KIPUS: REVISTA ANDINA DE LETRAS Y ESTUDIOS CULTURALES,
No. 56 (Julio-Diciembre, 2024), 7-14. ISSN: 1390-0102

Artículo de investigación


El Pancho Torres se volvió esotérico

Pancho Torres Turned Esoteric

 

DOI:   https://doi.org/10.32719/13900102.2024.56.1

 

Fecha de recepción: 5 de enero de 2024Fecha de aceptación: 25 de marzo de 2024
Fecha de publicación: 
1 de julio de 2024

Pablo Salgado Jácome    

Director de La noche bocarriba”, Quito, Ecuador

 

 

Resumen

En este texto el autor pretende reivindicar la poesía de un autor que es totalmente desconocido para las nuevas generaciones, Francisco Torres Dávila. Después de que sus textos aparecieran en varias revistas literarias ecuatorianas y publicara dos libros de poesía, Torres Dávila guardó un total silencio literario; dejó de publicar y desapareció, por voluntad propia, del panorama cultural del país. Hace poco se conoció la noticia de su muerte, de ahí la necesidad de recordar su obra literaria, pues sin duda es una de las voces poéticas más importantes de su generación.

Palabras clave: Ecuador, Francisco Torres Dávila, poesía, ironía, sarcasmo, humor, conversacional, talleres.

Abstract

In this text, the author intends to vindicate the poetry of an author who is totally unknown to new generations, Francisco Torres Dávila After his texts appeared in several Ecuadorian literary magazines and he published two books of poetry, Torres Dávila kept a total literary silence; he stopped publishing and disappeared, by his own will, from the cultural panorama of the country Recently the news of is death became known, hence the need to remember his literary work, as he is undoubtedly one of the most important poetic voices of his generation.

Keywords: Ecuador, Francisco Torres Dávila, poetry, irony, sarcasm, humor, conversational, workshops.

 

Cavar un agujero y salir adentro. Saltar una pared y caer la víspera. Francisco Torres Dávila.

 

Tenía una sonrisa cargada de ironía y picardía, cual vampiro al acecho. Y cuando reía lo hacía sonoramente y sin ocultar cierto dejo de maldad. Esa maldad de los poetas. La misma que le servía para escribir sus textos que, casi siempre, daban en el blanco:

“Hay quienes dicen/ que el conde de orgaz/ inventó el orgasmo”. O: “Qué separa a Henry Miller/ del impuesto de las alcabalas/ todos gritan/ ¡una cama!” (“A simple vista”) (Torres Dávila 1987, 109).

Y esa misma maldad que un día, firme y seguro, lo llevó a decirnos: “no, ya no quiero más poesía en mi vida”. Y dejó de escribir. De puro malvado. Como si de un poema maldito se tratara. Es más, se alejó de los escritores, sus amigos. Los olvidó para siempre. Lo único que, en verdad, quería es que de él nada se sepa: “Bienaventurados/ los fulanos/ los sutanos/ los menganos/ los perenganos/ que de ellos no se sabe nada” (“Ecce homo”) (69). Y se dedicó a las leyes, que es lo que había estudiado en la Universidad Central. Y cuando el recuerdo empezó a perseguirlo, armó un par de maletas y tal como antes había hecho otro escritor cercano, el Ramiro Ordóñez, partió hacia el norte. Así, escribió consigo mismo, su más grande ironía en el país al que tanto había ironizado en sus versos: “vamos a poner/ una trampa de ratones/ a la estatua de la libertad” (Torres Dávila 1981, 19).

Y lo peor, de puro malvado, murió un día cualquiera, lejos de casa y sin que nadie se entere; tal como premonitoriamente lo había escrito, corroborando así su propia hipótesis: “la especie humana/ nace/ crece/ se come todo lo que encuentra/ va al baño/ estornuda/ y muere/ nadie sabe lo que hace en los intervalos” (“Hipótesis”) (Torres Dávila 1987, 135).

