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ligera inuencia de melodías andinas, ritmos africanos y métricas hispanas;
concordando con lo que Mullo identica como los primeros rasgos de “mes-
tizaje musical”.
A inicios del siglo XIX, la banda de música y el piano dominan el esce-
nario sonoro de las ciudades independizadas que bailaban y cantaban con el
sonido de guitarras, arpas, castañuelas, mandolinas y violines. A mediados
del siglo, las danzas latinoamericanas comienzan a darle mayor identidad
a la cultura regional y el criollaje de estos dio lugar al desarrollo de varios
géneros que, a la postre, se denominaron nacionales. Esta apropiación de
ritmos, bailes y danzas, —con inuencia de la periodización sugerida por
Enrique Ayala Mora— Mullo la clasica en dos: a) un proyecto nacional crio-
llo en la etapa republicana temprana, donde por “criollización”, los géneros
clásicos europeos se sincretizaron con los aportes locales en polkas, valses
criollos, pasillos, contradanzas y jotas, y b) un proyecto nacional mestizo de
la cultura popular que propone la “yaravización”, “pentafonización”, “ki-
chwización andina”, identicada como “música nacional” (p. 49).
En las últimas décadas del siglo XIX, Quito y Guayaquil se volvieron
mercados culturales dinámicos para la circulación de producciones musi-
cales y literarias en todos los niveles sociales. Los burdeles, bulevares, bares
y cafés empezaron a ser lugares frecuentados por las clases medias, al igual
que escenarios en ascenso como la plaza Belmonte o el American Park. De
ahí que el autor enmarque temporalmente en la primera mitad del siglo XX
la conuencia de las tendencias artísticas nacionalistas en Ecuador.
Para Mullo, en el primer cuarto del siglo XX se dene la estética barroca
del siglo XIX en los fandangos, la cultura terrateniente del salón burgués que
exaltó el pasodoble, el vals y la cuadrilla; y los bailes populares que llegaron
desde México y Argentina a través de la radio, el cine, los clubes, las acade-
mias y los rollos de pianola. Por eso, Mullo sitúa en la década de 1930 el surgi-
miento de danzas nacionales con inuencias del contexto latinoamericano po-
sindependentista, indígena, hispano-occidental y los frutos de la cultura del
crack norteamericano como el shimmy, el onestep o el foxtrot (p. 66). El autor
advierte que, gracias al uso social del baile y el imaginario mestizo de la cul-
tura popular, ritmos como el pasillo o el vals fueron esferas para la formación
de bailes nacionales y propone que el mestizaje de las danzas republicanas
del país se conformó en la interrelación de varias culturas que produjeron su
contraparte local. Según las fuentes expuestas, este proceso se consolidó con
la formación de un amplio repertorio de géneros y estilos locales, como la jota-
tonada, el pasillo costeño y serrano, el vals criollo, la polka montuvia y otros.
Producto de este encuentro multidimensional, la pianola y posterior-
mente los discos se convirtieron en recursos fundamentales para la difusión
del trabajo de compositores nacionales en la década de 1930, donde marcas
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