KIPUS: REVISTA ANDINA DE LETRAS Y ESTUDIOS
CULTURALES,
No. 57 (Enero - Junio, 2025), 19-32. ISSN: 1390-0102
Artículo de investigación
Tres poetas franco-uruguayos (Ducasse, Laforgue, Supervielle): Los caminos secretos de la literatura1
Three French-Uruguayan Poets (Ducasse, Laforgue, Supervielle): The Secret Paths of Literature
DOI: https://doi.org/10.32719/13900102.2025.57.3
Academia
Ecuatoriana de Historia, Quito
Fecha de recepción: 4 de septiembre de 2024 - Fecha
de aceptación: 29 de noviembre de 2024
Fecha de publicación: 2 de enero de 2025
Resumen
Este artículo evoca la vida y obra de dos poetas casi adolescentes, nacidos en Montevideo, que mueren muy tempranamente: Ducasse y Laforgue, cuyas obras son proscritas o muy poco conocidas por sus contemporáneos pero que, con el pasar del tiempo, se constituyen en la punta de lanza de movimientos vanguardistas o en la inspiración para movimientos o poetas posteriores: los surrealistas, T. S. Eliot. Lo mismo que la de otro poeta, Supervielle, también nacido en Montevideo, de larga vida, quien casi testifica completo el siglo XX, y que marca igualmente pautas importantes para la poesía del mundo. Amigo del poeta ecuatoriano Alfredo Gangotena, a quien dedica una larga evocación el día de su muerte.
Palabras clave: poesía, vanguardia, Isidore Ducasse, Lautréamont, Jules Laforgue, Jules Supervielle, Montevideo, América Latina, París.
Abstract
This article evokes the life and work of two almost adolescent poets, born in Montevideo, who die at a very young age: Ducasse and Laforgue, whose works are banned or very little known by their contemporaries but who, with the passing of time, become the spearhead of avant-garde movements or the inspiration for later movements or poets: the surrealists, T.S. Eliot. The same as that of another poet, Supervielle, also born in Montevideo, of long life, who almost testifies the entire twentieth century, and who also marks important guidelines for the poetry of the world. Friend of the Ecuadorian poet Alfredo Gangotena, to whom he dedicates a long evocation on the day of his death.
Keywords: poetry, avant-garde, Isidore Ducasse, Lautréamont, Jules Laforgue, Jules Supervielle, Montevideo, Latin America, Paris.
INTRODUCCIÓN
ACEPTÉ DESARROLLAR ESTE tema, no tanto porque sea un experto en la poesía de estos autores, cuanto porque tuve la suerte de vivir, en diferentes épocas, en las ciudades donde ellos nacieron y murieron y, porque estando allí, conocí de algunos caminos secretos que tiene la literatura para unir a los hombres y a los pueblos.
Dos poetas casi adolescentes, que mueren muy tempranamente: Ducasse y Laforgue, cuyas obras son proscritas o muy poco conocidas por sus contemporáneos pero que, con el pasar del tiempo, se constituyen en la punta de lanza de movimientos vanguardistas o en la inspiración para movimientos o poetas posteriores: los surrealistas, T. S. Eliot.
Un poeta de larga vida, Supervielle, quien casi testifica el siglo XX, marca igualmente pautas importantes para la poesía. Octavio Paz (1947, 154), en Los hijos del limo, dice: “La historia de la poesía en el siglo XX es, como la del XIX, una historia de subversiones, conversiones, abjuraciones, herejías, desviaciones. Esas palabras tienen su contrapartida en otras: persecución, destierro, asilo de locos, suicidio, prisión, humillación, soledad”.
LAUTRÉAMONT2
Una tarde en Montevideo, mientras esperaba el inicio de un acto en el Centro Cultural Español, me acerqué a la biblioteca que tiene expuesta al público en uno de sus salones y tomé al azar un libro, sin mirar ni su título ni su autor. Cuando lo tuve entre mis manos leí su primera página y, ¡oh sorpresa!, el autor mencionaba a Quito. Decía: “Recuerdo perfectamente cuándo y dónde comenzó todo. Estaba en la histórica ciudad de Quito, la de los cien campanarios y las calles empedradas que se pierden entre las nubes”. Miré el título del libro: No dejaré memorias/el enigma del Conde de Lautréamont , su autor: Ruperto Long, novelista uruguayo.
