Procesos 52, julio-diciembre 2020
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la ignoranCia de los gobernados
¿Qué se puede decir sobre la ignorancia de la política de los ciudadanos
comunes? Una vez más sería útil diferenciar dos tipos de regímenes: el ré-
gimen autoritario y el democrático, si bien muchos se ubican en el espacio
entre ambos extremos. Desde hace mucho tiempo se sostiene que la igno-
rancia popular apuntala el despotismo. Los estudiosos occidentales argu-
mentaban que la historia del Imperio otomano, en el siglo XVII, apoyaba esa
tesis. Trescientos años después, el periodista polaco Ryszard Kapuściński,
en sus reportajes sobre Irán bajo el régimen de Sha, escribió: “Una dictadura
depende, para su existencia, de la ignorancia de la multitud; por eso todo
dictador se esmera mucho en cultivar esa ignorancia”. Por tanto, los regí-
menes autoritarios prohíben cualquier referencia a algunos acontecimientos,
promueven la censura de los libros, periódicos y otros medios sociales de
comunicación y, al mismo tiempo, presentan una versión ocial de los acon-
tecimientos, “produciendo” así la ignorancia.
En la Unión Soviética, por ejemplo, no se podía mencionar la existencia
de los gulags y, al mismo tiempo, se ocultaban con notable éxito desastres
como la explosión nuclear en Chernóbil en 1986. Lo irónico es que el encubri-
miento de Chernobil sucedió en la época de Mijaíl Gorbachov y su política
ocial de “transparencia” (glasnost), anunciada unos pocos meses antes del
desastre. Para los gobiernos que intentan asegurar que sus ciudadanos no es-
tén al tanto de muchos asuntos importantes, el problema reside en que la cu-
riosidad, como la naturaleza, aborrece los vacíos. A menudo el vacío se llena
con rumores y teorías de conspiraciones. Por ejemplo, la ignorancia sobre las
causas de las pandemias a menudo llevó –y todavía ahora es el caso– a que se
echara la culpa por la propagación de la enfermedad a un grupo particular, a
los judíos en 1348 o al Gobierno chino en 2020. Los rumores son notoriamente
poco ables, pero en la Unión Soviética en la época de Stalin la gente común
tenía más conanza en los rumores que en el periódico ocial Pravda. Para
luchar contra la propagación de noticias no ociales, las autoridades prohi-
bieron las guías telefónicas y limitaron el número de cafés, bajo el supuesto de
que cuando los ciudadanos hablaban entre sí, inevitablemente lo hacían sobre
temas que el gobierno hubiera preferido que pasaran por alto.
En regímenes autoritarios, los gobiernos se preocupan de que la gente
sepa demasiado. En regímenes democráticos, se preocupan de lo contrario,
es decir, de que los ciudadanos sepan muy poco. Desde luego, tal como lo
han evidenciado repetidamente los denunciantes, los gobiernos democrá-
ticos también intentan asegurar que sus ciudadanos no estén enterados de
algunas de sus operaciones, pero una preocupación por la “ignorancia de los
electores” forma parte íntegra de la historia de la democracia.
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