KIPUS: REVISTA ANDINA DE LETRAS Y ESTUDIOS CULTURALES,
No. 56 (Julio-Diciembre, 2024), 117-142. ISSN: 1390-0102

Artículo de investigación


 

Relaciones afortunadas y descubrimientos siniestros: en torno a la descendencia francesa de Juan Montalvo

Fortunate Relationships and Sinister Discoveries: On the French Descent of Juan Montalvo

 

DOI:   https://doi.org/10.32719/13900102.2024.56.8

 

Fecha de recepción: 06 de febrero de 2024 - Fecha de aceptación: 17 de abril de 2024
Fecha de publicación: 
1 de julio de 2024

Juan Salvador velecela chacón   

École Normale Supérieure. París, Francia.  

 

 

 

Resumen

A través  de la figura de Jean  Contoux, hijo parisino de Juan  Montalvo, este  artículo sigue la trayectoria de ecuatorianos de renombre, como los diplomáticos Víctor Manuel Rendón, los hermanos José y Miguel Seminario y Enrique Dorn y de Alsúa que, en su momento, se encontraron vinculados con la historia cultural o política francesa.

Palabras clave: Ecuador, Juan  Montalvo,  Francia,  antisemitismo, Affaire  Stavisky,  Segunda

Guerra mundial.

Abstract

Through the figure of Jean  Contoux, the Parisian son of Juan  Montalvo, this article traces  the career  of renowned  Ecuadorians, such as the diplomats Víctor Manuel Rendón,  the brothers José  and Miguel Seminario,  and Enrique Dorn y de Alsúa, who, in their time, were linked to French cultural or political history.

Keywords: Ecuador, Juan Montalvo, France, Antisemitism, Affaire Stavisky, Second World War.

Dead scandals form good subjects for dissection.

Lord Byron

En Histoire du surréalisme sous l’Occupation, Michel Fauré (1982) relata las acciones del grupo surrealista la Main à plume —Léo Malet, André Stil, Marc Patin— contra los escritores franceses acusados de colaborar con la prensa afín al régimen de Vichy y, en particular, con el periódico de extrema derecha L’Appel —que había acogido en sus páginas a poetas como Jean Follain o Léon-Paul Fargue—. Para ilustrar la línea ideológica de dicho semanario, Michel Fauré transcribe un artículo publicado el 7 de enero de 1943 por Jean Contoux (1943a), periodista de L’Appel (“Un nouveau statut des Juifs”):

A partir de ahora, todos los judíos, incluidos los nacidos en Francia, tendrán que indicar su raza en sus documentos de identidad y de alimentación.Así sabremos con quién estamos tratando.Quien  obtuvo  estas medidas, el Sr.  Darquier  de  Pellepoix,  Comisario General de Asuntos Judíos, no pierde la esperanza de obtener otras medidas más  sólidas y eficaces para  la purificación  y la protección de la raza francesa (2)..1

 

No fueron muchas las investigaciones que nos permitieron comprender que el autor de esas líneas, Jean Contoux (17-10-1886/8-12-1969), no era sino el último hijo de Juan Montalvo, nacido en París pocos años antes de la muerte del escritor, durante su relación con Agustine Contoux (Garnat, 1858-París, 1950), un hecho parcialmente revelado por A. Darío Lara (1983). Ha sido, pues, el contraste entre los valores humanistas del padre y la aparente intolerancia del hijo lo que nos ha llevado a indagar en esa faceta oculta de ese otro Montalvo, por medio del cual nos acercaremos al destino de otros ecuatorianos —hoy en su mayoría olvidados— que, en su momento, estuvieron estrechamente vinculados a la vida política y cultural francesa.

JEAN CONTOUX, UN DESCUBRIMIENTO A LA SORDINA

Los primeros acercamientos entre Jean Contoux y Darío Lara tuvieron lugar en septiembre de 1963 por medio de uno de los sobrinos del primero: Robert Simard (hijo de Suzanne Contoux, nacida en 1895 de Augustine Contoux y de un padre distinto de Montalvo, fallecido seis años antes). Buscando estampillas de una serie dedicada al autor de los Capítulos —que él creía ser su abuelo—, Simard se había acercado al encargado de asuntos culturales de la embajada de Venezuela, Guillermo Pardo de Leygonier, que ocupaba accesoriamente un puesto en el mercado filatelista de los Campos Elíseos. Persuadido de la importancia del asunto, Pardo de Leygonier no tardó en dirigirlo a Darío Lara, entonces embajador de Ecuador en Francia, quien estableció rápidamente el primer contacto de una relación —esencialmente epistolar— que duraría hasta la muerte de Contoux en 1969. Sus recuerdos, recopilados en Montalvo en París, son ricos en detalles y refieren, entre otros elementos importantes, que la última descendiente francesa del escritor fue Évelyne Contoux —hija única de Contoux—, hasta su muerte sin parientes en 1979.

Según ha referido Lara en una nota de El Comercio publicada el 20 de octubre de 1963 (“Un hijo de Juan Montalvo vive actualmente en Francia”), el parecido de Jean Contoux con su padre era —a ojos de Robert Simard— realmente prodigioso:

Contemplando una fotografía de Juan Montalvo, Robert Simard reco-noce maravillado la enorme semejanza con su tío Jean, cuando joven [...]. Pero lo más sensacional, lo más interesante que me refiere Robert Simard relativo a su tío Jean Contoux es la extraordinaria paridad de destino, en mucho semejante a la de su ilustre padre. Como él ha sido escritor, periodista, jefe de redacción de varios periódicos. Consagrado a la política, si no ha conocido el exilio, como Juan Montalvo, cinco años ha estado prisionero por defender sus ideas. (Lara 1963, 3)

 

Tal paralelismo no está libre de imprecisiones, ya que, si Jean Contoux libró batallas periodísticas y políticas en momentos cruciales de la vida política francesa, estas últimas podrían entrar en contradicción con las ideas defendidas por su padre. Entre los diarios citados por Lara para dar cuenta de la carrera periodística de Contoux se encuentran títulos de prensa deportiva —Le Vélo (1892-1904), donde comenzó su labor, antes de trabajar para Le Muscle (1927-1928)— e incluso de prensa femenina —Ève, journal féminin illustré (1920-1954), Minerva, le grand illustré féminin que toute femme intelligente doit lire (1925-1938)—. No hay huella, sin embargo, de periódicos militantes donde Contoux hubiera podido entablar un combate político de cualquier índole.

