KIPUS: REVISTA ANDINA DE LETRAS Y ESTUDIOS CULTURALES,
No. 57 (Enero - Junio, 2025), 7-8. ISSN: 1390-0102

Artículo de investigación


Memoria e identidad en Lo que aprendí en la peluquería de María Fernanda Ampuero

Memory and Identity in Lo que aprendí en la peluquería by María Fernanda Ampuero

DOI:   https://doi.org/10.32719/13900102.2025.57.2

Diana Abad Jiménez

Universidad Nacional de Loja, Ecuador

Fecha de recepción: 09 septiembre de 2024 - Fecha de aceptación: 30 de noviembre de 2024
Fecha de publicación: 
2 de enero de 2025

 

 

 

Resumen

Lo que aprendí en la peluquería (2010), de María Fernanda Ampuero, es un trabajo cronístico en el que la autora construye una fisonomía sobre memoria e identidad desde su condición de migrante testimoniante. Este texto temprano de Ampuero nos permite identificar un discurso convencional y tradicionalista de la memoria e identidad, categorías que evolucionan constantemente a lo largo de su narrativa, puesto que en otras publicaciones la autora recompone su mirada hacia estas categorías al hacer evidente que la memoria familiar y colectiva se diluyen al igual que el arraigo al Ecuador. Es así que en el presente trabajo se realiza un acercamiento hacia los rasgos que caracterizan a la identidad personal de la autora a través de diversas expresiones identitarias que se integran con la memoria dentro de sus crónicas. Se pondrán en diálogo las crisis, pensamientos, cambios, metamorfosis, desencuentros y posicionamientos en los cuales se inserta el sujeto migrante motivo de este trabajo de análisis.

Palabras clave: identidad, crónica, memoria, arraigo, migración.

Abstract

Lo que aprendí en la peluquería (2010), by María Fernanda Ampuero, is a chronicle work in which the author constructs a physiognomy of memory and identity from her condition as a testifying migrant. This early text by Ampuero allows us to identify a conventional and traditionalist discourse of memory and identity, categories that constantly evolve throughout her narrative, since in other publications the author recomposes her gaze towards these categories by making it evident that family and collective memory are diluted as well as the rootedness to Ecuador. Thus, in this work an approach is made to the traits that characterize the author’s personal identity through various identity expressions that are integrated with memory within her chronicles. In this way, the crises, thoughts, changes, metamorphoses, misunderstandings, positionings in which the migrant subject of this work of analysis is inserted will be put in dialogue.

Keywords: identity, chronicle, memory, roots, migration.

 

CARLOS ALTAMIRANO (2002, 268) en el texto Términos críticos de sociología de la cultura, concibe a la identidad “como un conjunto de propiedades único, que reside en el individuo y que se va fijando en una trayectoria de vida”. Esta definición cercana, pero que hoy se torna difusa, es la que ha fijado precedentes en los estudios culturales para referirse a la categoría citada. No podemos obviar la ambigüedad del término “identidad”, por esta razón, definirla siempre será un confuso andamio de relaciones sociales tanto al pensar al individuo en su relación de grupo, como de forma personal. No obstante, es preciso acercarse a una posible definición de identidad para entender cómo funciona su nivel de representación, en este caso, en el texto de crónicas Lo que aprendí en la peluquería, de María Fernanda Ampuero (1976).

 Acercándonos a otro posicionamiento teórico sobre la identidad, Juhasz (1983) manifiesta su criterio desde un ángulo más convencional. Él define a la identidad “como ese sentido de unicidad e individualidad que percibimos toda la vida pese a los enormes cambios que sufrimos a través del tiempo o el espacio”. Esta visión nos acerca a lo que sería el arraigo a un universo colectivo, a un constructo social determinado; el sujeto social se siente parte de un espacio específico, esto fortalece la pertenencia social y de grupo, quienes lo integran identifican su vida asociativa con rasgos comunes en una colectividad.