Seguí leyendo la introducción fascinado por el azar, y vi que contenía otro enigma. La aparición del nombre de Dolores Veintimilla, la joven poeta suicida ecuatoriana, en la obra poética de Isidore Ducasse. ¿Qué fuerza oculta puso en mis manos ese libro de Long, en un espacio donde había decenas sino centenas de libros? Eran, definitivamente, los caminos secretos de la literatura. Ruperto Long diría: Galo, es la mano secreta de Lautréamont o una jugada más de Maldoror.
Ruperto Long, a quien por cierto tuve el gusto de conocer y tratar en Uruguay y que ha venido en varias otras ocasiones a Quito, en su libro antes mencionado, cuenta que en un viaje que hizo al Ecuador para participar en una conferencia sobre las relaciones entre política y tecnología, en una visita que le organizaron a la ciudad Mitad del Mundo, donde por el “efecto Coriolis” se manifiesta una fuerza ficticia capaz de explicar extraños fenómenos, alguien mencionó a Lautréamont y le contó una historia fascinante: le dijo que a finales de los años sesenta del siglo XX, un joven uruguayo de aspecto misterioso: “Alto y desgarbado, un tanto encorvado de hombros, dueño de una profunda mirada de ojos negros”, como
describen a Lautréamont quienes lo conocieron, estaba investigando un hecho que le resultaba extraño. La mención en la obra poética de Isidore Ducasse de una poeta suicida ecuatoriana del siglo XIX, a la que orillaron a la muerte los frailes y las beatas de Cuenca y que, por ello, el poeta uruguayo-francés la subía a los altares del sacrificio y la colocaba junto a Edgar Allan Poe y otros autores, como mártires de la literatura.
¿Cómo supo Isidore Ducasse de la existencia de esta poeta muerta en la entonces pequeña y lejana ciudad de Cuenca, cuando él vivía por esos años en París? Seguían los caminos secretos de la literatura.
¿Qué fuerza misteriosa hizo que el poeta ecuatoriano Alfredo Gangotena viva a pocos metros de donde vivía el poeta franco uruguayo, Jules Supervielle, en París, y se convierta en su mejor amigo?
¿Por qué Jules Laforgue proclamaba que él era un poeta francés nacido en los Trópicos y en sus poemas irónicos y agudos volvía permanentemente los ojos a la grandeza de América?
Esos misteriosos caminos de la literatura me llevaron a indagar un poco más en la vida y obra de estos tres poetas. Las notas que comparto a continuación son fruto de esa indagación.
Dos de ellos (Ducasse y Laforgue) muertos antes de cumplir los treinta años y con una obra poética corta pero capaz de revolucionar las letras de entonces; el otro (Supervielle) con una vida larga y obra más sosegada pero no por ello menos original y fuerte.
De los tres, fue sin duda Isidore Ducasse, que utilizó el misterioso pseudónimo de Conde de Lautréamont (¿El conde del otro monte, el conde de Montevideo?), nacido como dije en la capital uruguaya, a mediados del siglo XIX, hijo de un funcionario francés que se asentó en la República Oriental del Uruguay, el que causó más revuelo en el mundo de las letras con la publicación de su libro Los cantos de Maldoror (seis cantos malditos, contenidos en algo más de doscientas páginas, escritos con asombrosa maestría cuando su autor estaba apenas saliendo de la adolescencia).
¿Qué más se sabía de él? Había, según las investigaciones de Ruperto Long, una partida de nacimiento, siete cartas (algunas incompletas), dos obras publicadas en condiciones extremas (poemas en prosa) y la partida de defunción, a los 24 años. Eso era todo.
Sin embargo, este joven uruguayo de nacimiento y francés por sus ancestros, produce tal atracción en el mundo de la literatura que en los años posteriores a su muerte se escribirán sobre él decenas de libros, artículos, tesis de investigación. Se llegará a conocer desde la hora exacta en que nació hasta el nombre de sus compañeros en los colegios franceses, desde el nombre de su joven enamorada en Montevideo hasta el nombre de la prostituta de origen español que conoció en París y que lo introdujo en el mundo de la noche. Producirá polémicas entre grandes escritores (como la que surgió entre Camus, Sartre, Bretón y Octavio Paz, a raíz de la publicación del libro de Camus El hombre rebelde), su nombre aparecerá en todos los manuales de la literatura francesa, pero nos seguirá dejando siempre una aureola de misterio.