A decir verdad —y para restituir una verdad demasiado oculta, que no figura de ningún modo en los periódicos citados, pues remiten todos al comienzo de la carrera periodística de Contoux—, la implicación política de este hijo de Montalvo comenzó en 1928, con una postulación a la dirección del Sindicato Francés de Periodistas y una candidatura a las elecciones legislativas de ese año. Aunque fracasó en cada uno de estos intentos —no alcanzó el cargo sindical por un centenar de votos— y perdió la investidura parlamentaria frente al candidato saliente (Syndicat national des journalistes 1918, 1), ambos son representativos de un deseo de implicación en la vida pública que tomó forma a finales de los años veinte, en un contexto de extremismo creciente. Da cuenta de ello un artículo del diario La Croix publicado el 11 de agosto de 1928 (“Élection législative dans la 2e circonscription de St-Denis”):

Ante la anulación por la Cámara de Diputados de las operaciones electorales del 29 de abril en la 2.ª circunscripción de Saint-Denis (cantón de Noisy-le-Sec), se celebrarán nuevas elecciones legislativas a principios de octubre en esta misma circunscripción. Parece que el “camarada” Clamamus, diputado saliente y alcalde de Bobigny, no estará representado por el partido comunista, el cual preferiría al profesor Pons, destituido por propaganda antimilitarista. Tenemos entendido que nuestro colega el Sr. Jean Contoux será el candidato de los Republicanos Nacionales. Residente en la circunscripción desde hace varios años, el Sr. JeanContoux es un militante dedicado y activo que siempre ha luchado contra los partidos revolucionarios. (La Croix 1928, 2)

 

El Grupo Republicano Nacionalista Francés, fundado en 1902 en oposición al Bloque de izquierdas (1902-1905), se distinguió por su afinidad con la extrema derecha y el antisemitismo, atizado en aquellas épocas por el affaire Dreyfus. No es absurdo imaginar, en efecto, que la militancia política de Contoux, fundamentada sobre bases antiguas —como lo señala él mismo en una carta a Darío Lara del 29 de septiembre de 1964—, tuviera su origen en los meandros del affaire Dreyfus, desde la condena del capitán en 1894 hasta su sobreseimiento en 1906 (cuando el hijo de Montalvo tenía 20 años):

Aplazado y luego eximido del servicio militar por “endocarditis crónica”, llegué a la mayoría [de edad] y comencé a interesarme por la política. En verdad me interesaba desde hace mucho tiempo, pues cuando estaba en el colegio, y luego en la Facultad, la agitación antisemita estaba en su apogeo en París y la juventud de las Escuelas participaba activamente en ella. En 1908, residente en las afueras de París y como había trabado relaciones, fundé un Comité local de la Acción Liberal Popular, cuyo programa correspondía a mis ideas. Era un gran partido, cuyos dirigentes eran el señor Jacques Piou y el conde Albert de Mun, y que tenía una muy importante representación parlamentaria. Más tarde, llegué a ser miembro de su comité directivo (Lara 1983, 247; Lara Brozzesi 1995, 133).2

Jacques Piou y Albert de Mun, los dirigentes del partido de Acción Liberal Popular eran adeptos del monarquismo y organizaron la principal fuerza de oposición al Bloque de izquierdas en un período caracterizado por intensos debates sociales, como la separación de la Iglesia y el Estado en 1905, capaces de polarizar la opinión pública. Pero el partido de Acción Liberal Popular no alcanzó dicho lugar en el parlamento sino hasta después de 1902, luego de que los dos dirigentes obtuvieran la adhesión del Grupo Parlamentario Antijudío de Édouard Drumont, constituido por más de treinta diputados. De modo que la joven militancia de Contoux contenía en sí el germen del panfletista en que se convertiría a finales de los años treinta, cuando su experiencia como periodista le permitiría redactar artículos de opinión e impulsar agresivas campañas de prensa.

Varias décadas después, el compromiso político de Contoux seguía siendo, efectivamente, el mismo. Y lo ejercía a través de una militancia doble, claramente identificada por el periódico Comœdia con motivo de las elecciones legislativas de ese año, cuando Contoux fue nuevamente candidato contra el representante del Partido Comunista Francés (“Jean Contoux, jefe de redacción de Le Pays, se enfenta en Montreuil a su colega de L’Humanité, Daniel Renoult”), en un artículo publicado el 30 de abril de 1932 y titulado “Nunca tantos escritores y periodistas habían aspirado a ser diputados”:

Existen, sin duda, muchas similitudes entre la política y el periodismo. Ambos van de la mano. Se mezclan y se entrecruzan, a veces hasta confundirse... [...] A fuerza de comentar los debates, de vivir en esa atmósfera tan especial del Palacio Borbón, donde la fiebre es contagiosa...; a fuerza de enardecer con “papeles” halagadores o amargos el celo de los partidos, de epilogar sobre los escrutinios, de prever y de predecir las crisis ministeriales, aunque solo sea para resolverlas prematuramente sin preocuparse por lo que realmente sucederá, y de desempeñar en la húmeda penumbra de las Cuatro Columnas el doble papel de árbitro y adivino, muchos periodistas ambicionan este año pasar de los bastidores al escenario, que es en este caso un estrado. (Comoedia 1932, 1)

 

Como en 1928, cuando aspiraba simultáneamente a un puesto parlamentario y a otro sindical, la conjunción del periodismo y de la política caracterizaba definitivamente la militancia de Contoux. Y aunque la proximidad entre esas dos secciones de la vida pública fuera claramente mayor en años de entreguerras —así como lo señalaba Comœdia en su artículo—, quienes, como él, radicalizaron su combate hasta colaborar activamente con las fuerzas de ocupación nazi durante el régimen de Vichy (19401944) fueron relativamente menos numerosos.

Poco menos de una década después de representar a la derecha nacionalista en las elecciones legislativas de 1928 y 1932, Jean Contoux estuvo afiliado a la Liga Francesa de Depuración, Cooperación Social y Colaboración Europea, fundada por Pierre Costantini tras la derrota francesa de 1940 ante la Alemania de Hitler. De hecho, el periódico L’Appel —que hemos mencionado al comienzo de estas páginas— no era sino el órgano de difusión de la Liga y, como tal, hizo parte de los periódicos de extrema derecha en los que Louis-Ferdinand Céline publicó sus panfletos antisemitas —junto con La Gerbe, Je suis partout y Au pilori—. El último hijo de Montalvo compartía, de hecho, con el autor del Voyage las mismas aspiraciones antisemitas, expuestas por este último en un artículo de L’Appel (“Qui détient le pouvoir”) con fecha del 9 abril de 1942:

 A decir verdad, el asunto judío en Francia me repugna enormemente. [...] ¡Ya ni siquiera deberíamos hablar de la cuestión judía! ¡Lo que importa es la cuestión aria! “Antisemita” quiere decir asqueroso y repugnante. Yo quisiera ser un ario de honor. (Céline 1942, 1)

En el mismo semanario —fechado esta vez el 25 de febrero de 1943— Contoux se alegraba de las medidas previstas por el comisario general de asuntos judíos, Louis Darquier de Pellepoix, y proponía otras, en complemento, para “revolver la cuestión judía”.

Sin duda algunos lectores me reprocharán que repita siempre lo mismo. Tengo que hacerlo, por desgracia, ¡porque siempre es lo mismo! Y no es culpa mía.Así pues, la cuestión judía, la eterna cuestión judía, no se ha resuelto, a pesar de medidas a nuestro parecer fragmentarias e inadecuadas que ya han sido adoptadas bajo la presión de las circunstancias. Y tenemos motivos para temer que esta cuestión no será resuelta pronto. Sigue habiendo judíos —como lo decimos y lo demostramos cada semana— en funciones y puestos de trabajo que ya no tendrían ocupar. Los judíos, ya sea por sí mismos o a través de intermediarios, siguen siendo influyentes.Así que debemos acabar con ellos, de una forma u otra. Hay que neutralizarlos y apartarlos definitivamente de la comunidad francesa, a la que son totalmente ajenos ya que no pueden asimilarse.Darquier de Pellepoix, comisario general de asuntos judíos, ha hecho lo que ha estado a su alcance. Hace lo que puede pero, como quien dice, hace muy poco...Según las declaraciones que acaba de dar a uno de nuestros colegas, solo hay tres maneras de conjurar  el peligro judío: la masacre, la expulsión y la separación.Darquier  de  Pellepoix,  a  quien  hemos visto  más  categórico en  otras ocasiones, descarta de entrada la primera para no dar a los judíos la aureola del martirio.En cuanto a la expulsión, estamos de acuerdo con él. Por el momento es imposible y lo seguirá siendo hasta que el problema sea resuelto a escala mundial.Lo que queda es la separación, a la cual Darquier de Pellepoix  dedica sus esfuerzos. Consiste en eliminar el poder económico judío y prohibir que los judíos ocupen cargos públicos, lo que pensábamos que ya se había hecho Por nuestra parte, contemplamos un cuarto medio, defendido incansablemente por Pierre  Costantini: reunir a todos  los judíos,  sin excepción, hombres, mujeres y niños, en campos donde vivan entre ellos y trabajen para mantenerse.Reconstruir, en definitiva, los guetos. Pero fuera de las ciudades y lo más lejos posible de ellas.De modo que sería su regreso a la tierra. (Contoux  1943b, 2)

