KIPUS: REVISTA ANDINA DE LETRAS Y ESTUDIOS CULTURALES,
No. 56 (Julio-Diciembre, 2024), 167-169. ISSN: 1390-0102

Creación


 

La casa

The House

DOI:   Article

 

Salomé Velasco

Universidad   Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador.

 

La acción se desarrolla en la casona La Olimpia, ubicada en la colina de las Marianas. Es la casa principal de una antigua hacienda en decadencia. La puerta de entrada tiene una aldaba antigua con cara de mono para llamar. Tras la puerta hay un espejo de medio cuerpo. En el vestíbulo de la casa cuelga un candelabro cubierto de polvo y telarañas y debajo de él una mesa redonda con un gran jarrón de flores marchitas. Una escalera de caracol lleva al segundo piso donde se encuentran las habitaciones divididas por un pasillo. Al lado derecho está la habitación de la Abuela con un balcón que da al exterior. Del lado izquierdo una habitación desocupada. Debajo del cuarto de la Abuela una cocina. Un goteo permanente hace eco en toda la casa.

ACTO I

ESCENA UNO

Habitación de la Abuela. Las cortinas de la puerta que da al balcón ondulan suavemente. Del dintel de la ventana cuelga una jaula con un pájaro. En el velador hay un portarretratos boca abajo y junto a este un reloj de cuerda que marca las cuatro de la mañana. La Abuela está sentada inmóvil al filo de la cama de madera tallada, mira fijamente al teléfono de pared mientras musita algo como una plegaria.

Súbitamente se pone de pie y enciende la luz. Saca una libreta del velador y marca en el teléfono rotatorio. Después de una larga espera contestan.

(Martha, voz en off).

Martha: Diga...

Abuela: Martha, no cuelgues, necesito hablar contigo.

Martha: ¿A esta hora? Solo las brujas están despiertas a esta hora.

Abuela: ¡Martha, escúchame! No tengo mucho tiempo, sé que te estoy molestando, pero tengo algo que ofrecerte.

Martha: No me interesa nada de usted, Abuela.

Abuela: Sé que la estás pasando mal y yo estoy muriendo, podemos ayudarnos, tú me ayudas y yo te ayudo, ¿qué me dices?

Martha: Abuela, ¿qué quiere?

Abuela: Necesito alguien que me cuide, siento que estos son mis últimos días, solo tendrás que aguantarme por poco tiempo.

Martha: ¿Y qué gano yo con eso?

Abuela: La Olimpia.

(Silencio.)

Abuela: ¿Qué me dices? Yo sé que me necesitas.

Martha: ¿De dónde saca eso? No necesito nada de usted.

Abuela: (ríe cínicamente) La llave está donde siempre.

Martha: Mejor vuelva a la cama, Abuela.

Abuela: Eres igual a tu madre.

Martha cuelga furiosa el teléfono. La Abuela Imelda apaga la luz y se acuesta.

ESCENA DOS

Medio día. El pájaro canta en su jaula. Martha llega jadeando al portal de la casona, la luz enceguecedora del sol cae perpendicular sobre Martha que se cubre con una sombrilla grande y rota. Deja en el piso un par de maletas que carga con dificultad y se seca el sudor con un pañuelo. Va a golpear la puerta, pero se detiene, mira a su alrededor con disimulo, constata que no haya nadie cerca y se dirige a un macetero grande y pesado a su izquierda. Lo levanta a medias usando todo su cuerpo y pasa la mano por debajo para buscar la llave. De entre la maleza sale una rata, Martha se asusta y retrocede maldiciendo. En ese momento suena su celular, lo que altera aún más a Martha que mira fijamente la pantalla sin atreverse a contestar, deja que timbre hasta el final.

Martha: ¿Es un chiste?...

Martha vuelve por la llave y finalmente abre la puerta, que chirría agudo semejante a un grito desgarrado. Martha espera unos segundos antes de entrar, luego con pasos lentos rodea el salón principal inspeccionándolo con la mirada.

Escucha unos pasos arriba. Se detiene.

Martha: ¿Ya se murió Abuela? (silencio largo, sonido continuo de pasos). Apesta a muerto.

Abuela: Para qué crees que te llamé.

Martha: Sí, llegué bien, gracias.

Abuela: Vas a ser la dueña de esta casa, mejor que empieces a ganártela.

Martha: Hay ratas.