Francisco Torres Dávila nació en Quito -en la Vicentina- en 1958. Desde pequeño se interesó en las letras y, sobre todo, en la lectura. Escribía sin darle mayor importancia, lo hacía como un ejercicio entre lecturas. También se interesó por las ciencias sociales; leía a Antonio Gramsci con entusiasmo. Y le encantaban las reflexiones y los debates, era incansable hablando en torno a la realidad nacional y latinoamericana. Aunque, en verdad, le encantaba todo tipo de discusiones, desde el fútbol hasta los programas de televisión. De hecho, iba al estadio a hinchar por el Aucas y se pasaba prendado a las series de televisión, horas y horas.

Cuando lo conocí, Francisco estaba leyendo a Paco Urondo, Roque Dalton, Leonel Rugama y Roberto Sosa. Poetas que practicaban lo que decían. Tanto que fueron asesinados por no guardar silencio ante las atrocidades de las dictaduras. Y también leía a Beltrán Morales y Antonio Cisneros, a quien citaba en sus poemas: “Propicio decirles/ Antonio Cisneros y su Canto ceremonial contra un oso hormiguero/ no se perdió en el Caribe/ ni las Antillas se alejan por gusto de la costa” (“Hay un país en el mundo”) (Velasco Mackenzie 1980, 41).

A finales de los años 70, la Universidad Central era un hervidero de reflexiones y discusiones en torno al papel del arte, el compromiso social y el reconocimiento de los artistas como trabajadores de la cultura. Y ahí, en uno de los bares de la Facultad de Derecho, se conformó el Taller Tientos y Diferencias, al que se vinculó Francisco junto a Pepe Torres, Galo Galarza, Ramiro Arias, Alicia Parra, Erika Silva, René Jurado, entre otros, y publicaron la revista Tientos, arte y cultura, en donde precisamente aparecieron los primeros poemas de Francisco: “Hay un país en el mundo/

cuyo nombre tiene la franqueza de divulgar/ los bajos fondos de la muerte/ lanzado al mismo trote del sol en la plaza de los ojos” (40). O: “No interrumpas los asaltos a los cuarteles. La locomotora mordida en su sexo/ Muerte enfrentada en el día/ nos avenimos/ entre el pacto de estos locos y los “perros veloces y ningún agujero”. (Tientos 2 1979, 44).

Eran los años de la recién inaugurada democracia, y Tientos se enfrascaba en reflexiones en torno al rol del intelectual y su contribución a la transformación social. Publicaron un manifiesto y luego convocaron al Primer Encuentro de los Trabajadores del Arte y la Cultura del Ecuador, en 1981, con la finalidad de conformar un “gran Frente Cultural que aglutine a los intelectuales orgánicos dentro de los frentes de masas y cuyas tareas estén orientadas a transformar y desarrollar las manifestaciones populares” (Tientos 4, 1981).

En Guayaquil también se había formado, en 1975, el Taller Sicoseo, al que en 1979-1980 se integraron algunos poetas jóvenes como los Fernandos: Balseca, Itúrburu, Artieda, Nieto Cadena, además de Jorge Martillo, Mario Campaña y Jorge Velasco Mackenzie, quien publica el ensayo crítico y antológico Colectivo, en 1980, e incluye a varios poetas de Quito, entre ellos a Torres Dávila con poemas que había publicado en la revista Tientos y señala: “Metido en la línea de la poesía descriptiva, los poemas de Torres Dávila se han convertido en textos de indudable acierto. Sin asideros visibles por el momento, aunque si con desarrollos lingüísticos que vienen de la prosa, el poeta puede convertir hechos políticos en logros literarios” (16).

El escritor Iván Egüez, quien por entonces ejercía como director del Departamento de Cultura de la Universidad Central, inicia una colección denominada Populibros, de pequeño formato y precaria edición, y motiva a Francisco Torres para que publique su primer libro; así aparece, en 1981, Agujero y víspera: “Dentro del cráneo de un topo/ el universo es una bomba de efecto retardado.” (“Descomunicante”) (25). O: “(aunque suene un poco extraño)/ Hoy al mundo/ le anda bien/ únicamente/ los sismógrafos/ y los paros cardíacos” (“Vivirle al día en reverso”) (1). Poemas en los que se podía ya distinguir los elementos que caracterizarían a su escritura: el desenfado, lo coloquial impregnado de una honda ironía y un sarcasmo muy personal que sostenía una profunda crítica social: “BASTANTE INUSUAL. La rueda fue descubierta/ por una carreta/ Nadie quedó vivo/ para contarlo. (“Bastante inusual”) (14).

