Hispanismo, historia e identidades colectivas
Hispanic studies, history and group identities
Hispanismo, história e identidades coletivas
Carlos Espinosa
Universidad San Francisco de Quito (USFQ)
DOI: http://dx.doi.org/10.29078/rp.v0i49.740
Guillermo Bustos ha escrito un excelente libro, El culto a la nación..., que
explora las conexiones entre el hispanismo, el nacimiento de la disciplina
de la historia en Ecuador y la disputa por la identidad nacional en este país
entre 1890 y 1940. Es una obra en la que se cruza la historia de los saberes con
la de identidades colectivas y en menor grado con la historia política.
Los aportes relevantes del libro incluyen una investigación innovadora
sobre las bases conceptuales, institucionales y políticas de la historiografía
ecuatoriana; la demostración de que la historiografía académica en Ecuador
nació bajo un signo hispanista y se organizó bajo el modelo de las academias
españolas de la época; y el haber explorado como esta historiografía hispa-
nista incidió en la disputa por la identidad nacional ecuatoriana.
Otras virtudes del libro incluyen sus diálogos con corrientes teóricas glo-
bales. Estos incluyen con los teóricos de los estudios de la memoria como
Pierre Nora, con la literatura en torno a la formación y funcionamiento de
la disciplina histórica asociada a Michel de Certeau y con las discusiones
sobre el carácter excluyente o incluyente de la memoria nacional de la es-
cuela subalterna de la India. En general, este dialogo teórico transnacional se
logra sin sacricar el acercamiento a las fuentes primarias o a las dinámicas
locales, lo cual es loable en una época de sobre-teorización de la historia.
Me sorprendió ver, entre las extensas referencias teóricas e historiográcas
transnacionales, un artículo sobre la identidad de Polonia como el “Cristo de
las Naciones”, un referente comparativo para la republica católica ecuatoria-
na, que yo he estado considerando recientemente.
Procesos: revista ecuatoriana de historia, n.º 49 (enero-junio 2019), 190-193. ISSN: 1390-0099; e-ISSN: 2588-0780
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En lugar de ahondar en el merecido elogio, quisiera plantear algunas re-
exiones suscitadas por el libro, que en algunos casos apuntan a omisiones en
el mismo.
Primero, este lector extrañó una genealogía de la visión conservadora de
la historia que se remontara a las décadas anteriores a las investigaciones
históricas de Federico González Suarez. El libro atribuye el giro historiográ-
co hispanista de González Suárez a su confrontación con la historiografía
liberal del siglo XIX, especialmente la obra de Pedro Fermín Cevallos, pero
no explora las continuidades o discontinuidades con la memoria elaborada
por los conservadores en el período de García Moreno o en los primeros años
del progresismo. Me llamó la atención, leyendo el libro de Bustos, cuán inno-
vador era el relato de González Suárez en relación con las visiones anteriores
del pasado manejadas por el campo conservador. García Moreno y su círculo,
para empezar, estaban muy lejos del hispanismo. Miraban, como se quejó
amargamente el norteamericano Frederick Hassaurek, hacia París como cen-
tro cultural y celebraban la pertenencia del Ecuador a la “raza latina”, esa
construcción identitaria de la política exterior del Segundo Imperio francés.
Así, para García Moreno lo único rescatable de la tradición hispana era la
religión católica, “la religión de nuestros mayores”, que en todo caso debía
ser fuertemente depurada. Por ello la reforma profunda de la Iglesia y la pre-
ferencia por la arquitectura sacra gótica inspirada en la remodelación román-
tica de Notre Dame y el desprecio por la herencia barroca. En otras palabras,
la república católica no era hispanista, lo que contradice la articulación entre
catolicismo e hispanismo que Bustos considera automática. Se podría pensar
que Juan León Mera sí era hispanista. No obstante, recordemos que la novela
Cumandá (1879) abre con una denuncia de la conictividad racial exhibida en
la rebelión indígena de 1802, heridas coloniales que solo el catolicismo de la
república logra sanar a través de la reconciliación mutua.
Es dramático, en otras palabras, el contraste entre la memoria, sin duda
difusa, precisamente por la falta de interés en la Colonia, elaborada en la época
de García Moreno, y la historiografía hispanista de González Suárez. La bre-
cha entre estas dos miradas hacia el pasado refuerza, a su vez, el imperativo
de una explicación de ¿qué provocó el giro hacia el hispanismo y la nacionali-
zación del pasado colonial en la década de 1890? Bustos atribuye el giro hispa-
nista a la guerra entre EE.UU. y España de 1898 y la crisis de consciencia que
esta provocó en España –una explicación poco original–. No obstante, Fede-
rico González Suárez formó su visión histórica antes de la coyuntura de 1898,
así que esa no puede ser la razón. Tampoco creo que lo que produjo el giro
hispanista en la memoria conservadora haya sido la simple rivalidad con un
historiador liberal mediocre como era Cevallos, que escribió veinte años antes.
Si hubiera existido una dinámica de diferenciación de las narrativas históricas
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entre los bandos políticos, seguramente Juan León Mera habría respondido a
Cevallos inmediatamente con el rescate de la época colonial. En línea con la
historia transnacional, habría que indagar en el impacto de la Tercera Repúbli-
ca francesa, orientada hacia el laicismo radical, en las lealtades internacionales
de los conservadores ecuatorianos. La francolia de la raza latina no era una
opción para los conservadores en un momento en que la Tercera República
avanzaba en su proyecto de secularización y separación del Estado y la Iglesia,
acaso el modelo para la legislación liberal anticlerical ecuatoriana de 1905. De
hecho, la lectura de la biografía de García Moreno de Augustin Berthe, que es
a la vez una mordaz crítica a la Tercera República, sin duda alertó a los con-
servadores ecuatorianos de que Francia estaba lejos de ser en esa coyuntura la
hija predilecta de la Iglesia.