Mientras sube la escalera Abuela: No hay veneno.

Martha: Voy a bañarme y luego bajaré al pueblo a comprarlo.

Abuela: Tampoco hay agua.

Martha: Ah...

Abuela: Puedes acomodarte en tu cuarto, no he movido nada.

Martha: (abre la puerta de la habitación) Me imagino...

Martha deja las maletas, va al baño y abre el agua del lavamanos, se escucha un gorgoteo que sube por las tuberías hasta que sale aire y agua con óxido. Abre de par en par las puertas del armario y cae sobre ella una muñeca de trapo gigante que al golpe empieza a entonar una canción que se deforma por la falta de pila. La coloca en una silla junto a la ventana. Desde su cama, la Abuela Imelda estira el cuello tratando de ver lo que hace Martha a través de la puerta.

Abuela: ¿No vas a dar un beso a tu Abuela?

Martha: Iré por el veneno...

Abuela: Busca abajo del lavabo, en la cocina... Martha se dirige a la cocina Martha: ¿No que no había?

Abuela: Acabas de llegar, no voy a dejar que bajes al pueblo, debes estar cansada. Cajón derecho, el de la chapa rota.

Martha: Conozco esta casa mejor que usted.

Abuela: No olvides que sigo siendo la dueña.

Martha: (entre dientes). Lo que diga la señora.

Abre el cajón y un olor pestilente entra por su nariz haciéndola retroceder. Tiene náuseas. Vuelve a sacar su pañuelo, se cubre la boca y la nariz, y aguanta la respiración para volver a acercarse al cajón. Saca algunos envases vacíos y cajas, en una de ellas, los restos de un gato muerto, casi momificado, es Horacio, su gato.

Martha: Hey, pequeño, ¿tú también?

Martha llora.

Martha: ¡Abuela! ¡Abuela!

Abuela: Estoy vieja, no sorda. ¿Qué quieres?

Martha: ¿Dónde está el Horacio?

(silencio)

Martha: ¡Abuela!

Abuela: No sé, hija, se perdió.

Martha: ¿Hace cuánto?

Abuela: No sé, la memoria me falla.

Martha sube las gradas con la caja.

Abuela: ¿Qué es eso? Huele a muerto...

Martha arroja el cadáver del gato

Abuela: Gato torpe, estaba tan viejo como yo... A lo mejor se comió una rata envenenada.

Martha: Mi gato...

Abuela: ¡Mi gato! Es el único que se quedó.

Martha: ¿Así cuida sus cosas?

Abuela: La vida se encarga de poner todo en su lugar.

Martha: Sí, claro, a usted la dejó postrada y a ese pobre pájaro...

Abuela: Sí, sí, está bien, piensa lo que quieras. Ahora recoge a ese pobre animal y entiérralo, a lo mejor así el jardín florece.

Martha: No le da ni un poco de pena...

Abuela: ¿Y qué quieres que haga? ¿Que lo reviva?... Vos solita empacaste tus cosas en mis maletas, que eran maletas buenas, antiguas, de cuero... ¿Qué creíste?, ¿que dejar el plato del gato lleno era tener buen corazón?

Martha: No tenía a dónde ir; no podía llevarlo conmigo.

Abuela: No tenías que haberte ido, esta era tu casa.

Martha: ¡Esta es su casa!

Abuela: Por Dios, saca a esa cosa de aquí, me provoca náuseas.

Martha: Como a mí el humo de sus tabacos. Sabe que soy alérgica.

La Abuela hace el gesto de vomitar y termina con una carcajada.

 Martha: Era mi gato...

Abuela: Nunca has dejado de ser una niña...

Martha: No sé por qué volví.

Abuela: Por la casa, ¿no?

Martha la mira con desprecio, recoge los restos del gato y sale de la casa, se sienta con la caja a su lado y revisa su celular, escucha un mensaje de voz. Cava un hoyo con las manos y echa al gato en el interior; con su cinta de cabello ata dos palos secos en forma de cruz y la clava sobre la tumba del gato. Entra. Martha limpia la cocina, saca las flores marchitas y, finalmente, prepara trampas con veneno de rata arrodillada en el piso de la cocina.

ESCENA TRES

La Abuela golpea con su bastón. Del piso de madera se desprenden motas de aire que caen en la mesa de la cocina.

Martha: Ya casi.

Abuela: Puedes terminar después.

Martha: Ya, en un minuto.

