KIPUS: REVISTA ANDINA DE LETRAS Y ESTUDIOS CULTURALES,
No. 56 (Julio-Diciembre, 2024), 105-115. ISSN: 1390-0102

Artículo de investigación


El claroscuro de la sordidez en Las cruces sobre el agua

The Chiaroscuro of Sordidness in Las cruces sobre el agua

 

DOI:   https://doi.org/10.32719/13900102.2024.56.7

 

Fecha de recepción: 7 de febrero de 2024 - Fecha de aceptación: 17 de abril de 2024
Fecha de publicación: 
1 de julio de 2024

 

Vicente Robalino

Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Quito, Ecuador  

 

Resumen

En este ensayo se destaca la ficcionalización de la toma de conciencia de las clases populares de Guayaquil, de las primeras décadas del siglo XX, a través de dos ejes: la constatación de la situación de miseria en la que viven y la participación en dos movimientos históricos (la Revolución de Concha y la huelga del 15 de Noviembre de 1922). De esta manera, los personajes de Las cruces sobre el agua atraviesan un claroscuro donde subyace la pobreza, las enfermedades y la muerte. El protagonista Alfredo Baldeón se encuentra atrapado entre la disyuntiva de morir de hambre o morir en la guerra. Sin embargo, de este espacio sórdido surge, en cada uno de los personajes, la esperanza de mejorar su situación de vida, a través de su participación en la huelga del 15 de noviembre, esperanza que se ve truncada por la represión y la muerte. De esta épica del horror quedan, en la memoria colectiva, las cruces que flotan sobre el agua.

Palabras clave: Guayaquil, Joaquín Gallegos Lara, novela, memoria, sordidez, conciencia, sociedad, Revolución de Concha, trabajadores, huelga, 15 de Noviembre de 1922, épica, horror, desencanto.

Abstract

This essay highlights the fictionalization of the awakening of Guayaquil’s popular classes in the first decades of the twentieth century, through two axes: the realization of the situation of misery in which they live and the participation in two historical movements (the Concha Revolution and the strike of November 15, 1922). In this way, the characters of Las cruces sobre el agua cross a dark clearing where poverty, illness and death underlie. The protagonist, Alfredo Baldeón, finds himself trapped between the dilemma of starving to death or dying in the war. However, from this sordid space arises, in each of the characters, the hope of improving their life situation,  through their participation in the strike of November  15, a hope  cut short by repression and death. From this epic of horror remain, in the collective memory, the crosses that float on the water.

Keywords: Guayaquil, Joaquín Gallegos Lara, novel, memory, sordidness, conscience, society, Concha Revolution, workers, strike, November 15, 1922, epic, horror, disenchantment.

LA MEMORIA COLECTIVA

Joaquín Gallegos Lara (1909-1947), escritor guayaquileño que perteneció a la generación del Grupo de Guayaquil —grupo que irrumpió en la narrativa ecuatoriana con el realismo social, con el tema del cholo y del montuvio—, publicó su novela Las cruces sobre el agua en 1946. Benjamín Carrión (1951) resalta la militancia política de Gallegos Lara y su valentía para sobreponerse a la invalidez física, así como también los méritos de esta novela:

Novela grande y gran novela a la par; tipificación certera y valiente de las clases sociales; poesía surgente de situaciones, paisajes caracte- res, y por, sobre todo, un gran calor de humanidad. (113-4)

En efecto, en esta novela la memoria colectiva reconstruye la historia desde lo humano; es decir, desde la vida de un grupo social marginal y desde dos momentos de la historia: el levantamiento de Concha (19131916) y la masacre de la huelga del 15 de Noviembre de 1922. El trasfondo del primero es la Revolución Liberal (1895-1906) y de la segunda, lo que llama Juan Paz y Miño el surgimiento de “la cuestión social”:

Entre 1895 y 1925 años del origen de la “cuestión social” ecuatoriana, se produjo el desarrollo regional de un incipiente “capitalismo”, prácticamente focalizado en la ciudad de Guayaquil, pues, en conjunto, el país continuaba siendo rural y “precapitalista” [...]. Los primeros brotes “obreristas” aparecieron en Guayaquil, bajo las condiciones del auge agroexportador del cacao y del surgimiento de las primeras manufacturas. Entre 1896 y 1914 se constituyeron por lo menos 25 sociedades de trabajadores, aunque muchas de ellas eran más bien gremios artesanales de “informales”. (2004, 356)

Como afirma Félix Vázquez (2018), “Comprender la memoria pasa por conocer el papel que cumple en las relaciones sociales, cómo se usa en diferentes contextos y espacios de relación y qué prácticas permite realizar” (303). En efecto, en la memoria social del narrador y de los personajes de Las cruces sobre el agua subyace un cuestionamiento al pasado histórico, a los años posteriores a la Revolución Liberal (1913-1922). Cuestionamiento que tiene que ver con el estado de miseria en el que se encuentran las clases populares en Guayaquil. A pesar de los grandes cambios que logró la Revolución Liberal. Como afirma el historiador Francisco Huerta Rendón (1967): “El indio Alfaro proporcionó a Quito luz y fuerza eléctrica, el trazado de una urbanización para el futuro, y la construcción del primer mercado de víveres” (280). Además, la discriminación racial subsiste: “El negro es negro para que trabaje y para patearlo; la negra es negra para tumbarla y hacerle un mulato” (Gallegos Lara 1982, 59).

La huelga de obreros del 15 de Noviembre de 1922 se presenta, al mismo tiempo, como un cuestionamiento al poder, representado por José Luis Tamayo y como una esperanza de cambiar las estructuras sociales: “Era demasiada gente. Nunca se había lanzado tanta de golpe a las calles, Gallinazo suponía que era todo Guayaquil, menos los ricos” (204).

Paralelamente a este cuestionamiento, emerge de esta novela la vida cotidiana. En efecto, la “vida social” es la gran protagonista de la historia, pues esta se hace en el día a día, en medio de las carencias esenciales de los grupos marginados, de las enfermedades, de la insalubridad y de todas las vicisitudes que comparte el vecindario del Astillero. Como afirma Miguel Donoso Pareja (1982) al referirse a esta novela: “es la expresión de una toma de conciencia de clase de los personajes a través de diferentes hechos históricos y sociales, lo que pudiera hacer pensar que se trata de una novela histórica” (13).

ALFREDO BALDEÓN Y LA REBELIÓN DE CONCHA

Es importante destacar cómo Alfredo Baldeón, el protagonista, se encuentra en una disyuntiva entre morir de hambre o con alguna peste en el vecindario, donde vive con su padre y su madrastra, o ir a la guerra. Alfredo decide lo segundo. Así es como una noche sale, furtivamente, de su vecindario y se embarca en el vapor Cotopaxi, rumbo a Esmeraldas para formar parte de las filas del coronel Carlos Concha. Alfredo poco a poco aprende a manejar el fusil y se acostumbra a convivir con la muerte: “A los combates entró como sin hacer nada. Nada conseguía hacerlo ni fruncir el ceño. Muertos, heridos, disentéricos, escuálidos, […]. Peleando, los negros lo veían ir cara a cara hacia los fogonazos, entre los zumbidos silbantes de la dum-dum de los pupos” (Gallegos Lara 1982, 57).

Si bien la razón principal para que Alfredo se haya ido a la guerra es —como ya se indicó— la carencia de trabajo, existen otros motivos que lo llevan a él —un muchacho de quince años— a tomar tal decisión: no desea ni vivir con su madrastra ni estudiar; quiere estar de lado del ejército de Concha porque así no lo harían volver y podría hacerse soldado. El ser soldado también le permitiría “regresar con plata. Además, en su mentalidad adolescente, Alfredo cree que la guerra le daría ‘muchas mujeres’ ”.

De esta manera se enfrentan, en esta rebelión, el ejército del presidente Plaza con el ejército de Concha (serranos contra costeños). En Las cruces sobre el agua se destaca el regionalismo: “—De veras que se ha dejao mortecina pa los gallinazos. ¡Hemos puesto barata la carne serrana!” (57).