Es preciso señalar que la identidad personal asume o toma elementos de su contexto para construirse o constituirse; el ser humano se encuentra expuesto a un proceso de socialización desde el momento mismo en que llega al mundo. En este proceso intervienen agencias socializadoras (escuela, iglesia, medios de comunicación, familia, grupo de amigos) que se encargan de insertar al niño en un ambiente social y sobre todo de generar los elementos identitarios comunes e individuales. Para entender de mejor manera esta característica, acudamos al pensamiento de León y Rebeca Grinberg (1996, 18):

El concepto de que el desarrollo y afianzamiento del sentimiento de identidad se basa en las identificaciones introyectivas asimiladas está presente, de manera explícita o implícita, en casi todas las definiciones sobre identidad. Y sabemos también que las identificaciones resultan del interjuego de los mecanismos de introyección y proyección [...]. Esta estabilidad permite mantener la continuidad y mismidad que todos los autores consideran como características que definen la identidad y hace posible que, por contraste, cada individuo sea distinto de los demás aunque con caracteres comunes a otros y, en consecuencia, único.

Actualmente, se evidencia multiplicidad de análisis discursivos y posicionamientos que nos permiten repensar o reconstruir la historia, la literatura, la sociología, el arte, etc. En este sentido, la identidad no se aleja de esta nueva mirada, los estudios culturales la cuestionan, la interrogan y se la posiciona desde otros análisis.

Por lo expuesto, es oportuno mencionar que la identidad siempre va a ser un elemento en constante evolución o cambio. No se la puede catalogar como algo fijo o inmutable, sino todo lo contrario, “la identidad de un ser es siempre una cualidad relativa, no exacta, o incluso circunstancial” (Aínsa 1986, 29). Al considerar al sujeto emigrante dentro de este conflicto de identificación, surgen, como lo expresa María Fernanda Ampuero (2014, 29), una serie de interrogantes, propias del llamado Síndrome de Ulises, como las siguientes: ¿dónde estoy? ¿qué va a ser de mi vida?, ¿por qué estoy aquí?, ¿por qué vine?, ¿por qué no estoy allá?

 Para Taylor (1996) la identidad responde al espacio y al posicionamiento del sujeto que se identifica dentro de tal o cual identidad. Al referirnos al emigrante, que es nuestro punto de interés, la identidad atraviesa movilidades continuas. El sujeto emigrante no desarrolla su identidad dentro de los mismos patrones socioculturales de sus pares, quienes tienden continuamente a perennizar sus elementos identitarios; el sujeto emigrante, por el contrario, en su tránsito, encuentra innumerables encrucijadas acerca de su identidad. Se mueven sus convencionalismos y los países de destino requieren su acondicionamiento a las nuevas exigencias de apropiación cultural.

La migración, al ser un fenómeno de gran alcance, genera movilidad, interrogaciones, diversidad, inestabilidad en el constructo de identidad. Por lo tanto, la identidad personal del migrante, como ya lo citamos, atraviesa una metamorfosis o movimiento constante. Al inicio del tránsito migratorio, el emigrante tiene el arraigo hacia su lugar de origen, añora los lugares comunes, la familia y aquellas etiquetas que ha forjado la memoria a través de varios objetos o valores añadidos que se convierten en guardianes de la memoria, esto con la finalidad de que la identidad se mantenga estable:

El arte y la artesanía, la música folklórica, las pinturas o pequeñas piezas de adorno familiares, tan caros al inmigrante, tienen por objeto afianzar los tres vínculos de su sentimiento de identidad: acentúan la diferenciación con los lugareños, evidencian la existencia de un pasado (en esa tierra donde el que emigró dejó su biografía) y hacen presente relaciones con personas ausentes que le ayudan a sobrellevar el sentir que en el sitio en que está no tiene raíces, no tiene historia, no tiene abuelos (abolengo), no tiene recuerdos propios. (Grinberg 1996, 89-90)

