Procesos 49, enero-junio 2019256
llas. Los nuevos historiadores, tanto los profesionales, es decir, quienes habían
estudiado historia como carrera, cuanto quienes provenían de otras ramas de
las ciencias sociales (economía, sociología, antropología) y que se habían acer-
cado a la historia para explicar la realidad nacional, empezaron a dar impor-
tancia a las clases sociales, a los grupos, a los gremios –a los “movimientos y
a las movilizaciones”, como diría el Conejo Velasco–; se preocuparon por las
cifras y las series estadísticas; empezaron a jarse en la población, sus vaivenes
y su distribución en el espacio; y, en cada caso, a jarse en la vida cotidiana.
Ninguno subestimó por completo a los “grandes hombres”, pero los vieron
como productos, acaso geniales, acaso desgraciados, de su época.
Nada surge de la nada, es verdad, y hubo antecedentes remotos en obras
interpretativas y ensayísticas (por ejemplo, la síntesis de la historia ecuato-
riana por Jacinto Jijón y Caamaño en su Política conservadora, o el libro de
Leopoldo Benites Vinueza, Ecuador: drama y paradoja), y otros antecedentes
más próximos, como los dos grandes nombres marxistas en nes de los se-
senta e inicios de los setenta, Agustín Cueva y Fernando Velasco Abad, muy
distintos entre sí, porque si el primero despreciaba la investigación empírica,
el segundo siempre anduvo a la caza del dato empírico que le ayudara a for-
talecer su argumento, pero parecidos en el vuelo de su interpretación, basa-
da en la lucha de clases y la teoría de la dependencia. Sería injusto dejar fue-
ra un libro que, completamente desde otra orilla, la del desarrollismo, hizo
también una interpretación general de aspectos de la historia ecuatoriana, El
poder político en el Ecuador, de Osvaldo Hurtado (1977), con su tesis del “siste-
ma hacienda” como eje vertebrador de la economía y sociedad ecuatorianas.
Ecuador no era una isla. Estos nuevos historiadores y cientícos socia-
les, además de beber de esas fuentes, habían estudiado en el exterior, donde
recibieron, como las ciencias sociales en todo el mundo, la inuencia de la
Escuela de los Annales (Anuarios), una revista de historia y ciencias sociales
fundada en Francia por Lucien Febvre y Marc Bloch en 1929 y renovada por
Fernand Braudel en los sesenta: no dar preponderancia a la historia de los
gobiernos, la diplomacia y las guerras sino a los procesos, las estructuras
sociales, el trabajo y, por ende, las herramientas que usan los trabajadores, la
vivienda en que habitan, la educación que reciben. La historia como proble-
ma por resolver y preguntas por contestar, no como una narración supues-
tamente neutra de los hechos sobresalientes del pasado que solo sirve para
justicar el presente. Comprender y analizar más que narrar solamente.
Así, en el Ecuador también se quiso renovar la historia y encontrar en
ella respuestas no que justicaran el orden establecido sino que explicaran
por qué no se había alcanzado el desarrollo, cuáles eran las raíces del mono-
cultivo y de las diferencias entre la Costa y la Sierra, por qué había pobreza
y miseria y grandes conglomerados étnicos (los indígenas, sobre todo, pero