Las esculturas de la ciudad. Un programa
de memoria nacional en Bogotá, 1880-1910
The City’s Sculptures: A National Memory
program in Bogotá, 1880-1910
As esculturas da cidade. Um programa
de memória nacional em Bogotá, 1880-1910
Germán Rodrigo Mejía Pavony
Pontificia Universidad Javeriana
Bogotá, Colombia
gmejia@javeriana.edu.co
ORCID: 0000-0003-0935-713X
Fecha de presentación: 31 de octubre de 2018
Fecha de aceptación: 9 de marzo de 2019
Artículo de investigación
Procesos. Revista Ecuatoriana de Historia, n.º 51 (enero-junio 2020), 137-173. ISSN: 1390-0099; e-ISSN: 2588-0780
RESUMEN
El artículo estudia la instauración de los marcos de la memoria
nacional en Bogotá a fines del siglo XIX y principios del XX.
Aunque en el Cementerio de la Ciudad ya se desarrollaba un
programa de esculturas estatal, fue hasta 1870 que tomó forma
la acción deliberada de convertir el espacio público en un texto de
“historia patria”, esto incluyó nomenclatura de calles, cambio de
nombres coloniales de plazas, aparición de “jardines de la república”
y ubicación de esculturas en diversos lugares. Mientras la ciudad
se convertía en centro político de la nación, el espacio urbano
se transfiguró en soporte de la memoria colectiva.
Palabras clave: historia latinoamericana, historia urbana,
historia de Colombia, Bogotá, memoria pública,
modernización, historia patria, esculturas.
ABSTRACT
The article examines how frameworks for national memory were
installed in Bogotá between the end of the nineteenth century and the
early twentieth century. Although there was already a state-run
program of sculptures being implemented in the Cementerio de la
Ciudad (municipal cemetery), up to 1870 there was a deliberate
action to transform public spaces into a script of the “country’s
history,” including the naming of streets, changing the colonial names
of public squares, the emergence of “gardens of the republic,” and the
placement of statues in various locations. While the city was
becoming a political hub for the nation, urban spaces were being
remodeled to support its collective memory.
Keywords: Latin American history, urban history, history
of Colombia, Bogotá, public memory,
modernization, history of the nation, sculptures.
RESUMO
Este artigo estuda o estabelecimento dos marcos da memória
nacional em Bogotá entre finais do século XIX e princípios do século
XX. Embora um programa de esculturas controlado pelo Estado já
estivesse em andamento no Cemitério da Cidade, foi por volta de
1870 que a ação deliberada de converter o espaço público em um
texto de “história pátria” tomou forma, o que incluiu nomenclaturas
de ruas, mudanças dos nomes coloniais das praças, surgimento de
“jardins da república” e instalação de esculturas em diversos
lugares. Ao mesmo tempo que a cidade se convertia em centro
político da nação, o espaço urbano se transfigurava
em suporte da memória coletiva.
Palavras chave: História latino-americana, história urbana, história
da Colômbia, Bogotá, memória pública, modernização,
história pátria, esculturas.
El 20 de julio de 1810 es para los colombianos la referencia a un evento
que es fundamento de identidad nacional y, por ello, se realiza reiterada y
ritualmente. Sin embargo, los hechos a que alude dicha fecha fueron suce-
sos eminentemente bogotanos. Por ello, el recuerdo de lo sucedido en 1810,
antes de ser extendido a toda la nación tarde en el siglo XIX, fue motivo de
celebración en la ciudad, al punto que ese día el alcalde daba cuenta pública
de su actuación ante el cabildo de la ciudad. Ahora bien, Bogotá, a su vez,
encuentra en el recuerdo de su fundación otra serie de eventos que forman
parte de su memoria como comunidad política. Pero, y esto es lo impor-
tante, al presentarse esta dicotomía entre ciudad (a nivel local) y capital (a
nivel nacional) se postula que Bogotá no construyó grandes monumentos
que mantuvieran su memoria local, sino que volcó sus esfuerzos en construir
y conservar la memoria nacional. Al privilegiar esta perspectiva, aquellos
que controlaron los recuerdos de la colectividad consolidaron su memoria en
clave de futuro, pues siempre se celebró la independencia como condición
del progreso nacional. Por ello, cabe preguntarnos ¿qué sucede socialmente
cuando la memoria está construida en clave de progreso? Mientras que este
evento se posesiona de esta manera en la memoria colectiva, el 6 de agosto y
Gonzalo Jiménez de Quesada no producen la misma memoria, conmemora-
ción ni reiteración. Así pues, la identidad de la ciudad de Bogotá no se cons-
truye desde lo local o particular, que queda circunscrito apenas al recuerdo
del fundador de la ciudad y la celebración de la primera misa, sino que se
representa desde la historia nacional y en perspectiva de futuro.
LA CIUDAD COMO MNEMOTECNIA
El 20 de julio de 1846 se inauguró en la plaza mayor de la ciudad una
estatua de Simón Bolívar.1 Esta reemplazó la añeja pila colocada allí desde el
lejano siglo XVI, la que se amplió dos siglos más tarde, además de adornarse
con una figura de San Juan Bautista. Esta imagen, sin embargo, apenas fue
un adorno al que los santafereños no tomaron en serio,2 al punto que se refe-
1. Carlos Martínez Silva, “Las plazas coloniales de Bogotá”. En Bogotá. Estructura y
principales servicios públicos, ed. por Cámara de Comercio de Bogotá (Bogotá: Litografía
Arco, 1978), 189.
2. Santafé es el nombre con el que se fundó la ciudad en 1539, al que se añadió Bogotá
(palabra de origen muisca) para diferenciarla de otras Santafé existentes en España o en
América. En 1819, como consecuencia de la derrota de las tropas españolas en el centro del
país, se quitó deliberadamente el nombre español y se dejó el americano.
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Figura 1. Celebración del centenario de Bolívar, 25 de julio de 1883.
Fuente: Papel Periódico Ilustrado, n.° 50, año 3, 20 de agosto de 1883: 25.
rían a ella como “el mono de la pila”.3 La estatua de Bolívar es, entonces, el
primer monumento en espacio público que tuvo Bogotá.
Esta estatua fue erigida en la que desde 1821 había cambiado su nombre
de plaza Mayor por plaza de la Constitución, denominación que no fue muy
popular y duró poco, pues perdió esta designación como efecto de lo dictado
por un acuerdo de la municipalidad del 20 de julio de 1847, sin duda conse-
cuencia de la presencia de la escultura de Bolívar.4 Ella se convirtió en referen-
cia obligatoria en toda descripción de la ciudad, pues no solo por la calidad
de su factura, su prestigio aumentó al mismo ritmo que Simón Bolívar se
transformaba de hombre en héroe y de militar en padre de la patria. Por esta
razón, la descripción de la estatua, muchas veces con inclusión de un grabado
3. Germán Rodrigo Mejía Pavony, Los años del cambio. Historia urbana de Bogotá 1820-
1910, 2.ª ed. (Bogotá: Centro Editorial Javeriano, 2000), 175.
4. El acuerdo del 20 de julio de 1847 no menciona la plaza de la Constitución, pues
afirma que es la plaza Mayor la que cambia su nombre por plaza de Bolívar. Sobre el cam-
bio de nombre de Mayor a plaza de la Constitución y, luego, a plaza de Bolívar, no existe
unanimidad en el modo y fechas en que ello ocurrió. Al respecto, véase ibíd., 201.
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Figura 2. Antigua pila de la plaza Mayor con la imagen de San Juan Bautista.
Fuente: Papel Periódico Ilustrado, n.° 28, año 2, 1 de octubre de 1882: 64.
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Figura 3. Estatua de Bolívar en la plaza de la Constitución, 1846.
Fuente: Papel Periódico Ilustrado, n.° 46-48, año 2, 24 de julio de 1883: 349.
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que reproducía la escultura y su pedestal, se hizo permanente en toda guía,
directorio, crónica de viajero y, aun, en la prensa literaria de la ciudad.
Desde 1846 hasta los años iniciales del decenio de 1880, la estatua de Bo-
lívar reinó solitaria en la plaza y, aún más interesante, tuvo que ser protegida
por una reja para evitar, en palabras del arquitecto Carlos Martínez, “posi-
bles irreverencias”.5 Por ello, se prohibió en 1861 la realización del mercado
en la plaza, costumbre arraigada en dicho lugar desde mediados del siglo
XVI y, en 1880, se decidió rodear la escultura con un jardín, transformación
que fue inaugurada el 20 de julio de 1881; así mismo, para esa fecha, se cam-
bió el pedestal sobre el que se sostenía la estatua de Bolívar y se rodeó el
nuevo jardín con una verja importada de Europa.6
La aparición de un jardín rodeando la escultura que señoreaba la ciudad
desde la plaza, transformó el modo en que se referían los habitantes de la
ciudad a dicho lugar. En efecto, el título de plaza-parque se utilizó desde
las décadas finales del siglo XIX en las guías y directorios de la ciudad, para
dar cuenta de la nueva situación: un parque inmerso en una plaza. Esto es,
el parque era el jardín con su escultura y la plaza lo que quedó del espacio
abierto que daba centro y sentido a la urbe y a sus habitantes.
