Las guerras de independencia y el nacimiento de los
Estados-nación americanos, una reconsideración*
RevisitingtheWarsofIndependenceandthebirth
of the American Nation-states
As guerras de independência e o nascimento
dos Estados-nação americanos, uma reconsideração
Tomás Pérez Vejo
InstitutoNacionaldeAntropologíaeHistoriadeMéxico
Ciudad de México, México
tomas_perez@inah.gob.mx
https://orcid.org/0000-0002-8400-6930
https://doi.org/10.29078/procesos.v.n56.2022.3403
Fecha de presentación: 31 de agosto de 2022
Fecha de aceptación: 28 de septiembre de 2022
Artículo de investigación
* Este texto es una versión ampliada de la conferencia impartida en el “Coloquio Inter-
nacional Independencias e Invenciones Republicanas”, que tuvo lugar en la Universidad
Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador, el 28 y 29 de abril de 2022; recoge y reelabora textos ya
publicados anteriormente por el autor. Véase especialmente Tomás Pérez Vejo, Elegíacriolla.
Unareinterpretacióndelasguerrasdeindependencia, 2.ª ed. (Ciudad de México: Crítica, 2019).
Procesos. Revista Ecuatoriana de Historia, n.º 56 (julio-diciembre 2022), 153-180. ISSN: 1390-0099; e-ISSN: 2588-0780
RESUMEN
Este artículo reexiona sobre algunas de las propuestas más
revolucionarias del revisionismo historiográco sobre las llamadas
guerras de independencia y el nacimiento de los nuevos Estados-
nación hispanoamericanos. Desde aquella que asevera que
las naciones no fueron la causa de las guerras de independencia
sino su consecuencia, hasta la que propone que dichos conictos
armados no fueron de liberación nacional.
Palabras clave: historia latinoamericana, independencia,
Hispanoamérica, construcción nacional, historiografía,
guerras, Estados-nación, siglo XIX.
ABSTRACT
This article reects on some of the most revolutionary proposals
of the historiographical revisionism on the so-called wars
of independence and the birth of the new Hispanic-American
nation-states. From the one that asserts that the nations were not the
cause of the wars of independence but their consequence, to the one
that suggests that these battles were not wars of national liberation.
Keywords: Latin American history, Independence, Latin America,
nation-building, historiography, wars, nation-states, 19th Century.
RESUMO
Este artigo se propõe a realizar uma reexão sobre algumas das
propostas mais revolucionárias deste revisionismo, desde a de
que as nações não foram a causa das guerras de independência,
mas sim sua consequência até a proposta de compreender o que
ocorreu, como as guerras civis e/ou revoluções e não como
guerras de independências ou de libertação nacional.
Palavras chave: História latino-americana, independência,
Hispano-américa, construção nacional, historiograa,
guerras, Estado-nação, século XIX.
Concluidas las celebraciones de los bicentenarios de las independencias,
quedaría ya solo como gran hito conmemorativo la batalla de Ayacucho
(1824) pero esta remite más al n de la Monarquía católica que a las indepen-
dencias en sí,1 parece el momento de hacer un balance de sus aportes histo-
riográcos. Algunos tan relevantes y revolucionarios que han modicado de
manera radical lo que sabíamos o creíamos saber sobre las llamadas guerras
de independencia, como el uso del sintagma “llamadas guerra de indepen-
dencia” reeja de manera particularmente clara.
La expresión habría carecido por completo de sentido para la mayor par-
te de la historiografía de los siglos XIX y XX, que desde muy pronto, aunque
como se verá más adelante desde menos de lo que tradicionalmente se ha su-
puesto, narró y explicó lo ocurrido en los reinos americanos de la Monarquía
católica durante la segunda década y primeros años de la tercera del siglo
XIX como luchas por la independencia nacional.2 La narración/explicación
que de manera implícita el uso de este sintagma cuestiona: cabría la posibi-
lidad de que lo ocurrido no responda a lo que entendemos por guerras de
independencia o, al menos, no solo o no principalmente.
Revolución en la forma de entender las guerras de independencia, e
indirectamente el nacimiento de los Estados-nación hispanoamericanos,
incluido el español,3 no demasiado sorprendente si consideramos que, de
manera general, las conmemoraciones históricas son un excelente campo de
cultivo para las revisiones historiográcas. Aunque más relacionadas con la
memoria que con la historia, incentivan nuevas miradas y reexiones sobre
el pasado, llevando en algunos casos, que es lo que habría ocurrido con los
bicentenarios, a radicales revoluciones historiográcas. La voluntad del po-
der político de utilizar las conmemoraciones como instrumento para aan-
zar memorias públicas normalizadas, en general a partir de la historia más
1. Ni siquiera Perú, el Estado-nación cuyo nacimiento estuvo más directamente rela-
cionado con la derrota del Ejército Real del Perú, celebra como día de su independencia la
fecha de esta batalla sino el 28 de julio, conmemorando la proclamación de independencia
de San Martín en Lima de 1821.
2. Una de las pocas excepciones fue el venezolano Laureano Vallenilla Lanz quien, en
plena conmemoración del Centenario, desató una gran polémica en su país con la arma-
ción de que la llamada guerra de independencia venezolana había sido en realidad una
guerra civil. Laureano Vallenilla Lanz, “La guerra de independencia fue una guerra civil”,
ElCojoIlustrado, n.º 477 (1911): 598-601.
3. Para un excelente ejemplo de cómo la nueva historiografía sobre las independen-
cias americanas ha afectado las interpretaciones sobre el nacimiento del Estado-nación
español, véase José María Portillo Valdés, Unahistoriaatlánticadelosorígenesdelanacióny
el Estado. España y las Españas en el siglo XIX (Madrid: Alianza, 2022).
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ocial, es a menudo contrarrestada por revisiones, nacidas al calor del inte-
rés despertado por las conmemoraciones, cuyo paradójico efecto puede ser
cambiar por completo el sentido y signicado atribuido hasta ese momento
a los hechos conmemorados. La “centenariomanía”, la expresión es de Javier
Moreno,4 como causa y origen de radicales revoluciones historiográcas.
Paradoja de la que las conmemoraciones de los bicentenarios de las inde-
pendencias han sido un magníco ejemplo. El resultado historiográco más
visible ha sido el cuestionamiento de la versión más ocial de la historia de las
guerras de independencia, el eje de la memoria pública que las celebraciones
de los centenarios primero y de los bicentenarios después buscaban aanzar
como parte de procesos de construcción nacional en los que “la liberación del
yugo español” tiene un lugar central. La esta nacional de la práctica totalidad
de las repúblicas hispanoamericanas celebra “la independencia de España”.
El revisionismo historiográco ha sido tan radical que no parece arries-
gado armar que la mayor parte de lo escrito sobre la crisis imperial hispá-
nica con anterioridad a los años nales del siglo pasado empieza a resultar
en gran parte obsoleto.5 No por lo que se reere a los datos concretos, los do-
cumentos sobre lo ocurrido habían sido ya cuidadosamente puestos a la luz,
revisados y escudriñados por los historiadores de las generaciones anterio-
res, sino por los nuevos enfoques teórico-metodológicos desde los que se ha
planteado el estudio de las llamadas guerras de independencia, la disolución
de la Monarquía católica y el nacimiento de los Estados-nación hispanoame-
ricanos.6 Tres procesos directamente interrelacionados y cuya importancia
histórica va mucho más allá de la que tradicionalmente las historias nacio-
nales de cada país les han atribuido: son, o deberían ser, uno de los ejes de la
historia global del nacimiento del mundo contemporáneo.
Revisionismo que el historiador mexicano Mauricio Tenorio Trillo, en una
reseña de varios libros sobre las independencias publicados con motivo de los
bicentenarios de 2010,7 de enfoques y perspectivas por lo demás muy diferen-
4. Javier Moreno, Centenariomanía.Conmemoracioneshispánicasynacionalismoespañol
(Madrid: Marcial Pons, 2021).
5. Una de las pocas excepciones es la del historiador argentino Tulio Halperín Donghi,
cuya obra ha resistido mucho mejor el paso del tiempo que la de otros contemporáneos
suyos. Véanse Tulio Halperín Donghi, HistoriacontemporáneadeAméricaLatina (Madrid:
Alianza, 1969 [1967, primera edición en italiano]); y, Tulio Halperín Donghi, Hispanoaméri-
cadespuésdelaindependencia.Consecuenciassocialesyeconómicasdelaemancipación (Buenos
Aires: Paidós, 1972).
6. Para un resumen de los cambios en las interpretaciones de las guerras de indepen-
dencia, véase Mónica Quijada, Modelosdeinterpretaciónsobrelasindependenciashispanoame-
ricanas (Zacatecas: Universidad de Zacatecas, 2005).