Nos dicen los historiadores que Ducasse/Lautréamont nació en Montevideo en el momento en que la ciudad amurallada sufría un asedio militar al que se conoce como “El sitio grande de Montevideo”, ocurrido entre 1843 y 1851, durante la llamada Guerra Grande, cuando se enfrentaron el Partido Blanco de Uruguay, apoyado por los ejércitos de la Argentina Confederada, y el Partido Colorado uruguayo, apoyado por diversas fuerzas, entre las que cabe mencionar a las legiones de Francia, Reino Unido, Imperio de Brasil, Italia (en cuyas filas estaba el gran Giuseppe Garibaldi) y las de la Argentina unitaria. Casi una década duró esta guerra civil, alentada por fuerzas extranjeras, que no tuvo un claro ganador.
Muy duro debe haber sido, por ello, para los habitantes de Montevideo vivir bajo el asedio constante de cañones y enfrentamientos armados. Y es en esa ciudad asediada donde nace Isidore-Lucien Ducasse. Su padre, como dije, era un funcionario diplomático (trabajaba en el consulado de Francia). Su madre muere (se suicida) cuando el niño tiene apenas dos años. Huérfano que crece en una ciudad sitiada, sale a Francia cuando tiene catorce años. Primero va a la región donde nació su padre, en los Altos Pirineos, luego a Pau (donde obtiene su bachillerato) y luego a París. Tiene, en definitiva, una vida atormentada de soledad, extrañeza y miseria. Cuando cumple veintidós años, en un cuarto de la calle Notre Dame-des Victories, sentado frente a un piano, escribe por las noches su texto extraordinario y maldito. Aldo Pellegrini, quien hace una traducción de su obra completa y un estudio introductorio notable, cuenta que escribía esos cantos tenebrosos, en los que saltan extraños animales anfibios y mujeres-tiburón, mientras tocaba algunos acordes desordenados y destemplados al piano que existía en ese cuarto. Debe haber sido como mirar a un demonio de ojos extraviados que se hundía en las profundidades de las palabras. Así nacieron Los cantos de Maldoror, escritos ya no por Ducasse (el joven montevideano) sino por el tenebroso Conde de Lautréamont que es el pseudónimo que adopta para publicar su obra. Un conde condenado que solo existe en la imaginación del poeta.
Luego vendría el padecimiento para publicar su obra y enfrentar las argucias y embustes de los editores, y, más tarde, las condenas de la censura y las condenas de la Iglesia católica.
Con esa angustia murió cuatro años después de haber escrito su genial libro, en el completo olvido y, curiosamente, en un París también sitiado y herido por las tropas prusianas (hay que ver los horrores que padecieron los ciudadanos parisinos durante ese asedio alemán). Será Rubén Darío, años más tarde, quien rescate y traduzca parte de su obra para incluirla en su libro Los raros, y muchos años después los surrealistas, con André Bretón a la cabeza, los que hagan de Los cantos de Maldoror su biblia negra. El célebre verso: “Era tan bello como el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de disección”, fue casi como la carta de presentación del movimiento surrealista. Ahora, no hay antología o estudio sobre la literatura de Francia y del mundo que lo excluya. Los caminos secretos de la literatura.
En el canto primero de Maldoror se lee:
Su país le ha arrojado de su seno.
Va de lugar en lugar, aborrecido por todos.
Unos dicen que le abruma una especie de locura original, desde su infancia. Otros creen saber que es de una crueldad extrema e instintiva, de la que él mismo se avergüenza... Uno pretende que, en su juventud, lo enfrentaron dándole un apodo; que permaneció inconsolable ya, el resto de su existencia, porque su dignidad herida vio en ello una prueba flagrante de la maldad de los hombres, que aparece en los primeros años para ir aumentando luego. Ese apodo era: ¡el vampiro! (Lautréamont 2014, 90)
Jules Laforgue, su compatriota, unos años menor, quien curiosamente también fue al mismo colegio en Tarbes donde estaba matriculado Isadore Ducasse, cuenta que en las noches se le oía sollozar, maldiciendo su existencia. Era el lamento del conde de Lautréamont.
