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ampliamente desplegada en el trabajo, permite a su autora aseverar que:
Las cárceles del país no eran lugares de martirio en tanto ámbitos de ruptura
abrupta con la vida cotidiana, privación de las sutiles libertades de ese afuera e
imposición de un severo régimen de control de las rutinas de la vida diaria en el
connamiento: no eran instituciones totales. No eran lugares retirados del cam-
po de visibilidad, instituciones de aislamiento detrás de cuyos muros se aplicaba
un tratamiento moderno disciplinario a los condenados. [...] Las cárceles eran
lugares de encierro en la miseria, sitios de cogestión de la pena entre las autori-
dades y los reos, donde, paradójicamente, la población carcelaria, sólidamente
vinculada a redes urbanas de sostenimiento y cooperación social y económica,
alcanzaba a desplegar la capacidad creativa de su humanidad (pp. 179-180).
Este lúcido pasaje del libro nos permite dimensionar el carácter relati-
vamente abierto del sistema penitenciario de las décadas anteriores, a pesar
de su ignominia y su crueldad. Muchos son los apuntes y observaciones que
demuestran el planteamiento. En el plano de la historicidad, Aguirre consta-
ta que, en cambio, el Gobierno de Rafael Correa inauguró un nuevo régimen
penitenciario de alta seguridad
que transformó de manera profunda y vertiginosa la vida de la gente vinculada a
la prisión. El modelo propone cultivar entre la población penitenciaria superua,
cuerpos dóciles, y en la práctica supone un régimen de aislamiento en complejos
penitenciarios levantados lejos de las ciudades [...] la implementación del nuevo
régimen se ha distinguido por la destrucción abrupta de los vínculos sociales que
sostenían la vida de familias ecuatorianas o radicadas en el país, con miembros
distribuidos adentro y afuera, circulando entre las calles y las prisiones y tejien-
do otros lazos de tipo social y económico (p. 25).
El estudio de esta inexión de la administración penitenciaria hacia la
institucionalidad total no forma parte de los objetivos de la obra de Aguirre,
pero su sola mención es un llamado de alerta por el giro que está operán-
dose en la política de los derechos humanos en el país. Y es que, más allá
de los personajes y de las agrupaciones políticas que detenten el poder del
Estado, la experiencia en las prisiones de la modernidad tardía es tenebrosa
por la radicalización de la inhumanidad del encierro y por la clausura total
de los vínculos con el exterior. De ahí la trascendencia de la tesis esbozada
por Andrea.
Para nalizar diré que Incivilycriminal es una obra que nos enseña mu-
cho sobre la vida en la prisión, pero que, sobre todo, nos mueve a la reexión
sobre los nuevos horizontes de la injusticia.
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