7. Clara García Ayluardo y Francisco J. Sales Heredia, eds., Reexionesentornoaloscen-
tenarios. Los tiempos de la independencia (Ciudad de México: CIDE / CESOP, 2010); Juan María
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tes, resumía en lo que denominaba “cuatro juicios más o menos compartidos”:
Primero, que las naciones no fueron el origen sino el resultado de las guerras y
transformaciones que inician con la invasión napoleónica de España y concluyen
con lo que hoy llamamos “independencias”. Segundo, que no fueron guerras por
la independencia sino guerras civiles. Tercero, que cualquiera de las indepen-
dencias del continente americano, no es, no puede ser, una mera y llana historia
argentina o mexicana o peruana, sino que se trata de un terremoto entre Europa
y América cuyas ondas expansivas hacen de cada temblor nacional a un tiempo
eco y epicentro del global. Y, nalmente, que nada era inevitable, que la cuestión
pudo haber acabado en una suerte de Commonwealth hispánica o en varias mo-
narquías o, como en México y Brasil, en imperios.8
Una especie de nuevo consenso historiográco sobre el que la mayoría
de los historiadores que hemos investigado y escrito sobre las independen-
cias desde las perspectivas teórico-metodológicas hegemónicas en las últi-
mas décadas tenderíamos a estar sin muchos problemas de acuerdo, o, en
todo caso, con matizaciones que no modicarían mucho el marco general,
pero que son el negativo exacto de lo que se había venido escribiendo hasta
los últimos años del siglo XX y primeros del XXI. Una especie de enmienda a
la totalidad de las que François-Xavier Guerra llamó “interpretaciones clási-
cas” de las guerras de independencia como guerras de liberación nacional en
las que unas preexistentes naciones americanas (México, Ecuador, Argenti-
nas, etc.) se liberaban de una también preexistente nación española y ponían
n a tres siglos de absolutismo y explotación colonial, con indios y castas,
liderados por criollos y mestizos, levantándose en armas para liberarse del
yugo español, conquistar la independencia y poner n al Antiguo Régimen.9
El giro historiográco ha sido tan radical que exige reexionar y discutir
sobre sus fundamentos, que es lo que este artículo hace, tomando como guía los
“cuatro juicios más o menos compartidos” enumerados por Tenorio Trillo y a
partir del principio de que el conocimiento histórico, como cualquier otro cono-
cimiento cientíco, se basa en el cuestionamiento continuo de sus propias bases
teórico-metodológicas y la falsabilidad de sus propuestas. Los “cuatro juicios
más o menos compartidos” como punto de partida mucho más que de llegada.
Alponte, AlaveradelasindependenciasdelaAméricahispánica (Ciudad de México: Océano,
2009); Marco Palacio, coord., Las independencias hispanoamericanas. Interpretaciones doscientos
años después (Bogotá: Norma, 2009); y Pérez Vejo, Elegíacriolla.Unareinterpretación...
8. Mauricio Tenorio Trillo, “Historia. Cuatro lecturas de las independencias”, Letras
Libres (septiembre 2010): 83.
9. François-Xavier Guerra, “Lógicas y ritmos de las revoluciones hispánicas”, en Re-
volucioneshispánicas:independenciasamericanasyliberalismoespañol, ed. por François-Xavier
Guerra (Madrid: Editorial Complutense, 1995).
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las naCiones no Fueron la Causa de las guerras
de independenCia sino su ConseCuenCia
El que las naciones no fueron la causa de la guerra de la independencia
sino su consecuencia es, a pesar de lo provocativo que puede resultar para
el gran público, una obviedad sobre la que los historiadores hace tiempo
que hemos dejado de discutir, y me reero obviamente a los historiadores
que entendemos la historia como una forma de conocimiento y no como un
sacerdocio al servicio del poder político, que en los dos últimos siglos ha
signicado básicamente al servicio de la nación, convertida en el sujeto his-
tórico que durante la mayor parte de la historia de la humanidad no ha sido.
La revolución epistemológica sobre el concepto de nación de la década
de los ochenta (Anderson, Gellner, Breully)10 y el desarrollo de las conoci-
das como teorías “modernistas” sobre la nación cuestionaron la idea de las
naciones como realidades naturales, cuyo origen se perdía en la noche de
los tiempos, mejor cuanto más antiguas, substituyéndola por la de “comuni-
dades imaginadas”, la expresión es de Anderson, y de origen relativamente
reciente, no más allá de nales del siglo XVIII principios del XIX, las hispa-
noamericanas y las del resto del planeta.
Una revolución epistemológica que no tuvo lugar en el campo de la his-
toria sino en el de otras ciencias anes (la ciencia política, la losofía y la an-
tropología básicamente), pero del que nalmente la historia, disciplina aca-
démica en el que la nación ha tenido un papel posiblemente mayor que en
ninguna otra de las ciencias sociales, no tuvo otra opción que hacerse eco.
Los argumentos aportados por estos autores eran difíciles de ignorar. No se
podía seguir hablando alegremente de naciones intemporales, base del orden
político desde tiempo inmemorial, que es lo que la historiografía de los siglos
XIX y XX había hecho, con las historias nacionales convertidas en el género
por excelencia de la disciplina. Las naciones, como cualquier otra de organiza-
ción colectiva, habían hecho su irrupción en la historia, como base del orden
político, pero no solo, en algún momento, que Eric H. Hobsbawm, este sí un
historiador, jó en torno a 1780,11 coincidiendo con el nacimiento del mundo
moderno y con variaciones cronológicas que, para el caso del mundo euro-
10. Benedict Anderson, ImaginedComunities.ReectionsontheOriginandSpreadofNatio-
nalism (Londres: Verso, 1983); Ernest Gellner, Nations and Nationalism (Oxford: Basil Blackwell
Publishers, 1983); John Breuilly, Nationalism and the state (Nueva York: St. Martin Press, 1982).
11. Eric Hobsbawm, Nations and Nationalism since 1780: Programme, Myth, Reality
(Cambridge: Cambridge University Press, 1990).
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americano, irían de las últimas décadas del siglo XVIII a las primeras del XIX.12
No es que no existiesen naciones antes; el término nación, en el sentido
de “nacido de”, es de uso habitual ya en el latín tardo-imperial, de donde
pasaría después a las lenguas romances y a los demás idiomas modernos
europeos. Carecía, sin embargo, hasta esas fechas de nales del siglo XVIII
principios del XIX de cualquier densidad política. La política pasaba por ser
parte de una patria, no de una nación, y patria y nación, a diferencia de lo
que ocurriría en el mundo posterior a las revoluciones atlánticas, no eran tér-
minos sinónimos, sino que representaban y simbolizaban cosas distintas.13
El padre Feijoo, uno de los autores más leídos en la Monarquía católica
a uno y otro lado del Atlántico durante todo el siglo XVIII, distingue entre
patria, el conjunto de los que viven bajo las mismas leyes y el mismo poder,
“el cuerpo de Estado donde debajo de un gobierno civil estamos unidos con
la coyunda de unas mismas leyes”,14 y nación, los que tienen el mismo origen,
lengua y costumbres.15 La patria podía ser una ciudad, un virreinato, una in-
tendencia, una audiencia, un reino, una provincia, el conjunto de la Monar-
quía..., todas con distintas naciones conviviendo en su interior, indias, una por
cada idioma, pero también españolas, caso de la nación de los vizcaínos o de
los montañeses, presentes ambas mediante sus “cofradías de nación” en mu-
chas de las ciudades americanas y con miembros nacidos indistintamente a
uno y otro lado del Atlántico. La revolución política de la modernidad convir-
tió ambos términos en sinónimos o cuasi sinónimos, de manera que debían de
vivir bajo las mismas leyes los que eran de la misma nación y ser de la misma
nación los que vivían bajo las mismas leyes. Un aparente axioma político ca-
rente sin embargo de cualquier sentido durante la mayor parte de la historia.
En el caso de la Monarquía católica, que es la que nos interesa aquí, la
ausencia de sentimientos nacionales de tipo moderno entre sus súbditos de
uno y otro lado del Atlántico fue casi absoluta durante sus tres siglos de exis-
tencia. Una estructura política de marcado carácter anacional, basada en la
común condición de súbditos de un mismo monarca, no en la de miembros
de una misma nación. Ni existían las naciones que se independizaban ni la
12. Christopher A. Bayly, TheBirthoftheModernWorld,1780-1914:GlobalConnections
and Comparisons (Londres: Blackwell Basil, 2004).
13. Tomás Pérez Vejo, Nación,identidadnacionalyotrosmitosnacionalistas (Oviedo: No-
bel, 1999).
14. Benito Jerónimo Feijoo, TeatroCríticoUniversal, t. III (Madrid: Imprenta de Antonio
Pérez de Soto, 1765), 275.
15. Para el signicado de los términos patria y nación en Feijoo, en particular, y en la
ilustración hispánica en general, véase Pedro Álvarez de Miranda, “Nación y patria. Sen-
timientos y actitudes que suscitan”, en Palabraseideas:elléxicodelaIlustracióntempranaen
España (1680-1760) (Madrid: Real Academia Española, 1992), 211-269.