Posterior al proceso de adaptación a la nueva realidad, el emigrante, sea por necesidad o por voluntad, inicia el amalgamiento, el mestizaje y el afloramiento de elementos híbridos en su identidad personal. Luego de atravesar este proceso, el emigrante ha logrado combinar elementos de la identidad de origen para condensarlos con la cultura que lo acoge. Este sería entonces “ese aspecto de nuestra identidad que trasciende, conecta y da sustancia a nuestras múltiples y siempre cambiantes identidades sociales” (Traverso 1996, 19). Tomando en cuenta que:

Solo la buena relación con los objetos internos, la aceptación de las pérdidas y la elaboración de los duelos permitirá integrar de manera discriminada los dos países, los dos tiempos, el grupo de antes y el grupo actual, que dará lugar a la reorganización y consolidación del sentimiento de identidad, que corresponderá a alguien que sigue siendo el mismo a pesar de los cambios y remodelaciones. (Grinberg 1996, 91)

 También se puede entender a la identidad personal como un permanente proceso, recreado, sostenido y confrontado por los sujetos, en una práctica social, cognitiva y lingüística, en interacción o diálogo permanente con el contexto social. Puesto que “el adulto, en su lucha por la autopreservación, debe repetir constantemente la experiencia de “encontrarse a sí mismo” y “sentirse a sí mismo”. En esta perspectiva: “El inmigrante, en su lucha por su autopreservación, necesita aferrarse a distintos elementos de su ambiente nativo (objetos familiares, la música de su tierra, recuerdos y sueños en cuyo contenido manifiesto resurgen aspectos del país de origen, etc.) para mantener la experiencia del “sentirse a sí mismo” (87).

La posición teórica de algunos estudiosos apunta hacia la migración como un terreno movedizo en lo que corresponde a preservar la identidad personal. Estaríamos hablando de un espacio de pérdida para el sujeto. Específicamente, en criterio de León y Rebeca Grinberg (1996, 19):

La migración es un cambio, sí, pero de tal magnitud que no solo pone en evidencia, sino también en riesgo, la identidad. La pérdida de objetos es masiva, incluyendo los más significativos y valorados: personas, cosas, lugares, idioma, cultura, costumbres, clima, a veces profesión y medio social o económico, etcétera, a todos los cuales están ligados recuerdos e intensos afectos, como así también están expuestos a la pérdida partes del self y los vínculos correspondientes a esos objetos.

En este sentido, son evidentes las consonancias y disonancias que se generan en la narrativa de Ampuero con relación a las categorías de migración, identidad y memoria. El sujeto migrante se enfrenta a situaciones contrapuestas en lo que se refiere a identidad. De igual forma, la memoria es una construcción histórica, social y personal. Martínez (2022) afirma que la memoria comprende y valora los espacios por más pequeños e insignificantes que sean, para crear espacios históricos que contengan experiencias significantes.

María Fernanda Ampuero, en Lo que aprendí en la peluquería, se posiciona desde la literatura y, al mismo tiempo, como sujeto migrante que construye su propia memoria. En una entrevista realizada antes de la publicación de su libro de crónicas, manifiesta: “Yo soy cronista de la migración ecuatoriana en España. Madrid es una pequeña sucursal del Ecuador” (Ampuero 2011).

