Escritura de la Historia y formación
de la memoria colectiva en Ecuador*
Historical writing and the formation of the collective memory in Ecuador
Escrita da História e formação da memória coletiva em Equador
Carmen Fernández-Salvador
Universidad San Francisco de Quito (USFQ)
DOI: http://dx.doi.org/10.29078/rp.v0i49.736
El culto a la nación estudia la escritura de la historia y la formación de la
memoria colectiva en el Ecuador de 1870 a 1950. En una primera parte del
libro se estudia el trabajo de intelectuales autónomos o “solitarios” como
Pedro Fermín Cevallos y Federico González Suárez, quienes estuvieron ac-
tivos durante las últimas décadas del siglo XIX. La segunda parte se enfoca
en el aporte de un grupo de intelectuales de la primera mitad del siglo XX,
a quienes el autor dene como académicos autodidactas. A diferencia de los
letrados del período anterior, estos se forjaron en medio de una sólida comu-
nidad intelectual. Se trataba de la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históri-
cos Americanos, fundada en 1909 por Federico González Suárez, y que años
más tarde daría paso a la Academia Nacional de Historia. En este contexto,
los estudios históricos adquirieron entonces un carácter institucional y se
desarrollaron técnicas especializadas de investigación.
Los metarrelatos históricos del siglo XIX se explican a partir de catego-
rías diferenciadas y opuestas: el Resumen de la Historia del Ecuador de Pedro
Fermín Cevallos se dene como la gran narrativa secular, mientras que la
Historia General del Ecufdor de Federico González Suárez, que integra el estu-
dio del pasado precolombino y rescata el papel de la Iglesia en el Ecuador,
se describe como la gran narrativa católica. Se señala, por otro lado, que la
preocupación de González Suárez se extendió a la formación de historiado-
res especializados que poseyeran las destrezas necesarias para alcanzar la
“verdad” histórica, a partir de un análisis de fuentes documentales. Gonzá-
Procesos: revista ecuatoriana de historia, n.º 49 (enero-junio 2019), 180-184. ISSN: 1390-0099; e-ISSN: 2588-0780
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lez Suárez, de esta forma, aparece como pieza fundamental que articula la
transición entre el académico solitario de las últimas décadas del siglo XIX
con la institucionalización del trabajo histórico que inició en el siglo XX.
Bustos describe a los académicos entrenados por González Suárez como
eruditos diletantes puesto que, como él bien lo señala, su trabajo no se ori-
ginó en una formación universitaria especializada. Más aún, la debilitada
universidad pública ecuatoriana había dejado de ser un centro de produc-
ción intelectual y debate académico. En esto, la experiencia ecuatoriana, y
la de muchos países hispanoamericanos, era diferente de la de Europa y de
Estados Unidos, se señala. Acertadamente, el libro también propone que la
Academia Nacional de Historia y la institucionalización de la investigación
histórica en el Ecuador se inspiraron en la Real Academia de Historia, la
que se fundó en España tras la restauración borbónica, en el último cuarto
del siglo XIX. En España, al igual que en América Latina, la universidad
languidecía, pero inició su recuperación a principios del siglo XX, cuando se
fortalecieron las facultades de losofía y letras. De gran importancia fue la
creación del Centro de Estudios Históricos, cuya propuesta historiográca
buscaba la revitalización de la nación en diálogo con las antiguas colonias
en Hispanoamérica. Esto nos sugiere hasta qué punto la profesionalización
de la historia, en España e Hispanoamérica, iba de la mano con un proyecto
político de celebración patriótica. El resultado más importante de este es-
fuerzo fue la difusión del hispanismo en la región, y de manera especial en
el Ecuador.
Estudios y publicaciones anteriores, de Ernie Capello y del mismo Gui-
llermo Bustos, presentan al hispanismo como un movimiento político e in-
telectual que celebraba la conquista y colonización españolas de América
Latina, y demuestran la enorme inuencia que este ejerció sobre académicos
ecuatorianos de diferentes disciplinas durante la primera mitad del siglo XX.
En El culto a la nación se discute con más detenimiento la tradición hispanista
en el trabajo de tres autores: Jacinto Jijón y Caamaño, el historiador del arte
José Gabriel Navarro, y el diplomático y académico Julio Tobar Donoso.
