La invención del arte colonial en la era del
progreso: crítica, exposiciones y esfera pública en
Quito durante la segunda mitad del siglo XIX
Inventing colonial art in the era of progress: art criticism,
exhibitions, and the public sphere in Quito in the second half
of the nineteenth century
A invenção da arte colonial na era do progresso:
Crítica, exposições e a esfera publica em Quito na segunda
metade do século XIX
Carmen Fernández-Salvador
Universidad San Francisco de Quito (Ecuador)
mfernandez@usfq.edu.ec
DOI: http://dx.doi.org/10.29078/rp.v0i48.698
Fecha de presentación: 15 de enero de 2018
Fecha de aceptación: 24 de julio de 2018
Artículo de investigación
Procesos: revista ecuatoriana de historia, n.º 48 (julio-diciembre 2018), 49-76. ISSN: 1390-0099; e-ISSN: 2588-0780
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RESUMEN
Este artículo estudia el proceso de selección que opera para articular
la historia del arte colonial en el Ecuador decimonónico, como el
esfuerzo de una incipiente crítica artística preocupada por educar al
observador moderno y, a la par, dar forma al canon artístico nacional.
Se estudia el aporte de los intelectuales de la era del progreso,
liderados primero por los liberales anes a las sociedades
democráticas y luego por el político conservador e intelectual
cosmopolita Juan León Mera.
Palabras clave: historia del arte, historia cultural, historia
latinoamericana, historiografía, arte colonial, esfera pública,
Miguel de Santiago, Juan León Mera, sociedades democráticas,
siglo XIX, Ecuador, crítica artística.
ABSTRACT
This research provides an account of the selection process whereby
colonial art in nineteenth-century Ecuador is perceived. To this end,
the appearance of a sort of budding art criticism is highlighted, one
that is concerned about educating the modern observer. It also
examines how the country’s artistic canon was being tentatively
shaped. In this framework, the liberals can be seen promoting a
democratic society, whereas the views of conservatives were
expressed by the contributions made by the thinker Juan León Mera.
Keywords: Art history, cultural history, Latin American history,
historiography, colonial art, the public sphere, Miguel de Santiago,
Juan León Mera, democratic societies, the nineteenth century,
Ecuador, art criticism.
RESUMO
A pesquisa estuda o processo de seleção por meio do qual a arte
colonial foi percebida no Equador do século XIX. Com esse alvo,
colocasse em destaque a emergência de uma preliminar crítica
artística, ocupada da educação do observador moderno. Além disso,
o artigo analisa a tentativa de formar o cânone artístico nacional.
Neste marco, estuda-se a contribuição dos intelectuais na era do
progresso. De uma parte aparecem os liberais ans ás sociedades
democratas; e, de outro, aparecem os conservadores representados na
contribuição intelectual de Juan Leon Mera.
Palavras chave: História da arte, história cultural, história da América
Latina, historiograa, arte colonial, esfera pública, Miguel
de Santiago, Juan León Mera, sociedades democratas,
século XIX, Equador, crítica artística.
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En el Tesoro Americano de Bellas Artes, el crítico chileno José Bernardo Suá-
rez traza un mapa continental, desde Estados Unidos hasta Chile, en el que
describe la notable producción artística de cada uno de los países america-
nos.
1
Publicado en 1878, el Tesoro Americano sugiere la importancia que se
otorgaba a la producción artística en el siglo XIX, como soporte en la cons-
trucción de las identidades nacionales. De igual manera, este resumen his-
tórico y diccionario de artistas elabora un argumento con respecto al grado
de civilización que habían alcanzado los diferentes países, todo a partir del
progreso que evidenciaban las varias manifestaciones artísticas: la pintura,
la escultura, la música y las letras, principalmente.
Largas páginas se dedican al arte ecuatoriano, deteniéndose particular-
mente en su pintura y escultura. Varios puntos son signicativos en la discu-
sión sobre Ecuador. A pesar de que el Tesoro Americano reconoce la antigüedad
de México y de Perú por su glorioso pasado precolombino, al hablar de ar-
tistas individuales activos en la Colonia, Ecuador es el país que posee la más
temprana y numerosa tradición artística. Esta se remonta al siglo diecisiete,
con los nombres de Miguel de Santiago y de Goríbar. Se señala también la
amplia difusión que había alcanzado el arte quiteño por toda Hispanoamérica
durante el período colonial: “En Chile, en el Perú, en Venezuela, en México, en
todas partes se encuentran cuadros quiteños, crucijos, santos de bulto, etc.”.
A pesar de que Suárez reconoce el valor de artistas individuales como Miguel
de Santiago, cuyos cuadros habían sido admirados aun en Italia, él también
argumenta que entre los lienzos y esculturas quiteñas de exportación “son
muchos los malos, de un gusto pésimo, i pocos los que reúnen algún mérito”.
2
En “Las Bellas Artes en Chile”, breve artículo publicado en los Anales de
la Universidad, en 1866, el pintor Pedro Francisco Lira lamenta el atraso de
las artes en su país, el que según él se debía a la falta de modelos y maestros
adecuados, al poco reconocimiento que recibían los artistas, y a la ausencia
de buen gusto. Con respecto al último punto, culpa de manera enfática al
arte quiteño, causante de “gravísimos males”. De esta manera, arma que
la “constante introducción de sus innumerables cuadros debía precisamente
inuir entre nosotros: la vista cotidiana de ellos debía acabar por hacernos
perder todo sentimiento e idea artística, acostumbrando el ojo a mirar toda
clase de defectos i ninguna belleza”.
3
A estos autores se suman las voces de
1. José Bernardo Suárez, Tesoro Americano de Bellas Artes (París: Librería de Ch. Bouret,
1878).
2. Ibíd., 31.
3. Pedro Francisco Lira, “Las Bellas Artes en Chile”. Anales de la Universidad 28: 277,
doi: 10.5354/0717-8883.1866.20037.
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otros, como Miguel Luis Amunátegui, quien describía a las obras quiteñas
como mamarrachos, producidas por quienes desconocían de reglas y care-
cían de una adecuada formación artística.
4
Tanto Suárez como Lira y Amunátegui muestran una ansiedad con respecto
a la amenaza que representaba para la cultura nacional la invasión de obras
extranjeras. Por otro lado, es indudable que, para la mirada crítica del siglo XIX,
las piadosas y desbordantes imágenes del barroco quiteño respondían más bien
a la devoción popular del pasado. En las otras naciones americanas, el arte no
poseía el largo linaje de la pintura y escultura quiteñas. Sin embargo, este joven
arte había nacido de la mano del academicismo; por su carácter intelectual y
por su cercanía con la ciencia, este era más adecuado para una nación moderna,
encaminada hacia el progreso.
5
En Ecuador, la actitud frente al arte colonial qui-
teño no era muy diferente entre los intelectuales y críticos de arte, quienes muy
probablemente estaban al tanto de las opiniones vertidas por sus pares chilenos.
En “Conceptos sobre las Artes”, un ensayo publicado en 1894, Juan León
Mera elabora una fuerte crítica a ciertas manifestaciones de la cultura po-
pular que él considera son un atentado contra el buen gusto: “En nuestros
templos, en especial en los de las parroquias rurales”, escribe, “tenemos pro-
fusión de esculturas y pinturas sagradas, de las cuales son pocas las que me-
recen estar en los altares o colgadas de los muros: la mayor parte son abortos
detestables de la brocha o del escopio”.
6
Entre las cosas que él condena se
encuentran algunas imágenes milagrosas, las procesiones con estatuas que
salen a pedir limosna, y las celebraciones con música estridente. Mera pro-
pone adoptar una actitud iconoclasta: “un iconoclasticismo piadoso y salva-
dor del buen gusto artístico, y hagamos una guerra cruda a esas egies que
obligan al pueblo a formarse una erradísima idea de la belleza celestial”.
7
4. Miguel Luis Amunátegui, “Apuntes sobre lo que han sido las bellas-artes en Chile”.
En Perspectivas sobre el coloniaje, ed. por Constanza Acuña Fariña (Santiago de Chile: Edi-
ciones Universidad Alberto Hurtado, 2013), 29.
5. Como señala Constanza Acuña Fariña, a nes del siglo XIX y principios del XX “se
instaló la idea de que en Chile nunca existió realmente una cultura colonial, mucho menos
un arte barroco”. Véase Constanza Acuña Fariña, “La fortuna crítica del arte colonial en
Chile: entre la avanzada del progreso, la academia y la sobrevivencia del pasado”. En
Perspectivas sobre el coloniaje, ed. por Constanza Acuña Fariña (Santiago: Ediciones Univer-
sidad Alberto Hurtado, 2013), 8.