Colocar una estatua a Simón Bolívar en la plaza mayor fue el inicio de un
programa deliberado de convertir la ciudad en un texto de historia patria. Lo
que importa resaltar de esta ingente actividad, sin embargo, es que no se es-
taba monumentalizando el pasado de la urbe, sino que se estaba celebrando
el futuro promisorio que al país trajo la independencia de España. Esto es, el
programa que llenó la ciudad de imágenes y referencias gloriosas relativas a
las gestas independentistas fue una acción de mnemotecnia que garantizaba
no el recuerdo de las épocas pretéritas, sino la legitimidad del futuro que se
estaba construyendo. Por ello, el programa de actividades que en este senti-
do se adelantó en la ciudad, a partir de 1846 no se realizó sobre y desde las
ruinas de la ciudad indiana7 sino, premeditadamente, enalteciendo sujetos y
lugares que inauguraron un futuro en plena construcción: el Estado-nación.
No es este el sitio para señalar todas las obras y acciones adelantadas
con este fin, pero sí es necesario indicar los elementos principales de dicho
5. Martínez Silva, “Las plazas coloniales...”, 189.
6. Ibíd., 191.
7. Entendemos por ciudad indiana aquella urbe, polis y civitas a la que se dio forma en
América como condición del poblamiento que se desenvolvió de la decisión de habitar en
forma permanente los territorios conquistados. Esta ciudad fue nueva en el sentido de que
no existía preexistencia en España o en América, razón por la cual le damos el nombre de
indiana. A propósito del concepto, véase Jacques Aprile-Gniset, La ciudad colombiana prehis-
pánica, de conquista e indiana (Bogotá: Banco Popular, 1991); Germán Rodrigo Mejía Pavony,
La ciudad de los conquistadores 1536-1604 (Bogotá: Editorial Javeriana, 2012).
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Figura 4. Plaza-parque de Bolívar.
Fuente: Papel Periódico Ilustrado, n.° 102, año 5, 15 de octubre de 1886: 88.
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programa. En primer lugar, las viejas plazas de la ciudad se adecuaron como
nuevos “espacios republicanos”: jardines con estatua, la cual le dio un nuevo
nombre al lugar. Este fue el caso de la plaza de San Francisco transformada
en el parque de Santander en 1877; la plaza de San Victorino convertida en
la plaza de Nariño hacia finales del decenio de 1870, pero su estatua solo
fue colocada en 1910, con ocasión de la conmemoración del centenario de
la Independencia; la plazuela de Las Nieves fue inicialmente dedicada al
fundador de la ciudad, Gonzalo Jiménez de Quesada, en 1884, pero en 1910
se decidió que quien debía presidirla era Francisco José de Caldas, de quien
sí se colocó un busto que le dio su nombre a la plazuela.8
Segundo, tres nuevos parques ocupan un puesto principal en el programa
mnemotécnico que venimos siguiendo: el de los Mártires (1880), el del Cente-
nario (1883) y el de la Independencia (1910). Estos tres lugares fueron nuevos
en el sentido pleno de la palabra: no existieron en la ciudad indiana. Los tres
lugares, además, no se restringieron a un jardín con escultura, sino que fueron
construidos como complejos espacios simbólicos. Por ejemplo, la referencia
a los mártires de la patria, a su sacrificio, en el parque que se construyó en el
sitio donde fueron fusilados varios patriotas durante la ocupación española
de la ciudad, entre 1816 y 1819, nos dice que esos héroes son el equivalente de
los creyentes inmolados en defensa de la fe católica durante los siglos iniciales
del cristianismo. De este modo se logró sacralizar un lugar laico en su origen
pero no en su concepción. De manera similar, como recuerdo del nacimiento
de Bolívar cien años antes, el emplazamiento en el parque del Centenario de
un templo en el que se le glorifica como héroe, en el sentido greco-romano
del término, ya no tenía el significado de la estatua de la plaza: el militar res-
petuoso de las leyes, sino el hombre que le robó a los dioses la libertad para
dársela a sus congéneres. Y el parque de la Independencia, inaugurado en
1910 para la conmemoración del centenario de la Independencia, mezcló in-
tencionalmente los pabellones de la exposición industrial, agrícola, histórica y
de bellas artes con la estatua ecuestre de Simón Bolívar o el monumento a los
héroes ignotos de la independencia, entre muchos otros. Vale la pena señalar
que estos tres parques se construyeron en las afueras de la ciudad indiana.9
En tercer lugar, en las entrañas de la ciudad decimonónica solo podía
caber la metamorfosis de lo viejo en algo nuevo. Por esta razón, la ciudad se
quedó sin ruinas: la mutación de lo viejo, por ejemplo la plaza o el claustro, en
8. Mejía Pavony, Los años del cambio..., 177-178.
9. La bibliografía existente sobre estos tres parques es amplia, pues han sido estu-
diados desde múltiples perspectivas y en muy diferentes épocas. Con relación a los mo-
numentos presentes en dichos parques, véase Alcaldía Mayor de Bogotá D. C., Bogotá un
museo a cielo abierto. Guía de esculturas y monumentos conmemorativos en el espacio público
(Bogotá: Instituto Distrital de Patrimonio y Cultural, 2008).
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Figura 5. Estatua de Santander en el parque del mismo nombre.
Fuente: Papel Periódico Ilustrado, n.° 80, año 4, 1 de diciembre de 1884: 128.
Figura 6. Plazuela de Las Nieves.
Fuente: Papel Periódico Ilustrado, n.° 57, año 3, 15 de enero de 1884: 140.
Figura 7. Francisco José
de Caldas.
Fuente: Papel Periódico Ilustrado,
n.° 24, año 1, 2 de agosto
de 1882: 38.
Figura 8. Parque del Centenario.
Fuente: Colombia Ilustrada, n.° 1, año 1, 15 de febrero de 1882: 164.
Figura 9. Monumento a los Mártires.
Fuente: Papel Periódico Ilustrado, n.°
10, 2 de abril de 1889: 24.
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algo nuevo, el parque o un edificio de oficinas públicas, causó el prodigio de
transformar ante los ojos de los habitantes el pasado en futuro. Así mismo, las
esculturas, todas nuevas, con las que se fue llenando el espacio de la ciudad,
debían garantizar el recuerdo de los sujetos fundantes del Estado-nación con
la solidez del bronce o del mármol. Estas estatuas, por lo tanto, no quedaron
circunscritas al pasado sino al mito de origen del Estado y de la nación: ese
momento maravilloso e intemporal que no puede estar en el pasado, pues,
siempre presente, actualiza en cada conmemoración la vigencia del acto crea-
dor y, por ello, controla que el futuro no atente contra su continuidad. Este fue
el caso, por ejemplo, de las estatuas a Tomás Cipriano de Mosquera (1883),
Policarpa Salavarrieta (1910), Camilo Torres y Tenorio (1910), Antonio Nariño
(1910), Francisco José de Caldas (1910) y, Hermógenes Maza (1912).10
Cuarto, se constituyeron otros lugares mnemotécnicos en la ciudad: de
una parte, la nueva toponimia de sus calles, ahora referente de héroes mili-
tares, batallas, montañas, ciudades, en fin, lugares que debían entrar a la me-
moria de los bogotanos o causar curiosidad a los forasteros.11 Y, de otra parte,
mausoleos o esculturas fastuosas en el cementerio de la ciudad, como el de-
dicado a Francisco de Paula Santander, José Ignacio de Márquez, Anselmo
Pineda, Ezequiel Rojas, Miguel Antonio Caro, Juan José Neira, Florentino
González, Aquileo Parra y tantos otros asociados como militares o políticos
u hombres de letras a la construcción del Estado y de la nación.12
Quinto, finalmente, en 1892 Ignacio Borda publicó un libro muy intere-
sante tanto por la fecha, el cuarto centenario del descubrimiento de América,
como por su contenido: los monumentos patrióticos de la ciudad, título de
la obra. ¿Cuáles fueron los elegidos? El listado es interesante: la estatua de
Bolívar, la estatua de Santander, la estatua de Mosquera, el Monumento de
los Mártires, el Monumento del Centenario, el mausoleo de Neira, el busto
de Acevedo y Gómez, el mausoleo de Castillo y Rada, la lápida a Francisco
José de Caldas, la lápida conmemorativa de la salvación del Libertador y el
mausoleo de Gonzalo Jiménez de Quesada. El autor señala, igualmente, cuá-
les monumentos habían sido ordenados realizar pero que a la fecha aún no
se había cumplido con la orden dada por el Gobierno nacional: el del general
Obando, el del coronel Patrocinio Cuellar, el monumento a Cristóbal Colón,
el de José María Córdoba, el de Pedro Alcántara Herrán, el del general An-
tonio Nariño, el traslado de la estatua de Bolívar colocada en el templete del
10. Ibíd., 35, 44-55, 70-72.
11. Con relación a los cambios de los nombres de las calles y plazas de la ciudad du-
rante el siglo XIX véase, entre otros, la todavía fundamental obra de Moisés de la Rosa,
Calles de Santafé de Bogotá (Bogotá: Imprenta Nacional, 1938).
