KIPUS: REVISTA ANDINA DE LETRAS Y ESTUDIOS CULTURALES,
No. 56 (Julio-Diciembre, 2024), 187-189. ISSN: 1390-0102

Reseña


 

Alfredo Noriega, El australiano y yo, una novela sobre Julian Assange, Quito,   Cactus Pink, 2022, 336 p.

 

Galo Galarza

 Academia Ecuatoriana De Historia. Quito, Ecuador

 

Alfredo Noriega (Quito, 1962) es uno de los escritores más destacados y prolíficos de aquellos que surgieron en torno a los talleres literarios que se constituyeron en el Ecuador a finales de los años 70 del siglo pasado. Él mismo se considera un discípulo de Miguel Donoso Pareja, el principal animador e impulsor de aquellos talleres. Alfredo se radicó desde muy joven en Francia y se movió, por razones de trabajo o amor, por otros países europeos. Nunca regresó a vivir en su país de origen. Eso le dio una dimensión más amplia para mirar y enjuiciar las cosas desde lejos. Recuerdo con mucha gratitud y afecto las largas conversaciones que tuvimos en su casa de París o en alguno de aquellos pintorescos cafés del barrio XV, mientras coincidimos en esa ciudad luz (o tragaluz). Incluso, recuerdo, nos atrevimos a impulsar un festival de cine ecuatoriano. También recuerdo las conversaciones en los lunes lunáticos de las revistas La pequeña lulupa y Eskeletra que animábamos e impulsábamos con un grupo de escritoras y escritores de aquellos años luminosos.

Alfredo es autor de varias novelas, teatro y poesía. Una de sus novelas: De que nada se sabe, fue llevada al cine, en el año 2008, en una película que dirigió Víctor Arregui, bajo el título de Cuando me toque a , en la cual Alfredo también participó como guionista.

Bajo el sello editorial Cactus Pink, donde antes aparecieron sus novelas Guápulo (2019) y Bruselas (2021), publicó a fines del año 2022 la novela El australiano y yo/una novela sobre Julian Assange, la misma que se presentó en la Feria de Libro de Quito. Su autor tuvo la generosidad de enviármela y pedirme un comentario. Le escribí una carta que ahora reproduzco, con ligeras variantes:

Querido Alfredo:

Acabo de leer tu novela. No tengo mucho que agregar a las impresiones que me dejó la lectura de su primera parte y que te las hice conocer. Lo que sí puedo concluir es que no escribiste una novela mitad rosa-mitad     thriller, como has declarado en alguna parte, sino una novela tremenda sobre los diplomáticos, un poco a la manera de lo que hizo Roger Peyrefitte con su saga novelística. La mayoría de los personajes que desfilan por tu novela desempeñan, de una u otra forma, esa profesión o ese oficio o esa condena (en la que estuve inmerso por cuarenta y cinco años). Unos en cumplimiento de su disciplinada carrera (pero lamentablemente contagiados del oportunismo, la ambición y la maledicencia de los políticos), otros llevados por los lodos políticos (pero contagiados de las poses y las farsas de ciertos diplomáticos). Los Acosta (padre e hijo), los embajadores y embajadoras, las primeras secretarias, los agregados militares, comerciales y culturales, Jennifer (la despabilada asesora del presidente), el canciller (que quiere aprovecharse de la circunstancia para ganar réditos publicitarios), su poderosa secretaria, entre otros. Todos son diplomáticos o diplomáticas.

