprensión general de los procesos históricos, su
sentido, con sus expresiones particulares, siempre irreductibles, pletóricas de
signicados contradictorios. Quizá hay que hacer como en la Historia huaora-
ni, de Miguel Ángel Cabodevilla, en la HistoriasocialyeconómicadelAltoNapo,
de Blanca Muratorio, o en la Historiadobledelacostaatlántica, de Orlando Fals
Borda, y escribir el relato en capítulos interpuestos, en el que se sucede una
historia desde abajo y otra desde arriba; una donde se enfatizan los adjetivos
y las formas particulares de entender lo que pasa, y otra donde los adjetivos
se transguran en nombres propios que nos ayudan a darle una identidad a
esas formas particulares, enrevesadas e innitas. Hay que seguir buscando.
Así como Kim Clark advierte que el enfoque “global” (por llamarlo de alguna
manera) de Laaleacióninestable le resulta útil para construir el relato y la inter-
pretación que ella realiza en su escala cotidiana; cualquiera que haya leído mi
libro podrá ver la enorme deuda que tengo con su larga investigación sobre
el Ecuador y sobre la operación del Estado en el siglo XX. No solo abundan
las citas de sus trabajos, sino que creo que hay en Laaleacióninestable un argu-
mento que busca ser explícitamente compatible con las interpretaciones que
ha ido hilvanando por otros caminos y a otras escalas. Los entiendo como
esfuerzos complementarios: ojalá el porvenir nos depare trabajos conjuntos
sobre el pasado donde podamos experimentar esa combinación tan urgente
de escalas de estudio; la macrosociología aliada al n con la microhistoria.
Anoto que la crítica de Valeria Coronel, cuya interpretación es bastante
diferente a la mía, se acoge también al trabajo de Kim Clark para sostenerse y
justicar su argumento. Algún día, quizá Kim se anime a dar su propio vere-
dicto sobre cuál de las dos interpretaciones globales de la historia ecuatoria-
na del siglo XX le parece más ajustada a sus propias investigaciones de la for-
mación cotidiana del Estado. O quizá nos ofrezca una opción para hacerlas
compatibles entre sí. Creo que Valeria ha tratado de jar el punto esencial de
nuestra discrepancia sobre este período: el grado de la autonomía de las cla-
ses subalternas respecto de las dominantes. A mi juicio, la interpretación de
Valeria padece de una debilidad teórica general: olvidar que los dominantes
siempre tienen, por su posición estructural, mayores ventajas, oportunidades
y herramientas para la acción deliberada y efectiva, que los dominados. Si
hablamos de “subalternos” es porque están sometidos, en última instancia,
a las reglas impuestas por los “dominantes”. Nadie es soberano absoluto en
el mundo, ni siquiera las clases dominantes, ni el más encumbrado de los
dictadores totalitarios. Pero la libertad de los dominados es, pordenición,
más limitada que la de los dominantes.
Creo que Valeria se equivoca cuando dice que Laaleacióninestable de-
ende un “argumento a favor de la tesis de la ruta autoritaria”. Al contra-
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rio, propone la existencia de una onda de variación mucho más grande que
aquella que supone que hay solo dos vías de transición al capitalismo, la
democrática y revolucionaria, farmer, por un lado, y la oligárquica y reaccio-
naria, junker, por otro.1 Guatemala tiene un Estado, una historia y un capita-
lismo profundamente distintos a los de Ecuador, pero ambos países caen en
la macrocategoría de la víajunker. En la vía democrática y revolucionaria, al
nal de cuentas, para Agustín Cueva, solo cabe México. Pero las variantes
son mucho mayores que una categoría donde hay un país y una segunda ca-
tegoría donde tenemos a los otros veinte. La propuesta del transformismo es
precisamente un intento de jar con mayor precisión esas diferencias. Pero
no dejan de ser variantes dentro de un Estado oligárquico que se transfor-
ma en un Estado capitalista; un Estado donde, por lo tanto, la dominación
oligárquica y burguesa, se preservan. El punto es que no se ejercen de la
misma forma que en Argentina, en México o en Guatemala. Hay gradaciones
distintas y formas particulares que dependen de las diferentes relaciones de
fuerza existentes.