Vemos en un primer momento la autoidentificación de la autora como una emigrante más, capaz de narrar su propia experiencia migratoria. Aparte de la intencionalidad testimonial, desde donde nos habla Ampuero, es necesario mencionar que María Fernanda en sus crónicas migratorias no se identifica con aquellas olas de emigrantes que viajaron a otros países (España, Estados Unidos, Canadá, Alemania) principalmente por causas socioeconómicas o laborales y que se encontraron con situaciones adversas como discriminación, falta de legalización de documentos, soledad, xenofobia, racismo y otras dificultades; sino que su representación apunta hacia aquellos intelectuales que utilizaron la emigración para fines formativos, políticos, intelectuales, turísticos, entre otros. Sin duda, su estatus como emigrante es completamente diferente, por lo tanto, la experiencia migratoria va a tener otros matices. Lo que sí se convierte en un punto de encuentro con otros migrantes es la añoranza y la cercanía a la identidad ecuatoriana, característica que es evidente en la mayoría de su trabajo cronístico. Esta identificación es evidente en su texto:

Sí, aterrizamos en la madre patria los intelectuales aniñaditos de América, acostumbrados hablar de arte y de cosas sublimes y nunca de plebeyas cuestiones como: cómo diablos voy a pagar el alquiler y a ver si me pagan esa colaboración en la revista. Allá mucha belleza, mucho verso libre, pero acá ¿quién da la papa cuando mamita y papito están al otro lado del charco? (Ampuero 2011, 55)

 Asimismo, dentro del mismo texto, en crónicas como “España desde mi esquina (doña Leonor, el matrimonio gay y el toples)”, “La bohemia, vacaciones en mi tierra” y “La niña guayaquileña”, la autora nos permite identificar una identidad totalmente arraigada a la memoria. Existe un constante acercamiento al arraigo, la añoranza, la génesis y el sitio primigenio y la memoria individual. María Fernanda (2014, 147-9) nos dice:

Quien vivió lo sabe. El resto solo puede imaginar lo que es vivir fuera de su tierra e ir apenas un mesecito al año. Esas son las vacaciones soñadas, el destino turístico inolvidable. A su lado el Caribe es un aburrido paseo... Ese es el viaje de tu vida. Los migrantes hablamos de ese mes mucho antes de viajar con la sonrisa a flor de piel [...]. Fantaseamos con comidas y abrazos y playas queridas. Yo, el día antes, no duermo: el corazón me suena como una matraca loca y tengo mil cohetes en la barriga. No somos personas en esa víspera: somos organismos desquiciados. Y así llegamos con avión ansiedad de animalitos. Apenas aterriza el avión, nos lanzamos a la puerta: “Abra señorita, me está esperando mi ciudad”. Se nos reconoce enseguida: nos tiemblan las manos al entregar el pasaporte, lloramos con el ‘Bienvenidos al Ecuador’. Y aparecemos por la salida internacional, con el alma hecho trapo, cargando el pesadísimo equipaje de todo lo que hemos extrañado. De pronto, entre la gente, los hermanos que son tan altos que rebasan la multitud y al lado, pura ilusión, Ella, la mamita. Nos lanzamos a sus brazos con gritos y gemidos y mocos y besos... Llegó el hijo, la hija, el hermano, el esposo. Llegamos nosotros, los extrañados, a pasar las vacaciones más dulces: las de nuestro país. Repartimos camisetas, chocolates, abrazos, chocolates, noticias, caricias. Y preguntamos, atropellándonos al hablar, por todo el mundo y nos empapamos de nuestros familiares, de sus voces... Y asomas la cabeza por la ventana aspirando fuerte ese olor que te dice que sí, que no sueñas: estás en tu puerto [...]. Tratamos de hacer lo imposible: vivirlo todo en 30 días. Treinta días apenas donde tienen que entrar la mamita, los abuelos, los tíos, los ñaños, los amigos del colegio, la universidad, el barrio... Solo treinta días para comer cebiche, encebollado, fritada, menestra, caldo de bolas, sango, sushi, seco de pollo, más de dos millones de patacones... Nada más un mes para ir a la parrillada del Ñato, al Continental, a Yulán, a Montañita, a Cuenca, a San José, a las nuevas discotecas, y para ver a los doscientos que te quieren brindar una cerveza. Es muy corto un mesecito para ganarte a los niños hasta que ellos, por voluntad propia, te den un abrazo, para comprarle a tu mamita lo que quiera, para llorar con su mejor amiga, para emborracharte con tus hermanos, para bañarte en el mar querido, mar Pacífico, mar tibio de mi vida... Y, por sobre todo, son muy poco treinta días para hacerte un hueco en la vida de los demás [...]. Deberían prohibir que los familiares te acompañaran al aeropuerto: tierra de insoportable dolor. Cada abrazo es como una puñalada [...]. Y te metes por esa puerta de la que ya no saldrás, mientras una cortina de lágrimas te cubre los ojos y la vida. Miras atrás y allí los ves, también destrozados: la gente que más te quiere. Y es en ese instante cuando te empiezas a poner despacito, tratando de no hacer más daño a la carne viva del corazón, las capas de acero inoxidable con las que te cubrirás el resto del año hasta que llegue otra vez el mes glorioso, el mes feliz, el mes de las vacaciones en tu tierra.

