Procesos 54, julio-diciembre 2021 231
ternativa viable capaz incluso de imponerse sobre otras alternativas, no solo
culturales sino coaliciones sociales en contienda. Implica también saber si en
la competencia entre rutas para obtener predominio sobre la vía estatal, el
ultramontanismo pavimentó la ruta triunfante, si logró dar curso cultural a
la alternativa de un pacto oligárquico. De no ser así, y como sugiere nuestro
propio trabajo, la vía que predominó al nal de las guerras republicanas fue
la que instaló la coalición entre el partido liberal y el partido radical; restaría
indagar ¿cuáles fueron los límites del moderno catolicismo, del ultramonta-
nismo y el progresismo que le impidieron imponerse? ¿Por qué el recurso al
método de la hegemonía, la articulación entre clases plebeyas, campesinas
y élites regionales, promovido por el bloque liberal radical, predominó en el
campo político y de formación estatal, sentando paradójicamente condicio-
nes democráticas para la acumulación oligárquica ulterior?
Sugeriríamos que fue la misma fuerza de la Iglesia romanizada, del Con-
cordato y de la sociedad civil tutelada por la Iglesia la que le dio contorno
especíco y la que colocó los límites de esta corriente. La apuesta de la Iglesia
decimonónica, como bien lo plantea la obra analizada, es consolidar institucio-
nes transnacionales con un eje en Roma. Su agencia, si bien puede hibridarse
en Estados confesionales, mantiene una tensión con el proceso de centraliza-
ción de las repúblicas nacionales. Esto no solo es el origen de su desplaza-
miento de la Europa de Bismarck y su guerra contra la formación del Estado
nacional italiano. También en América Latina tensionan con las repúblicas
proclamadas sobre la soberanía nacional, e intervienen sin duda en la política
mediante prácticas como la censura o, abiertamente, la guerra santa a las re-
publicas liberales o radicales, como la ecuatoriana. Censuras, excomunión de
diputados, celos con los símbolos patrios, intervenciones transnacionales que
subordinaron esfuerzos de las élites conservadoras por imponerse a través de
vías estatales, un fomento al rentismo y arbitrariedad como estrategia de acu-
mulación, coerción moral pero cierta ineciencia militar, estímulo a la forma-
ción de un bloque de clases y político miliciano, interclasista (jacobino en un
momento), universalista y laico, fueron algunas de estas razones.
Los gobiernos de García Moreno y el más tardío progresismo (también
ultramontano) intentaron denir la contienda mediante una alianza desde
arriba de los partidos patricios regionales, una ampliación de redes de oli-
garquías regionales hacia el mercado mundial, coordinados de formas com-
plejas y amparados por el Concordato. El clero romanizado y los obispos
cercanos a este, sin embargo, debilitaron las formas partidistas de las éli-
tes conservadoras y sus estrategias de gobernabilidad, intervinieron en los
poderes del Estado, acusaron a los progresistas de pactar con el enemigo,
etc. Todo ello debilitó los pactos entre élites de los partidos y activó la con-
frontación armada, fomentando incluso un bloque entre el liberalismo y el