KIPUS: REVISTA ANDINA DE LETRAS Y ESTUDIOS
CULTURALES,
No. 53 (Enero-Junio, 2023), 7-25. ISSN: 1390-0102
Artículo de investigación
DOI: https://doi.org/10.32719/13900102.2023.53.1
Fecha de recepción: 18 de marzo de 2022 -
Fecha de aceptación: 3 de mayo de 2022
Fecha de publicación: 3 de enero de 2023
RESUMEN
La Huelga General acaecida en Guayaquil en 1922 ha sido uno de los hechos históricos de mayor trascendencia en la historia del Ecuador. La literatura, y su capacidad de configurar imaginarios históricos y culturales, no estuvo ajena a esta catástrofe. En 1946 el escritor Joaquín Gallegos Lara plasmó en Las cruces sobre el agua una perspectiva subjetiva de los acontecimientos. A partir de esta novela, en este artículo se analizan los diálogos que se entablan entre historia y literatura, y la forma en que el texto ficcional se encumbra como la memoria viva de quienes murieron en la masacre. Por otro lado, se propone la condición fundacional de dicha matanza y su cristalización por medio de la novela de Gallegos Lara.
Palabras clave: Ecuador, huelga, historia, memoria, literatura, Joaquín Gallegos Lara, novela.
ABSTRACT
The General Strike that took place in Guayaquil in 1922 has been one of the most important historical events in the history of Ecuador. Literature, and its ability to configure historical and cultural imaginaries, was not immune to this catastrophe. In 1946 the writer Joaquín Gallegos Lara captured in Las cruces sobre el agua a subjective perspective of events. Based on this novel, this article analyzes the dialogues between history and literature and the way in which the fictional text stands as the living memory of those who died in the massacre. On the other hand, the foundational condition of this massacre and its crystallization through the novel by Gallegos Lara are proposed.
Keywords: Ecuador, Strike, History, Memory, Literature, Joaquín Gallegos Lara.
El muerto fue un panadero, trabajador, fiel compañero que arrebató el fusil criminal y luchó, por su vida luchó y por todo el pueblo, Alfredo Baldeón
Rafael Larrea
No CABE DUDA de que la existencia y creación de lazos afectivos, como condición primigenia para la configuración de una conciencia de clase, es el sustrato principal de la novela Las cruces sobre el agua (1946), de Joaquín Gallegos Lara. Pero también es cierto que la novela se hace cargo, de manera magistral, de aquel fatídico 15 de noviembre en que los trabajadores se manifestaron por medio de la huelga general en la que, finalmente, muchos de ellos encontraron la muerte. El presente artículo propone una lectura de la novela de Gallegos Lara a partir de los lazos y diálogos que se entablan entre el hecho histórico y su recuperación literaria. Por otro lado, situados en el hecho histórico en torno al que gira la novela, también queremos sostener que la matanza de obreros ocurrida en Guayaquil mantiene un germen fundacional que condiciona, a posteriori, la lectura del hecho histórico; a saber, una lectura "positiva". Con esta afirmación no queremos subjetivar ni poner en tela de juicio el carácter traumático, deleznable y trágico que supuso la matanza de trabajadores en Ecuador. Se trata, por el contrario, de comprender que la tragedia, en este caso, permitió la consolidación de una conciencia social, política y cultural debido al impacto que generó un acontecimiento como este. Por consiguiente, la lectura del sustrato fundacional viene a ser una lectura de los alcances que tuvo el sacrificio de quienes dieron la vida por mejorar sus propias condiciones laborales y la de sus compañeros.
