Embargados y proscritos. Impresores
ante la absoluta libertad de prensa
en Antioquia, 1864-1879*
Embargoedandbanned.Printersonabsolutefreedom
ofthepressinAntioquia,1864-1879
Embargadoseproibidos.Impressoresantealiberdadeabsoluta
daimprensaemAntioquia,1864-1879
Daniel Llano Parra
Investigadorindependiente
Medellín, Colombia
daniel.llanop@gmail.com
https://orcid.org/0000-0002-1702-8232
https://doi.org/10.29078/procesos.v.n54.2021.2571
Fecha de presentación: 2 de febrero de 2021
Fecha de aceptación: 6 de agosto de 2021
Artículo de investigación
Procesos.RevistaEcuatorianadeHistoria, n.º 54 (julio-diciembre 2021), 191-218. ISSN: 1390-0099; e-ISSN: 2588-0780
* Agradezco a Kelly Johanna López Roldán por su lectura implacable y sus recomen-
daciones a lo largo de la escritura de este texto.
RESUMEN
Este artículo analiza ciertos casos que muestran los límites de
la absoluta libertad de imprenta y la forma en la que
las contradicciones del proyecto radical condicionaron la labor
de los impresores en Antioquia, entre 1864 y 1879. El caso de Silvestre
Balcázar permite apreciar la reprobación social como estrategia
de contención de las publicaciones que no compaginaban con
la hegemonía conservadora. Por su parte, el de Nazario Pineda
demuestra los riesgos de mantener un periódico satírico
en un contexto dónde el gobierno local se valió de la fuerza
institucional para restringir lo impreso.
Palabras clave: historia de Colombia, historia de América Latina,
historia cultural, historia de la edición, cultura impresa, censura,
impresores, hojas sueltas, prensa satírica.
ABSTRACT
The present article examines certain cases that highlight the limits
of the absolute freedom of the press and how the contradictions
of the radical project imposed certain conditions on the work
of printers in Antioquia, between 1864 and 1879. The case of Silvestre
Balcázar makes it possible to appreciate how social censure was used
as a containment strategy against publications that could not conform
to the conservative hegemony. As for the case of Nazario Pineda,
it shows how risky it was to keep a satirical newspaper going
in a context where local government took advantage of institutional
powers to forcibly restrict the press.
Keywords: History of Colombia, History of Latin America,
Cultural history, History of publication, Print culture,
Censorship, Printers, Broadsides satirical press.
RESUMO
O presente artigo analisa alguns casos que mostram os limites acerca
da liberdade absoluta da imprensa e a maneira com que
as contradições do projeto radical condicionaram o trabalho dos
impressores em Antioquia, entre 1864 e 1879. O caso de Silvestre
Balcázar nos permite apreciar a reprovação social como estratégia
de contenção das publicações que não compactuavam com
a hegemonia conservadora. Por outro lado, o caso de Nazario
Pineda demonstra os riscos de se manter um periódico satírico
em um contexto no qual o governo local utilizou a força
institucional para censurar o impresso.
Palavras chave: História da Colômbia, história da América Latina,
história cultural, história da edição, cultura impressa,
censura, impressores, folhas volantes, imprensa satírica.
introduCCión
Los impresores se convirtieron en agentes fundamentales de la opinión
pública en Colombia durante la segunda mitad del siglo XIX. Y es que desde
que la absoluta libertad de imprenta abrogó la responsabilidad a los escrito-
res públicos frente a sus textos, los tipógrafos, ya fueran propietarios o admi-
nistradores de talleres de impresión, fueron los eslabones más visibles de la
actividad editorial y quienes terminaron asumiendo la presión por los pape-
les que salían de sus prensas. Es por esto que para comprender las políticas
y las disposiciones sobre lo impreso durante el liberalismo radical se hace
indispensable acercarse a los tipógrafos, comprender su trabajo, esbozar
qué publicaban, en qué formatos lo hacían, amparados bajo qué garantías y
cómo soslayaban las medidas restrictivas con las que pretendían menguar su
labor. El presente texto analiza, precisamente, los límites de la absoluta liber-
tad de imprenta en Antioquia entre 1864 y 1879, a través de las trayectorias
de dos connotados impresores, Silvestre Balcázar y Nazario Pineda, y cómo
afrontaron las contradicciones de la legislación liberal.
Una reexión sobre la edición en Colombia implica necesariamente de-
tenerse en los intermediarios del debate público, no solo en los autores ni
en las publicaciones de mayor relevancia. Esto permite acercarse a actores
que han sido tradicionalmente ignorados por la historiografía y establecer
nuevos espacios de sociabilidad política e intelectual.1 Además, al enfocar la
discusión en una región, en este caso en Antioquia, se estudia la producción
local, los impresos a los que se tenía acceso y a través de qué formatos se
dialogaba en el espacio público, ya fuera por medio de periódicos, folletos
u hojas sueltas; se trata de un bosquejo sobre las posibilidades de lectura en
una sociedad. Asumir una perspectiva regional también requiere entender
el contexto político en el que se promueve y distribuye lo impreso, espe-
cialmente durante un proyecto federal. El estado de Antioquia pasó de ser
el bastión del conservatismo durante el período más estable del gobierno
radical (1864-1877) a tornarse en un reducto liberal en el ascenso del inde-
pendentismo a nivel nacional (1877-1885). Ambos momentos, por supuesto,
signaron la producción editorial y determinaron la forma en que se produje-
ron y consumieron las publicaciones periódicas.2
1. Véase Robert Darnton, “Los intermediarios olvidados de la literatura”, en Elbesode
Lamourette.Reexionessobrehistoriacultural (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica,
2010), 147-163.
2. De esta forma se atiende al llamado que la historiografía reciente ha hecho sobre los
estudios en torno a la edición en Colombia, en la que se reclaman investigaciones en torno a
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El presente artículo expone, en un primer momento, cómo se implementó
la absoluta libertad de imprenta, qué cambios implicó para la labor de los im-
presores y cómo consiguió dinamizar el debate público al forjar una relación
más cotidiana con lo impreso, como con las hojas sueltas, por ejemplo. Sobre
todo, se trata de establecer los límites de la absoluta libertad de imprenta y
cómo condicionaron la producción de los impresores en Antioquia.3 En un se-
gundo momento se abordan los casos de dos tipógrafos de Medellín, Silvestre
Balcázar y Nazario Pineda, los cuales ilustran las estrategias desplegadas a ni-
vel regional para controlar lo impreso bajo los modelos conservador y liberal:
uno centrado en la homogeneización ideológica y, por tanto, en la reprobación
social de las manifestaciones de disenso; el otro, menos sutil, sustentado en el
empleo de la fuerza institucional para restringir la circulación de las publica-
ciones. En esta reexión resulta ineludible la relación de los tipógrafos con los
formatos a través de los cuales difundían sus textos. Los sueltos terminaron
convirtiéndose en la principal obra de Balcázar, pero solo fue posible por las
dicultades que afrontaron los liberales para mantener proyectos editoriales
más estables, no como estrategia comercial. Pineda, por su parte, inuenciado
por la noción de “responsabilidad” común a los publicistas conservadores, se
encargó de mantener la edición de un semanario, aunque el lenguaje y nivel de
sátira pudieran compararse con la vehemencia que caracterizaba a los volantes.
otros agentes (editores, impresores, libreros) que, a su vez, permitan hacer una lectura de la
cultura impresa por fuera de Bogotá. Véase “Presentación”, en Lectores,editoresyculturaim-
presaenColombia:siglosXVI-XXI, ed. por Diana Paola Guzmán Méndez, Paula Andrea Marín
Colorado, Juan David Murillo Sandoval y Miguel Ángel Pineda Cupa (Bogotá: Universidad
de Bogotá Jorge Tadeo Lozano / CERLALC, 2018), 13.
3. Robert Darnton ha llamado la atención en torno a la ligereza con la cual se suele
denir y abordar la censura, sin problematizar el estado de control y amenaza que padecie-
ron autores, editores, impresores y libreros. Al abordar los límites de la absoluta libertad de
prensa se establece, pues, una diferencia con el sistema censor que sobrevino con la repúbli-
ca católica de mediados de la década de 1880, sin que esto implique el desconocimiento de
las medidas de control sobre lo impreso desplegadas por el proyecto radical. Véase Robert
Darnton, CensorsatWork.HowStatesShapedLiterature (Nueva York: W. W. Norton & Com-
pany, 2014), 229-230. En este mismo sentido, Thomas J. Cragin ha demostrado cómo los
vacíos de una legislación ampliamente restrictiva generan, sin proponérselo, sus propios
productos culturales y políticos, como los canards. Véase Thomas J. Cragin, “The Failings of
Popular News Censorship Nineteenth-Century France”, BookHistory 4 (2001): 49-80.
