La invención de Humboldt*
The invention of Humboldt
A invenção do Humboldt
Michael Zeuske
Universidad de Colonia
Colonia, Alemania
ORCID: 0000-0002-2502-7563
¿Cómo entender que una amateur, en este caso una diseñadora, se tome
el personaje de Alexander von Humboldt y nos entregue una imagen des-
garrada del científico europeo, cosmopolita y viajero? En este caso, nos en-
contramos ante una hagiografía, escrita para el público anglosajón y que
trata, una vez más, sobre Alexander von Humboldt; y que también incluye
otras hagiografías sobre Goethe, Jefferson, Bolívar, Darwin, Henry David
Thoreau, George Perkins Marsh, Ernst Haeckel y John Muir. Sobre los con-
temporáneos franceses apenas se dice algo; a los españoles, en cambio, no
se los menciona. Tampoco se insertan ejemplos de la América española, lo
que llama la atención, puesto que este fue el principal campo de interés de
Humboldt y su “permanente” punto de referencia.
¿Acaso tenemos tal carencia de modelos a seguir que el público se mues-
tra siempre tan dispuesto a consumir este tipo de panfletos hiperbólicos?
La literatura humboldtiana involucra tres grandes esferas histórico-do-
cumentales. Primeramente, está la que corresponde al tiempo de su vida:
1765-1865. Esta se encuentra documentada en textos de diverso formato: dia-
rios, cartas, escritos sobre Humboldt, así como testimonios personales del
propio científico, y de personas que tuvieron contacto con él. En un sentido
amplio, esta esfera se ha construido a partir de documentos e informaciones
sobre los lugares recorridos por Humboldt. En segundo lugar, está la esfera
de los textos oficiales producidos a lo largo de su vida (es decir, sus escritos).
* Traducción del alemán: Galaxis Borja González.
Procesos. Revista Ecuatoriana de Historia, n.º 51 (enero-junio 2020), 205-211. ISSN: 1390-0099; e-ISSN: 2588-0780
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Por último, se encuentran aquellos documentos, libros y demás registros que
nos acercan al ámbito de la recepción, y que pueden, a su vez, dividirse entre
aquellos que circularon y fueron leídos por los contemporáneos del natura-
lista, y aquellos posteriores a su muerte, y que son objeto de atención hasta
el día de hoy. La “metabiografía” escrita por Nicolaas Rupke en 2005 aborda
estas tres esferas, sobre todo aquella que tiene que ver con la invención de
Humboldt, incluso durante el nazismo, entre 1933-1945.
Quien hoy decida trabajar sobre Humboldt optaría por la tercera esfe-
ra. En el transcurso de los 230 años de publicaciones sobre este individuo se
ha acumulado una gran cantidad de textos pertenecientes a esta dimensión,
que han contribuido, a su vez, a la construcción del mito y la invención del
personaje. Por lo dicho, se requiere aportar con investigaciones serias, inscri-
tas en las dos primeras esferas. Solo así será posible decir algo nuevo sobre
Humboldt. Lo otro sería crear mitos con nombre propio y colocarlos en la
plataforma “Humboldt”, con la finalidad de ganar dinero. Eso se puede ha-
cer, pero no debería ser denominado ciencia, sino invención (acompañada,
a su vez, por una narrativa de buena o mala calidad). Precisamente, por la
grandiosidad de su obra (que pertenece a la segunda esfera) y la abundancia
de textos, interpretaciones, nombres y discursos (concernientes a la tercera),
es que la figura de Humboldt es tan ampliamente conocida en Alemania, Eu-
ropa y América Latina; y aquel que quiera operar en la tercera dimensión y
agregar algo a la manida invención de Humboldt, bien puede valerse de su
fama. Así lo han hecho Daniel Kehlmann y Andrea Wulf, la autora alemana
“globalizada” (con perdón) y residente en Londres, quien se ha valido del
contexto de los 250 años del nacimiento del naturalista para escribir su libro.
