KIPUS: REVISTA ANDINA DE LETRAS Y ESTUDIOS CULTURALES,
No. 54 (Julio-Diciembre, 2023), 162-172. ISSN: 1390-0102

Creación


MONTALVO: Ojos de serpiente


Serpent Eyes


DOI: https://doi.org/10.32719/13900102.2023.54.16




Diego Montalvo

Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador Quito, Ecuador



ZINAT LLEVABA MUCHO tiempo meditando. En su regazo yacía un libro del Antiguo Egipto que, en su postura actual, abierto a la mitad, parecía una mariposa con las alas extendidas, perfectamente rectangulares. Yo me quedé parado a su lado, era una tarde aburrida y Zinat no hacía más que beber vino en una copa cristalina que parecía simular a un frutero. Me dijo que había terminado de leer una carta de un viejo amigo suyo, un millonario coleccionista de reliquias antiguas y raras.

-¿Qué tienen en común los faraones con las personas actuales? -inquirió Zinat mientras se llevaba un sorbo de licor a los labios.

-No lo sé, Zinat. Los faraones vivieron hace mucho tiempo.

-Su comentario no responde a mi pregunta... Debo decir que aquello no me llama la atención.

-Disculpe, Zinat.

-Tranquilo, Futes. Creo que la culpa es mía por tratar de abrirle la mente.

Aquello me pareció en extremo insultante. No obstante, no dije nada más. Zinat caminó hasta su estante con el libro del egiptólogo Zhalem-Al-Sari en sus manos. Lo depositó junto a sus múltiples volúmenes y cerró la vitrina.

Caminó hasta el sofá. Se frotó el bigote y luego cogió su bastón. Lo examinó. Tomó la empuñadura y desenvainó la espada cuya hoja brilló con la luz de la tarde que se colaba desde el ventanal del frente. Luego volvió a envainar el arma. La empuñadura produjo un ligero chasquido cuando topó el cuello del bastón.

-Quiero que me acompañe a ver un cadáver -apuntó Zinat con voz sombría.

-¿Justo ahora? -inquirí, extrañado.

Zinat me miró y una ligera sonrisa se dibujó en su cara.

-No, Futes. Será cuando desee recobrar la vida y largarse caminando -apuntó el detective con sarcasmo-. ¿Cree que lo invité a mi casa para tomar el té y charlar sobre Egipto?

-Pues...

-Irónicamente, eso era parte del plan original y lo único que pretendía -sonrió el hombre.

Se puso de pie. Abrió la puerta del estudio y bajamos las escaleras. Yo iba detrás. Zinat se colocó el sombrero y la larga gabardina. Sacó un cigarrillo y se lo puso en los labios. Caminamos hasta la acera. El sol empezaba a ocultarse en el ocaso y sobre el cielo azulado de la noche fulguraron un par de estrellas. Me quedé mirando los colores anaranjados que poco a poco iban desapareciendo mostrando la agonía de la tarde. Zinat encendió el cigarrillo. Se abrió el blazer de su traje y dentro del chaleco metió la caja de cigarrillos y la de fósforos.

-Oiga, amigo. ¿Va hacer el favor de parar un taxi o qué?

Una vez Zinat le dio la dirección al taxista, el automóvil se puso en marcha. Zinat sacó una libretita del bolsillo interno de la gabardina y del otro tomó una pluma fuente. Con letra pulcra y clara anotó lo siguiente en la parte centrada superior de la hoja en blanco: "Caso Ojos de serpiente". Luego, colocó un número 1 bajo lo que había escrito.

-¿Qué sabemos hasta ahora, Futes?

-Que su amigo, al poco tiempo de haberle telefoneado, fue hallado muerto en la sala de su mansión. Acto seguido recibió una carta de su mujer diciendo que acudiera lo más rápido posible. No quiso arriesgarse a nada así que prefirió ese modo de comunicación.

Zinat sacó el sobre y de allí tomó una delicada hoja de papel. Leyó su contenido en voz alta:

Ciudad de México, 14 de octubre de 194...