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límites de una garantía absoluta
Durante los 30 años que estuvo vigente la Ley de Imprenta de 1821 fue ha-
bitual que propietarios o administradores de tipografías se vieran inmersos en
juicos de imprenta: podían ser acusados cuando no proporcionaban las rmas
de los manuscritos, ya fuera porque decidían proteger a los autores o porque
los datos que disponían eran falsos.4 En ocasiones, los juicios populares podían
librarse sin terminar en multas o aprisionamientos para el impresor. En julio
de 1846, tan solo tres meses después de haber sido declarado culpable por la
reimpresión de un volante que había circulado originalmente en Bogotá,5 Ma-
nuel Antonio Balcázar (1793-1852) se vio obligado a encarar una vez más al ju-
rado. El impresor presentó la rma del original, pero esta resultó ser falsa. Los
denunciantes, no dispuestos a que asumiera la responsabilidad legal por un
texto que no había escrito, optaron por retirar la acusación. A cambio, exigie-
ron que Balcázar declarara que no compartía el contenido del volante.6 Como
este, algunos juicios de imprenta podían tornarse en espacios de negociación,
sin embargo, cuando terminaban en sentencias condenatorias los impresores
fácilmente podían verse agobiados por las cuantiosas multas y los costos de los
procesos judiciales. No en vano, el mismo Balcázar denunció, tres años antes,
la dicultad que representaba para un pequeño tipógrafo tener que lidiar con
los constantes cargos adicionales, en especial porque “la imprenta en su estado
actual de decadencia no dá ni aun para los mas precisos gastos”.7
4. “Ley sobre la estencion de la libertad de la imprenta, y sobre la calicacion y castigo
de sus abusos”, en CuerpodeleyesdelaRepúblicadeColombia, t. I (Bogotá: Bruno Espinosa,
1822), 96-108; Alejandro Londoño Tamayo, “Libertad de imprenta y ley penal en los oríge-
nes del Estado colombiano (1810-1851)”, en SangredeLey.Justiciayviolenciaenlainstitucio-
nalizacióndelEstadoenAméricaLatina,sigloXIX, ed. por Marta Irurozqui y Mirian Galante
(Madrid: Polifemo, 2011), 140-141; Alejandro Londoño Tamayo, “Juicios de imprenta en
Colombia (1821-1851). El jurado popular y el control de los libelos infamatorios”, Anuario
ColombianodeHistoriaSocialydelaCultura 40, n.° 1 (enero-junio 2013): 98.
5. Manuel Antonio Balcázar, “A la opinión soberana”, Medellín, 7 de abril de 1846.
Biblioteca Carlos Gaviria Díaz (BCGD), Universidad de Antioquia, colección Patrimonio
Documental, Hojas Sueltas, t. 2, D. 144. Para el expediente completo véase “Juicio de im-
prenta promovido por el Señor Fiscal Don Joaquín Emilio Gómez contra el editor de ‘Pro-
clama de un artesano’ ”, Medellín, 1846. Archivo Histórico Judicial de Medellín (AHJM),
serie Criminal, D. 16020.
6. “Al público”, Medellín, 21 de julio de 1846. Ibíd., D157.
7. Manuel Antonio Balcázar, Juiciodeimprenta (Medellín: Imprenta de Manuel Antonio
Balcázar, 1843), 9. AHJM, Folletos Misceláneos, FM. 273/5. Para un bosquejo de la prensa edi-
tada en Antioquia antes de la promulgación de la absoluta libertad de imprenta, véase Juan
Camilo Escobar Villegas, “Impresos periódicos en Antioquia durante la primera mitad del si-
glo XIX. Espacios de sociabilidad y de opinión de las élites letradas”, en Disfrazyplumadetodos.
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La absoluta libertad de imprenta, establecida en 1851, hizo parte de un
proceso de apertura de los escenarios de participación política y discusión pú-
blica, que permaneció vigente por alrededor de cuatro décadas y que no puede
ser circunscrita como exclusiva del proyecto radical.8 La legislación de prensa
propició las garantías para el mayor espacio de opinión en Colombia a lo largo
del XIX, experiencia bastante inusual en el contexto hispanoamericano, carac-
terizado por legislaciones restrictivas y en permanente reestructuración, cuan-
do no por la abierta restricción a lo impreso.9 Para los impresores signicó, en
teoría, la posibilidad de desempeñar su ocio sin los riesgos de ser multados o
de ser conducidos a prisión. Aun así, los radicales censuraron a sus contradic-
Opiniónpúblicayculturapolítica,siglosXVIIIyXIX, ed. por Francisco Ortega y Alexander Cha-
parro (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia / University of Helsinki, 2012), 499-526.
8. La ley del 31 de mayo de 1851 sobre absoluta libertad de imprenta estipulaba que
la expresión del pensamiento era completamente libre por medio de la prensa. Dos años
después, la Constitución de 1853 raticó que la libre expresión del pensamiento por medio
de la imprenta se efectúa “sin limitación alguna”, mientras que en 1858 se puntualizó que se
trataba de una garantía “sin responsabilidad de ninguna clase”. Si bien solo la Constitución
de 1863 consagró de forma explícita el carácter “absoluto” de la libertad de prensa, en la
práctica, desde mediados de siglo no había una legislación que regulara ni tipicara delicti-
vamente lo impreso. Véase “Ley (31 de mayo) sobre absoluta libertad de imprenta”, en Co-
dicaciónnacionaldetodaslasleyesdeColombiadesdeelañode1821,hechaconformealaley13de
1912, t. XIV (Bogotá: Imprenta Nacional, 1929), 456; ConstituciónpolíticadelaNuevaGranada,
sancionadaelañode1853 (Bogotá: Imprenta de Echeverría Hermanos, 1853), 6; Constitución
políticaparalaConfederaciónGranadina,sancionadaeldía22demayode1858(Bogotá: Imprenta
de Echeverría Hermanos, 1858);ConstituciónpolíticadelosEstadosUnidosdeColombia,sancio-
nadael8demayode1863 (Bogotá: Imprenta i estereotipia de Medardo Rivas, 1871), 8. Es más,
en 1888, Miguel Antonio Caro llegó a criticar a Mariano Ospina, presidente de la Confede-
ración Granadina, justamente por no haber regulado la prensa y haber continuado con una
política sobre lo impreso proveniente del reformismo liberal. De ahí que asegurara que el
congreso que avaló la Constitución de 1858, de mayoría conservadora, fue el que consagró
“literalmente [...] la irresponsabilidad absoluta de la imprenta”. Miguel Antonio Caro, Liber-
taddeimprenta.Artículospublicadosen“LaNación”en1888 (Bogotá: Imprenta Nacional, 1909),
49. La idea de que la absoluta libertad de imprenta fue producto exclusivo del proyecto
radical es sostenida en el somero capítulo de Eduardo Posada Carbó, “¿Libertad, libertinaje,
tiranía? La prensa bajo el Olimpo Radical en Colombia, 1863-1885”, en Construccionesimpre-
sas.Panetos,diariosyrevistasenlaformacióndelosestadosnacionalesenAméricaLatina,1820-
1920, comp. por Paula Alonso (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2003), 183-201.
9. Fabio Wasserman, “La ley y el orden. La libertad de imprenta en Buenos Aires
durante la década de 1850”, QuintoSol 22, n.° 3 (septiembre-diciembre 2018): 1-22, doi:
10.19137/qs.v22i3.2641; Pablo Piccato, Latiraníadelaopinión.Elhonorenlaconstrucciónde
laesferapúblicaenMéxico (Ciudad de México: El Colegio de Michoacán / Instituto Mora,
2015), 59-109; Fausta Gantús, Caricaturaypoderpolítico.Crítica,censurayrepresiónenlaciudad
deMéxico,1876-1888 (Ciudad de México: El Colegio de México / Instituto Mora, 2009); Ana
Buriano Castro, PanorámicadelaprensaenelEcuadorgarciano.Construcciónycuestionamiento
deunalegitimidadpolítica,1860-1875 (Ciudad de México: Instituto Mora, 2018), 23-42.
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tores políticos sin aspavientos. La censura, sin embargo, solo se expresó en el
punto más frágil del proyecto radical, durante la disputa entre dos modelos de
“civilización” —uno laico y otro confesional— que condujo a la guerra civil de
1876-1877.10 Los actos restrictivos como conscación, embargo o destrucción de
imprentas se ejercieron —mayoritaria aunque no exclusivamente— sobre los
publicistas e impresores pro católicos que fomentaron la guerra civil, tal como
sucedió con las imprentas de Miguel Antonio Caro y José María Samper en
Bogotá, y la de los hermanos Runo y José I. Gutiérrez en Medellín.11
Los decomisos de imprentas, por cierto, no fueron las únicas contradic-
ciones que enfrentó el proyecto radical. La experiencia de la guerra librada
entre 1876 y 1877, así como la resistencia clerical al proyecto de instrucción
pública a lo largo de la década, hicieron mella entre los dirigentes liberales. Al
término del conicto, Ramón Gómez, procurador general de la nación, emi-
tió una circular en la que señalaba la necesidad de modicar unos artículos
de la constitución por considerarlos “oscuros e incompletos”. Esta reforma
proponía un par de cambios relacionados con la libertad de imprenta. En pri-
mer lugar, consideraba que la ley debía hacer una distinción ente sacerdotes
y particulares, ya que los ministros de los cultos seguían representado una
amenaza latente para la estabilidad política de la unión, con el agravante de
que podían recurrir, sin reservas, tanto al púlpito como a la imprenta para
alentar una nueva rebelión.12 En un segundo momento señalaba la necesidad
de aclarar los alcances de las garantías individuales mientras se libraba una
guerra, ya que la implementación del derecho de gentes (como lo estipulaba
el art. 91) generaba confusión sobre los derechos de los ciudadanos.13 Este
último punto permaneció irresoluto hasta el estallido de una nueva confron-
tación bélica a mediados de la década siguiente, cuando se recurrió una vez
más a las medidas extralegales, pero en esta ocasión como desmantelamiento
denitivo de la absoluta libertad de imprenta. Durante la guerra de 1885 la
prensa de oposición recibió el rótulo de subversiva —categoría que no tenía
respaldo legal sobre lo impreso— y el contribuir con su publicación y circula-
ción un acto de hostilidad, basándose para esto en el código militar de 1881.
10. Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidad,políticayreligiónenladenicióndelanación(Co-
lombia,1820-1886) (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2011), 379.