 

En octubre de 1941, Jean Contoux encabezó una campaña de prensa intitulada “Hay bronce por reciclar” para que el gobierno refundiera varias “obras de arte, o supuestas obras de arte, muchas de las cuales afean las plazas, calles y jardines de la mayoría de las prefecturas, subprefecturas y capitales cantonales de Francia”. La lista propuesta por Contoux —que, enfatizando en la línea ideológica nacida con el régimen de Vichy, se ensañaba contra los símbolos republicanos— incluía la estatua alegórica de la República que, “en la plaza del mismo nombre, sigue siendo un recuerdo del régimen nacido de la derrota» y se extendía hasta Rousseau, «el triste autor del Contrato Social» (Contoux 1941a, 5). Tres meses después de comenzada su campaña, el 4 de diciembre de 1941, L’Appel (“Encore une victoire de l’Appel”) se felicitaba por los resultados obtenidos en la Porte des Ternes, situada al oeste de París:

Hace unas semanas, en un artículo titulado ¡»Hay bronce por reciclar!, nuestro colega J. Contoux pedía que se retiraran los horrores sembrados en nuestras plazas públicas. Por fin se ha tomado la medida necesaria, y el famoso (sic) “Ballon des Ternes” bajará por fin de su pedestal. Pero, ¿para cuándo el “Gambetta” en las Tullerías? (Contoux 1941b, 3)

 

Dicho monumento, diseñado por Auguste Bartholdi —el escultor de la Estatua de la Libertad—, fue fundido efectivamente en 1941 bajo la presión del equipo de prensa de Contoux. Conmemoraba uno de los episodios más emblemáticos de la guerra franco-prusiana, durante el cual el ministro del interior Léon Gambetta (1838-1882) despegó de París a bordo de un globo aerostático hacia la ciudad de Tours para eludir el asedio impuesto por los prusianos. A finales de los años sesenta, Raymond Queneau recordaría el destino de esta estatua en un poema de Courir les rues (“Genèse XXXII, 24”):

Le combat de Jacob avec l’ange est un mystère fascinant on le voit peint par Delacroix sur un mur de l’église Saint-Sulpice patrie du premier télégraphe inventé par Chappe dont la statue-carrefour Raspail-Saint-Germain fut capturée par les Germains qui l’envoyèrent à la fonte comme le Ballon des Ternes avec son pigeon collé par un bout de l’ailece qui est difficilement pardonnable. (1967, 64)

 

Al consumarse la liberación de París frente a las fuerzas de ocupación alemanas a finales de agosto de 1944, el semanario L’Appel fue clausurado y Pierre Costantini, su fundador, condenado a 15 años de prisión. Pero a diferencia de Costantini, que había huido tan pronto supo del desembarco estadounidense en Normandía (Lambert y Le Marec 1993, 122), Contoux fue arrestado a las pocas semanas de terminados los últimos combates, como lo refiere la edición del 13 de octubre de 1944 del diario Le Figaro (“Les arrestations et l’épuration”):

Fueron detenidos ayer los Sres. Cayla, antiguo Gobernador General de Madagascar; Guy Zuccarelli, redactor en jefe de Les Nouveaux Temps; Bois Cormon  d’Ollivier André,  de  Le Pilori; Jean-Baptiste Frezoule, de La Semaine à Paris; Jean Contoux,  de L’Appel; Yves de Ladger, director de la unidad técnica de Châtillon de la Société Nationale de Construc- tions Aéronautiques du Sud-Ouest [...].En el Ministerio del Interior se ha creado una Comisión consultiva encargada de dar asesoramiento en materia de purga administrativa en Francia metropolitana.Estará compuesta por dieciséis miembros, ocho de ellos nombrados por el Consejo Nacional de la Resistencia y ocho más nombrados por el ministro entre funcionarios o agentes que fueron efectivamente miembros de la Resistencia. (Le Figaro 1944, 2)

 

Al término de su juicio, que tuvo lugar el 25 de abril de 1945, Jean Contoux fue declarado culpable de la publicación de diecisiete artículos de propaganda y condenado a cinco años de trabajos forzados. Inició el cumplimiento de su condena en la central penitenciaria de Poissy, antes de ser transferido a la penitenciaría de Saint-Martin de Ré, ubicada en la isla del mismo nombre, en compañía de experiodistas como Henri Béraud y Robert de Beauplan, a inicios de enero de 1947. El diario manuscrito de este último nos ha permitido corroborar tales informaciones, que un ligero desliz en cuanto al nombre de Contoux no podría deslegitimar:

PorPor fin llegó el día de nuestra partida. Era el lunes 6 de enero. Éramos dieciséis en nuestro destacamento. Era un grupo selecto. Mis compa- ñeros eran Henri Béraud, Stéphane Lauzanne, Henri Clerc, Charles Tardieux, Pichard du Page, Henri Contoux [sic] de L’Appel, dos pintores, uno italiano, el otro letón, y el fabricante de productos farmacéuticos Tétard, al que estaba encadenado (De Beauplan, s. f.).3

 

Se debe recalcar que la prisión de Poissy albergaba tanto a presos comunes como a detenidos políticos en condiciones particularmente difíciles, pues vivían en un hacinamiento que se había vuelto insoportable, aun para la administración. Frente a esta situación, el director general de la administración penitenciaria, Paul Amor, decidió trasladar a los presos políticos de más de sesenta años. Jean Contoux, que cumpliría 61 años en 1947, pudo acogerse a las nuevas condiciones de encarcelamiento, descritas por Jean Butin en su biografía del también compañero de presidio de Contoux, Henri Béraud:

En la ciudadela construida por Vauban, convertida en centro penitencia- rio (donde estuvieron encarcelados Mirabeau, Henri Rochefort y Louise Michel), los condenados a trabajos forzados esperaban su traslado a Cayena, antes de la guerra, con el famoso grito de “Merde à Vauban!”. Sin embargo, desde 1942, solo se encierra allí a los condenados a re- legación. El cercano cuartel de Thouras, construido también bajo Luis XIV, había de servir de prisión para Béraud y sus compañeros. Pero comparado con Fresnes y sobre todo con Poissy, Saint-Martin iba a ser para ellos una prisión de oro. Era un edificio grande, situado al borde de la sombreada carretera que conducía al pueblo y daba al sur por sobre un páramo de matorrales que se extendía hasta el océano. Constaba de tres edificios de dos plantas: los dormitorios de los reclusos estaban en el segundo piso, con unas veinte camas y dos grandes ventanas por las que entraba mucha luz. No había rejas y una simple red de alambre de espino rodeaba los edificios. Pero se habían conservado las torres de vigilancia instaladas por los alemanes (que habían ocupado la isla hasta abril del 45) y, día y noche, los oficiales del CRS estaban de guar- dia para disuadir cualquier intento de fuga. (Butin 2001, 276-7)

