Procesos 55, enero-junio 2022184
1980. Uno de los hitos centrales de aquel momento fue el balance que John
V. Murra hiciera de la etnohistoria respecto de su situación veinte años atrás,
en él señalaba tres aspectos a destacar. Primero, que habían comenzado a
publicarse algunas fuentes ya clásicas, hecho que facilitaba su acceso y con-
tribuía a un aumento de las investigaciones. Segundo, y relacionado con el
anterior, que habían aumentado los estudios acerca del contexto intelectual
de las crónicas, y también sobre sus autores. Tercero, destacaba que el sur-
gimiento de novedosos marcos teóricos que posibilitaban realizar nuevas
preguntas a documentos ya trabajados, en tal sentido, la denición clásica de
la etnohistoria como el uso de fuentes escritas para el estudio de los grupos
étnicos no-europeos, ya no representaba en su totalidad a los estudios que se
desarrollaban.5 La década de 1980 —en la que se realizó el Primer CIE— se
caracterizó por la expansión del campo disciplinar fuera del Perú. Así, con
diferentes ritmos, los estudios etnohistóricos se fueron desarrollando en el
Ecuador, Bolivia, Chile y Argentina, enriqueciéndose con los aportes realiza-
dos desde cada uno de los países.
El derrotero que realizan los autores continúa a partir de los trabajos de
Orin Starn, principalmente el de 1994, donde el autor reclama una participa-
ción más política por parte de los antropólogos.6 Las palabras de Starn abrie-
ron el diálogo acerca de la situación del indígena contemporáneo y de las
posibles vinculaciones entre pasado (documentos) y presente (etnografía)
de las comunidades; en otras palabras, llamaba la atención sobre los cambios
y continuidades que estaban ocurriendo en el mundo andino. Tal vez, una
buena conclusión de lo que los autores quieren expresar en este hito es que
aquel esencialismo cultural contribuye a pensar al ser indígena como estable
e inmutable a lo largo del tiempo y de la historia, incluso hasta el día de hoy.
El segundo hito lleva por título: “El esencialismo temporal referido a la
labor historiográca en los pueblos diversos”, y la mejor manera de expre-
sar la idea de este hito, es traer la cita que los autores toman de Rosberry y
O’Brien cuando se preguntan acerca de cómo la forma de concebir la rela-
ción tiempo y espacio por parte de los investigadores puede fragmentar la
historia de los pueblos estudiados.7 Si esta idea tiene un tinte general, en el
caso de la etnohistoria andina, la historia de esos pueblos estaría “mitica-
da” hasta el presente. Romper esta idea implicaría trabajar de otra manera
5. John V. Murra, “Las investigaciones en etnohistoria andina y sus posibilidades en
el futuro”, en LaetnohistoriaenMesoamérica..., 159-176.
6. Orin Starn, “Rethinking the Politics of Anthropology: The Case of the Andes”, Cur-
rentAnthropology 35, n.º 1, 1994: 13-38.
7. William Roseberry y Jay O’Brien, “Introduction”, en GoldenAges,DarkAges:Ima-
giningthePastinAnthropologyandHistory (Berkeley: University of California Press, 1991),
1-18.