12. Alberto Escovar y Margarita Mariño, Guía del Cementerio Central de Bogotá. Elipse
Central (Bogotá: Corporación La Candelaria, 2003).
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Figura 10. Cementerio de Bogotá.
Fuente: Papel Periódico Ilustrado, n.° 78, año 4, 2 de noviembre de 1884: 97.
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parque del Centenario al “Campo triunfal de Boyacá”, un mausoleo en el
cementerio de Bogotá en honor de Manuel Murillo Toro, una estatua a Julio
Arboleda que debía ser colocada en el cementerio de la ciudad, una estatua
ecuestre al general Sucre y un busto a Sergio Arboleda, para mencionar solo
las relacionadas con Bogotá.13
El programa mnemotécnico fue entonces considerable y, por supuesto,
no puede perderse de vista que se proyectó en la segunda mitad del siglo
XIX, en particular durante sus tres últimos decenios. Llama la atención que
en todos los casos, salvo en dos ocasiones, dicho programa se centró en hé-
roes de la independencia, primero, y militares, políticos y hombres de letras
que actuaron en los decenios posteriores, pero que con sus acciones conso-
lidaron lo que los primeros habían creado. ¿Cuáles fueron las excepciones?
En primer lugar, Gonzalo Jiménez de Quesada y, en segundo lugar, Cristóbal
Colón; además, podemos mencionar el intento de construir un monumento
al Zipa, el cual, sin embargo, nunca pasó de una propuesta que nadie tomó
en serio pero que de vez en cuando tomaba impulso de nuevo.
Cabe, entonces, una pregunta: el programa mnemotécnico que se cons-
truyó en Bogotá durante el siglo XIX se realizó para edificar la memoria re-
lativa a la construcción del Estado-nación, y en ello Bogotá fue escenario
principal en calidad de capital de dicho Estado y lugar de memoria fundante
de la nación. Pero, ¿durante esos mismos años construyó Bogotá un recuerdo
de sí misma como ciudad?
LOS LUGARES DE LA MEMORIA:
LA FUNDACIÓN REPUBLICANA
Un acuerdo de la municipalidad de Bogotá, firmado el 25 de octubre de
1866, ordenó, en su artículo 1.° que, “todos los años habrá en esta ciudad una
exhibición de productos industriales, que comenzará el 20 de julio, como
aniversario de la Independencia, y terminará el 7 de agosto, aniversario de
Boyacá”; en el artículo 8.° decretó que “el retrato de Gonzalo Jiménez de
Quesada y Rivera, será colocado siempre en lugar prominente en el local de
la exhibición”, esto porque la fecha que recuerda la fundación de la ciudad,
6 de agosto, queda entre las fechas extremas que fijó el acuerdo, razón por la
cual el Cabildo determinó en el mismo acuerdo que tanto el 20 de julio como
el 6 de agosto será día de asueto; además, en el artículo 12 dictó que,
13. Ignacio Borda, Monumentos patrióticos de Bogotá. Su historia y descripción (Bogotá:
Imprenta de la Luz, 1892).
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El retrato de Gonzalo Jiménez de Quesada, en traje de capitán general, será co-
locado en la sala de sesiones de la municipalidad, con las armas de la ciudad de
Bogotá a la derecha, y las de los Quesada a la izquierda. Al pie del retrato se le
pondrá la siguiente inscripción: “Don Gonzalo Jiménez de Quesada y Rivera, li-
cenciado de la Real Cancillería de Granada de España, mariscal y capitán general
del Nuevo Reino de Granada, regidor y FUNDADOR [sic] DE SANTAFÉ DE BO-
GOTÁ, en 6 de agosto de 1538; nació en la ciudad de Córdova [sic], en España, y
murió en la ciudad de Santa Águeda de Mariquita el lunes 16 de febrero de 1579,
Otorgó testamento cerrado el mismo día ante Andrés Sánchez. La municipalidad
de Bogotá le dedica este recuerdo en 1866.14
En el artículo siguiente, el 13, mandó al alcalde a “construir un cajón
para que se conserven dentro de él los ornamentos que están depositados en
la iglesia Catedral y que sirvieron para la celebración de la primera misa el
día de la fundación de la ciudad”;15 en el artículo siguiente, el cabildo dictó
que en el lugar de la Catedral donde estaban los restos del fundador se colo-
cara una lápida con la inscripción que mandó Jiménez de Quesada fuera co-
locada en su tumba: Expecto resurrectionem mortuorum; finalmente, el cabildo
mandó que en algún lugar de la Catedral se colocará una lápida conteniendo
el texto dictado en el artículo 12, adicionándole otro que relata el traslado de
sus restos de Mariquita a Bogotá en 1597 y su entierro en la iglesia de la Vera-
cruz, donde estuvo hasta 1846, año en que fueron trasladados a la Catedral.16
Este acuerdo del cabildo de la ciudad presenta en un único conjunto los
elementos que fueron dispuestos para que tomara forma un recuerdo común
sobre los orígenes de la ciudad, al tiempo que determinaba cómo celebrarlo.
Lo significativo, sin embargo, es que señala dos inicios: el de la ciudad espa-
ñola y el de la ciudad republicana, esto es, el 6 de agosto de 1538 y el 20 de
julio de 1810. En el calendario conmemorativo se incluyó una tercera fecha:
el 7 de agosto, por referencia al día del triunfo del ejército libertador en Boya-
cá. De esta manera, en un lapso de 17 días, cada año, se daba cuenta de todo
cuanto era importante recordar para refundar míticamente la ciudad. Cabe
aclarar, sin embargo, que la tercera fecha, el 7 de agosto, estuvo presente en
la mente de los gobernantes, pero en la memoria de los gobernados nunca
tuvo la importancia conmemorativa de los otros dos eventos, razón por la
cual pasó desapercibido en los anales de la ciudad durante todo el siglo XIX.
Así mismo, debemos indicar que tuvo más jerarquía la conmemoración del
20 de julio que la del 6 de agosto. En este sentido, es evidente que el acuerdo
de 1866 juntó las tres fechas en un solo acto conmemorativo, dando lugar
14. José María Vergara y Vergara, Almanaque de Bogotá y Guía de forasteros, 1866. Edición
facsilmilar (Cali: Carvajal y Compañía, 1988), 380.
15. Ibíd.
16. Vergara y Vergara, Almanaque de Bogotá..., 378-381.
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así a un ciclo festivo cívico, pero en realidad los habitantes y gobernantes
de Bogotá no solo diferenciaron los tres eventos entre sí, sino que dieron
primacía al 20 de julio sobre los otros dos. Esto es, el nacimiento de Bogotá
como ciudad republicana que fue hasta muy entrado el siglo XX el principal
recuerdo de los bogotanos como comunidad política.
¿Qué fue lo que sucedió? La construcción de la ciudad como capital na-
cional es el evento que da sentido a la conmemoración del 20 de julio como
fiesta de Bogotá y, luego, de Colombia. No puede olvidarse que la ciudad
existía como urbe y como sede virreinal, esto es ciudad principal, en 1810;
en cambio, Colombia solo será una atormentada creación que se comienza a
vislumbrar hacia el decenio de 1870 y, ciertamente, existente a partir de 1886.
Es por esta razón que solo hasta 1873, mediante la Ley 60 del 8 de mayo, el
Congreso de los Estados Unidos de Colombia determina que el 20 de julio
será el día de la fiesta nacional, sintetizando en este solo acto lo que hasta la
fecha celebraban por separado las diferentes provincias. De esta manera, una
tradición en torno a la conmemoración del 20 de julio se construyó a partir de
1811, año en que fue inventada, y se continúa conmemorando hasta el día de
hoy.17 Sin embargo, aunque en Bogotá se siguió considerando el 20 de julio
como el día de la ciudad hasta muy entrado el siglo XX, posiblemente hacia
1938, cuando la capital celebró cuatrocientos años de fundada, se comenzó a
olvidar el 20 de julio como día de Bogotá y el recuerdo del origen de la urbe
quedó atado desde entonces únicamente a los hechos de agosto de 1538.
Es útil detenerse a examinar el origen y forma que tomó esta tradición,
pues, en palabras de Hobsbawm, brindó cohesión a una frágil comunidad
política, legitimó el nuevo orden constitucional y fortaleció un complejo sis-
tema de valores y convenciones, pues fue al tiempo católico y liberal.
