Procesos 55, enero-junio 2022190
sobre el cambio y la propiedad agentiva del sarampión, a través de un paradig-
ma que se escapa de las concepciones naturalistas de esa epidemia. Salomon
evoca estos eventos no solo como una renovación de “nuestra actitud clínica”
hacia las enfermedades, sino también como una gura que describe las mane-
ras en que la etnohistoria se ha renovado permanentemente al estudiar otras
interpretaciones del tiempo y las conexiones de memorias geográcas. Como
apunta Carlos Eduardo Zanolli, estas conexiones no se agotan en los discursos
que emergen al excavar en los legajos, sino que se ha expandido hacia los obje-
tos y demás texturas actantes que sirven de vehículos para la comunicación de
la vida social y política de las comunidades de tierras altas y bajas.
Entonces tenemos estas conexiones entre diversas historicidades, entre
objetos y formas de escritura y entre geografías, mientras que, a su vez, exis-
ten unas de otro orden que las conectan a todas. Glave, Zanolli y Salomon lo
argumentan en tanto los objetos en los que se interesa la etnohistoria, como
el relato de la conformación del mismo campo en sí, expresan la prolifera-
ción no lineal de historicidades, renovaciones y conexiones. Sin embargo,
queda pendiente la pregunta de cómo se articula toda esa diversidad, por
qué se dan ciertos cursos particulares y de qué modos puede la etnohistoria
resultar un saber relevante para los desafíos futuros de un mundo andino
conectado con otras experiencias que le denen.
Otra pregunta muy relevante y que se encuentra esbozada en los tres
comentarios y en los capítulos de Joan Rappaport, Tristan Platt y Esther
Langdon, presentes en el libro, es: ¿qué sucede con los sujetos sociales del
presente que de alguna manera están conectados con los archivos y fuentes
del pasado, los cuales en muchas ocasiones forman parte de su cotidianei-
dad? Como arma Zanolli, ha habido un “gran surgimiento” de narrativas
indígenas y de formas de hacer y pensar la historia que tienen en estos ob-
jetos de memoria, los puntales de una acción, pero que no necesariamente
se corresponden con las teorías políticas e interpretaciones antropológicas e
históricas de las personas que se dedican a investigar estas realidades. ¿Cuá-
les son los caminos que debemos escoger para entablar un diálogo con estas
personas y objetos?
Esta pregunta nal nos remite, precisamente, a un terreno poco desarro-
llado en nuestra compilación: los aspectos éticos del estudio etnohistórico.
Como arma Salomon, nuestra tarea como investigadores debe iniciar por
“aprender a formar encuentros éticamente igualitarios” con los pueblos di-
versos, sin anular las diferencias. O bien, como lo deniría el biólogo Hum-
berto Maturana, como un acto de amor que reconoce al otro como un igual
distinto a mí. Acogiéndonos a estos llamados de atención, nos dispondremos
a una apertura ética en futuras empresas de escritura, organización de en-
cuentros y diseños de investigación etnohistóricos.