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nación española de la que lo hacían. El sujeto de la mayoría de las declaracio-
nes de independencia no son las naciones sino los pueblos, las provincias, los
reinos; y de quien se declaran independientes no es de España o de la nación
española sino del rey. Es el caso, por poner un ejemplo, de la Declaraciónde
Independencia de las Provincias Unidas de Sud América, 9 de julio de 1816, hecha
en nombre de las provincias que componían el antiguo virreinato del Río de
la Plata, “Nos, los representantes de las Provincias Unidas en Sud América”,
y en la que la ruptura no es con España sino con sus reyes, “es voluntad
unánime e indubitable de estas provincias romper los violentos vínculos que
las ligaban a los reyes de España”. Solo en las declaraciones tardías como el
ActadeIndependenciadelAltoPerú, 6 de agosto de 1825, la ruptura es ya con
la nación española, no con el rey de España. Resultado, sin duda, del proceso
nacionalizador impulsado por la propia guerra: las naciones no son la causa
de las guerras de independencia sino su consecuencia.
Ningún historiador serio mantiene hoy la existencia de un México, un
Ecuador o una Argentina intemporales luchando en 1810 por la independen-
cia perdida a principios del siglo XVI y ni siquiera, aunque esto puede ser
más discutible, que la nación haya sido la protagonista del inicio de las co-
nocidas como guerra de independencia. Nadie, para poner tres ejemplos dis-
tintos y distantes, México, Ecuador y España, grito en Dolores, supuesto ini-
cio de la guerra de independencia mexicana, ¡Viva México! o ¡Viva la nación
mexicana! sino ¡Viva Fernando VII! ¡Viva la Virgen de Guadalupe! y ¡Mueran
los gachupines! Elementos de movilización política mucho más cercanos a
los utilizados en revueltas de Antiguo Régimen que a los usados en los pos-
teriores movimientos de liberación nacional. Una de las múltiples versiones
del ¡Viva el rey y muera el mal gobierno!, con el añadido de una devoción
mariana, habitual cuando estas revueltas tenían lugar en contextos católicos,
y el también tradicional uso de sentimientos xenófobos como catalizadores
del descontento popular. Este último el que más podría acercarse a un cierto
nacionalismo, aunque con muchos matices. Xenofobia y nacionalismo, aun-
que tienden a confundirse, no son necesariamente lo mismo. La exacerbación
de sentimientos xenófobos, habitual en cualquier situación de crisis, no nece-
sariamente tiene que ver con la atribución de funciones políticas a la nación.
Nada muy diferente a la supuesta Acta de Independencia de la Junta
Provisional de Quito de agosto de 1809 y la armación de que su presidente
“Prestará juramento solemne de obediencia y delidad al rey [...]. Sostendrá
la pureza de la religión, los derechos del rey, y los de la patria y hará guerra
mortal a todos sus enemigos, principalmente los franceses”. Pero tampoco
al que la historiografía española considera el inicio de la conocida como
Guerra de Independencia contra los franceses, el 2 de mayo de 1808 en Ma-
drid, en el que el grito de movilización no fue Viva España o Viva la inde-
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pendencia sino ¡Qué nos lo llevan!, referido al infante Francisco de Paula.
Parece que tanto en Madrid (1808) como en Quito (1809) o en Dolores
(1810), todos estaban muy preocupados por el Rey y muy poco por la nación.
Nada extraño si consideramos que el fundamento de la vida política pasaba
por la condición de súbdito de un monarca, no por la de ciudadano de un
Estado-nación. El problema político era como consecuencia la legitimidad
del rey, no la voluntad de la nación.
Unas naciones que, sin embargo, sí fueron adquiriendo protagonismo
a medida que se fue desarrollando el conicto, hasta convertirse en las pro-
tagonistas de la guerra y, sobre todo, de las independencias. Simplicando
podríamos decir que en la crisis imperial originada por las abdicaciones de
Bayona hubo dos momentos: en el primero, el problema fue quién asumía el
poder por ausencia del rey, es el tiempo de las Juntas y las proclamas de -
delidad a Fernando VII; en el segundo, el problema fue ya el fundamento de
la legitimidad, dónde descansaba la soberanía, es el tiempo de las naciones y
las declaraciones de independencia.16
La búsqueda de soberanías alternativas generada por la crisis de Bayona
desembocó de forma muy rápida en la irrupción de la nación como funda-
mento del orden político, algo que obviamente tiene que ver con el contexto
de un mundo en el que el origen divino del poder, por la gracia de Dios,
llevaba largo tiempo cuestionándose y que había recibido su golpe de gracia
con los revolucionarios franceses cortando la cabeza del rey en una plaza de
París, sin que Dios pareciera darse por aludido. No era la primera cabeza
real que rodaba en un cadalso, pero sí la primera cuya decapitación se lleva-
ba a cabo en nombre de la nación, no de otro rey. La nación ocupaba el lugar
del rey, un cambio que destruía por completo el orden político tradicional.
Un camino recorrido en el mundo hispánico en tan corto período de tiem-
po que ya la Constitución de Cádiz de 1812, cuando habían pasado solo cua-
tro años de las abdicaciones de Bayona, se hizo en nombre de la nación y no
en el del rey. Aunque su título, expresión de las contradicciones del momento,
sea todavía ConstituciónPolíticadelaMonarquíaEspañola, no de España o de
la nación española. Una nación española que, por otro lado, en esos momen-
tos nadie parecía saber muy bien qué era. La armación de que “la reunión
de los españoles de ambos hemisferios”, si no es una tautología se le parece
bastante; en realidad lo que se entendió en Cádiz por nación española parece
haber sido solo la suma de los reinos, provincias y señoríos de la antigua
Monarquía, de los que el título II, “Del territorio de las Españas”, hace una
enumeración, que es exactamente la misma con las que el Rey católico enca-
16. Tomás Pérez Vejo, “El problema de la nación en las independencias americanas:
una propuesta teórica”, Mexican Studies/Estudios Mexicanos 24, n.º 2 (agosto 2008): 221-243.
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bezaba sus documentos ociales, solo que despojados del calicativo de reino
o señorío anterior, el reino de Castilla ya solo es Castilla, el señorío de Vizcaya
solo Vizcaya y el Virreinato del Río de la Plata Provincias del Río de la Plata.
La continuidad resultaba tan llamativa que hasta los propios constituyentes
se sintieron obligados a aclarar a continuación que “Se hará una división más
conveniente del territorio Español [...] cuando las circunstancias políticas de
la Nación lo permitan” (art. 11). Explícito reconocimiento de que la nación se
parecía demasiado al conglomerado de reinos y señoríos de la anterior mo-
narquía polisinodial. Pero más llamativo todavía es el plural del título, ¿por
qué “de las Españas”? ¿Había una sola nación española o varias?
La construcción de la nación española era, en todo caso, todavía una larga
tarea pendiente, reducida después a los españoles de un solo hemisferio, lo mis-
mo que la de las distintas naciones que a lo largo de la segunda, tercera y cuarta
década del siglo XIX proclamaron su independencia. Varias de ellas no de la
Monarquía católica sino de otras naciones, caso de los Estados-nación fruto de la
disgregación de la Gran Colombia o de la República Federal de Centroamérica.
Cuando a mediados del siglo XIX Juan Bautista Alberdi en Argentina, Ma-
riano Otero en México o Miguel del Reynoso en España, y sigo con esta triada
de ejemplos para intentar expresar la complejidad de un espacio tan desmesu-
rado, se manifestaban preocupados por la endeblez de sus respectivas nacio-
nes, no se estaban reriendo a que no hubieran cumplimentado debidamente
el proceso de emancipación, sino a que no habían sido capaces de construir las
naciones declaradas sujetos de soberanía en el momentos de las independen-
cias o del n de la monarquía absoluta en el caso de España. La constatación,
en los tres casos, de que pasadas varias décadas de la proclamación de los res-
pectivos Estados-nación, la nación fundamento del Estado seguía sin existir.
Como todavía en 1839 escribía el español Alcalá Galiano, en un artículo
publicado en Revista de Madrid, el objetivo de los liberales españoles seguía
siendo el de “hacer la nación española, una nación que ni lo es ni lo ha sido
hasta ahora”.17 Y quien lo arma es uno de los herederos ideológicos, aunque
no fue diputado en Cádiz sí lo fue en las Cortes elegidas durante la breve res-
tauración de la Constitución gaditana durante el Trienio Liberal, de quienes
en 1812 habían hecho una Constitución en nombre de una nación española,
que ahora reconoce que ni existe ni ha existido. Nada muy distinto de lo que
unos años más tarde, 1848, escribía un grupo de liberales mexicanos para
explicar la derrota frente a Estados Unidos: “en México no hay ni ha podido
haber eso que se llama espíritu nacional, porque no hay Nación”,18 y quienes
17. Citado en Antonio Alcalá Galiano, Obras Escogidas (Madrid: Biblioteca de Autores
Españoles, 1955), 309-325.