Por su parte, esta novela, en cuanto que textualidad artística que usa como referente la historia, mantiene su propio horizonte de expectativa y se inserta en el campo cultural bajo dos dimensiones: a saber, una fundacional y otra dimensión memorial. Las cruces sobre el agua, en directa correlación con el hecho histórico, es -al decir de Alicia Ortega (2012)- "un relato de fundación; un relato de origen en relación al territorio de los personajes y de la colectividad protagónica" (42). Dicho de otro modo, es un relato que temáticamente nos habla de la conformación de un sentimiento social, y en su carácter de artefacto literario se inserta como un texto que consolida un proyecto de literatura nacional en el campo literario ecuatoriano iniciado en los años treinta. Finalmente, subyace en la novela una segunda dimensión que revela un interés memorial que se anticipa desde el título: es la novela, propiamente dicha, una "cruz sobre el agua".
Hacer concordar la novela de Gallegos Lara con los preceptos teóricos de la novela histórica, situándola en su contexto de producción en los años 50 en Ecuador cuando este tipo de ficciones carece de un pensamiento crítico que la sistematice, no resulta ser un camino propicio para el análisis del texto, sino más bien limitante. Preferimos, por lo tanto, revisar los diálogos que el texto literario entabla con el discurso histórico y de ese modo dejar al descubierto los procedimientos bajo los que la historia ingresa a la literatura y articula la trama de la novela.
Inicialmente hemos de advertir que durante el siglo XIX el cruce interdisciplinar entre historia y literatura no era un foco problemático. Sin embargo, durante el siglo XX el trabajo de la historiografía fue materia de una profunda reflexión y teorización, lo que generó diferentes perspectivas de análisis que actualmente se mantienen vigentes. Una de las mayores críticas al discurso histórico guarda relación con "el punto de vista de aquellos grupos que reclaman haber sido excluidos de la historia, esta vista como una posesión de los grupos dominantes, que se adjudican la autoridad de decidir quién o qué será admitido en la historia" (White 2010, 124). Dicho de otro modo, la historia sería escrita por los vencedores (volveremos sobre esto). Tal situación provoca que la historia se constituya como "un arma ideológica" que, desde un ámbito discursivo, perpetúa la opresión de quienes se quedan al margen de esta.
El historiador estadounidense Hayden White, en el mismo trabajo referido, revisa el modo en que se constituye o se construye la historia, y apunta que los eventos1 no se configuran como históricos solo "por haber sucedido realmente, por haber sucedido en un momento específico del pasado y en un lugar específico de este mundo, y por haber tenido un efecto identificable en los contextos en los que irrumpieron" (138). Según entiende White, para que un evento singular, un conjunto o una serie de eventos dados se califiquen como "históricos", "deben también ser descriptibles válidamente como si tuvieran los atributos propios de los elementos en la trama de un relato" (139). Independiente de la etimología y los significados a los que pueda responder el concepto "trama",2 lo en tenderemos aquí, de un modo practico, como "sentido", teniendo en consideración que nos referimos al eje central en torno al que se organiza un relato. Por lo tanto, lo que White viene a señalar es que el evento deviene en hecho histórico en la medida en que cumple una serie de características entre las cuales se encuentra la necesidad de que posea un sentido.
La historia escrita por los vencedores es una verdad irrecusable y puesta a la luz como una de las características y críticas más recurrentes en el análisis del discurso histórico en el siglo XX. Pese a ello, no es nuestra intención insistir en lo mismo, entendiendo la validez de dicha máxima. Se trata más bien, en este análisis, de abrir caminos de interpretación y discusión bajo los que resituar al texto literario. Por ello, dadas las características que apunta White respecto a la constitución o validez del hecho histórico, creemos que, visto desde la contemporaneidad, el "evento" del pasado ya no es un espacio que pertenezca de modo hegemónico a una disciplina o un tipo de discurso, sino que es reclamado por otros espacios de enunciación, o formas alternativas de discurso y representación del pasado, sea la crónica, el testimonio o la novela, por nombrar algunos. Ahora bien, no se trata, tampoco, de que otra discursividad quiera suplantar o superponerse al discurso histórico, anunciando y exigiendo ser la verdad, sino de comprender que, frente a una historia que parece ser sesgada, existen otros y diversos discursos que dotan de sentido y trama a los hechos ocurridos en el pasado. Por lo tanto, la búsqueda debe ser por el lugar de la narrativa en la representación del pasado o -al decir de White- "cómo la literatura puede ser un instrumento perfectamente idóneo para representar el pasado" (13).