Valeria insiste en la fortaleza, autonomía y amplitud de las visiones re-
publicanas y antioligárquicas de las clases populares ecuatorianas. Lo que a
mi juicio le falta a su reivindicación es una lectura más concreta de las con-
quistas obtenidas para compararlas con las obtenidas en otros países y sacar
de ello las conclusiones que caben sobre la relación de fuerzas políticas de las
que emergieron. Un solo ejemplo: menciona en su comentario al Código del
Trabajo aprobado en 1938, pero no nos dice por qué es tan moderado en sus
regulaciones. Por supuesto, la mayoría de los empresarios preferiría que no
hubiera más reglamentación que la derivada de la negociación individual en
el mercado de trabajo. Pero cualquier comparación con los códigos laborales
mexicano o argentino revela que el grado de protección y garantías ofrecidas
al norte y al sur del continente, en la misma época, son estratosféricamente
más favorables a los trabajadores que las obtenidas en el Ecuador, desde la
agremiación por rama de actividad, pasando por la negociación colectiva de
los contratos (no por empresa individual, como en el Código ecuatoriano),
hasta la garantía de que los sindicatos aprueben los cambios de actividad de
los obreros en cada taller o que manejen los fondos de pensiones y de salud
a nivel nacional. Es evidente que el balance de poder, autonomía y fuerza de
los obreros ecuatorianos era menos favorable que el de mexicanos y argen-
tinos. Exactamente lo mismo puede decirse respecto a la reforma agraria.
1. Es la propuesta clásica de Agustín Cueva, El desarrollo del capitalismo en América
Latina.Ensayodeinterpretaciónhistórica. 11.ª ed. (Ciudad de México: Siglo XXI, 1987 [1977]),
144-183.
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La observación de Silvia Vega sobre la “invisibilización” de las luchas y los
actores subalternos en Laaleacióninestable alude a la misma incomodidad de
Valeria. No es grato para mí concluir que primó la moderación y dependencia
en las clases populares ecuatorianas durante esta transición. Por supuesto, la
moderación y la dependencia son cosas relativas: los campesinos e indígenas
ecuatorianos de ese período fueron más rebeldes que los paraguayos o los hon-
dureños, pero menos que los bolivianos o guatemaltecos. El principio general
podría enunciarse así: la autonomía de los sectores subalternos existe siempre,
pero su grado varía históricamente de acuerdo a circunstancias que hay que
estudiar, y, salvo en ciertas coyunturas revolucionarias, nunca supera el grado
de autonomía del que gozan las clases dominantes. En mi opinión las luchas
subalternas no están invisibilizadas en Laaleacióninestable; hay dos capítulos
enteros (cien páginas) dedicados a la rebeldía y la lealtad en las zonas rurales
de la costa y la sierra. Lo que pasa es que su radicalidad y su fuerza fueron con-
tenidos por las clases dominantes y sus efectos sobre la organización del Esta-
do fueron menos radicales y poderosos. Llegaron hasta donde pudieron: hasta
la negociación transformista, que expresa, como en Gramsci, la hegemonía de
los moderados. Pero hubo cambios: las oligarquías desaparecieron, el capitalis-
mo se implantó, se hizo una reforma agraria (hubo países donde ni siquiera la
hubo, como en Uruguay, Colombia o Brasil). No obstante, fueron cambios que
(casi) nunca llegaron a amenazar seriamente el dominio de los dominantes.
Silvia Vega pregunta si todavía hoy somos un Estado transformista. La
aleacióninestable abarca el origen y la consolidación de ese tipo de Estado
burgués moderno, pero ¿qué pasaba antes y qué pasó después? ¿Qué pasa
ahora? Es tema para otro libro, una periodización general de la historia ecua-
toriana a la luz de esta propuesta. Así que me limito a decir que cuando
escribí este libro tenía ante mis ojos la caída de tres presidentes en rebeliones
populares incruentas (1997, 2000 y 2005). Cuando escribí este libro estaba
tratando de explicar el presente. Así que opino que todavía vivimos bajo un
Estado transformista. Creo que Rafael Correa trató de cambiarlo por un Es-
tado fuerte, centralizado, y disciplinario, pero creo que fracasó. Antes de 1920
predominó un Estado oligárquico cuyos orígenes se remontan a las luchas
por la independencia. Igual que con los modernos Estados latinoamericanos,
se podría hacer una tipología de varios tipos de Estados oligárquicos, no to-
dos fueron iguales y quizá una investigación más cuidadosa podría sugerir
un adjetivo adicional a “oligárquico”, pero no me atrevo a asignarlo.
Gracias por las generosas contribuciones de mis colegas y por la opor-
tunidad de enredarnos en las discusiones que nos apasionan tanto. El estu-
dio del pasado es una ocasión más para comprometernos con el presente;
también por eso, toda historia es contemporánea. Gracias también por esa
recordación inevitable.