Procesos 54, julio-diciembre 2021278
nos eligieron como instrumento catequético la imagen de un Niño Dios con
ropa bordada con signos de la Pasión, o Guamán Poma ilustró su crónica
con un indio atado a un pilar y torturado por españoles en semejanza al
“martirio crístico” (pp. 211-215). La Compañía de Jesús, por su parte, adoptó
el acrónimo JHS (IesusHominumSalvator), lo colocó al medio de un círculo,
e incluyó rayos solares alrededor en semejanza a la divinidad incaica. Otras
traducciones con las divinidades locales fueron: el Niño Jesús inca (divini-
dad Punchao), escapularios y Agnus Dei, la Trinidad cristiana con tres rostros
idénticos (divinidad tricefálica Tangatanga).
Los múltiples usos de la coca (sociales, nutritivos, medicinales, comer-
ciales, diplomáticos, religiosos, etc.) son tratados en 8. “Mascar coca o dige-
rir la diferencia”. Aunque la autora ubica geográcamente los verbos cas-
tellanizados “acullicar” (aymara boliviano) y “pijchar” (quechua del Perú),
debemos armar que en las regiones de ambos países donde se encuentran
miembros de estas dos naciones, se emplean los dos verbos para referirse al
acto ritual de masticar coca. Otro aspecto que omite la autora es que durante
la Colonia la coca continuó siendo un producto “estancado”, cuya comercia-
lización estaba controlada por la Corona española.
Durante todo el período colonial, los indios estuvieron privados de la eu-
caristía, ya que, ante la falta de insumos para su preparación, esta estaba reser-
vada para el cura y las autoridades civiles españolas. Este aspecto es analizado
por López en el capítulo 9. “Festines sin banquete, la comunión (no) adminis-
trada a los indios”. Así, durante las estas, la ubicación de los eles en relación
con su lejanía o cercanía del custodio de Corpus Christi era reejo del lugar
que ocupaba en la sociedad colonial. Esto produjo una lucha en la que “lo reli-
gioso se dene en su oposición a lo profano; lo castellano frente a lo nativo; la
nueva fe en contraste con las resistencias idolátricas” (p. 269).
La mayoría de las obras de arte en el Nuevo Mundo fueron traducciones
de pinturas, grabados, esculturas y otros, existentes previamente en Europa,
tal como lo demuestra el ensayo 10. “Emblemas que adornan un altar del
Corpus”. Por ejemplo, el obispo Manuel de Mollinedo y Angulo mandó ta-
llar una Virgen de la Almudena e hizo poner en la cabeza de la nueva imagen
una astilla de la original ubicada en Madrid, convirtiéndola “en relicario de
la imagen milagrosa” y garantizando la sacralidad de la copia (p. 300).
Las mezclas entre alegorías sagradas y profanas se estudian en 11. “La
querella americana de antiguos y modernos o el viaje de los dogmas”. Esto
se vio reejado no solamente en el arte, sino en la literatura y la religiosidad
popular; mezclando imágenes de la Virgen, santos y santas, con divinidades
del panteón romano o griego.
Finalmente, en 12. “Botines no venales: traer y llevar sentido”, la autora
analiza los objetos de culto prehispánicos. López vuelve al relato de inicio