KIPUS: REVISTA ANDINA DE LETRAS Y ESTUDIOS CULTURALES,
No. 56 (Julio-Diciembre, 2024), 190-194. ISSN: 1390-0102

Reseña


 

Leonardo Valencia, Ensayos en caída libre, Bogotá, Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador/Ariel, 2023, 420 p. Miguel Molina Díaz, Cuaderno de la lluvia, Quito, Dinediciones, 2020, 162 p.

 

Wilfrido H. Corral

Academia Ecuatoriana de la Lengua Quito, Ecuador

 

Se puede encontrar en La Celestina, o en El Quijote y su contemporáneo shakespeare que la hizo popular, variantes de la expresión “las comparaciones son odiosas”, pero no es el acto de comparar que es negativo sino lo que en verdad se está comparando. Consciente de que las comparaciones como ejercicio productivo a veces distraen en vez de aclarar, escribir sobre Ensayos en caída libre (2023) de Leonardo Valencia (1969) y Cuaderno de la lluvia (2020) de Miguel Molina Díaz (1992) es dar una visión somera de hacia dónde progresan dos generaciones de la no ficción ecuatoriana, específicamente las que equilibran las virtudes de lo que se entiende por “ensayo” con las exigencias personales, nunca tribales o virtuosas, de cómo escribir fuera de la nación mientras se vive en ella y se la documenta. Trazar la trayectoria vital de Valencia o Molina Díaz que antecede a ese proceder puede convertirla en casilla, además de perderse en búsquedas interminables de similitudes que forman y reforman el entendimiento del pasado y presente de ellos, y de sus lectores. Hacerlo sería esforzarse por tejer todos esos hilos para producir una metáfora apropiada, con la cual se perdería de vista las desemejanzas. Hay una lista de candidatos a temas generacionales que contrarían, con base en la complejidad de sus intereses, formación y trayectoria personal, o por no participar de algún nuevo boom.

Es más, en tiempos de las fallas de la Inteligencia Artificial, “hechos alternativos”, mentiras sociopolíticas, teorías conspiratorias y crisis culturales globales, es patente que les tiene sin cuidado la santa trinidad de diversidad, equidad e inclusión, que sus coetáneos internacionales exportan sin vacilar. A ambos le atrae la ética de las interpretaciones, no las pontificaciones sesudas de los “críticos expertos”. Cuando menos, no todas estas figuras están de acuerdo; y por eso un problema inicial al leerlos es desconcertarse al encontrar sus argumentos apuntalados por llamados a tantos conceptos y doctrinas contradictorios, generalmente sin ninguna explicación de cómo se resolverán las contradicciones evidentes.

Valencia y Molina Díaz prefieren ser parte de los “cancelados” en vez de ingenieros de almas humanas, gestión que sigue atrayendo a sus respectivas cohortes nacionales, importadoras de un nuevo colonialismo interpretativo. A la vez, se desprende de sus ensayos, artículos, notas críticas, recensiones y crónicas (variantes no ficticias que practican en diferentes medios) que saben que sus argumentos no pueden ser entendidos extirpándolos de sus contextos o sometiéndolos en vacío a escrutinio analítico, aislándolos de otros diálogos sobre los que les ocupan. Así ocurre en “Ensayo sobre la dinámica del continuo narrativo”, quinta de las seis partes de la amplia compilación de Valencia, y en “Nueva York, cuerpo y pandemia” el último de los ensayos breves de Molina Díaz. Si el del guayaquileño es más académico en contenido, el del quiteño es más ensayístico en gajes formales. No obstante, al mancomunar esos aspectos expresivos para expresar el poder del arte, comparten la lucidez de transmitir que el entendimiento literario no es lo mismo que aprender a narrar con referencias eruditas que no es necesario forzar; y ambos saben que mientras más depende de la jerigonza, lo menos convincente y feliz que es el intérprete.

