Masculinidades y feminidades en plural:
precisiones conceptuales en el estudio
de Ximena Sosa
Masculinitiesandfemininitiesintheplural:
ConceptualclaricationsinthestudyofXimenaSosa
Masculinidadesefeminidadesemplural:
apontamentosconceituaisnoestudodaXimenaSosa
Tatiana Salazar Cortez
UniversidaddelPaísVasco
Lejona, España
https://orcid.org/0000-0001-6954-8662
https://doi.org/10.29078/procesos.v.n54.2021.2944
Empiezo este escrito por señalar las contribuciones en materia concep-
tual y metodológica que Ximena Sosa nos ha planteado en su libro Hombresy
mujeresvelasquistas,1934-1972.Seguidamente, haré ciertas reexiones sobre
aportes críticos del texto, en el sentido que incitan y permiten el debate; y
cerraré con ciertas observaciones sobre puntos que considero problemáticos
que han sido presentados por la autora en los capítulos tres y cuatro. Asimis-
mo, me permito señalar que recupero aquí algunos de los temas que tiene el
libro y que he decidido comentar desde mis intereses, pericia y absoluta ar-
bitrariedad. Sin duda, dejo fuera otros que indudablemente suscitarán otros
debates y convocarán a otros colegas.
Empiezo señalando que, en el sentido metodológico y teórico, el uso y
aplicación de la categoría de la continuidadinestable que Sosa presenta a lo
largo de todo su texto permite entender de manera sostenida la relación que
estableció Velasco Ibarra con sus adeptos en el sentido político, sociológico
y emocional. En este marco, hay que señalar que los actores que se identi-
can a lo largo del texto son concebidos como electores letrados —varones y
mujeres, en menor medida— que se activaron coyunturalmente en torno a
procesos eleccionarios o durante los mandatos velasquistas. La continuidad
inestabletambién permite entender los distintos proyectos de modernización
Procesos.RevistaEcuatorianadeHistoria, n.º 54 (julio-diciembre 2021), 257-266. ISSN: 1390-0099; e-ISSN: 2588-0780
Procesos 54, julio-diciembre 2021258
y racionalización del Estado desplegados por Velasco, especialmente en el
ámbito educativo y de vialidad, mejor implementados durante la tercera
presidencia. Frente a los intentos del Estado por crecer y modernizarse, la
autora se adentra en las tensiones que se generaron con ciertos grupos hu-
manos que son estudiados a lo largo de los capítulos del libro: maestros,
obreros, estudiantes y choferes; y sin perder de vista la inuencia del velas-
quismo en otras tendencias políticas. En este sentido, me parece que es una
categoría que se adapta de manera exitosa a esta presencia inestable de un
personaje que marcó la vida política ecuatoriana por 40 años.
Además, la categoría de masculinidad aristócrataintelectual constituye
un aporte signicativo a la historiografía ecuatoriana que invita a repensar
procesos históricos que han omitido al género como una categoría válida
para pensar la realidad social. La apuesta teórica elaborada por Sosa le ha
permitido pluralizar el análisis del populismo clásico centrado en la gu-
ra del líder carismático, abriendo así una beta de análisis que considera al
género como categoría útil para pensar las relaciones asimétricas de poder
vigentes entre varones, mujeres y la gura de Velasco Ibarra. Sin embargo,
este punto ha sido uno de los planteamientos que más me ha convocado.
Punto CrítiCo 1.
las masCulinidades
Si bien destaco que la categoría del aristócrataintelectual constituye un
aporte novedoso al análisis histórico, considero que la manera en que la au-
tora plantea su categoría es problemática. Por un lado, no dialoga con otras
producciones historiográcas sobre el tema, como retrataré someramente,
ni tampoco mira aportes sobre el estudio de las masculinidades elaboradas
en el Ecuador.1 Para empezar, el concepto del aristócrata intelectual tiene
mucho parecido con el modelo del gentlemaninglésque ha sido ampliamente
1. Al respecto, Xavier Andrade, desde la antropología, ha sido quien más ha reexio-
nado sobre las masculinidades en el país. Su análisis de la política de lo grotesco a través
del periodismo de Pancho Jaime durante la década de los 80 aúna la reexión teórica inter-
disciplinaria sobre las masculinidades y la aplicación metodológica de la historia cultural.