La memoria de “mi” ciudad, de “nuestro” país es una constante en las crónicas seleccionadas. Se evidencia una memoria gastronómica ligada a los afectos de la niñez, la juventud y la figura maternal. La construcción de palabras compuestas ligadas a la comida y la madre nos da cuenta de un arraigo total.

Cuando se retorna al Ecuador lo primero que desean es probar los platos propios de la gastronomía de origen y especialmente los que prepara la madre: “Y llega el momento de probar la comida de la mamita que es como el primer alimento que recibe un superviviente. Te desparramas, en serio, te enloqueces. Yo he llegado a llorar después de un bocado. Ay, ay, ay. Qué rico el mamitarroz con menestra, el mamitacebiche con camarón, el mamitacazuela de pescado. Te dan ganas de gritar de alegría porque llegaste, porque Guayaquil es esa olla de caldo de bola de la mamita y es la mesa generosa con su mantelito de plástico y su plato bien despachado”. (151)

La cronista identifica, señala, determina y conoce los recovecos de la identidad de la ciudad. Las crónicas realizan un trabajo etnográfico detallado y minucioso de la cultura popular.

Sales a la calle y respiras profundo río y asfalto, carne en palito y cerveza; tierra húmeda y manglar. Todavía huele a Guayaquil, suspiras... Y luego reencontrarse con todo, la buseta con sus mensajes morbosos y su decoración, cómo decirlo, piñatesca, carnavalesca; los vendedores con el “lleve, lleve”, los agachaditos, el “sí hay cangrejo”, el pito de los taxis que suena como silbido de galán, la piratería, el coco helado, el bolón del mediodía, las mentadas de madre en el centro, el granizado, el cangrejal, el afilador de cuchillos, los bacanes en las esquinas, el diente de oro, el “no hay bolo pelado”, las iguanas del seminario pedigüeñas como perros, el atardecer más bello del mundo para la gente de la perimetral, el mango en funda, la biela con los poetas, la minifalda, las chismosas del barrio la Bahía... (147-9)

En esta misma línea encontramos la pertenencia a una identidad nacional a través de una memoria colectiva. Los objetos evocan la identidad ecuatoriana y el sujeto migrante se siente parte de ellos:

A mí, como ecuatoriana, me llena de un extraño orgullo hablar de Galápagos, siento que son mías, como cuando los extranjeros alaban sus maravillas hablarán de mis plantas, de mi mar turquesa, de mis corales, de mis lobitos marinos. Siento que, de alguna manera, todos esos animales (las tortugas, las iguanas, los piqueros), que aparecen dibujados en los cuadernos, los billetes, las hojas del pasaporte, las estampillas y las camisetas del mercado artesanal, me pertenecieran. (Ampuero 2011, 136)