Asimismo, se puede notar que en las clases populares, en este caso representadas por Alfredo, el ir a combatir en el ejército de Concha no surge de una convicción, sino de una necesidad económica, de una aspiración por salir de una situación económico-social asfixiante, a pesar de que no siempre se va a la guerra a ganar sino también a morir, y eso lo sabe Alfredo y todos los jóvenes que, como él, son reclutados, tanto por Concha como por Plaza. Sin embargo, esta conciencia del porqué de la rebelión está en el narrador: “Carlos Concha levantó la rebelión de los negros para vengar a Alfaro” (58) y en la población esmeraldeña que sufre el menoscabo de su propia dignidad, como bien lo afirma este mismo narrador: “Les descueraron las pardas espaldas. [...]. Eran esclavos antes. ¿Y acaso habían dejado de serlo? ¿No los metían al cepo? ¿No los golpeaban hasta matar, si en el puerto se negaban a vender la tagua al precio que a ellos les daba la gana?” (59).

Otro aspecto que esta novela pone de relieve es el de las migraciones internas y externas: Alfredo se ve obligado a ir primero a Esmeraldas, a ganar o perder en la rebelión de Concha; luego al Perú, tras la búsqueda de trabajo; Juan, su padre, viene del Chimborazo para establecerse en Guayaquil:

—¡Fiera es la costa has de morir allá!

—Hartísimos van y vienen lo que quiera.

¿Y la calor? ¿Y el mosco? ¿Y las tercianas?

—¡Conmigo no han de poder! (54)

Lo mismo sucede con los montuvios —los trabajadores del campo—, quienes se ven obligados a abandonar su familia, su hogar, para emigrar a Guayaquil, donde suponen alcanzar un trabajo y con ello una estabilidad económica.

Alfredo regresa de la rebelión de Concha, después de un año, enfermo de paludismo con el “beri-beri”. En el vecindario es atendido por su madrastra. Al volver se encuentra con la sorpresa de que Juan, su padre, es dueño de una panadería; sin embargo, Alfredo no desea ser panadero sino mecánico, trabajar con su amigo, llamado “Mano de Cabra”.

Es interesante destacar cómo el vecindario no solo es el espacio donde se pone en evidencia la pobreza, la insalubridad, las enfermedades, sino que es el lugar donde nace, crece y se desarrolla la amistad, la solidaridad, los juegos y el amor, de ahí que no sea extraño ver cómo en una cancha de tierra, con una pelota de trapo y con dos piedras como arco, “los grandes” juegan al fútbol; mientras que “los chicos”, a la guerra o los encuentros de los enamorados se den ahí.

En una época tan turbulenta como la de la Revolución Liberal y los años posteriores a ella, no es gratuito que los niños jueguen a la guerra. Es que realmente se viven continuos enfrentamientos entre conservadores y liberales y luego entre liberales, como es el caso de la Rebelión de Concha: “El sucesor político de Alfaro fue el general Leonidas Plaza Gutiérrez, quien durante su segundo mandato (1912-1916) apartó a los liberales radicales, ejerciendo como antes un gobierno “moderado”, favorable a los terratenientes serranos, cacaoteros y burguesías, [...]. Pero durante todos los años el régimen debió enfrentar las montoneras radicales conducidas en Esmeraldas por el caudillo Carlos Concha” (Paz y Miño 2004, 355).

 Paralelamente a este estado de pobreza que muestra la novela, en el que viven las clases populares, también se ve un Guayaquil que intenta modernizarse con la instalación de fábricas, con la llegada del tranvía y con el entretenimiento más importante del momento, el cine. Así describe el narrador la impresión que producen las imágenes del cine en el espectador: “Negro y blanco, blanco y negro, sacudiéndose las figuras hasta hacer doler los ojos, [...] Chaplin pisó cucarachas (Gallegos Lara 1982, 76).