Véase Xavier Andrade, “Pancho Jaime and the political uses of masculinity in Ecuador”,
en ChangingmenandMasculinitiesinLatinAmerica, ed. por Matthew C. Gutman (Durham
/ Londres: Duke University Press, 2003), 281-304; Xavier Andrade, “Masculinidades y
cultura popular en Guayaquil”, en Antiguamodernidadymemoriadelpresente.Culturasur-
banaseidentidad, ed. por Ton Salman y Eduardo Kingman (Quito: FLACSO Ecuador, 1999),
101-123.
Procesos 54, julio-diciembre 2021 259
estudiado en la esfera europea para el contexto victoriano, principalmente.2
Concepto que ha tenido un particular éxito en el estudio de la élite española
frente a las campañas imperialistas del siglo XIX y la crisis política de 1898, y
que creo permite enarbolar lazos de inuencia y paralelismos, especialmente
en torno al tema territorial.3 Es decir, el gentleman inglés fue un modelo de ser
hombre, entre tantos otros, que trascendió las fronteras nacionales y que se
convirtió en un tipo masculino que se destacaba por el autocontrol, el saber
comportarse frente a las mujeres y frente a otros varones en la esfera política,
se caracterizó por su educación, su austeridad y su elegancia. También fue
un modelo de hombre “civilizado”, occidental, blanco, de cierta clase social,
que logró ser reconocido y respetado, como tal, entre sus pares, y que se re-
frendó frente a otro tipo de hombres subalternizados y marginalizados: los
bárbaros, no blancos y no occidentales. Es en este marco que la categoría de
Sosa tiene puntos similares y también de distancia que habría que reconocer.
En todo caso, en el estudio de Sosa, la categoría del intelectualaristócra-
ta es operativa, ya que muestra cómo Velasco Ibarra construyó un modelo
masculino sobre sí mismo que fue usado en la arena de la política de manera
polivalente y a través del tiempo. La autora enfatiza en cómo este modelo de
masculinidad fue un elemento que apeló a los votantes a distintos niveles:
emocionales e identitarios, constituyéndose como una característica que le
permitió volver al poder en repetidas ocasiones y, a la vez, subrayar una
relación asimétrica con sus seguidores. Por su parte, coincido con la carac-
terización de los valores masculinos asociados a Velasco Ibarra. Es decir, la
autora identica valores asociados a la masculinidad en la que se destacaban
la honradez, la austeridad, la honestidad; su carácter de hombre letrado e
intelectual; un hombre hecho a sí mismo, pese a la adversidad de clase, fac-
tor que le permitió disputar reconocimiento en la élite política ecuatoriana y
que, según la autora, tuvo una fuerte inuencia entre los votantes. Sin em-
bargo, este modelo en solitario no puede explicar el éxito que otorga Sosa a
este tipo de masculinidad, ya que no existe una masculinidad hegemónica
2. Anne M. Windholz, “An Emigrant and a Gentleman: Imperial Masculinity, Bri-
tish Magazines, and the Colony than got away”, VictorianStudies 42, n.º 4 (verano 1999-
2000): 631-658; Michèle Cohen, “ ‘Manners’ Make the Man: Politeness, Chivalry, and the
Construction of Masculinity, 1750-1830”, JournalofBritishStudies (2005): 312-329; Xanthe
Brooke, “From English Gentleman to Spanish ‘Hidalgo’. Frank Hall Standish (1799-1840)
and his Spanish Art Collection”, BoletíndelMuseodelPrado 34, n.º 52 (2016): 50-63.
