Procesos 56, julio-diciembre 2022 195
tado, a veces de gran profundidad histórica”. Pareciera que el énfasis lo coloca
en la primera acepción, por lo que queda la sensación de una invisibilización
de las luchas sociales que van jalonando los cambios, muchas veces profundos
y perdurables, porque también el énfasis no muestra esos cambios sino las con-
tinuidades de la dominación. El autor sostiene que el transformismo se expre-
sa sobre todo en la dimensión de “proceso”, la segunda que él desarrolla; en
esa dimensión es donde “se abordan las mediaciones políticas de la lucha so-
cial y la transacción que llevó a la primacía de los mecanismos transformistas”.
El momento cronológico en que, según Pablo, se cristalizó el Estado
transformista sería desde mediados de los 40, concretamente 1946 (después
de la Gloriosa), período en el que el ejército desechó las alianzas radicales y
optó por una con los conservadores, con la mediación de Velasco Ibarra. Este
proceso no fue tan “suave” ni “molecular”. Velasco Ibarra persiguió y exilió
a los exasambleístas de 1945. Fue una “derrota” con altas dosis de respon-
sabilidad propia de la izquierda, pero derrota al n. Entonces, la revolución
desde arriba no solo neutraliza, sino que aplasta, reprime, la revolución des-
de abajo, que se forjó por las luchas de los subalternos.
Los actores con nombre y apellido, los decisivos, son los conservado-
res y liberales, expresión de las fracciones dominantes regionales y, por otro
lado, el ejército, sobre todo el ejército, porque su autonomía relativa impide
que las oligarquías lo usen para enfrentamientos armados interoligárquicos
o contra el pueblo. Y Velasco Ibarra como intermediario, más ligado a los
conservadores y porque tiene un rol decisivo en los años 40, concretamente
en torno a la Gloriosa, cuando se expresó su mayor auge. Entonces, los otros
actores subalternos se difuminan, son masas rurales —anónimas—, entendi-
das como población mayoritaria que deja de serlo... Quizás falta la mirada
de las disidencias que se van gestando en las ciudades y que dieron lugar a
hechos como la masacre del 15 de noviembre de 1922, la huelga general que
derroca a Martínez Mera a inicios de los 30, las movilizaciones urbanas que
conuyen en la Gloriosa en los 40.
Los cambios de este período, plasmados jurídica y programáticamente
en la Constitución de 1945, aparentemente fueron efímeros, pero luego se
abrieron paso, lo que explica que 30 años después, en el proceso de retorno
a la democracia de nes de los setenta, se colocara nuevamente esa Consti-
tución como paradigma de avances democráticos, frente a la cual, en todo
caso, no podía retrocederse, en la nueva Constitución que también se elaboró
para ese tránsito, y nalmente se aprobó. Estas idas y venidas, que muestran
los efectos de las luchas y cambios impulsados desde abajo, es lo que quizás
hace falta resaltar. Insisto, queda la impresión de una cierta invisibilización
de las luchas y actores sociales y de esos grandes cambios que acaecen desde
las revoluciones de arriba.