Procesos 49, enero-junio 2019 193
exión sobre la disputa entre hispanistas conservadores e indigenistas. Bus-
tos plantea una victoria casi total del campo conservador en la historiografía
y una virtual identicación de historiografía con conservadurismo. Pero no
se trataba más bien de una fuerte disputa en torno a la memoria y la identi-
dad entre hispanistas e indigenistas, que compartían la maniobra epistemo-
lógica y política de una nacionalización de un pasado remoto, en un caso
la Conquista y en el otro la época prehispánica. Finalmente, se impuso la
liberal-socialista Casa de la Cultura, que, sin embargo, evidenciaba una fuer-
te preferencia por la invocación literaria o plástica del pasado frente a los ri-
gores de la disciplina histórica. La Gloriosa (1944), sin duda, intervino en este
giro, aunque el triunfo de la memoria liberal socialista a nivel nacional era
la culminación de casi dos décadas de disputa. En n, ambos eran proyectos
identitarios de nacionalización de las masas, pero el liberal-socialista tenía la
ventaja de ser más incluyente que el hispanista.
Cuatro, era necesario que el libro ahondara en la distinción teórica y fác-
tica entre memoria e historia. Para Bustos son términos reversibles, lo que
es muy discutible. La memoria que se elaboraba en las conmemoraciones
en las primeras décadas del siglo XX siempre seguía elmente los guiones
hispanistas de la academia. No hay espacio en el análisis de Bustos para una
fuerte disputa entre memoria ritual y oral, siempre más cercanas a los intere-
ses populares y marcadas por el disenso que la historia escritural.
Y, por último, al igual que inicié el libro contemplando el contraste entre el
hispanismo de Federico González Suárez y la identidad francóla de la gene-
ración de García Moreno, lo cerré preguntándome en qué momento y por qué
la historiografía y no solo la memoria volvió a ser monopolio liberal o por lo
menos de una izquierda que se reclamaba heredera del liberalismo alfarista.
¿Qué ocurrió entre Jijón y Caamaño y la Nueva Historia del Ecuador? La respues-
ta claramente es la meta-narrativa histórica de la teoría de la dependencia, que
combinaba un aura nacionalista con un prestigio a la vez tecnocrático y revo-
lucionario, pero habría sido interesante desarrollarlo. Y también me pregunté,
después de leer el largo recorrido de Bustos por los orígenes de la historiografía
ecuatoriana, ¿qué hizo posible que el más capaz representante de esa corriente
ochentera, la de la Nueva Historia, con su celebración de la conictividad social
y la agencia popular, realizara a principios del nuevo milenio un balance equi-
librado y a momentos incluso celebratorio de los orígenes conservadores de la
historiografía ecuatoriana? Este último interrogante habría llevado al autor de
El culto a la nación... a explorar su propio lugar de enunciación y cómo se fue
redeniendo este, con el n de la Guerra Fría, no solo entre izquierda y derecha,
sino nalmente entre liberalismo y conservadurismo, y una nueva y denitiva
ola de profesionalización de nuestra poco entendida profesión, que la apartó de
su conexión directa con las luchas políticas.