Segundo, habría sido interesante explorar otras formas de memoria con-
servadora y otras fuentes para la memoria histórica conservadora en el período
que interesa a Bustos, 1890-1945. Los conservadores que Bustos estudia no solo
participaron en diálogos con el hispanismo de la Regeneración española de la
vuelta del siglo, sino también con el catolicismo social paneuropeo y con las
corrientes corporativistas también paneuropeas, como el pensamiento de Ac-
tion Francaise y de los corporativistas austriacos y alemanes. Se trataba de una
generación de intelectuales, sin duda, tan globalizada como la nuestra. Julio
Tobar Donoso, por ejemplo, no solo estaba pensando en la trayectoria histórica
ecuatoriana y los orígenes coloniales de la nación. Era un neo-medievalista que
quería restaurar las corporaciones de la Edad Media europea a través de los
sindicatos y asociaciones promovidas por el catolicismo político transnacional.
Estos serían los fundamentos para una sociedad industrial armónica producto
del descenso a la tierra de Cristo Rey, una utopía a la vez futurista, apocalíptica
y sustentada en un pasado remoto, ambigüedades en el régimen de histori-
cidad que Bustos no explora. Jacinto Jijón y Caamaño, asimismo, se interesó
por el cabildo hispánico en el contexto del debate paneuropeo sobre el modelo
político que debía reemplazar a un liberalismo visto como obsoleto. El cabildo,
como se ve de manera muy clara en la obra de Remigio Crespo Toral, era ape-
nas un eslabón de una escalonada sociedad corporativa modelada sobre todo
en las teorías proto-fascistas del francés Charles Maurras. Los eslabones de
la sociedad corporativista iban desde la familia a un Estado que amparaba la
multiplicidad de asociaciones históricas y naturales. Me parece que es solo con
la Guerra Civil española que estas vertientes conservadoras –corporativismo
y neo-medievalismo– se condensan en un hispanismo entusiasta y fascistoide,
que durante la Segunda Guerra Mundial y la posguerra inmediata abanderó
ARNE, bajo el liderazgo de Jorge Luna Yepes.
Tercero, no solo era necesaria una mayor inmersión en la política trans-
nacional católica de los autores mencionados, sino también una mayor re-
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exión sobre la disputa entre hispanistas conservadores e indigenistas. Bus-
tos plantea una victoria casi total del campo conservador en la historiografía
y una virtual identicación de historiografía con conservadurismo. Pero no
se trataba más bien de una fuerte disputa en torno a la memoria y la identi-
dad entre hispanistas e indigenistas, que compartían la maniobra epistemo-
lógica y política de una nacionalización de un pasado remoto, en un caso
la Conquista y en el otro la época prehispánica. Finalmente, se impuso la
liberal-socialista Casa de la Cultura, que, sin embargo, evidenciaba una fuer-
te preferencia por la invocación literaria o plástica del pasado frente a los ri-
gores de la disciplina histórica. La Gloriosa (1944), sin duda, intervino en este
giro, aunque el triunfo de la memoria liberal socialista a nivel nacional era
la culminación de casi dos décadas de disputa. En n, ambos eran proyectos
identitarios de nacionalización de las masas, pero el liberal-socialista tenía la
ventaja de ser más incluyente que el hispanista.
Cuatro, era necesario que el libro ahondara en la distinción teórica y fác-
tica entre memoria e historia. Para Bustos son términos reversibles, lo que
es muy discutible. La memoria que se elaboraba en las conmemoraciones
en las primeras décadas del siglo XX siempre seguía elmente los guiones
hispanistas de la academia. No hay espacio en el análisis de Bustos para una
fuerte disputa entre memoria ritual y oral, siempre más cercanas a los intere-
ses populares y marcadas por el disenso que la historia escritural.
Y, por último, al igual que inicié el libro contemplando el contraste entre el
hispanismo de Federico González Suárez y la identidad francóla de la gene-
ración de García Moreno, lo cerré preguntándome en qué momento y por qué
la historiografía y no solo la memoria volvió a ser monopolio liberal o por lo
menos de una izquierda que se reclamaba heredera del liberalismo alfarista.
¿Qué ocurrió entre Jijón y Caamaño y la Nueva Historia del Ecuador? La respues-
ta claramente es la meta-narrativa histórica de la teoría de la dependencia, que
combinaba un aura nacionalista con un prestigio a la vez tecnocrático y revo-
lucionario, pero habría sido interesante desarrollarlo. Y también me pregunté,
después de leer el largo recorrido de Bustos por los orígenes de la historiografía
ecuatoriana, ¿qué hizo posible que el más capaz representante de esa corriente
ochentera, la de la Nueva Historia, con su celebración de la conictividad social
y la agencia popular, realizara a principios del nuevo milenio un balance equi-
librado y a momentos incluso celebratorio de los orígenes conservadores de la
historiografía ecuatoriana? Este último interrogante habría llevado al autor de
El culto a la nación... a explorar su propio lugar de enunciación y cómo se fue
redeniendo este, con el n de la Guerra Fría, no solo entre izquierda y derecha,
sino nalmente entre liberalismo y conservadurismo, y una nueva y denitiva
ola de profesionalización de nuestra poco entendida profesión, que la apartó de
su conexión directa con las luchas políticas.