18. ConsideracionessobrelasituaciónpolíticaysocialdelaRepúblicaMexicanaenelaño
1847 (Ciudad de México: Imprenta de Valdés y Redondas, 1848), 42.
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arman esto, en claro paralelismo con lo anterior, son los herederos de los que
poco más de veinte años antes, en 1821, habían proclamado la independencia
de una nación mexicana que varios años después arman que no existe.
No hay, por lo tanto, demasiados problemas en asumir que las naciones
no fueron la causa de las guerras de independencia sino su consecuencia. Las
identidades nacionales no tuvieron ningún papel en el inicio de los conictos
de independencia, como no lo habían tenido en los tres siglos de existencia
de la Monarquía católica. Una organización política de marcado carácter ana-
cional que, como muchas de su tipo a lo largo de la historia, de los imperios
turco y austro-húngaro a la Unión Soviética, desapareció no por la rebelión
de las naciones, en el sentido tradicional del término, que convivían dentro
de ella, sino porque perdió la larga lucha por la hegemonía en la que había
estado inmersa desde el momento de su nacimiento: cuando a partir de la
unicación de las coronas de Castilla y Aragón inicia el proceso que la lleva-
ría a ser uno de los poderes globales de la historia de los tres siguientes siglos.
Planteamiento que debería obligarnos a ser muy cuidadosos con esa his-
toria de movimientos protoinsurgentes o protonacionalistas con los que las
historias nacionales han ido jalonando el camino de las naciones americanas
hacia su liberación. Historia que, lo mismo que la independencia como ven-
ganza de la conquista y la resurrección de las naciones muertas tres siglos
antes, empezó a construirse desde muy pronto. José María Luis Mora, uno
de los padres fundadores del liberalismo mexicano, por ejemplo, dedica una
parte de Méjicoysusrevoluciones, cuyo tema central es la revolución de la
independencia, a las “diversas tentativas [de México] para establecer su in-
dependencia”, en su caso excluyendo explícitamente las indígenas, “Cuando
en este libro se habla de los conatos de la colonia de Nueva-España a la Inde-
pendencia, no se deben contar por tales los de los indijenas”.19
Unas y otras, indígenas y no indígenas, en México y en el resto del continen-
te, sin embargo, revueltas y rebeliones de Antiguo Régimen en las que es nece-
sario un cierto nivel de delirio histórico-intelectual para encontrar cualquier re-
lación o parecido con lo ocurrido a partir de 1810. Son, lo mismo que la interpre-
tación de las independencias, como la venganza y resurrección de las naciones
muertas tres siglos antes, también muy temprana; recuérdese el “Se conmueven
del Inca las tumbas,/ y en sus huesos revive el ardor,/ lo que va renovando a
sus hijos/ de la Patria el antiguo esplendor” de la Marchapatriótica bonaerense
de 1813, historias de nacionalistas. Mitos de origen que nada tienen que ver con
la historia como disciplina cientíca, si acaso solo como objeto de estudio.
19. José María Luis Mora, Méjicoysus revoluciones, t. III (París: Librería de Rosa,
1836), 171.
Procesos 56, julio-diciembre 2022 164
Diferente, aunque de alguna manera relacionada, es el caso del patriotismo
criollo. En la senda, por lo demás en otros muchos sentidos fructífera, abierta
por el historiador británico David A. Brading, han sido muchos los historiado-
res que han planteado la existencia de un sentimiento de identidad criolla como
uno de los orígenes de los conictos de la independencia.20 No había naciones,
pero sí algo parecido a lo que se podría llamar un sentimiento protonacional.
Camino arriesgado, no por la existencia de patriotismos diversos, criollos y no
criollos, ampliamente documentados a lo largo y ancho de la Monarquía cató-
lica, y la proliferación de libros contando las glorias de las distintas ciudades
en los siglos XVI, XVII y XVIII son un excelente ejemplo, sino por su interpre-
tación como movimientos protonacionales.21 Proclamar las glorias de la respec-
tiva patria (ciudad, reino, virreinato, etc.) no tiene necesariamente que ver con
imaginar la nación desplazando al rey como fundamento de la soberanía po-
lítica. Puede incluso ser antitético, como la evolución posterior de muchos de
estos patriotas criollos, realistas hasta el último momento, muestra de manera
palpable. Y aquí habría que distinguir el uso que de lo escrito por los patriotas
criollos hizo la historiografía nacionalista del siglo XIX, y parte de la actual, a
cómo fueron leídos en el momento de la publicación de sus obras. Fue la lectura
posterior la que los convirtió en protonacionalistas, no lo que ellos escribieron.
¿guerras de independenCia,
revoluCiones o guerras Civiles?
El revisionismo historiográco sobre las guerras de independencia en-
contró, y sigue encontrando, uno de sus mayores escollos en la conceptua-
lización de lo ocurrido como guerras civiles. Un problema, el de su deno-
minación, que con la entrada también en disputa del término revolución se
convierte en una triple disyuntiva, guerra civil, revolución o guerra de inde-
pendencia. El dilema no es obviamente solo nominal. Nombrar es una for-
ma de comprender y calicar lo ocurrido en los territorios americanos de la
Monarquía entre la segunda y tercera década del siglo XIX como una guerra
de independencia, una guerra civil o una revolución cambia por completo la
forma de entender el hecho histórico.22
20. David A. Brading, Losorígenesdelnacionalismomexicano (Ciudad de México: Era,
1973).
21. Para el caso de las ciudades americanas de la monarquía, véase Tomás Pérez Vejo,
Repúblicasurbanasenunamonarquíaimperial.ImágenesdeciudadesyordenpolíticoenlaAmé-
rica virreinal (Bogotá: Crítica / Universidad Nacional de Colombia, 2018).
22. Tomás Pérez Vejo, “¿Guerra de independencia, revolución o guerra civil? El co-
lapso de la Monarquía católica como problema historiográco”, en La fractura del mundo
Procesos 56, julio-diciembre 2022 165
La calicación de las después conocidas como guerras de independencia
como una revolución o una guerra civil no es una invención de la historio-
grafía revisionista de las últimas décadas del siglo XX y primeras del siglo
XXI, sino que se dio desde muy pronto y hasta fechas relativamente tardías.
Solo por referirme al caso de México, Fray Servando Teresa de Mier titula su
temprana historia, 1813, sobre la después conocida como guerra de indepen-
dencia HistoriadelarevolucióndeNuevaEspaña,antiguamenteAnáhuac,23 no
historia de la guerra de la independencia de la Nueva España. No es el úni-
co, todavía en una fecha tan tardía como 1849, el político y periodista liberal
José María Tornell arma, como algo obvio, que se debían de excusar los
excesos cometidos durante la guerra “porque son inevitables en las guerras
civiles” o que “la revolución de 1810 siguió el rumbo de las guerras civiles, la
adoptaron unos y la contrariaron otros”.24 Y nótese que este antiguo militar
insurgente utiliza tanto los términos revolución como guerra civil pero no
el de guerra de independencia. La denominación de guerra civil acabó sin
embargo desapareciendo del vocabulario público, substituida por la de gue-
rra de independencia, y todavía hoy parece plantear muchos más problemas
que los de revolución o revolución de la independencia.
Y es que entender la guerra de independencia como una revolución re-
sulta en cierto sentido fácil. Además de que ya muchos contemporáneos la
denominaran así, la revolución forma parte de los grandes mitos de la his-
toriografía de los dos últimos siglos, con la historia de la humanidad enten-
dida como una sucesión de revoluciones, desde la neolítica a las grandes
revoluciones políticas del siglo XX. Los escalones que marcarían el camino
siempre ascendente del progreso y la libertad. Una especie de reactualiza-
ción en clave laica de la historiografía whig protestante anglosajona. Ciclos
revolucionarios entre los que las conocidas como revoluciones atlánticas,
origen del nacimiento del mundo contemporáneo en el conjunto de Occi-
dente, tendrían un papel estelar y de las que las americanas formarían parte
de pleno derecho. La historia canónica en la que los historiadores hemos sido
educados, seguimos contando a nuestros alumnos y a partir de la que las
sociedades contemporáneas organizan su comprensión del pasado.
No ocurre los mismo con la guerra civil, cuya inclusión en una memoria
compartida, a diferencia de la revolución, resulta para cualquier sociedad
complicada y conictiva. Lograr la victoria sobre la sangre derramada de los
hispánico:lassecesionesamericanasensubicentenario, coord. por Rodrigo Ruiz Velasco Barba
y Manuel Andreu Gálvez (Pamplona: Ediciones Universidad de Navarra, 2021), 33-56.
23. Fray Servando Teresa de Mier, HistoriadelarevolucióndeNuevaEspaña,antiguamen-
teAnáhuac (Londres: Imprenta de Guillermo Glindon, 1813).