Retomando el planteamiento inicial de este trabajo, recordemos que la identidad del migrante es un entramado híbrido de expresiones cambiantes, inestables, eventuales, inconsistentes, tal como el tránsito que realiza. En este sentido, se identifica en la escritura de Ampuero, un tránsito continuo: mira la cultura de origen, la cuestiona, la contrasta con la europea, pero se posiciona e identifica como ecuatoriana. A Ecuador, lo denomina como “absurdistán” de absurdo, por ejemplo: “En Absurdistán se tranza, se traiciona, se pervierte, se lambonea, se palanquea, se parasitea” (133), sin embargo, interpela:

Porque en mi Absurdistán (el que adoro, el de mi infancia, al que vuelvo, del que nunca me he ido), la gente, con todo y males se sigue riendo a mandíbula batiente. Porque hay tardes tranquilas de hamaca y canciones y de mercados que son paraísos de frutas y flores. En mi Absurdistán del alma (sí, a pesar de todo) hay personas como don Luis Sánchez que le hacen frente al absurdo y convierten un terrenito en San José en una hospedería familiar y dicen con los ojos y la boca que ‘gana poquito, pero lo suficiente para ser feliz’. Absurdistán porque, ¿saben qué? Esa tierra loca, indignante, preciosa, caótica, ingenua, desnivelada, cálida, incomprensible, honesta, manipulada, generosa, saqueada, sufriente, pobre, rica, equivocada, esperanzada... En fin, esa tierra absurda es, sí, mía como mi madre y la quiero, como a ella, con todo mi corazón. (133)

Asimismo, se logran identificar construcciones de memoria e identidad a través del lenguaje, una especie de patrimonio lingüístico; la lengua funciona como agente aglutinador de recuerdos comunes, de memorias sólidas, de modo que la cronista en sus textos realiza un gesto a la memoria desde las comunidades del habla que se constituyen no solo en el uso del sistema lingüístico, sino en la interacción sociocultural que producen entre sus miembros. Las crónicas están pobladas de términos como: “La naple, como dicen en mi tierra” el marido, marinovio, arrejuntado o “pioresnada, me vacilan dos manes” pelado avión, mijita, madre, socio, flaco compadre, profesor, ñaña, reina, maestro (66).

Lo que aprendí en la peluquería constituye un recuento de una escritura de arraigo e identidad; sin embargo, María Fernanda Ampuero, no materializa esta idea en toda su escritura. Es capaz de versatilizar su mirada y en ciertos textos desacraliza la identidad como un compacto formado por elementos folclóricos y nacionalistas:

En resumidas cuentas, de alguien libre a alguien “atrapado”, como dice Abril Trigo (2003, 57), en la malla pegajosa de su condición migrante. Para tratar de paliar ese malestar instalado en nuestra sangre, nos hacemos fetichistas, coleccionistas de clichés, viejitos prematuros suspirando ante los recuerdos del pasado: la bandera del país, el póster de la selección de fútbol, las figuritas de cerámica, el reloj con forma de escudo nacional, la foto de los familiares, las vírgenes, los santos, las recetas tradicionales. Están ahí, son talismanes. (30)

Las fronteras hacia una patria maternal desaparecen y el pensamiento universal de la cronista emigrante sale a flote. La autora desvanece los posicionamientos nacionalistas hacia un lugar determinado: “Me llamo María Fernanda y soy migrante. Mi casa soy yo y todos los habitantes del mundo mis vecinos” (Ampuero 2005, 8). La misma autora otorga libertad al emigrante, desaparecen el arraigo a la tierra amada para dar paso a discursos universales: “La migración es un estado rudo, desafiante, castigador, te hace sentir vulnerable, desamparada, torpe, huérfana y hasta delincuente” (1). La crítica que realiza a ciertas prácticas identitarias nos dan cuenta de que su discurso se aleja de la normatividad y se fija en recursos de resistencia hacia una identidad homogénea y codificada. La continua propensión al viaje por parte de la autora evidencia su pensamiento universal: “El regreso es imposible. Estoy en casa, yo, como un caracol, soy mi casa y lo único que tengo en la vida es el camino y una maleta que nunca deshago del todo. Las gentes de raza insatisfecha como yo siempre sentiremos que estamos en el lugar equivocado. Mi derecho inalienable es moverme [...] hasta sentir que estoy en el lugar correcto y, aunque nunca llegue ese día, sé que es la búsqueda lo que —textualmente— me mueve” (Ampuero 2005, 4). Se estaría escribiendo otro tipo de discurso identitario, por ello “El eje de la estrategia en la vida posmoderna no es construir una identidad, sino evitar su fijación” (Bauman citado en Hall 2003, 51).

