Sobre el moderno catolicismo, la romanización
del clero y el conservadurismo
en Carlos Espinosa y Cristóbal Aljovín
OnmodernCatholicism,Romanisationoftheclergy,
andconservatisminCarlosEspinosaandCristóbalAljovín
Sobreocatolicismomoderno,aromanizaçãodoclero
eoconservadurismoenCarlosEspinosaeCristóbalAljovín
Valeria Coronel
Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), Sede Ecuador
Quito, Ecuador
https://orcid.org/0000-0001-7984-051X
https://doi.org/ 0.29078/procesos.v.n54.2021.3061
La investigación de Carlos Espinosa y Cristóbal Aljovín abre ámbitos de
investigación soslayados por la investigación estructuralista centrada particu-
larmente en el estudio de las élites económicas (de las décadas de los 70 y 80
del siglo XX). Estos aportes permiten observar cómo las constelaciones religio-
sas fueron actores clave en las disputas sobre modos de gobernar, matriz de
pensamiento y de estrategias de predominio en las identidades culturales, y
fueron, por tanto, agentes que modelaron precisamente órdenes estructurales.
Desde la década de los 90, el trabajo de Carlos Espinosa propuso un aná-
lisis cultural de las fuentes religiosas de la modernidad.1 En tal década dialo-
gó con la obra de Max Weber, Foucault y Bolívar Echeverría al interrogar el
catolicismo de la contrarreforma y, de manera especíca, el barroco quiteño
como potencial vía de secularización especíca: fuente de una racionalidad
y potencial rutinización de un ethos que aportaba una racionalidad moderna
por fuentes culturales propias.2 Los textos más recientes de Espinosa y Aljo-
1. Carlos Espinosa, “El método de la pasión. Max Weber y la racionalidad religiosa”,
NarizdelDiablo, n.º 21, época II (1994): 54-69..
2. Bolívar Echeverría, Modernidad,mestizajecultural,ethosbarroco (Ciudad de México:
Universidad Nacional Autónoma de México, 1994).
Procesos.RevistaEcuatorianadeHistoria, n.º 54 (julio-diciembre 2021), 228-232. ISSN: 1390-0099; e-ISSN: 2588-0780
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vín que aquí nos ocupan, dialogan con los anteriores, podríamos sugerir que
abordan el papel de las “sectas”, para continuar con Weber, en su papel de
espacios de socialización en valores orientados por la religiosidad moderna
y promotores de transformaciones sociales y subjetivas que apuntalan sen-
deros de la modernidad. En el siglo XIX, como bien lo proponen, existió una
apropiación del legado religioso para la ingeniería social moderna.
El clero globalizado internalizó funciones territoriales y de circulación de
ideas y de mercancías, por rutas que no se explican desde el simple argumento
liberal sobre el mercado mundial. Estos estudios nos exigen atención al signi-
cado de la relación entre Iglesia, Estado y sociedad civil, pero más allá, nos dan
elementos para entender el papel de la Iglesia moderna como matriz de una
de las rutas de una segunda globalización (siglo XIX) en el proceso de forma-
ción del capitalismo y del poder en la modernidad. La Iglesia decimonónica
y el conservadurismo moderno conforman una constelación compleja que se
despliega entre el nivel global y local interviniendo en los campos políticos
donde se libra una batalla por la formación de las repúblicas, pero también
antagonizando, y denitivamente sobrepasando, los hitos nacionales. Las ór-
denes religiosas y su capital en Roma se revelan como uno de los más podero-
sos agentes históricos del transnacionalismo corporativo, como proponen con
claridad los artículos presentados por los colegas Aljovín y Espinosa.
La Iglesia promovió formas de organización de la sociedad civil que son
innovadoras y, a la vez, nostálgicas; nuevas corporaciones e instituciones son
imaginadas como evoluciones de los vínculos morales ya presentes en la socie-
dad doméstica patriarcal. El desarrollo del corporativismo —una innovación
fundada en las costumbres de autoridad social— aportó tanto a estructuras de
poder gamonal como a procesos de institucionalización más generales y abs-
tractos como la nación católica y sus instituciones territoriales. En contrapun-
to, el liberalismo, lejos de ser una simple doctrina individualista, y sobre todo
cuando se vio asociado al radicalismo o republicanismo democrático, fomentó
sus propias formas de asociacionismo, confederaciones y organización política
de la sociedad civil. Lo propio hizo el radicalismo, no solo en las más exitosas
milicias, sino en sociedades democráticas y bibliotecas obreras. Otro tanto hizo
el socialismo, especialmente a partir de la crisis de nales de la década de 1910.
