Procesos 56, julio-diciembre 2022 199
Igual que Kim, yo también le doy vueltas a cómo combinar ambas es-
calas, tan necesarias: la comprensión general de los procesos históricos, su
sentido, con sus expresiones particulares, siempre irreductibles, pletóricas de
signicados contradictorios. Quizá hay que hacer como en la Historia huaora-
ni, de Miguel Ángel Cabodevilla, en la HistoriasocialyeconómicadelAltoNapo,
de Blanca Muratorio, o en la Historiadobledelacostaatlántica, de Orlando Fals
Borda, y escribir el relato en capítulos interpuestos, en el que se sucede una
historia desde abajo y otra desde arriba; una donde se enfatizan los adjetivos
y las formas particulares de entender lo que pasa, y otra donde los adjetivos
se transguran en nombres propios que nos ayudan a darle una identidad a
esas formas particulares, enrevesadas e innitas. Hay que seguir buscando.
Así como Kim Clark advierte que el enfoque “global” (por llamarlo de alguna
manera) de Laaleacióninestable le resulta útil para construir el relato y la inter-
pretación que ella realiza en su escala cotidiana; cualquiera que haya leído mi
libro podrá ver la enorme deuda que tengo con su larga investigación sobre
el Ecuador y sobre la operación del Estado en el siglo XX. No solo abundan
las citas de sus trabajos, sino que creo que hay en Laaleacióninestable un argu-
mento que busca ser explícitamente compatible con las interpretaciones que
ha ido hilvanando por otros caminos y a otras escalas. Los entiendo como
esfuerzos complementarios: ojalá el porvenir nos depare trabajos conjuntos
sobre el pasado donde podamos experimentar esa combinación tan urgente
de escalas de estudio; la macrosociología aliada al n con la microhistoria.
Anoto que la crítica de Valeria Coronel, cuya interpretación es bastante
diferente a la mía, se acoge también al trabajo de Kim Clark para sostenerse y
justicar su argumento. Algún día, quizá Kim se anime a dar su propio vere-
dicto sobre cuál de las dos interpretaciones globales de la historia ecuatoria-
na del siglo XX le parece más ajustada a sus propias investigaciones de la for-
mación cotidiana del Estado. O quizá nos ofrezca una opción para hacerlas
compatibles entre sí. Creo que Valeria ha tratado de jar el punto esencial de
nuestra discrepancia sobre este período: el grado de la autonomía de las cla-
ses subalternas respecto de las dominantes. A mi juicio, la interpretación de
Valeria padece de una debilidad teórica general: olvidar que los dominantes
siempre tienen, por su posición estructural, mayores ventajas, oportunidades
y herramientas para la acción deliberada y efectiva, que los dominados. Si
hablamos de “subalternos” es porque están sometidos, en última instancia,
a las reglas impuestas por los “dominantes”. Nadie es soberano absoluto en
el mundo, ni siquiera las clases dominantes, ni el más encumbrado de los
dictadores totalitarios. Pero la libertad de los dominados es, pordenición,
más limitada que la de los dominantes.
Creo que Valeria se equivoca cuando dice que Laaleacióninestable de-
ende un “argumento a favor de la tesis de la ruta autoritaria”. Al contra-