Procesos 50, julio-diciembre 2019220
populismo velasquista, posiciones políticas en teoría enfrentadas que conu-
yen, no obstante, en torno a la idea de la regeneración social y racial. Conside-
ro que esta alianza contradictoria y paradójica se fundamentó, en realidad, en
un consenso civilizatorio que disolvió a determinado nivel las discrepancias
ideológicas y políticas entre laicos y católicos, liberales y socialistas. Como lo
señala Juan Carlos Tedesco, la idea de superar lo que se consideraba un décit
crónico de civilización en el imaginario criollo de comienzos de la República
continuó siendo el acicate de las reformas educativas emprendidas en Améri-
ca Latina hasta el siglo XX, y talvez hasta la actualidad. Es decir, que la deci-
monónica dicotomía civilización-barbarie habría tenido todavía plena vigen-
cia en los treinta y cuarenta del siglo XX, contradiciendo el supuesto espíritu
progresista y moderno que en teoría animó a los intelectuales pedagogos, y
que supuestamente los diferenciaba de los sectores conservadores.
Lo mencionado plantea interrogantes acerca del tipo de modernidad que
se ventiló en el marco de la Escuela Nueva. En primer lugar, retomando lo
planteado en el libro, dicho modelo creó un sentido de modernidad sobre la
base de descalicar lo que se acuñó como “educación tradicional”, una in-
vención que justicaba el papel fundante que se atribuyó el movimiento. De
otro lado, cabe profundizar una diferenciación que la obra olvida destacar.
A diferencia del modelo anterior “herbartiano y pestalozziano”, que inten-
tó crear ciudadanía a través de un proyecto de educación popular dirigido
a formar un sujeto practicante de virtudes cívicas y autónomo en clave de
liberalismo clásico, la Escuela Nueva en Ecuador se propuso producir o fa-
bricar un sujeto “vitalmente perfecto”, cuya condición ciudadana no era una
demanda urgente. Este sujeto fue supeditado y clasicado en el marco del
amplio sistema de supervisión, intervención, vigilancia, moldeamiento de
políticas educativas fuertemente centralizadas, que caracterizaron la etapa
posjuliana. En este sentido me parece cuestionable la cualidad de “heroici-
dad” que la obra atribuye a los intelectuales escolanovistas.
Es decir, tomado en consideración los discursos analizados, como por
ejemplo el de un destacado exponente de la nueva tendencia, César Mora, el
nuevo sujeto debía responder literalmente a los imperativos del positivismo.
La ciudadanía vendría como corolario después. En este intento por formar un
ciudadano funcional al nuevo sistema, sin voluntad, apolítico, encontramos
que la modernidad educativa de la Escuela Nueva presentaba rasgos retró-
dagos respecto de su predecesor, el proyecto educativo liberal alfarista, al que
se pretendió enterrar y superar. Mora expresamente, tal como se constata en
la obra, descalicó el liberalismo que defendía el ideal de un individuo autó-
nomo como un objetivo de la educación y se pronunció abiertamente a favor
de que el positivismo higienista cienticista fuera el marco de formación del
“niño”. En mayor o menor grado, todos ellos creyeron que la ciudadanía, a la
cual le otorgaron un papel secundario, surgiría por generación espontánea.
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