El 20 de julio de 1810 fue el día en que el Cabildo de la ciudad se proclamó
Junta Autónoma de Gobierno en nombre de Fernando VII. El impacto de este
evento fue profundo y dio lugar a que se conmemorase desde el año siguiente.
José María Caballero, en su Diario, nos relata que el 19 de julio de 1811 “se echó
bando para que este día y los dos siguientes se pusiesen luminarias en toda la
ciudad, por haberse cumplido el año de la Revolución e instalación de Supre-
17. El sentido y alcances del concepto tradición, en cuanto inventada, lo tomamos de
Eric Hobsbawm, para quien las tradiciones “inventadas parecen pertenecer a tres tipos
superpuestos: a) las que establecen y simbolizan cohesión social o pertenencia al grupo,
ya sean comunidades reales o artificiales; b) las que establece o legitiman instituciones,
estatus, o relaciones de autoridad; y c) las que tienen como principal objetivo la socia-
lización, al inculcar creencias, sistemas de valores o convenciones relacionadas con el
comportamiento”. Eric Hobsbawm, “Introducción: la invención de la tradición”. En Eric
Hobsbawm y Terence Ranger, La invención de la tradición (Barcelona: Crítica, 2012), 16.
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ma Junta”.18 Dos años después, en 1813, el 19 de julio se sembró en la plaza un
olivo, árbol que reemplazó al anterior que se había colocado allí el 29 de abril,
como símbolo de la libertad.19 Todavía en mayo de 1865 el periódico de la ad-
ministración de la ciudad, no casualmente denominado El 20 de Julio, expresaba
que “la fecha gloriosa de la ciudad y del Cabildo de Bogotá es la que ponemos
al frente; por eso la hemos escogido para nombre del periódico”, y a continua-
ción, “con el objeto de hacer popular el conocimiento histórico de la indepen-
dencia” decidieron publicar los documentos principales que en palabras de los
editores del periódico, “la explican”.20 Por ello, la importancia de recordar es
el fundamento de la continuidad de lo alcanzado, como quedó claro según lo
expresaron los editores de dicho periódico el 10 de julio de ese mismo año:
Se acerca el 20 de julio, aniversario de la proclamación de nuestra independencia.
Se invita a todos los habitantes de Bogotá a que celebren esta fiesta patriótica cada
cual según sus fuerzas. Hay un obsequio muy hermoso que costaría poquísimo
a cada individuo que contribuya a dar a esta fiesta una fisonomía nacional y reli-
giosa: que en cada casa o tienda se enarbole ese día una pequeña bandera tricolor,
y por la noche se ponga una luz en cada ventana. Esto, como se ve, cuesta poco,
y produciría bellísimo efecto. El olvido de celebrar la fiesta que recuerda la inde-
pendencia del país, jamás se queda impune. Se empieza por este olvido y se acaba
por aceptar la tiranía. Sería muy conveniente, muy griego y muy francés, que to-
dos los padres de familia llevaran a pasear a sus hijos ese día a la plaza de Bolívar,
y que les refirieran la historia del 20 de julio. Esto no cuesta plata, y la generación
que en su niñez aprende tal leyenda, no soportará nunca ninguna tiranía.21
Pero el 20 de julio como día de la ciudad cobra pleno significado cuando
constatamos que esa era la fecha en la cual se renovaba el gobierno de la ciudad.
Esto es, en el calendario cívico de la ciudad, el año de gobierno comenzaba el
20 de julio. Por ejemplo, en 1876 el periódico oficial de la ciudad, el Registro
Municipal registró que el 20 de julio “a las doce del día se instaló la Corporación
municipal” y “fueron elegidos dignatarios para el período que empieza hoy los
señores Murillo, González Vásquez, Plata Azuero y Julio Sánchez S., presidente,
primero y segundo designado y secretario, respectivamente”.22 Así mismo, se
hizo costumbre que el 20 de julio de cada año presentara el señor alcalde una
18. José María Caballero, Diario (Bogotá: Villegas Editores, 1990), 95.
19. Ibíd., 135 y 139-140.
20. Estados Unidos de Colombia, “Parte no oficial. El 20 de julio”, El 20 de Julio, órgano
de los intereses del Distrito de Bogotá, año I, n.º 2, Bogotá, 13 de mayo de 1865: 5.
21. Estados Unidos de Colombia, “Aniversario”, El 20 de Julio, órgano de los intereses del
Distrito de Bogotá, año I, n.º 10, Bogotá, 10 de julio de 1865: 37. Énfasis en el original.
22. Estado Soberano de Cundinamarca, “Renovación de la Municipalidad. 20 de julio
de 1876”, Registro Municipal. Órgano de la Municipalidad, año II, n.º 38, Bogotá, 20 de julio
de 1876: 161.
PROCESOS 51, enero-junio 2020
155
memoria relacionada con la situación de la ciudad y las actividades realizadas
para mejorar su estado físico, social y económico. Por ejemplo, en 1888, Higinio
Cualla, alcalde de la ciudad, expresó a los miembros del cabildo que, “al felicita-
ros, como lo hago, en este solemne día, aniversario de la Patria..., creo oportuno,
siguiendo las prácticas establecidas, dirigiros un informe explicativo de la ma-
nera como han marchado los diversos ramos de interés público que, de cuatro
años atrás, han estado encomendados a mi confianza”.23
LOS LUGARES DE LA MEMORIA:
LA FUNDACIÓN HISPANA Y CATÓLICA
Aunque no de una manera tan destacada como la conmemoración del
20 de julio, en los anales de la ciudad la pregunta por la fundación de la
ciudad y su fundador no pasó desapercibida durante el siglo XIX, solo que
en un marcado segundo plano. Así mismo, mientras el 20 de julio decía del
origen cívico y republicano de la ciudad, el 6 de agosto hacía referencia a la
acendrada raíz hispana y católica de la urbe y sus habitantes. En este sentido,
construir un recuerdo de la fundación se dirigió en dos direcciones: de una
parte, el acto de la fundación se fundió con el de la primera misa; de otra,
hacer una estatua a Gonzalo Jiménez de Quesada y encontrar el sitio donde
colocarla tomó varias décadas y la solución encontrada fue bastante particu-
lar: una urna frente al cementerio.
En relación con la construcción de un lugar de memoria sobre la funda-
ción de la ciudad, fue necesario resolver previamente una complicada cues-
tión de carácter ideológica: ¿cómo glorificar la independencia de España sin
tener que negar, como lo hicieron los padres de la patria y los primeros repú-
blicos, la herencia española? Tal vez una de las primeras soluciones fue seña-
lada por José Manuel Groot en su Historia eclesiástica y civil de Nueva Granada,
comenzada a escribir en 1855. En la introducción escribió lo siguiente:
Lo que yo digo es: que el hijo que ha llegado a su mayor edad tiene derecho y
razón para independizarse de su padre y entrar a manejar por sí sus intereses;
pero no la tiene para calumniar a su padre, cuando este no ha hecho hasta en-
tonces otra cosa que criarlo y educarlo hasta ponerlo en el estado que se halla.
¿Por quién estamos en América? [...] No somos indios. Somos hijos de españoles,
y por ellos tenemos sociedades de que hemos podido hacer república; por ellos
tenemos ciudades con gente culta donde ahora trescientos años no había sino
23. “Concejo Municipal de Bogotá”, Registro Municipal. Órgano Oficial del Gobierno Mu-
nicipal, año XIII, n.º 370, Bogotá, 20 de julio de 1888: 1675.
156
PROCESOS 51, enero-junio 2020
selvas habitadas por bárbaros; por ellos tenemos puentes, caminos, colegios; por
ellos tuvimos hospitales para pobres y casas de refugio para desvalidos.24
De esta manera fue posible que de nuevo se preocuparan algunos estu-
diosos por historiar la fundación de la ciudad como un hecho fundamental y,
al mismo tiempo, que la construcción de dicho recuerdo cobrara importancia
entre las preocupaciones del gobierno de la municipalidad. Hasta mediados
del siglo XIX, las narrativas relacionadas con los momentos iniciales de la ciu-
dad parece que estaban limitados a una sencilla costumbre de los habitantes
de la ciudad: peregrinar hasta la ermita de El Humilladero los 6 de agosto y
visitar en la Catedral la capilla de la Virgen del Topo y observar los objetos
que de la primera misa todavía se guardaban en la sacristía de dicha iglesia.
Figura 11. El Humilladero.
Fuente: Papel Periódico Ilustrado, n.° 20, año 1, 1 de julio de 1882: 328.
24. José Manuel Groot, Historia eclesiástica y civil de Nueva Granada, t. 1 (Bogotá: Minis-
terio de Educación Nacional / Ediciones de la Revista Bolívar, 1953), 8.