11. Posada Carbó, “¿Libertad, libertinaje, tiranía?...”; Luis Javier Ortiz Mesa, “Guerra,
recursos y vida cotidiana en la guerra civil de 1876-1877 en los Estados Unidos de Colom-
bia”, en Ganarseelcielodefendiendolareligión.GuerrascivilesenColombia,1840-1902, ed. por
Luis Javier Ortiz Mesa y Grupo de Investigación Religión, Cultura y Sociedad (Bogotá:
Universidad Nacional de Colombia, 2005), 372.
12. Ramón Gómez, “Circular sobre reformas constitucionales”, DiarioOcial, 3 de ju-
lio de 1877, 4904.
13. Ramón Gómez, “Circular sobre reformas constitucionales (continuación)”, Diario
Ocial, 5 de julio de 1877, 4913.
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Por décadas, la absoluta libertad de imprenta propició espacios para que
nuevos actores alfabetizados, particularmente los artesanos, accedieran a la
vida pública a través de sus propias publicaciones.14 No se puede descono-
cer que la legislación de prensa se encargó especialmente de establecer y
fomentar una discusión política e intelectual entre élites. A lo largo de este
período, precisamente, hubo diversos factores que reforzaron un discurso en
contra del empleo cotidiano de lo impreso. En primer lugar, había un factor
de distinción en el formato en el que circulaba la información. Las hojas suel-
tas fueron objeto de reprobación generalizada, se les acusó de ser un medio
efímero, poco reexivo, proclive a la calumnia y a las intrigas políticas. Esta
fugacidad llegó a ser desdeñada por Camilo Antonio Echeverri, quien por
años, aunque desde la prensa periódica, fue partícipe de la “guerra tipográ-
ca” en Antioquia.15 Del mismo modo, José María Samper, en su reexión so-
bre el periodismo político, hacía hincapié en la “escasa respetabilidad” que
cargaban consigo la hoja suelta y los agentes que la promovían.16
En segundo lugar, estaba el debate público sin responsables. El anonima-
to fue quizá uno de los principales cambios que implicó la ley de imprenta en
la cotidianidad, ya que mantuvo presente la amenaza de la calumnia. Las ex-
presiones anónimas terminaron convirtiéndose en un problema para las éli-
tes locales debido a la imposibilidad de tener un control sobre las discusiones
públicas y de señalar, más allá de los ofendidos, quiénes eran los actores en
pugna. El problema de la autoría, en un período en que quien escribía no po-
día ser judicializado, residía en la necesidad de saber a quién refutar, a quién
confrontar, a quién amedrentar o, si es que llegaba a ser necesario, a quién
retar a duelo.17 Este desconocimiento de los responsables mantuvo en vilo a
los lectores por décadas. Tan solo a un año de la promulgación de la ley de
prensa, un corresponsal señalaba desde Santa Rosa, Antioquia, que “mientras
la libertad de imprenta sea absoluta entre nosotros, los viles calumniadores i
cobardes escribirán en materia de difamación, bajo el velo del anónimo, i los
14. Sobre el acceso del artesano letrado a la imprenta, véase Gilberto Loaiza Cano, Po-
derletrado.EnsayossobrehistoriaintelectualdeColombia,siglosXIXyXX (Cali: Universidad
del Valle, 2014), 73-98.
15. Camilo Antonio Echeverri, Artículospolíticosyliterarios (Medellín: Imprenta De-
partamental de Antioquia, 2011), 30-39.
16. José María Samper, Memoriasacadémicassobrelamisióndelaprensaylahistoriadelde-
rechoconstitucionaldeColombia (Bogotá: Imprenta de vapor de Zalamea Hermanos, 1881), 63.
17. El duelo como alternativa de combatir los “excesos” de prensa fue un tema recu-
rrente en la literatura de la época, al respecto véase la novela corta de José María Vergara y
Vergara, Olivosyaceitunos,todossonunos (Bogotá: Impreso por Foción Mantilla, 1868), 169-
173. Para el caso mexicano, en referencia a la afrenta al honor y su resolución denitiva a
través del caso paradigmático del duelo entre Santiago Sierra e Irineo Paz, véase Piccato,
Latiraníadelaopinión..., 139-153.
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hombres honrados po[n]drán, en todo caso, su rma al pie de sus escritos”.18
La injuria, en efecto, fue una de las grandes preocupaciones que despertó
la libertad absoluta de imprenta. No obstante, la principal amenaza de esta ga-
rantía recaía en los espacios de disenso frente al gobierno de turno. Tan pronto
circularon los primeros “barberazos” de ElCentineladirigidos hacia la admi-
nistración radical de Antioquia, el impresor Nazario Pineda comenzó a recibir
amenazas por el anonimato bajo el cual escribían sus mordaces y puntiagudos
colaboradores.Silvestre Balcázar, en cambio, concedió un espacio permanente a
los escritores de oposición durante la hegemonía conservadora y lo hizo a través
del formato más oprobioso de la época: la hoja suelta. De ahí que por años sus
contradictores lo hayan retratado no como un avezado impresor sino como un
tipógrafo sin criterio que hacía un uso “irresponsable” de su taller de impresión.
lasdegradadas Prensas
de silVestre balCázar
Cuando Silvestre Balcázar asumió la dirección de la tipografía familiar
tras la muerte de su padre, Manuel Antonio, en 1852, estaba al tanto de la
labor editorial; realizaba publicaciones esporádicas bajo su propio sello por
lo menos desde 1849.19 Por años fue el encargado de la impresión del papel
sellado de Medellín y el responsable de más de una veintena de periódicos
de toda índole.20 Una proporción no menor de su trabajo fue la prensa con-
18. Álvaro Callejas, “A mis conciudadanos”, Medellín, 1852. BCGD, colección Patri-
monio Documental, Hojas Sueltas, t. 3, D. 158.
19. Antes de que Silvestre Balcázar se convirtiera en el único administrador de la im-
prenta, su madre, María de las Nieves Álvarez, y uno de sus hermanos, Pablo Antonio,
asumieron la dirección del establecimiento tipográco de forma esporádica. Algunas de las
impresiones que se realizaron a partir de 1852 circularon con el pie “Imprenta de los here-
deros de Manuel Antonio Balcázar”. La tipografía de los Balcázar, a pesar de sus altibajos
y cortos períodos de inactividad, mantuvo sus prensas en funcionamiento desde nales de
la década de 1820 hasta 1877, convirtiéndose en la empresa particular más longeva de todo
el siglo XIX. Incluso Benito A. Balcázar, ajeno al taller de impresión, llegó a ofrecer servicios
de encuadernación en Medellín, lo que habla de una familia profundamente marcada por
la edición y el consumo de lo impreso. “Agrimensura y encuadernación”, LaRestauración,
29 de junio de 1865, 194. Por eso resulta cuestionable la armación de Alfonso Rubio y
Juan David Murillo Sandoval sobre el surgimiento del taller de impresión de “constitución
familiar” en Antioquia, como fenómeno de la década de 1870, a propósito de la Imprenta
de Gutiérrez hermanos. Véase Alfonso Rubio y Juan David Murillo Sandoval, Historiadela
ediciónenColombia,1738-1851 (Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 2017), 288.
20. Algunas de las publicaciones impresas por Silvestre Balcázar: LaTransición (1854),
ElPueblo (1855-1859), CrónicaOcial (1862-1863), GacetaOcialdeAntioquia (1863), ElCorreo
deAntioquia (1864), ElAlcance (1864-1865), ElÍndice (1865-1870), ElArtesano (1866-1867), El
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servadora, incluso con publicaciones anes a los grandes paladines del con-
servatismo decimonónico: Mariano Ospina Rodríguez y Pedro Justo Berrío.
En su época, no obstante, era conocido especialmente por concederle espacio
a quienes disentían del proyecto conservador. En 1861, mientras se encon-
traba detenido en un cuartel en Marinilla durante la guerra civil, escribió
una carta abierta en la que exponía su situación. “¿Por qué no se [...] recibe
dinero en cambio de mi libertad?”. Acaso se debía —preguntaba— a que
“¿Las cajas de rescates han saciado la codicia gubernamental?”. La respuesta
la conocía bien: tan pronto le restituyeran sus derechos volvería a imprimir,
era inevitable, “soiimpresor,idemiimprentasesirvenlosescritoresliberales”.21
Esta declaración permaneció prácticamente inalterable en el transcurso del
siguiente quindenio. Entre 1864 y 1876, período marcado por una férrea he-
gemonía conservadora a nivel local, fue quien publicó las escasas, en ocasio-
nes efímeras y, sobre todo, irregulares, publicaciones liberales.
Los conservadores asumieron el control del estado a comienzos de 1864,
en cabeza de Pedro Justo Berrío, tras derrocar el gobierno del mosquerista
Pascual Bravo. Esta nueva administración solo fue reconocida por la presi-
dencia de la unión luego de una serie de negociaciones y de la aceptación de
la Constitución de Rionegro.22 El reconocimiento del sistema político del libe-
ralismo, paradójicamente, les sirvió a los dirigentes del estado para constituir
un “federalismo conservador”, que encontró soporte en la religión católica,
la independencia política con respecto a los demás estados y el desarrollo
económico. Mientras que a nivel nacional se adelantaba un proyecto de secu-
larización, el gobierno de Antioquia apoyó, como en ninguna otra región, a
la Iglesia católica e incluso fortaleció su papel como cohesionador social.23 La
intransigencia frente al liberalismo pululó en todos los ámbitos de la vida co-
tidiana; el gobierno propendió por una homogenización política y cultural de
Pueblo.Periódicopolítico,noticioso,literario,comercialiórganodelpartidoliberaldeAntioquia
(1871), ElAmigo.Periódicoliterariodedicadoalbellosexo (1872), ElFuego.Periódicocélebre,cos-
mopolitayeventual (1872), LaLibertad.Periódicodedicadoalpueblo (1872), LaPalestra.Periódico
puramenteliterarioicientíco (1872-1877), ElAmigoAntioqueño.Periódicorelijioso,instructivo
iliterario,dedicadoalajuventud (1874), ElSiglo (1874), ElCiudadano (1875), LaLechuza (1875),
Elgritodelcautivo (1875) y ElMirador (1876).