LAFORGUE3
Pero, a estas alturas, debemos preguntarnos por qué tanta presencia de la cultura francesa en Uruguay.
En 1859, un año antes del nacimiento de Jules Laforgue, la cuarta parte de la población que vivía en Montevideo era francesa o de origen francés, dice Ruperto Long, en el libro antes mencionado. En ese mismo año, cuenta, había en la capital uruguaya treinta y dos establecimientos educativos, de los cuales ocho eran colegios franceses, uno de ellos fundado por el propio padre de Laforgue, y otro por Arséne Isabelle (quien fue un notable explorador, naturista y diplomático francés que arribó a Uruguay en 1830). El manual de uso de las clases, de Noel y Chapsal, era el mismo que se utilizaba en los colegios de París. La extensa avenida que cruza la ciudad, la 25 de Mayo, concentraba los comercios franceses de más lujo: modistas, joyerías, perfumerías y zapaterías, que engalanan sus vidrieras, cada 14 de julio, con la bandera tricolor de Francia. Los nombres de Lion D´Or, Marchand Tailleur de Paris, Café des Quatre Nations y otros eran muy difundidos. Se hablaba francés en muchas casas y se lo estudiaba como segunda lengua. Visitantes extranjeros llaman por ello a Montevideo, el Petit Paris.
En ese ambiente nace Jules Laforgue. No llega a tener la vida azarosa y dolorosa de Isidore Ducasse, su paisano, pero vive igualmente muy poco, apenas 27 años. Tiene una infancia tranquila en Montevideo, la misma que se ve interrumpida cuando por motivos económicos y por la Guerra de la Triple Alianza, regresó con su familia a Francia. Curiosamente va a estudiar en el mismo colegio donde estudiaba Isidore Ducasse, en los Altos Pirineos, en Tarbes, de donde era también originario su padre. Allí conoce al atormentado joven, en proceso de convertirse en el Conde de Lautréamont o en el tenebroso Maldoror. Luego va a París a continuar sus estudios y se instala en un modesto hotel del Barrio Latino, donde se vincula desde un primer momento con grupos de literatos y hace amistad con importantes escritores y pintores de aquella época (recordemos que está en auge el Impresionismo). Su precariedad económica, sin embargo, lo obliga a buscar un trabajo remunerado. Sus amigos le recomiendan como lector a la emperatriz Augusta de Alemania. Consigue esa soñada posición que le permite saltar de unos pobres aposentos parisinos a los suntuosos salones imperiales alemanes. Se instala, así, en Koblenz, Berlín y otras ciudades, en los palacios reales. Se convierte en un cortesano (que leía diariamente a la emperatriz Augusta novelas y otros textos en francés) pero no deja de escribir poesía, crítica, algún drama y abundante correspondencia. Publica varios libros: El sollozo de la tierra (1878-1883), Los lamentos (1880-1835), su obra más célebre, La imitación de nuestra señora La Luna (1882-1885), Flores de buena voluntad (1883-1886), El concilio feérico (1886). Ensayos (Misceláneas), y crónicas (En Alemania, en Berlín, la Corte y la ciudad, 1886-1887). Por fin escapa de Berlín, deja la corte alemana, que de alguna forma le asfixia, y regresa a París donde contrae matrimonio con una joven inglesa llamada Leah Lee (vaya que su oficio de lector se prolongó hasta en el nombre de su amada). Lamentable, al año siguiente cae enfermo de tuberculosis y muere en la plenitud de su vida.
Su estilo es tan poderoso que los nuevos poetas lo toman como referente, aunque los críticos lo ignoran y menosprecian. Sin embargo, muchos de aquellos escritores y ceñudos críticos y mezquinos editores que parecían tocar el Olimpo con sus manos y eran alabados, premiados, traducidos y glorificados, pasaron con el transcurso del tiempo al completo olvido, mientras que la figura de Jules Laforgue y también la de Isadore Ducasse, aquellos jóvenes montevideanos de vidas tan efímeras, de esos geniales cuasi adolescentes (como dijo Albert Camus), quedaron entre los clásicos de la literatura y sus nombres y sus obras se valoran incluso en los tiempos actuales. Los caminos secretos de la literatura.
