Procesos 50, julio-diciembre 2019212
intelectuales socialistas, sostuvieron que el laicismo ya no era suciente re-
curso para liberar al hombre, la escuela debía encaminar sus esfuerzos a la
formación de una nueva humanidad evolucionada, regenerada, productiva
y activa (p. 273). Estas miradas sobre la escuela no se sustentaron solamente
en la aplicación de nuevos saberes pedagógicos sino de la compleja conjun-
ción de muchos factores, entre los que la autora destaca: las percepciones
negativas de los intelectuales, del Estado y las élites sobre la “raza ecuatoria-
na”; los procesos de modernización que experimentaba el país; y el interés
estatal por gestionar una población productiva que sirviera a los intereses
económicos de las élites y del Estado. Los niños, “los olvidados por la histo-
riografía ecuatoriana” (p. 274), fueron también dotados de un nuevo sentido,
superándose la concepción del niño como adulto en miniatura, para mirarle
como un ser dotado de su propia individualidad.
En esta nueva función civilizadora y modernizadora asignada a la es-
cuela, médicos, psicólogos e higienistas le adscribieron también una serie
de programas que rebasaron las responsabilidades especícas asumidas tra-
dicionalmente por la institución escolar. Un descubrimiento signicativo es
la agencia entregada por el Estado a los maestros en el campo de lo social a
partir de 1925, que se mantuvo durante los años treinta. Esta agencia contu-
vo los desbordes de la movilización social, otorgó legitimidad y credibilidad
a las políticas ociales y obtuvo información sobre los pobres, por lo cual ese
disciplinado maestro fue un actor importante en la aplicación de las políticas
sanitarias e higienistas para el mejoramiento de la raza.
En el marco de las políticas educativas del Estado laico, y rechazando
la visión conservadora del maestro dotado por naturaleza para el arte de
educar, este trabajador intelectual debió ser formado como profesional de
la enseñanza en los institutos normales y en la universidad. Desde la pers-
pectiva de Foucault, la investigación contribuye a caracterizar al maestro
como un “intelectual especíco”, identicado con un quehacer especializado
y fragmentado, y que actúa como “juez de normalidad”. En esta dirección, se
pregunta si dicho intelectual sirvió para promover “regímenes de verdad” o
fue capaz de “trastocar el imaginario dominante “y gestionar una “subver-
sión cognitiva” o liberadora. Es evidente, y de ello da cuenta el mismo texto,
que un sector del magisterio, vinculado al Partido Socialista y a la izquierda,
asumió ese papel. La derecha, católica y liberal, expresó una enorme preo-
cupación por la actuación de estos maestros subversivos, tomando medidas
para eliminarla.
Bajo la inuencia de los pedagogos politizados o partidizados por el so-
cialismo, estos nuevos maestros se organizaron y demandaron al Estado rei-
vindicaciones sociales y económicas acompañando a las movilizaciones de
otros sectores populares, lo que llevó al maestro pedagogo a identicarse no
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