21. Silvestre Balcázar, “La libertad de imprenta”, Medellín, 14 de febrero de 1861.
BCGD, colección Patrimonio Documental, Hojas Sueltas, t. 5, D. 12.
22. Luis Javier Villegas Botero, Lasvíasdelegitimacióndeunpoder.Laadministración
presididaporPedroJustoBerríoenelEstadoSoberanodeAntioquia,1864-1873 (Bogotá: Colcul-
tura, 1999), 36-44; Patricia Londoño Vega, Religión,culturaysociedadenColombia.Medellín
yAntioquia,1850-1930 (Bogotá: Fondo de Cultura Económica, 2004), 45.
23. Luis Javier Ortiz Mesa, “Antioquia durante la federación, 1850-1885”, Anuariode
HistoriaRegionalydelasFronteras, n.° 13 (2008): 68-77.
Procesos 54, julio-diciembre 2021 201
la sociedad antioqueña en la que quedaron pocos escenarios para el disenso.24
Durante los más de doce años de hegemonía conservadora en Antioquia,
diversos funcionarios, desde secretarios de gobierno hasta inspectores de poli-
cía, se encargaron de atacar la ley de prensa, mas no de restringir la circulación
de lo impreso. Este acatamiento de la libertad de imprenta atendió, más que a
sus anidades ideológicas, a sus concesiones frente a la legislación radical. El
gobierno, en lugar de recurrir a la censura abierta, empleó una estrategia mu-
cho más efectiva para hacerle frente. Entre 1864 y 1876 la desaprobación social
se convirtió en el dispositivo con el que se proscribió el ideario liberal y se es-
carmentó a quienes no estaban alineados en torno al círculo cercano de Berrío.
Aunado a esto, la causa conservadora promovió una ofensiva publicitaria,
evidente en el surgimiento de nuevas imprentas, el aumento de las opciones
de lectura y una mayor distribución de las publicaciones. En este período, por
cierto, se establecieron los proyectos editoriales más estables y de mayor al-
cance a nivel nacional, como LaRestauración(1864-1868),ElHeraldo(1868-1874)
yLaSociedad(1872-1877).25 Por si fuera poco, la fundación de la Imprenta del
Estado, en septiembre de 1868, representó, como lo destacó su primer director,
la apertura de “un templo más, erigido en Antioquia a la libertad, a la civiliza-
cióncristiana y al progreso”.26 La desaprobación social, por tanto, delineó una
forma particular de producir y consumir lo impreso en el estado.27
En el decenio de 1860 la labor de desaprobación se efectuó de forma
implacable desde los semanarios editados por Isidoro Isaza, competencia
comercial de Silvestre Balcázar entre 1861 y 1869. Así, mientras Balcázar
cumplía una labor más artesanal en el manejo de su taller, Isaza era un “em-
presario de la edición”, como prefería presentarse a sí mismo, con lo cual
remarcaba las brechas que los distanciaban política, económica e intelectual-
mente. LaRestauración, baluarte ideológico del conservatismo, publicó una
columna anónima que condenaba la absoluta libertad de imprenta por sus
garantías irrestrictas para “difamar, calumniar, injuriar i vulnerar de cual-
24. Londoño Vega, Religión,culturaysociedad..., 45-48.
25. Sobre la ofensiva publicitaria desplegada por el catolicismo, véase Loaiza Cano,
Poderletrado.Ensayos..., 145-194.
26. Néstor Castro, “Imprenta del Estado Soberano de Antioquia”, Medellín, 28 de
septiembre de 1868. BCGD, colección Patrimonio Documental, Hojas Sueltas, t. 6, D. 76.
Énfasis añadido.
27. Sidney Monas, “Censorship as a Way of Life”, en Perspectiveson Literatureand
SocietyinEasternandWesternEurope, eds. por Georey A. Hosking y George F. Cushing
(Nueva York: Palgrave Macmillan, 1989), 8; J. M. Coetzee, si bien se muestra reacio a com-
partir que la reprobación sea una expresión de censura, acepta que hay circunstancias en
que el control moral puede ser lo sucientemente asxiante como para restringir la pro-
ducción y el acceso a determinados materiales de lectura. Véase J. M. Coetzee, Contrala
censura.Ensayossobrelapasiónporsilenciar (Bogotá: Debate, 2007), 35, 279-280.
Procesos 54, julio-diciembre 2021202
quier manera la reputacion ajena”. El texto salió a raíz de una publicación en
la que, al parecer, se atacaba a algunos diputados, pero en lugar de hacerle
frente, optó por poner en entredicho la “honradez” de los impresores que
daban lugar a este tipo de publicaciones, que, por supuesto, no tenía cabida
en “las prensas del editor de este periódico [Isaza]”. Concluía la nota exhor-
tando a los publicistas a que hicieran uso de la imprenta como debía ser, es
decir, difusora de “las sanas doctrinas políticas i la fuente de la moralidad
i de las buenas costumbres”.28 Tampoco bastó con descalicar el trabajo de
Silvestre, la tipografía familiar —la imprenta de “ñor Bacaza”, en clara refe-
rencia a Manuel Antonio Balcázar— fue expuesta como símbolo del atraso
editorial de Medellín, recurriendo, paradójicamente, a un momento en que
era la única disponible en todo el estado. Así lo hizo el periódico literario El
Oasis al reproducir una carta de uno de sus lectores, en la que se recordaba
una publicación de 1847 para enfatizar que se trataba de una época que, por
fortuna, pasó “para no volver”.29
Las reservas frente a Balcázar hacían parte de un proceso en boga de
reprobación social del liberalismo. Los constantes señalamientos aludían a
una concepción conservadora de lo impreso ampliamente reproducida en
la sociedad colombiana, con el agravante de que en Antioquia, lejos de ser
una estrategia particular, se efectuó como política de la administración local.
A los ojos de los conservadores, Balcázar encarnaba ese tipógrafo sin escrú-
pulos, dispuesto a azuzar todo tipo de pasiones con tal de cumplir con sus
contratos, tal como lo representó José María Vergara y Vergara.30 El impresor
“contratista” se distinguía por su falta de criterio, de ahí que los redactores
de LaRestauraciónhicieran hincapié en que el ocio del tipógrafo no debía
propender por el “lucro pecuniario”.31 A esto se sumaba el tipo de impresos
que predominaban en su repertorio: hojas sueltas que servían para difundir
calumnias en una época en la que la absoluta libertad de imprenta dejaba
vulnerable a la población. En este mismo sentido, José María Samper ana-
tematizó los volantes porque, dada su naturaleza, eran impresos ligeros a
través de los cuales no circulaba ni la ciencia ni la literatura. Se trataba, una
vez más, de un abismo que distinguía intelectualmente a quienes recurrían a
este tipo de impresos. Sin lugar a dudas, el problema más difícil de combatir,
sostenía, es que había impresores “nada escrupulosos en materia de mora-
lidad” que no tenían reparos en fomentar la “irresponsabilidad legal” cada
vez que hacían crujir sus prensas.32
28. “Libertad de imprenta”, LaRestauración, 12 de septiembre de 1867, 587-588.
29. Z. I. X., “Carta segunda”, ElOasis.Periódicoliterario, 18 de enero de 1868, 16.
30. Vergara y Vergara, Olivosyaceitunos..., 98, 161-162.
31. “Libertad de imprenta”, LaRestauración, 12 de septiembre de 1867, 588.
32. Samper, Memoriasacadémicassobrelamisión..., 29-30.
Procesos 54, julio-diciembre 2021 203
Para entonces, las hojas sueltas cargaban con un desprestigio compartido
por liberales y conservadores, por eso, más allá del papel de Balcázar, cabe
preguntarse por qué el discurso de oposición solo adquirió una relativa re-
gularidad a través de este formato. El volante fue la alternativa más ecaz
—y en ocasiones la única— para refutar la información ocial o denunciar los
excesos de algún funcionario, sin tener que asumir los gastos y, sobre todo, los
riesgos que implicaba la edición de un periódico.33 ElÍndiceinterrumpió sus
entregas momentáneamente en 1866 haciendo hincapié en la “ingrata i peli-
grosa labor de sostener un periodico liberal en esta tierra”.34 En aquel momen-
to hubo un ejercicio sistemático por deslegitimar los materiales que salían de
la imprenta de Balcázar, incluso aquellos que no tenían ningún trasfondo par-
tidista. Esta labor se recrudeció cuando los liberales comenzaron a alentar una
sociabilidad política en el estado para hacerle frente al proyecto conservador.