Abuela: Pierdes el tiempo.

Martha sube, encuentra a la Abuela fumando.

Martha: ¿Qué quiere?

Abuela: (Acostada, con falsa debilidad). Pásame el álbum.

Martha se lo alcanza.

Abuela: ¿Sabes por qué le decían Marica a tu Bisabuela?

Martha: No se puede respirar aquí, Abuela.

Martha abre las puertas del balcón.

Abuela: Porque se llamaba Mariana, así les decían en ese tiempo, de cariño. (Saca una de las fotografías del álbum y se la pasa a Martha). Esta es la única foto que tengo de mi mamá Marica. La mamá de mi papá

Francisco no la soportaba porque era flaca, flaca, flaca... ¡Esa pobre mujer no va a durar ni el primer parto! Así le decían a papá para que no se case, pero ya ves...

Martha: Sí Abuela, me ha contado mil veces. Le voy a hacer una valeriana.

Martha comprueba que el agua de la tetera sigue caliente y sirve una taza.

Abuela: ¡Agua de gatos!

Martha: Abuela, por favor...

Abuela: También decían que mamá Marica era bruja... (ríe a carcajadas). ¡Bruja!

Ríe hasta tener un ataque de tos. Martha la ayuda a sentarse y le alcanza la taza de té.

Martha: Abuela, tiene que dormir, deme eso.

Martha intenta quitarle el cigarrillo, pero la Abuela aparta su mano con un golpe.

Abuela: Mi mamá no era una bruja; bruja la que mató a mi papá Francisco; por eso se murió mi mamá; porque les lanzaron una maldición.

Cae un relámpago.

Martha: Qué oportuno.

Abuela: Dicen que a tu bisabuelo le lanzaron una maldición... Que una bruja que estaba enamorada de él le regaló tres panes, era goloso mi papá, pero no se los comió en seguida sino que los guardó en el bolso para comerlos luego; a medio camino empezó a sentir que algo se revolvía dentro del bolso, metió la mano y en lugar de panes lo que sacó fueron tres perros negros que empezaron a crecer, así que los lanzó lo más lejos que pudo y arreó al Campuelías, ese pobre caballo babeaba de lo rápido que corría, eso dijo mi mamita, los perros se quedaron atrás tragando el polvo del camino, pero cuando tu bisabuelo llegó ya tenía la espalda negra y sudaba frío.

Martha la ayuda a tomar un sorbo, pero la Abuela escupe.

Martha: Sí, ya sé, el Campuelías...

Abuela: ¡Estúpida, está caliente, me quieres matar! (Martha se queda perpleja, sonríe y se limpia sin bajar la mirada a la Abuela). El Campuelías llegó de milagro, porque conocía la casa. ¿Sabes por qué se llamaba Campuelías?

Martha toma la taza y empieza a mecerla y soplar para enfriar la bebida.

Martha: Sí, abuela...

Abuela: Porque mi papá encontró en una revista del extranjero una foto de los Campos Elíseos, y como era ignorante... (Ríe) Porque tu abuelo no estudió, hija. Por eso siempre te digo que debes estar agradecida de todas las comodidades que has tenido.

Martha: Sí, abuela…

Abuela: De todos modos... ¿dónde me quedé? ¡Ah, sí! La bruja estaba celosa de mamita.

Martha: Le dio tuberculosis.

Martha insiste con un gesto para que la Abuela beba el té.

Abuela: Esa misma noche se murió. Y mamá se fue detrás de él.

Mientras Martha da de beber el té a la Abuela con una cuchara.

Martha: Enfermó de la pena y murió en algún hospital, eso fue todo... Pero eso ya pasó, es cosa del pasado y ya es hora de dormir.

Martha le quita el cigarrillo y lo apaga. Arropa a la Abuela, parece que quiere acariciarle la frente, pero se detiene, la mira por un instante, cierra las puertas del balcón y va hacia su habitación. Enciende la luz, pero con la caída de un nuevo relámpago el foco se quema y queda a oscuras; enciende la linterna de su teléfono, en el velador hay un candelabro. Martha baja a la cocina en busca de fósforos; mientras enciende las velas escucha sonidos de ratones de un lado a otro de la cocina, se queda inmóvil conteniendo la respiración por un momento hasta que suena el clic de una trampa activada y pequeños chillidos; con sigilo se acerca al lugar de donde provino el sonido y mete la mano con dificultad en el espacio que queda entre la pared y los estantes de víveres, toca algo y se asusta, ríe, vuelve a meter la mano y saca la trampa con el cadáver de un ratón.