Textos de este estilo empiezan casi siempre con un Humboldt inventado, o
con la fórmula de un personaje inexplorado, y construyen una interpretación
a partir de los conocimientos rudimentarios que tienen de los textos oficiales
sin ningún conocimiento de la primera esfera y en función de los intereses
mediáticos y de edificación de los mitos. Desde una perspectiva científica,
estos textos constituyen un fraude. Sobre el libro de Kehlmann, ya Ottmar
Ette ha dicho lo más importante (“ya antes de él existían malas novelas sobre
Humboldt”). En lo que a mí respecta, me interesa el libro de Andrea Wulf
titulado Humboldt y la invención de la naturaleza. Más apropiadamente, el libro
debería llamarse “Andrea Wulf y la última invención de Humboldt”. Aun así,
el libro ha sido objeto, si lo he contabilizado bien, de casi cerca de 20 premios
de renombre internacional. No hay duda de que los hiperbólicos expertos del
marketing editorial (la editorial Bertelsmann), así como la autora han logrado
algo espectacular. No obstante, los numerosos premios han hecho que ella
aparezca, cada vez más, como “una experta científica” sobre Humboldt (y
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ojo, lo señalo entre comillas, porque no lo es en realidad, sino se trata de un
rol que se le ha adjudicado), sobre todo en el espacio mediático, e incluso en
una tira cómica en la que el personaje habla con Wulf y Bolívar.
Debería empezar con la afirmación de que absolutamente todo lo que
Humboldt en su momento dijo o escribió, es decir, aquellos documentos co-
rrespondientes a la primera y segunda esfera, tienen que ver con su viaje
científico por los territorios del Imperio español en América, entre 1799 y
1804. Este imperio, como se sabe, comprendía las dos Américas: desde la
Tierra del Fuego hasta Alaska (hacia la costa del Pacífico), así como gran
parte de la costa atlántica (región contigua al otro imperio ibérico: Portu-
gal), con excepción de algunas pequeñas colonias en el norte de Sudamérica
(Guayanas), de América central (Belice y parte de la costa caribe) y las islas
del Caribe. Las pequeñas franjas costeras del Atlántico norte, que desde 1783
fueron denominadas Estados Unidos de América, habían sido recientemente
adquiridas por Luisiana, como parte de los intereses coloniales franceses en
la zona de influencia del Misisipi. Y Florida, que en ese entonces todavía
llegaba hasta la afluencia del río, se encontraba bajo el control español. Este
viaje americano fue el principal campo de investigación de Humboldt y su
permanente espacio de referencia. Además, forma parte de las invenciones
de Andrea Wulf.
Al parecer, todo empezó cuando la autora recorrió las rutas de Hum-
boldt, sin hablar una sola palabra de español. Ella ha crecido en dos burbu-
jas: la mediática y la científica anglo-americana, que hoy domina la academia
global. A partir de estas dos burbujas, elaboró su invención de Humboldt.
No lo hace a partir del conocimiento del estado de la ciencia francesa de ese
momento, como tampoco de la española o americana. Menos aún le interesa
la denominada ciencia criolla, dominante en la región, y que circunscribía a
los científicos e intelectuales de los territorios del Imperio español que fue-
ron visitados por Humboldt (en Nueva España, Nueva Granada, Venezue-
la, Reino de Quito, Perú, y Cuba). Jorge Cañizares-Esguerra, desde Quito o
Austin, no se cansa de enfatizar sobre los aportes producidos en el marco de
las ciencias criollas e ibéricas, y a partir de las cuales el naturalista construyó
la suya. Para la España imperial deberían, además, tomarse en cuenta cien-
tos de expediciones, todas ellas sin la presencia del prusiano.