3. Nerea Aresti, “El gentleman y el bárbaro. Masculinidad y civilización en el nacio-
nalismo vasco (1893-1937)”, CuadernosdeHistoriaContemporánea, n.º 39 (2017): 83-103; Luis
G. Martínez del Campo, “La educación del ‘gentleman’ español. La inuencia británica
sobre la élite social española (1898-1936)”, Ayer:RevistadeHistoriaContemporánea, n.º 89
(2013): 123-144.
Procesos 54, julio-diciembre 2021260
en solitario, sino una red de relaciones de poder entre modelos masculinos.
Voy a explicar brevemente por qué.
Yo encuentro dos problemas en concreto sobre la masculinidad aristócra-
ta intelectual. Una parte se debe a la denición dada por la autora y la otra
en torno al carácter relacional del género. Sosa construye su concepto ba-
sándose en el aparato teórico de R. W. Connell, refrendado por Leonor Frau,
autoras citadas.4 Sin embargo, parte fundamental de la propuesta de Connell
es la validación hegemónica de la masculinidad frente a maneras no legíti-
mas de ser hombres. Es decir, frente a las masculinidades subalternas, evi-
denciando así jerarquías existentes entre las masculinidades. De hecho, “los
hombres construyen su masculinidad dentro de esquemas de oposición y en
referencia a lo que es la no-feminidad”.5 En este sentido, las masculinidades
son plurales, referenciales frente a los hombres y relacionales en torno a las
mujeres (siendo este punto el menos logrado en el libro).6 El análisis unila-
teral que realiza Sosa no se adentra en la complejidad de las relaciones del
género y la manera histórica y cambiante en la que se producen, no permi-
te saber cómo esta masculinidad aristocrática intelectual se convierte en un
modelo que ejerce en los sujetos, sino que es efectivo, impositivo y siempre
funcional para Velasco. Adicionalmente, la manera en la que está construida
esta categoría tiene un aire de permanencia, cuando sabemos que las mascu-
linidades son cambiantes, así sea de manera gradual, a lo largo del curso de
la vida de cada individuo y entre diferentes grupos de hombres, más aún en
un lapso de 40 años. Finalmente, no podemos olvidar que la masculinidad
hegemónica no es una realidad social sino un ideal normativo,7 en este ám-
bito debemos situar a los sujetos y las relaciones de poder que analizamos.
Si bien la autora pasa por alto el análisis de las masculinidades subalter-
nas, hay elementos presentes en el libro que nos permitirán entender cómo
Velasco Ibarra conectó con los votantes de distintas ideologías y clases socia-
4. R. W. Connell, Masculinities (Cambridge: Polity, 2021 [1995]); deloshombres (Bogotá:
UNICEF, 2004).
5. Frau, ibíd., 53-54. Así lo señala Minello al hacer un balance sobre la producción
académica de las masculinidades en autores como Connell, Robert Badinter, Michael Kim-
mel, entre otros; véase Nelson Minello Martini, “Masculinidad/es. Un concepto en cons-
trucción”, NuevaAntropología, n.º 61 (septiembre 2002): 11-30.
6. Nere Aresti señala que las fronteras de la masculinidad no son estables. La ex-
ploración de estos terrenos limítrofes obliga a situar la masculinidad normativa en las
relaciones de poder con otras masculinidades y con la feminidad, en el entramado creado
por comprensiones concretas de la diferencia sexual, por tensiones y negociaciones cons-
tantes. Véase Nerea Aresti, “La historia de género y el estudio de las masculinidades.
Reexiones sobre conceptos y métodos”, en Feminidadesymasculinidadesenlahistoriografía
degénero (Granada: Comares, 2018), 183.
7. Ibíd., 173-193.
Procesos 54, julio-diciembre 2021 261
les, abogando siempre a la manera más prestigiosa de ser hombre.8 En otras
palabras, Velasco identicó distintas narrativas masculinas. El modelo del
padre político, su destacada moralidad, y otras cualidades identicadas por la
autora, funcionaron como modelos masculinos que apelaron a distintas ma-
neras de ser hombre que son retratadas en el texto, pero no en estos términos.