Apreciado Monsieur André Zinat

En primer lugar, me dirijo a usted por medio de una carta para evitar poner mi vida en riesgo. En nuestra casa ubicada en los Bosques de la Loma ha ocurrido una desgracia. ¡Mi marido murió al poco tiempo de haberse contactado con usted! Le confieso que él estuvo muy extraño desde su último viaje a Egipto. Cuando regresó de El Cairo, no dejaba de balbucear palabras extrañas en un árabe muy antiguo. Me trajo un par de joyas preciosas. Un conocido de mi marido, un egipcio de nombre Akenatón Kasem, vino de visita varias veces y le dijo a mi esposo que había traído muchos artículos "malditos". Él, desde luego, no le creyó y dejó las cosas así. Pero, a raíz de su repentino quebranto de salud, que básicamente constaba de dolores abdominales, vómitos, diarreas y deshidratación dejé de usar, incluso las joyas que me había regalado. Traté de venderlas, pero, para mi sorpresa, ¡estas desaparecieron y no puedo hallarlas por ningún lado! Yo no creo en maldiciones, señor Zinat... Pero creo que mi esposo trajo consigo algo muy extraño desde el Valle de los Reyes. Deseo saber su opinión, usted ha viajado con él en ocasiones anteriores a Luxor y Alejandría... y a otros destinos parecidos. ¡Ayúdeme, se lo suplico! Siempre suya, Alexandra Vidal de Wright.

Zinat dobló la hoja. El taxi paró frente a una mansión victoriana. Zinat se apeó. Yo pagué al taxista y luego lo seguí. La servidumbre -un jardinero, un mayordomo y un ama de llaves- nos esperó afuera, en el patio delantero. Zinat golpeó el bastón con impaciencia. El mayordomo, viendo su error, corrió y abrió la puerta principal.

-Disculpe, caballero. Creí que había dejado abierto el portón de reja.

-Una equivocación muy común -sentenció Zinat, con ligera ira y desconcierto.

La gran casa estaba rodeada por un enorme muro de ladrillo muy elegante, la mayor parte ya cubierta por hermosas madreselvas. Sobre la pared se alzaban, cada cinco o seis metros, unas esferas de piedra. A cada lado de la puerta de entrada nos saludaban dos imponentes esfinges con las alas abiertas, hechas totalmente de piedra. Parecían unas monstruosas gárgolas. Zinat las miró antes de entrar. En una de las columnas yacía pegada una placa dorada con el nombre del dueño de la propiedad: Franklin S. Wright - Egiptólogo.

El mayordomo, un hombre alto y delgado, de bigote estrecho y con monóculo en su ojo izquierdo, vestido de frac, nos dirigió hasta el estudio. Antes de llegar, pasamos por un corredor amplio y varios salones amueblados al estilo Luis XV. Sobre las paredes yacían cuadros de Renoir, Picasso, Rivera, Khalo, Lacroix y Dalí. Colocó su mano derecha enguantada en fina seda blanca sobre el pestillo de palanca dorada colocada sobre la puerta de madera (muy tallada al detalle) y la haló hacia abajo. El seguro cedió. Allí estaba madame Alexandra, con un vestido negro y llorando al pie del cuerpo de su difunto esposo. El salón estaba decorado con bellas obras de arte, en una de las paredes, yacía colgado, justo sobre la cabeza del muerto, el cuadro Autorretrato con la muerte tocando el violín de Arnold Bócklin.

Madame Alexandra alzó la cabeza al vernos.

-Monsieur Zinat. Gracias por acudir a mi llamado.

Zinat la abrazó y yo únicamente le estreché la mano. La confianza de Zinat hacia la viuda me hizo sentir incómodo.

-¿Me permite ver el cuerpo? -apuntó el detective con suma seriedad.

-¡Desde luego!...

Los policías tomaban fotografías y el forense estaba desconcertado, sobre su rostro se dibujaba un auténtico terror. El cuerpo ya había sido tapado por una sábana blanca. Los zapatos sobresalían por debajo del extremo de la manta. Zinat descubrió el rostro de su amigo y experimentó un sobresalto. Tenía los ojos vaciados y en su lugar fueron colocados un par de piedras verdes, como esmeraldas.

-¿Esas son sus joyas, madame Alexandra?

Ella, totalmente sorprendida, se volteó en seco. Caminó hasta dónde estaba Zinat, y al bajar la mirada hacia donde apuntaba el índice de mi amigo, no pudo contener un grito. Los policías llegaron con rapidez.

-¡Pero si eso no estaba ahí cuando entramos a verlo! -declaró Hugo Vallarta.

-No confío en sus instintos, inspector. -¡Lo juro por la Virgen Santa, Zinat!

Las fotografías de revelación instantánea que tomaron los otros policías mostraron los ojos muertos de Franklin Wright.

-¡Alguien debió hacerlo en frente de nuestras narices! -rezongó el policía.

-De eso no hay duda -dijo Zinat.