Martha: Hola, pequeño, esto te pasa por meterte donde no te corresponde.

Cae un relámpago y Martha deja caer la trampa, por el impacto la trampa se afloja y el ratón sale emitiendo chillidos.

Martha: Carajo...

Martha camina lentamente cubriendo las llamas con su mano. Mientras sube las escaleras, escucha una canción que sale de la habitación de la Abuela.

Martha: ¿Abuela? ¿Sigue despierta? (silencio) ¿Abuela?...

Martha entra y encuentra a la Abuela parada frente al ventanal del balcón, canta y alimenta al pájaro.

Martha: Claro... Ya está sonámbula...

Se acerca y la lleva suavemente hasta la cama. Cierra las cortinas.

Abuela: (Se sienta súbitamente en la cama y estira la mano en dirección a la puerta) ¡Mamá Mariana!

(Martha grita aterrorizada mientras la Abuela suelta una carcajada).

Abuela: Ay, Martha, todavía eres una niña asustadiza...

Martha: (indignada). Con usted todo es risas...

Va hacia la puerta y se detiene como esquivando un obstáculo. Sale dando un portazo mientras la Abuela sigue riendo. Suena el teléfono, Martha vuelve a sobresaltarse, agarra el teléfono y contesta.

Martha: ¡¡¿Qué quieres?!!// No estoy para tus cosas, deja de buscarme// ¡Déjame en paz!

Cuelga, apaga el teléfono y juega con la luz de las velas haciendo figuras de sombras hasta quedarse dormida.

ESCENA CUATRO

Martha duerme profundamente en su cama. El ambiente es oscuro, apenas iluminado por la luz de la luna que entra a través de las cortinas. Una corriente de viento las mece suavemente. De repente, Martha se sienta y mira a su alrededor desorientada.

Martha: Yo no abrí la ventana... ¿O sí?...

La ventana se ilumina cada vez más de una luz azul. Martha se acerca y choca con la silla haciendo caer nuevamente a la muñeca que se activa y empieza a cantar. Martha asustada golpea a la muñeca hasta que se apaga.

Se escuchan picoteos en la ventana, es el pájaro de la Abuela.

Martha: Hey... ¿Cómo escapaste?

Martha golpea con sus uñas la ventana, respondiendo al pájaro. Tras la ventana puede verse un bosque. Escucha la melodía que la Abuela cantó, el sonido viene de un riachuelo cercano. Martha abre la ventana para escuchar con claridad, entonces el pájaro picotea la cabeza de Martha y luego avanza saltando hacia el bosque, cuya sombra se proyecta cada vez más sobre la casa hasta cubrirla. Martha va tras el pájaro, esquiva ramas y charcos, de pronto llega a un claro en el bosque donde lo atrapa.

Martha: La Abuela se pondría furiosa si se entera que ibas a irte.

El pájaro comienza a trinar y agitarse y súbitamente muere.

Martha: No, no, no, no. ¿Qué te pasa?

Una figura se dibuja a contraluz en la distancia, de espaldas a ella, con el cabello, largo y oscuro. Martha se acerca lentamente, pero cuando está cerca, la figura desaparece. Martha ve una luz que palpita bajo sus pies y empieza a escarbar.

Martha: ¡Fuegos de San Telmo!

Martha trata de aguantar la respiración. No está segura de lo que está buscando, pero siente una urgencia incontrolable. A medida que cava más profundo, la tierra comienza a temblar y los árboles cercanos se sacuden violentamente, el viento y las ramas suenan como suspiros y rechinar de dientes. Pero Martha sigue cavando hasta que finalmente encuentra algo, aspira una gran bocanada de aire. Desenreda un vendaje y descubre el rostro de su Bisabuela Mariana.

Martha: Abuela Mariana...

A pesar de su belleza, su palidez es siniestra y perturbadora. Martha se queda paralizada por la visión. La Bisabuela abre los ojos y se le acerca al oído.

Bisabuela: (con voz dulce) Te estuve esperando.

Martha no puede moverse. Entonces, la Bisabuela se quita un collar cuyo medallón brilla con una luz azulina, y se lo cuelga al cuello.

Bisabuela: (sonriendo maliciosamente). Llévame a casa.