Las cruces sobre el agua, publicada en 1946, un año antes de la muerte de su autor, responde al paradigma que venimos desarrollando: ser un texto y un discurso no histórico que dota de trama y sentido a un evento trágico ocurrido en el pasado, cuya trascendencia es innegable. Los análisis que se han hecho de la novela, a partir de los afectos y las subjetividades de los personajes, nos permiten afirmar que el gran sentido de esta ficción radica en la capacidad de explicar el modo en que se configura un sentimiento social y de clase a partir de una condición adversa y de carencia material de los personajes. La condición adversa, en diálogo con la organización de gremios populares, permiten la organización de la huelga. Con ello, queda claro que la novela no pretende reemplazar ni superar al discurso histórico, sino buscar sentido a la organización de una colectividad, y su desenlace trágico, desde una perspectiva que se encuentra en correlación con la condición subalterna de los personajes; vale decir, desde la voz ficcional de los trabajadores que estuvieron presentes en la huelga y la matanza. A través del texto literario, entonces, se construye un discurso ficcional, novelesco, que genera imaginarios historiográficos sin ser, y sin querer ser, la historia. Las referencias a la realidad pueden ser las mismas que se utilizan en la escritura histórica, pero en esta no poseen la relación valórica que en la novela se le ha otorgado; y con ello no quiero manifestar una predilección por cuál tipo de discurso tiene mayor validez, pues ambos, a pesar de los diálogos y puentes que estrechan, se despliegan bajo distintas recursividades pese a que, finalmente, generan imaginarios en el mismo campo cultural.
Alfredo Baldeón es tanto un personaje histórico como un personaje ficcional. La información verídica, histórica, de Alfredo Baldeón proviene de lo que su primo, José Estrella Baldeón, en su calidad de testigo ha podido relatar. Así, sabemos el modo en que este encontró la muerte y que su cadáver hubo que trasladarlo a su domicilio situado en "Cacique Álvarez (Lazarista) entre Huancavilca y Capitán Nájera, donde fue velado, trasladándosele después al cementerio". Además, añade José Baldeón, su primo Alfredo Baldeón se libró de que su cadáver fuera arrojado al río Guayas gracias a su acción heroica en medio de la huelga. En la misma línea biográfica, es posible indagar que Baldeón fue presidente de la sociedad Unión de Panaderos de Socorros Mutuos, afiliada a la Federación Regional de Trabajadores del Ecuador (FRTE) en octubre de 1922, y dirigió el movimiento huelguístico y popular de octubre y noviembre de este año.3 En términos generales, la información que podemos recabar sobre su muerte coincide sin mayor alteración con la que es narrada en la novela de Joaquín Gallegos Lara. Ciertamente nos referimos a los datos referenciales, ya que en la novela son evidentes los recursos retóricos para narrar, por ejemplo, el momento de su muerte:
Él sabía por qué moría: e iba contento. Libre escogió su camino. Otros lo seguirían mañana. ¿Por qué no le acertaban? Ya le disparaban del pedestal de la estatua, a diez pasos. Entre descarga y descarga, podía hacerse oír. Al abrir la boca para insultarlos, el balazo le apagó el grito: el golpe seco en la garganta, sin tocar los dientes, lo precipitó en las tinieblas. (269)
Hemos mencionado en párrafos previos que para que un evento se constituya como hecho histórico se requiere una serie de características, entre ellas que el evento posea, o se le dote, de un sentido o una trama. Alfredo Baldeón está lejos de ser un sujeto de la historia y por ello la literatura le otorga voz y sentido a su actuar, insertándolo en una lucha social épica en la que el personaje se posiciona como un héroe que se sacrifica por un ideal: dicho ideal era reconocido por él "e iba contento" -señala el narrador en la novela. Este panadero, que con su actuar se convierte en mártir, ostenta una heroicidad problemática debido a que se suma a una lucha en contra de quienes mantienen el poder. Joaquín Gallegos Lara, intelectual revolucionario en un tiempo revolucionario, vislumbra la necesidad de movilizar el paradigma bajo