 

Tenemos razones para creer que fue allí donde Contoux terminó su condena en 1950. Sin embargo, no hemos podido encontrar ningún otro rastro de su paradero entre su traslado a la penitenciaría de Saint-Martin de Ré y su encuentro con Darío Lara a principios de los años sesenta. Lo que sí podemos subrayar es que la inquebrantable discreción del embajador ha ocasionado más de una situación incómoda que, bajo la apariencia de un reproche, aflora en ciertas circunstancias, evidenciando el malentendido. Tal es el caso de Jorge Jácome (2007, 19), director de la Casa de Montalvo entre 1989 y 1998, quien ha lamentado en sus libros los infructuosos intentos de Darío Lara para hacer que el Ecuador reconociera su deuda —o lo que él estimaba tal— hacia el hijo parisino de Montalvo:

Ahora que la acción conjunta del Ministerio de Educación y del Municipio de Ambato ha hecho posible la edición de los volúmenes de Montalvo en París y conocemos todos los detalles de los últimos días del Cosmopolita y del fiasco que resultó la invitación al Ecuador al que fuera su vástago, es del caso reflexionar sobre este hecho vergonzoso, para todos los ecuatorianos en general, pero de manera particular para los ambateños y qué decir de quienes se proclaman “montalvinos”. (19)

 

La idea de llevar a Ambato al último hijo de Montalvo se acompañaba de otra, destinada a “obtener del Gobierno del Ecuador un nombramiento honorífico para Jean Contoux Montalvo, en la ciudad de Cannes y alguna pequeña pensión que le permita vivir sus últimos días con holgura” (22). Como el primero, este segundo intento fracasó —seguramente por falta de recursos, aunque no se pueden descartar sospechas acerca de Contoux—, suscitando amargos comentarios de Jácome:

Todo el entusiasmo, las gestiones, los ofrecimientos y la misma invitación quedó en el olvido y pese a las múltiples gestiones que hicieron desde Francia, nunca hubo, dice el Dr. Lara, una explicación, menos una excusa. El 12 de enero de 1965, Jean Contoux Montalvo escribiría a Darío Lara desengañado, el tiempo de las ilusiones había terminado, y le aconsejaba no insistir en la invitación. No es difícil imaginar que el anciano hijo de El Cosmopolita, después de toda una vida de olvido que se parece al ostracismo en el que vivió su padre, había creído por unos días que una lucecita de esperanza y gratitud se había encendido para alumbrar los últimos años de su existencia (23).

 

En este punto —y para acabar con un paralelismo abusivo—, nos gustaría sacar a relucir las palabras de Juan Montalvo (1923) en El Cosmopolita acerca de quienes hicieren mal uso el periodismo y la imprenta:

Los que por medio de la imprenta procuran desviar de la verdad a sus semejantes y tiran a corromperlos, esos son los cismáticos y herejes, a quienes en justicia se debía levantar autos de fe. Si su inventor hubiera sospechado el uso que algunos hombres de fea naturaleza habían de hacer de ella, habría desbaratado su máquina; la imprenta debe ser, y es en las naciones pulidas, una tribuna sagrada: el escritor el sacerdote, el género humano, el auditorio, el mundo, el santuario. Prudente, comedido, avisado, he aquí los dotes del escritor que se propone mantener en su punto los derechos, abogar por la libertad y difundir las luces civilizadoras. Al periodista que pone en cuentos la concordia de dos naciones, por aquel mal mirado entono y provocador orgullo con que a las primeras trata gravísimos asuntos, debe su Gobierno, si no le castiga, amonestarle cuando menos. (214-5)

Jean Contoux falleció en Cannes el 8 de diciembre de 1969 con cierta precariedad —ya jubilado, escribía en una carta a Lara fechada el 14 de octubre de 1963, desempeñaba “funciones de secretario mecanógrafo auxiliar de contabilidad y cajero” (Lara 1983, 164; Lara Brozzesi 1995, 118) en una empresa de construcción—, llevándose consigo el recuerdo de la sociabilidad ecuatoriana alrededor de Montalvo en París. Convocar dicha memoria será nuestro propósito en lo sucesivo.

ENTRE ECUADOR Y FRANCIA:VÍCTOR MANUEL RENDÓN

La muerte de Juan Montalvo en 1889 dejó a Augustine Contoux y su hijo —de apenas dos años y medio— en un desamparo que no tardó en movilizar al círculo de amigos del escritor. En su carta a Lara del 22 de octubre de 1963, Jean Contoux menciona, por ejemplo, las atenciones de Rosario Zaldumbide —madre de Gonzalo Zaldumbide—, quien, recuerda, “frecuentaba la casa de mis padres y [...] me guardó en su casa durante los últimos días de mi padre y durante las exequias celebradas en la iglesia San Francisco de Sales, en donde permaneció el ataúd esperando ser trasladado al Ecuador” (Lara 1983, 171; Lara Brozzesi 1995, 119-20). O su cercanía con Víctor Manuel Rendón, “a quien iba a verle en su casa de la Plaza Malesherbes, casi todas las semanas”. En una de sus últimas cartas a Lara, con fecha del 29 de septiembre de 1964, el recuerdo de muchos otros permanecía intacto en su memoria:

Durante mucho tiempo, sus amigos y las personalidades que residían en París o de paso, ayudaron a mi madre: señor M. Rendón, Ministro Plenipotenciario y Enviado Extraordinario en Francia; el señor Carlos Winter, Cónsul General; su sucesor, el señor Ángel Miguel Carbo; los señores Hermanos Seminario, banqueros, me recibían regularmente y me remitían pequeñas cantidades de dinero para mi madre a fin de participar en los gastos de mis estudios y de mi mantenimiento. (Lara 1983, 244; Lara Brozzesi 1995, 131)

 

De ellos, el más conocido es Víctor Manuel Rendón, nacido en Guayaquil en 1859 y fallecido en la misma ciudad en 1940 tras una brillante carrera como diplomático: primero como agregado de legación en Francia e Inglaterra (1885-1890) y luego como ministro plenipotenciario en Francia y España (1903-1914). Su familia se había trasladado a París durante el régimen de García Moreno, en 1871, de modo que la educación recibida en esa ciudad favoreció el desarrollo de una temprana sensibilidad literaria. Así pues, dirigió en 1892 la publicación de Capítulos que se le olvidaron a Cervantes en Besanzón y publicó, a partir de 1904, una docena de obras en francés y en español —hoy prácticamente olvidadas—, entre las cuales destacan una traducción francesa de los poemas de J. J. de Olmedo (Rendón 1904) y una novela que obtuvo el Prix de la langue-française (un antiguo premio literario concedido a los autores francófonos residentes fuera de Francia) en 1933.4