Zinat empezó a pensar mientras bordeaba el cuerpo inerte de su antiguo camarada. Se agachó y pidió al mayordomo, que estaba sentado, fatigado sobre una de las lujosas butacas, que le prestara su monóculo. El hombre así lo hizo. Zinat acercó la luna al cuerpo y lo examinó con detenimiento.

-¿No sería mejor pedir una lupa, Zinat?

-No moleste, Futes. Yo tengo mis propios métodos.

Zinat sacó su libreta y empezó a anotar una vez más.

"El zapato izquierdo tiene rastros de lodo y fango, el derecho no tiene nada. ¡Extraño! Las manos están limpias, no parece haber rastro de piel. Conclusión: se descarta una defensa por agresión física. Sus ojos fueron vaciados y sustituidos por piedras preciosas... Conclusión: un mensaje claro. Zinat tocó el cuerpo (estaba tibio). Conclusión: Aún no hay señales del rigor mortis".

-¿Han tomado muestras de sangre? -preguntó Zinat mientras consultaba el reloj.

-Sí, las hemos analizado antes de su llegada -dijo el forense. -¿Tiene los resultados?

-El cuerpo está limpio. No hay rastros de intoxicación. Concluimos que ha sufrido infarto. Muerte natural.

-¿Las joyas fueron colocadas en sus ojos antes o después de morir, inspector Vallarta?

El policía tragó saliva.

-Después -dijo presuroso.

-Me temo que no. Hay indicios de que sus globos oculares fueron extirpados antes. Si se fija usted bien, hay un poco de sangre resbalando por sus mejillas. ¿Han abierto su mandíbula... ?

-Zinat...

-¿Han abierto la mandíbula, inspector? -insistió Zinat. -¿Por qué lo haríamos, Zinat?

-¡Háganlo, temo que su lengua no esté donde debería!

Un forense forcejeó la mandíbula que se abrió con un frívolo chasquido.

El médico metió el haz de luz de una linterna por la boca; en efecto, ¡la lengua había sido arrancada!

-¡El asesino aún está entre nosotros, por favor cierren las puertas de la mansión! -rugió Zinat.

Yo, junto al mayordomo y el ama de llaves nos apresuramos a cerrar todas las puertas.

-Vallarta, ¿alguno de sus inspectores ha salido?

El policía pidió a los gendarmes reunirse en el estudio. Acudieron nueve hombres.

-¿Son todos? -preguntó Zinat.

-Sí, Zinat. Son todos.

-Extraño, yo conté diez cuando entré aquí...

-¿De qué va todo esto, Zinat? ¿Cómo supo lo de las joyas y lo de la lengua?

-Me permitiré explicarme. Esta es una vieja forma de justicia egipcia. Si una persona era considerada un ladrón podría recibir "golpes de bastón" entre cien o doscientos golpazos. Si el robo era considerable -una pena mayor- podría darse la oportunidad de devolver la mercancía adicionando el doble o el triple del costo del total de esta en dinero en efectivo. Pero si el delito era grave como insulto al Estado o la religión, el rey (el faraón) o un visir podían pedir la mutilación, normalmente de nariz, ojos, lengua u orejas... Eran poco comunes, pero existían. Quien ha cometido este asesinato es, evidentemente, alguien conocedor a fondo de la tradición egipcia. Quizá un egipcio propiamente dicho... El punto es que nos ha dejado un mensaje claro: "Franklin ha cometido un acto atroz y debía pagar por ello".

-¿Qué tipo de acto, Zinat? -dijo la viuda, llorando a raudales.

-El robo.

-¿Pero usted no dijo que el robo era un delito menor, Zinat? -apunté yo.

Zinat esbozó una sonrisa torcida y una risilla nerviosa se apoderó de él.

-Ya. Pero yo no hablaba de manzanas o chucherías de bazar... me refiero a un hurto grave. Como objetos preciosos que tiene relación con deidades y cosas religiosas. Estas no son joyas comunes. Lo que mi amigo tiene incrustado en la cara son artículos usados por las esposas de los faraones. La mujer en el Antiguo Egipto era considerada una deidad, un complemento del hombre y un dual suyo en un nivel espiritual. Estas piedras se las conocen como "Ojos de serpiente" y son gemas que guían a los muertos al otro lado. Los griegos preferían colocar monedas en los ojos o en la boca para el óbolo de Caronte, el barquero que se encargaba de llevar a los muertos al Inframundo y para ello cobraba un tributo. Pero los egipcios eran diferentes, Osiris era el dios de la muerte y el renacimiento. Cuando el alma de un mortal iba al Duat -o Infra-mundo- previo al juicio final se hacía un ritual llamado el "Peso del corazón" allí se sopesaba las acciones buenas y malas que realizó el mortal previo a su muerte...