Pero, además, es una novela en la que enjuicias con singular ironía, un momento rocambolesco (mencionas varias veces esa palabra) y yo diría que también tragicómico de nuestra historia (diplomática): el asilo diplomático que tuvo en la Embajada del Ecuador en Londres, por el lapso de siete años, el ciudadano australiano Julian Assange. Me toca muy de cerca porque el final de tu novela coincide precisamente con un texto que escribí hace algún tiempo y que está incluido en mi libro Breviarios, de reciente aparición, publicado por editorial Eskeletra. Me refiero al caso Snowden. Lo grave es que el mío no está escrito como cuento o ficción sino como agrio testimonio de un momento que, por cosas de la Maldita Sea, me tocó vivir y afrontar. Cuando lo leas, sabrás a lo que me refiero. De tal manera que si ampliabas un poco más tu novela (en el tiempo del relato) entraba yo también como personaje y, dentro de la óptica de Acosta Jr., estaría, ahora mismo, lleno de mil epítetos por haber impedido que el exespía gringo (ahora ciudadano ruso) venga al Ecuador, en lo que habría sido otro episodio, talvez más grave y trágico, de lo que fue el de Assange dentro de nuestra embajada en Londres. Pero, volvamos a tu novela.

Como te dije, algunos pasajes y circunstancias del relato repartido en veinte capítulos y más de 390 páginas, me hicieron reír a carcajadas (usas un humor agudo, casi como el que utilizaba Bryce Echenique en sus mejores épocas), siguiendo las aventuras y desventuras, los tórridos romances y las acciones intrépidas del segundo secretario Acosta, quien de oscuro funcionario deviene en una especie de James Bond criollo, pero sin licencia para matar. Los episodios (ficticios, claro) en los cuales saca a Assange de la Embajada del Ecuador en Londres y se lo lleva al País de Gales son más que memorables. Pero también enjuicias, ya como autor del libro, con una dureza tremenda la época que nos tocó vivir, en el gobierno que concedió el asilo a Assange y que al comienzo despertó tantas expectativas y entusiastas adhesiones. Pero no solo enjuicias a ese gobierno sino a todo el entramado de los poderes fácticos que rigen en el mundo en que vivimos. Le pintas al Ecuador como un país de farsas y enredos, a sus habitantes (particularmente a los quiteños) como una sarta de hipócritas y mal nacidos. No queda títere con cabeza. De una u otra forma nadie escapa de los juicios irónicos del joven segundo secretario Acosta, ni las grandes capitales europeas, ni los pequeños pueblos por donde transita, ni el amor ni la familia, ni la pasión ni la cobardía. Hay una suerte de nihilismo que, lo peor, comparto en cierta medida después de haber visto de cerca episodios parecidos a los descritos en tu novela.

Muchos exquisitos y “doctos profesionales de la diplomacia” verán tu novela como un ataque al Servicio Exterior ecuatoriano, algunos se tomarán a pecho los mil insultos (otra característica singular de la novela) que pronuncia (siempre en voz baja, claro) el segundo secretario Acosta contra el embajador en Londres. Otros querrán, enseguida, buscar comparaciones y dirán: el embajador es tal o cual persona, el segundo secretario es el sutanito, la primera secretaria es la julanita, el agregado comercial es el tal por cual. Las novelas que escribió Peyrefitte lo llevaron por eso a prisión, cuando muchos personajes por él retratados le siguieron juicios por injurias. No creo que te depare igual destino, pero algunos sí querrán quemar tu novela en los patios centrales de la Cancillería (del encuentro), conocida también por algunos pedantes como Palacio Najas. Yo me he tomado tu novela como una inmensa broma y una enorme maldición a la mentira, el embuste y la torpeza. No es una crónica sino una ficción (con todas sus licencias).

En esta novela demuestras, una vez más, un gran oficio de escritor dotado de singular talento y valentía para escribir todo lo que allí escribes. Te adelantaste, te decía en otro mensaje, al embajador-novelista que entregó al australiano a las autoridades policiales londinenses en aquel episodio que ya no cuentas en tu libro y que bien merecería un acápite adicional o un post-scriptum.

Te mando un gran abrazo y te agradezco que me hayas hecho llegar tu novela que me atrapó, por obvias razones, desde un primer momento, y la leí casi de corrido (a momentos temblando de risa y otros de ira).


 

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DOI: 10.32719/13900102.2024.56.11

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e-ISSN: 2600-5751

 

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