La burbuja mediática, que como lo demuestran los premios obtenidos ha
realizado un exitoso trabajo, fue la que dispuso la selección de hagiografías
de importantes individuos blancos que acompañan a la invención de Hum-
boldt. Entre ellas consta la de Goethe, quien no puede faltar en ningún mito
humboldtiano (a pesar de que Schiller habría calzado mejor); así también
está Darwin (el único con derecho de estar ahí); Ernst Haeckel por ser el
inventor del concepto de ecología; Jefferson, quien representa a los EE. UU.,
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además de Henry David Thoreau, George Perkins y John Muir; todos ellos
con importantes trayectorias y admirados por mí, pero que no representaron
nada en la obra del naturalista. En cuanto a Bolívar, quien simboliza la Amé-
rica española y la “revolución”, el capítulo que le dedica es una excepción y
sobre él volveré más adelante.
El resultado de la invención de Humboldt, elaborada por Andrea Wulf
desde sus dos burbujas, es que el científico aparece como el “primer” defen-
sor de derechos humanos, el “primer ecologista” y el primer “defensor del
clima”. Lo malo de esto es que nada fue verdadero (si se toma en serio las
evidencias documentales de la primera esfera). Al Humboldt real le preocu-
paban la esclavitud, el colonialismo, la destrucción del paisaje y las influen-
cias del clima. Era, además, bastante oportunista al hacer uso de su posición
privilegiada frente a las autoridades coloniales, la esclavitud y los dueños
de esclavos, quienes en no pocos casos fueron sus anfitriones, le atendieron
durante sus viajes, y de cuyas redes sacó provechó; en el caso cubano, se
trataba incluso de los propietarios de esclavos más grandes de la época. Para
Humboldt, problemas como el de los canales de riego construidos “correc-
tamente”, los cambios de flujo de los ríos y la sequía de pantanos eran inno-
vaciones necesarias para el “progreso”, así como el uso de la madera como
recurso para el desarrollo de la industria, obras todas ellas construidas con
mano de obra esclava.
En segundo lugar, la estructura del libro de Andrea Wulf, y de manera
especial el lugar que le asigna al viaje americano de Humboldt (1799-1804),
son consecuencia de las dos burbujas en las que la autora opera, sobre todo
la esfera dominante de la academia anglosajona y de la ciencia norteameri-
cana. El resultado es una interpretación insostenible de los hechos históricos.
Así, por ejemplo, al referir a la relación entre Jefferson y Humboldt en el
capítulo americano, se magnifican las cinco semanas que duró su estadía
en los EE. UU. Contrariamente, ese viaje fue importante para Humboldt por
tres razones: su ego fue acariciado por el hecho de que fuera recibido por el
presidente del país; el naturalista quería saber qué sucedía en este país peri-
férico; y, finalmente lo más importante, según lo ha demostrado Rebok en su
excelente libro sobre Humboldt y Jefferson, el prusiano quería ser invitado
a futuras expediciones y expansiones en EE. UU. En lo tocante a How the Est
Was Won, esto por suerte no funcionó. En las tres obras mayoritariamente
mencionadas (Ensayo sobre Nueva España; Ensayo sobre Cuba y la Relación his-
tórica sobre el viaje por Venezuela y Cuba hasta la llegada a Nueva Granada, 1799-
1801), se puede observar que México (Nueva España) y Cuba apenas sí están
presentes; mientras que Perú solo se menciona en una frase (por el contrario,
existen diarios de Humboldt, pertenecientes a la primera esfera, donde estas
regiones son elementos centrales de la narrativa). La proporción entre las
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regiones visitadas por el prusiano resulta peligrosa, porque se asemeja a un
fraude, consecuencia de la inflación de ciertos aspectos debida a los intereses
de la esfera (como no podía ser de otro modo) en la que se encuentra ence-
rrada Andrea Wulf. Por el contrario, Londres, importante lugar de la burbuja
anglo-americana, ha sido merecedor de dos subcapítulos. Mientras que Ma-
drid (el centro imperial con la mayor cantidad de expediciones científicas
durante el tardío siglo XVIII), México (centro científico de la América espa-
ñola y donde Humboldt permaneció mucho tiempo) o La Habana (donde,
además de ser testigo directo, tuvo acceso a importante información sobre el
comercio con esclavos y la esclavitud por parte de sus anfitriones) habrían
sido mucho más importantes. De hecho, Londres fue para Humboldt un mal
lugar. Esta falsificación en los significados de los lugares por el personaje se
explica seguramente porque Andrea Wulf reside en Londres. Nada, sin em-
bargo, tiene que ver con un manejo riguroso de los hechos históricos.
