Procesos 49, enero-junio 2019178
que este autor ha abierto a la investigación histórica. Uno de ellos es la difícil
profesionalización de la historiografía ecuatoriana en los últimos 50 años.
Para esta empresa, el libro de Bustos es un punto de partida necesario.
El libro de Guillermo nos invita también a ir hacia atrás, a revisar el ca-
mino por él recorrido, pues su autor nos advierte que ha dejado lagunas sin
llenar y problemas sin resolver. Terminaré mis comentarios haciendo una
breve referencia a uno de ellos.
Cuando nuestro autor analiza los discursos metodológicos de sus histo-
riadores autodidactas, lo hace en forma condescendiente. Nos dice que estos
autores practicaron el culto al documento como si esto fuera una falta. Tam-
bién les culpa de utilizarlo en una forma simplista. Esta manera de evaluar el
trabajo de los historiadores del siglo XIX, común en la América Latina como
también en Europa, ha sido últimamente cuestionada. Desde principios de
este siglo Georg Iggers de la Universidad de Buffalo, Andreas Boldt de la
Universidad de Irlanda, Pim de Boer de la Universidad de Amsterdam y
muchos otros, todos expertos de la historiografía decimonónica occidental,
mantienen que los historiadores decimonónicos han sido mal estudiados y
mal interpretados. Dan como ejemplo la crítica que se ha hecho a algunas
de sus aserciones que parecen ser de carácter epistemológico. Expresiones
como “los documentos reejan una realidad externa”, o “hay que dejar que los
documentos hablen por su cuenta” y muchas otras semejantes, no pueden ser
tomadas literalmente, ni pueden ser interpretadas anacrónicamente desde el
punto de vista de mediados del siglo XX.
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En efecto, en lugar de considerar-
las como aserciones epistémicas sobre el mundo social exterior, debe consi-
derárselas como aserciones epistémicas cuyo n era controlar en lo posible lo
que Roger Bacon llamó ídolos de la mente del investigador: los ídolos de la
tribu (tendencias humanas), los de la cueva (tendencias personales), los del
foro (confusiones lingúísticas) e ídolos del teatro (los dogmas académicos).
La obsesión con el documento era una manera de dar primacía a las huellas
del pasado, la materia prima del historiador. El acceso a él era fundamental.
Ahora bien, creo que algo semejante puede decirse de nuestros historia-
dores autodidactas. Por un lado, quisieron que los documentos no fuesen
contaminados por los ídolos de la mente. Por otro lado, no podían arse de
los documentos que tenían a la mano. Cuando hoy en día entramos a un
archivo en Quito rara vez se nos ocurre preocuparnos por la autenticidad y
la veracidad de los documentos que vamos a consultar. Asumimos que los
archivistas han hecho ese trabajo de depuración del documento. Federico
González Suárez y más tarde José Gabriel Navarro o Julio Tobar Donoso no
1. Pim de Boer, The Study of History in France, 1818-1914 (Princeton: Princeton Univer-
sity Press, 2014). Énfasis añadido.