Precisamente, frente a las distintas maneras de ser hombre y los cam-
bios históricos vividos a lo largo de cuarenta años, me surge la duda sobre
cómo la crisis del paternalismo, que ha sido estudiada por Juan Maiguashca
y Liisa North, incidió en las masculinidades del mundo campesino, rural y
trabajador urbano que se acentuó en los años treinta.9 ¿Cómo la apertura al
capitalismo trastocó la vida cotidiana de la gente? También, ¿cómo los pro-
cesos de migración internos, surgidos a lo largo del siglo XX, incidieron en
las relaciones de género de la población urbana y rural? No podemos perder
que vista que cuando las relaciones de producción cambian, las relaciones de
género también lo hacen, así sea de manera menguada.10 Una respuesta a es-
tos interrogantes los podríamos encontrar en los estudios de Erin O’Connor,
quien ha identicado cómo los modelos de masculinidad del mundo obrero
pasaron por un proceso de renegociación, precisamente frente a la ruptura
de las relaciones de dominación en la transición al capitalismo y también
ante nuevos modelos de masculinidad venidos del mundo socialista.11
Por otro lado, creo que la categoría del aristócrata intelectual también nos
permitiría analizar en clave de género las masculinidades de la élite política
de la época, las mismas dinámicas de su conguración. Sosa acierta al iden-
8. R. W. Connell y James Messerchmidt, “Hegemonic masculinity. Rethinking the con-
cept”, GenderandSociety 19, n.º 6 (diciembre 2005): 851.
9. Juan Maiguashca y Liisa North, “Orígenes y signicado del velasquismo: lucha de
clase y participación política en el Ecuador, 1920-1972”, en Lacuestiónregionalyelpoder,
ed. por Rafael Quintero (Quito: FLACSO Ecuador / CERLAC / Corporación Editora Na-
cional, 1991), 89-159.
10. Anne Clark ha analizado cómo en el mismo período de tiempo que estudia E.
P. Thompson en su clásico libro Formaciónde la claseobreraen Inglaterra, las relaciones
de género moldearon las nuevas relaciones productivas y la división sexual del traba-
jo, ambos productos de la reconguración de las relaciones de género en el marco de la
Revolución Industrial. En ese contexto, la vida cotidiana, la familia y política generaron
nuevos modelos de masculinidad y feminidad, lo que causó una crisis en algunos mode-
los y transformó otros, en especial frente a los nuevos ideales, imposibles de replicar por
los sectores obreros, venidos del mundo burgués urbano. Véase Anne Clark, Thestruggle
forthebreeches.GenderandtheMakingoftheBritishWorkingClass (Berkeley: University of
California Press, 1995).
11. Erin O’Connor, “¿Mujeres o trabajadoras? Exploración de la historia de la hege-
monía de género en los movimientos obreros del Ecuador, entre 1895 y 1938”, en Histo-
riade[sde]mujeresdelEcuador, ed. por Andrea Aguirre Salas y Tatiana Salazar Cortez, en
prensa.
Procesos 54, julio-diciembre 2021262
ticar cómo Velasco Ibarra disputó el campo intelectual, al seguir los aportes
teóricos de Pierre Bourdieu. La disputa de la escena política le obligó a mi-
rarse con relación a otros hombres. En este sentido, la masculinidad es una
categoría referencial e histórica. ¿Cómo interactuó con otros intelectuales de
la época? ¿Cómo la masculinidad constituyó un régimen de miramiento y
delimitación interseccional: clase, género y etnia? Por ejemplo, María Elena
Bedoya en su estudio sobre Jacinto Jijón y Caamaño destaca el carácter be-
nefactor que Jijón proyectaba sobre sí mismo en el ámbito de la política y la
ciencia, y en especial frente a los indígenas.12 Por su parte, Agatha Rodríguez
en su estudio sobre los intelectuales cuencanos en las postrimerías decimo-
nónicas y la década de los 30 del siglo XX identica maneras de ser y actuar
de esta élite atravesadas por las narrativas cientícas y artísticas.13 Mientras
que Katerinne Orquera identica valores estéticos en los intelectualesdetran-
sición de diario ElComercio, entre los años 30 y 40,14 que sin duda caracteri-
zaron al campo intelectual ecuatoriano por varias décadas y con los cuales
Velasco Ibarra debía interactuar. En otras palabras, la categoría de Sosa, en
un sentido histórico, cambiante y variable, permitiría analizar el campo in-
telectual en el siglo XX, sus estéticas y prácticas, sin omitir las tensiones de
género surgidas entre los varones, sea por motivos de clase, etnia, religión,
generación y también frente a las mujeres.