Martha despierta en su cama, tiembla. Se toca el cuello para comprobar si carga el medallón y nota que no lleva nada. Vuelve a acostarse, pero no puede conciliar el sueño. El reloj suena, da las 4 de la mañana. Martha decide salir de la cama, mira temerosamente por la ventana, antes de bajar entreabre la puerta de la habitación de la Abuela y la ve dormir. Baja a la cocina a prepararse algo.

ESCENA CINCO

Martha sentada en una mesa pequeña y cuadrada en la cocina, bebe algo caliente mientras prepara el desayuno para la Abuela. Se la nota perturbada, golpea sus uñas rítmicamente contra la mesa. La Abuela golpea su bastón tres veces en el piso y el polvo cae sobre Martha. En un movimiento automático, Martha desliza su silla hacia la derecha antes que el polvo la cubra. Se levanta, bebe sin pausa hasta terminar el contenido. Lava su taza y toma la bandeja del desayuno. Resbala en los primeros escalones y los platos caen de la bandeja.

Abuela: Hija, ¿estás bien?

Martha, golpeada y adolorida, recoge la bandeja, la deja en el suelo y se acerca a revisar el escalón, mira hacia el techo buscando una gotera, luego mira el líquido y lo huele. Ríe entre dientes.

Martha: ¿Orina? ¿Ahora orina sonámbula?

Abuela: ¿Pero, de qué hablas, hija? Martha: ¡Aaargh, esto apesta!

Abuela: ¿Qué apesta?

La Abuela aparece al borde de las gradas

Martha: ¿No se supone que no tiene fuerza para salir de su cuarto?

Abuela: ¿Estás insinuando que yo... (Ríe) Hija, pero qué imaginación...

Martha: Venga y huela... Y dígame que no es orina.

La Abuela baja lentamente las gradas hasta llegar a Martha, con cada paso se escucha el crujir de la madera.

Abuela: Hija, no ves que apenas puedo caminar, ¿cómo se te ocurre... Déjame verte. (Martha le enseña el tobillo, pero la Abuela lo empuja, se coloca los lentes y empieza a estirar la piel del rostro de Martha). Ajá, ajá.

Martha: ¡Miente!... No me toque.

Abuela: ¡Quieta! Mira esas ojeras. Necesitas empezar a cuidarte, hija. Toma agua, duerme.

Martha: Y usted, Abuela, ¿hace cuánto no se baña?

Abuela: (Silencio). Tú sabes que te quiero, pero no abuses Martha. Estás en mi casa y mientras...

Martha: Y mientras vivas aquí se hace lo que yo diga... ¡Ja! ¡¿Me amenaza?!

Abuela: No te atrevas...

Martha: ¿O qué?

Silencio...

Abuela: Debe ser alguna gotera...

Martha: Es verano

Abuela: Entonces el fantasma de tu gato que te deja saludos desde el otro lado...

Martha: ¿La divierte todo esto?

Abuela: Mascarilla de sábila o avena con miel...

Martha: ¿Qué?

Abuela: Martha...

Martha: ¿Qué?

Abuela: Tengo hambre...

(Silencio)

Abuela: Talvez heredaste mi sonambulismo.

Martha: ¿Qué insinúa?

Abuela: Nada. Voy a la cama. Tráeme el desayuno.

Martha: Abuela...

Abuela: ¿Qué?

Martha: Necesito dinero para las compras.

Abuela: No hace falta que bajes al pueblo, don Sergio traerá lo que haga falta, haz una lista.

La Abuela va hacia su habitación, Martha se deshace del saco, corre al lavabo y se lava profusamente, el sonido del desagüe hace eco en la cocina. Arriba, se ve a la Abuela entrar sigilosamente a la habitación de Martha, revisa algo bajo la almohada, las maletas mal desempacadas, prueba su perfume y su maquillaje. Encuentra el celular y lo enciende ahogando el sonido de inicio en las cobijas, revisa rápidamente las llamadas y mensajes, lo apaga y regresa en carrerillas a su habitación. Al cerrar la llave hay un silencio total en la casa.

Martha sospecha y sube a zancadas la escalera, salta el escalón donde resbaló, pero se golpea una uña del pie; al entrar no encuentra nada. Se sienta en su cama.

Martha: Un gato fantasma...

Enciende su celular, lo revisa y guarda en el bolsillo de un nuevo saco.

