El poemario Hace diez libros y trescientos versos, de Edison Lasso Rocha (Piñas, 1977), se inscribe en la línea del experimentalismo latinoamericano, desde lo inmersivo hacia lo fundacional, radicado en el sistema discursivo de poeta David Ledesma y abierto a autores como Roberto Juarroz, para abrir el abanico hacia Magnus Enzensberger, por ejemplo. Precisamente El diablo de los números (1997), libro de cuentos del autor alemán, opera en la idea de la aritmética que se asila en el escribiente poético como un espejo o como un laberinto dual, pero entrópico, que postula una lírica refrescante en el contexto poético ecuatoriano, al trazar elementos claves como la singularidad de EN EL ENVÉS DEL TIEMPO, que sitúa pequeños poemas con títulos muy sugestivos, reflejada EN EL HAZ DEL TIEMPO, con otras connotaciones muy acertadas en su elaboración, que se complementan asertiva y estéticamente. Tanto envés como haz temporales son numerados en cada uno de sus ítems poéticos.
En este juego bifrontal (picassiano, podría ser), las isotopías beben de las aguas de los límites o de una deconstrucción que se dobla, como una suerte de origami y que recuerda la seducción que siente el autor por lo numérico, pero también por sus lecturas. Antonio Porchia está situado en un lugar fundamental en la metafísica que entraña la aseveración de Edward Lorenz con respecto al efecto mariposa. Así, la preocupación de Edison Lasso Rocha abre mecanismos vivos o fosfóricos en una voz que es muchas voces amparadas en sistemas físicos, lógicos o filosóficos, por enumerar algunos de los trazos que se vuelcan en el libro.
El juego estético es dialéctico, es decir, luego de que plantea el universo de su envés, viaja hacia el haz sumando historia, complejizando su especie de trama literaria que mediante el humor-amor-ironía se resiste y se transforma frente a la escritura canónica, para desordenarla, como una forma de subjetividad versus objetividad, señalando una nueva intersubjetividad en la que los territorios funcionan como lugares de apropiación y sorprenden al lector, que también deberá apropiarse de su propia etnología.
En el trip de este poemario explotan burbujas literalmente sensacionales cuando se produce la genitalización del dolor o los incendios de la oscuridad perpleja de la voz poética que estudia probabilidades con la soberbia del bardo apuntando a las cifras. El objetivo es señalar la ausencia desde la distopía que se asila en las palabras y un lenguaje sustantivo e imperioso que, al fin, se reconoce en la incapacidad de describir lo que habita en el sujeto lírico o en el propio lector, pues el tiempo y la construcción poemática necesitarían fórmulas cuánticas, por ejemplo, para descifrar la emoción-expresión como acertadamente ilustra Lasso Rocha. He allí la frustración que nos traslada el autor no sin antes empoderarse de la belleza de lo que nos dice y la manera en que lo anuncia.
En el escenario descubierto del texto, la función algorítmica -brutal y estremecedora de la tecnología actual que está a punto de despojar al hombre de su propia humanidad mediante la inteligencia artificial, por ejemplo- es un crujido en medio de la llovizna, es el hábito de un buen lector-autor que respira sobre el oído de la modernidad o de la cuasi modernidad que pulula en nuestros países sudamericanos. En ella tienen cabida los amuletos y las fórmulas de quien reniega de los patéticos o peripatéticos y vehementes poetas desde la esquina de un absurdo engranado como un reloj descompuesto o compuesto desde la descomposición que convierte nuestra lengua en un acto bucólico impar y auténtico que, desde Lasso Rocha, se vuelve colectivo.