Hay por lo menos otros dos aspectos que hacen de la no ficción de Valencia y Molina Díaz las más desterritorializadas y representativas del cosmopolitismo de la práctica nacional y de las diferencias que los dos respetan. Primero, la historia nacional del género. Ningún experto en ella que haya investigado a conciencia durante las últimas cuatro décadas ha podido ignorar el trabajo crítico del finado Rodrigo Pesántez Rodas, no importan las diferencias metodológicas con que se encuentre. Pesántez Rodas sabía y reconocía otras visiones de los desplazamientos genéricos de que se ocupaba, y que se tenía que dialogar con ellas. Por sinsentidos exclusivistas del oficio, o de conceptualización, personalismo e

ideología sobre qué debe o puede ser una historia crítica, decepciona la inatención a su Panorama del ensayo en el Ecuador (2017; 2019), que reivindica su pertenencia en el canon crítico, y hasta la fecha no hay análisis nacional más concienzudo y objetivo de la producción ensayística anterior a la que examino aquí.1

Segundo, es más productivo y revelador leer la no ficción de ambos autores junto a su narrativa, en particular la de Valencia, y se puede comenzar cotejando las dos colecciones que examino con La escalera de Bramante (2019; 2023) de Valencia y Bruma (2023), de Molina Díaz. En otro momento he pormenorizado los grandes logros de la primera; y de la segunda cabe avanzar que la ironía y sutil manipulación de enlaces histórico-culturales en el Bildungsroman de un letraherido ecuatoriano en Barcelona desmienten una aseveración de Simmel sobre el movimiento del conocimiento histórico en la literatura: “El elemento histórico debe permanecer tan grande que su contenido conserve la unidad y a través de ella la alusión a un antes o a un después plenamente determinado frente a todos los demás” (143).

Bien se puede suponer que Molina Díaz no tenía que obedecer o leer sobre ese mecanismo para referirse a las implicaciones del nacionalismo catalán o la represión y exilio venezolanos, por ejemplo.1

Si en su anterior El síndrome de Falcón (2008, ed. aumentada 2019) y Ensayos en caída libre, Valencia analiza cómo los escritores nómadas engarzan sus periplos con poca atención al paisaje físico (el del desasosiego actual es creado por la acumulación monstruosa de material distópico), enfatizando más sus esperanzas y actitudes vitales, queda cotejar las relaciones entre las novelas de pensadores idealistas del nomadismo (que no es lo mismo que deriva o fuga) y su distanciamiento de las realidades interiores e instaladas en lo local que prefieren diferentes tipos de exteriorización. Por su parte, en “Así llega la lepra” y “Nueva York, cuerpo y pandemia”, de Molina Díaz, son testimonios (el último de Estados Unidos) de su peregrinaje internacional, facilitando relacionar su novela de formación a su historial académico/creativo. Aquellas son solo algunas analogías, mutatis mutandi, entre estos prosistas, con la diferencia obvia de que se basan en experiencias vitales que matizan la contemporaneidad de ellos.

No sé si los momentos nacionales e internacionales que le ha tocado vivir a Valencia son una versión de la suave maldición supuestamente china “que viva en tiempos interesantes”, o una ironía sobre tiempos difíciles. Ensayos en caída libre es a la larga una excepcional defensa de la literatura, concentrada en la novela que, como reconoce en “En caída libre” (que cierra el volumen), “tiene adversarios que rechazan, marginan o desprecian sus dispositivos”. Con optimismo, desde el COVID de 2020 (desmenuzado en la cuarta parte), se compromete a ser un baluarte y ejercer la tutela del tipo de creatividad que, en          otro ámbito, benefició a la generación de Molina Díaz. Cualquier pugilismo valenciano se fija en las ideas, no en ser ad hominem. Si se leyera los 19 textos de la primera parte y los 20 de la tercera como un todo, se tendría que dedicar mucho tiempo para festejarlos, para molestarse con algunos, exasperarse con otros, o resignarse: y por cierto para admirar su compromiso con su pensamiento ágil, erudito y práctico, nunca único o usado. Si es así, ¿qué de tantos registros conceptuales y temáticos?

Una y otra vez, en la primera parte los textos son perspicaces, lejos de incendiarios, y algunos provocan la reflexión “Esto es lo más sano que he leído sobre este tema”. Lo que está de por medio en la abundancia de sus cavilaciones queda expresado en los autobiográficos (casi siempre su “yo” no es un otro) “Notas para volver a un país futuro” y “La lectura imposible y la inagotable”, como también en el pensativo y demasiado breve “Madera de ensayista o el abandono de la experiencia”. Valencia nunca puede abandonar la novela, y son heterogéneos los textos dedicados al género o a la falta de crítica experta abierta (la que no presenta replanteamientos apresurados o nacionalistas), base de su no ficción anterior sobre la novela. La tercera parte se dedica consecuentemente a la sutileza de ser amante o detractor de ella, y sin ningún orden de preferencia analiza textos concisos de lectores encontrados como Aira, Borges, Cervantes, Monterroso, Bolaño, Emar, Vargas Llosa y Cercas; y si se le pide escribir sobre su patria son certeros los dedicados a Lupe Rumazo, Sandra Araya y Solange Rodríguez Pappe.