PROCESOS 51, enero-junio 2020
157
Estos dos actos, visitar El Humilladero y la Catedral, posiblemente re-
sultaron en el siglo XIX de dos relatos diferentes, ambos relacionados con El
Humilladero o con la Catedral como lugar donde se realizó la primera misa.
Lo que importa resaltar aquí, sin embargo, es la importancia que cobró en
la memoria de los bogotanos el asunto de la primera misa. Con todo, al ser
demolido El Humilladero en 1877, perdió fuerza esa tradición y el recuerdo
anuló su eficacia al destruir su referente espacial, se convirtió en nostalgia o
se concentró únicamente en la Catedral.
Pero, para entender el modo en que se construyó este lugar de memoria,
debemos tener en cuenta que esta acción corrió al mismo tiempo con la cons-
trucción de una narrativa referente a la historia de la ciudad. Esta cobró for-
ma lentamente durante el siglo XIX hasta que ya, en el decenio de 1880, tomó
forma una versión que podríamos llamar canónica. Los primeros textos que
de manera documentada hicieron referencia a la fundación de la ciudad son,
hasta donde sabemos, el Compendio histórico del descubrimiento y colonización
de la Nueva Granada en el siglo decimosexto, escrito por el coronel Joaquín Acos-
ta y editado por primera vez en París en 1848 y la citada Historia eclesiástica
y civil de Nueva Granada, de 1855.25 Los dos textos contienen un capítulo en
el que narran la fundación de la ciudad y coinciden en señalar, siguiendo la
crónica de fray Pedro Simón, que ese día no se nombraron regidores ni alcal-
des, razón por la cual la fundación no quedó perfeccionada.26 Los dos coin-
ciden igualmente, sin duda porque siguen la mencionada crónica de Simón,
en que esta fundación quedó completa en abril de 1539 cuando, en presencia
ya de Belalcázar y Federmann, Jiménez de Quesada dio forma al cabildo al
nombrar regidores y alcaldes de Santafé. Los dos autores del siglo XIX, y por
supuesto el cronista que siguen, coinciden en un tercer elemento: la primera
misa. El punto de partida es de nuevo la crónica de fray Pedro Simón, quien
es claro en narrar que la toma de posesión de la tierra por Gonzalo Jiménez
de Quesada ocurrió antes del 6 de agosto, pues ese día lo que ocurrió fue la
primera misa. Al respecto dice que,
Ya se iban llegando los primeros días de agosto cuando se edificaron estas casas
[los 12 bohíos], y ya acabadas con la iglesia a los seis días de él, en el mismo año
de mil quinientos treinta y ocho (1538)... se dijo la primera misa, día de la Trans-
figuración de Cristo, en aquella primera y humilde iglesia, que fue la primera de
25. Joaquín Acosta, Compendio histórico del descubrimiento y colonización de la Nueva
Granada en el siglo decimosexto, 2.ª ed. (Bogotá: Librería Colombiana, 1901).
26. Pedro Simón, Noticias historiales de las conquistas de tierra firme en las Indias Occiden-
tales, 5 vols. (Bogotá, Casa Editorial de Medardo Rivas, 1892). Esta fue la primera edición
de la crónica, pero en la Biblioteca Nacional reposaba un manuscrito, el cual debió ser el
consultado por Acosta y por Groot.
158
PROCESOS 51, enero-junio 2020
las muchas que después se han ido fundando en pueblos de indios y españoles
por todas las tierras de estos grandes reinos; desde este día se cuenta la fundación de
esta ciudad de Santafé de este Nuevo reino de Granada en esta tierra firme de las
Indias Occidentales.27
Con el tiempo o por influencia de otros cronistas, tendió a fundirse en un
mismo día la toma de posesión de la tierra y la celebración de la primera misa.
Por ejemplo, Joaquín Acosta es tajante cuando afirma que “la primera misa
se dijo en la iglesia nueva el 6 de agosto de 1538, y esta es la época legal de la
primera fundación de Bogotá”.28 Groot, sin embargo, mantiene separado los
días de la toma de posesión y de la primera misa, pues señala que la toma de
la tierra ocurrió el 5 de agosto, pues, ese día, “montado a caballo el General
don Gonzalo Jiménez de Quesada, con la espada desenvainada, paseó el lugar
en señal de posesión, que tomó en nombre del Emperador Carlos V, dando a
la ciudad el nombre de Santa Fe de Bogotá [sic] y a todo el país descubierto lo
llamó Nuevo reino de Granada” [sic], y continúa su narración advirtiendo que
“al otro día, presidiendo el General y los dos sacerdotes la erección, se plantó
la cruz, y celebró la primera misa el padre fray Domingo de las Casas”.29
Estas narrativas formales y documentadas, que estaban dando forma a la
historia de Bogotá, se acompañaron durante la segunda mitad del siglo XIX
de otros textos, los calendarios y guías de forasteros, que incluyeron varios
de ellos un capítulo o sesión bajo el título de curiosidades sobre la ciudad de
Bogotá o noticias históricas sobre la ciudad. Estas publicaciones se acompa-
ñaron de un texto sobre los orígenes de la ciudad casi igual entre sí, como si
fueran tomados todos de una fuente común, que afirmaba la fundación de
hecho el 6 de agosto de 1538 y la fundación jurídica en abril de 1539; además,
ninguno de estos textos hizo referencia a la primera misa.30 Este tipo de men-
ciones también apareció en la prensa bogotana, como fue el caso del órgano
del Distrito de Bogotá, El 20 de Julio, que en su número 2 publicó que “fundó
[Jiménez de Quesada] la primera vez a Bogotá el 6 de agosto de 1538 en el
mismo lugar que está hoy, que se llamaba Teusaquillo. En 1539 repitió la fun-
dación con las formalidades jurídicas que provenían de las leyes de Indias”.31
27. Ibíd., vol. 2, 230. Énfasis añadido.
28. Acosta, Compendio histórico del descubrimiento..., 166.
29. Groot, Historia eclesiástica y civil..., t. 2, 180-181.
30. Por ejemplo, entre otros, Vergara y Vergara, Almanaque de Bogotá..., 260-261. Fran-
cisco Javier Vergara V. y Francisco José de Vergara B., Almanaque y guía ilustrada de Bogotá
para el año de 1881 (Bogotá: Imprenta de Ignacio Borda, 1881), 3; Julio Cuervo M., Enciclopedia
de bolsillo arreglada para uso de los colombianos (Bogotá: Casa Editorial de J. J. Pérez, 1891), 147.
31. Estados Unidos de Colombia, “Algunas noticias curiosas sobre Santafé de Bogo-
tá”, El 20 de Julio, órgano de los intereses del Distrito de Bogotá, año I, n.º 2, Bogotá, 13 de mayo
de 1865: 6.
PROCESOS 51, enero-junio 2020
159
Pero fue la que podríamos denominar primera síntesis histórica de la
ciudad desde su fundación hasta 1810, escrita por entregas en el Papel Perió-
dico Ilustrado, entre el 1 de junio de 1882 y el 1 de abril de 1885, por Ignacio
María Gutiérrez Ponce bajo el título de Las crónicas de mi hogar o apuntes para
la historia de Santafé de Bogotá,32 la crónica que recogió tradiciones y reclamó
la conservación de la memoria de la primera misa en Santafé de Bogotá, re-
cuerdo indiscutible de su fundación. Estas crónicas sirvieron de base para la
historia de la ciudad que poco después dio a conocer su primo, Pedro María
Ibáñez, con el título de Crónicas de Bogotá, sin duda una versión canónica,
pues fue la primera que recogió sistemáticamente, bajo los dictados historio-
gráficos de moda en Europa a finales del siglo XIX, la historia de la ciudad
desde antes de su fundación hasta los años finales del siglo XIX.33
Señala Gutiérrez Ponce en sus crónicas que el 6 de agosto de 1538, en el
lugar que hoy ocupa la plaza de Bolívar, Jiménez de Quesada tomó pose-
sión de la tierra, la ciudad recibió el nombre de Santafé, y “el ejército oyó,
en seguida, la primera misa que se dijo en aquellas alturas”; escribe a con-
tinuación que los descendientes de aquellos conquistadores guardaron los
ornamentos y vasos sagrados que se usaron en dicha ocasión, razón por la
cual “el pueblo concurre cada año, el día 6 de Agosto, a ver esas reliquias
sagradas que se exhiben en la Catedral de Bogotá”.34 Con esta mención, Gu-
tiérrez Ponce reitera lo que era un recuerdo indiscutido en la memoria de los
habitantes de Bogotá, la primera misa, el cual además encontraba sustento
empírico en ornamentos y vasos, guardados celosamente en la Catedral de
la ciudad, y una práctica que dice de la memoria cultural imperante: la visita
a dichos objetos el 6 de agosto de cada año.