No tenemos conocimiento de que Jules Laforgue haya tenido contacto o amistad con algún autor ecuatoriano (como lo tuvo Jules Supervielle con Alfredo Gangotena) o que se haya dejado deslumbrar por la vida u obra de una escritora ecuatoriana (como ocurrió con Isidore Ducasse y Dolores Veintimilla), sin embargo, él se consideraba “un autor de los trópicos”.
Hay un poema suyo titulado “Álbumes”, del libro Flores de buena voluntad, en el cual evoca el continente americano. Dice:
Me hablaron de la vida en el Lejano Oeste y en las Praderas
Y mi sangre gimió: ¡Esa es mi patria...!
Expatriado del viejo mundo, vivir sin fe ni ley
¡Desesperado! ¡Allí, allí, sería yo rey...!
¡Oh, allí despojarme de mi cerebro europeo!
¡Piafar, convertirme de nuevo en un antílope núbil!
Sin literatura, un mozo de presa, ciudadano
del azar y silbando la californiana jerga!
¡Un colono anónimo y puro, ganadero, arquitecto,
cazador, pescador, jugador, por encima de las Pandectas!
¡Entre el mar y los Estados mormones!
¡Caza y whisky! Vestido de cuero y el césped
de las praderas por lecho, y los cielos de las
edades de antaño
¡Ricos como canastillas de boda...!
¿Y luego qué? De vivac en vivac, y la Ley
y esta noche velada de juego, y mañana
de nuevo la ida por la pradera hacia la
demencia de las pepitas...!
Y, ya viejo, el rancho hacia levante una vaca lechera y muchos nietos...
Y, como llegado el caso, también dibujos.
A la entrada
pondría: “¡Tatuador de brazos de la comarca!”
Y ya está. Y luego, si mi buen corazón parisino
volviera a mí cantando: ¡O aún sin curar!
Y tu posteridad, ¡no por mucho tiempo nómada...!
Y si tu vuelo, Cóndor de las Montañas Rocosas,
Me mostrara el infinito enemigo de la comodidad,
pues bien, ¡Inventaría un culto de Edad de oro,
Un código social empírico y místico
para Pueblos Pastores, modernos y védicos...!
¡Oh, cuán hermosas las llamaradas! ¡Qué alucinantes
los álbumes! ¡Y qué frágiles mis juguetes...! (2022)
Curioso poema entre los tantos que escribió llenos de hermetismo e ironía, muchos de los cuales evocaban a Hamlet o a Pierrot, siempre buscando el amor perdido o la vida que se le iba. En este texto, en cambio, anhela un rancho hacia levante y muchos nietos y vacas. Le pide al cóndor que le muestre el infinito enemigo de la comodidad, o sea el vuelo.
Muchos años más tarde un poeta inglés que tuvo el Premio Nobel y se le considera la cumbre de la poesía británica, T. S. Eliot, se reconoció heredero de la brillante poesía de este joven montevidiano-francés de vida tan corta y mente tan brillante.
SUPERVIELLE4
Jules Supervielle nace en Montevideo a finales del siglo XIX y tiene una larga vida, en comparación a sus compatriotas Ducasse y Laforgue. Es un verdadero testigo del siglo XX. Ese siglo infame que fue escenario de dos guerras mundiales en las que Francia se vio involucrada y que produjo millones de pérdidas en vidas humanas, más otros episodios espantosos como el lanzamiento de la bomba atómica o las guerras de Indochina o los procesos armados de descolonización en África. Su vida, la vida del pequeño Jules, también estuvo marcada por el signo de la desgracia. Sus padres se afincaron en Montevideo en busca de una mejor situación económica, pero debieron, al poco tiempo, retornar a Francia, se establecieron en Oloron-Sainte Marie, departamento de los Pirineos atlánticos, en la región de la Nueva Aquitania, cerca de la frontera con España. Allí contrajeron la enfermedad del cólera y murieron ambos, dejando a su tierno hijo en la orfandad. Vive un tiempo con su abuela hasta cuando es adoptado por unos tíos, quienes lo llevan de vuelta a Montevideo. Cuando tiene diez años, retorna con sus padres adoptivos nuevamente a Francia y allí recibe toda su educación secundaria, en un colegio de París.