Uno de los aportes importantes de este libro es el análisis de las obras de
estos escritores desde el punto de vista del discurso. El autor las denomina
“narrativas históricas” o “relatos históricos”, dos términos que sutilmente
las sitúan cerca del ejercicio literario. Con el n de elucidar de qué manera
la “prosa histórica hispanista”, como se titula esta sección, construye una
visión particular del pasado, el libro estudia la relación entre la escritura de
la historia y el archivo. El archivo colonial, se argumenta, se convierte en la
matriz del archivo nacional; de la misma manera, y por extensión, el período
colonial se construye como el origen de la nacionalidad ecuatoriana. Esto
se revela claramente en Jacinto Jijón y Caamaño, tanto en su estudio sobre
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Sebastián de Benalcázar como en la conferencia titulada La Ecuatorianidad,
dictada en 1942 en la Universidad Central. Como bien señala Bustos, Jijón
y Caamaño situó el origen de la nacionalidad ecuatoriana en el siglo XVI,
en “cuna castellana”, minimizando, así, la contribución de los pueblos in-
dígenas. Ahora bien, parecería existir una contradicción entre los intereses
académicos de Jijón y Caamaño, centrados en la investigación del pasado
precolombino, y su argumento sobre el origen castellano del Ecuador. Según
el argumento de Bustos, esto se logró, en gran parte, desde una intervención
en el archivo colonial, tomando en consideración una “jerarquía de fuentes”,
como se describe a este ejercicio selectivo. Esta operación inversa, desde el
archivo colonial al pasado precolombino, le sirve a Jijón y Caamaño para
anular la inclusión del pasado aborigen en la narrativa nacional. Señalan-
do que el Ecuador precolombino estuvo habitado por pueblos diversos y
autónomos, los que no lograron consolidar una unidad política o cultural,
argumenta que el origen de la nación ecuatoriana no podría encontrarse en
ese momento.
En este libro se reconoce que la prosa hispanista no fue homogénea, y
por ese motivo, su autor se concentra en identicar las singularidades de los
diferentes académicos que se adherían a esta tendencia. En este contexto, el
historiador del arte José Gabriel Navarro es un interesante complemento a
Jijón y Caamaño. Los dos autores comparten su preocupación por otorgar
precedencia a la herencia hispana, en detrimento de la contribución indíge-
na. En los dos también se encuentra lo que en este libro se denomina “código
de pacicación social en la historia ecuatoriana”, que se construye a partir
de la naturalización de las jerarquías sociales. A más de estas coincidencias,
Bustos reconoce una contradicción inherente en el trabajo de Navarro, en el
sentido de que en sus estudios transpiran dos adscripciones, la una patrió-
tica y la otra hispanista. De esta manera, si bien Navarro deende el legado
hispano, y sitúa el arte colonial quiteño como el origen de la nacionalidad,
en ocasiones también critica al colonialismo español. De igual forma, si bien
en un intento por denir una producción “quiteña”, Navarro negó la con-
tribución individual de artistas y, notablemente, su procedencia étnica, él
también se preocupa por atribuir obras a pintores y escultores especícos,
identicando a autores indígenas como Pampite, Caspicara y Sangurima.
Una contradicción similar se identica en la escritura de la historia cons-
tructiva de edicios coloniales. Siempre apoyado en documentos históricos,
anota Bustos, Navarro habla de la contribución de la mano de obra indígena,
a la que se describe como anónima. Si bien identica los nombres de dos
artesanos indígenas provenientes de Potosí, y que trabajaron en la construc-
ción del convento de San Francisco, también resalta su subordinación con
respecto a los modelos españoles, en un gesto que naturaliza la existencia de
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jerarquías. Esa negación del autor indígena, oculto tras el velo de la mano
de obra anónima, va a ltrar nuestra comprensión de la producción artística
quiteña hasta el trabajo reciente de Susan Webster y que nace, paradójica-
mente, también del archivo.