ALFREDO BALDEÓN Y LA HUELGA DEL 15 DE NOVIEMBRE DE 1922

El otro gran asunto histórico que trata esta novela es la huelga y matanza del 15 de Noviembre de 1922. Sin embargo, no es solo este hecho el que se ficcionaliza sino la toma de conciencia de clase que adoptan sus personajes. Por un lado, Alfredo Baldeón, Leonor, la obrera, novia de Alfredo, Mano de Cabra (mecánico), Margarita, prostituta, Tubo Bajo (aprendiz de chofer), el Sanborondeño (socio panadero de Alfredo), El Pirata (compañero del taller de Alfredo), los obreros, los artesanos; por otro, Alfonso, amigo de Alfredo. Los primeros unidos al espacio del vecindario, el segundo (Alfonso) “un intelectual pequeño burgués”, como lo define Miguel Donoso Pareja (1982). Este mismo crítico, al referirse a Alfredo y a Alfonso, los considera como personajes “en busca de una conciencia y una identidad” (15). Dicha búsqueda que, como dijimos, aún no se manifiesta plenamente en Alfredo, el muchacho de quince años que forma parte del ejército de Concha, pero adquiere plena madurez cuando este personaje debe experimentar en carne propia las condiciones precarias en las que tiene que trabajar como artesano y obrero: “Los pitos de las fábricas culebrean unos tras otros por el barrio del Astillero. Nunca daban la hora de salida al mismo tiempo” (Gallegos Lara, 221):

—Nos roba un cuarto de hora lo menos.

—Como una hora diaria, contando entrada y salida, mañana y tarde” (88-9).

También se pone de relieve los maltratos que sufren los obreros en las fábricas y los acosos laborales:

Era la única forma de rehuir el asedio del que llamaban el Primero unos calzonazos hijo del gerente, que mataba el tiempo persiguiendo a las obreras.

¡A cuántas no había desgraciado! Después las botaba: en ocasiones hasta   preñadas. (115-6)

Al mismo tiempo que los personajes de las clases populares toman conciencia de su papel en la vida social, como protagonistas de la historia, la situación económica se agrava, en cuanto “no hay dinero ni para prender una candela” (190). Nadie puede pagar los arriendos de las covachas: “—Pero allá adentro el arriendo nos come vivos: los dueños de casa son peor que las ratas del muladar” (191). Estas covachas en el invierno tienen unas goteras cada vez más grandes (“goterones”). Alfredo no consigue trabajo ni como mecánico ni como panadero. Mucha gente es echada de su trabajo. Uno de los personajes dice: “—¡Dos noches ya que acuesto a los chicos sin verde asado ni café puro siquiera!”. La desesperación lleva a algunos de los personajes a acudir a sus creencias: “—San Vicente lindo, el mundo se va a acabar” (190).

Esta situación de total desencanto social hace que los gremios se organicen pero también se sientan frustrados y se compare el presente con lo que sucedió en la Revolución Liberal: “Fue la época de los garroteros de Albuquerque, centroamericano que organizó a los trabajadores de Guayaquil para luchar por la Revolución de Alfaro” (193). A pesar de ello, Alfredo expresa su optimismo por la naciente huelga: “era más que una huelga: era que todos se habían vuelto más hombres. ¡Todos, ante la vida esclava, los salarios ínfimos y el hambre, levantaban la voz y la mano, exigiendo vivir!” (194).

ALFREDO BALDEÓN Y LAS CRUCES SOBRE EL AGUA (15 DE NOVIEMBRE DE 1922)