Esta novela —Lorenzo Cilda5que, en palabras de César Arroyo, narra “el conflicto que todos los que hemos vivido en Europa largos años no podemos dejar de sentir” (1930, 9), fue sin duda para Rendón una suerte de remedio a su mal: escrita originalmente en francés, pero publicada primero en español, la novela fue bien recibida tanto en Ecuador —país que le abrió las puertas de su Academia de la Lengua— como en Francia, donde se publicó por entregas del 7 de septiembre al 16 de octubre de 1930 en el Journal des Débats —el mismo que publicara un siglo antes los Misterios de París, de Eugène Sue—. Édouard Clavery, ministro plenipotenciario de Francia en Ecuador, distinguió en su momento el conflicto de Lorenzo Cilda, así expuesto en su prefacio a la edición francesa:

Desde el punto de vista puramente literario, esta novela constituye un vínculo más, un vínculo intangible pero aún más sólido, entre el Ecuador y nuestro país, ya que fue escrita primero en francés y luego traducida al castellano por el autor, que domina nuestra lengua tanto como la suya propia. No hay nada en las páginas que siguen que sugiera que el Sr. Rendón es extranjero. De hecho, este hombre de buen corazón, ferviente discípulo de las musas y ecuatoriano de cultura francesa, puede afirmar con razón que es ciudadano del mundo. […] No iremos más lejos en el examen del grave y delicado problema psicológico que presenta esta novela, en la que las figuras femeninas de Delia, la apasionada y adorada joven ecuatoriana, y Hélène, la con- movedora prometida francesa abandonada en París, encarnan el drama mismo del espíritu de Lorenzo, de su alma oscilante, en un ritmo que se acelera inevitablemente, entre su país de origen, que nunca ha dejado de apreciar, y su patria de adopción, que ama con toda la fuerza de su gratitud. Es una situación verdaderamente excepcional. (Clavery 1929, 7-10)

 

El argumento de Lorenzo Cilda, basado en la oposición entre estas dos mujeres, encontró además un eco inverso en su vida, ya que se casó en París, en 1891, con María Josefina Seminario, su compatriota. Y a su retorno a Guayaquil, a principios de los años veinte —ciudad cuyo nombre, decía François Coppée (9), es como “el gorjeo de un pájaro”—, consiguió mantener un vínculo duradero con Francia, como lo ilustra una nota publicada en el Journal des Débats (“Équateur. Un hommage à Manuel Rendon”) con motivo del cambio de nombre de la calle Simón Bolívar de Guayaquil en su honor, el 6 de marzo de 1937:

El cuentista y novelista ecuatoriano Víctor Manuel Rendón, que tanto ha hecho por promover la literatura francesa en Hispanoamérica, acaba de recibir un homenaje que será aplaudido por los muchos amigos del escritor en Francia. El ministro de Educación de Ecuador, José de Rubira Ramos, acaba de conseguir que la calle principal de esta gran ciudad moderna, conocida no sin razón como “el primer puerto de la República      de Ecuador”, que      antes llevaba el nombre de Bolívar, se llame de ahora en adelante calle Víctor Manuel Rendón. Cabe señalar que el menú del banquete ofrecido a nuestro ilustre colega incluía: velouté Saint-Germain, pollo a la francesa, huevos Marengo, sauternes, château-margaux, champagne cordon rouge, y que la preocupación por nuestra literatura era tan grande que el chateaubriant se escribió Chateaubriand. Víctor Manuel Rendon, Gran Oficial de la Legión de Honor y miembro correspondiente de la Société des gens de lettres, también fue homenajeado por el comité de profesores. (De Falgairolle 1937, 3)

 

EN EL CÍRCULO DE MARCEL PROUST:MIGUEL SEMINARIO ET CLARITA HAHN

Por su unión con María Josefina Seminario, Víctor Manuel Rendón estaba emparentado con los hermanos José Ezequiel (1851-1912) y Miguel Seminario (1852-1919), también mencionados por Contoux como amigos de su padre. El primero había trabajado junto con Rendón en el Comité Juan Montalvo —responsable de la publicación de los Capítulos—, mientras que el segundo se casó en 1888 con Clarita Hahn (18661919), la hermana del compositor Reynaldo Hahn (1874-1947). Por su matrimonio, Carlos Seminario parece haber frecuentado al joven Marcel Proust, quien mantenía una relación con su cuñado desde 1894, como lo refiere Bernard Gavoty en su biografía de Reynaldo Hahn:

[En julio de 1895] Proust viajó con su madre al balneario alemán de Kreuznach.Pasó después quince días con Reynaldo y su hermana María cerca del bosque de Saint-Germain-en-Laye, en el Pavillon Louis XIV, que pertenecía a otra hermana del músico, Clarita Seminario. Que- dan huellas de aquella estancia en La Mort de Baldassare Silvandre. El regalo de un poni por parte de Baldassare a su sobrino Alexis le sugiere a Reynaldo el apodo de “poney”, dado por él a Marcel, quien en un principio se molestó: “Marcel el poni suena como Jack el Destripador...”, pero terminó por acostumbrarse. (1997, 103)

 

 

En su libro más reciente, Jean-Yves Tadié —el biógrafo de Proust— aborda la manera en que el autor de la Recherche se integró en el entorno familiar de Reynaldo Hahn, haciendo referencia al Pavillon Louis-XIV, donde se habría alojado durante la fase de corrección de “La mort de Baldassare Silvande” (Les Travaux et les Jours, 1896). Pero, al parecer, los Seminario no poseían la villa de Saint-Germain-en-Laye, sino que la habían simplemente alquilado para el verano de 1895:

Marcel  no tardó en visitar a la familia de Reynaldo, en Saint-Germain- en-Laye, a mediados de julio. La Sra. Seminario, hermana del músico, le dio la bienvenida. Reynaldo parecía apenado, y le dijo a Risler que había ido allí para “ahogar en el aire puro y tonificante graves problemas morales”. “Todo hombre está obligado a aportar su cuota de dolor a la vida universal [...]. En los momentos de desesperación, nos gusta apartarnos de todo el mundo, ocultar nuestra pena, desahogarnos en nosotros mismos. Así que vine aquí, a casa de mi hermana Clarita, que ha alquilado una casita para el verano”. Marcel (que no parecía residir continuamente en Saint-Germain) la visitaba con frecuencia, y su “dulzura” e “inteligencia” eran realmente reparadoras: “Es un alma de élite, un ser superior”. (Tadié 2022, 383)

 

Estos últimos fragmentos, tomados de una carta de Reynaldo Hahn a su amigo Edouard Risler del 11 de julio de 1895, confirman tales observaciones, y dan más detalles sobre la estancia de Proust y Hahn en Saint-Germainen-Laye —ciudad que, como lo señalan Philippe Blay y Hervé Lacombe, aparece en el primer volumen de la Recherche “entre los lugares donde Odette es mantenida a dormir por los Verdurin” (Blay y Lacombe 1993, 103)—:

Paso mis días, por así decirlo, en la ociosidad —porque no tengo ningún afán de trabajar en este momento—. Quería trabajar duro en El jardín de Bérénice [M. Barrès, 1891], pero aquello no avanza en lo ab- soluto. Sin embargo, lo lograré. La idea de utilizar la música para ilustrar un libro es bastante nueva [...]. Cuando lo termine, haré lo propio con un cuento de Marcel Proust: la Mort de Baldassare Silvande, marquis de Silvanie, que me parece admirable. Las únicas distracciones que tengo aquí son las frecuentes visitas de ese querido muchacho, cuya dulzura e inteligencia son realmente reconfortantes. (Blay 1993, 43-5)