-Un momento, Zinat -irrumpió Vallarta-. ¿No se supone que el dios de la Muerte en el Antiguo Egipto es Anubis? Zinat rió.

-Su falta de cultura es lo único que le podría dar algo de gracia a este tétrico asunto. Déjeme explicarle. Concatenando con lo que decía antes, este "juicio final" lo llevaba a cabo Ma'at (el símbolo de la verdad) también representada como diosa e hija de Ra. Si era considerado digno, el alma iba a los aposentos agradables de Osiris dentro del Duat. Ahora, cuando Osiris fue desmembrado por su hermano Seth, el dios del desierto o de la sequía, un Dios del Caos, Anubis (cuyo nombre también tiene origen griego, he ahí la confusión y el misterio de su nombre onomatopéyico quiere decir "el chacal que aúlla") participó en la reconstrucción del cuerpo de Osiris, junto a Isis y Neftis momificándolo. Así, contestando su duda, inspector Vallarta... Anubis no es el dios de la Muerte es el dios de la Momificación y patrón de las necrópolis. Tiene la tarea de vigilar la "Bel Occidental", es decir la "Tierra de los Muertos". En orden de importancia van los tres: Osiris, Anubis y Horus -el dios que tutelaba la nobleza de los monarcas-. Cuando Horus muere, se convierte en Osiris y pasa a formar parte del dios Ra, el supremo creador, el dios del Sol. ¿Comprende?

Regresando al caso de mi amigo... "Sufrió un infarto" causando daño al corazón, destrozando su equilibrio, evitando un juicio justo. Es decir, lo excluyeron de que Ma'at lo juzgara. Con un corazón roto las almas vagan sin control por el inframundo. En otras palabras, los "Ojos de serpiente" podrían ser su salida si Osiris desea un tributo, pero su espíritu noble no es tan corruptible ni vanidoso como los dioses griegos. Ahora, particularmente, doctor, sugeriría haga otra prueba toxicológica... deseo saber si hay rastros de arsénico, cuyas formas de intoxicación son muy antiguas y, sí, eran comunes en el Antiguo Egipto. Son las más complejas de detectar, salvo con un estudio minucioso. Por otro lado, madame Alexandra... ¿Dónde solía ver Míster Francis a su amigo Kazem?

-En el estudio, aquí como siempre.

-¿Cuándo fue que usted vio que tenía algún dolor?

-Desde hoy. Eran agudos y se quejaba de un intenso malestar en el estómago. Salió al patio creyendo que necesitaría algo de aire. Lo hallé parado a un costado del jardín.

-¿Estaba totalmente parado en el jardín o solo tenía un pie en el jardín?

-¿Cómo dice...?

-Es vital que recuerde este detalle... Madame Alexandra meditó por un segundo.

-Hmm... creo que tenía un pie en el jardín y el otro estaba sobre el camino de entrada a la casa que, como habrá notado, es de ladrillo. ¿Por qué?

-Eso explica lo de los zapatos -dijo Zinat, casi entre dientes-. Esto confirma mi teoría del arsénico, lo pensé cuando leí su carta. Este tipo de intoxicación afecta a la vía digestiva, desarrollando los síntomas que usted supo explicarme en su epístola.

El médico tuvo permiso para salir. Después de un par de horas regresó. Zinat consultó su reloj de bolsillo. Tocó de nuevo el cadáver y estaba un poco más frío que antes.

-Tres horas justas después de su muerte... empezó el rigor mortis.

Zinat caminó hasta una vitrina vacía.

-¿Aquí es donde tenía los artículos?

Madame Alexandra asintió, nerviosa y con miedo.

Luego de unas horas, el médico llegó a prisa y jadeando por la excitación. Ondeaba un papel en la mano.

-¡Doctor, doctor tenga cuidado... !

-¡Zinat... , Zinat, tiene usted... ! -Su voz se cortó desde el jardín delantero.

Un disparo en seco dejó frío al médico. La bala con rifle de francotirador le atravesó el pecho. Yo me quedé asombrado. Subí a prisa al tejado que era el único sitio desde donde podía haberse efectuado el disparo. Allí, detrás, subió Zinat y el inspector Vallarta con un grupo de policías. Para nuestro asombro estaba parado otro gendarme.