Molina Díaz, sin duda consciente del tipo de presión “nacional” que la generación de Valencia y otras inmediatamente anteriores experimentan, opta          por tomar esa susceptibilidad con serenidad, y su procedimiento no le será conocido a los lectores que pasan mucho tiempo ante el muro de lamentaciones de las redes sociales. Tampoco quiere presentarse como el amigo que explica experiencias propias con excesos, sino como un cronista cultural que ha aprendido de los malentendidos y falacias de la vida, como explica en los “Agradecimientos”. En gran medida, Cuaderno de la lluvia es sobre la identidad en el mundo contemporáneo de la migración. Los que leen “Roma: en busca de la gran belleza”, “La Canuda, o el fin de la era de los libros”, o un par de los dedicados a trayectos por Asia, no deberán sorprenderse con “Manabí en el corazón” o “Pancho Segura, o el hecho de tener cuerpo”, porque para Molina Díaz la identidad nacional nunca reduce la confianza del escritor para estar en dos mundos (véase sus epígrafes) y escribir textos complejos que expresan sentimientos sinceros con ironía e irritaciones menores.

Las 17 no ficciones de Cuaderno de lluvia son testimonios vitales como los de Valencia, pero marcados por una urgencia presente en su muy libresca Bruma. Como Kundera en El arte de la novela, ambos ecuatorianos intuyen la necesidad de “un arte del ensayo específicamente novelesco”, y viceversa; desobediencia genérica que el checo atribuía a Broch y que es más  conocida en las Américas como un giro y preferencia de Borges, o más recóndita del peruano Miguel Gutiérrez, que en su práctica y en Celebración de la novela (1996) aboga por la “novelización del ensayo” o el “ensayo novelístico”. El ensayo tradicional, en particular el académico, tiene una calidad excesivamente enfrascada, producida por tratar de sintetizar vastas cantidades de literatura secundaria que vienen con la marea. Con ese exceso de andamiaje cualquier percepción crítica es sofocada por un atolondramiento hecho a expensas de la claridad, tratando de discernir o imponer patrones donde no hay ninguno. Por fortuna un ensayo es lo que es, no una teoría, y no hay que descartar las partes que no satisfacen, proceder que coadyuva a la crítica sensata a evitar escritos convencionales, o a los que dependen de modelos capitalistas primermundistas, como el actual neogótico prosista calcado de mejores maestras rioplatenses, culto experimentalista pasajero que es más una modificación de costumbres en la exigua movilidad sociocultural latinoamericana que una transformación novedosa.

Al ir contra esas corrientes, Valencia y Molina Díaz en verdad celebran -parafraseo Los versos satánicos de Salman Rushdie- la hibridez, la impureza, el mestizaje sociocultural sin consignas de moda, las transformaciones que surgen de nuevas e inesperadas combinaciones interactivas de seres humanos, culturas, ideas, algo de política, mucho de literatura, y de la música (Molina Díaz incluye una playlist en Cuaderno de la lluvia y Bruma); mientras Valencia estimula la participación de los lectores en la página de la red informática acoplada a su El libro flotante). Hay un sentido de riesgo estético en los procedimientos de estas dos no ficciones, ubicado en el espacio entre la proyección de los autores y su autoficción (¿Bruma, Kazbek?), y lo que verdaderamente son. No se trata de comparar peras con manzanas, y como estos dos connacionales también exigen asumir su cosmopolitismo a primera instancia, tanto los lectores y los autores pueden desafiar o cosificar nociones preconcebidas. No hay manera de pedirle algo mejor o más a un género que lleva siglos desplazándose e incomodando positivamente con la custodia genial de su archiconocido escepticismo, irreverencia y regocijo impío.

Notas

[1] Para la época posterior que no discute Pesántez Rodas, véase Juan Carlos Grijalva, “El ensayo y la crítica literaria contemporánea”, en Historia de las literaturas del Ecuador, vol. 7, Literatura de la República, 1960-2000 (primera parte), coord. Alicia Ortega Caicedo (Quito: UASB-E / CEN, 2000), 254-283, trabajo más exhaustivo y actualizado políticamente.

 


 

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DOI: 10.32719/13900102.2024.56.14

ISSN:1390-0102
e-ISSN: 2600-5751

 

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