ESCENA SEIS

La Abuela, acostada en la cama, llama a Martha con el bastón y cae polvo. Martha suspira. Se queda afuera de la habitación.

Abuela: Entra, necesito que marques al viejo.

Martha entra, se acerca a la jaula y comprueba que el pájaro sigue ahí. Martha ríe aliviada.

Martha: Hola, pequeño.

Abuela: ¿Qué?

Martha: No, nada.

Martha marca el teléfono.

Abuela: No entiendo por qué estás tan molesta, no llevas ni un día aquí, tienes cara de...

Martha: ¿De qué?

Abuela: ¿Hiciste la lista?

Martha: Aún no... Está timbrando. (silencio)

Martha: Aló, ¿don Sergio? Es Martha, le llamo de la Olimpia.

Abuela: Pásamelo.

Martha: Don Sergio, le paso con mi Abuela… Sí, ¡qué gusto escucharle!

Abuela: Pásamelo.

Martha se lo alcanza.

Abuela: Puedes ir por mi desayuno.

Martha: ¿Y la lista?

Abuela: Haré mi pedido habitual, con eso es suficiente. |Martha sale y grita desde las gradas Martha: Recuerde que ahora somos dos.

Abuela: Tres, no te olvides del Horacio.

Martha baja a la cocina y saca del cajón bajo el lavabo algunos implementos de limpieza. Limpia las gradas, mientras lo hace fija la mirada en el jarrón vacío, deja todo y sale de la casa para buscar flores silvestres, pero no encuentra suficientes. Al entrar deja la puerta abierta y llena de agua el jarrón en la cocina. Martha tararea una canción. La Abuela desde su habitación golpea con el bastón, nuevamente cae polvo y Martha vuelve a limpiarlo.

Abuela: ¡El desayuno!

Martha: Voy.

Martha prepara apresuradamente la bandeja y sube.

Martha: ¿Quiere algo más?

Abuela: ¿Cómo quieres que coma esto?

Martha se da cuenta y baja corriendo las escaleras, toma la cuchara y sube, se la entrega a su Abuela. La Abuela come ruidosamente, largo silencio. Al mismo tiempo entra Gallito con una caja llena de víveres, lleva un sombrero viejo. Entra por la puerta abierta y se dirige a la cocina, se sirve un vaso de agua y comienza a guardar los alimentos. Arriba se escucha el sonido del agua en la cocina, Martha se alerta, pero la Abuela no se inmuta. Martha toma el bastón de la Abuela.

Abuela: ¿Para qué lo quieres?

Martha hace un gesto a la Abuela para que haga silencio Abuela: Si lo rompes, lo pagas.

Martha baja sigilosamente, la Abuela se alza de hombros y sigue comiendo.

Martha: ¿Quién es?

Martha eleva el bastón, se prepara a atacar. Entra en la cocina y ve a Gallito de espaldas.

Martha: ¿Hola?

Gallito gira y se alegra al verla y se abalanza para abrazarla.

Gallito: ¡Marta…!

Martha grita asustada y trata de golpear a Gallito que ágilmente esquiva todos los bastonazos.

Martha: ¿Quién...

Gallito: Perdón, no quise...

Martha: ¿Cómo sabes mi nombre?

Gallito: No sabía que estabas aquí.

Martha: ¿Cómo entraste? ¿Quién eres?

Abuela: ¿Qué pasa ahí abajo?

Martha lo mira y aún no lo reconoce, así que lanza un último golpe y acierta.

Gallito: ¡Martha!

Abuela: ¡Martha!

Martha: ¿Gallito?... (Lo levanta del piso). Gallito, ¿cómo llegaste tan rápido? Perdón, no te reconocí.

Abuela: No es para matar ratas.

Gallito: No pasa nada.

Martha: ¡Gallito! ¿Cómo entraste?...

Gallito: La puerta estaba...

Martha: Me asustaste...

Gallito: Lo siento.

Martha: ¿Qué haces aquí?

Gallito: Traje el pedido de tu Abuela.

Martha: Gracias, no sabía que tú...

Gallito: Sí, el tío Sergio me da trabajo, hasta que pueda encontrar algo mejor en la ciudad.

Martha: ¿Quieres irte de aquí?

Gallito: ¿Quién no?

Martha: Te ves... joven...

Gallito: El huerto del tío Sergio da buenas coles. Todos los días tomamos un poco de jugo... No es amargo. Martha: Me…

 

 

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