el que se constituye la nacionalidad o el sentimiento nacional del Ecuador. Bajo ese proyecto configura una ficción en la que el personaje central mantiene un referente real, de poca trascendencia histórica, y lo modela como un héroe social desplegando su condición de hombre de pueblo en la que los demás personajes puedan reflejarse. De esa manera, Baldeón representa, de modo heroico, a quienes conformaron la huelga y murieron por su lucha; se encumbra como un héroe, personal y colectivo, a partir de la construcción ficcional que se hace de él. Podemos agregar que la configuración de este personaje, en un esfuerzo de verosimilitud, es contradictoria, y para ello se inserta en la novela el personaje ficcional Alfonso Cortés, que permite el contrapunto y el desarrollo de Alfredo Baldeón en una dimensión humana llena de contradicciones y dudas. Con ello se pretende articular la subjetividad de Baldeón situándolo como un tipo de héroe popular que proyecta los mismos problemas que cualquier sujeto que pueda reconocerse en él. En ese sentido, Baldeón se construye como un héroe desde su particularidad, pero al mismo tiempo proyecta una heroicidad colectiva representando a todos los que murieron aquel 15 de noviembre.
Dicho lo anterior, y a la luz de lo que venimos desarrollando, el diálogo entre historia y literatura parece estar condicionado por una fricción que no deviene tanto de la construcción textual, ficcional o del discurso que emerge de ella, sino de los imaginarios culturales que genera el uso de personajes que en algún grado forman parte de la historia. Pero no es únicamente la referencia a los personajes, o a la historia, lo que genera la fricción, es más bien el tipo de referencia que se hace y si acaso esta se condice plenamente con el grado de relevancia que la historia le ha otorgado, en este caso a Alfredo Baldeón. Como sabemos, la lectura y la construcción del personaje que Joaquín Gallegos Lara realiza se hacen desde una perspectiva subalterna que, en algún modo, impugna y se ofrece como un "discurso otro" que resitúa imaginarios que han sido construidos por una historia que, como hemos insistido, es escrita bajo una condición de hegemonía perpetuada en el discurso. Frente a dicha factualidad, la novela se vuelve un texto subversivo y de resistencia.
Ahora bien, otro aspecto relevante en el cruce que se pueda establecer entre historia y literatura es que la representación de hechos históricos traumáticos, como genocidios o masacres, resulta de mayor complejidad en el siglo XX.4 Primero, porque coinciden con la crisis de la historia. Segundo, debido a que estas matanzas acontecen en un período que podría denominarse de proliferación de ideas revolucionarias, provenientes del marxismo, que se expandía por todo el mundo; son ideas que articulan la base de proyectos políticos y revolucionarios en el continente americano. En el primer caso, la representación de una masacre se torna compleja en la medida en que, en el marco de la crisis de la historia, las nuevas voces y discursos se posicionan para hacer ver la imposibilidad de que un evento de este tipo pueda ser explicado, y refleje su impacto, a través de una narración al modo de la historiografía. Por ello el testimonio de los sobrevivientes, o la experiencia directa o indirecta de quienes fueron observadores, resultará fundamental para la representación, fuera del discurso histórico, y para el conocimiento profundo del impacto provocado, en este caso, por la matanza de trabajadores en Guayaquil en 1922. Verónica Tozzi, en la introducción del libro que recopila el trabajo del crítico Hayden White, señala lo siguiente:
En el caso de los genocidios o masacres, el modernismo incide en la constitución por la representación-transmisión testimonial de los sobrevivientes. No remite a cómo son experienciados sin representación ni a cómo ocurrieron sin apelar a la representación que de ellos tenemos. Por todo ello, la fuerza de su ser constituidos totalmente en la transmisión-representación impugna el intento de constituirlos en un hecho histórico, en un elemento de una narración. (19)