En 1901 publica sus primeros poemas y se relaciona con notables escritores de la época, como Alfred de Musset, Lamartine, Sully Prudhomme, entre otros. Contrae matrimonio con una mujer uruguaya, Pilar Saavedra, con quien tiene seis hijos. Escribe su tesis de licenciatura en Letras sobre la poesía hispanoamericana. Realiza una serie de viajes hasta que finalmente, en 1912, se radica en París. Es una vida ordenada, en definitiva, comparada con la de sus paisanos Lautréamont y Laforgue. Por cierto, Supervielle estudia a fondo la poesía de este último y reconoce influencias en su obra poética. Toma distancia, sin embargo, del surrealismo y traza un estilo singular, a partir de la publicación, en 1922, de su poemario Débarcaderes. Publica también libros de cuentos y hasta un drama sobre la vida del Libertador Simón Bolívar.
Ida Vitale (2019), esa destacada poeta centenaria, a quien tuve el privilegio de conocer en Montevideo, dice refiriéndose a Supervielle, en un hermoso artículo al que titula: “Una encrucijada del cielo”:
Es diferente del resto de poetas franceses... Se ha hablado de su solemnidad y de su humor, de su libertad y de su clasicismo, de su ligereza sin frivolidad, de panteísmo y de intimismo, de sencillez y de hechicería. Todo es cierto. Esas diversidades se dan reunidas en lo que Paz ha llamado la poética de la incertidumbre, en todo asombrosamente coherente, desde el momento en que él alcanzó su propia voz... Un día será, para siempre, el desarraigado con doble arraigo, que reúne las cosas opuestas del pasado y del presente, necesarias en una encrucijada de cielo; el que camina en sueños por los territorios de ese gaucho que ignora los Dioses del Olimpo que todavía ritman el viejo mundo o entre los milagros clandestinos que le ofrece la mitología o la leyenda sacra, retomadas en muchos de sus cuentos. En estos o en sus breves apólogos, en sus novelas, en el teatro o en sus libros de poemas, que lentamente maduran, revisados en sus múltiples ediciones, siempre aparece como rasgo unidor una visión originalísima del mundo y una formulación precisa de la nebulosa de la que esas instituciones son arrancadas.
Creo que Ida Vitale lo dice todo sobre su compatriota. A mí particularmente me gusta un poema de Supervielle (2019) titulado “Profecía” que dice así:
Un día será la tierra
solo un espacio que gira
confundiendo día y noche
bajo el cielo sin los Andes.
No se verá una montaña
ni el menor desfiladero
de todas las casas del mundo.
No quedará más que un balcón
y del humano mapamundi
una tristeza sin cubrir
de lo que antes fue el Atlántico
un sabor a sal en los aires
y un mágico pez volador
que de la mar no sabrá nada.
Pero, como anoté anteriormente, hay un episodio en la vida de este gran poeta uruguayo que lo acerca y lo hermana con el Ecuador, a través de su amistad con el también gran poeta ecuatoriano Alfredo Gangotena. Cuando este muere, Jules Supervielle envía un mensaje a través de la radio uruguaya y lee un poema sobre su amigo que vale la pena recordar, al menos parcialmente (quien quiera conocer el texto completo de la alocución radial y el poema, podrá encontrarlos en un estudio sobre Gangotena que preparó hace unos años el colega Claude Lara y que está publicado en la revista AFESE del Ministerio de Relaciones Exteriores n.º 26, Quito, 1996):
Quiero hablaros ahora, estimados radioescuchas, de uno de los más leales amigos de Francia, de la Francia en la América del Sur, el gran poeta ecuatoriano Gangotena, que en plena juventud acaba de morir en Quito. Mucho quería a Alfredo, a quien conocí en el año 1923, y creo haber sido su primer amigo en París, cuando apenas había salido de la adolescencia, un niño antes de su ingreso a la Escuela de Minas, donde fue admitido a título de francés. Gangotena fue uno de los raros estudiantes extranjeros que han sido aceptados con ese privilegio. Antes de entregarse totalmente a la poesía, Gangotena se interesó con todo su fuego en la filosofía y especialmente en la metafísica. Pero fue su poesía tan original y conmovedora, la que le convirtió en uno de mis mejores amigos. Éramos casi vecinos en París. Apenas unos centenares de metros separaban nuestras moradas, nos veíamos a menudo y leíamos nuestros poemas antes de publicarlos. Más tarde fue amigo de Michaux, Eluard, Aragón y Maritain. Cuando se decidió a enseñarme sus versos en francés, quedé sumamente asombrado por la personalidad profunda y la natural grandeza de este poeta de dieciocho años. La originalidad, la verdadera, la que viene de las fuentes mismas del corazón brotaba gravemente de estos poemas, sombríos y abrazadores, a menudo difíciles, pero cuyas propias tinieblas se reflejan en esas aguas maravillosas, y dan testimonio de elevación y belleza palpitantes... Permitidme, mis queridos oyentes, que lea extractos de un poema que dediqué a Gangotena antes de la guerra:
Yo pienso en ti, en tu sitial de alta geología,
tú que te abres un camino entre los indios, los volcanes,
cabalgando al pie de los Andes donde los espacios
son más dilatados que en otras regiones.