En tanto, en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, al retornar la democracia termina sus funciones el presidente impuesto por la dictadura, Galo René Pérez, y asume esas funciones el profesor Edmundo Rivadeneira, quien al enterarse de que Miguel Donoso Pareja quería ya -ante los vientos de democracia- retornar al Ecuador luego de 18 años de exilio en México, le propuso replicar los talleres que, con éxito, había impartido en el país azteca. Así, Francisco se vincula al Taller de Donoso Pareja. Y es cuando asume con gran convicción y seriedad su condición de poeta y se dedica a escribir obsesivamente. El Taller le ayuda a pulir su estilo poético y Donoso lo incentiva en el uso del humor y la ironía: hay una “presencia del humor a través de lo irónico y lo sardónico, incluso del absurdo y una cercanía con lo conversacional”, escribió el propio Donoso Pareja en el prólogo de Posta poética (1984), una antología con varios de los poetas del Taller, y en la que Torres Dávila publica 18 poemas: “En una conferencia: Tenía tanto miedo de cortarse una mano/ que pidió lo asesinaran/ (el público quedó horrorizado/ luego estalló en hurras y aplausos)/ nunca se supo/ si hubo entierro/ o fue un simple detalle de limpieza./ (112).

Esta publicación le concede a Torres Dávila -junto a los otros poetas que forman parte de la antología- un reconocimiento y comentarios elogiosos no solo de varios críticos de la época, sino también de otros poetas de su generación, tal como hace poco, en su cuenta de Facebook, señalaba Edwin Madrid: “el Pancho con sus dos libros es uno de los poetas más originales de nuestra generación. Soy deudor, no solo de su poesía, sino también de su actitud de vida, de su mirada incisiva y socarrona que fue una guía, al menos para mí, en los tiempos que disfruté de su amistad y su complicidad con la escritura”.

Una vez que Francisco deja el nido y el cobijo de Donoso Pareja se vincula al taller La pequeña Lulupa, en el cual vuelve a encontrarse con René Jurado, Alfredo Noriega y, sobre todo, Huilo Ruales, quien había retornado de Francia. Aquí desarrolla un trabajo de animador de ciertas actividades del Taller, así como de las publicaciones que empiezan a generar los talleres literarios. La pequeña Lulupa era una revista de creación literaria que hacía honor a su nombre, era del tamaño de una cajetilla de cigarrillos. En su primer número, en 1982, deciden publicar sus cuentos y poemas sin los nombres de los autores: “Los textos deben defenderse y caminar solos”, argumentaban con tan poca convicción que para el n.º 3 ya aparecieron los nombres de los autores. En esta revista, bellamente editada e ilustrada -una joya- aparecen varios de los poemas de Francisco: “El abuelo no tiene un lugar preciso en mis poemas/ constantemente va de un lugar a otro/ a veces lo dejo en una escena histórica/ o lo pongo a construir un columpio/ en el corazón de una hormiga/ pero al rato lo encuentro liderando algún movimiento/ en cierta ocasión lo ubiqué en un poema hermético/ del cual se salió/ aduciendo que era una falta de respeto” (1984, 31).

Por recomendación de Donoso Pareja, la Casa de la Cultura Ecuatoriana creó una colección denominada Serie Hoy, integrada por libros de los autores que habían sido parte del taller. Se publicaron, en 1987, seis títulos; tres de narrativa y tres de poesía, uno de ellos fue precisamente de Francisco Torres Dávila, El Alka Seltzer se volvió esotérico, en el que se recoge una selección de su poesía, la mayoría inédita; aunque también se incluyen textos que habían aparecido en varias revistas. Son poemas que consolidan una voz cargada de una notable ironía crítica, textos más precisos y seguros y, por tanto, más efectivos: “busco bala/ desaparecida a eso de las seis de la tarde de ayer color plomo/ lleva en su parte posterior tatuada una sirena/ a un costado tiene las iniciales s w / sus compañeras están muy preocupadas/ ya que es novata en estas lides/ favor comunicarse con revolver smith & wesson calibre 38” (“Aviso”) (117).