24. José María Tornell, “Cuestión histórico-política. Artículos del Universal”, El Moni-
tor Republicano, 20 de diciembre de 1849.
Procesos 56, julio-diciembre 2022 166
hermanos es siempre innoble y difícil de justicar.25 La solución, la reescri-
tura de la historia. Los vencedores imponen un relato sobre el pasado, cuyo
objetivo, en general no explícito, es lograr que la guerra pierda su carácter
de conicto civil y pase a imaginarse, y nombrarse, como una guerra de
independencia o una revolución. La apropiación de la capacidad de nom-
brar permite borrar el estigma de haber logrado la victoria con la muerte y
exterminio de los propios connacionales, algo difícil de justicar en sistemas
políticos, los Estados-nación contemporáneos, cuya metáfora básica de com-
prensión del mundo es de tipo familiar, la nación como una comunidad de
hermanos unida por lazos de sangre. No es fácil asumirse herederos de Caín.
Convertir al enemigo en extranjero y a la guerra civil en guerra de in-
dependencia cumple de manera perfecta esta doble función de deslegitima-
ción/legitimación. En la memoria colectiva el enfrentamiento fratricida es
substituido por una lucha entre ellos y nosotros. No el innoble asesinato del
hermano sino la expulsión de los listeos de la tierra prometida por Dios
a nuestros padres. Una interpretación que el caso de las conocidas como
guerras de independencia hispanoamericanas encontraría justicación en la
existencia de un ejército realista, extranjero, al servicio de un rey extranjero.
Aunque para ello haya que ocultar que ese rey extranjero no fue considera-
do tal por los combatientes de uno y otro bando, recuérdese que la mayoría
de las primeras supuestas proclamas de independencia americanas incluyen
explícitas declaraciones de delidad a Fernando VII y, sobre todo, que tanto
los ejércitos realistas como los insurgentes estuvieron formados en su inmen-
sa mayoría por americanos, no solo los soldados sino también los ociales.
Fue básicamente una guerra de americanos contra americanos.
Para seguir con las triadas de ejemplos, en el caso de la Nueva España no
solo la mayoría de los ociales del ejército realista habían nacido en América,
sino que fueron ellos quienes, una vez proclamada la independencia, mono-
polizaron buena parte del poder político del nuevo Estado. La mayoría de
los jefes del Estado del primer México independiente, por ejemplo, fueron
antiguos ociales realistas, empezando por el Agustín de Iturbide y siguiendo
por Anastasio Bustamante, Manuel Gómez Pedraza, Antonio López de Santa
Anna, José Joaquín Herrera, Mariano Paredes Arrillaga, José Mariano Salas,
Mariano Arista... Haber sido ocial realista parece haber sido más una condi-
ción que un impedimento para ocupar la jefatura del Estado. No solo habría
sido una guerra civil sino que quienes la ganaron parecen haber sido más los
realistas que los insurgentes. Una de las características de las guerras civiles es
la exclusión de los vencidos del ejercicio del poder y en el caso de México los
25. Gabriele Ranzato, Guerre fratricide. Le guerre civili in età contemporanea (Milán: Bo-
llati Boringhieri, 1994).
Procesos 56, julio-diciembre 2022 167
excluidos no fueron los realistas, tampoco en sentido estricto los insurgentes.
En el del otro extremo del continente, Virreinato del Río de la Plata, la deci-
siva batalla de Salta enfrentó un ejército realista, mandado por Pío Tristán, con
otro independentista, mandado por Manuel Belgrano. Tan americanos el uno
como el otro, el primero había nacido en Arequipa, actual Perú; y el segundo
en Buenos Aires, actual Argentina, con vidas tan paralelas que incluso habían
coincidido como estudiantes en Salamanca durante su estancia en España.
Y en la batalla de Ayacucho, por último, la que puso n a la presencia de
la Monarquía católica en América, en realidad a la Monarquía católica como
organización política, el número de “españoles” en el Ejercito Real del Perú,
no el Ejército español, apenas llegaba a 500, menos que los voluntarios de
Castro (Chiloé). La remota isla perdida en el sur chileno aportó más soldados
al Ejército Real del Perú que todos los reinos y señoríos europeos de la Mo-
narquía. No solo eso, sino que había muchos más “peruanos”, en el sentido
de nacidos en el antiguo virreinato, en el ejército realista que en el patriota.
Este último con una signicativa participación de neogranadinos y, aunque
menor, de rioplatenses. Si consideramos el lugar de nacimiento de sus com-
batientes el “nacional” (peruano) era el ejército realista y no el patriota.
La base tanto de los ejércitos realistas como de los insurgentes fueron
soldados y ociales nacidos en América y los motivos por los que lucharon
múltiples proyectos alternativos de organización política y social, no solo, y
posiblemente ni siquiera en primer lugar, el de la supervivencia de la unidad
política de la Monarquía católica o el de la independencia de sus respectivas
naciones. La armación de Jean Piel de que para la mayoría de “los solda-
dos peruanos de ambos bandos, realistas e insurgentes”, que combatieron en
Junín y Ayacucho “la idea de un Perú independiente no signicaba nada”,26
es extensible a todas las demás batallas que tuvieron lugar a lo largo y ancho
del continente.
El resultado nal fue la revolución que puso n al Antiguo Régimen en
más de la mitad del mundo occidental y dio origen al nacimiento de casi una
veintena de nuevos Estados-nación. Ninguno de los dos procesos concluido
con el n de las conocidas como guerras de independencia. El primero de
manera obvia, no se desmantela todo un sistema económico-sociocultural
mediante una simple proclama, por solemne que esta haya sido. El naci-
miento de la nueva sociedad liberal será un largo parto que se prolongará
en todos los territorios de lo que había sido la Monarquía católica hasta por
lo menos los inicios de la segunda mitad del siglo XIX, en muchos de ellos
acompañado de intermitentes guerras civiles.
26. Jean Piel, “The Place of the Peasantry in the Nacional Life of Peru in the Nine-
teenth Century”, Past&Present.AJournalofHistoricalStudies, n.º 46 (febrero 1970): 116.
Procesos 56, julio-diciembre 2022 168
La armación podría resultar más discutible para el segundo de los dos
procesos, el del nacimiento de casi una veintena de nuevos Estados-nación.
A mediados de la década de los veinte del siglo XIX la mayoría estos nuevos
Estados-nación, todos salvo los nacidos de la disgregación de otros fracasa-
dos como la Gran Colombia o la República Federal Centroamericana, habían
proclamado su independencia nacional. Habría, sin embargo, que ser extre-
madamente cuidadosos con armaciones como esta, lo que había ocurrido
es que antiguas divisiones administrativas de la Monarquía católica habían
proclamado su soberanía política. La construcción de los nuevos Estados-
nación era todavía una larga tarea pendiente. Las siguientes décadas fueron
escenario de nuevas fases de esta misma guerra civil en la que se enfrentaron
diferentes proyectos de Estado, que es a los que la historiografía ha prestado
tradicionalmente más atención, pero también de nación, en general mucho
más ignorados. Conictos político-ideológicos, sobre derechos y organiza-
ción política, pero también identitarios, sobre el ser de cada una de las nue-
vas naciones, no por más difíciles de ver y de analizar menos importantes.27
No unas guerras de independencia cortas, 1809-1824 en función de los
distintos territorios, sino unas guerras civiles largas, iniciadas con la crisis
de la Monarquía, 1808, y concluida en torno a mediados del siglo XIX, las fe-
chas varían también de unos a otros países, con la instauración de un nuevo
sistema de legitimidad política, o si se preere con la invención de naciones
capaces de ocupar el lugar del rey en el imaginario colectivo. El triunfo de
una nueva forma de legitimidad del poder de tipo nacional y de una organi-
zación social basada en el individuo y los derechos individuales frente a las
corporaciones y los privilegios colectivos que habían sido el fundamento la
sociedad anterior.
El origen de esta guerra civil estaría en la desaparición, por implosión, de
un sistema imperial fracasado, la Monarquía católica. El modelo para enten-
der lo ocurrido no son las revoluciones atlánticas de nales del siglo XVIII y
principios del XIX, menos todavía las guerras de liberación nacional de me-
diados del siglo XX, aunque haya elementos de estos dos procesos, especial-
mente del primero. El modelo de fondo tiene mucho más que ver con la desa-
parición de sistemas imperiales fracasados como el Imperio Turco, el Imperio
Austrohúngaro o, más recientemente, la Unión Soviética, desaparecidos no
por la rebelión de las naciones que los constituían, sino porque no lograron
resistir la competencia de otros sistemas políticos frente a los que representa-
ron formas alternativas de organización económica, social, política y cultural.
27. Para un estudio de caso sobre estos conictos de nación, y no solo de Estado,
véase Tomás Pérez Vejo, Españaeneldebatepúblicomexicano,1836-1867.Aportacionespara
unahistoriadelanación (Ciudad de México: El Colegio de México / Instituto Nacional de
Antropología e Historia, 2008).