Como bien sabemos, Joaquín Gallegos Lara, y los que pertenecieron al Grupo de Guayaquil, eran para entonces niños y adolescentes que -reiterando lo que afirma Alfredo Pareja Diezcanseco- "contemplaron espantados la matanza de trabajadores". Es de suponer -prosigue el citado miembro del Grupo de Guayaquil- "que, parcialmente cuando menos, aquel hecho sangriento y bárbaro influyese en el espíritu de la literatura ecuatoriana de los años treinta" (692). En efecto, la matanza influyó en el campo histórico, político y cultural. La constitución del Grupo de Guayaquil se debe en parte al impacto que generó la masacre y a la necesidad de tomar como sujetos de la literatura a aquellos que hasta entonces eran invisibles. Dicho impacto y necesidad se posiciona como motor para la configuración de un discurso, paralelo y alternativo al histórico, que sin afán panfletario propone desde el plano ficcional, en Las cruces sobre el agua, una trama que representa la realidad guayaquileña en el contexto de la matanza. Por su parte, el texto literario, propiamente dicho, se constituye como transmisor de ese discurso paralelo que se sitúa en las antípodas de los relatos oficiales, reafirmando la gran complejidad de representación histórica que subyace en un acontecimiento histórico de este tipo.
Finalmente, cuando aludimos a las ideas revolucionarias como segunda dimensión que problematiza la representación de la matanza, se trata de que dichos acontecimientos guardan un sustrato sacrificial, de heroicidad social y de organización de clase que, sin tener como objetivo constituirse como un hecho fundacional en la muerte, permite dicha lectura. Bajo esta lectura, sin embargo, no se considera al hecho histórico como suceso aislado, sino como un hito que incide e influye en el campo cultural y popular a través de la transmisión oral, la rememoración simbólica y los discursos contrahegemónicos que -insistimos, sin querer situarse por sobre el discurso histórico- logran construir un discurso paralelo, un metarrelato, ligado a la experiencia y a las dinámicas de relación presentes alrededor de la matanza de obreros de Guayaquil en 1922. Dicha actitud, en gran parte, se debe a las mencionadas ideas revolucionarias que rondan el imaginario de la época5 y por ello aquí las consideramos como una dimensión que influye en la representación de masacres, entendiendo que estas matanzas recaen, salvo excepciones, en masas de obreros y trabajadores que para entonces comenzaban a articularse social y políticamente.
Los acontecimientos de 1922 se instalan en la historia ecuatoriana como la primera movilización que desde los sectores urbanos subalternos cuestionó la precaria situación de la sociedad guayaquileña. Para comprender el modo en que se gesta dicha movilización, y adjudicarle el componente fundacional, hay que tener en consideración una serie de hechos históricos, acontecidos a nivel mundial y local, que tienen incidencia directa en las clases bajas del Ecuador. El primero de ellos es el triunfo de la Revolución Liberal de Eloy Alfaro, en el año 1895, que amparó el surgimiento de las primeras organizaciones populares:
Las organizaciones populares fueron asociaciones que agruparon y estuvieron dirigidas por artesanos, pequeños comerciantes y trabajadores que no formaban parte de los círculos acomodados de la sociedad. Desde 1896, se empiezan a organizar los tipógrafos, panaderos, sastres, peluqueros y abastecedores de mercado, y de igual manera se fundan dos de las organizaciones más importantes de la Costa: la Sociedad de Socorros Mutuos, Instrucción y Recreo de Hijos del Trabajo y la Confederación Obrera del Guayas (COG). En ambos casos su promotor fue Miguel Albuquerque Vives, activista cubano liberal. (Ochoa 2015, 41)
Dichas agrupaciones pueden entenderse como una etapa temprana de articulación y consolidación de una conciencia de clase que devendrá en activismo político.6 La crisis del cacao es otro hecho fundamental para comprender el contexto en el que surge la movilización de 1922. Esta crisis se da en medio de un inestable clima político7 y en gran medida debido a dos factores: los problemas económicos que dejó la Primera Guerra Mundial y una peste en las plantaciones de cacao que recibirá el nombre de "escoba de la bruja".