Un segundo aspecto de relevancia en este libro es la manera efectiva de
señalar la estrecha conexión entre la investigación histórica y la construcción
de la memoria social, articulada a través de la conmemoración cívica. Esto se
hace, por ejemplo, a través del análisis de la celebración de los cuatrocientos
años de la fundación de Quito, un gesto que raticaba el pasado hispano de
la ciudad y de la nacionalidad ecuatoriana. Bustos destaca el contexto en
que tiene lugar la conmemoración, un momento cargado de crisis política
y conicto social; la celebración de la quiteñidad se podría leer, entonces,
como una estrategia de “pacicación social”. En este contexto, el autor tam-
bién demuestra de manera contundente la utilidad política de la escritura de
la historia. Esta se muestra como una acción consciente y poco inocente, un
proceso de selección y negación que da forma a una narrativa ocial, y que
tiene un impacto denitivo sobre la opinión pública. Es así que, a través de
la reinterpretación de los hechos ocurridos en 1534, de acuerdo a los relatos
vigentes hasta ese entonces, se ratica la importancia histórica de Quito y de
Sebastián de Benalcázar como su fundador. A la par, la conmemoración de la
muerte de Atahualpa, impulsada por actores indígenas e intelectuales como
Pío Jaramillo Alvarado, era negada desde el discurso ocial.
Un tercer aspecto signicativo de este libro tiene que ver con la evidente
contradicción que deja entrever entre la posición aventajada que ocupaba
el investigador frente al resto de la sociedad, y la presencia pública que se
demandaba de él. Por un lado, y desde muy temprano, argumenta Bustos,
los miembros de la Academia Nacional de Historia participaron en la defen-
sa del acervo histórico y cultural del Ecuador. Esto también lo ha sugerido
Malena Bedoya, trayendo a colación el debate que tuvo lugar al interior de
la Academia Nacional de Historia sobre el concepto de “reliquia histórica”,
y que de alguna manera antecede y sienta las bases de discusiones y de-
niciones posteriores sobre “patrimonio” nacional. Los académicos eruditos,
por otro lado, contribuyeron no solo al Boletín de la Academia Nacional de His-
toria, órgano especializado que reunía los trabajos de sus miembros, sino
también a otros medios impresos de difusión más amplia, como fue el diario
El Comercio, un gesto que colocaba a su trabajo en estrecho diálogo con la
opinión pública. Se entiende, de esta manera, que la investigación histórica
no se ejercía únicamente con un n académico e intelectual, sino que estaba
también motivada por una suerte de espíritu patriótico que a la vez concedía
un aura de especial autoridad al historiador. La presencia pública del acadé-
mico, por otro lado, contrasta con el lugar de privilegio en donde ocurría la
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investigación histórica, y que inevitablemente resultaba del diletantismo de
los académicos y de la distancia que los separaba de la universidad. No solo
que la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos, y luego la
Academia Nacional de Historia, se formaron por medio de la cuidadosa se-
lección de investigadores, sino que los “lugares de conocimiento” eran “lu-
gares privados”. Ante la ausencia de una institucionalidad que garantizara
la biblioteca y el archivo público y, voy a añadir, el museo público, los acadé-
micos diletantes formaron sus propios repositorios de libros, documentos y
otros objetos de estudio. El caso más conocido, nuevamente, es el de Jacinto
Jijón y Caamaño, coleccionista y bibliólo extraordinario, quien apoyó su
investigación en la documentación de su propio archivo, al igual que en los
objetos de su museo privado.
Para nalizar, El culto a la nación también despierta nuevas preguntas en
el lector y sienta las bases para futuros debates y trabajos de investigación.
Uno de ellos tiene que ver con los posibles diálogos continentales en los que
participaron los académicos ecuatorianos en este período, y el impacto que
estos tuvieron sobre su trabajo. Este es el caso de José Gabriel Navarro, por
ejemplo, cuyos estudios sobre historia del arte revelan la fuerte inuencia
que él recibió de los argentinos Martín Noel y Ángel Guido. Este libro tam-
bién invita a una futura reexión sobre el aporte de otros estudiosos conser-
vadores como Aurelio Espinosa Pólit, preocupados por la conformación de
una biblioteca nacional en ausencia de un proyecto estatal. Finalmente, un
interesante complemento para esta discusión es el museo privado que, junto
con el archivo privado, fue un importante lugar de conocimiento durante
la primera mitad del siglo XX. Malena Bedoya ha comentado sobre la exis-
tencia del Museo de Bellas Artes y Arqueología de Jesús Alvarado, quien en
su catálogo publicado en 1915 lo describe precisamente en esos términos,
argumentando que “los anticuarios podrían sacar una verdadera y completa
historia con el estudio de esta colección”. Al igual que Alvarado, Jacinto Jijón
y Caamaño utiliza su museo como una especie de microcosmos en el que se
condensa la historia ecuatoriana, y a partir del cual, junto con la biblioteca y
el archivo, se puede dar forma a una narrativa de la nación.