Procesos 56, julio-diciembre 2022 169
El Imperio Turco no fue un Estado más en el concierto de las monarquías
europeas, sino una alternativa de civilización, por diferencias religiosas, pero
también porque representaba una forma diferente de concebir el mundo so-
cial, desde las relaciones de poder hasta las económicas. El Imperio Austro-
húngaro, por su parte, representó la última estructura política contemporá-
nea fundada en la delidad al emperador y no en la identidad nacional, una
forma alternativa global de legitimación del poder y de organización política
a la establecida en Occidente por las revoluciones de nales del siglo XVIII y
principios del XIX, que logró sobrevivir, y con éxito más que notable, hasta
casi un siglo después de que los Estados-nación se convirtiesen en la única
forma “legítima” de organización política. Y la Unión Soviética, por último,
representó una alternativa global a la sociedad capitalista-liberal, basada en
la dictadura del proletariado, la ausencia de partidos políticos y la plani-
cación económica estatal, una especie de retrato en negativo de Occidente
sobre cuya voluntad de ofrecerse como alternativa civilizatoria, el hombre
nuevo de la propaganda estalinista, no parece que haya mucho que discutir.
No me interesa aquí, sin embargo, el análisis de las características de cada
uno de estos sistemas globales alternativos, tampoco explicar las causas de su
fracaso, sino mostrar cómo su lógica de desintegración es la misma que se dio
en la Monarquía católica: primero son derrotados y después se desintegran,
no al revés. Esto último aparece como la consecuencia más visible pero el co-
lapso civilizatorio resulta generalizado. Es toda una sociedad la que tiene que
reestructurarse a partir de nuevos valores que, en muchos casos, son contra-
puestos a los anteriormente vigentes. La disgregación territorial se produce
no por la voluntad de independencia de “naciones” preexistentes, tampoco
por la explotación “colonial” de la metrópoli sobre las “periferias”, sino por-
que son derrotados y nadie logra hacerse reconocer como el heredero legí-
timo de la anterior soberanía política. Las España, Turquía, Austria y Rusia
actuales no son la continuación de los antiguos Estados-imperio sino nuevos
Estados-nación tan hijos de la disgregación imperial como los construidos en
las periferias imperiales. Aunque con muchas más dicultades para digerir
la ruina de las viejas organizaciones políticas. Transitar de imperio a nación
no siempre es fácil, como el caso de la actual Federación rusa y sus guerras
en la periferia de lo que fue la Unión Soviética muestra de manera dramática.
La entrada de las tropas de Napoleón en la capital de la Monarquía ca-
tólica, algo que no había ocurrido en sus trescientos años de su existencia,
pierde desde esta perspectiva su carácter anecdótico. No se trata de que la
desintegración de la Monarquía se desencadene por un hecho fortuito, una
especie de historia événementielle extrema, sino de que este hecho fortuito
es la consecuencia, y a la vez la prueba más palpable, de la incapacidad de
aquella para seguir sobreviviendo. No el resultado de un episodio más o me-
Procesos 56, julio-diciembre 2022 170
nos accidental, sino un proceso de larga duración histórica en que se mostró
menos eciente que sus rivales. El reejo de su paso de sujeto a objeto de la
política internacional.
Esta interpretación de la llamada guerra de independencia como una
guerra civil encuentra uno de sus últimos obstáculos en la idea de que fue
un enfrentamiento entre criollos y peninsulares. Una de las armaciones
más repetidas por la historiografía tradicional, reforzada por el desarrollo, a
partir de las últimas décadas del siglo pasado, del concepto de “patriotismo
criollo”, entendido por muchos autores, como ya dije anteriormente, como
una especie de protonacionalismo. La guerra como un conicto de identida-
des que si no era todavía de naciones se le acercaría bastante.
La distinción criollos/peninsulares resulta, sin embargo, mucho me-
nos clara de lo que la historiografía tradicional nos ha contado. Españoles
europeos y españoles americanos, los términos habituales para referirse a
peninsulares y criollos, eran parte de un grupo caracterizado por su gran
homogeneidad étnico-cultural, para los parámetros actuales pero sobre todo
para los de sociedades como las de Antiguo Régimen en las que la hetero-
geneidad no solo era mayor sino que se hacía ostentación de ella. Criollos y
peninsulares, en el contexto de una sociedad basada en la heterogeneidad
funcional, compartían nombre, españoles frente a indios y castas; raza, espa-
ñol y blanco tendían a ser sinónimos; lengua, a diferencia de los indígenas
unos y otros hablaban castellano, la relativa homogeneidad lingüística de la
Hispanoamérica actual no fue obra de la Monarquía católica sino de los go-
biernos republicanos; una misma memoria sobre sus orígenes, hasta el mis-
mo momento de la independencia unos y otros se reclaman descendientes
de los conquistadores; y un sentimiento de superioridad frente a los demás
grupos étnico-culturales, indios, negros y castas, en sociedades en las que
derechos y deberes, entendidos como privilegios, no eran universales sino
que variaban de unos a otros grupos sociales.
Homogeneidad que ha llevado al historiador alemán Horst Pietschmann
a proponer que la fractura criollos/peninsulares habría tenido más que ver
con la forma de integración en los aparatos burocráticos y económicos de la
Monarquía que con el lugar de nacimiento:
No hay que arse demasiado del concepto tradicional de criollo que los caracte-
riza como españoles nacidos en América, concepto cuestionado ya varias veces,
pero que se sigue utilizando. Más razonable parece la denición que caracteriza al
criollo como persona cuyo centro de vida social y económica estaba en América.28
28. Horst Pietschmann, “Los principios rectores de la organización estatal en Las
Indias”, en Inventando la nación. Iberoamérica. Siglo XIX, coord. por Antonio Annino y
François-Xavier Guerra (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2003), 64-65.
Procesos 56, julio-diciembre 2022 171
Alguien nacido en la Península pero dedicado a actividades económicas
de carácter local, integrado en redes familiares locales y con un universo men-
tal restringido al del área geográca del que formaba parte es posible que fue-
ra considerado y actuase más como un criollo que como un peninsular; lo mis-
mo podría armarse del funcionario, civil, religioso o militar, vinculado a la
burocracia local. Parece obvio, por el contrario, que los grandes comerciantes o
mineros que formaban parte de una economía global y cuyo mapa mental era
el del conjunto de la Monarquía, lo mismo que los funcionarios virreinales, po-
dían ser considerados “peninsulares”, al margen de dónde hubiesen nacido.
Esto explicaría que, de manera general, los altos cargos de la burocracia
de la Monarquía, ya fuese militar, civil o eclesiástica, y los actores económi-
cos vinculados al comercio ultramarino tomarán partido a favor del mante-
nimiento de la unidad político-institucional. Mientras que, por el contrario,
los funcionarios y actores económicos de nivel medio fuesen más proclives
a apoyar poderes locales alternativos. Y no estamos hablando estrictamente
de intereses económicos ni, menos todavía, de clases sociales en conicto,
sino de formas diferentes de ver e interpretar el mundo. No era lo mismo
ver la Monarquía desde la perspectiva de un virrey o un gran comerciante
del Consulado de la ciudad México o Lima, para quienes su desaparición era
también el de su mundo racional y afectivo, que desde la de un funcionario
local o un pequeño comerciante, para quienes la Monarquía era mucho más
una abstracción sin signicado concreto y real.
El problema es que si la denición de criollo deja de indicar un origen
geográco para referirse a una condición socioeconómica pierde cualquier
interés como explicación de las guerras de independencia a partir de un con-
icto de identidades. La guerra sorda entre criollos y peninsulares, supo-
niendo que la hubiese habido, sería un conicto social y no “nacional”, con
todos los matices que se quiera.
Al margen de estos problemas conceptuales, entender las guerras de in-
dependencia como un enfrentamiento criollos/peninsulares va en contra de
lo que los datos una y otra vez nos dicen.29 Tan en contra que resulta difícil de
entender cómo ha podido convertirse en uno de los lugares comunes más re-
petidos. Hay un problema cuantitativo global, los peninsulares representaban
un porcentaje tan despreciable de la población de la América española que
una guerra entre peninsulares y criollos resulta por completo inverosímil. En
1811 el virrey de la Nueva España Francisco Javier Venegas mandó hacer un
29. Tomás Pérez Vejo, “A Historiographical Myth: Spanish Royalists against Insur-
gent Criollos”, en LatinAmerica’sMartialAge.ConictandWarfareintheLongNineteenth
Century, ed. por Gilmar Visoni Alonso y Frank Jacob (Würzburg: Königshausen & Neu-
mann, 2017), 37-54; y Tomás Pérez Vejo, “¿Criollos contra criollos? Reexiones en torno a
la historiografía de las independencias”, Revista de Occidente, n.º 365 (octubre 2011): 7-25.