En 1871, los liberales volvieron a presentarse a una votación, algo que
no habían hecho desde el triunfo militar de los conservadores. Dos años des-
pués se llevaron a cabo las elecciones a la asamblea y a la presidencia, en la
cual se elegía el reemplazo de Pedro Justo Berrío.35 Los períodos electorales,
como lo ha demostrado Eduardo Posada Carbó, traían consigo momentos
de exacerbación que tendían a desenvolverse en escenarios de violencia y
confrontación no ligados por completo a la contienda electoral.36 Sin que se
pueda acotar exclusivamente al fenómeno eleccionario, lo anterior permite
explicar por qué se hizo más riesgoso para un impresor de oposición ejercer
su labor a partir de 1873. En junio de ese año el inspector de policía de la
ciudad, Nicasio Escovar, sacó a la luz un volante titulado “Una exitacion” en
el que amenazaba a Silvestre Balcázar.37 Ante esto, el tipógrafo dirigió una
comunicación al presidente del estado en el que lo conminaba a instruir su-
mario contra el funcionario y tomar las medidas del caso para hacerle frente
a la intimidación ocial. Como sostenía Balcázar,
solamente aquí se ve que un empleado público con la mayor tranquilidad del
mundo, amenaza á muerte á un impresor, porque no quiere satisfacer sus capri-
chos, caprichos que tienen que cejar ante las garantías que concede la ley sobre
33. Un papel suelto que circuló en 1873 en Medellín señalaba: “Nuestro único objeto
es procurar, por medio de la prensa, que el órden de cosas existentes no continúe i para
esobastanlashojasvolantes”. “Nuevas acusaciones”, Medellín, 24 de mayo de 1873. BCGD,
colección Patrimonio Documental, Hojas Sueltas, t. 6, D. 305. Énfasis añadido.
34. ElÍndice, 27 de junio de 1866: 1 [portada].
35. Villegas Botero, Lasvíasdelegitimación..., 107-146.
36. Eduardo Posada Carbó, “Elecciones y guerras civiles en la Colombia del siglo XIX:
la campaña presidencial de 1875”, HistoriaySociedad, n.° 4 (1997): 87-121.
37. Por desgracia, esta hoja suelta no ha podido ser hallada en las colecciones consul-
tadas.
Procesos 54, julio-diciembre 2021204
libertad de imprenta y que ante la dignidad y carácter de eseimpresor,quenopor-
queseaunhombresintítulosysinfortuna, deja de comprender su alta mision y los
deberes que élla le impone.38
La respuesta del secretario de gobierno, Luis Mejía, fue un el reejo de la
posición de los conservadores frente a la absoluta la libertad de imprenta, parti-
cularmente de los funcionarios de Antioquia, ya que se encargó de puntualizar
que, conforme a las garantías constitucionales, el inspector no había incurrido en
ningún hecho “criminoso”.39 A pesar de esta respuesta, fue imposible contener los
papeles sueltos que reseñaron, no sin preocupación, el amedrentamiento al que
las autoridades locales sometían a un pequeño impresor. En este sentido, Santos
Jaramillo, asiduo colaborador de ElÍndice, esperaba seguir remitiendo sus manus-
critos para que fueran publicados en Medellín con el n de continuar debatiendo,
siempre y cuando, claro está, “el Inspector de policía ó algun otro de vuestros
sicarios, nomar[que]unpuntonal,enlafrentedelimpresorBalcázar”.40 Esta también
se presentó como la oportunidad para recordar el rol que Balcázar llevaba desem-
peñando en la sociedad antioqueña desde la década de 1850 y cómo su labor era
un ejemplo de resistencia frente a los inagotables embates conservadores:
no será esta la primera ocasion, (si ahora vuelve á suceder) en que su imprenta
haya sido fundida para balas por un arbitrario mandarin: no es solo ahora que él
i toda su honrada familia han sido vejados por los sicarios del poder; ni será esta
la primera persecucion de que él será blanco por el enorme delito de cumplir con
su deber para dar pan á su desventurada familia. Ya lo hemos visto incontrasta-
ble ir á una inmunda prision sin miedo ni vacilaciones, soportar duro tratamien-
to como recluta por muchos dias, é ir enfermo, al desierto, por idéntico crímen.
Pero que entiendan los señores del poder que el señor Balcázar nada teme, que
no está solo, i que llegado el caso, el pueblo entero estará con él.41
En un volante posterior se retomaron las amenazas del inspector de poli-
cía para exponer el uso “responsable” de lo impreso que detentaban los con-
servadores: “los escritores gobiernistas [tienen] el cinismo de decir que de las
prensas de Balcázar salen estampadas la calumnia i la bajeza, i cierran los ojos
para no ver que de las del Estado salen, vomitadas por un empleado público,
38. Silvestre Balcázar, “Solicitud del señor Silvestre Balcázar, y resolucion que sobre
ella recayó”, BoletínOcial, 21 de julio de 1873, 186. Énfasis añadido.
39. Luis M. Mejía A., “Solicitud del señor Silvestre Balcázar, y resolucion que sobre
ella recayó”, ibíd., 186-187.
40. Santos Jaramillo J., “Al grano”, Medellín, 1873. BCGD, colección Patrimonio Do-
cumental, Hojas Sueltas, t. 6, D. 285, 4.
41. “Garantias constitucionales en Antioquia. Libertad de industria”, Medellín, 24 de
junio de 1873. Ibíd., D. 311.
Procesos 54, julio-diciembre 2021 205
las mas negras i serias amenazas á muerte!”.42 La comparación traía al escena-
rio público algo que solo se achacaba a la imprenta de Balcázar: la publicación
de hojas sueltas y, con estas, la difamación y el anonimato.43 Resulta necesario
resaltar las denuncias sobre el empleo partidista del establecimiento tipográ-
co ocial, pues desde que entró en funcionamiento se había convertido en un
agente político más. Entre 1864 y 1868 era posible argüir que existía una riva-
lidad ideológica y comercial entre dos tipógrafos particulares y que el cruce
de impresos podía comprometer a algún funcionario. Para el decenio de 1870,
en cambio, eran directamente los empleados públicos quienes promovían una
sanción moral sobre el único impresor de la región que daba lugar al disenso.
La actividad política de los trabajadores de la Imprenta del Estado fue decisiva
en la sociabilidad conservadora; por ejemplo, en agosto de 1876 se adhirieron
públicamente a la causa confesional ante el inminente estallido de la guerra.44
Una muestra patente de cómo la simple elección de un lugar de impre-
sión se había convertido en un acto político se aprecia en el cubrimiento
de una masacre ocurrida en Aguacatal, fracción de Medellín, a nales de
1873. Este crimen se convirtió en una causa célebre a nivel nacional y, como
tal, contó con gran cobertura a través de folletos, periódicos, hojas sueltas e,
incluso, un libro. A tan solo unos días del asesinato circuló en Medellín la
primera hoja suelta que señalaba supuestas inconsistencias en el proceso.
El inspector de policía, Nicasio Escovar, el mismo que había amenazado al
impresor, publicó un volante, junto a Antonio J. Isaza y Alberto Ramírez, en
el que defendía la labor adelantada por la autoridad local. Para esto, pun-
tualizaban que “los graves é injustos cargos” contra la administración de
justicia de la ciudad provenían de las prensas de Balcázar, como si la sola
procedencia del impreso sirviera de contraargumento.45 Ante la andanada
de impresos, algunos funcionarios tomaron la decisión de retirarse del pro-
ceso por la intromisión de la prensa en el poder judicial, como ocurrió con
el juez y scal primero del circuito criminal de Medellín. A nales de mayo
de 1874, ElHeraldo,“órgano semiocial”, cuestionó el auto del juez primero
y esperaba que el Tribunal Superior modicara la decisión “de manera que
satisfagaa la opinión pública”.46 Tres meses después de su renuncia, Juan de
Dios Mejía, exscal primero, realizó una breve presentación sobre el papel
42. “Señor don Nicasio Escovar”, Medellín, 25 de junio de 1873. Ibíd., D. 312.
43. Sobre la exigencia de las rmas de quienes se acercaban a la Imprenta del Estado,
véase “Las obras de palacio”, Medellín, 30 de mayo de 1873. Ibíd., D. 308.
44. “Manifestación”, BoletínOcial, 12 de agosto de 1876, 655-657.
45. “ ‘Un magistrado’ ”, Medellín, 12 de diciembre de 1873. BCGD, colección Patrimo-
nio Documental, Hojas Sueltas, t. 6, D. 357.
46. Citado en Juan José Hoyos, Unpionerodelreportaje.FranciscodePaulaMuñozy“El
crimendeAguacatal” (Medellín: Hombre Nuevo, 2002), 49. Énfasis añadido.
Procesos 54, julio-diciembre 2021206
de la prensa; paradójicamente, estaba más interesado en replicar los papeles
en los que había sido criticado por su renuncia, que en justicar qué lo llevó
a separarse del proceso. Así, en lugar de denunciar a los administradores de
la Imprenta del Estado, donde se componía ElHeraldo, Mejía acusó, lanza en
ristre, al establecimiento tipográco de Balcázar, ya que de sus degradadas
prensas”, “no siempre respetuosas de la ajena reputación, ha venido á des-
empeñar la tarea, poco envidiable por cierto, de hacer coro á los censores”.47
Luego del triunfo radical en la guerra civil y del reacomodo de los libera-
les en los diferentes cargos de la administración local, Silvestre Balcázar fue
nombrado regente de la Imprenta del Estado.48 Poco importó que cerrara su
establecimiento tipográco, Balcázar continuó representando una forma de
administrar la imprenta que no compaginaba con la “responsabilidad” de los
publicistas conservadores. En 1878, tres años después del cierre de ElCiuda-
dano,uno de sus redactores, el comerciante Constantino Martínez, armó que
la publicación había sido clausurada a causa de la venalidad del director de
la imprenta. Según él, el gobierno de Recaredo de Villa aprovechó la preca-
ria situación económica del tipógrafo para sobornarlo: “viendo infructuosos
cuantos medios habían empleado para contenernos, compraron la voluntad
de la familia que poseía la única imprenta libre con que contábamos”.49 Inme-
diatamente, como era de esperarse, circuló un volante que rechazaba que la
publicación hubiera sido suspendida “por haber sido compradas las dueñas
de la imprenta”.50 Sea como fuere, la última entrega de ElCiudadano, en octu-
bre de 1875, circuló con un anuncio sugerente o cuando menos peculiar: “La
demora del presente numero no ha sido culpa del impresor”.51
Como se hizo por años con las publicaciones de Isidoro Isaza, los redac-
tores de ElCentinelatampoco escatimaron al momento de señalar a qué im-
presor no emular. Así como ElOasisrecordaba de forma anacrónica el atraso
editorial de la ciudad de la mano de Manuel Antonio Balcázar, en 1878 El
Centinelatambién se aseguró de recordar que, una década atrás, los lectores
se acercaban “con avidez al principio, con repugnancia despues, con horror al
n aquella produccion que vomitaba la prensa del señor [Silvestre] Balcázar”.52
47. Juan de D. Mejía, ElcrimendeAguacatalyelex-scal1.°delcircuitodeMedellín,Juan
deD.Mejía (Medellín: Imprenta de Gutiérrez Hermanos, 1874), V. BCGD, colección Patri-
monio Documental, folletos Misceláneos, FM/135. Énfasis añadido.