Para culminar con la crítica a la categoría de masculinidad elaborada
por Sosa, creo que un aspecto que se queda a medio camino es el análisis en
torno a la crisis territorial, las narrativas sobre la masculinidad y la nación.
La historiadora Nerea Aresti señala que el proceso nacionalista y civilizador
ha estado unido a los hombres, quienes son los legítimos representantes de
la nación y responsables del grado de progreso de la civilización, ya que
encarnan la hombría nacional.15 Entonces, eché de menos mirar un análisis
en clave de género sobre las narrativas sobre la masculinidad y la nación, y
vericar, en efecto, cómo la masculinidad aristócrata intelectual pudo haber
12. María Elena Bedoya, Antigüedadesynación.Coleccionismodeobjetosprecolombinosy
musealizaciónenlosAndes,1892-1915 (Bogotá: Pontica Universidad Javeriana / Universi-
dad Santo Tomás / Universidad del Rosario, 2021).
13. Agatha Rodríguez Bustamante, “Élites letradas y espacios de sociabilidad cultural
en Cuenca: la Corporación Universitaria del Azuay y el teatro Variedades (1860-1935)”
(tesis de maestría, Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador, 2019), http://hdl.
handle.net/10644/6574.
14. Katerinne Orquera Polanco, “Prensa periódica y opinión pública en Quito. His-
toria social y cultural de diario ElComercio, 1935-1945” (tesis de doctorado, Universidad
Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador, 2020), http://hdl.handle.net/10644/7684.
15. Nerea Aresti, “A la nación por la masculinidad. Una mirada de género a la crisis
del 98”, en Feminidadesymasculinidades:arquetiposyprácticasdegénero, coord. por Mary
Nash (Madrid: Alianza, 2014), 47-74.
Procesos 54, julio-diciembre 2021 263
sido efectiva en este momento de crisis nacional, sobre todo ante la necesi-
dad de recongurar los discursos sobre la virilidad masculina frente a unos
peruanos bestiales, insaciables y no civilizados, como se puede apreciar en
la prensa de la época.16
Punto CrítiCo 2.
los Cambios en el orden del género
Los cambios en el orden del género no son explicados de manera directa
por la autora, pero están presentes en el libro. Me explico. El apoyo que le
otorga Velasco a la educación, con un fuerte énfasis en la moral católica y
la apreciación de Velasco sobre la igualdad jurídica de la mujer, alteraron
el orden del género. Es decir, cuando Velasco abrió espacios de educación
secundaria y fortaleció la educación de tercer nivel, generó intersticios en las
maneras aceptables de ser mujer. Las normativas del género que se ejercían
sobre las mujeres, como él mismo lo destaca, debían ser los de la mujer fran-
cesa: trabajadora y madre; eso sí, sin masculinizarse. Lo que pretendía Velas-
co era racionalizar la división sexual del trabajo y apelar a un grupo social
especíco. No podemos olvidar que los modelos normativos de feminidad
y de masculinidad son ideales que difícilmente son encarnados por una per-
sona especíca y que se tornan imposibles para los sectores menos favoreci-
dos.17 El proyecto velasquista reconguró el orden del género en la familia,
especialmente en los sectores medios y altos, para que las mujeres, además
de cumplir con los papeles históricamente asignados, cuidado y reproduc-
ción, también incluyeran la producción; proyecto que buscaba dotar de res-
petabilidad a quienes, de facto, ya asumían esos roles, como las mujeres de
sectores populares que históricamente han desempeñado esta carga laboral.