Procesos 56, julio-diciembre 2022 172
censo de la población de la Ciudad de México que, cosa rara, indica el lugar
de nacimiento de los censados. A pesar de que la capital novohispana debía
de ser en esos momentos, por su importancia económica y administrativa,
uno de los lugares de América en donde vivían más españoles europeos, su
número con respecto a la población total de la ciudad no llega al 2 %. Por-
centaje que debía de ser mucho más bajo en los demás pueblos y ciudades
de la América española, posiblemente en conjunto no llegasen ni al 1 % de la
población total. No parece demasiado creíble que un número tan reducido
de peninsulares hubiesen sido capaz de mantener una sangrienta guerra de
más de diez años de duración. Menos todavía si consideramos la incapacidad
de la Monarquía para trasladar hombres y recursos de Europa a América, las
guerras se hicieron básicamente con hombres y recursos americanos, y que si,
como los informes de las autoridades realistas repiten una y otra vez, los pe-
ninsulares parecen haberse mostrado extremadamente reacios a involucrarse
en ella. Fueron en su mayoría más espectadores que protagonistas. El militar
realista Félix María Calleja llegó a acusar directamente a los españoles euro-
peos de la Nueva España de “falta de patriotismo y criminal indiferencia”.30
Uno de los mejores ejemplos de hasta qué punto la historiografía ha so-
brevalorado la división criollos/peninsulares como clave del conicto la te-
nemos en los posicionamientos de los militares frente a la crisis desatada por
las abdicaciones de Bayona y el posterior conicto bélico que afectó a todos
los territorios de la Monarquía. Los ejércitos del rey en la América española,
tanto los regulares como las milicias, estaban formados tanto por europeos
como por americanos, aunque con una abrumadora mayoría de los primeros
sobre los segundos. Si la clave del conicto hubiera sido la diferenciación
criollos/peninsulares, los cuarteles y guarniciones en la que los criollos eran
mayoría y ocupaban los cargos más altos habrían decantado del lado de los
insurgentes y aquellas en las que ocurría lo contrario, muy pocas, de los
realistas. Sin embargo no ocurrió así, y la opción por una u otra alternativa
parece haber estado determinada por otro tipo de consideraciones que poco
o nada tenían que ver con el origen geográco de soldados y ociales.
En Caracas, un caso excepcional en el conjunto de la América española
ya que a diferencia de la mayor parte de los ejércitos del continente la ameri-
canización de su cuerpo de ociales fue siempre muy baja, la mayoría de sus
ociales en el momento del estallido del conicto, incluido su comandante,
eran españoles europeos.31 Esto no impidió que cuando en 1810 las élites
30. Citado en Christon I. Archer, “Peanes e himnos de victoria de la guerra de inde-
pendencia mexicana. La gloria, la crueldad y la ‘demonización’ de los gachupines, 1810-
1821”, en Revolución,independenciaylasnuevasnacionesdeAmérica, ed. por Jaime E. Rodrí-
guez O. (Madrid: MAPFRE-Tavera, 2005), 238.
31. Para la composición de los ejércitos del rey en América en el momento del estalli-
Procesos 56, julio-diciembre 2022 173
de la ciudad se negaron a reconocer la regencia y proclamaron la Junta de
Caracas tanto los ociales criollos como los peninsulares se pusieran inme-
diatamente a sus órdenes.
En Buenos Aires las milicias de la ciudad, formadas básicamente por
criollos, pasaron de un apoyo incondicional a las autoridades virreinales,
hasta el punto que el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros se sirvió de ellas
para acabar con la rebelión de Chuquisaca (Alto Perú) en 1809, a ser unas de
las principales responsables del derrocamiento del virrey y la formación de
una Junta en 1810.
Mientras que en el otro extremo del continente, en la Nueva España, las
milicias provinciales del Bajío, con ociales en su mayoría criollos, se unie-
ron a la rebelión de Hidalgo; las de las ciudades de México, Veracruz, Puebla
y las del norte del Virreinato, con un porcentaje de ociales criollos parecido
a de las del Bajío, se convirtieron en la base del nuevo Ejército del Centro, eje
del poder militar realista.
las independenCias aMeriCanas
CoMo un FenóMeno global
Este es uno de los puntos enumerados por Tenorio Trillo que, en un prin-
cipio, menos problemas plantea, aunque como intentaré demostrar a conti-
nuación, con matices. A pesar de lo que las historiografías nacionales han
venido contando desde hace dos siglos parece bastante obvio que el mar-
co para entender lo ocurrido no es el de unos todavía inexistentes Estados-
nación sino el del conjunto de la Monarquía. La crisis imperial hispánica
de principios del siglo XIX no fue, es también una obviedad, un fenómeno
mexicano, argentino, ecuatoriano o español, sino que afectó al conjunto de
un Estado-imperio que se extendía desde las islas Baleares a las Filipinas y
desde el limite sur del continente americano hasta el centro de los actuales
Estados Unidos. El heterogéneo conjunto de reinos, señoríos y provincias
que durante tres siglos habían constituido la Monarquía católica o Monar-
quía hispánica, desaparecida como consecuencia de esta misma crisis.
Fue la crisis imperial desatada por las abdicaciones de Bayona, el esper-
péntico episodio en el que la corona del Rey católico pasó, como si de un ob-
jeto endemoniado se tratase, de Fernando VII a su padre Carlos IV, de Carlos
IV a Napoleón y de Napoleón a su hermano José Bonaparte, la que desen-
do de las guerras de independencia véase Anthony McFarlane, “Los ejércitos coloniales
y la crisis del imperio español, 1808-1810”, Historia Méxicana LVIII, n.º 1 (julio-septiembre
2008): 229-285.
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cadenó una crisis global, pronto convertida, y resuelta, en múltiples crisis
regionales. Cesiones todas, salvo quizás la primera, carentes de cualquier
legalidad, el rey no podía enajenar sus reinos sino solo transmitirlos dentro
de la línea legítima. La cesión de soberanía era algo de tan difícil encaje en la
tradición jurídica de la Monarquía que fue, de hecho, el argumento utilizado
por todas las Juntas, de Madrid a Manila y de Baton Rouge, en los actuales
Estados Unidos, a Buenos Aires, para negarse a aceptar las abdicaciones de
Bayona; hasta Fernando VII, no parece que particularmente acionado a vir-
tuosismos jurídicos, advirtió a su padre, en una carta con fecha de 4 de mayo
de 1808, que la propuesta de Napoleón solo era posible con la aprobación de
las Cortes ya que el rey solo podía ceder la corona a su heredero legítimo, no
enajenarla a una dinastía distinta.32 El rey no era propietario de sus reinos,
los tenía en usufructo. Una forma de propiedad, que lo mismo que ocurría
en otras muchas del Antiguo Régimen, no era plena sino limitada. Entre
otras limitaciones, debía transmitirse íntegra al heredero legítimo.
Hasta aquí algo bastante obvio y sobre lo que no merece la pena dete-
nerse demasiado. Más problemas plantea la necesidad de considerar la crisis
como atlántica, una de las convicciones historiográcas que más hondamen-
te han arraigado desde los años nales del siglo XX. No se trata ya de inda-
gar sobre los orígenes de una nación concreta, la que sea, sino de intentar
dilucidar esos orígenes en un escenario que transciende el espacio nacional.
Sin que esto quiera decir, por supuesto, que las experiencias nacionales de-
jen de ser historiográcamente signicativas, sino que deben de entenderse
como parte de procesos globales. Piénsese, por ejemplo, en un asunto tan
central como la explicación de la idea de la independencia. Un planteamien-
to centrado en la experiencia local, por minucioso que sea, no percibe los
ecos que ese proceso generaba en el espacio atlántico, lo que ocurría en el
otro extremo del continente resultaba ser relevante y, sobre todo, revelador,
para analizar y entender mejor lo ocurrido localmente.
Esto es algo que se aprecia muy bien en la historia conceptual, y aquí son
de cita obligada los trabajos impulsados desde la Universidad del País Vas-
co por Javier Fernández Sebastián,33 que han demostrado la importancia de
utilizar el laboratorio grande para la correcta comprensión de los giros con-
32. Citado en Álvaro Flórez Estrada, IntroducciónparalahistoriadelarevolucióndeEs-
paña (Londres: Imprenta de R. Juigné, 1810), 170.
33. Javier Fernández Sebastián, HistoriaconceptualenelAtlánticoibérico.Lenguajes,tiem-
pos, revoluciones (Madrid: Fondo de Cultura Económica, 2021); Javier Fernández Sebastián
y Cecilia Suárez Cabal, eds., Lasubversióndelordenporlapalabra.Tiempo,espacioeidentidad
en la crisis del mundo ibérico, siglos XVIII y XIX (Bilbao: Universidad del País Vasco, 2015); y,
Javier Fernández Sebastián, dir., Diccionariopolíticoysocialdelmundoiberoamericano.Con-
ceptospolíticosfundamentales,1770-1870 (Bilbao: Universidad del País Vasco, 2014).