48. “Decreto nombrado Director de la tipografía del Estado”, RejistroOcial, 11 de
abril de 1877, 2.
49. Constantino Martínez, “Una vez más”, Medellín, 16 de julio de 1878. BCGD, colec-
ción Patrimonio Documental, Hojas Sueltas, t. 7, D. 292. Énfasis añadido.
50. “Por la primera vez”, Medellín, 19 de julio de 1878. Ibíd., t. 7, D. 345.
51. “Avisos”, ElCiudadano, 5 de octubre de 1875, 124.
52. “Galería de contemporáneos”, ElCentinela, 25 de octubre de 1878, 70. Énfasis aña-
dido.
Procesos 54, julio-diciembre 2021 207
un imPresor de losenemigos
de las instituCiones
Al término de la década de 1870, Antioquia atravesó por una inestabili-
dad política que no experimentaba por lo menos desde 1862, cuando culmi-
nó la confrontación armada y se sentaron las bases del proyecto radical en
la convención de Rionegro. En 1877, luego de la victoria en Manizales que
marcó el desenlace de la guerra, el general caucano Julián Trujillo fue elegi-
do como jefe civil y militar del estado de Antioquia, cargo que ocupó poco
tiempo antes de trasladarse a Bogotá para asumir la presidencia de la unión.
A lo largo de los cuatro años de su mandato, Antioquia fue gobernada por
delegados: Daniel Aldana, Tomás Rengifo y Pedro Restrepo Uribe. Durante
ese período se evidenció una pugna feroz entre las facciones liberales por
el control del estado, especialmente entre 1877 y 1879 mientras gobernaron
Aldana y Rengifo.53 En estos años, no en vano, se presentaron los principales
hechos de desestabilización política: un levantamiento de un batallón de la
guardia nacional en 1878, una revuelta liderada por independientes con el
apoyo de cierto sector del conservatismo en los primeros meses de 1879 y
una breve “revolución radical” a comienzos de 1880. La única forma como
los liberales lograron permanecer en el poder fue mediante la presencia de
la guardia nacional. Además del reacomodo de las fuerzas políticas, otros
factores —culturales, si se quiere— signaron los primeros años de la deno-
minada “ocupación liberal”.54 Por un lado, quienes llegaron a ejercer la pre-
sidencia del estado, así como buena parte las tropas acantonadas, eran “ex-
tranjeros”, esto en una región que, como se ha señalado, el aislamiento había
sido parte fundamental de su proyecto político. Por el otro, más importante
aún para la arraigada mentalidad católica, el anticlericalismo de los liberales
foráneos, particularmente de Rengifo, profundizó las divisiones incluso en-
tre sus copartidarios en Medellín, quienes no compartían su animadversión
frente a los sacerdotes.55
Ante este nuevo panorama, la disposición y la orientación en el uso de
la imprenta cambió. Los liberales, que hasta ese momento solo habían teni-
53. De acuerdo con María Virginia Gaviria Gil, se trató de una pugna entre aldanistas
y rengistas, ya que la cercanía de Tomás Rengifo con los radicales de Antioquia se debió
más bien a un ejercicio de pragmatismo político para poder tener un relativo control del
Estado, que por anidad ideológica. María Virginia Gaviria Gil, “Radicales e independien-
tes en la política antioqueña, 1877-1885”, HistoriaySociedad, n.° 7 (2000): 130.
54. Londoño Vega, Religión,culturaysociedad..., 48-52.
55. Luis Javier Ortiz Mesa, Obispos,clérigosyelesenpiedeguerra.Antioquia,1870-1880
(Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 2010), 291-297.
Procesos 54, julio-diciembre 2021208
do acceso a la prensa de Silvestre Balcázar, centraron su actividad editorial,
tanto ocial como particular, en la Imprenta del Estado. Esta centralización
de la labor tipográca en la ciudad impidió que radicales e independientes
lograran establecer un sistema de producción paralelo a través de imprentas
privadas. Los conservadores, por su parte, disponían de un circuito de co-
municación que operaba en Antioquia hacía más de una década. Por si fuera
poco, tenían a su disposición varios establecimientos tipográcos cuyos pro-
pietarios se destacaban por su férreo compromiso político, como los herma-
nos Gutiérrez, Nazario Pineda y Alejandro Hernández. No solo se trató de
la reconguración de los espacios de impresión disponibles en la ciudad, la
inestabilidad política propició que lo impreso estuviera condicionado para
los publicistas conservadores. Entre 1877 y 1879 el gobierno liberal de An-
tioquia recurrió abiertamente a la intimidación y al uso de la fuerza para
restringir la propagación de las publicaciones conservadoras.
A partir de 1877 surgieron publicaciones como El5deabril, LaLibertady
LosTartufosque se encargaron de apoyar el liberalismo, pero sobre todo de
combatir el lastre de la hegemonía conservadora.Con este propósito, el pe-
riódico de sátira LosTartufos lanzó la “Inhumacion del difunto Gobierno” en
el cual se representaba el entierro colectivo de los falsos devotos que habían
caído en la derrota ultramontana. A pesar de la gran cantidad de decesos, en
la procesión fúnebre aún se divisaban guras insepultas del conservatismo:
“I entre otros de Medellin / Vi los Gutiérrez hermanos / Que repartian a dos
manos / Mentiras del ‘Boletin’ ”.56 La referencia a Runo y José I. Gutiérrez,
no estaba de más, por años, su actividad editorial estuvo ligada a la causa
católica, tanto por sus periódicos como por sus contratos con la Diócesis de
Medellín.
Acusados de incitar y promover clandestinamentela insurrección, a los
hermanos Gutiérrez se les conscó la prensa al término del conicto. En sep-
tiembre, luego de tres meses de inactividad, los editores sacaron a la luz una
denuncia pública en la que exponían los pormenores del decomiso. Los pro-
pietarios de la imprenta hicieron hincapié en la vulneración de las libertades
de industria e imprenta, pero además señalaron un aspecto crucial concer-
niente a la información que resguardaban en su propio taller. Culminada
la guerra civil importaba acallar un medio de comunicación, por supuesto,
pero era más importante mapear quiénes habían sido los azuzadores por
parte del bando confesional. Por eso señalaban que la revisión de sus archi-
vos durante el allanamiento podía implicar “perjuicio á un tercero, que ha
conado á nuestra lealtad sus secretos”. Los hermanos Gutiérrez nalizaron
56. “Inhumación del difunto Gobierno o sean los funerales de los tartufos”, LosTartu-
fos, 12 de julio de 1877, 31.
Procesos 54, julio-diciembre 2021 209
su exposición indicando que su imprenta estaba nuevamente en funciona-
miento y así permanecería “hasta que el Gobierno disponga otra cosa”.57
No en vano, el primer editorial de ElCentinelaestuvo dedicado a la li-
bertad de prensa. A diferencia de la postura que había predominado entre
los conservadores más recalcitrantes de la ciudad, el periódico se presentó,
extrañamente, como un defensor de la “absoluta” libertad de imprenta e,
incluso, arremetió contra quienes pretendían cercenarla. En el texto, que pa-
recía más un maniesto liberal, se aventaba de forma retórica la siguiente
pregunta: “¿Quépuedemarcarelpuntoprecisodondeterminaelderechoycomien-
zaelexceso[...]? Señalad límites al pensamiento, ponedle cadenas á la idea
y llenad de mordazas la palabra: entónces habreis sido lógicos borrando de
nuestros códigos la libertad de imprenta”.58 Desde sus primeras entregas el
semanario suscitó no poco desconcierto entre sus lectores. Es probable que
por esta interpretación de la garantía irrestricta sobre la libre expresión, los
redactores de ElZipade Bogotáhayan introducido entre sus lectores a El
Centinela, en un primer momento, como una publicación liberal.59 Un mes y
medio después recticaron su apreciación y explicaron que lo habían consi-
derado así porque no creían que los conservadores pudieran mantener un
periódico de este tipo en un “régimen militar” como el de Antioquia.60
A lo largo de sus 20 números, ElCentinelaentabló un enconado “debate”
con ElGuardián, al cual presentó desde el principio como un “cancerbero” de
la administración liberal.61 Uno de los principales puntos de discordia fue el
anonimato bajo el cual se protegían los redactores de ambas publicaciones,
con la salvedad que el semanario satírico proporcionaba el nombre de su
impresor, editor y agente comercial. Nazario Antonio Pineda, “artesano hon-
rado, pobre i laborioso”,62 logró establecer su taller de impresión recién en
1878, pero lo respaldaba una extensa trayectoria: había estado vinculado por
lo menos desde 1860 a las imprentas pro católicas, como la de Isidoro Isaza y
la de la Diócesis, y a los proyectos editoriales conservadores más relevantes
de la ciudad, entre ellos, LaSociedad.63 Por si fuera poco, había sido uno de los
57. Gutiérrez Hermanos, “Garantías!”, Medellín, 17 de septiembre de 1877. BCGD,
colección Patrimonio Documental, Hojas Sueltas, t. 7, D. 141.