 

Clarita Seminario y Marcel Proust debieron de ser muy amigos, como lo sugiere la correspondencia de este último con Reynaldo Hahn en la que se la menciona a menudo. En ella se puede ver al autor de la Recherche pidiendo a Hahn el número de teléfono de su hermana: “Dime el número de Clarita moschant” (Proust 1956, 25) o enviándole palabras afectuosas durante la enfermedad de su madre, fallecida a finales de marzo de 1919: “Tu madre sembró a su alrededor semillas de bondad y belleza, y veo lo cerca que están de ella tus Hermanas” (Leriche 1995, 16). En cuanto a la relación de los Seminario con el compositor de las Chansons grises, fue, según parece, muy afectuosa, más allá de la diferencia de ocho años que separaba a los dos hermanos. En su diario del 11 de junio de 1890, por ejemplo, Reynaldo Hahn escribió sobre ellos: “Miguel y Clarita están en París; ¡Miguel está a punto de partir para Ecuador, donde permanecerá 5 meses!!” (2022, 43).

Miguel y Clarita Seminario tuvieron un hijo, Raoul, a quien Reynaldo Hahn dedicó una de sus Berceuses —la “Berceuse des jours sans nuages”—, y una hija, llamada Clarita como su madre (1889-1979), que se casó en julio de 1927 con el conde Philippe de Forceville (1897-1984), por donde la historia de los Seminario vuelve a vincularse —indirectamente— con la Recherche.6 De hecho, en un artículo publicado en el Bulletin des Amis de Marcel Proust, Claude Wittezaele (2013, 53-5) revela que el nombre del rival de Swann —M. de Forcheville— estaba inspirado en el pueblo picardo de Forceville —cuyo nombre había sufrido ligeras variantes hasta entrado el siglo XVII—, pero también en el suegro de Clarita Seminario hija: el conde Jean de Forceville (1871-1922), quien se casó allí en 1896 con Elisabeth Cahen d’Anvers, una amiga de la familia de Marcel Proust. Claude Wittezaele refiere, además, que Clarita y Philippe de Forceville poseían el vecino castillo de Frucourt, heredado a la muerte del conde por una de sus primas —Marie de Forceville—, luego de la muerte sin descendencia de aquel matrimonio.

UN HOMBRE DE FAMA DESCONOCIDA: ENRIQUE DORN Y DE ALSÚA

De este círculo de hombres y mujeres que gravitaban en torno a Montalvo, quizá el personaje más interesante sea también el más misterioso: Enrique Dorn y de Alsúa, cuyo destino estuvo ligado en parte a Jean Contoux, quien lo cita en su carta a Darío Lara del 29 de septiembre de 1964:

Nací en París, el 17 de octubre de 1886. Luego de buenos estudios en calidad de becario de la ciudad de París, en el Colegio Rollin, deseaba llegar a ser abogado. En vista de que mi madre no podía satisfacer a los gastos ocasionados por estudios largos, tuve que renunciar a ellos y, desde los 18 años, me hice periodista.No tuve otra profesión y la he ejercido honorablemente, durante más de 30 años. Esta me permitió cuando el “affaire Stavisky”, en 1934, obtener de mis colegas de los grandes periódicos de París que no insistieran en el papel del señor Dorn y de Alsúa quien se encontraba comprometido en este asunto. En efecto, recordaba que este señor había frecuentado la casa de mi padre y me había tenido en sus rodillas. (Lara 1983, 244; Lara Brozzesi 1995, 131)

 

A su paso por la embajada del Ecuador en Francia (1902-1903, 19121923), Enrique Dorn y de Alsúa acumuló todo tipo de honores: alcanzó el grado de Oficial de la Legión de Honor por su participación en la Exposición Universal de 1900,7 fue delegado ante la Segunda Conferencia de La Haya en 1907 y, además, miembro del Comité Olímpico Internacional entre 1923 y 1929.

Pero aquel que también había representado al Ecuador durante la firma del Tratado de Versalles puso, durante los años treinta, todo su prestigio a favor de Alexandre Stavisky, el artífice de una de las estafas más graves de la Tercera República Francesa (1870-1940). Resulta curioso señalar, además, que las razones que lo convirtieron en el brazo derecho de Stavisky fueron esencialmente las mismas que, según Alberto Cordero Aroca, lo llevaron a ser nombrado representante de Ecuador en la Conferencia de Paz de 1919, tras la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial:

El gobierno acreditó oficialmente al señor Enrique Dorn y de Alsúa enviado extraordinario y ministro plenipotenciario del Ecuador en Francia e Inglaterra como delegado permanente a las Conferencias [de Paz], él hizo carrera en el servicio exterior conocedor del Derecho de Gentes, del ceremonial y normas de protocolo, era buen negociador, siempre dispuesto a servir al país y con una larga experiencia de haber desempeñado algunas misiones diplomáticas que le confiara el gobierno, conocido en el medio político y social europeo donde gozaba de prestigio y mucha influencia. (Cordero 2020, 33)

 

Liberado en 1927 tras una condena por robo comenzada un año antes, Stavisky no tardó en montar un fraude basado en la emisión de bonos falsificados a través de empresas privadas, poco sujetas a las garantías del Estado. De modo que el prestigio asociado al nombre de Enrique Dorn y de Alsúa, así como las cualidades descritas anteriormente por Alberto Cordero Aroca, lo llevaron al consejo de administración de la Compagnie Foncière D’entreprises Générales de Travaux Publics —una de las primeras empresas montadas por Stavisky en los años treinta—:

Para guardar las apariencias, se añadieron otros directores y nuevos accionistas. Ante la nueva fortuna de Stavisky, las puertas se abrían como por arte de magia. Pronto, en la pequeña sala de juntas de la plaza Saint-Georges, se vio llegar a notables de la República, cuyo apuesto atuendo proclamaba el alto rango, con sombreros de copa y escarapelas de la Legión de Honor en las solapas. Su sola presencia habría conferido dignidad y solidez a la más frágil de las empresas. [...] Más tarde, por si fuera poco, hicieron entrar a un antiguo diplomático del Ecuador, Dorn y de Alsúa, un hombre elegantemente vestido que había firmado el Tratado de Versalles para su lejano país. (Jankowski 2000, 94-5)

 

¿Estaba Dorn y de Alsúa al corriente de lo que sucedía en la cúpula de La Foncière? La pregunta, totalmente legítima pues Stavisky sabía ser cuidadoso con sus asuntos, no sabría acordarle el beneficio de la duda, ya que su colaboración iba más allá de esta única empresa, como lo refiere también Jankowski:

Algunos de los directivos de Foncière ya habían participado en operaciones similares. Charles Wurz, consejero de Estado que formaba parte del consejo de administración de la Foncière, y Dorn y de Alsua, diplomático ecuatoriano, formaban parte juntos del consejo de administración de la Compagnie française de contrôle et d’exploitation des chemins de fer. Esta empresa les ofrecía cada año ciento veinte mil bonos de 500 francos, bajo la mirada crítica de observadores que no compartían la opinión de la Compañía sobre su propia salud financiera. (98)

 