Entonces, tenemos a modelos femeninos que cambian y, por ende, también
masculinos; en este sentido, el género es relacional. Por ejemplo, se alude a
las tensiones que los gobiernos de Velasco mantuvieron con los estudiantes,
hecho que estuvo atravesado por la disputa de la arena política universita-
ria. Los jóvenes encarnaron en los años 60 y 70 una ruptura considerada por
ellos como generacional que precisamente fue deudora de los cambios edu-
cativos impulsados por Velasco. En otras palabras, el modelo hegemónico
de Velasco fue disputado tanto por mujeres y varones jóvenes, más aún en
16. “Ambición peruana”, LaCalle, 23 de agosto de 1963, 11; Plinio López Moral, “Exis-
te realmente el complejo de inferioridad”, LaCalle, 15 y 21 de noviembre de 1963, 27, 30,
23.
17. Connell y Messerchmidt, “Hegemonic masculinity. Rethinking...”, 846.
Procesos 54, julio-diciembre 2021264
el último período presidencial. En todo caso, el libro invita a indagar cómo
se vivieron los cambios económicos acaecidos con el boom bananero en el
país, la apertura educativa para las mujeres al tercer nivel, la escolarización
de migrantes en la urbe, entre otros, ya que son elementos que trastocaron
directamente las relaciones de género.
Finalmente, en cuanto a la habilidad política del expresidente, me pre-
gunto si Velasco Ibarra percibió estos cambios en materia de género. Por
ejemplo, ¿por qué en 1970 decidió apoyar la apertura de un Departamento
de la Mujer adscrita a los ministerios de Trabajo y Previsión Social? Hecho
que no se logra concretar, pero que cambió a los ojos de Velasco y cómo este
negoció esas transformaciones en el orden del género. Puede que el feminis-
mo de segunda ola haya incidido en este cambio de agenda. No podemos
olvidar, como bien lo señalan Connell y Messerchmidt, las masculinidades
son cuestionadas cuando mujeres jóvenes disputan la hegemonía del orden
patriarcal. En n, aún queda mucho por investigar, y este libro puede ser el
punto de partida para ahondar en estos cambios en las relaciones de género.
los Problemas: feminismos,
feminidades y ConCienCia femenina
Me centraré en esta sección en el uso de ciertas categorías que ha realiza-
do la autora. Si se parte en el texto de que la masculinidad es una expresión
identitaria, cuando se analiza a los varones, ¿por qué la feminidad es igual al
feminismo maternal para el caso de las mujeres? Al no explicar qué es lo que
plantea Wyland, ni qué es lo que se entiende por feminismo o feminidad, se
corre el riesgo de reproducir de manera simplista la teoría de los roles que
naturaliza y perenniza a la mujer únicamente como reproductora y sometida
a la diferencia biológica. El problema de ello radica en que se construye una
categoría de mujer sin previa reexión teórica y determinada por la biolo-
gía y por construcciones de género aparentemente invariables. El principal
problema yace en el uso que hace la autora de conceptos que reexionan
desde la teoría feminista, pero que no se aplican al texto de manera clara. Por
ejemplo, Ana María Goestchel y Karen Oen señalan el carácter disruptivo y
político de las categorías de feminismo que emplean.18 Además, sus análisis
retoman el estudio del concepto de feminismo en el Ecuador, como es el caso
de Goetschel, y la posibilidad de generar una categoría del feminismo como
18. Karen Oen, “Denir el feminismo: un análisis histórico comparativo”, Historia
Social, n.º 9 (invierno 1991): 103-135; OrígenesdelfeminismoenelEcuador.Antología,comp.
por Ana María Goetschel (Quito: FLACSO Ecuador, 2006), 13-53.
Procesos 54, julio-diciembre 2021 265
capaz de englobar una ideología, un movimiento de cambio sociopolítico
que trastoque las normativas del género y la jerarquía masculina, como lo
plantea Oen para los feminismos anglosajones y francés. En este sentido,
no se puede despojar a estas categorías de su carácter feminista, sin dialo-
gar teóricamente con las autoras y sus propuestas, menos aún cuando no se
indica qué reparos o miramientos se privilegian frente a sus contribuciones.