A grandes rasgos, se puede afirmar que la temprana organización de trabajadores y la directa repercusión que supuso la crisis del cacao en los obreros permitió que la huelga convocada para el 15 de noviembre adquiriera magnitudes impensadas. En términos generales, el conflicto se originó en el mes de octubre a raíz de una huelga por atrasos en el pago de los sueldos a los trabajadores ferroviarios en la base de Durán, "lo que provocó una ola de huelgas de solidaridad, incrementando las demandas populares provenientes de distintos sectores" (Páez 2001, 84). Consiguientemente, la Federación Regional de Trabajadores del Ecuador (FRTE) convocó oficialmente a la huelga, lo que se agudizó cuando se conformó, el 7 de noviembre, la Gran Asamblea de Trabajadores, que tomó en sus manos, al decir de Páez, "el control efectivo de la ciudad de Guayaquil: la huelga general era un hecho". Conforme pasaron los días, la asociación gremial del astillero y la sociedad de tipógrafos manifestaron su apoyo a los trabajadores que no estaban siendo escuchados y, en conjunto con otras organizaciones, se produjo la huelga general que paralizó la ciudad de Guayaquil el 15 de noviembre de 1922. Las peticiones de los trabajadores tenían que ver, entre otras cosas, con las condiciones vitales precarias y con las remuneraciones que estaban estancadas; no alcanzaban para sobrevivir. El desenlace, como sabemos, es trágico y es relatado del siguiente modo por Jaime Durán (1988) en el texto "Orígenes del movimiento obrero artesanal":
El 15 de noviembre de 1922 se convocó a una gran marcha por las principales calles de Guayaquil. El multitudinario acto, que exigiría al Gobierno cumplir con sus compromisos, no pudo ser detenido ni por dirigentes. La reacción de las autoridades fue violenta. Los soldados y la policía acantonados en el puerto abalearon a las masas inermes, persiguieron a los manifestantes hasta sitios apartados y los mataron. (161)
Compartimos la sentencia que Viviana Ochoa realiza en su investigación sobre el campo literario en la década del 30 y su relación con la matanza de 1922. En dicha investigación se afirma lo siguiente: "[la matanza] es un hecho que marca la historia del país, pues a partir de este acontecimiento se dio el origen de las luchas de los trabajadores ecuatorianos" y en términos estrictamente políticos permite la creación del primer Partido Socialista en Ecuador en 1926 (49). Ahora bien, hay que tener en consideración que la matanza de obreros afianza y define una organización social que desde finales del siglo XIX estaba en ciernes, pero que no es exclusivamente política o proletaria, y de ello da cuenta de manera elocuente la novela de Joaquín Gallegos Lara. Se trata, más bien, de un protosocialismo8 que define el tipo de organización que antecede a la huelga general de 1922. Por otra parte, la emergencia del Partido Socialista Ecuatoriano se sitúa en un contexto amplio determinado por la ya citada crisis del cacao y -según apunta Páez (2001)- "en el contexto de los efectos inmediatos de la llamada 'Revolución juliana', con la que algunos militantes del PSE estuvieron cercanamente relacionados" (24). En este orden de cosas la Revolución juliana, cuyo objetivo era una transformación institucional a partir del socialismo, podría leerse en directa correlación con la masacre de Guayaquil y la fundación del Partido Socialista (matanza de Guayaquil, 1922-Revolución juliana, 1925-Fundación Partido Socialista Ecuatoriano, 1926), ya que el pensamiento socialista, a raíz de la huelga y masacre de 1922, "tuvo un impacto creciente en distintos sectores: el movimiento gremial, la intelectualidad de clase media e incluso la oficialidad baja" (49). Cabe aclarar, eso sí, la complejidad y el estatus de "proceso histórico" como también la diversidad de factores que inciden y orbitan alrededor del período.9
Los antecedentes históricos que aquí hemos reunido nos permiten confirmar el planteamiento de este artículo, que considera a la matanza de obreros ocurrida en Guayaquil como un hecho fundacional, para una articulación política proveniente desde la organización de sectores subalternos. Fenómeno que no se circunscribe únicamente a Ecuador, sino que es visible en Chile, Argentina o Perú, países en los que también ocurrieron matanzas de similar talante y cuyo impacto permite entenderlas como hitos fundacionales.