A más de estas dos compañías, el exembajador poseía ficticiamente una caballeriza de Stavisky —la cuadra Dorn y de Alsúa—, por la que era citado a menudo en los periódicos. De hecho, hacia finales de los años veinte, el nombre de Enrique Dorn y de Alsúa dejó de figurar en las columnas de sociedad,8 siendo totalmente acaparado por las carreras hípicas que ganaba regularmente con sus caballos —L’Ensorceleuse, Coco Chéri, Cyrus—, pero que a veces también perdía, y en ocasiones importantes como la gran carrera de Longchamp, narrada por Le Petit Parisien el 21 de marzo de 1932:

La victoria de Les Rameaux II no se ganó sin lucha. El propietario de Coco Chéri, el Sr. Dorn y de Alsua, pudo creer hasta el último tramo que su caballo, preparado para la ocasión por Filippi con su destreza habitual, ganaría. Pero la energía de Luc se impuso al final. (5)

La proximidad entre Stavisky y Dorn y de Alsúa era, sin embargo, demasiado evidente como para no despertar sospechas entre los periodistas. De hecho, poco después de las revelaciones de la prensa sobre las estafas perpetradas por Stavisky, el periódico L’Œil de Paris señalaba, en un artículo con fecha del 6 de enero de 1934 (“Stavisky turfiste”), la complicidad entre ambos y daba detalles sobre la derrota en el hipódromo de Longchamp:

A través de uno de sus testaferros, el antiguo diplomático sudamericano Dorn y de Alsúa (gran oficial de la Legión de Honor, por favor), Stavisky había comprado una caballeriza. En Longchamp, en 1932, pretendía ga- nar el Gran Premio con su “crack” Le Grand Cyrus, que había ganado una carrera con brillantez, con demasiada brillantez incluso, unos días antes. Pero los amigos del aventurero temieron el escándalo. El Grand Cyrus fue “antidopado”, por así decirlo, y su dueño no tuvo el honor de ser felicitado por el Presidente de la República. (10)

 

Durante los juicios que siguieron, el mozo de cuadra, Roch Filippi, declaró ante el juez Emile Demay que Dorn y de Alsúa y Henri Hayotte —otro de los cómplices de Stavisky— aún le debían más de un millón de francos.9 Por lo demás, se debe recalcar que el interés suscitado por el antiguo diplomático en la prensa estaba a la altura de sus distinciones, hecho del que se regodeaban los periódicos satíricos de la época, como Cyrano en una nota publicada el 12 de enero de 1934 (“L’honorable prête-nom”):

El verdadero nombre de este Sr. Dorn y de Alsua, a quien hemos mencionado varias veces en nuestra columna “A la cravache”, ex ministro de Ecuador en París y Gran Oficial de la Legión de Honor, es simple- mente Henri Dorn. Este representante de una república exótica nunca conoció el país del que era ministro. Había sido nombrado para el cargo por amistad y relaciones. Es, además, un hombre impecablemente elegante. Pero un buen día se descubrió que su gestión de las cuentas había sido un poco menos elegante que el corte de su traje. Pero no se quiso hacer escándalo. Al verse en la calle, el Sr. Dorn recurrió al juego y a las carreras para completar sus ingresos. Así, investido de la confianza de Alexandre y Hayotte, a quienes la Société d’Encouragement se había negado a re- gistrar sus caballos, se convirtió en el propietario ficticio de las cuadras de estos señores. (Cyrano 1934, 14)

 

Pero más allá de este retrato fantasioso, Dorn y de Alsúa supo causar impresión en el escritor y periodista Joseph Kessel, quien había sido invitado a una cena con Stavisky en marzo de 1932 para convencerle de fundar un semanario. Según Paul Jankowski (2000), Joseph Kessel “quedó fascinado por la perfección momificada de Dorn, por sus espigadas patillas grises, por su discurso al borde del preciosismo, por su porte rígido y señorial, que no se vio afectado por los cócteles, los vinos o los prodigiosos licores servidos en la mesa” (215). El periódico en cuestión nunca vio la luz, ya que Kessel declinó la oferta, pero la impresión que Dorn y de Alsúa dejó en él perdura en un libro dedicado a Stavisky y publicado poco después del suicidio del estafador:

Había allí unas quince personas, muchas de ellas jóvenes y guapas mujeres. Entre los muchos invitados y en el caos de las rápidas presentaciones, apenas pude distinguir los nombres y las siluetas de Hayotte y Alexandre. Recuerdo incluso que, durante mucho tiempo, mi atención se dirigió principalmente hacia el Sr. Dorn y de Alsoa [sic], que ocupaba el centro de la mesa. Este viejo caballero tenía un aspecto extremadamente frágil y casi alarmante. Sus facciones tenían la fineza de una filigrana. Las canas, arregladas con infinito cuidado, y el bigote milagrosamente afilado eran tan delicados como cabellos de ángel. Su piel era casi transparente, su pecho estrecho y rígido, su traje refinado, su habla sumamente preciosa, todo incitaba a una discreta consideración hacia él. Llevaba con soltura la insignia de su rango en la Legión de Honor: Gran Cruz. Había algo indefiniblemente empolvado y momificado en él, pero cuan- do me dijo su edad, todas mis estimaciones fueron superadas con creces. Tenía más de setenta años. El señor Dorn y de Alsoa [sic] bebió cinco o seis cócteles, hizo honor a las consistentes carnes asadas y a los vinos generosos, se sirvió licores, pero nada cambió en sus ojos pálidos, en el orden de su rostro, ni en la suave cadencia de sus palabras. Habló del amor con experiencia, así como un hombre que se entrega a menudo a sus juegos; de su patria, que estaba en Sudamérica; de sus treinta años de vida diplomática, que terminó como ministro plenipotenciario. También aludió a la caballeriza que poseía. Todo aquello era cierto —como lo supe más adelante— excepto el último punto: el Sr. Dorn y de Alsoa [sic] prestaba su nombre a caballos pagados por Alexandre y Hayotte. (Kessel 1934, 11-3)

 

No sería la única vez que Enrique Dorn y de Alsúa tuviera protagonismo en obras relacionadas con Stavisky. En 1979, el director italiano Luigi Perelli atribuyó el papel del exembajador al actor Gianni Mantesi para la serie televisiva L’affare Stavisky. Cinco años antes, Alain Resnais se había inspirado en él para crear el personaje del barón Jean Raoul —un dandi refinado que actuaba como mano derecha del estafador—, interpretado por Charles Boyer en la película Stavisky (1974), como lo refiere Frederick Busi:

Throughout this film Jean-Paul Belmondo in the role of Stavisky complains about the anti-Semites who attack his business enterprises. He totters near the edge of self-pity, this high-society gangster, never reealizing the effects of his get-rich-quick schemes on public opinion. Charles Boyer plays the part of the suave Baron Raoul, a role which seems to correspond to two of Stavisky’s real cohorts, Dorn y Alsoa, a South American diplomat and sig- ner of the Versailles treaty and Albert Dubarry, a shady Parisian journalist. Some students of the scandal see Dubarry as the real culprit. Whitout his connections in parliament Stavisky would never have been able to meet and corrupt so many corruptible politicians and pólice. (Busi 1975, 802)

 