CONCLUSIÓN

Finalmente, es preciso señalar que en Lo que aprendí en la peluquería, crónicas de María Fernanda Ampuero, transita un sujeto migrante anclado a una memoria e identidad determinada y ubicada geográficamente. Esto es visible en las poéticas del espacio, en la gastronomía, en los nombres propios, en los lugares, en las personas, en los tránsitos, en la vuelta a casa y otros argumentos narrativos que la autora utiliza. El lenguaje es el mejor medio de conservación de la memoria que se materializa a través de las crónicas migratorias de la autora-migrante.

Sin embargo, valiéndose de otros textos, la autora desacraliza la identidad y se aleja de su noción tradicional. La identidad del migrante es un entramado híbrido de expresiones cambiantes, inestables, eventuales, inconsistentes, tal como el transito que él realiza. Lo que sí es claro, es que categorías como memoria e identidad permiten precisar situaciones por las que atraviesa el sujeto migrante y a la par sirven para identificar la mediación entre la literatura y la migración, entre los vaivenes del espacio extranjero y el propio. A través de este trabajo bibliográfico documental fue posible señalar los matices y vaivenes que la cronista determina como un insumo en su escritura migratoria. s

Lista de referencias

Aínsa, Fernando. 1986. Identidad cultural de Iberoamérica en su narrativa. Madrid: Gredos.

Altamirano, Carlos. 2002. Términos críticos de sociología de la cultura. Buenos Aires: Paidós.

Ampuero, María Fernanda. 2011. Lo que aprendí en la peluquería. Quito: Dinediciones.

Ampuero, María Fernanda. 2011. 2005. Veinte reflexiones de una emigrante, en http://www.oei.es/catalogoartistas/obra_fernanda_ampuero.pdf.

Ampuero, María Fernanda. 2011. Entrevistada en El Universo.https: //www.eluniverso.com/2011/01/ 18/1/1380/maria-fernanda-ampuero -aprendiz-peluquera.html/

Ampuero, María Fernanda. 2014. “Vivir in between”. En “Me fui a volver”: narrativa, autorías y lecturas teorizadas de las migraciones ecuatorianas, editado por Diego Falconí Trávez, 29-42. Quito: Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador/Corporación Editora Nacional.

Bauman, Zygmunt. 2003. “De peregrino a turista, o una breve historia de la identidad”. En Cuestiones de identidad cultural, compilado por Stuart Hall y Paul du Gay, 40-68. Traducido por Horacio Pons. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Grinberg, León, y Rebeca Grinberg. 1996. Migración y exilio. Estudio psicoanalítico. Madrid: Alianza Editorial.

Martínez, Luis. 2009. “Memoria histórica y sus significados de la memoria en Guatemala”. https://www.irenees.net/bdf_fiche-analyse-944_es.html/

Taylor, Charles. 1996. Fuentes del yo: la construcción de la identidad moderna.

Traducido por Ana Lizón. Barcelona: Paidós.

Traverso Yépez, Martha. 1996. “La identidad nacional en Ecuador: un acercamiento psicosocial a la construcción nacional”. Tesis de doctorado. Universidad Complutense de Madrid.

 

Declaración de conflicto de intereses

La autora declara no tener ningún conflicto de interés financiero, académico ni personal que pueda haber influido en la realización del estudio

 

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DOI: 10.32719/13900102.2025.57.2

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