Yo pienso en ti, que te encuentras solitario en tu Ecuador,
no prestes atención, Gangó, a todas esas olas del mar.
¿Cómo podrían separarnos con sus crestas efímeras,
y tus renacimientos prestos a abortar?
Pero ¿qué pasa, Gangó, en la americana montaña,
y por qué no vienes a la llamada de tus amigos?
¿Piensas que te olvidamos desde este lado del mar?
Déjame que te envíe una onda del Sena
en la que se refleja Vétheuil
a la hora del día cuando la arena
es más dulce en el fondo del río.4
Los caminos secretos de la literatura, esos que hermanan a los poetas y a los pueblos, mucho más, pero muchísimo más que las tediosas gestiones de comerciantes de suspiros y gusanos, o de burócratas ignorantes y vanidosos que son llevados y traídos por las olas políticas.
Notas
[1]Este texto, con algunas variantes, se leyó el 26 de marzo de 2024, en la sede de la Alianza Francesa de Quito, dentro de los actos programados por el mes de la Francofonía, acto al que fui invitado por la Embajada del Uruguay en Ecuador. Agradezco a mi buen amigo Ricardo Baluga, embajador de Uruguay en Ecuador, por la invitación que me hizo para participar en esta jornada.
[2]Isidore Ducasse, también conocido como Lautréamont o Conde de Lautréamont, nació en Montevideo el 4 de abril de 1846 y murió en París el 24 de noviembre de 1870.
[3]Jules Faforgue nació en Montevideo el 16 de agosto de 1860 y murió en París el 20 de agosto de 1887.
[4]Jules Supervielle nació en Montevideo el 16 de enero de 1884 y murió en París el 17 de mayo de 1960.
[5]Citado por Claude Lara, en AFESE (Ministerio de Relaciones Exteriores), n.º 26 (1996): 133-5.
Lista de referencias
Conde de Lautréamont (Isidore Ducasse). 2014. Obras completas (Los cantos de Maldoror-poesías-cantos). Traducción y prólogo de Aldo Pellegrini. Buenos Aires: Argonauta.
Laforgue, Jules. 2019. “Profecía”. Periódico de poesía de la Universidad Nacional Autónoma de México (diciembre). Versión de Manuel Altolaguirre. UNAM.
Laforgue, Jules. 2022. “Poemas escogidos”. Poesía más poesía, n.º 165 (febrero), edición “Poetas despiertos”. https://poesiamaspoesia.com).
Long, Ruperto. 2012. No dejaré memorias: el enigma del Conde de Lautréamont. Montevideo: Aguilar/Ediciones Santillana.
Paz, Octavio. 1974. Los hijos del limo. Barcelona: Seix Barral.
Vitale, Ida. 2019. “Una encrucijada al cielo: Jules Supervielle y la Generación del 27”. Periódico de Poesía (Universidad Nacional Autónoma de México). Ciudad de México: UNAM. Presentación de Ida Vitale, diciembre.
Declaración De Conflicto De Intereses
El autor declara no tener ningún conflicto de interés financiero, académico ni personal que pueda haber influido en la realización del studio
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