58. “La prensa libre”, ElCentinela, 1 de junio de 1878, 1. Énfasis añadido.
59. Véase “Exposición de París”, ElZipa, 4 de julio de 1878, 570.
60. “El Guardián”, ElZipa, 22 de agosto de 1878, 63.
61. “El Guardián”, ElCentinela, 8 de junio de 1878, 6.
62. Constantino Martínez, “Otra explicación”, Medellín, 28 de mayo de 1878. BCGD,
colección Patrimonio Documental, Hojas Sueltas, t. 7, D. 251.
63. LaSociedad (1872-1877), junto con ElTradicionista de Bogotá y LosPrincipiosPolítico-
Religiosos de Popayán, hizo parte de lo que Gilberto Loaiza Cano ha designado como la
“tercera etapa del periodismo católico” colombiano del siglo XIX. Loaiza Cano, Poderle-
trado.Ensayos..., 157.
Procesos 54, julio-diciembre 2021210
empleados tipográcos que no continuaron en la Imprenta del Estado luego
de que su dirección pasara a manos de los liberales. Como editor tenía poco
más de un año de experiencia por su labor al frente de Novedades, desde el
cual se había encargado de promover la literatura, “que es como fomentar el
hambre”.64 No es de extrañar, pues, que Pineda hubiera sido el responsable
de ElCentinela, periódico que procuró zaherir a los funcionarios del gobierno
local, sobre todo, de condenar al liberalismo radical. Y es que este, según sus
redactores, había conducido a la degradación de las élites del país y estas,
a la del pueblo, pues a lo largo de 15 años de dominación había gestado
una inmoralidad tal que los ultrajes a las garantías individuales no solo eran
comunes, sino aceptados con “aplausos y vítores”.65 La publicación no solo
se conformó con señalar la necesidad de una reforma para curar la “elefan-
tiasis” que afectaba al país —que no era otra que el proyecto radical—, sino
que se encargó de hacerle eco al ideario regenerador del líder independiente
Rafael Núñez.66
Para mediados de 1878 los rumores de motines eran recurrentes, se
sustentaban en la injerencia política de las tropas de la guardia colombiana
acantonada en el estado de Antioquia, adeptas en su mayoría a Daniel Al-
dana. Además, se temía, no de forma descabellada, que una eventual insu-
rrección pudiera contar con el beneplácito del gobierno nacional presidido
por el independiente Julián Trujillo.67 Estos temores comenzaron a manifes-
tarse a partir del 28 de agosto, cuando soldados del batallón Granaderos,
ubicado en Rionegro, se sublevaron contra sus jefes. El levantamiento fue
controlado prontamente, sin embargo, las garantías constitucionales perma-
necieron suspendidas por alrededor de un mes. ElCentinelalogró informar
lo acontecido el 30 de agosto y anunció —tal como lo habían indicado los
hermanos Gutiérrez un año atrás— que proporcionaría más detalles “si el
Gobierno nos lo permite”.68 A pocos días del suceso, las autoridades de Me-
dellín condujeron al responsable del semanario satírico a hacer “ejercicio en
el cuartel”, lo mantuvieron retenido durante dos semanas y sus prensas es-
tuvieron inactivas todo el mes de septiembre.69 Hasta entonces los redacto-
res del periódico habían tenido cautela con el trato hacia Tomás Rengifo, es
más, habían reconocido su capacidad para garantizar el orden público en la
celebración de las elecciones para la asamblea legislativa, a pesar del interés
64. “El público, el editor y yo”, Novedades, 15 de diciembre de 1877, 98.
65. “Disociación”, ElCentinela, 15 de junio de 1878, 9.
66. “Reformas”, ElCentinela, 9 de agosto de 1878, 39.
67. Gaviria Gil, “Radicales e independientes...”, 130.
68. “A última hora”, ElCentinela, 30 de agosto de 1878, 54.
69. Posada Carbó, “¿Libertad, libertinaje, tiranía?...”, 197.
Procesos 54, julio-diciembre 2021 211
dilatorio de la guardia nacional.70 El acuartelamiento del impresor, no obs-
tante, marcó un punto de inexión en la composición del semanario y, sobre
todo, puso en evidencia la tensión entre la absoluta libertad de imprenta y el
control de lo impreso mediante la fuerza institucional.
La detención del impresor, en lugar de ser abordada en el editorial, fue
explicada en una alocución apócrifa proferida por el jefe civil del estado, por
un Rengifo tal como lo concebían los conservadores: “[Pineda] habia tenido
el descaro de poner su imprenta al servicio de los enemigos de las institu-
ciones, y era preciso atramojarlo. —Bribon!”.71 Hasta entonces las alusiones
a él se habían limitado a resaltar su papel como editor o a exponer las ame-
nazas que recibía.72 Con la reaparición del semanario, Pineda ya no solo era
su responsable, se había convertido en uno de los personajes que empleaba
la publicación como recurso narrativo para dar a conocer los sucesos de ac-
tualidad del estado. A partir de su segundo trimestre, el periódico se había
valido del centinela y del diablo Cojuelo para averiguar y develar la infor-
mación concerniente a la administración liberal, sin embargo, quien terminó
presentándose como la principal informante fue la bruja momposina que,
aunque medio cegatona, era toda una vidente. Cada semana salía de su refu-
gio, buscaba un lugar para tomar asiento, daba unas cuantas bocanadas a su
chicote y comenzaba a revelar sus hallazgos. Sus reportes los comunicaba al
centinela ya fuera mediante dictados en los que pedía que se hiciera la “letra
clara” y “sin omitir nada”, o a través de la lectura que había preparado antes
de comenzar a perder la memoria.73 Una vez restablecido el orden público,
la bruja dejó de comunicarse con la personicación del periódico y comenzó
a dirigirse directamente con su editor-personaje:
Bruja. —Qué tal hermano Pineda! Despues de la sobita que me la han dado estos
muchachos atolondrados ¿continúa su paternidad emitiendo “El Centinela”?
Pineda. —Sí madrecita: hoy más que nunca estoy resuelto á ello; así es que espero
traiga su merced buenas noticias. [...]
Bruja. —Cabal, hijo. Prepare la pluma y escriba en hermosos carácteres lo que
voy á dictar. Empecemos. (Dictando). “Turbado el órden público en esta corona-
da villa, capital de las Batuecas, fué menester capturar al inmortal Pineda. (No
se inmute hijo; haga á un lado la modestia y pelillos á la mar). Su delito, ser im-
presor. Manes de Guttenberg, llorad á moco tendido el ultraje hecho á la absoluta
libertaddeimprenta que otorga el cuaderno de Rio-negro, tan mentado!...74
70. “Ciudadano Presidente del Estado”, ElCentinela, 2 de agosto de 1878, 37.
71. “Mensaje del jefe del municipio (continuación)”, ElCentinela, 25 de octubre de
1878, 67.
72. “Pasquín”, ElCentinela, 22 de junio de 1878, 15.
73. “Hechos diversos”, ElCentinela, 16 de agosto de 1878, 44-45.
74. “Hechos diversos”, ElCentinela, 4 de octubre de 1878, 56. Énfasis en el original.
Procesos 54, julio-diciembre 2021212
En el epígrafe que acompañó la publicación durante 16 entregas (desde el
primero de junio hasta el 11 de octubre), se aseguraba que mientras se garan-
tizara la libertad de imprenta —no una absoluta— era posible contrarrestar el
“despotismo”.75 Sin embargo, los conservadores no eran los únicos que tenían
problema con la legislación de prensa. A mediados de octubre se difundió un
papel suelto en el que se aseguraba que el partido liberal podía arrojarle tanto
a los redactores de ElCentinela como a los delBoletínIndustrial“la saliva del
desprecio o el golpe que merece el ladron de la honraidelareputacionajenas”.
Más allá de la afrenta, el volante señalaba algo esencial, enfatizaba en la ne-
cesidad de dar con “los anónimosirresponsablespara mostrar a la sociedad que
síexistelasancionmoral”.76 Se trataba, pues, de un reclamo liberal proferido
desde la Imprenta del Estado en donde se exigían represalias por lo impreso.
Los reiterados reclamos por la autoría hacían referencia no solo a la responsa-
bilidad sobre lo escrito; la agitación política y la confusión ante las posturas de
independientes y conservadores hacía cada vez más necesario descubrir quién
hablaba, al menos así lo consideraban los empleados públicos. Conscientes de
esto y en su habitual afán provocador, los redactores de ElCentinelallegaron a
aseverar que eran “franco-tiradores del godismo (y áun del liberalismo)”, algo
que procuraban dejar en claro a los funcionarios del gobierno “paraquesejen
bienyveanáquienletiran”.77 Frente al volante mencionado los encargados del
semanario satírico aseveraron que correspondía a una publicación anexa a El
Guardián,un alcance quizá, por lo que solo restaba despreciar a esa “perrilla
acuchenta y rabiosa, hija legítima del sarnoso mastín”.78
La virulencia con la que reapareció el semanario no pasó desapercibida
entre el público de la ciudad, algunos lectores expresaron su consternación por
el hecho de que lo impreso, en este caso ElCentinela, estuviera cruzando los
límites de lo permitido. Así lo hicieron saber unos “conservadores prudentes”
—que armaban haber dejado sus rmas en la Imprenta del Estado—, quie-
nes se lamentaban de que tanta libertad de imprenta “ya es dañina a la salud
publica”.79 Este papel consideraba al semanario no como un periódico político,
sino como un pasquín. Pese a esto, ElCentinelacargaba consigo un trabajo edi-
torial más consistente que publicaciones salidas de la imprenta ocial, incluso
75. Como lo señalaron en el editorial del número 13, el “despotismo” se encontraba
ancado en la sociedad colombiana. Véase “El despotismo”, ElCentinela, 16 de agosto de
1878, 43.