6. Juan León Mera, “Conceptos sobre las Artes”. En Teoría del Arte en el Ecuador, ed.
por Edmundo Ribadeneira (Quito: Banco Central del Ecuador, BCE / Corporación Edito-
ra Nacional, CEN, 1987), 319. Sobre las ideas estéticas de Juan León Mera en este ensayo
véase Trinidad Pérez Arias, “La construcción del campo moderno de arte en el Ecuador,
1860-1925: Geopolíticas del Arte y Eurocentrismo” (tesis de doctorado, Universidad Andi-
na Simón Bolívar, Sede Ecuador, UASB-E, 2010), 91-102, http://repositorio.uasb.edu.ec/
bitstream/10644/3081/1/TD028-DECLA-Perez-La%20construccion.pdf.
7. Mera, “Conceptos sobre las Artes”, 319.
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Sin embargo, Mera tampoco reniega totalmente del arte colonial. Por el
contrario, para él existe una unidad cultural entre el pasado y el siglo XIX,
anidad que estaba determinada por el espacio geográco que ocupaba la
anterior Audiencia de Quito, y ahora la república ecuatoriana. La geografía
y el clima incidían en las cualidades esenciales del pueblo ecuatoriano, entre
las cuales se encontraba una natural disposición hacia la creación artística.
Así, argumenta que “el clima, el cielo tropical, los variadísimos aspectos de
la corteza terráquea y otras circunstancias son propicias en el Ecuador a la
concepción artística”. Más adelante, añade que “ingenios no nos han faltado
nunca; el amor a las artes y las buenas disposiciones para estudiarlas son co-
munes en nuestro pueblo”.
8
Para Mera, al igual que para otros autores de la
época, se debía seleccionar aquellas obras y artistas del pasado que pudieran
ajustarse a las expectativas del Ecuador moderno.
La revisión historiográca crítica ha interesado a varios académicos en
años recientes. Desde esta perspectiva, se analiza a la historia del arte colonial
latinoamericano que se escribe en el siglo XIX como discurso, en relación con
la formación de los Estados nacionales y como una apropiación consciente de
métodos dictados por el estudio del renacimiento italiano. La invención de
biografías artísticas y la inuencia de la tradición vasariana, particularmente
en torno al caso del pintor neogranadino Gregorio Vásquez de Arce y Ceba-
llos, ha sido la preocupación de Olga Acosta y de Yobenj Aucardo Chicanga-
na-Bayona y Juan Camilo Rojas.
9
Más recientemente, Ray Hernández estudia
el canon del arte colonial mexicano que toma forma en el siglo XIX en diálogo
con el museo, enfocándose en la narrativa que toma forma en la Academia
de San Ildefonso.
10
Para el caso ecuatoriano, un primer análisis crítico de mi
autoría sobre la escritura de la historia del arte colonial quiteño ha encon-
trado una contraparte en la reexión historiográca de Guillermo Bustos.
11
Separando la institucionalidad que caracteriza a la investigación histórica
realizada por los académicos autodidactas de la primera mitad del siglo XX,
8. Ibíd., 320.
9. Yobenj Aucardo Chicangana-Bayona y Juan Camilo Rojas Gómez, “El príncipe del
arte: Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos interpretado por el siglo XIX”, Historia Crítica,
n.º 52 (2014): 205-230; Olga Acosta, “Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos: reexiones
sobre la construcción de un mito”. En América: cultura visual y relaciones artísticas, ed. por
Rafael López Guzmán et al. (Granada: Universidad de Granada, 2015), 3-11.
10. Ray D. Hernández, The Academy of San Carlos and Mexican Art History: Politics,
History and Art in Nineteenth-Century Mexico (Nueva York / Londres: Routledge, 2017).
11. Carmen Fernández-Salvador, “Historia del arte colonial quiteño: un aporte his-
toriográco”. En Arte colonial quiteño: renovado enfoque y nuevos autores (Quito: Fondo de
Salvamento, FONSAL, 2007), 11-122; Guillermo Bustos, El culto a la nación: escritura de la
historia y rituales de la memoria en Ecuador, 1870-1950 (Quito: Fondo de Cultura Económica,
FCE / UASB-E, 2017).
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agrupados en torno a la Academia Nacional de Historia, de las preocupacio-
nes de los letrados autónomos o “solitarios” del siglo XIX, como Pedro Fer-
mín Cevallos y González Suárez, Bustos estudia la invención de la memoria
nacional en la intersección entre el saber histórico y el ritual cívico. Siguiendo
la línea crítica de estudios anteriores, este artículo se centra en el proceso de
selección que opera para articular una narrativa de la historia del arte colonial
quiteño, como el esfuerzo de una incipiente crítica preocupada por educar al
observador moderno y, a la par, dar forma al canon artístico nacional.
Este estudio contribuye al debate iniciado anteriormente por Alexan-
dra Kennedy Troya en torno a la continuidad o continuismo de la tradición
colonial en el siglo XIX. La autora ha comentado sobre la importancia que
mantuvieron ciertos modelos coloniales como fuente de inspiración para
los artistas ecuatorianos decimonónicos.
12
No obstante, una atenta lectura
de diversos textos críticos que se escriben de 1850 en adelante, sugiere que
el redescubrimiento del pasado estuvo marcado por la tensión; se trataba
de una incómoda relación que ltraba el “continuismo” colonial. De esta
manera, reconociendo el aporte de Kennedy Troya, este artículo analiza las
contradictorias actitudes hacia el arte colonial quiteño en la era del progreso.
Particularmente a partir de 1850, el pasado colonial fue incorporado en
una narrativa nacional, y como tal sirvió de sustento para la “ecuatoriani-
dad”. Un momento decisivo en el reconocimiento de este pasado fue la fun-
dación de la Sociedad Democrática Miguel de Santiago, en 1852. Nombrada
en honor a uno de los más importantes representantes de la pintura colonial
quiteña, esta insistía en la importancia de encontrar adecuados ejemplos
locales de excelencia artística, como presumiblemente había sido el mismo
Santiago. Como bien ha señalado Galaxis Borja, uno de los propósitos de esta
sociedad era la formación cientíca e intelectual de los artesanos, de manera
que estos pudieran aportar de manera ecaz al progreso material y moral
del Ecuador moderno.
13
Bajo el espíritu liberal de la Revolución marcista, se
buscaba crear una sociedad igualitaria en la que los artesanos y letrados ocu-
paran un lugar central. La importancia que se concede a Miguel de Santiago
en este contexto, y la reinvención de su trabajo como artista, tiene que ver
justamente con estas preocupaciones. En el seno de la Sociedad Democrática
12. Alexandra Kennedy Troya, “Formas de construir la nación: el barroco quiteño
revisitado por los artistas decimonónicos”. En Barroco y fuentes de la diversidad cultural.
Memoria del II Encuentro Internacional (La Paz: Viceministerio de Cultura de Bolivia /
Unión Latina, 2004), 49-60 y “Del Taller a la Academia: Educación Artística en el Siglo XIX
en Ecuador”, Procesos: revista ecuatoriana de historia, n.º 2 (1992): 119-134.
13. Galaxis Borja González, “ ‘Sois libres, sois iguales, sois hermanos’ Sociedades de-
mocráticas en Quito de mediados del siglo XIX”. Jahrburch für Geschichte Lateinamerikas 53
(2015): 185-216. Véase también Pérez Arias, “La construcción del campo…”, 141-146.
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se celebra a este pintor por su originalidad e ingenio; su supuesto genio crea-
tivo le diferenciaba de otros artistas que se habían limitado a copiar obras
existentes, y le convertía en un adecuado modelo a seguir para los artesanos
y artistas del presente.
Casi una década después, la crítica del conservador Juan León Mera con-
tribuye de manera decisiva en la reinvención del arte colonial. A diferencia
de los artesanos y letrados que se movían alrededor de la Sociedad Democrá-
tica Miguel de Santiago, Juan León Mera no buscaba la construcción de una
sociedad de iguales, sino más bien situar a la producción artística y literaria
del Ecuador en una narrativa que incorpora selectivamente a la tradición
colonial como parte de una cultura cosmopolita, comparable a la europea.
