Permanencias y transformaciones en la plaza
de San Francisco de Quito
Permanenceandmutationsoftheplaza
SanFranciscoinQuito
Permanênciasetransformaçõesnapraça
deSanFranciscodeQuito
Inés del Pino
PonticiaUniversidadCatólicadelEcuador(PUCE)
DOI: http://dx.doi.org/10.29078/rp.v0i50.785
Entre los años 2012 y 2016 la plaza de San Francisco de Quito fue objeto de
discusión al dar a conocer el paso del metro por el centro histórico de Quito
y la decisión de la municipalidad de construir una estación bajo la plaza.
Durante los trabajos, el hallazgo de cavidades en el subsuelo de la plaza
levantó posiciones encontradas sobre el valor cultural y simbólico de este
espacio. En el año 2019 la estación se alista para entrar en funcionamiento,
con esto no termina la expectativa sobre su valor patrimonial e interpretación
de los hallazgos arqueológicos.
Con el n de aportar a la valoración de la plaza, la autora plantea aspectos
que subyacen en la memoria y la historia de este espacio desde la noción de
“lugar”; en este sentido, el artículo “Permanencias y transformaciones de la
plaza de San Francisco de Quito” levanta las capas de la ciudad construida
para argumentar, desde el pasado al presente, sobre la importancia del
mismo en un contexto geográco más amplio: la hoya del río Guayllabamba
y la meseta de Quito, la relación de la población de este espacio con la de
otras regiones en la larga duración, es decir, desde tiempo prehispánico.
La ocupación permanente de este territorio representa un reconocimiento
transgeneracional de los atributos de este espacio que constituyen un
“lugar”, es decir, espacios físicos con contenidos sociales, “como reejo de la
producción histórica de la realidad”, según Milton Santos. En el caso de Quito,
Procesos:revistaecuatorianadehistoria, n.º 50 (julio-diciembre 2019), 188-192. ISSN: 1390-0099; e-ISSN: 2588-0780
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una de las permanencias ha sido el reconocimiento social de la meseta como
lugar singular por los signicados asociados a hechos históricos, y montañas
mayores y menores que conforman piezas de una geografía sagrada para
la vida de las sociedades asentadas en este territorio, que conformaron un
sistema de intercambio interregional localizado en puntos estratégicos de la
hoya del río Guayllabamba, que es el contenedor geográco de Quito.
En un salto temporal, el recuento de las transformaciones experimentadas
en esta plaza sucedieron en el siglo XX, esto permite identicar que el espacio
abierto que hoy conocemos no es el mercado prehispánico sino una huella
del mismo. Al iniciar el siglo XX se convirtió por corto tiempo en parque,
luego plaza conmemorativa, y nalmente plaza patrimonial. El siglo XXI
inaugura esta plaza como estación de transporte masivo, no obstante, es un
espacio que se identica con un imaginario colectivo que asume uno o varios
signicados e interpretaciones de este lugar.
Aunque fuera obvio, la pregunta en torno a la cual gira el artículo
responde a la pregunta de por qué es importante la plaza, cuáles son los
aspectos de signicación colectiva en la larga duración. Para responder a
esta pregunta propone la identicación y valoración de la plaza como parte
de un espacio físico y geográco, que estuvo fuertemente relacionado con las
sociedades prehispánicas, con el origen de la ciudad española de Quito y con
el carácter patrimonial del centro histórico.
Los argumentos que permiten identicar el valor cultural de la plaza
se sustenta en estudios realizados sobre este espacio: Frank Salomon y
Galo Ramón sostienen la presencia de un mercado interregional de gran
importancia en tiempo preinca. El padre Juan de Velasco sostiene la existencia
de una ciudad inca, con palacios, templos y una población importante,
argumento que fue difundido mediante la educación básica hasta el siglo XX
y permanece en el imaginario colectivo. Luis Marín de Terán e Inés del Pino
desarrollaron una hipótesis sobre el Quito prehispánico a partir de estudios
etnohistóricos, la cartografía e informes arqueológicos en la hoya del río
Guayllabamba y la meseta de Quito, anterior a la construcción del metro,
que desmienten la existencia de una ciudad prehispánica, sin embargo,
identican la presencia del espacio del mercado en ciclos de tiempo; este
encuentro humano debió ser un acontecimiento colectivo. El proyecto de
una ciudad inca como segunda capital del imperio, no logró su construcción
por la llegada de los conquistadores españoles y la fundación de la ciudad
de Quito.
Por otra parte, Martin Minchon sostiene que la llegada de los europeos
no hizo tabla rasa de las instituciones prehispánicas sino que se produjo
la manipulación de estas para favorecer a sus intereses; en este sentido,
se mantuvo la división dual del territorio; el barrio de la nobleza inca se
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convirtió en la parroquia de San Roque, y los de mitimáes en parroquias de
San Blas y San Sebastián, es decir, la estructuración de la ciudad española no
es sino el resultado de negociaciones y acuerdos con la élite inca que dejaron
su huella en la estructuración del territorio.
La propuesta de la autora libera las capas de ocupación actual hasta
dejar la topografía y la conguración geográca de la meseta de Quito y
explica desde ese estrato la importancia de la actual plaza de San Francisco
en la estructuración del territorio, que es de origen prehispánico. En esta
base geográca no hubo traza urbana sino una franja larga y estrecha
de suelo, de 60 kilómetros de largo, y entre dos y cinco kilómetros de
ancho, ubicada en los 2.800 msnm; atravesada por quebradas. Entre las
lomas existen algunas aberturas naturales que permiten el acceso fácil a
la meseta.