Con respecto a Simón Bolívar, bajo la intención de colocarlo a la misma
altura que los míticos “hombres de la libertad” norteamericanos, el caraque-
ño aparece simbolizando a la América española, la libertad y la revolución.
Nada más erróneo. Si Andrea Wulf al menos hubiese ojeado los diarios de
Humboldt (pertenecientes a la primera dimensión), y si solo hubiera leído
uno de los artículos o las publicaciones científicas en español sobre la his-
toria de Venezuela (algunas pocas existen también en alemán), sabría que
el naturalista juzgaba y condenaba en bloque, y sin condiciones de ningún
tipo, al grupo social al que pertenecía Bolívar. Se trataba de la aristocracia
criolla. Eran ellos los propietarios de esclavos, los que se disputaban para el
trabajo en sus propiedades a las personas secuestradas desde África. Según
Humboldt, esta élite criolla aspiraba a una “república blanca” con esclavos,
es decir, a reforzar el estatus de esclavitud y el racismo. Querían también
inducir una guerra contra los españoles y la burocracia imperial, para luego
saltarse al cuello unas a otras. Todo esto se encuentra en los diarios de viaje
de Humboldt. Y en la realidad no ocurrió de otra manera: lo primero que hi-
cieron las élites de Caracas, a las cuales precisamente pertenecía Bolívar, fue
provocar una guerra contra los demás grupos criollos de la ciudad, y luego
de eso, combatir a los españoles. Todo esto con esclavos y esclavitud. Todo
esto (según los relatos oficiales de la historiografía venezolana) en los años
que correspondieron a las dos primeras repúblicas “blancas” venezolanas
(1811-1812; 1813-1815). El naturalista era enemigo de este tipo de revolución
militar, sospechaba incluso de la sola idea de la revolución como un medio
de la política. La primera carta que Humboldt, en calidad de consejero (pero
también porque era un oportunista), dirigió a Bolívar ocasionó que este úl-
timo emitiera un vacilante decreto de abolición, luego del triunfo de la Gran
Colombia (a partir de 1821). Todo lo demás es una invención. Una extraordi-
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naria falsificación (que recorre el libro de Wulf) es la idea de que Humboldt
despertó en Bolívar la idea de la lucha libertaria (algo que ni siquiera en una
tira cómica podría afirmarse). El capítulo sobre Bolívar es un fraude y se sos-
tiene en la manipulación de citas literarias (por mi parte, ya en 2011 escribí
un libro sobre Simón Bolívar y el mito). Esto sucede cuando los expertos del
marketing pretenden vender a Humboldt como un político revolucionario.
La conclusión a la que arriba Wulf de manera reiterativa es que para
“Humboldt, colonialismo y esclavitud eran, en el fondo, la misma cosa”.
Pues no lo eran. El prusiano se benefició de las estructuras coloniales y la
esclavitud (incluso de la fortuna de los comerciantes de esclavos en La Ha-
bana). Para Humboldt, las élites españolas coloniales no eran los peores pro-
pietarios de esclavos, sino más bien personas como Bolívar, pertenecientes
a las élites locales. Él, de ninguna manera, fue un “defensor de derechos
humanos”, al menos no en la connotación actual. De haberlo sido, debió
haberse ahorcado en Cumaná, que fue su primera estación en la América
española, o escoger declararse en huelga de hambre. Por el contrario, se dejó
servir por esclavos y esclavas en los hogares de las élites de las ciudades que
visitaba, y dejó que su estancia en La Habana fuera financiada por el más
exitoso propietario de esclavos. Si bien criticó la esclavitud, en ningún mo-
mento reconoció a los esclavizados como actores sociales. Frecuentemente
denominó a los afroamericanos como pöbel (del francés peuple, pero que en
alemán, al contrario del francés, significa un término despectivo). Todo esto
forma parte de las ambigüedades y oportunismos del verdadero Humboldt.