14
El concepto de “buen gusto”, que está presente tanto en este autor como en
el Tesoro Americano de las Bellas Artes, parte del supuesto de que tanto el arte
como la crítica tenían como propósito educar a un público con capacidad
de discernimiento, que pudiera apreciar la belleza. Siguiendo a Bourdieu, el
“buen gusto” también era una estrategia en la legitimación de diferencias so-
ciales, puesto que rearma el privilegio de aquellos que encontraban deleite
en la contemplación estética de un objeto, y que poseían las destrezas para
reconocer a la cultura elevada y segregarla de la popular.
15
Por lo expuesto, es evidente que la recuperación del arte colonial en la
segunda mitad del siglo XIX obedece a preocupaciones políticas diferentes,
que oscilan entre el liberalismo de la Revolución marcista y el conservadu-
rismo cosmopolita de Juan León Mera. No obstante, existen puntos de en-
cuentro entre las dos posturas. Por un lado, es evidente que, tanto para los
liberales como para Juan León Mera, si bien la recuperación de la tradición
artística colonial era vital en la construcción de la narrativa nacional, esta
tenía que ser modelada (y, en buena medida, reinventada) en respuesta a
las expectativas del Ecuador moderno. Esta reinvención iba de la mano con
el advenimiento de un nuevo espectador, para quien el arte colonial perdía
su signicado en relación con las prácticas devocionales y piadosas, o con la
didáctica religiosa, y se convertía en un objeto de análisis estético. Esta dis-
cusión, por otro lado, se hacía posible en el espacio generado por la creciente
circulación de textos impresos y por las exposiciones de arte e industrias
que, aunque todavía poco frecuentes, apelaban a la opinión ciudadana.
14. Fernández-Salvador, “Historia del arte colonial…”, 16-32.
15. Pierre Bourdieu, La distinción: criterio y bases sociales del gusto (Madrid: Taurus,
1988).
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el PaPel de la CrítiCa y de las exPosiCiones artístiCas:
el arte Colonial en la esfera PúbliCa
En su artículo sobre el pintor Miguel de Santiago, publicado en la revista
El Iris en 1861, Juan León Mera habla sobre sus frecuentes visitas a Quito,
movido por su ación a la pintura. Uno de los lugares que más llamaba
su atención, nos dice, era el claustro de San Agustín, en donde se detenía
por varias horas para contemplar sus magnícos lienzos. La descripción del
convento toma la forma de una guía turística; Mera dirige nuestra atención
hacia los cuadros de mayor interés, señalando en ocasiones rasgos sobresa-
lientes de su factura:
Aquí la graciosa escena de familia que representa el Labatorio del niño San
Agustín; allá el Milagro del peso de las ceras, en el que el diestro manejo de las
tintas completa la ilusión; más allá un grupo de sacerdotes sentados en contorno
de una mesa i en poltronas de antiguo gusto desempeñadas con tal maestría [...].
A pocos pasos en el descanso de la escalera principal, se mira un lienzo tan gran-
de [...] i cubierto de tantas i tan variadas i magnícas guras [...].
16
En la segunda mitad del siglo XVIII, el jesuita Mario Cicala describía la
pintura de Jesucristo que se encontraba en la portería del convento agusti-
niano como “imagen prodigiosa y devotísima”.
17
Un siglo más tarde, para el
espectador culto como Juan León Mera, los lienzos de la vida de San Agustín
ya no despertaban piedad religiosa sino goce estético. Para Mera, los corre-
dores del claustro no invitaban a la meditación espiritual; él los recorre como
si fuesen las salas de un museo, espacios para la exhibición del arte colonial.
A través de sus palabras, el convento pasaba de ser un edicio silencioso y
encerrado, y se convertía en un espacio público, abierto a la mirada crítica
del visitante.
Lo singular del texto de Mera es que nos permite pensar en la crítica del
arte como manifestación de una esfera pública que empezaba a tomar for-
ma en el Ecuador de la segunda mitad del siglo XIX. De hecho, la discusión
sobre el “buen gusto” artístico que está presente tanto entre los autores chi-
lenos arriba citados, como entre el mismo Juan León Mera y otros escritores
ecuatorianos, parte del reconocimiento de un “público” –conjunto imperso-
nal de ciudadanos y sin embargo claros interlocutores de estas ideas–, cuyo
juicio estético podía ser educado a través de la circulación de textos críticos
16. Juan León Mera, “Miguel de Santiago”, El Iris 9 (1861): 141-142.
17. Mario Cicala, Descripción Histórico-Topográca de la Provincia de Quito de la Compañía
de Jesús (Quito: Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit, BEAEP, 1994), 167.
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y de otras estrategias de difusión, como eran las exposiciones de arte.
18
Mera
lo dice claramente en su ensayo “Conceptos sobre las Artes”, cuando habla
sobre la necesidad de “hacer amar las Artes, para que tengan entusiastas
cultivadores; y no se las puede amar, sino comprendiendo bien sus bellezas,
formando aquel sentido íntimo y espiritual que se llama buen gusto”.
19
Ar-
gumenta que para el efecto se requerían dos cosas fundamentales: “presen-
tar al público obras bellas, y ocultarle las defectuosas y deformes”.
20
La esfera pública se consolida en Ecuador en las últimas décadas del si-
glo XIX, particularmente bajo el gobierno de presidentes progresistas como
Antonio Flores Jijón. Prueba de ello son las innumerables publicaciones de
noticias y opinión que circulan en la época, entre ellas periódicos ociales,
revistas culturales y políticas, y aun hojas volantes nanciadas por indivi-
duos o corporaciones particulares. En el diálogo intertextual se articula un
debate público alrededor del cual se construye una comunidad de lectores.
Es verdad que en estas publicaciones reconocemos la voz de una minoría
intelectual y política, que excluye a una amplia población del país. También
es cierto que los medios impresos tienen una circulación limitada; se trata
de revistas que se publican con poca frecuencia y que al cabo de unos po-
cos números desaparecen, lo que habla del limitado número de lectores. No
obstante, como veremos más adelante, en muchas de estas publicaciones co-
mienza a sentirse la creciente presencia de la sociedad civil.
Por efecto de la escultura pública y de las conmemoraciones cívicas que
se organizaban a su alrededor, el espacio urbano comienza a pensarse de una
manera diferente. Como bien ha señalado Natalia Majluf para el caso de Lima,
unas y otras reclaman las calles y plazas para el Estado y la nación, secularizán-
dolas y convirtiéndolas en espacio público.
21
Ya a partir de 1888, el Congreso
ecuatoriano reconocía la importancia de rescatar lugares privilegiados en la
topografía urbana, sitios sobre los que se inscribían eventos singulares de la
historia republicana, y que como tal constituían el soporte de una narrativa na-
cional.
22
Durante esta misma época, fechas signicativas en la historia nacional
18. Al hablar sobre “público” como una entidad autónoma y reconocible, me reero
a la clásica discusión de Habermas sobre la esfera pública. Véase Jürgen Habermas, The
Structural Transformation of the Public Sphere: An Inquiry into a Category of Bourgeois Society,
trad. por Thomas Burger (Cambridge: MIT Press, 1991). Con respecto a la opinión pública
y la idea del arte nacional en Chile, véase Josena de la Maza, “Por un arte nacional. Pin-
tura y esfera pública en el siglo XIX chileno”. En Ciencia-mundo: orden republicano, arte y
nación en América, ed. por Rafael Sagredo (Santiago: Universitaria, 2010), 279-319.
19. Mera, “Conceptos sobre las Artes”, 317.
20. Ibíd., 317.
21. Natalia Majluf, Escultura y espacio público. Lima, 1850-1879 (Lima: Instituto de Es-
tudios Peruanos, IEP, 1994), 9.
22. Citado en El Municipio, número extraordinario, 10 de agosto de 1889: 8.
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comienzan a ser celebradas con la participación de diferentes grupos ciuda-
danos. El retrato histórico emerge entonces con fuerza, adquiriendo desde un
inicio un carácter público. Al respecto, digno de mención es el hecho de que
durante la celebración del 10 de Agosto, en 1889, los retratos de guras heroi-
cas, ejecutados por Joaquín Pinto y José M. Proaño, se echaron a volar entre los
asistentes.
23
El momento más signicativo de este esfuerzo cívico fue la coloca-
ción de la escultura de Antonio José de Sucre en la Plaza de Santo Domingo, en
el año de 1892, la que generó una extraordinaria respuesta entre la ciudadanía.