Como advertimos cuando nos referimos a la participación de Alfredo en la Rebelión de Concha, este personaje —un muchacho de quince años— aún no tenía la conciencia social que le permitiera saber por qué se va a la guerra, pues lo único que lo impulsaba a dejar su familia y marcharse a Esmeraldas era, sobre todo, la extrema necesidad económica; en cambio, en la huelga del 15 de Noviembre de 1922, Alfredo tiene plena conciencia de los acontecimientos y siente la necesidad de participar en ellos, junto con su amigo Alfonso Cortés y los demás vecinos del barrio como Cuero Duro, el Samborondeño, Leonor, la novia de Alfredo, Mosquera “vuelto a hundir su reclamo en la noche de la esclavitud y del hambre. El 15 de noviembre y la lucha de Alfredo quedaban grabados, como la mordedura del hacha en el tronco del guayacán” (238). En efecto, las huellas de la masacre quedan impregnadas en la memoria colectiva. Como afirma Hayden White (2013) “las historias nunca deben ser leídas como signos no ambiguos de los acontecimientos de los que dan cuenta, sino más bien como estructuras simbólicas, metáforas extendidas que “asemejan” los acontecimientos relatados en ellas” (125; el entrecomillado es del autor). White nos invita a leer la historia de manera similar a cómo se lee la ficción, es decir, reconociendo su reconfiguración figurativa: su sistema tropológico. En este sentido, Las cruces sobre el agua es una metaforización sobre la miseria, la insalubridad, la enfermedad y el horror de una masacre, como fue la del 15 de Noviembre de 1922, que costó centenares de vidas: “pues la multitud era un cielo tempestuoso, cargada de anhelo, de lucha y peligro: por la debilidad de la tendencia independiente y la demagogia de los provocadores” (200).

En el barrio donde vive Alfredo, la pobreza, la insalubridad y las enfermedades se encuentran indisolublemente unidas: “Al anochecer, al alejarse las carretas, estallaba la lucha por la basura recién volcada, que traía más vida. La quemazón alumbraba azufrada, electrizada rojiza. Los chanchos, arqueando el lomo, gruñendo, peleaban a mordiscos con los perros” (191). En este ambiente insalubre proliferan las pestes: “¡Hay cincuenta casos de peste! ¡Aquí dicen que Guayaquil es la perla del Pacífico; los extranjeros la llaman el hueco pestífero del Pacífico!” (34). Precisamente de este “hueco pestífero” emerge la rebelión del 15 de Noviembre. Tanto Alfredo como Alfonso han aprendido a identificarse con la causa de las clases populares de distintas maneras. Alfredo, en la vida cotidiana: “Alfredo creía que lo urgente era combatir el hambre ya. Adivinaba que la fuerza del pueblo podía y tenía que aspirar a más” (200). Mientras que Alfonso, recoge esa enseñanza de uno de los más grandes ideólogos del liberalismo, Juan Montalvo: “Las palabras pueblo y libertad las aprendió en los libros de Montalvo que le legó el abuelo, en quien veía un lector de ellos y un rompedor de la montaña brava” (199). Tanto Alfredo como Alfonso luchan juntos, animados por una misma convicción: la defensa de sus derechos como trabajadores y, sobre todo, como seres humanos.

En esta novela también se narra la organización sindical, en la que destaca la participación de la mujer: “Las mujeres, recogiéndose las faldas, empujaban con los puños, buscando sitio en las primeras filas” (204), los desencantos que surgen en su interior (“las traiciones”) y los enfrentamientos entre el pueblo y las fuerzas militares del gobierno; para ello utiliza la sinécdoque como figura retórica que nos permite escuchar el resonar de las botas: “Los centenares de botas golpearon, marcando el paso. En la esquina los distintos grupos se separaron a sus rumbos asignados” (207). Al pueblo también se lo representa con la misma figura (la sinécdoque), para escuchar el jadear de la multitud: “Trescientos desarrapados jadeantes de rostros de ladrillo y actitudes de perros apaleados, a treinta pasos recibieron la descarga” (208).

Gradualmente, este enfrentamiento se convierte en una épica del horror hasta llegar a la carnicería humana comparable, metafóricamente, con el faenar del “Matadero: Hedía al vaho crudo de las matancerías en el momento en que se saca el tripaje a las reses. En toda la anchura del pavimento, yacen cien, trescientos, quién sabe cuántos muertos y heridos, cuyos andrajos ensangrentados parecían humear en el aire pesado” (211). Miguel Donoso (1982) reafirma la magnitud de esta matanza cuando señala: “Se trataba, pues, de un proletariado de servicios que, sin embargo, asumió el control de la ciudad. La represión directa estuvo a cargo de los batallones Marañón y Vencedores n.º 1, el escuadrón “Cazadores de Los Ríos”, “los zapadores y la policía. Fueron asesinados más de dos mil trabajadores” (11). Este mismo autor destaca la representación simbólica de Las cruces sobre el agua (8-9), pues permanecen en la memoria colectiva las cruces que flotan en el agua en representación metonímica de los cuerpos que fueron abiertos para que no flotaran:

Entonces, Alfonso reparó en la extraña coincidencia: ese día era 15 de Noviembre.