Con respecto al espectro transnacional del problema, y sobre la obra de
nuestros colegas, resulta claro que en la estrategia de romanización de la
Iglesia, las instituciones misionales son insoslayables para entender los anta-
gonismos entre los cuales se forman los nacientes Estados nacionales repu-
blicanos en Europa y América. En el proceso de “romanización”, el papado
es una matriz de institucionalización moderna no centrada en el Estado, de
administración territorial y social, de construcción discursiva e identitaria,
con incidencia clave (desde afuera y desde adentro) en las disputas por la
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misma conguración del modelo estatal, un aspecto que nos hace ver de otra
manera la disputa entre corrientes partidistas.
La romanización del clero como estrategia de transnacionalización surge
desde el papado de Pío IX y se fortalece con León XIII, como respuesta al proce-
so de centralización de los Estados europeos, particularmente Alemania, Fran-
cia y el proceso nacional en Italia. Explora continentes que apuestan a contener
procesos republicanos atentos a apuntalar la autonomía del Estado, para mode-
larlos en su lugar como subalternos a la Iglesia y denir territorios periféricos
como escenarios de intervención global. El papado aparece como una fuerza
transnacional modernizadora en muchos aspectos, disciplinaria pero no centra-
da en la unidad de la república y su sistema político. Varía también su modo de
movilizar las voluntades sociales, la identidad, la moral, la coerción moral y la
fuerza más que la polémica o la deliberación en pos de consensos, excomunio-
nes, procesiones, indictos, condena de los libros y censuras, como elementos del
repertorio católico en su intento por generar unidad de conciencia.
Ya los intelectuales radicales Felicísimo López, Luciano Coral y José Pe-
ralta, críticos del integrismo ultramontano en la transición del siglo XIX al XX,
insistieron en varios elementos que se hacen visibles en estas investigaciones.
Ellos hablaron del ultramontanismo como fuente de una doctrina de domi-
nación patriarcal y patrimonial que se conformaba en un discurso moral que
armaba una jerarquía y tutelaje de mujeres y clases subalternas. Hablaron
de esa matriz como su modelo extendido al poder civil y político en el Estado
integrista. De la misma manera, se rerieron al carácter transnacional de la
Iglesia que evadía impuestos y gobernaba de forma excepcional a las leyes
nacionales en ciertos territorios misionales. También hicieron referencia a su
extensión por redes paralelas y superpuestas a las cadenas de mercancías de
la economía política global. Esta observación de la Iglesia y sus comunidades
predicadoras asentadas en distintos territorios del continente americano, no
desdijo de la mirada de la Iglesia como lugar para la disputa losóca; era
una matriz a la cual disputarle la interpretación sobre el legado intelectual de
Occidente en torno a los orígenes de la soberanía. Los conceptos democracia
y tiranía de parte de los demócratas o “teocracia o demonocracia”, como lo
puso la prensa católica en respuesta a los democráticos, se concibieron, preci-
samente, en el combate de aquella esfera pública impresa.
interrogantes desde la historia
del Clero Para la soCiedad ContemPoránea
La discusión antes expuesta sobre la modernidad católica requiere de
un examen adicional: saber si el catolicismo decimonónico presentó una al-
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ternativa viable capaz incluso de imponerse sobre otras alternativas, no solo
culturales sino coaliciones sociales en contienda. Implica también saber si en
la competencia entre rutas para obtener predominio sobre la vía estatal, el
ultramontanismo pavimentó la ruta triunfante, si logró dar curso cultural a
la alternativa de un pacto oligárquico. De no ser así, y como sugiere nuestro
propio trabajo, la vía que predominó al nal de las guerras republicanas fue
la que instaló la coalición entre el partido liberal y el partido radical; restaría
indagar ¿cuáles fueron los límites del moderno catolicismo, del ultramonta-
nismo y el progresismo que le impidieron imponerse? ¿Por qué el recurso al
método de la hegemonía, la articulación entre clases plebeyas, campesinas
y élites regionales, promovido por el bloque liberal radical, predominó en el
campo político y de formación estatal, sentando paradójicamente condicio-
nes democráticas para la acumulación oligárquica ulterior?
