Procesos 54, julio-diciembre 2021 287
Lindón y Girola, quienes introducen el rol del imaginario en la aprehensión
y conceptualización de los espacios, y a los argumentos de Armando Silva,
autor que reconoce las operaciones psicoanalíticas en la aprehensión de los
espacios, donde “el imaginario funda la experiencia de realidad” (p. 20). Este
estudio sugiere que la construcción sociocultural de los espacios urbanos y
los procesos económicos y políticos no son excluyentes, sino complemen-
tarios, pues los primeros “no son ajenos a las relaciones de poder ni a las
desigualdades que constituyen la estructuración física de las ciudades” (p.
24). Estas teorías demuestran que la historia de la segregación socioespacial
de Quito es un proceso de construcciones recíprocas, y le ayudan al autor a
ordenar su investigación e interpretar los resultados del estudio.
El estudio comienza la discusión de la organización espacial de Quito y
las percepciones históricas y contemporáneas sobre ella, con un análisis de
los desarrollos históricos que han contribuido a formar esas concepciones en
el siglo XX. Entre 1940 y 1970, la percepción del menor desarrollo e inversión
en el sur de la ciudad reejaba la realidad. Asimismo, el “Plan regulador”
de los años 40 (el primer plan urbanístico técnico en la historia del país) no
inventó la segregación entre el norte y el sur de Quito, pero sí la institucio-
nalizó (p. 40). Durante este intervalo, el crecimiento de la ciudad siempre
se extendió en las dos direcciones polares, con los grupos élites migrando
desde el viejo centro histórico hacia el norte, y los grupos populares expan-
diéndose hacia el sur. Además, la emergencia de un segundo núcleo urbano
en el centro-norte concitó el desarrollo desigual en los servicios urbanos.
El boom petrolero de los años 70 causó una explosión poblacional y es-
pacial y, desde entonces, el crecimiento ha resultado más disperso; estos
años vieron la gran expansión periférica tanto al norte como al sur. En las
siguientes décadas, el Distrito Metropolitano de Quito corrigió muchas de
las discrepancias en los servicios entre norte y sur, aunque no logró eliminar
la segregación urbana, como bien demostraba el AtlasInfográco (1992), lo
cual introdujo otras variables en la delimitación de la segregación. Además,
la diferenciación psicológica entre el norte y el sur de Quito había adquirido
un fuerte sentido simbólico, que resulta más difícil combatir que la segrega-
ción geográca.
La metodología que utiliza el autor se sostiene en tres técnicas: la en-
cuesta escrita, en la que participaron unas mil personas de las tres zonas de
Quito; las conversaciones focales, en las que participaron 19 encuestados; y
las entrevistas individuales. En la encuesta, los participantes respondieron
a una variedad de preguntas sobre las tres zonas de la ciudad, cuyos temas
incluían sus percepciones del espacio (experiencias olfativas, la incidencia
de colores, el clima) y sus habitantes (percibido nivel socioeconómico, carac-
terísticas, etc.). Santillán Cornejo exhibe los resultados de dicha encuesta en