Sobre este problema en concreto, Sosa señala en su texto que las mujeres
velasquistas acogieron una lectura maternalista frente a su quehacer político
e identitario, manteniéndose al margen de la política, en el sentido de repre-
sentación directa. En contraposición, las liberales, placistas, asumieron un
feminismo de corte individualista que demandaba espacios políticos, pero a
su vez abogando por la maternidad. Ante este horizonte de manifestaciones
centradas en la politización de la maternidad, yo me pregunto, por ejemplo,
si la categoría de Temma Kaplan sobre concienciafemenina podría alumbrar
las experiencias de estas mujeres.19 Podríamos considerar que la defensa del
espacio doméstico de las velasquistas se hacía en el marco de la defensa de
su identidad, vinculada y advocada a lo doméstico. Esta es una reivindica-
ción política frente a mujeres que amenazaban su identidad femenina (mu-
jeres placistas o de izquierda). Precisamente, lo que señala Kaplan es que
se acepta el sistema de géneros, especialmente, bajo el rol del cuidado de la
vida que realizan las mujeres; en este sentido no habría contradicción. No
se puede creer que las mujeres velasquistas no tenían una intención al par-
ticipar de los mítines políticos, así haya sido de manera subordinada frente
a sus pares los varones. No estaban recluidas al espacio privado, sino que lo
defendían en el marco de la feminidad respetable y de manera estratégica.
No podemos caer en el error de despojarles de una intencionalidad a su ac-
cionar, subordinándolas a los deseos o a la visión moral unilateral del líder
carismático. Si se hace esto, no se puede entender por qué están ahí, ya que
no solo hay que incluir a las mujeres a los análisis, sino saber por qué hacen
lo que hacen. ¿Por qué estas mujeres no se quedaron en casa? No podemos
olvidar que fueron mujeres que en ocasiones fueron golpeadas en las calles
cuando se manifestaban, es decir, vivían la política en el cuerpo. No estaban
atrincheradas a un espacio privado despolitizado, sino que al participar de
estos movimientos políticos algunas de ellas lograron salir, así sea temporal-
mente, de la domesticidad y redenir sus identidades políticas de manera
racional y mediante sus propios recursos.20 Es más, si trascendemos la iden-
tidad y nos adentramos en la manera de entender y ejercer la ciudadanía, las
19. Temma Kaplan, “Conciencia femenina y acción colectiva: el caso de Barcelona,
1910-1918”, Sings.JournalofWomeninCultureandSociety, n.º 7 (1982): 545-566.
20. Clark, “The struggle for the breeches...”, 4.
Procesos 54, julio-diciembre 2021266
mujeres velasquistas no lo hacían en el marco de la igualdad masculina, sino
en el de la diferencia y desde una frontera política. Entonces, actuaban en
el marco de su conciencia femenina y sus referentes identitarios, no menos
importantes políticamente.
Para concluir, creo que este libro nos obliga, como historiadores, a cons-
truir categorías que estén en contacto con los marcos de referencia de los su-
jetos de estudio, que reconozcan la construcción teórica de los conceptos que
usamos y que se articulen como categorías históricamente variables. Hacer-
nos responsables de las categorías que construimos nos obliga a reexionar
sobre nuestra coyuntura. Lo señalo porque estamos viviendo un momento
en el que el feminismo como movimiento social goza de un reconocimiento
histórico que ha empujado agendas y propuestas políticas, pese a las incon-
gruencias que han acarreado en algunos políticos de turno. En este sentido,
no podemos creer que todo lo que hacen las mujeres es feminismo. No digo
que no se puedan imponer categorías, pero hay que hacerlo de manera crí-
tica y dialogando con quienes han trabajado estos temas. En todo caso, el
texto de Ximena Sosa ha alumbrado un camino riquísimo por transitar. Sí,
ha abierto una caja de pandora, y como historiadora no puedo sino posicio-
narme y contestar.