76. “Cuestión social”, Medellín, 19 de octubre de 1878. BCGD, colección Patrimonio
Documental, Hojas Sueltas, t. 7, D. 338. Énfasis añadido.
77. “El Centinela”, ElCentinela, 11 de octubre de 1878, 61. Énfasis en el original.
78. “Hechos diversos”, ElCentinela, 25 de octubre de 1878, 68.
79. “Pobre tierra esta”, Medellín, 31 de octubre de 1878. BCGD, colección Patrimonio
Documental, Hojas Sueltas, t. 7, D. 352.
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llegaba a ser más constante en su emisión que ElGuardián.80Los conservadores
estaban al tanto de la distinción que implicaba el empleo de las hojas sueltas,
en sus páginas condenaban que la ciudad no dejara de inundarse de ese tipo
de “literatura sucia”.81 El semanario satírico reprodujo los argumentos elitistas
sobre la responsabilidad de los textos y los formatos, con los cuales se encargó
de raticar el uso “responsable” de los publicistas conservadores. Lo particular
de la discusión fue que solo se hablaba en términos de excesos, represalias,
sanciones, responsabilidad, cuando no había una legislación de prensa que or-
denara, tipicara o, por lo menos, soportara esta actitud frente a lo impreso. El
Centinela, quizá sin proponérselo, expuso a los liberales del estado, demostró
que ni siquiera los radicales podían asegurar las garantías individuales de for-
ma absoluta. Justo ahí, tal vez, recaía la intriga de su editorial inicial en la que
abrazaba la libertad irrestricta como uno de sus principios. Para entonces el
derecho se estaba haciendo esquivo, mientras que las medidas extralegales se
estaban haciendo cada vez más habituales. En un contexto de agitación políti-
ca nacional, la incapacidad de mantener una discusión pública a través de lo
impreso sin que terminara en expropiaciones, acuartelamientos o suspensión
de garantías, según la situación, evidenciaba el deterioro de la absoluta liber-
tad de imprenta en la sociedad colombiana y anunciaba su inminente desman-
telamiento, tal como se presentó a partir de la década de 1880.
La edición del 1 de noviembre, que terminaría siendo la última, tuvo
como protagonista una vez más al editor-personaje. Se publicó el “Diálogo
entre Pineda y un desconocido”, en el cual se exponía la situación de insegu-
ridad en la que se encontraba el distrito de Sopetrán y en la que se fustiga-
ban las familias y empleados encargados de su administración.82 También se
ofreció la reconstrucción de la conversación entre Pineda y Álvaro Restrepo
Euse, diputado liberal de la asamblea legislativa, quien amedrentó al editor
del periódico en su propia casa, luego de que este se rehusara a proporcionar
los nombres de los colaboradores.83 A la semana siguiente, el propio Pineda
anunció por medio de una hoja suelta la suspensión del semanario y señaló
el estado de indefensión que sentían los conservadores de la ciudad luego
del asesinato de dos copartidarios.84
80. Luego de que El Guardián llevara una semana sin circular, se armaba “Si ha
muerto, mejor que mejor. Para nada servía”. “Revista de la ciudad”, ElCentinela, 26 de
julio de 1878, 33.
81. “Literatura sucia”, ElCentinela, 19 de julio de 1878, 30.
82. “Diálogo entre Pineda y un desconocido”, ElCentinela, 1 de noviembre de 1878,
72-73.
83. “La libertad de imprenta”, ElCentinela, 1 de noviembre de 1878, 74.
84. Nazario Pineda, “El Centinela”, Medellín, 6 de noviembre de 1878. BCGD, colec-
ción Patrimonio Documental, Hojas Sueltas, t. 7, D. 203.
Procesos 54, julio-diciembre 2021214
Unas semanas después, en enero de 1879, estalló una revuelta encabezada
por liberales independientes (adeptos a Daniel Aldana) junto a un sector del
conservatismo. Si bien se auguraba un rápido triunfo sobre la administración
liberal en Antioquia —en remembranza, tal vez, de la victoria obtenida a co-
mienzos de 1864 que dio lugar al longevo gobierno de Berrío—, el conicto se
prolongó hasta marzo y logró ser controlado por la guardia nacional.85 La falli-
da rebelión suscitó una reacción contra los proyectos editoriales señalados de
promoverla, que concluyó con los embargos de las imprentas de Gutiérrez her-
manos —esta vez, de forma denitiva— y de Nazario Pineda. El editor de El
Centinela había presenciado 17 años atrás la expropiación sufrida por el editor
conservador Isidoro Isaza y no estaba dispuesto a correr con la misma suerte.
Antes de que las autoridades se llevaran su prensa, quitó “algunas piezas in-
dispensables como el usillo, el tejuelo i la cuña para vericar la precion”, deján-
dola “completamente inutil”.86 Con esto, Pineda se cercioró de que su imprenta
no sirviera de ninguna forma a la promoción del liberalismo en Antioquia.
a modo de Cierre
Mientras permanecieron al frente de sus talleres, Silvestre Balcázar y Na-
zario Pineda fueron personajes ampliamente reconocidos en la sociedad antio-
queña. Su notoriedad, curiosamente, suele contrastar con su mutismo. Entre
ambos impresores había diversos niveles de visibilidad, por supuesto, pero en
el transcurso de estos años no se destacaron como portavoces de ninguna ex-
presión política (ni siquiera Pineda, quien mayor compromiso partidista deten-
taba). Para acercarse a ellos hay que rastrearlos en sus propias publicaciones,
a través de alusiones indirectas en fragmentos sobre la libertad de imprenta o
en notas sobre el movimiento tipográco de Medellín, en las que, más que pre-
sentarlos, se les solía recriminar por la calidad de su trabajo, los textos a los que
daban lugar, los escritores que encubrían y, cómo no, la calumnia que estaban
dispuestos a diseminar. En torno a ellos siempre había ruido; eran nombrados
constantemente en los papeles y semanarios, lo cual ratica que los intermedia-
rios de la edición no solo facilitaban la discusión en el espacio público a través
de sus prensas, sino que también se veían inmersos en el debate político.
Los impresores adquirieron mayor relevancia en la segunda mitad del
siglo XIX por las políticas de lo impreso, sin embargo, no fueron los únicos
85. Gaviria Gil, “Radicales e independientes...”, 132; Ortiz Mesa, Obispos,clérigosy
eles..., 291-297.
86. Diego Lince, “Señor secretario de Gobierno i Guerra”, Medellín, 14 de julio de
1879. Archivo Histórico de Antioquia (AHA), fondo República, sección Documentos, t.
1974, D. 1, . 9r-9v.
Procesos 54, julio-diciembre 2021 215
intermediarios que hicieron posible la profusión de periódicos y sueltos en
Antioquia a partir de la década de 1860. Interrogarse por los otros agentes
de la edición requiere comprenderlos conforme a las dinámicas locales: bus-
car a los operarios de las imprentas, los encuadernadores, los vendedores
que comerciaban con periódicos y libros, los comerciantes de papel que ven-
dían suministros de imprenta, las agencias comerciales que promocionaban
ediciones y tenían relación directa con establecimientos tipográcos, entre
otros. Esta tarea es fundamental para poder establecer un panorama más
completo del mundo de la edición en Colombia a lo largo del siglo XIX. Pero
sobre todo porque implica pensar en lo impreso como algo más común a
la vida pública decimonónica, no solo como una realidad a la que accedía
y fomentaba la élite política e intelectual a través de sus propias empresas
editoriales. Esta búsqueda y reexión sobre los intermediarios, como se ha
demostrado, también permite acercarse a materiales de lectura que han sido
menospreciados en los estudios sobre la cultura impresa.
Las hojas sueltas, por ejemplo, fueron tan solo una de las expresiones de
la ebullición de lo impreso en la vida cotidiana. Sin duda, predominaron los
volantes de tinte político, pero la agitación partidista no fue su único uso. A
través de estos se difundieron versos, obituarios, retractaciones, prospectos
de nuevas publicaciones, programaciones de eventos cívicos, catálogos de
agencias comerciales, remedios y métodos para tratar enfermedades, instruc-
tivos de agricultura, entre otros. El rechazo a los papeles sueltos, más que
por su contenido, recayó en su uso, en su capacidad de hacer ordinaria una
comunicación que habitualmente requería de una mediación editorial para su
difusión. Lo que resulta particular es que todavía se reproduzcan los mismos
argumentos elitistas con los cuales se pretendió menguar una comunicación
más ordinaria a través de lo impreso y que se desconozcan las piezas que
caracterizaron la lectura fragmentada del siglo XIX en Colombia. Además,
los papeles sueltos sacan a la luz, quizá como ningún otro formato, los de-
bates públicos, ya que buena parte de estos eran respuestas a armaciones
o acusaciones emitidas en otros volantes o en periódicos. Tampoco se puede
desconocer que la prensa, en su afán moralizador, reimprimía y refutaba per-
manentemente los rumores que se difundían en las calles a través de las hojas
sueltas. Excluir un tipo de impreso signica, inevitablemente, prescindir del
diálogo implícito que cargan consigo los diversos materiales de lectura, así
como de los agentes que hacen posible todo el sistema de comunicación. Estas
omisiones, en últimas, lo único que consiguen es privar a lo impreso de su
valor sociocultural.
Procesos 54, julio-diciembre 2021216
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