En esta franja aparecen los primeros caminos que formarán las matrices
de una urdiembre que se construirá en el tiempo; dos espacios lagunares,
uno al norte y otro al sur del cerro Panecillo, analizados como “vacíos” en
el sistema de ocupación del territorio; y un espacio encerrado entre tres
colinas: el Panecillo, San Juan o Huanacaury y el Itchimbía, atravesado por
dos quebradas profundas que constituye el área del mercado.
Al mercado convergen los caminos que componen en el mapa un paisaje
de líneas, una obra que se convierte en un atributo del “lugar”, más allá de
ser un cruce de caminos; algunos tramos han desaparecido, y otros se han
ampliado y forman parte de la traza urbana de hoy: avenida 10 de Agosto,
avenida Mariscal Sucre y algunos tramos de la avenida Simón Bolívar.
Los caminos discurren entre hitos naturales e hitos construidos. Entre
líneas y puntos, estos últimos son los sitios arqueológicos encontrados en
las laderas del volcán Pichincha y las aberturas naturales a la meseta, entre
las montañas. En estos espacios estuvieron asentados varios señoríos étnicos
cuyas relaciones de intercambio con otras regiones fueron permanentes
en la larga duración. La movilidad de personas entre los diferentes nichos
ecológicos dejó su huella en caminos antiguos que representan nexos de
comunicación e intercambio; los ajuares funerarios de sitios arqueológicos
como Cotocollao, La Florida, Rumipamba, Tulipe, Nuevo Aeropuerto,
entre los más conocidos, han evidenciado la migración de objetos de otras
regiones. Según varios autores, el sistema de intercambio de la hoya del río
Guayllabamba tuvo nueve mercados; funcionaron con ferias que rotaban en
un orden determinado y a cargo de un señorío diferente, según Galo Ramón,
esta organización mantenía el equilibrio político en la hoya.
Al parecer, el tianguez, como lo denominaron los españoles luego de su
experiencia en Centroamérica; el “catu” como lo llamaron los quechuas, o
simplemente “mercado”, ocupó el área del centro histórico de Quito, lo que
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sugiere que las tres plazas son espacios residuales del mercado aborigen,
adaptados a la traza colonial. Hay que anotar que las fundaciones coloniales
solían tener una sola plaza o a lo sumo dos, Quito tiene tres.
La plaza de San Francisco fue un espacio abierto de tierra desde su origen,
el adoquín fue colocado en el siglo XX. En el siglo XVI se practicó todavía
el trueque de mercancías provenientes de otras regiones como “chaquiras”,
sal, oro y spondylus; las covachas del zócalo del atrio corresponden al siglo
XVII, de acuerdo con los estudios históricos del convento de San Francisco.
Estos productos se contraponen a los del mercado de la plaza mayor, que
ocuparon espacios cubiertos en los portales, según la tradición española.
Cabe preguntar en dónde se almacenaron los productos que se vendieron en
San Francisco para garantizar su conservación o su seguridad. Una respuesta
provisional podría ser en el subsuelo de la misma plaza.
Las mayores transformaciones corresponden al siglo XX, en que los
vendedores de San Francisco pasaron al mercado cubierto construido en la
plaza de Santa Clara, con servicios de almacenamiento en un subsuelo y
sitios de venta ordenados por secciones en la planta baja. Este mercado fue
construido por Francisco Schmidt y Gualberto Pérez. El plano de Quito de
1903 muestra el edicio sin cubierta.
Con el traslado del mercado, y para evitar la apropiación por parte
de nuevos vendedores, se instaló un jardín sobre la plaza, para lo cual se
realizaron movimientos de tierra y la nivelación del suelo con lo que hubo
modicaciones signicativas en la topografía. El parque no duró mucho
tiempo, entre 1903 y 1930. La razón para su eliminación fue por abandono
visible en el parque; una manera de rehabilitarlo fue su conversión en plaza
adoquinada con un monumento en honor a González Suárez.
En esta remodelación fue necesario el retiro de la fuente colonial que
proveyó agua a la ciudad hasta ese momento. El monumento tampoco duró
mucho tiempo; en 1970 se convirtió en una plaza de contemplación, cruce de
peatones y turistas, estancia de gente en las escalinatas y bancas.
La prospección arqueológica en la estación del metro dio a la luz una
serie de tuberías de diferente temporalidad y factura a escasa profundidad,
objetos de cerámica atribuida al período colonial, así como un conjunto
de tres cámaras o cavidades, cuyo análisis no ha profundizado sobre su
materialidad.
A manera de reexión nal, la importancia de la plaza de San Francisco se
entiende en un contexto geográco de mayor escala y en relación a diferentes
temporalidades de uso y signicación, esto permite entender que el espacio
del antiguo mercado fue más grande que el de la plaza actual, esta mantiene
su valor simbólico, pues allí se guarda o se atesora lo propio, lo local, lo
íntimo. El uso de mercado, espacio de cotidianidad, espacio político y luego
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espacio patrimonial parecía seguir una misma línea en cuanto a guardar la
memoria de la ciudad, mientras que al iniciar el XXI se observa un cambio
en su signicación: de nodo de vitalidad urbana a línea de ujo que articula
una parte de la meseta.
En este contexto surgen posiciones encontradas sobre el rol de la
plaza a futuro, por lo general de incertidumbre antes que de certezas por
no disponer de una explicación convincente sobre las nuevas funciones y
la interpretación de los hallazgos arqueológicos, el impacto que producirá
en el entorno inmediato y en la relación con la estación de La Marín. Los
signicados que se construirán en torno a un nuevo ciclo de vida de la plaza
de San Francisco.
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