Procesos 58, julio-diciembre 2023200
taban los impresores y en el último eslabón los aprendices, pero estos últimos,
si tenían suciente sensibilidad, podían llegar a ser impresores. El impresor
tenía, nada más y nada menos, que la responsabilidad de imprimir libros. An-
tes de ser impresor, este personaje había sido corrector, título que implicaba
conocer varias lenguas y, además, los rasgos estilísticos de los escritores. De
modo que el impresor ocupaba una posición social privilegiada y tenía rela-
ción directa con las élites letradas, políticas y asociativas de la época.
Loaiza ubica como ejemplo de ello a un importante impresor de México,
Ignacio Cumplido, quien ejemplica el ascenso social que se podía alcanzar.
Don Ignacio nació en Guadalajara en 1811 y “llegó a ser diputado y senador
entre 1842 y 1844” (p. 120). El ejemplo no aplica a todos los impresores de
inicios de la independencia —más bien es un caso extraordinario— pero da
cuenta del papel protagónico que, junto con sus imprentas, tuvo la divulga-
ción de ideas a través de libros, periódicos o gacetas, a lo largo y ancho de
Hispanoamérica. Nunca estuvieron exentos de censura en el antiguo ni en el
nuevo régimen, y en muchos casos se convirtieron en impresores, reproduc-
tores y divulgadores ociales del republicanismo.
A menudo la tarea de los impresores —y en general de la imprenta— fue
conictiva. Su formación estuvo vinculada a los momentos decisivos del quie-
bre del Antiguo Régimen y el nacimiento del nuevo. Para Loaiza, la década
de 1810 fue decisiva en el desarrollo de los impresos y durante la década de
1820, por lo menos, se duplicaron. Las ciudades de Buenos Aires, México, Bo-
gotá y Santiago de Chile fueron ejemplo de esta tendencia. Durante esas dos
décadas, a través de los periódicos se desarrolló la opinión pública y un nuevo
lenguaje político, propios de la discusión republicana, según explica el autor.
La tarea de los impresores-escritores, y en general de la prensa, se tornó
más compleja. Impresores y escritores tuvieron que lidiar con las exigencias
de las nacientes repúblicas. En medio de las voces del antiguo y el nuevo
régimen asumieron nuevas y conictivas responsabilidades como la de des-
cribir la revolución. Varios de ellos se convirtieron en sujetos ociales de los
nacientes regímenes y cumplieron un importante papel en la formación de
la nueva opinión pública.
Como se anunció en las primeras líneas de esta reseña, los escritores se
habían formado en el marco de los cánones escriturales de la ilustración, pre-
misa a la que Loaiza Cano regresa en el último capítulo de su libro. Los escri-
tores en particular, y en general la prensa, tenían un acumulado histórico que
pusieron a disposición de los intereses del temprano régimen republicano.
Del otro lado estaban los lectores: gente ilustrada y selecta, conocedora de
los marcos conceptuales y lingüísticos de la época.
Así, los periódicos, de la mano de los escritores, aunque formaban par-
te de una minoría selecta, se convirtieron en un artefacto de utilidad social