Al igual que el barón Jean Raoul, llamado a comparecer ante la justicia, Enrique Dorn y de Alsúa fue presentado al juez Louis Jousselin el 8 de mayo de 1934. Su defensa, referida por el periódico L’Ouest-Eclair, consistió en decir que no conocía nada de los asuntos de Stavisky, ya que lo consideraba un “hombre honrado”.10 Absuelto por la justicia francesa, fue condenado en Bélgica a cinco meses de prisión con suspensión de pena y a una multa de 3500 francos por otra estafa, tal como lo detalla el periódico francés La Charente el 3 de julio de 1936 (“Des anciens associés de Stavisky sont condamnés en Belgique”):

El miércoles, el Segundo Tribunal Penal de Bruselas dictó sentencia en el asunto Trufobel, empresa creada por Stavisky en Bélgica para explotar la finca de Vestmael, que se saldó con un déficit de 10 millones. El tribunal condenó a Léon Cachard, antiguo banquero en París, a cua- tro meses de prisión y una multa de 35 000 francos; a Jacques Dési- ré, director de la Compañía, a diez meses de prisión y 3500 francos; a Théodore Wurtz, director de la Compagnie foncière d’entreprises et de travaux publics en París, a cinco meses de prisión y 3500 francos; el ex general Bardi de Fourtou, a cinco meses y 3500 francos; Henrique Dorn y de Alsua [sic], exministro de Ecuador, a cinco meses y 3500 francos; Joseph Hannoune, censor jurado de cuentas, a un mes y 3500 francos; Louis Dargent, ex alcalde de Romainville, a cinco meses y 3500 francos. El tribunal ordenó la detención inmediata de Cachard y Hanoune. (La Charente 1936, 1)

 

Jean Contoux, quien decía haber ayudado a Dorn y de Alsúa haciendo que sus colegas periodistas no insistieran en la implicación del exembajador en los fraudes de Stavisky, habría de recordarlo todo diez años más tarde en un artículo de L’Appel (“6 février”). En él conmemoraba las revueltas de extrema derecha ocurridas el 4 de febrero de 1934 —suscitadas por el affaire Stavisky— que estuvieron a punto de derrocar la Tercera República. Ese fue, celebraba Contoux, el día en que “el destino de Francia estuvo a punto de cambiar de rumbo”:

El próximo domingo 6 de febrero hará diez años ya que el destino de Francia estuvo muy cerca de cambiar de rumbo. Ese día, el pueblo de París estuvo a punto de asaltar la Cámara de Diputados y de derribar, a la vez, el asqueroso régimen judeo-masónico. Monárquicos y comunistas, miembros de ligas nacionales y no partidistas, veteranos de la Gran Guerra, jóvenes estudiantes, todas las clases se confundían: el proletario se mezclaba con el burgués, el intelectual estaba codo con codo con el industrial o el comerciante. Puestas a un lado las diferencias políticas, todos se habían reunido espontáneamente en la plaza de la Concordia para expresar su aversión ante los diputados comprometidos en el escandaloso asunto Stavisky que conmovía a la opinión pública desde hacía varias semanas. Esta inmensa multitud, estremecida por indignación, estaba desarma- da. No tenía líder ni consignas. Sin embargo, su simple reunión y su clamor vengativo bastaron para crear un intenso pánico en el Palais-Bourbon. Sonaron las alarmas. Se cerraron puertas y portones. La guardia tomó las armas y el gobierno se reunió apresuradamente para deliberar. […] Lo que no era más que una manifestación pacífica se convirtió en una revuelta, y estuvo muy cerca de convertirse en el comienzo de una revolución a gran escala. [...] Pero estaba escrito, sin duda, que el régimen republicano haría sufrir a Francia durante aún más tiempo. (Contoux 1944, 2)

Pero si bien es cierto que una muchedumbre indignada manifestó aquel día su antiparlamentarismo en la plaza de la Concordia —situada a poca distancia del Palais-Bourbon, sede de la Asamblea Nacional— para protestar contra las complicidades de que pudo gozar Stavisky, la descripción de Jean Contoux no está exenta de alusiones al contexto en que fue escrita, es decir, el de una “Revolución nacional” promovida por el Régimen de Vichy y ampliamente difundida por L’Appel, cuyo turiferario era precisamente Contoux.

No es fortuito que terminemos nuestro artículo volviendo al hombre que dio inicio a esta investigación, pues las indagaciones sobre Jean Contoux han sido determinantes a la hora de recordar las vidas de aquellos hombres y mujeres que, como Víctor Manuel Rendón —o Alfredo Gangotena, a quien deliberadamente no hemos mencionado en estas páginas, puesto que su vida ya ha sido objeto de varios estudios— escribieron, acaso sin saberlo, un capítulo de la vida cultural del Ecuador en Francia.

Notas

.[1] Salvo algunas excepciones debidamente referidas, todas las traducciones al español se encuentran bajo nuestra responsabilidad

[2] Todas las cartas citadas de la correspondencia entre A Darío Lara y J. Contoux han sido traducidas por Lara Brozzesi (1995).

[3] L’aventure commence à 60 ans, manuscrito inédito de las memorias de Robert de Beauplan. Agradecemos infinitamente al Sr. Jean-Paul Perrin por habernos comunicado estas líneas

[4] Uno de los últimos laureados antes de la supresión de la recompensa, en 1985, fue J. L. Borges (1979).

[5] Lorenzo Cilda fue publicada en español en la revista barcelonesa Hojas Selectas, en 1917, antes de publicarse en francés en la editorial de Jos. Vermaut en París, en 1929.

[6]“El matrimonio del Conde de Forceville con la Srta. Clarita Seminario, hija de la Sra. Seminario y sobrina del distinguido compositor Reynaldo Hahn, fue bendecido en la más estricta intimidad por el párroco de Frucourt en la iglesia de Saint-Léon. La misa fue  celebrada por el párroco de Forceville” (Comœdia 1927, 4).

[7] En la lista de los nuevos oficiales de la Legión de Honor establecida en la primavera de 1901, se puede ver el nombre de “M. Dorn y de Alsua, primer secretario de legación del Ecuador, secretario general del comisario del Ecuador para la Exposición Universal de 1900 (caballero del 14 de julio de 1890)”, al lado de los nuevos caballeros “[S.] Duran Ballén, miembro del Jurado, clase 31. / [M.] Seminario, vicepresidente del jurado, clase 96. / [C.] Tobar, presidente del comité central de organización de la sección ecuatorial [sic] para la Exposición Universal de 1900” (L’Evénement 1901, 2).

[8]Cito, a título de ejemplo, esta nota aparecida en The New York Herald el 22 de abril de 1921: “El Ministro de la República Argentina y la Sra. de Alvear ofrecieron ayer por la noche una cena, a la que asistieron: el Sr. Dorn y de Alsúa, Ministro de Ecuador, el Ministro de Chile [...], etc.”.

[9]El Sr. Demay, juez de instrucción, llamó a testimoniar al Sr. Roch Filippi, el entrenador de los caballos de Stavisky, que corrían bajo el nombre de Dorn y de Alsúa. El testigo declaró que este último y Hayotte, que eran socios, aún le debían más de un millón [de francos]. Vendió los cuatro últimos caballos de la cuadra por 225.000 fr.” (La Dépêche de Brest 1934, 3). .

[10]“El Sr. Dorn Di Alsua [sic], ex ministro ecuatoriano en París, dice que no tuvo ninguna parti-cipación en el negocio. ‘En resumen, dice, presté mi nombre simplemente porque pensabaque el negocio era serio y que Alexandre era un hombre honesto’ ” (L’Ouest-Eclair 1934, 3).

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