Es importante señalar, sin embargo, que los profundos cambios que se
evidencian en el Ecuador de nes del siglo XIX se anuncian décadas antes,
particularmente con las propuestas liberales que siguieron a la destitución
de Juan José Flores durante la Revolución marcista, en 1845. Es en este mo-
mento en que la producción artística entra a la esfera pública, cuando co-
mienza a ser objeto de debate.
Como se ha señalado, un momento clave en la relación entre la crítica del
arte y la esfera pública en el Ecuador del siglo XIX fue la fundación, en 1852,
de la Sociedad Democrática Miguel de Santiago, la que marcó una ruptura
en la forma de experimentar el arte y de discutir sobre él. En el mismo año
de 1852, se llevó a cabo una velada artística que juntaba a tres sociedades
democráticas diferentes: de la ilustración, dedicada al estudio de la historia y
de la literatura; de la larmónica, o de música; y de Miguel de Santiago, que
se centraba en el estudio de la pintura. La alianza entre las tres sociedades
nos sugiere que se comenzaba a pensar en la pintura como el ejercicio de un
arte liberal, y no como un ocio servil; se trataba de un esfuerzo encaminado
a la formación intelectual del artesano/artista.
24
Esta velada artística presentó varias innovaciones signicativas. Por un
lado, se trataba de una primera exposición de arte, lo que presupone la exhi-
bición de las obras, provenientes de diferentes géneros, en un lugar seleccio-
nado y acondicionado para el efecto. La exposición, por otro lado, reconocía
la presencia de un espectador, invitado a juzgar el valor estético de las piezas
seleccionadas. Uno de los aspectos signicativos de este evento fue la publi-
cación de una serie de discursos en los cuales se elabora por primera vez una
apreciación crítica de las pinturas exhibidas, a partir de su análisis formal.
Finalmente, reconociendo el talento artístico de Miguel de Santiago, en estos
textos encontramos un temprano interés en debatir sobre el arte colonial,
buscando en ese pasado ejemplos adecuados para el artista moderno.
23. El Municipio, 8. Véase también Alexandra Kennedy y Carmen Fernández-Salva-
dor, “El ciudadano virtuoso y patriota: notas sobre la visualidad del siglo XIX en Ecua-
dor”. En Ecuador: Tradición y Modernidad (Madrid: SEACEX, 2007), 45-52.
24. Véase Sociedades Democráticas de Ilustración, de Miguel de Santiago y Filarmónica:
discursos pronunciados en la sesión pública efectuada el 6 de marzo de 1852 (Quito: BCE, 1984).
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Los discursos de quienes participaron en la velada artística organizada
en 1852 circularon en forma impresa, con el n de instruir a una comuni-
dad de lectores en la apreciación de las artes. A estos textos siguieron otras
notas en publicaciones periódicas, lo que sugiere la creciente presencia de
una crítica artística, en su mayor parte autodidacta. En la primera serie de
la revista El Artesano, que comienza a circular en la década de 1850, aparecía
una sección dedicada a las Bellas Artes. También había espacio para la crítica
artística y para la discusión sobre el arte colonial en varias revistas literarias.
Entre ellas mencionamos la biografía de Miguel de Santiago, publicada por
Juan León Mera en El Iris (1861); la historia de las bellas artes en el Ecuador,
de Pablo Herrera, que aparece en la Revista de la Universidad del Azuay (1891);
una breve reseña sobre la iglesia de la Compañía de Jesús, escrita por L. L.
Sanvicente, S. J. para Álbum Ecuatoriano (1898); y el clásico ensayo también
de Mera, “Conceptos sobre las Artes”, para la Revista Ecuatoriana (1889).
25
Estas publicaciones sientan la pauta de la brevísima Revista Quito (1900) y de
la ocasional Revista de la Escuela de Bellas Artes (1905).
La importancia de las exhibiciones artísticas como una estrategia en la
educación del público, por otro lado, fue reconocida años más tarde por Juan
León Mera, quien en “Conceptos sobre las Artes” argumentaba que estas
eran “medios poderosos de adelantamiento y caminos que conducen al pue-
blo hacia el buen gusto”. Mera, no obstante, lamenta que estas sean esporá-
dicas. “Dos hemos tenido en la Capital, en 1852 y 1892”, escribe. “¡Cuarenta
años de intervalo! En la vía del progreso son una eternidad. Conviene que
las exposiciones artísticas sean, cuando más, bienales”.
26
En la segunda serie de la revista El Artesano, órgano de la Sociedad Ar-
tística e Industrial de Pichincha, fundado en 1892, se señala un número ma-
yor de exposiciones, muchas de las cuales incluían obras de arte y objetos
cientícos. La primera, dice la nota, se celebró en 1851. Se exhibió ahí un
cuadro ejecutado por los miembros de la Sociedad Democrática Miguel de
Santiago, el que posteriormente sería enviado a la exposición universal de
París. Siguieron otras, en 1853, 1857 y 1862, en Quito, y una más en Guaya-
quil. En ellas se mostraron obras de arte, adelantos cientícos y curiosida-
25. En este artículo no discutimos el aporte de Pablo Herrera a la historiografía del
arte colonial quiteño en el siglo XIX. Al igual que sus contemporáneos, también él resalta
la relación entre la producción artística de una nación y su grado de civilización y progre-
so. Herrera encuentra una continuidad lógica entre el pasado colonial y la cultura del siglo
XIX, trazando una historia lineal que atraviesa los dos períodos. Véase Pablo Herrera,
“Las Bellas Artes en el Ecuador”, Revista de la Universidad del Azuay 1, n.º 3 (1890); y 2, n.º
17 (1891).
26. Mera, “Conceptos sobre las Artes”, 318
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des de la naturaleza, provenientes de diferentes regiones del país.
27
Pasaron
treinta años hasta la siguiente exposición, organizada en 1892 por el gobier-
no de Antonio Flores Jijón y el Municipio de Quito, en consonancia con la
colocación de la estatua de Sucre en la antigua plaza de Santo Domingo. La
importancia que estos eventos tuvieron para la consolidación de lo público
nos los deja en claro la revista El Artesano, en donde se los describe como un
esfuerzo en favor del “bien público”. Como se maniesta claramente en la
misma revista, la respuesta de artistas, artesanos e industriales –fundadores
de la revista– a la convocatoria para participar en la exposición, es una mues-
tra de la importancia que iba adquiriendo la sociedad civil, lo que Habermas
reconoce como una característica de la esfera pública.
28
Las diferentes publicaciones que circulan en este contexto sugieren el
gran impacto que la exposición de 1892 debía alcanzar sobre la ciudadanía.
De esta manera, en los estatutos de la exposición se argumenta que esta se
llevaría a cabo en “el Kiosco y los parques que se hallan dentro del paseo
público de la Alameda”.
29
Los productos a exhibirse se dividían en diferentes
categorías, entre ellas productos y obras relacionadas con las Ciencias Natu-
rales, la Agricultura, la Ganadería y la Maquinaria. Se distinguía a las Artes
y Manufacturas, como eran la sastrería, los tejidos y bordados, de las Bellas
Artes, bajo la cual se encontraban la arquitectura, la pintura, la escultura y
la música. Bajo este acápite también se incluía la sección “estudios didácti-
cos para las bellas artes”.
30
A pesar de que estas categorías son propias de la
mentalidad del progreso, una reexión con respecto al pasado también se
hacía presente en la exposición.
De acuerdo a los estatutos, se concedería mención especial a “las obras de
arte y curiosidades antiguas que, por su gusto, originalidad o perfección sean
dignas de exhibirse y pertenezcan a la Arqueología”.
31
Ya en la exposición, al-
gunas de las obras de escultura y de arquitectura premiadas hacían referencia
a lo colonial. De esta manera, Alejandro Velasco y Juan Pablo Sáenz recibieron
premios por sus diseños para reconstruir la torre de la iglesia de San Fran-
cisco. Aunque la pintura se aventuraba por temáticas novedosas, la mayoría
de esculturas se aferraba a temas religiosos en materiales tradicionales como
la madera. De hecho, por una fachada de la Compañía de Jesús en madera,
27. Julián San Martín, “Discurso pronunciado por el socio Julián San Martín en la se-
sión del 18 de febrero último”, El Artesano, 9 de abril de 1892: 13-14. Agradezco a Galaxis
Borja por dirigirme en esta dirección.
28. Habermas, The Structural Transformation..., 23-24.
29. Estatutos y Programa para la Exposición Nacional que tendrá lugar el 9 de diciembre de
1891 (Quito: Imprenta del Clero, 1891), 3.