Hoy este libro es un valioso testimonio de la poesía de Torres Dávila que, al decir de Cristian López (2015), “despliega un tormentoso trabajo hacia una poética de la parodia a la poética formalista. Un poeta inconformista, (re)abre un discurso libertario, no institucional, (re)abre un diálogo con la sabiduría popular, instaura el meta-poema” (2).

Inmediatamente después, en 1995, para terminar con la caspa dominante de aquellos años, se publicó el periódico Nuevadas, en donde se ejercía una mordaz crítica al estatus literario que, entonces, era almidonado y marchito. Francisco no solo que incitaba sino que disfrutaba cuando, en colectivo, escribíamos la sección “El museo del horror”, que cobró una fama inusitada porque, sin piedad alguna, se criticaba los horrorosos libros, sobre todo de poesía, que entonces se publicaban.

Nuevadas dio paso a un proyecto más serio, profundo y de largo aliento, la revista Eskeletra, de formato gigante, en el que Francisco fue también un activo participante, no solo porque en ella se publicaron varios de sus poemas, sino porque sugería textos de autores emergentes y animaba la reflexión y discusión. Paralelamente se creó Eskeletra Editorial, con la finalidad de publicar los libros de los integrantes del grupo. De ahí que se publicó una antología de narrativa En busca del cuento perdido, y también, en 1997, una de poesía, Toros en el corazón, del que fui su editor y antologador. Incluí a nueve autores, entre ellos, por supuesto, a Pancho con nueve poemas: “Todo el mundo es profeta en su tierra. Hubo una vez una plaza donde no se admiten/ perros/ ni aldeas/ pero en aquella ocasión/ estaba repleta de paisanos/ un partidario de lin yu tang/ se colocó sobre su cabeza una manzana/ a prudente distancia/ un discípulo del medioevo/ pulsó el arco y lanzó una flecha/ con tal puntería/ que partió al hombre en todas las mitades factibles/ la gente se acercó y felicitó a la manzana” (Salgado 1997, 129).

Y entonces llegó el retiro. Con su ácido sarcasmo y humor negrísimo, nos decía que no es poeta, que ya no escribe. Que ya ni lee poesía. Que eso es para los elegidos, y soltaba una jokeriana carcajada. Y un día cualquiera, desapareció. Nadie sabía nada. Alguien nos dijo que había ingresado a trabajar en un despacho de abogados. Intentamos visitarlo en su casa, pero fue inútil. Su decisión estaba tomada. No quería saber nada de la poesía ni de la literatura. Y eso incluía a los amigos escritores. Como si de un personaje de su poesía se tratara, desapareció sin dejar rastro. Nadie sabía qué hacía en los intervalos de su silencio. Alguien nos dijo que se mudó a Estados Unidos. Y nunca más conocimos una noticia suya. Hasta que, hace poco, en un día nublado de octubre de 2023, un amigo nos comunicó que había muerto.

Francisco eligió la soledad y, sobre todo, el olvido; eligió un destino alejado de la poesía. Pero vaya ironía, es la poesía -su poesía- la que hoy lo alejará para siempre de la muerte: “Pidió a su público/ que en su tumba/ escribieran el siguiente epitafio/ el sesenta y nueve es una obra maestra de la lengua” (“69 Modelo para armar”) (Torres Dávila 1987, 130).

 

Lista de referencias

Donoso Pareja, Miguel. 1984. Posta Poética. Quito: El Conejo.

La Pequeña Lulupa 3 (Quito). 1984.

López, Cristian. 2015. “El Alka seltzer se volvió esotérico”. Quito: La República.

Salgado Jácome, Pablo, ed. 1997. Toros en el corazón. Quito: Eskeletra.

Tientos 2 (Quito). 1979 (octubre).

Tientos 4 (Quito). 1981 (enero).

Torres Dávila, Francisco. 1981. Agujero y víspera. Quito: Universidad Central.

Torres Dávila, Francisco 1987. El alka seltzer se volvió esotérico. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana.

Velasco Mackenzie, Jorge. 1980. Colectivo. Antología de poetas. Guayaquil: El Taller Editores.

 

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DOI: 10.32719/13900102.2024.56.3

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e-ISSN: 2600-5751

 

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