En cuanto al “colonialismo”, no es suficiente decir que el prusiano no fue,
con seguridad, un “enconado opositor”, aun cuando sí se manifestó de ma-
nera crítica ante algunas de sus repercusiones. De hecho, en 1799, mientras
esperaba en España el salvoconducto de manos del ministro liberal Urquijo
para continuar con el viaje por América, Humboldt estaba convencido de
que los liberales españoles, partidarios del “progreso” y la ciencia, se impon-
drían finalmente en el Imperio español. Un territorio tan grande, con un solo
idioma y una sola cultura, representaba más bien una ventaja para sus pro-
pósitos. Y él se oponía, tal como se mostró líneas más arriba con el ejemplo
de Bolívar, a cualquier intento de las élites locales de crear, con los medios
de la guerra y la revolución, una “república blanca” (a imagen de los Esta-
dos Unidos). Todo esto se encuentra en los diarios de Humboldt. Pero sus
inventores, como Andrea Wulf y los expertos del marketing (que actúan más
allá del mundo de los libros), no se cansan de amplificar las burbujas. Bolívar
no terminó con la esclavitud, como lo deja suponer el lema del registro. Es
cierto que el decreto de 1816 disponía el enrolamiento de los esclavizados en
su ejército venezolano (no obstante, mientras los propietarios se mostraban
“fascinados”, la mayoría de esclavizados no querían servir de carne de ca-
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ñón). Así mismo, convirtió a hombres jóvenes que eran parte de su escuadra
de esclavos (y que llevaban el apellido Bolívar) en oficiales y guardaespal-
das. Empero, no hizo nada contra la recomposición de la esclavitud luego de
la creación de la Gran Colombia, la cual se mantuvo vigente hasta mediados
del siglo XIX en las repúblicas que nacieron de su desmembramiento.
El libro de Andrea Wulf reitera los mismos errores: Cumaná era, cierta-
mente, un célebre nido de contrabandistas, también de traficantes de per-
sonas, pero sobre la existencia de “un mercado de esclavos frente a la casa
alquilada por Humboldt en la plaza del mercado de Cumaná”, no se dice
nada en los textos (diarios, cartas) del científico (aquellos que son parte de
la primera esfera). Sabemos, por otra parte, que la producción textual de
Humboldt, en la medida en que avanzaban los años y crecía su fama, se pre-
sentaba cada vez más dramática; existe una mutación entre las primeras ano-
taciones en los diarios de viaje o cartas y los textos publicados (pero también
dentro de los mismos), fenómeno que en el análisis literario se denomina
“escritura intermitente” (Johannes Görbert).
En lo que respecta a Cumaná, como también a todo el viaje americano,
habría sido más relevante abordar las realidades de Humboldt y los esclavi-
zados durante la cotidianidad de la travesía. Así, por ejemplo, en una carta
del 16 de julio de 1799, Humboldt escribía desde Cumaná a su hermano
Guillermo: “Hemos alquilado una nueva amigable casa, junto a dos negras,
una de las cuales cocina”. Esta práctica se denominaba esclavos alquilados:
se alquilaba una casa con esclavos incluidos, encargados del servicio.
Por mi parte, suscribo todas las afirmaciones de Andrea Wulf expuestas
en el epílogo: sobre la necesidad de estrategias de protección de la naturale-
za y del clima, la influencia del campo de la política, la economía neoliberal
y la ideología. Pero todo esto poco tiene que ver con el Humboldt real, sino
más bien con una hiperbólica estrategia de marketing que define un tipo de
estructura narrativa, selecciona y sobredimensiona los lugares de referencia,
naturaliza a los hombres blancos como héroes y, sobre todo, por la reitera-
ción de tantos errores como principio de construcción.
Algo de positivo tiene el libro: está bien escrito. Esto, sin embargo, no
basta.
La Habana, París y Leipzig
julio-septiembre de 2019