30. Estatutos y Programa…, 13-18.
31. Ibíd., 9.
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Manuel Vaca recibió la mención “digno de abalanza”.
32
Los organizadores de
la exposición, por otro lado, promovieron la reexión crítica sobre la relación
entre el pasado y el presente. De hecho, entre los premios destacaba uno espe-
cial, que se esperaba entregar a quien “presente por escrito, hasta seis meses
después de clausurada la Exposición, un juicio crítico comparativo entre las
obras e industrias que subsisten desde la época de la colonia y las que se ex-
hiban en la próxima Exposición como nuevas o reformadas”.
33
A través de las escasas exposiciones que se organizaron en la segunda
mitad del siglo XIX, y de textos críticos que circulaban en medios impresos,
el arte colonial entra en el debate público, convirtiéndose en un referente
para la cultura nacional decimonónica. No obstante, la historia que se escri-
be en ese momento (y que tendrá fuertes repercusiones sobre la historiogra-
fía del arte colonial en décadas posteriores) debe reinventar el pasado con el
n de adecuarlo a las necesidades de una nación que imaginaba su futuro
alineado con las nociones de progreso civilizatorio.
definiendo al arte desde
el esPíritu del Progreso
Ya en la segunda mitad del siglo encontramos una temprana preocupa-
ción con respecto a la relación entre la producción artística de un pueblo y
su bienestar. No sorprende que esta temprana preocupación esté presente
en Primicias de la Cultura de Quito, el primer periódico quiteño publicado por
Eugenio Espejo en la década de 1790. En su discurso sobre la importancia de
establecer una sociedad patriótica en Quito, Espejo dedica algunas líneas a
la pintura y escultura quiteñas, una oreciente industria en la empobrecida
república de la época.
34
A lo largo de esas páginas, Espejo describe a la producción artística quite-
ña como un todo coherente. En la pintura, a Miguel de Santiago le había su-
cedido José Cortés en el siglo XVIII; en la escultura, Caspicara era el heredero
del arte del (mítico) padre Carlos. A pesar del aislamiento en que se encon-
traba Quito durante el período colonial, y a pesar de que los artistas carecían
de un entrenamiento formal, la pintura y la escultura habían orecido en la
Real Audiencia. Con respecto a Miguel de Santiago, escribe: “En esa era, y en
esa región, adonde no se tenía siquiera la idea de lo que era la anatomía, el
32. Cuadro sinóptico de las calicaciones hechas a las obras y productos presentados en la
exposición nacional (Quito: Imprenta del Clero, 1892), 6-7.
33. Ibíd., 8-9.
34. Eugenio Espejo, Primicias de la Cultura de Quito (Quito: CCE, s. f.), 167-170.
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diseño, las proporciones, y en una palabra los elementos de su arte, miráis,
señores (con qué asombro), qué musculación, qué pasiones, qué propiedad,
qué acción, y nalmente, qué semejanza o identidad del entusiasmo creador
de la mano, con el impulso e invisible mecanismo de la naturaleza!”.
35
Espe-
jo concluía haciendo un llamado para la creación de una academia de arte,
puesto que esta aseguraría la continuidad de la larga tradición en la pintura
y la escultura. El intelectual quiteño reconocía, además, la importancia de la
creación artística para el progreso y bienestar de un pueblo: “Este solo pensa-
miento, puesto en práctica”, escribe, “pronostico, señores, que será el princi-
pio y el progreso conocido de nuestras ventajas en todas líneas”.
36
De manera más clara, diferentes autores ecuatorianos escriben, en la se-
gunda mitad del siglo XIX, sobre la estrecha relación entre arte y progreso. El
arte era a la vez un motor del progreso de los pueblos, y un indicativo de su
grado de civilización, argumenta Juan León Mera en su ensayo “Conceptos
sobre las Artes”, de 1894. “El cultivo de las Artes –arma– contribuye a la
civilización de los pueblos [...] y el desarrollo y perfección que ellas alcanzan
sirven para medir el grado de cultura de un pueblo”.
37
Juan León Mera dis-
tingue al artefacto de una obra de arte. El primero sirve a un propósito utili-
tario, mientras que el segundo tiene como n el goce estético. La inclinación
de un pueblo hacia uno u otro tiene que ver con su grado de desarrollo; en
un pueblo más avanzado, hay una mayor preocupación por cosas del espíri-
tu, como es la belleza, que por lo material. Así, argumenta que “los salvajes
casi no tienen artes, o las tienen rudimentarias”, mientras que el “pueblo
que comienza a dejar sus condiciones primitivas empieza a sentir ación a
las Artes, y mientras más disposiciones muestra para cultivarlas, mayor es la
probabilidad de que alcanzará pronto la civilización”.
38
Un argumento similar encontramos en Juan Montalvo, quien dedica uno
de los ensayos de El Cosmopolita a las Bellas Artes. Hablando sobre el arte
clásico, Montalvo señala que “las artes van a un paso con la literatura, la
losofía, la política, la civilización, en una palabra; o más bien, son partes
de la civilización y ellas el más claro indicio de la cultura o la barbarie de los
pueblos. Nunca se dio un pueblo que tuviese en poco las artes, ni bárbaro
que alcanzase espíritu para saberlas estimar”.
39
Las ideas sobre la relación entre la producción artística de un pueblo y
su progreso material y espiritual nutren la formulación de un canon para el
arte ecuatoriano en la segunda mitad del siglo XIX. A partir de este canon, se
35. Espejo, Primicias de la Cultura…, 169.
36. Ibíd., 170.
37. Mera, “Conceptos sobre las Artes”, 293.
38. Ibíd.
39. Juan Montalvo, El Cosmopolita (Quito: Imbabura, 1894), 314.
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podía pensar en la moderna nación en una escala de civilización comparable
a la de las naciones europeas. Este también servía como una lente a través
de la cual se miraba la producción artística del período colonial. Si el pasado
colonial era el sustento de la cultura ecuatoriana, este debía ser ltrado y
reformulado con el n de ser incorporado a una narrativa nacional. En pocas
palabras, el arte colonial debía ser reinventado.
busCando un Canon Para el arte naCional:
el PaPel de la CrítiCa en la segunda mitad del siglo xix
Quisiera pensar en varias constantes que están presentes en distintos
textos críticos de la época, que se reeren al adecuado ejercicio artístico. La
primera tiene que ver con el nuevo reconocimiento que se otorga al trabajo
del artista a partir de la segunda mitad del siglo XIX, como un ejercicio in-
telectual, cercano a la ciencia. Esto podía darse únicamente por medio de
la formación académica, como señala la crítica temprana. Así, por ejemplo,
entre las cosas que se destaca en los discursos de la velada artística de 1852,
se encuentra el tipo de conocimiento que la Sociedad Democrática Miguel
de Santiago impartía tanto a los artesanos como a los arquitectos, con el n
de mejorar el ejercicio de su ocio. A los artesanos se les enseñaba a leer y
escribir, a más de dibujo. Mientras tanto, se esperaba el progreso de la arqui-
tectura por cuanto en ella se encontraban “algunos arquitectos que cursan la
perspectiva y el dibujo en general”.
40
Francisco Gómez de la Torre, por otro
lado, señala que en la unión de las tres sociedades se hallaba un punto de
encuentro para la juventud cientíca y la artística.
Ideas similares están presentes en la revista El Artesano, a la que contribuían
muchos de los líderes de la Sociedad Democrática. Un artículo sobre las artes,
publicado en 1857, se encuentra bajo la sección denominada “Instrucción Pú-
blica”. En él se habla sobre la importancia de las ciencias para el adelanto de un
pueblo, pero sobre todo para el progreso de las artes, de las artesanías y de la
industria. El autor de la nota argumenta que el estudio de la losofía, ayudado
por el conocimiento de la geometría, de la mecánica y de la óptica, permitiría
el perfeccionamiento de los diferentes ocios, que dejarían de ser únicamente
manuales. Sobre el pintor, escribe que “manejando con maestría su pincel co-
nocería el claroscuro correspondiente a los objetos de su cuadro, y engañaría
a la razón con la ilusión de las distancias que hace representar a su lienzo”.
41
La creación artística debía sujetarse a reglas, de proporciones y de perspectiva
40. Sociedades Democráticas..., 7.
41. “Instrucción Pública: Las Artes”, El Artesano, 4 de junio de 1857: 1.