LOS LUGARES DE LA MEMORIA:
EL MONUMENTO AL FUNDADOR
Si bien es cierto, como se mencionó en páginas anteriores, que la conme-
moración de la fundación de la ciudad se realizaba cada 6 de agosto mediante
la peregrinación a la ermita de El Humilladero y a la Catedral, es relevante
advertir que solo hasta 1884 se plantea por primera vez la necesidad de dotar
a la ciudad de una estatua del fundador. En efecto, el Acuerdo 17 del 8 de
32. Ignacio María Gutiérrez Ponce, Las crónicas de mi hogar o apuntes para la historia de
Santafé de Bogotá (Bogotá: Archivo de Bogotá / Planeta, 2008).
33. Pedro María Ibáñez, Crónicas de Bogotá, 4 vols., 3.ª ed. (Bogotá: Academia de His-
toria de Bogotá / Tercer Mundo, 1989).
34. Gutiérrez Ponce, Las crónicas de mi hogar..., 31.
160
PROCESOS 51, enero-junio 2020
Figura 12. Catedral de Bogotá. Ornamentos de la primera misa.
Fuente: Papel Periódico Ilustrado, n.° 49, año 3, 6 de agosto de 1883: 9.
julio de 1884 determinó que se erigiera un monumento a Gonzalo Jiménez
de Quesada. A partir de este momento y hasta 1892 se sucederán en la ciu-
dad varios hechos que, en conjunto, evidencian la importancia que para los
gobernantes tenía resolver esta ausencia, pero, igualmente, lo difícil que fue
llevarlo a cabo.
PROCESOS 51, enero-junio 2020
161
En los considerandos del Acuerdo 17 de 1884 encontramos el modo en
que la municipalidad justificó su decisión: primero, “que es un deber de toda
sociedad civilizada honrar la memoria de sus benefactores”; segundo, que
los conquistadores fueron verdaderos benefactores, pues a costa de gran-
des sacrificios nos “trajeron el cristianismo y los elementos de civilización
al interior del territorio”; tercero, que ya la República había honrado con
suficiencia los héroes de la independencia mientras que “muy poco ha hecho
hasta ahora para enaltecer la obra de los héroes de la conquista, entre los
cuales se halla en primer término, el abnegado y valeroso jefe de los expedi-
cionarios Gonzalo Jiménez de Quesada”; y, cuarto, que es la municipalidad
Figura 13. Gonzalo Jiménez de Quesada.
Fuente: Papel Periódico Ilustrado, n.° 7, año 1, 1 de enero de 1882: 116.
162
PROCESOS 51, enero-junio 2020
la que debe dar una “prueba de gratitud que perpetúe el recuerdo del ilustre
fundador de Bogotá”.35
Ahora bien, lo que determinó la municipalidad mediante este acuer-
do fue erigir un monumento a Jiménez de Quesada, para lo cual destinó la
suma de dos mil pesos y, si esta cantidad de dinero no alcanzaba pedir que
se hiciera una suscripción pública para allegar lo faltante; que dicha estatua
debía estar colocada en una columna cuadrangular y que en cada uno de
sus lados oriental, sur y norte se colocaran los nombres de los conquistado-
res llegados con Jiménez de Quesada, con Belalcázar y con Federmann; que
dicha escultura se debía colocar en la plazuela de Las Nieves, la que desde
entonces deberá llamarse “plaza Jiménez de Quesada”; que se acompañara
la estatua en la plaza con la pila que había estado en la plaza Mayor y que en
ese momento estaba colocada en la plazuela de San Carlos; y, finalmente, que
se colocará una placa en la casa que había sido del fundador.
Pero nada sucedió. Para los gobernantes de la ciudad todavía no era lo
suficientemente intensa la necesidad de construir un lugar dedicado a la me-
moria del fundador. Ello, sin duda, porque el hecho de la fundación, la cruz,
aún se valoraba en conjunto con la independencia, la libertad. Prueba de
esto es la proposición que se discutió y aprobó en el Cabildo la noche del
6 de agosto de 1886. Los regidores García Rico y Pereira G. presentaron la
siguiente doble proposición: de una parte, evocar con respeto la memoria de
Jiménez de Quesada, por lo cual resuelve “consignar en lugar preferente del
acta de hoy un testimonio de veneración y gratitud hacia el varón esforzado
que arrostrando grandes peligros y venciendo todo género de dificultades,
trajo la cruz como enseña de civilización a estas regiones desconocidas”; y, a
continuación, dado que el día siguiente sería 7 de agosto, “la Municipalidad
consagra también un recuerdo patriótico al día de mañana, que marca la
fecha inmortal que, en 1819 selló en el campo de Boyacá la existencia de la
república”, razón por la cual la Municipalidad “tributa un homenaje de ad-
miración y reconocimiento a los fundadores de la libertad en nuestro país”.36
De esta manera, Jiménez de Quesada fundó la civilización, que se entien-
de consecuencia de la conversión al catolicismo de los aborígenes, y los hé-
roes de la independencia fundaron la libertad. Deshacer este vínculo debía
ser condición para que tomara su lugar en la ciudad de manera autónoma
el recuerdo del fundador. Pero no se logró. Por el contrario, la fórmula que
finalmente se construyó, de la que el siglo XX fue heredera casi hasta el fi-
nal de la centuria, vinculó los dos recuerdos aceptando que cada uno tenía
35. Estado Soberano de Cundinamarca, “Acuerdo Número 17 de 1884”, Registro Mu-
nicipal. Órgano Oficial del Gobierno Municipal, año IX, n.° 215, Bogotá, 1 de julio de 1884: 888.
36. República de Colombia-Distrito Federal, “Actas”, Registro Municipal. Órgano Ofi-
cial del Gobierno Municipal, año XI, n.° 292, Bogotá, 27 de agosto de 1886: 1216.
PROCESOS 51, enero-junio 2020
163
su lugar en la memoria de la colectividad, pero que la ruptura entre uno y
otro era necesaria y, por lo tanto, justificada. De esta manera, el recuerdo de
la independencia se convirtió en elemento vinculante entre dos realidades
que hasta el momento habían sido opuestas: la Colonia y la República. Para
que esto sucediera, tuvo que ganar aceptación la presencia sustantiva en la
comunidad política de una herencia hispana, no solo en el sistema de creen-
cias de los bogotanos, lo que siempre se dio por realidad indiscutible, sino
en el conjunto de recuerdos que daban forma y sentido a la nacionalidad:
aceptar que las raíces de la memoria llegaban hasta el siglo XVI, y no hasta
comienzos del siglo XIX, como se afirmó durante la primera mitad de dicha
centuria.
Signos ya no solo discursivos de esta transformación comenzaron a apa-
recer hacia finales de la década de 1880 y aumentaron a medida que se acer-
caba la conmemoración de un hecho fundamental: el cuarto centenario del
descubrimiento de América. Por ejemplo, en la sesión del Concejo realizada
el 6 de agosto de 1888, se propuso, además del ya usual agradecimiento al
fundador, rendir homenaje de reconocimiento a la memoria “de los reyes
católicos, Fernando e Isabel, y la del inmortal Cristóbal Colón, que con su
genio abrió a la civilización las puertas del Nuevo Mundo”.37
De esta manera, finalizando el siglo XIX ya estaban dadas las condicio-
nes para cruzar el umbral que como consecuencia de la independencia había
separado América de España. Los reyes católicos y, en particular, Cristóbal
Colón pudieron así entrar a formar parte de los recuerdos colectivos de los
bogotanos. Esta tendencia se vio favorecida por un suceso que, imprevisto,
facilitó que por fin se construyera y colocara en la ciudad un monumento a
Gonzalo Jiménez de Quesada.
En 1890 se decidió reconstruir el altar mayor y presbiterio de la Catedral.
Durante las obras, al excavar en el lado de la epístola del presbiterio (el lado
derecho de cara al altar), se encontró el cajón que desde la construcción de la
actual Catedral (1807-1823) se había colocado allí con los restos de Jiménez
de Quesada. De esos hechos había quedado constancia documental, además
el cajón encontrado tenía la señal que permitía reconocer que los restos sí
eran los del fundador, pues fue colocada por voluntad de este desde su en-
tierro en 1579 la inscripción, ya mencionada, Expecto resurrectionem mortuo-
rum. De manera que no había duda sobre el hallazgo. La decisión inicial fue
trasladar los restos al panteón de la Catedral, donde permanecieron hasta el
15 de julio de 1892, día en que fueron entregados a la municipalidad con el
objeto de ser colocados, el 19 de ese mes, en el mausoleo que con ese fin se
37. República de Colombia-Distrito Federal, “Actas”, Registro Municipal. Órgano Ofi-
cial del Gobierno Municipal, año XIII, n.º 375, 6 de septiembre de 1888: 1702.
164
PROCESOS 51, enero-junio 2020
Figura 14. Monumento a Gonzalo
Jiménez de Quesada.