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ceptuales que acompañaron aquellos años revolucionarios en los laboratorios
locales. La independencia de México, por ejemplo, se explica mejor si se tie-
nen presentes también discursos y procesos similares producidos en el Río de
la Plata, en Madrid o en Quito; y las distintas constituciones si se ven no como
experiencias locales, sino como expresiones de una cultura política que in-
tentaba dar respuesta a problemas comunes (la soberanía, la representación,
los derechos, la articulación territorial, etc.) La Constitución de Cádiz no es,
como la historiografía española se empeña en repetir, la primera constitución
española sino la primera y última de la Monarquía católica, tan europea como
americana y con parecidas inuencias a uno y otro lado del Atlántico.34
Marco atlántico que, sin embargo, plantea algunos problemas. Uno de los
más importantes tiene que ver con el hecho de que en la historiografía hispa-
noamericana lo que llamamos historia atlántica, que nos permite incluir los
dos lados de la Monarquía, no coincide exactamente con lo que en el mundo
anglosajón se entiende por Atlantic History, una de cuyas características ha
sido un claro desdén por la crisis imperial hispánica, europea y americana.
Algo lógico si consideramos que su objetivo ha sido jar un canon de moder-
nidad que, según esta visión, solo se habría completado en el Atlántico norte y
del que, de manera general, queda excluido no solo el Atlántico sur, sino tam-
bién lo ocurrido en la Península Ibérica, tanto en España como en Portugal.35
No es esta, obviamente, la historia atlántica que nos interesa sino otra
que incluya las independencias americanas como uno de los laboratorios
globales del nacimiento de la modernidad política. Estamos hablando de
uno de los más tempranos y exitosos procesos construcción de Estados-
nación de toda la historia de la humanidad y del n del Antiguo Régimen
en un espacio geográco que representa más de la mitad de Occidente. No
como una copia de modelos importados sino como uno de los laboratorios
en los que se construyó esa modernidad.
el Final no inevitable
El último aspecto, el de que nada era inevitable y de que la cuestión pudo
haber acabado en una suerte de Commonwealth hispánica o en varias monar-
quías o, como en México y Brasil, en imperios, es el que más problemas plan-
34. Marta Lorente y José M. Portillo, Elmomentogaditano.Laconstituciónenelorbehis-
pano (Madrid: Congreso de los Diputados, 2010); y Antonio Annino y Marcela Ternavasio,
coords., El laboratorio constitucional iberoamericano 1807/1808-1830 (Madrid: Iberoamerica-
na, 2012).
35. Roberto Breña, Liberalismo e independencia en la era de las revoluciones. México y el
mundohispánico (Ciudad de México: El Colegio de México, 2021).
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tea. Una armación con la que, en principio, resulta difícil no estar de acuerdo,
por supuesto que en la historia casi nada es inevitable, pero que también tiene
mucho de historia-cción, un terreno siempre resbaladizo para un historiador.
Hay, sin embargo, en este planteamiento dos aspectos de indudable re-
levancia histórica: el de la posible salida monárquica a la crisis imperial y el
de los retos que estas nuevas perspectivas plantean para el estudio del naci-
miento de los Estados-nación americanos, que son, por lo demás, los dos a
los que la historiografía hasta ahora ha prestado menos atención.
Sobre el primero, lo cierto es que las experiencias monárquicas son, a
pesar de la armación de Tenorio Trillo, extremadamente raras en el mundo
de los Estados-nación hijos de la disgregación de la Monarquía católica. Al
margen de España, cuyo nuevo Estado-nación se asumió desde el principio
como heredero y continuador de la Monarquía católica, por lo que la opción
monárquica era casi inevitable, solo México experimentó con formas mo-
nárquicas de gobierno, en dos ocasiones, lo que puede llevar a considerarlo
solo una rareza pintoresca, que es como de manera general la historiografía
mexicana ha tendido interpretarlo.
Un asunto sobre lo que habría, sin duda, que investigar más. Es posible
que el triunfo de las formas republicanas de gobierno haya sido, en el conjun-
to de los territorios americanos de la Monarquía, mucho menos “natural” de
lo que hemos tendido a considerar. Fueron varios los padres de las indepen-
dencias que, por motivos y con características diferentes, barajaron propues-
tas monárquicas, Francisco de Miranda, Manuel Belgrano, José de San Martín,
José de la Riva-Agüero... y así un largo etcétera. Tan largo que cabría pregun-
tarse, vistos los posicionamientos promonárquicos de muchos de los padres
de las independencias hispanoamericanas, si la salida “natural” a la crisis im-
perial no pudo haber sido más la monarquía que la república; y si lo que nece-
sita explicación no es tanto por qué tuvieron éxito los proyectos monárquicos
en México sino por qué no lo tuvieron en los demás nuevos Estados-nación
construidos en los territorios americanos de la Monarquía católica.
Además de que la supuesta excentricidad mexicana lo es solo en realidad
vista desde lado americano del Atlántico. Desde la mirada global del gran labo-
ratorio de construcción de nuevos Estados-nación que fue el mundo euro-ame-
ricano decimonónico, la opción monárquica fue al menos tan común como la
republicana, siendo claramente hegemónica en el lado europeo, donde no solo
se articularon como monarquías los Estados-nación construidos a partir de an-
tiguos dominios dinásticos (España, Inglaterra, Portugal, Holanda...) que, como
ya dije, de manera casi natural evolucionaron hacia Estados-nación articulados
como monarquías constitucionales, sino también en los creados ex novo (Norue-
ga, Grecia, Bélgica, Serbia...), al margen de los casos de Alemania e Italia, articula-
dos también a partir de antiguas casas dinásticas, aunque con el despojo de otras.
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Sobre el segundo, en realidad mucho más relevante, por una serie de
motivos que no vienen aquí al caso, la literatura internacional ha prestado
muy escasa atención a los procesos de construcción nacional en el mundo
hispánico, como ya he dicho, uno de los más tempranos y exitosos de toda
la historia de la humanidad. No se lo ha prestado la literatura internacional
pero tampoco las historiografías nacionales, que han tendido a considerar
sus respectivos Estados-nación como realidades naturales que solo estaban
esperando su liberación. Es necesario replantearse la idea desde otro punto
de vista, el de que el resultado nal, el actual mapa de Estados-nación, era
solo una de las opciones posibles entre el mantenimiento de la unidad de la
antigua Monarquía y la balcanización centroamericana.
El reto de una historia no teleológica es explicar cómo y por qué tuvie-
ron éxito unos Estados-nación y no otros. Para ello es necesario reconsiderar
las relaciones entre Estado y nación. En el caso de la América española, lo
mismo que en otros muchos casos, no fueron las naciones las que se dotaron
de Estados sino los Estados los que construyeron naciones a su medida. La
matriz de los Estados-nación hispanoamericanos no son antiguas naciones
étnico-culturales sino las divisiones administrativas de la antigua Monar-
quía, lo que nos exige intentar explicar por qué unas y no otras y, en última
instancia, reevaluar el papel de las ciudades, entendidas como repúblicas
urbanas, en el proceso de radical reconguración geopolítica que tuvo lugar
después de la crisis imperial. Un proceso en el que, da la impresión, y esta
es una hipótesis que merece ser explorada, no se construyeron capitales para
una nación sino naciones para una capital.
ConClusión
Al margen de la validez de las propuestas que aquí he analizado, en el
conocimiento cientíco no hay verdades absolutas sino solo hipótesis falsa-
bles, la verdadera revolución epistemológica de las últimas décadas consiste
en haber sacado las historias de las independencias del campo de los mitos.
Campo en el que los problemas no se analizan ni resuelven sino que se dan
por previamente analizados y resueltos. La armación es de Edward Said,
referida al orientalismo, pero puede extrapolarse a lo que yo denominaría
“historias de nacionalistas”, cuyo mito, dado por previamente analizado y
resuelto, es la existencia de las naciones como realidades naturales, en torno
al que hacen girar toda su interpretación del pasado.36
36. Edward Said, Orientalim (Londres: Routledge & Kegan Paul, 1978).
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El gran aporte de los nuevos enfoques ha sido poner sobre la mesa de
discusión una serie de mitos historiográcos no solo no resueltos, sino ni
siquiera planteados como el de que las guerras de independencia habían
sido guerras de liberación nacional, que en el momento del estallido de las
guerras de independencia existían ya identidades nacionales de tipo moder-
no, que la Monarquía católica equivalía a una nación española dueña de un
imperio o que el origen de los conictos fue la voluntad de las diferentes na-
ciones americanas de liberarse del dominio español. No tanto las respuestas,
sobre las que podemos y debemos seguir discutiendo, sino las preguntas.
Para el avance del conocimiento son tan importantes las buenas preguntas
como las buenas respuestas.
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