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geométrica, las que tenían precedencia sobre el ejercicio manual. En el mismo
artículo de El Artesano, de esta manera, se arma que el pintor no puede ejercer
su ocio “si no sabe de cuántas cabezas o rostros se compone su modelo, ni a
qué distancia se hallan los objetos en su cuadro. ¿Cómo podrá mover la ilusión,
si no ha estudiado la perspectiva ni la variedad de las pasiones?”.
42
Una constante en los diferentes textos críticos tiene que ver con la imita-
ción, a la que se entiende desde diferentes puntos de vista. En primer lugar,
se habla de la imitación de modelos adecuados, es decir, el estudio de obras
maestras como parte del proceso de formación del artista. Esto nos lo sugiere
otro artículo de El Artesano, en el que se argumenta que los italianos “posee-
dores han sido siempre de los más perfectos modelos que nos ha transmitido
la antigüedad”.
43
En ocasiones se habla también de la imitación de la natu-
raleza, a la que se entiende como inspiración. Para Pablo Bustamante, en un
discurso pronunciado en la velada artística de la Sociedad Democrática Mi-
guel de Santiago, buscar inspiración en la naturaleza también tenía que ver
con un interés en lo local y en lo propio. Así, alienta a los pintores a mostrar
al extranjero “que nuestro país es hermoso, enviadle copiadas nuestras ores-
tas, nuestros ríos que pasan por un lecho de rica vegetación, nuestras vistas
variadas [...]”.
44
Finalmente, diversos autores critican con dureza la imitación
como simple copia o reproducción, la que aniquilaba la originalidad. El mis-
mo Bustamante exhorta a los pintores con estas palabras: “Dirigíos por otro
camino menos trillado, dejad de ser copistas, estudiad la naturaleza y no os
entretengáis solo en reproducciones que carecen de originalidad. Que el cam-
po raso y la historia sean vuestro estudio de noche y día; porque tienen teso-
ros innitos con qué ofrendar a la imaginación del pintor y hacer su fama”.
45
Para Francisco Gómez de la Torre, socio de la Sociedad Democrática Mi-
guel de Santiago, la imitación (o el alejarse de ella) en el arte, tenía un signi-
cado político. Al inicio de su discurso, argumenta que la “civilización mo-
derna” de América del Sur ansiaba “un pueblo ilustrado, y una juventud de
talento y corazón”. El pueblo americano, dice, “no debe imitar, sino ser ori-
ginal como el genio de Colón”. Con respecto a los nuevos aires que se venían
para la pintura, argumenta que “la pintura entre nosotros se ha mantenido
campeando en el teatro servil de la imitación. Pero ahora, ella se lanza en
pos de la invención y de la originalidad, para tomar un carácter nacional”.
46
Décadas más tarde, Juan León Mera no culpa únicamente a los artistas que
por comodidad se acomodaban a la copia, sino también a los mecenas y co-
42. Ibíd.
43. “Bellas Artes”, El Artesano, 21 de abril de 1859: 2.
44. Sociedades Democráticas..., 18.
45. Ibíd.
46. Ibíd., 25.
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leccionistas que demandaban reproducciones de obras europeas.
47
Para él, la
imitación era un obstáculo para el progreso del arte, puesto que “no le hay
verdadero cuando la inteligencia se limita a seguir las huellas de otros, sin
empeñarse en demostrar que posee la virtud creadora propia del genio”.
48
Muchos autores cuestionan la ausencia de variedad en un arte interesa-
do únicamente en asuntos religiosos. El discurso de Francisco Gómez de la
Torre critica las imágenes “melancólicas y meditabundas” del pasado, así
como el interés del pincel por “el aspecto sombrío del claustro”. Argumenta
que sobre la pintura quiteña se podía decir lo mismo que un viajero había
comentado sobre la española: “que todas las paredes estaban adornadas con
magnícas pinturas; pero que todas incitaban a la piedad y al cilicio”.
49
Sin embargo, muchos escritores no se oponían necesariamente a la temá-
tica religiosa, sino al exceso del arte barroco. Así, por ejemplo, ya en la déca-
da de 1890, Juan León Mera escribe sobre los asuntos religiosos que “el arte
los ha tratado y seguirá tratándolos mientras haya cristianismo en la tierra”.
Lo que él demanda de escultores y artistas es utilizar un lenguaje sobrio, con
el n de elevar a los personajes sagrados sobre el nivel de lo terrenal. Mera
escribe con respecto a la representación de Jesucristo Crucicado:
En verdad, la atrocidad de los judíos puso a Jesús por extremo llagado y desgu-
rado; pero si está bien que el escritor le pinte así, porque cuenta con recursos para
hacernos penetrar que en ese cuerpo deforme está la grandeza del Ser increado,
el artista tiene que apartar aquellos efectos del cruel martirio para hacernos en-
trever la belleza y majestad divinas de la víctima. El espectáculo de un hombre
que padece tormentos inauditos y era muerte, infunde lástima y horror; mas el
hijo de María debe al mismo tiempo inspirar amor y veneración.
50
Se deduce de estas líneas que Mera abogaba por la idealización de las
guras e historias sagradas; el arte religioso debía despertar sentimientos
nobles en el espectador, apelando a su intelecto más que a su emoción. Esta
preocupación está alineada con uno de los propósitos del arte en las últimas
décadas del siglo XIX, esto es, como herramienta clave en la formación del
ciudadano moderno. No olvidemos, como ya se ha señalado, la importancia
que adquiere en ese momento el retrato de personajes heroicos, que tenía
como propósito presentar modelos de virtud cívica a la ciudadanía.
Al igual que los autores arriba citados, el informe realizado por la co-
misión calicadora de las obras que se presentaron en la exhibición de 1852
47. Mera, “Conceptos sobre las Artes”, 306.
48. Ibíd., 305.
49. Sociedades Democráticas..., 27.
50. Mera, “Conceptos sobre las Artes”, 312.
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dice mucho sobre las expectativas de la época con respecto a la pintura. Los
temas presentados son variados, desde la pintura de costumbres al paisaje,
del retrato a la historia sagrada. Se reconoce que aún las pinturas que no
habían sido premiadas evidenciaban el “genio artístico quiteño”; en ellas
también se reconocía el potencial progreso de las artes. Entre las obras ga-
lardonadas, los jueces destacan cualidades formales, como son la corrección
en el dibujo y en la cromática. Se celebra también la correcta imitación de la
naturaleza, que se entiende como semejanza o similitud con respecto al mo-
delo. El jurado también reconoce la importancia de la temática escogida por
los artistas. Finalmente, uno de los aspectos que se subraya es la originalidad
de las obras, la que también se entiende como una referencia a lo local.
Entre los premios entregados, el segundo se concede a Juan Pablo Sanz,
por una lámina del templo de la Compañía, considerada “la copia más natu-
ral, correcta y exacta, por tener el mérito de ser de dibujo a lápiz y de repre-
sentar un edicio natural”.
51
R. Vargas recibe el cuarto premio por un cuadro
que muestra a dos profesores de pintura retratándose el uno al otro, cuyo
mérito yace en la adecuada representación sonómica, el manejo del color y
la temática, que resalta “la idea natural de la faternidad”.
52
El primer premio
se entrega a Luis Cadena por su obra Hilandera Campesina, una pintura que
según el jurado era “original y correcta en dibujo y colorido, y tiene además
el mérito de representar las costumbres del país”.
53
Las cualidades formales y temáticas valoradas por la crítica de arte de
la segunda mitad del siglo XIX no solo servían para juzgar la producción
artística de la época, sino que se proyectaban sobre el arte colonial. Esto
signicaba privilegiar unas obras sobre otras, la destrucción y el olvido de
muchas de ellas y, como consecuencia de ello, la inevitable invención de ese
pasado. Figura clave en este proyecto de reformulación fue el pintor Miguel
de Santiago, mito fundacional del arte ecuatoriano y, como se ha señalado
ya, modelo ideal para los artistas modernos.
la invenCión de miguel de santiago
Ya en el siglo XVIII, primero Juan de Velasco y años más tarde Eugenio Es-
pejo, como hemos visto, celebran el talento de Miguel de Santiago. Velasco in-
cluso señala que sus pinturas habían sido admiradas en Roma, un argumento
51. Ibíd.
52. Ibíd.
53. Ibíd.
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que será repetido hasta el cansancio a lo largo del siguiente siglo.