-¡Él no es de los míos, Zinat! -rugió Vallarta.

-Ya lo sé. ¡Cálmese! ¡Aquí tienen a su asesino!

-Logró esclarecerlo todo, Zinat. Solamente viendo el cadáver, ¡es usted estupendo! -dijo el extraño.

-Se lo agradezco, Sid Akenatón Kasem.

-¿Cómo lo sabe...? Mejor dicho... ¿Cómo lo supo?

-Usted es un Sid, un "señor" de una noble familia. No crea que me olvidaría de usted. En uno de nuestros viajes junto a Franklin a Alejandría lo conocí a usted, en la Biblioteca. Nos llevó a Tuna el-Gebel y deseó que nos perdiéramos porque entramos a una cripta antigua y usted se robó el mapa. ¿Cómo tengo esa certeza? Porque el objeto desapareció luego de que nos llevara por un pasaje inestable de la tumba. Este se derrumbó luego de que yo me apoyara sobre una columna. Kasem, ¡usted se fugó con rapidez! Sabía que quería quedarse con los tesoros de Franklin, pero nunca supe a qué costo... hasta ahora. Quería deshacerse de nosotros como fuera. Por fortuna, mi sentido de orientación es en extremo agudo y pudimos escapar completamente ilesos sin su ayuda. Supongo que, adicionando a esta razón, se interesó en que Franklin viajara continuamente a Egipto completamente solo, incluso porque es sabido que muchas tumbas tienen arsénico en el aire. Pero, como no tuvo suerte, tuvo que envenenarle usted mismo. Una dosis de 100 a 300 miligramos es altamente mortal. Seguramente en su última visita se lo colocó en un wiski mientras él le enseñaba sus piezas arqueológicas recogidas. Vino esta mañana, se retiró y para estas horas de la tarde mi amigo, con seguridad, estaría muerto. ¿Me equivoco? Por eso quería alejarlo de mí... -¡Asesino! -grité, sin más.

Kasem agarró algo de su cinturón. Sacó una cimitarra y la empuñó contra Zinat. Mi amigo hizo lo propio y desenvainó su hoja del bastón. Yo saqué mi revólver. Zinat extendió la mano.

-Yo tengo viejas cuentas con este escorpión de desierto.

Kasem se abalanzó con todas sus fuerzas y Zinat bloqueó su ataque con la agilidad de un diestro esgrimista. Las hojas de las espadas chocaron a lo largo y ancho de la azotea de la propiedad. Derribaron macetas y se atacaban con furia ante la mirada atónita de las expectantes personas que deseábamos ver el espectacular desenlace. Kasem, el Sid, atacó a Zinat por un costado y logró herirle el hombro. Mi amigo gritó de dolor y furia. Entonces contestó las embestidas de su enemigo. Zinat lo empujó y Kasem se dio contra el filo de la terraza. Zinat blandió la espada delante de su cara y la agitó a un costado. Kasem escupió sangre.

-Aquí termina todo, Kasem. La victoire est a moi!

-Matlqa! -rugió el hombre.

El árabe insistió. Corrió a velocidad y Zinat se retiró a tiempo antes de ser atravesado con la cimitarra. Kazem se tropezó con una raja que cortaba el piso, como una cicatriz, y a su velocidad no pudo parar y atravesó el pequeño muro del costado, cayendo de cabeza casi veinte y cinco metros de altura. Zinat envainó la espada.

Vallarta bajó a prisa para ver si podía arrestar al hombre, pero fue inútil, murió en el acto. Sacaron dos cadáveres de la mansión durante aquel hermoso ocaso. Tras un exhaustivo examen a cada una de las habitaciones, hallaron en un costal varias de las reliquias del viejo Franklin. Madame Alexandra las colocó en su sitio. Luego, mientras Vallarta y los policías se estaban yendo, la mujer se volteó hacia mí y me ofreció una copa, así como lo hizo con Zinat.

-Nunca creí que fuera Kazem el culpable de todo.

-No es cuestión de sorprenderse. Imagino que mi amigo nunca habló mal de él -apuntó Zinat.

-Nunca, monsieur Zinat.

-Ya veo. Bueno, este no ha sido un caso fácil. Pero lo único que puedo decir es que la muerte nos rodea y nos llega sin remedio.

-¿Pretende quedarse con las reliquias egipcias, madame Alexandra? -pregunté.

Zinat me lanzó una mirada inquisitiva.

-No lo creo, doctor Futes. Las donaré a un museo.

