Procesos 49, enero-junio 2019182
Sebastián de Benalcázar como en la conferencia titulada La Ecuatorianidad,
dictada en 1942 en la Universidad Central. Como bien señala Bustos, Jijón
y Caamaño situó el origen de la nacionalidad ecuatoriana en el siglo XVI,
en “cuna castellana”, minimizando, así, la contribución de los pueblos in-
dígenas. Ahora bien, parecería existir una contradicción entre los intereses
académicos de Jijón y Caamaño, centrados en la investigación del pasado
precolombino, y su argumento sobre el origen castellano del Ecuador. Según
el argumento de Bustos, esto se logró, en gran parte, desde una intervención
en el archivo colonial, tomando en consideración una “jerarquía de fuentes”,
como se describe a este ejercicio selectivo. Esta operación inversa, desde el
archivo colonial al pasado precolombino, le sirve a Jijón y Caamaño para
anular la inclusión del pasado aborigen en la narrativa nacional. Señalan-
do que el Ecuador precolombino estuvo habitado por pueblos diversos y
autónomos, los que no lograron consolidar una unidad política o cultural,
argumenta que el origen de la nación ecuatoriana no podría encontrarse en
ese momento.
En este libro se reconoce que la prosa hispanista no fue homogénea, y
por ese motivo, su autor se concentra en identicar las singularidades de los
diferentes académicos que se adherían a esta tendencia. En este contexto, el
historiador del arte José Gabriel Navarro es un interesante complemento a
Jijón y Caamaño. Los dos autores comparten su preocupación por otorgar
precedencia a la herencia hispana, en detrimento de la contribución indíge-
na. En los dos también se encuentra lo que en este libro se denomina “código
de pacicación social en la historia ecuatoriana”, que se construye a partir
de la naturalización de las jerarquías sociales. A más de estas coincidencias,
Bustos reconoce una contradicción inherente en el trabajo de Navarro, en el
sentido de que en sus estudios transpiran dos adscripciones, la una patrió-
tica y la otra hispanista. De esta manera, si bien Navarro deende el legado
hispano, y sitúa el arte colonial quiteño como el origen de la nacionalidad,
en ocasiones también critica al colonialismo español. De igual forma, si bien
en un intento por denir una producción “quiteña”, Navarro negó la con-
tribución individual de artistas y, notablemente, su procedencia étnica, él
también se preocupa por atribuir obras a pintores y escultores especícos,
identicando a autores indígenas como Pampite, Caspicara y Sangurima.
Una contradicción similar se identica en la escritura de la historia cons-
tructiva de edicios coloniales. Siempre apoyado en documentos históricos,
anota Bustos, Navarro habla de la contribución de la mano de obra indígena,
a la que se describe como anónima. Si bien identica los nombres de dos
artesanos indígenas provenientes de Potosí, y que trabajaron en la construc-
ción del convento de San Francisco, también resalta su subordinación con
respecto a los modelos españoles, en un gesto que naturaliza la existencia de