54
La crítica del
siglo XIX retoma la preocupación de Velasco y de Espejo. Los diferentes discur-
sos pronunciados en la velada artística de 1852 celebran a Miguel de Santiago
como una gura ejemplar, por su ingenio, imaginación y originalidad. Francis-
co Gómez de la Torre, en especial, lo compara con el poeta guayaquileño José
Joaquín Olmedo, describiéndolo como aquellos “colosos destinados a vivir en
todas las generaciones, a inscribir sus nombres en el tiempo, y a difundir su
fama por los espacios del mundo –genios [...] impulsados por el impetuoso
torbellino de la inspiración”.
55
Lo que es aún más importante, se construye una
compleja narrativa sobre la vida y quehacer artístico del pintor, miticándolo y
convirtiéndolo en el antecesor adecuado de los artistas modernos.
Tomando como referencia las Vidas de los Artistas de Giorgio Vasari, tanto
Juan León Mera como Pedro Fermín Cevallos, su contemporáneo, ensalzan
la genialidad artística de Miguel de Santiago.
56
Para estos autores, al igual
que para Vasari, la personalidad del artista se imprimía sobre el lienzo, y
como tal esta era prueba de su creatividad y originalidad. El temperamento
también tenía que ver con una temprana conciencia artística, y con el reco-
nocimiento que la nobleza de su arte encontraba entre los mecenas. Cevallos
equipara a Santiago con los grandes artistas del renacimiento italiano –nota-
blemente, con Rafael Sanzio– y compara su irritable personalidad con la de
Benvenuto Cellini.
57
Por su parte, Mera celebra el carácter “altivo e iracun-
do” del pintor, porque este reejaba “la conciencia que él mismo tenía de su
brillante genio”. “Los artistas enojados suelen propasarse a cosas graves”,
argumenta Mera. Como prueba de ello, trae a colación la anécdota de un
gran pintor que “se atrevió a dar una bofetada a un Papa”, y de otro que
puso en el inerno, en retrato, “a un mísero Cardenal”.
58
Juan León Mera, por otro lado, intenta denir el estilo individual de Mi-
guel de Santiago, buscando cualidades únicas y singulares en la claridad de
la composición, en la adecuada aplicación del color, pero sobre todo en el há-
bil manejo del pincel. Los trazos sobre el lienzo adquirían un valor indexical,
como si fuesen rastros del genio creativo del pintor:
54. Véase Juan de Velasco, Historia del Reino de Quito en la América Meridional: Historia
Moderna III (Quito: CCE, 1979), 128.
55. Sociedades Democráticas..., 26.
56. Una invención similar se dio en Colombia en el siglo XIX y principios del XX en
torno a la vida y obra del pintor Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos. Véase Chicangana-
Bayona y Rojas Gómez, “El príncipe del arte...”; y Olga Acosta, “Gregorio Vásquez de
Arce y Ceballos…”.
57. Pedro Fermín Cevallos, Pedro Fermín Cevallos. Estudio y Selecciones de Isaac J. Barrera
(Puebla: Cajica, 1960), 212.
58. Mera, “Miguel de Santiago”, 142.
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Las obras de Miguel de Santiago se distinguen por la sencillez de la composi-
ción y la propiedad del colorido, sin que jamás se note en ellas la poco natural y
repugnante vivacidad de las tintas con que el mal gusto de algunos de nuestros
pintores modernos destruye muchas veces la exactitud del dibujo; y por esas vi-
gorosas pinceladas que solo aciertan a dar los verdaderos maestros... esos rasgos
son concepciones de una inteligencia excepcional, materializadas por la mano
del genio.
59
La reinvención de Miguel de Santiago que tiene lugar en la segunda mi-
tad del siglo XIX encuentra su punto climático en 1905, en un número de la
Revista de la Escuela de Bellas Artes de Quito.
60
La portada reproduce el retrato
del pintor, ejecutado a lápiz por Joaquín Pinto (gura 1). Una versión del
mismo, de mano de I. Garcés, había aparecido años antes, como introducción
al artículo publicado por Juan León Mera en la revista El Iris. Este retrato es
la copia del perl de un hombre que aparece en el cuadro del Milagro de las
Ceras, ejecutado por Miguel de Santiago en 1656, y que forma parte de la
serie sobre la vida de San Agustín. Vestido a la usanza del siglo XVII, este
personaje había sido identicado como un autorretrato del mismo Miguel
de Santiago.
Después del descubrimiento realizado por el padre Valentín Iglesias en
1909, sabemos que el lienzo del Milagro de las Ceras, al igual que los otros
cuadros de la serie, en realidad deriva de grabados del amenco Schelte de
Bolswert publicados en Amberes en 1624.
61
No obstante, en la era del pro-
greso, la idea del autorretrato de un artista colonial permitía pensar en una
temprana conciencia artística, comparable con la de los pintores del renaci-
miento. La ornamentación misma de la página, en la que destaca un pintor
vestido según la usanza renacentista, sujetando en su mano izquierda un
pincel y en la otra una cartela con el nombre de la revista, provoca una inevi-
table comparación entre el artista local y sus antecesores europeos.
En el interior de la Revista de la Escuela de Bellas Artes se incluye una
ilustración aún más sugerente. Se trata de la reproducción de un dibujo que
59. Ibíd.
60. “Miguel de Santiago”, Revista de la Escuela de Bellas Artes 1, n.º 2 (1905): 27.
61. Valentín Iglesias, Miguel de Santiago y sus cuadros de San Agustín (Quito: Imprenta
del Clero, 1909). A esta edición le siguió otra, publicada en 1922. Iglesias no solo identica
las fuentes grabadas de la serie pictórica, sino que cuestiona las anécdotas biográcas
recogidas por autores como Pedro Fermín Cevallos y Juan León Mera, por considerar que
no existe evidencia documental para corroborarlas. Arma que muchas de ellas podrían
derivar de las vidas de artistas europeos canónicos, como Van Dyck, publicadas por Louis
Gabriel Michaud en su Biographie Universelle. Sobre la relación entre pinturas del convento
de San Agustín y los grabados de Bolswert, véase también Víctor Puig, Un Capítulo más
sobre Miguel de Santiago (Quito: Gutenberg, 1993), y Jorge Pérez Concha, “Miguel de San-
tiago”, Boletín de la Academia Nacional de Historia 22 (1942): 82-102.
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Figura 1. Joaquín Pinto, “Retrato de Miguel de Santiago”, grabado que ilustra la portada
de la Revista de la Escuela de Bellas Artes 1, n.
o
2 (1905).
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muestra una escena clásica, y que a pesar de que no lleva la rma del autor,
está atribuido a Miguel de Santiago (gura 2). Para los estudiantes de una
academia de arte, Miguel de Santiago se rearmaba como un referente ade-
cuado en el pasado. Para un público más amplio, el dibujo dialogaba con las
muy recientes obras de carácter histórico, que celebraban la acción heroica
como un modelo de virtud cívica.
El dibujo muestra un episodio de la historia romana republicana. En él
aparece el larte Porsena, un poderoso caudillo etrusco que había sitiado la
ciudad de Roma a inicios de la República. Viendo el sufrimiento de sus con-
ciudadanos, el joven Gayo Mucio se ofreció para entrar a la tienda de Por-
sena y asesinarlo mientras dormía. Gayo Mucio fue tomado prisionero en el
intento; posteriormente, fue llevado ante Porsena para ser juzgado. Como
prueba de su valor, y del de su pueblo, Gayo Mucio colocó su mano sobre un
ara de fuego, y dejó que este la consumiera sin mostrar su dolor. Sorprendi-
do ante su coraje, y el de los romanos en general, Porsena lo liberó y levantó
el sitio de Roma.
Desde el punto de vista formal, el dibujo cumple con las expectativas
del arte académico. La composición se organiza de forma horizontal, en un
formato que recuerda a los frisos de la arquitectura clásica o al ordenamiento
espacial de la pintura neoclásica. La cuidadosa disposición de las guras en
el espacio pictórico, el esmero en la correcta representación de la anatomía
y el preciso escorzo, revelan la mano de un pintor que ha sido entrenado
siguiendo las reglas del arte, y que como tal encuentra una simbiosis entre
creación artística y ciencia. Los cuidadosos trazos sobre el papel, por otro
lado, no solo muestran la habilidad del artista, sino que se presentan como
índices de su gesto creador, o de su genialidad.