-Me parece lo más sano -apuntó Zinat-. Ciertamente hay un detalle que no me deja de estrujar la mente. Franklin era un admirador de la cultura egipcia... Pero me extraña que su casa esté adornada con un par de esfinges aladas. Es decir, esta representación es griega y no egipcia.

-Déjeme enseñarle algo, monsieur Zinat.

La dama nos llevó hasta un gran estudio -más grande del que pudimos apreciar cuando llegamos a la mansión-. En dos pilares de piedra separados vimos posadas dos estatuas que me llamaron enormemente la atención. Una de ellas tenía la representación de la gárgola Toluse. El fiero dragón tenía las alas extendidas y las fauces abiertas. En otro, estaba una réplica a escala de la escultura de Ricardo Bellver El Ángel Caído. Tras varias horas de conversaciones triviales y charlas sobre la vida de Franklin, su mujer al fin habló del tema en cuestión:

-Frank creía que las esfinges griegas de la entrada espantarían la mala suerte. Es cierto que son un símbolo maligno, pero, según el mito, la esfinge no era un monstruo en realidad. Fue la hija del rey Layo a quien se le dio a encerrar un secreto por los monarcas tebanos. Cuando Layo murió, muchos de sus hijos fueron a reclamar el trono. Pero la esfinge, que conocía los secretos de cada rey antes que él, sabía que no cualquiera podía hacerse con el poder de Tebas. Por ello, la esfinge tenía que guardar el secreto del enigma hasta que llegó Edipo y pudo descifrar el más antiguo de los enigmas. Por ello, a pesar de que las esfinges se creen son espíritus malignos y traedores de la mala suerte, en realidad son guardianes de un secreto... un secreto profundo que no podía ser para todos.

-Según los egipcios -empezó Zinat-, las esfinges eran representadas con cuerpo de león porque simbolizaban la fortaleza de los monarcas. Además, ellos creían que por las noches cobraban vida y protegían las tumbas de los faraones. Lo opuesto a lo que describió Apolodoro en Grecia, que decía que las esfinges eran demoníacas, tenían patas de león, cuerpo de lobo o perro, bustos y cabeza de mujer, cola de dragón y alas de halcón. Estacio decía que tenían boca con veneno, mirada llameante y alas ensangrentadas. Por ello fue el griego Heródoto quien propuso el nombre "androesfinge" para referirse a esta criatura y así no causar confusión con la versión griega del monstruo. Mi amigo, Míster Franklin Wright, quiso atraer la mala fortuna y contrarrestarla al mismo tiempo. Nunca fue muy predecible que digamos. ¡El misterio del porqué de sus actitudes se lo llevó a la tumba! Ese es el caso insondable.

Madame Alexandra rió después a la reflexión de mi amigo.

-Por esa razón, estas dos estatuas, colocadas sobre la puerta principal, también sirven como desagües. Un canal se conecta desde el tejado y pasa hacia una tubería subterránea que sube de nuevo internamente por ambas columnas y termina en las fauces de las esfinges.

-Ohgénial! Une merveille architecturale! -rió a su vez Zinat.

Luego de charlar sobre Egipto, ver viejas fotografías y conocer más a fondo a Míster Franklin Wright nos despedimos. Zinat tomó su sombrero y su gabardina. Su herida no necesitó más que una venda, la profundidad del corte era mínima.

-Hasta luego, madame.

Sin decir nada más nos despedimos. Había transcurrido muchísimo tiempo dentro de esos fríos muros plagados de cuadros y enigmas del mundo. El frío de la madrugada nos abrazó con gélida fuerza.

-C'est la triste débâcle d'un égyptologue -dijo Zinat con una voz tan frívola como la bruma de la madrugada.

-Y que lo diga, mon ami.

-Ahora vamos, me apetece comer algo de camino a casa.

Quise acotar algo adicional pero no supe qué decir. No dejé de pensar en los hechos que acaba de presenciar. Hay veces en la vida en donde las cosas se tornan violentas, decadentes y horribles. No obstante, comprendí que allí radica la verdadera fortaleza de un hombre. Todo este caso vivido me dará un buen tema de conversación algún día. ¿Hasta cuándo podré estar junto con mi amigo y vivir aventuras de esta magnitud? Después de todo, él era el cerebro y yo un simple abogado.

Así sería mi vida de hoy en adelante: Gregorio Futes, el simple compañero de una mente brillante de la deducción... Pensándolo bien, ¿qué podía hacer al respecto?




CONCLUSIONES





NOTAS



Lista de referencias