Sugeriríamos que fue la misma fuerza de la Iglesia romanizada, del Con-
cordato y de la sociedad civil tutelada por la Iglesia la que le dio contorno
especíco y la que colocó los límites de esta corriente. La apuesta de la Iglesia
decimonónica, como bien lo plantea la obra analizada, es consolidar institucio-
nes transnacionales con un eje en Roma. Su agencia, si bien puede hibridarse
en Estados confesionales, mantiene una tensión con el proceso de centraliza-
ción de las repúblicas nacionales. Esto no solo es el origen de su desplaza-
miento de la Europa de Bismarck y su guerra contra la formación del Estado
nacional italiano. También en América Latina tensionan con las repúblicas
proclamadas sobre la soberanía nacional, e intervienen sin duda en la política
mediante prácticas como la censura o, abiertamente, la guerra santa a las re-
publicas liberales o radicales, como la ecuatoriana. Censuras, excomunión de
diputados, celos con los símbolos patrios, intervenciones transnacionales que
subordinaron esfuerzos de las élites conservadoras por imponerse a través de
vías estatales, un fomento al rentismo y arbitrariedad como estrategia de acu-
mulación, coerción moral pero cierta ineciencia militar, estímulo a la forma-
ción de un bloque de clases y político miliciano, interclasista (jacobino en un
momento), universalista y laico, fueron algunas de estas razones.
Los gobiernos de García Moreno y el más tardío progresismo (también
ultramontano) intentaron denir la contienda mediante una alianza desde
arriba de los partidos patricios regionales, una ampliación de redes de oli-
garquías regionales hacia el mercado mundial, coordinados de formas com-
plejas y amparados por el Concordato. El clero romanizado y los obispos
cercanos a este, sin embargo, debilitaron las formas partidistas de las éli-
tes conservadoras y sus estrategias de gobernabilidad, intervinieron en los
poderes del Estado, acusaron a los progresistas de pactar con el enemigo,
etc. Todo ello debilitó los pactos entre élites de los partidos y activó la con-
frontación armada, fomentando incluso un bloque entre el liberalismo y el
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radicalismo más popular en el Ecuador, a nes del siglo XIX. La censura de
los partidos contendores y hasta el maltrato al progresismo en el que incu-
rrieron los obispos debilitó tal estrategia en el espacio nacional; a esta sura
se impuso el peso de la movilización popular bajo la bandera del radicalismo
y la rivalidad entre élites regionales. Todo ello hizo del progresismo ultra-
montano una alternativa que fue derrotada militar y políticamente en 1895.
Para la historiografía que ha interpretado el siglo XIX como el momento
de la formación de las repúblicas en América Latina, los estudios de Espinosa
y Aljovín resultan provocadores. Al mostrar la constelación del conservadu-
rismo, exigen, por ejemplo, observar la complejidad de las otras corrientes,
es decir, observar los puentes conectores entre la dimensión nacional, global
y local. Así mismo, advertir la conexión entre las organizaciones partidistas,
las asociatividades civiles, las redes intelectuales y los géneros circulantes en
la esfera pública, así como redes e instituciones corporativas extranaciona-
les. En este marco, podría asentarse un trabajo historiográco comparativo y
un análisis del campo de fuerzas que invite a superar la mirada fragmentada
de las corrientes políticas y su accionar, que todavía persiste.
Espinosa propuso en 1994 que la contrarreforma andina pudo haber
sido origen de una ruta de la modernidad, que conjugaba su “particularismo
cultural” con su orden discursivo aunque no secular.3 También sugerimos
por nuestra parte que su prédica integradora y penitencial provenía de la
matriz religiosa del mercantilismo colonial.4 A partir de los nuevos trabajos
podríamos iniciar una nueva discusión en diálogo con la teoría social con-
temporánea: ¿preguraron las repúblicas católicas y, más aún, las institu-
ciones misionales románicas —redes transnacionales paralelas y asidero de
cadenas de la economía política global, del poder transnacional y las élites
oligárquicas— al neoliberalismo contemporáneo? El transnacionalismo cor-
porativo, la desregulación del capital, un discurso religioso fundamentalista
y pragmático y una agria tensión con las repúblicas plebeyas así lo sugieren.
3. Carlos Espinosa, “The Fabrication of Andean Particularism”, BoletíndelInstituto
FrancésdeEstudiosAndinos 18, n.º 2 (1989): 269-298.
4. Valeria Coronel, “Santuarios y mercados coloniales: lecciones jesuíticas de contrato
y subordinación para el colonialismo interno criollo”, en Losjesuitasyla modernidaden
Iberoamérica.1549-1773, ed. por Manuel Marzal y Luis Bacigalupo, 187-225 (Lima: Instituto
Francés de Estudios Andinos / Ponticia Universidad Católica del Perú /Universidad del
Pacíco, 2007).