Fuente: Ignacio Borda, Monumentos
patrióticos de Bogotá. Su historia y des-
cripción (Bogotá: Imprenta de la Luz,
1892), 104.
había construido en una plazuela frente a la puerta del cementerio antiguo
de la ciudad.38 Esto sucedió mediante el acuerdo del 4 de enero de 1891. En
los considerandos del acuerdo se menciona explícitamente la exhumación de
los restos y se aclara que “nada es más justo que conservarlos como depósito
sagrado en recuerdo de aquel que más eficazmente contribuyó a iluminar
con la luz de civilización al suelo de Colombia”, y añade, de manera contun-
dente, que el monumento debe levantarse también en “gratitud a la madre
España”, pues es a ella que “se debe, en verdad, el que la América del Sur
entrara en la corriente de la vida de progreso”.39
38. Borda, “Cenizas de Gonzalo Jiménez de Quesada”. En Monumentos patrióticos de
Bogotá…, 116-117.
39. República de Colombia-Departamento de Cundinamarca, “Acuerdo Número 4
PROCESOS 51, enero-junio 2020
165
En este texto, primero, se menciona a Colombia y no solo a Bogotá; se-
gundo, se hace referencia a España como madre patria; y, tercero, muy signi-
ficativo, se vincula a España como la que encausa a América del Sur hacia el
progreso. Desde los inicios del siglo XIX, el progreso era fruto de la indepen-
dencia; ahora, sin negar esto, el vínculo causal se extendió hasta ese nuevo
inicio sobre el que se construyó la memoria de la patria: el descubrimiento y
conquista de América por España. Bogotá, como capital del Estado, amplifi-
caba entonces su fundación a toda la nación.
Un recuerdo público del fundador quedó así constituido en un sobrio
pero elocuente lugar de memoria. Lo valioso del monumento era la urna con
los restos del fundador allí guardada, como si fueran la reliquia de un mártir
que en toda Iglesia católica se encuentra en el altar mayor. Vale la pena insis-
tir, sin embargo, que esta construcción simbólica solo fue posible de realizar
bajo el manto de una solución ideológica al dilema que la independencia
había creado en los repúblicos del siglo XIX en relación con la negación de
todo lo español como origen de la nación.
En este sentido, es muy elocuente la explicación que el alcalde de la
ciudad, Higinio Cualla, dio en su discurso del 20 de julio de 1892: expresó
que “ya habían pasado los años en que era de estilo engalanar estos escritos
con recriminaciones más o menos enérgicas contra los 300 años de domina-
ción peninsular”, razón por la cual, dice el alcalde, “ha llegado el tiempo de
sustituir a rencorosas memorias, la seriedad de la Historia”; luego aclara
el derecho que tenían los americanos a luchar contra la “dominación de la
Madre Patria [...] en virtud de nuestro derecho de hombres libres llegados a
la mayor edad y establecidos en lejano y extenso territorio, para fundar una
Patria e ingresar como pueblo independiente en la familia de las naciones”,
pero también reconoce la justicia de los españoles de luchar por conservar lo
que había sido suyo; y termina exhortando a dejar “las declamaciones gue-
rreras, caídas ya en desuso” y hacer del 20 de julio fuente de inspiración de
“los ideales de la obra que aún nos falta para llegar a la fórmula definitiva de
nuestra organización política”. Más adelante, aclara Cualla que esa fórmula
no puede ser el centralismo ahogante sino el reconocimiento pleno a la vida
municipal.40
Por esto mismo, es ya posible y perfectamente entendible el texto con
el que el Registro Municipal introduce la edición publicada el 6 de agosto de
1892. El título que le coloca es precisamente “Seis de Agosto” y escribe:
de 1891 sobre erección de un monumento a Gonzalo Jiménez de Quesada”, Registro Mu-
nicipal. Órgano Oficial del Municipio de Bogotá, año XVI, n.º 492, 7 de febrero de 1891: 2095.
40. “Alocución del Alcalde de Bogotá en el día de la Patria”, Registro Municipal. Ex-
traordinario, año XVII, n.º 547, 20 de julio de 1892: 3220.
166
PROCESOS 51, enero-junio 2020
Hoy es día dos veces grande para la Patria. Hace 354 años que el Conquistador
Don Gonzalo Jiménez de Quesada fundó la ciudad de Bogotá, capital del Nuevo
reino de Granada en los tiempos de la colonia, metrópoli de la gran Colombia
hasta 1830, y luego capital de la República de Colombia; y hace 68 años que el
Ejército Libertador se cubrió de gloria en el campo de Junín, en la gloriosa jorna-
da que fue aurora de Ayacucho.
La memoria del Conquistador, venerada para los hijos de Bogotá, quedó unida
por la suerte a la del Libertador, desde 1824. Gloria a sus nombres.41
COLOFÓN: LOS RECUERDOS
SON EL PASADO Y LA MEMORIA EL FUTURO
Al comenzar el segundo aparte de este texto hicimos mención del acuer-
do firmado el 25 de octubre de 1866, por el cual se ordenó realizar ferias
industriales en la ciudad en conmemoración del 20 de julio y del 6 y 7 de
agosto. En las páginas siguientes nos detuvimos a examinar esas tres con-
memoraciones e hicimos caso omiso de las ferias industriales. Este es, ahora,
el momento de hacerlo, pues juzgamos que lo que realmente nos permite
entender la memoria que la municipalidad quiso construir durante el siglo
XIX está atada a lo que ellos pensaron debía ser el futuro de la ciudad y de
la comunidad que la habitaba y, para ello, construyó una serie de recuerdos
que funcionaban en esta dirección. Dicho de otra manera, el programa mne-
motécnico al que hicimos mención se elaboró en clave de futuro: un héroe lo
es no tanto por sus glorias personales sino porque contribuyó, y si se quiere
se sacrificó, por entregar a sus congéneres las llaves del progreso.
Las ferias industriales y agrícolas realizadas en la ciudad durante la se-
gunda mitad del siglo XIX, que fueron varias, estaban atadas generalmente
a la conmemoración anual del 20 de julio.42 El culmen de esta tendencia fue
41. República de Colombia-Departamento de Cundinamarca, “Seis de Agosto”, Re-
gistro Municipal. Órgano Oficial del Municipio de Bogotá, año XVII, n.º 549, 6 de agosto de
1892: 3227.
42. Además de lo dicho con relación al Acuerdo de 1866, encontramos en la prensa
oficial de la ciudad una mención a que debían realizarse cada año dos ferias en la ciudad.
En efecto, el Registro Municipal transcribió en sus páginas el texto del Acuerdo Número
26, por el cual se mandaba que se realizaran esas dos ferias, una del 20 al 25 de enero y la
otra del 20 al 25 de julio. El Acuerdo da razón de los motivos de realizar estas ferias, que
no es otro que acercar los productores a los consumidores y regularizar las transacciones a
crédito, para lo cual crea una junta que debe organizarlas, determina el modo como deben
realizarse, acompañarlas de actividades de distracción en las horas nocturnas y, aprove-
char la ocasión para mejorar el “rostro” de la ciudad pues, en el Acuerdo se dispone que
“el Alcalde de la ciudad […] obligue a los propietarios de la ciudad a que cumplan con la
obligación de pintar los frentes de las casas, reparar los empedrados, mantener en buen
PROCESOS 51, enero-junio 2020
167
la feria exposición con la que se celebró el centenario de la Independencia
en 1910, al punto que todavía hoy denominamos este lugar de esa manera:
parque de la Independencia. Por eso, lo que dispone el acuerdo de octubre
de 1866 con relación a organizar la feria, y hacerlo así sucesivamente en los
años venideros, está lejos de ser una anécdota: lo que se conmemora es el fu-
turo, la posibilidad real de progreso, que se puede evaluar año a año, y no el
pasado. Para este están los recuerdos, ciertamente, pero solo se eligen aque-
llos que en tiempos pretéritos de la comunidad hacen referencia a sujetos o
sucesos que, rompiendo con el estado de cosas, hicieron posible el futuro
como progreso de dicho conjunto humano.
Podríamos, entonces, preguntarnos: ¿qué recuerdo provocaba en los ha-
bitantes de la ciudad ver la estatua de Bolívar colocada en lo que para todos
había sido la plaza Mayor? Lo que los documentos nos permiten entrever de
dicha situación es que, por lo menos los que son de origen público y literario,
se producían a propósito de la conmemoración de los fastos patrios, con sus
discursos, desfiles, invitación a iluminar la ciudad y recorrer en romería algu-
nos lugares de memoria, participar en rogativas y otros rituales religiosos, en
fin, a distraerse con las corridas de toros y otros espectáculos colectivos. Así
mismo, lo que tales documentos nos entregan son actividades que se asocia-
ron a la conmemoración, en particular la principal de la ciudad: el 20 de julio.