La historia no solo se aleja de la trillada temática religiosa que tanto ha-
bía cuestionado la crítica, sino que muestra un modelo de virtud aceptable
para la sociedad moderna. Mientras que el arte religioso exaltaba la gura
del mártir (quien se entregaba pasivamente a una predestinada muerte, de
acuerdo a San Agustín), el héroe, como Gayo Mucio, buscaba activamente
su sacricio en benecio de la colectividad. La escena, de hecho, recuerda
el argumento que realiza Juan Montalvo con respecto a la importancia de la
virtud clásica en la República, en contraste con la virtud cristiana.
En El Cosmopolita, Montalvo publica el ensayo titulado “La Virtud Anti-
gua y La Virtud Moderna”, centrándose en la historia de la joven Lucrecia.
No es su propósito menospreciar a los modelos cristianos; sin embargo, él ar-
gumenta que una nación interesada en el progreso y en la libertad debía tam-
bién mirar los valores de la Grecia y de la Roma antiguas. Escribe Montalvo:
La mujer que alcance fuerzas morales para ser una Virgen María, ignore en bue-
na hora los nombres de Grecia y Roma: el hombre que sea capaz de seguir punto
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por punto la “Imitación de Jesucristo”, prescinda de la losofía de Platón. Pero
así como no podemos ser Pitágoras ni Sócrates, asimismo no podemos ser Je-
suses ni Magdalenas. El hombre moderno, civilizado según las formas de las so-
ciedades que componemos y los tiempos que alcanzamos, tiene que ser cristiano
desde luego, después gentil, si tener nociones de la losofía antigua en imitar las
virtudes heroicas es profesar el gentilismo.
62
No solo en su estilo sino también en su temática, el dibujo respondía a
las expectativas de la era del progreso. Una nueva generación de pintores,
entrenados en la Escuela de Bellas Artes, podía por ello mirar a Santiago
como parte de un pasado adecuado. Para estos artistas, el pintor del siglo
XVII se mostraba como el fundador de un linaje artístico, del cual también
ellos formaban parte.
De acuerdo al texto que acompaña a la ilustración, el dibujo había pasa-
do de mano en mano, entregado de artista a artista, desde Miguel de Santia-
go a Nicolás Javier Goríbar y así, sucesivamente, hasta llegar a Joaquín Pinto.
La autoría de la obra, de esta manera, encuentra validez en el legado que
hace una generación a otra. Lo que es aún más importante: en el proceso de
transmisión (no solo del objeto sino de las historias que se forjan alrededor)
se construye un sentido de tradición. A su vez, esta justica la existencia de
62. Montalvo, El Cosmopolita, 125. A pesar de que El Cosmopolita circuló en 1860, una
segunda edición apareció en 1893, lo que demuestra su vigencia e inuencia en los círcu-
los intelectuales ecuatorianos.
Figura 2. Atribuido a Miguel de Santiago, publicado en la Revista de la Escuela de Bellas
Artes 1, n.
o
2 (1905).
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una escuela artística que se extiende en el tiempo hasta nes del siglo XIX, y
que sirve de puente entre el pasado colonial y la nación moderna.
la esCultura tradiCional
frente al Canon naCional
Los críticos de la era del progreso celebran las posibilidades de la pintura;
sin embargo, poco se habla sobre la escultura, la que parecería haber seguido
un camino diferente. Juan León Mera se reere al talento de escultores colo-
niales como Legarda y Caspicara, en el siglo XVIII. Después de ellos, escribe,
la escultura había tenido una larga época de decadencia. A su parecer, dos
escultores del XIX podían ser rescatados: Vélez, en Cuenca, y José Domingo
Carrillo, en Quito. Esto porque su trabajo mostraba un mayor anidad con
la ciencia: se habían interesado en el “estudio anatómico y siológico” apli-
cado al arte, así como en la “encarnación que imita la naturaleza”.
63
La obra
de Vélez, más cercana al estilo neoclásico, poseía la idealización y sobriedad
que demandaba el buen gusto de la crítica decimonónica. Así, escribe Mera,
en “los Cristos del artista azuayo no se ve la profusión de llagas, cardenales y
sangre que sirven para tapar los defectos de dibujo y la falta de expresión”.
64
En contraste con el naturalismo de Vélez y Carrillo, los “escultores vulga-
res”, en sus palabras, lograban una encarnación que se parecía al “charol de
una mesa”.
La crítica de Mera, sin embargo, no está dirigida únicamente a la rudi-
mentaria técnica de los artistas, o al “mal gusto” del barroco. Para Mera, el
principal problema de muchos escultores se hallaba en la ausencia de una
verdadera conciencia artística. Según Mera, la gran mayoría de ellos se man-
tenían alejados del arte académico y del aprendizaje formal, “carentes de
estudio y de quien los dirija”. A diferencia de la pintura, el ocio seguía sien-
do una práctica artesanal. Muchos de los escultores trabajaban “en tiendas
públicas, como lo hacen los cerrajeros, zapateros, sastres o cualquiera que
ejerce un ocio mecánico”.
65
Concluye Mera exhortando a los escultores a
repensar su trabajo y condición: “¡Oh talladores! convenceos de que no sois
menestrales sino artistas, y de que necesitáis juntar a la labor de las manos la
del espíritu; solo esta combinación produce la belleza artística”.
66
63. Mera, “Conceptos sobre las Artes”, 312.
64. Ibíd.
65. Ibíd., 313.
66. Ibíd.
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Para Mera, el arte de la escultura podía ser redimido por medio de una
adecuada formación académica que permitiera a los artistas familiarizarse
con el arte europeo. De esta manera, Mera argumenta que así como Cadena,
Salas y Manosalvas habían sido becados por el gobierno para estudiar pin-
tura en Roma, la escultura en Ecuador se había beneciado de las enseñan-
zas del escultor español José González Jiménez, profesor de la Academia de
Bellas Artes fundada por Gabriel García Moreno.
67
Sus esfuerzos habían sido
continuados más adelante por Juan Bautista Minghetti, profesor de mode-
lado y talla en los talleres salesianos a los que Mera denomina “caminos de
salvación del pueblo”.
68
Las preocupaciones de Juan León Mera encuentran eco en un artículo
muy posterior, publicado en la revista La Ilustración Ecuatoriana, en 1910. Ti-
tulado “Fábricas de Santos”, el texto del pintor y escritor catalán Santiago
Rusiñol cuestiona el trabajo carente de inspiración y originalidad de los es-
cultores. Aunque reriéndose a Barcelona, su ansiedad frente a la contradic-
ción entre tradición y modernismo bien podía aplicarse al Quito de la época,
algo que evidentemente pensaban los editores de la revista.
69
No obstante,
y a pesar de los esfuerzos de la crítica, la gran demanda de obras trabajadas
en los talleres tradicionales había logrado que estos continuaran operando
hasta entrado el siguiente siglo. A diferencia de la preocupación que la exis-
tencia de estos talleres había generado entre los autores cosmopolitas de la
era del progreso, la continuidad de la tradición escultórica colonial será ob-
jeto de celebración por historiadores del arte activos durante las primeras
décadas del siglo XX. Autores conservadores como José Gabriel Navarro,
fuertemente inuenciados por ideas hispanistas, encuentran en la persisten-
cia de la cultura colonial un sentido de permanencia que se contrapone a los
rápidos cambios que amenazaban al orden social imperante.
70
ConClusión
Desde la segunda mitad del siglo XIX, el arte colonial desempeñó un
papel fundamental en la construcción de la identidad ecuatoriana. No obs-
tante, su incorporación en una narrativa nacional requirió de un proceso de
selección y reinvención. Los intelectuales de la era del progreso, liderados
67. Ibíd., 316.
68. Ibíd.
69. Santiago Rusiñol, “Una Fábrica de Santos”, La Ilustración Ecuatoriana, 25 de junio
de 1910: 389-390.
70. José Gabriel Navarro, La escultura en el Ecuador durante los siglos XVI, XVII y XVIII
(Madrid: Antonio Marzo, 1929).
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primero por los liberales anes a las Sociedades Democráticas y luego por el
conservador Juan León Mera, propusieron nuevas maneras de mirar y apre-
ciar al arte del pasado. Las exposiciones artísticas desnudaban a las obras co-
loniales de su anterior signicado religioso, mientras que la incipiente crítica
que empezaba a circular en medios impresos inculcaba en el lector destrezas
para apreciarlas estéticamente. Los relatos y reexiones que se escriben so-
bre Miguel de Santiago lo presentan como un artista comparable a sus pares
europeos, y lo convierten en gura fundacional del arte ecuatoriano.
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