—¿Quién las pone?

—No se sabe: alguien se acuerda.

—¿Las ponen siempre?

—Todos los años, hasta hoy ni uno han faltado.

Las ligeras hondas hacían cabecear bajo la lluvia, las cruces negras, destacándose contra la lejanía del puerto. (Gallegos Lara 1982, 246)

CONCLUSIONES

1.    La historia en esta novela se construye como un conjunto de acciones diarias tras la búsqueda de la creación de una conciencia social en cada uno de los personajes y como un cuestionamiento al pasado.

2.    La conciencia social no se revela de manera espontánea o casual, sino que va surgiendo en la medida en que cada uno de los personajes se enfrenta con la vida cotidiana.

3.    Esta novela muestra cómo la Revolución Liberal si bien logró grandes transformaciones “jurídico-sociales y las reformas sociales” como la enseñanza laica y obligatoria, la supresión de conventos, la construcción del ferrocarril que uniría la Sierra con la Costa (Juan Paz y Miño 2004, 352), no consiguió abolir la hacienda ni erradicar las desigualdades sociales.

3.    La época en la que se sitúa la novela (1913-1922) es la de la división entre el liberalismo radical y el liberalismo “moderado” y el aparecimiento de las protestas sociales, la organización sindical, protestas que culminan con la huelga y matanza del 15 de Noviembre de 1922.

4.    Que tanto la historia como la ficción comparten el uso figurativo del lenguaje. Así lo expresa Hayden White (2003): “una narrativa histórica no es solo una reproducción de los acontecimientos registrados en ella, sino también un complejo de símbolos que nos señala direcciones para encontrar un ícono de la estructura de esos acontecimientos en nuestra tradición literaria” (20). Por lo tanto, en la novela Las cruces sobre el agua se puede percibir cómo la historia se incorpora a la ficción a través de la composición literaria: la organización del discurso (el tiempo, el espacio), la interpretación de los hechos históricos y la incorporación del habla de las clases populares de Guayaquil, de las primeras décadas del siglo XX.

5.    El tiempo del discurso se fragmenta en escenas que anticipan o retardan las acciones. El espacio formado, básicamente, por el vecindario permite vislumbrar el claroscuro de la sordidez: la peste que persigue a los más débiles; el hambre que se apodera de las covachas, el lodo, la basura que se disputan los perros anémicos del vecindario, el invierno que se cierne sobre los techos precarios y las cruces que se escabullen en el agua, pero que permanecen en la memoria colectiva.

6.    Sin embargo, el espacio del vecindario no solo es necesidad y dolor, sino que allí también habitan la solidaridad, los juegos, el amor.

Lista de referencias

Carrión, Benjamín. 1951. El nuevo relato ecuatoriano. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana.

Donoso Pareja, Miguel. 1982. “Prólogo”. En Joaquín Gallegos Lara, Obras escogidas. Guayaquil: Casa de la Cultura Ecuatoriana.

Gallegos Lara, Joaquín. 1982. Obras escogidas. Guayaquil: Casa de la Cultura Ecuatoriana.

Huerta Rendón, Francisco. 1967. Historia del Ecuador. Guayaquil: Ariel.

Paz y Miño, Juan. 2004.Independencia y República. Siglos XIX y XX”. En Enciclopedia Ecuador a su alcance, coordinado por Javier Ponce. Bogotá: Espasa / Siglo XXI Editores / Planeta.

Vázquez, Félix. 2018. “Memoria social”. En Diccionario de la memoria colectiva. Barcelona: Gedisa.

White, Hayden. 2003. El texto histórico como artefacto literario. Barcelona: Paidós.

 

 

 

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DOI: 10.32719/13900102.2024.56.7

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