Entre los documentos posibles de citar, haremos mención de tres en par-
ticular: el primero nos relaciona el plan de la celebración del 20 de julio de
1883, centenario del natalicio de Bolívar; el segundo, un interesante informe
sobre las acciones de una sociedad llamada El Porvenir; y el tercero y más
valioso por lo que informa es la forma cómo se asocia al 20 de julio la inau-
guración del Ferrocarril de La Sabana.
El programa que la municipalidad de Bogotá dispuso para la conmemo-
ración del centenario del natalicio de Bolívar, que se realizó el 20 de julio de
1883 y no el 24 de dicho mes, fecha de su nacimiento, comenzaba la noche del
día anterior, con iluminación de los frentes de las casas, adorno de ellas con
guirnaldas, coronas y banderas, además de fuegos artificiales y globos con
alusiones a la independencia en la plaza de Bolívar. Al día siguiente, al ama-
necer, “gran alborada para saludar el natalicio de la Patria, cuya independencia
afirmó Simón Bolívar sobre el glorioso campo de Boyacá, el 7 de agosto de 1819. Con
este objeto las bandas militares recorrerán la ciudad tocando escogidas pie-
zas”; a las diez de la mañana un Te Deum en la Catedral, en conmemoración
del 20 de julio, “en que se inició la independencia de la madre patria, y como
estado los caños y aceras y asear el interior y exterior de los edificios”. No tenemos noticia
de su cumplimiento. Estado Soberano de Cundinamarca, “Acuerdo Número 26 de 1884,
por el cual se establecen dos ferias en esta ciudad”, Registro Municipal. Órgano Oficial del
Distrito, año X, n.° 233, Bogotá, 1 de febrero de 1884: 959.
Figura 15. Centenario del natalicio de Simón Bolívar en Bogotá.
Fuente: Papel Periódico Ilustrado, n.° 50, año 3, 20 de agosto de 1883: 24.
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acción de gracias por la reconciliación con ella”; a las 12 repetición de las salvas y
“Apoteosis de los miembros del cabildo abierto el 20 de julio de 1810. Saludo
oficial por el telégrafo a la ilustre Municipalidad de Caracas, y visita al Presi-
dente de la República”; a las 3 de la tarde, “himno cantado por las escuelas
del Distrito”; a las cuatro cabalgata histórica que hará recorrido por las plazas
de Bolívar, los Mártires, la de Nariño y la de Santander; y solicita que todos re-
sidentes y empleados municipales y de Cundinamarca, del 20 al 24 de julio
“como un homenaje especial a la memoria del Libertador, lleven en una cinta
tricolor el busto de Bolívar, de una manera visible, en la solapa izquierda”.43
De este programa hemos resaltado aquellas acciones que consideramos
apuntan en la dirección que venimos comentando. De una parte, el mala-
barismo histórico para colocar en el 20 de julio a Simón Bolívar, lo cual solo
se logra por mención al 7 de agosto, luego la memoria no guarda necesaria-
mente coherencia con los hechos históricos sino con la intención de recuerdo
que está fabricando. De otra, otro malabarismo en el mismo sentido, esta vez
entre la independencia de España y la reconciliación con ella, mediado este
acto por la Iglesia católica. Tercero, el uso del telégrafo para comunicar los
dos centros de memoria de esta festividad: Bogotá es el 20 de julio, Caracas
es Simón Bolívar, la técnica la solución. Finalmente, el recorrido propuesto
por los lugares de memoria edificados en la ciudad como mnemotecnia de
toda esta narración.
En uno de los números del 20 de julio, correspondiente a agosto de 1865,
se registra que una sociedad con el nombre de “El Porvenir de Bogotá”, re-
colectó la suma de “veinticinco pesos de ley” con el objeto de donarlos para
la financiación de los festejos que se realizaron en la ciudad el 20 de julio. En
agradecimiento, el municipio responde en carta formal a la sociedad, entre
otras cosas, que “esta ofrenda patriótica significa mucho respeto de la enti-
dad que la tributa; con ello demuestra la sociedad de ‘El Porvenir’, que su
programa con que fue establecida no se reduce a frases pomposas y palabras
escritas, sino que se cumple siempre que está de por medio el sostenimiento
o el culto de la libertad”.44 Es evidente la intención de quien escribió la carta
de agradecimiento en nombre del municipio: el porvenir no son palabras
vacías siempre que esté en función de la libertad.
43. Estado Soberano de Cundinamarca, “Programa de la manera como la Municipali-
dad de Bogotá toma parte en la fiesta del centenario del Libertador”, Registro Municipal.
Extraordinario. Órgano Oficial del Distrito, año VIII, n.° 187, Bogotá, julio de 1883: 780. Én-
fasis añadido.
44. Estados Unidos de Colombia, “Sociedad de ‘El Porvenir de Bogotá’ ”, El 20 de Julio,
órgano de los intereses del Distrito de Bogotá, año I, n.º 13, Bogotá, 1 de agosto de 1865: 49.
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El último documento al que haremos referencia está tomado del núme-
ro extraordinario de El Registro Municipal correspondiente al 20 de julio de
1889. Ya en el título con el que se destaca su portada se reconoce “gloria a
los mártires de la patria”, construcción simbólica a la que ya hicimos refe-
rencia. Nos interesan, ahora, dos pequeñas menciones que se hacen, una en
el discurso del alcalde, y otra en el programa de las festividades de ese día.
Higinio Cualla mencionó en su discurso, luego de afirmar que la Repúbli-
ca unificada y cristiana puede “presentarse tranquila, luego de los pasados
errores, al juicio de la Historia”, que, “el progreso toca a nuestras puertas, y la
inauguración del Ferrocarril de la Sabana presta al redentor natalicio carácter
verdaderamente digno de civilización”.45 Más adelante, en el mismo número
del registro municipal, al detallar las actividades que programará la muni-
cipalidad para conmemorar el 20 de julio, menciona que para el día 22 de
julio está programada, “a las 12 del día, colocación de la primera piedra del
monumento a la memoria del último Zipa en el Cercado histórico, cercanías de
Facatativá”, y para ello, las autoridades e invitados “irán en tren expreso
facilitado por la Compañía del Ferrocarril de la Sabana”.46
No solo para el alcalde de la ciudad, el juicio de la historia ya será favora-
ble, pues se corrigieron los errores del pasado, sino que inaugurar la primera
línea de tren que llegó a Bogotá es signo manifiesto de ello. El recuerdo del
20 de julio se une así a una memoria que se enaltece porque el futuro, que sin
duda es el ferrocarril, es de civilización. La otra mención es realmente signi-
ficativa: se ha decidido incluir en la memoria de los bogotanos a un natural
de la región que enfrentó al fundador, pero ello se enaltece con el hecho de ir
a colocar esa primera piedra en el tren recién inaugurado.
Nada más claro: la memoria no hace referencia al pasado. Esta es siem-
pre presente, pues es en la actualidad de la sociedad que la construye que se
decide lo que ella debe contener y los mecanismos que deben ser constitui-
dos para que se mantenga vigente. Los recuerdos se constituyen en función
de la memoria. Esto es, los recuerdos convertidos en monumentos, lugares,
publicaciones y otros objetos o actividades son, en su función mnemotéc-
nica, en realidad los pilares de la memoria. Por ello, esta determina cuáles
recuerdos se mantienen vigentes hegemónicamente y cuáles se convierten
en adornos de la ciudad.
45. “Alocución del Alcalde Bogotá”, Registro Municipal. Número extraordinario, año
XIV, n.º 415, Bogotá, 19 de julio de 1889: 1874.
46. “20 de Julio de 1810. Programa”, ibíd.: 1874. Énfasis añadido.
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Figura 16. Epitafio de Gonzalo Jiménez de Quesada.
Fuente: Papel Periódico Ilustrado, n.° 10, año 1, 15 de febrero de 1882: 164.
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FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA
FUENTES PRIMARIAS
Periódicos consultados
Colombia Ilustrada, 1889.
El 20 de Julio, órgano de los intereses del Distrito de Bogotá, 1865.
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cipal. Órgano Oficial del Gobierno Municipal, año IX, n.° 215. Bogotá. 1 de julio
de 1884.
_____. “Programa de la manera como la Municipalidad de Bogotá toma parte en la
fiesta del centenario del Libertador”. Registro Municipal. Extraordinario. Órgano
oficial del Distrito, año VIII, n.° 187. Bogotá. Julio de 1883.
_____.
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Registro Municipal. Órgano Oficial del Distrito, año X, n.º 233. Bogotá. 1 de febrero de
1884.
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Patria”, año XVII, n.° 547. 20 de julio de 1892.
Registro Municipal. Número extraordinario. “Alocución del Alcalde Bogotá”, año XIV,
n.° 415. Bogotá. 19 de julio de 1889.
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“20 de Julio de 1810. Programa”, año XIV, n.° 415. Bogotá. 19 de julio de 1889.
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“Actas”, Registro Municipal. Órgano Oficial del Gobierno Municipal, año XIII, n.°
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