Procesos 55, enero-junio 2022 205
y comunidades políticas hasta entonces inexistentes o débiles; pero sí, en
muchos casos, de Estados, naciones e identidades nacionales.
Como bien saben todos los historiadores, un alejamiento parcial de nues-
tro objeto de estudio, además de ser inevitable por las circunstancias que
convierten al pasado siempre en una especie de país extraño, es provechosa-
mente deseable, porque nos ofrece condiciones de objetivación del análisis.
Un momentáneo distanciamiento de nuestro propio estudio, de nuestro pro-
pio escrito, también suele ser útil. Entiendo que ese fue, precisamente, el caso
de LaindependenciadeBrasilylaexperienciahispanoamericana.Esto no signica
que la agenda delineada haya sido abandonada u olvidada por mí: sino ape-
nas que la separación entre los períodos 1808-1822 y 1823-1831 me permite
ahora contemplar el segundo período con mayor respeto que antes hacia al-
gunas de sus especicidades, aunque fuese jalonado hacia el primero, como
era mi inicial intención. Tales especicidades dicen al respecto de aquella
nebulosa zona de tendenciosa transición entre ideas y acciones que, por toda
América, fue migrando de preocupaciones (favorables, contrarias, neutras)
independentistashacia inquietudes (fracasadas muchas veces) nacionales.
En ese proceso, Brasil y el resto de América hispánica continuaron fuer-
temente unidos. Un buen ejemplo de aquello son las guerras de indepen-
dencia de Brasil ocurridas en varias provincias entre 1822 y 1824, ya diag-
nosticadas en LaindependenciadeBrasilylaexperienciahispanoamericanacomo
eventos obliterados por parte de la historiografía, lo que contribuyó a la con-
solidación del mito natural de un Brasil pacíco, sin guerras ni convulsiones
políticas y sociales, y supuestamente opuesto a los demás países surgidos
de las independencias iberoamericanas. Si numerosos agentes históricos se
esforzaron por evitar que en Brasil ocurriesen las escenas de violencia social
y convulsión política que observaron no solamente en la América españo-
la, y si muchos de esos agentes se esforzaron en creer que, en ese aspecto,
Brasil era diferente de sus vecinos continentales, las guerras de independen-
cia deberían ser sucientes para demostrar la ilusión de las pretensiones de
singularidad y superioridad de un Brasil que, por entonces, comenzaba a
descollar en el escenario de los Estados nacionales independientes, recién
poblado por nuevas entidades americanas. La Guerra Cisplatina (más cono-
cida en Argentina y Uruguay como “Guerra del Brasil”) entre 1825 y 1828,
puede incluso ser considerada, de acuerdo con la perspicaz observación de
Ternavasio, como la última de las guerras de independencia en América del
Sur, al mismo tiempo que el primero de sus conictos nacionales.3 Pero tales
conictos fueron sometidos mayoritariamente a la narrativa ocial que des-
3. Véase su intervención en “Fórum Debate”, RevistaAlmanack (2021), https://www.
youtube.com/watch?v=_XnjLTQ1jsI.