Procesos 49, enero-junio 2019 211
En la segunda mitad del siglo XVIII la monarquía hispánica adoptó una
nueva perspectiva con respecto a los dominios de ultramar, preocupada por
encontrar recursos que le permitieran superar la dependencia de la minería.
Las expediciones botánicas se desarrollaron en el marco de una estrategia im-
perial de explotación de la naturaleza como bien renovable. Las ilustraciones
botánicas se convirtieron en una de las pocas posibilidades de aprehender la
naturaleza del Nuevo Mundo, lo que convirtió al imperio hispánico en una
máquina productora de imágenes. Sin embargo, este afán menguó al toparse
con los límites de la epistemología visual, es decir, con una forma de conocer
y aprehender la naturaleza a través de las ilustraciones. Si el propósito de las
expediciones era el aprovechamiento de nuevos productos, el inventario pic-
tórico de las plantas americanas no incidió de manera positiva en la consecu-
ción de riquezas; contrario a esto, los proyectos de explotación de la natura-
leza de los virreinatos tuvieron un escaso impacto económico para la Corona.
A través de los casos paradigmáticos del té, la pimienta y la canela, Bleichmar
muestra los infructuosos resultados de la botánica económica. En el ocaso del
siglo XVIII, la esperanza que impulsó a los expedicionarios a la “reconquista”
de los territorios de ultramar se rompió y los ociales del Real Jardín Botánico
y del Gabinete de Historia Natural de Madrid debieron conformarse con la
ostentación de ores de papel y otras curiosidades; bienes de innegable valor
simbólico, aunque inútiles en la tarea de aventajar a sus rivales comerciales.
La ciencia en el siglo XVIII no conoció fronteras y, a pesar de la compe-
tencia entre las monarquías, se superpuso a los intereses particulares de cada
una de ellas para consolidar una red global de conocimiento que circulaba a
través de cartas, libros e imágenes. Los naturalistas hacían parte de un apos-
tolado dispuesto a aventurarse allende el mar con la pretensión totalizadora
de conocer y clasicar la vegetación, los animales y los minerales del orbe. En
el caso de las expediciones, construyeron el conocimiento de la ora america-
na a través de la epistemología visual. La elaboración de las ilustraciones bo-
tánicas fue posible gracias a la comunión de ojos expertos y manos diestras.
La observación versada en libros, puesta a prueba en terreno, y las manos
dóciles de artistas capaces de plasmar en el papel el lenguaje de la ciencia: las
delicadas estructuras orales, las hojas y los frutos de millares de plantas que
comenzaron a otar en el descontextualizado espacio en blanco de una pá-
gina. Lo que implicaba que la ora fuese representada lejos del suelo nativo
en el cual se desarrolló y de cualquier elemento cultural con el cual tuviese
relación. Lo anterior obedecía a la necesidad de facilitar la clasicación, por
ende, las ilustraciones, a diferencia de los perecederos especímenes de herba-
rio, eran aptas ser transportadas y descifradas al otro lado del Atlántico.
Bleichmar desmiente el carácter accesorio que es atribuido a las ilustra-
ciones producidas por las expediciones botánicas. En contraste, la autora