A partir de lo abordado en el apartado anterior, es coherente retomar lo que Terry Eagleton señala en Marxismo y crítica literaria respecto a que "las obras literarias no surgen de una inspiración misteriosa, ni se explican simplemente en términos de psicología del autor" (2013, 41). Bien podríamos decir que a esa inspiración o psicología del autor le hace falta un tipo de experiencia fenomenológica.10 Sin embargo, bajo el manto de la crítica marxista -o neomarxista, si se quiere- Eagleton viene a plantear que el origen de la obra literaria tiene que ver con un modo particular de ver el mundo, que guarda estrecha relación con "la mentalidad social o la ideología de una época"; tales ideologías serían producto de las "relaciones sociales concretas que los hombres establecen entre sí en un lugar y en un momento determinados, el modo en que esas relaciones de clases son vividas, legitimadas y perpetuadas" (42). A ello podemos añadir que la obra literaria mantiene esa estrecha relación, entre un modo particular de ver el mundo y la mentalidad e ideología de una época, debido a que el propio texto, y el autor, son parte integrante de esa realidad social. Esta lectura nos permite afirmar que Las cruces sobre el agua también trabaja sobre el sustrato fundacional que emerge de la masacre de obreros, en la medida en que pretende imprimir el "espíritu de época" bajo el que se desarrolla la trama ficcional. Esto se haría desde una perspectiva definida, que es la de las relaciones sociales y afectivas en su condición de lo que Georg Rudé, en los años setenta, denominó como "ideología inherente", en cuanto que punto de partida de una conciencia social. Dadas estas consideraciones, podemos revestir de una condición fundacional a la novela de Gallegos Lara y asumir la siguiente pregunta: ¿qué pretende fundar el texto? Es manifiesto que el interés de la novela no se despliega en el ámbito de fundaciones políticas ni articulaciones gremiales. Por el contrario, se inserta en el campo cultural, discursivo y literario. Situada en ese campo, la novela, como hemos insistido, se constituye en textualidad y discursividad que impacta en imaginarios sociales y culturales a modo de discurso contrahegemónico, cuyo horizonte, en el caso de la novela de Joaquín Gallegos Lara, será la instauración de una (nueva) literatura nacional, entendiendo que dicha noción desborda cualquier nacionalismo que pudiera atribuírsele.
Un aspecto relevante para lo que venimos planteando es la influencia que tuvo José Carlos Mariátegui en el pensamiento de Joaquín Gallegos Lara. Tal influencia parece desplegarse con mayor argucia a través de Las cruces sobre el agua. Hemos afirmado que la novela puede ser leída como un texto fundacional que trabaja sobre la idea de una literatura nacional que debe ser revisitada.11 La idea y el concepto de "nacional", sin embar go, no es sencilla en Gallegos Lara. Para el novelista, el texto configura un espacio propio que trasciende la idea de nación o país y se despliega en el ámbito territorial y geográfico, entendido como la pertenencia a una tierra y a una colectividad con la que se comparte una condición de similitud. Sin embargo, la idea de literatura nacional de Gallegos Lara parece tener un antecedente directo en el intelectual de finales de siglo XIX, José Martí. El diagnóstico del cubano Martí era claro: "tenemos alardes y vagidos de literatura... mas no literatura propia". Dicha máxima será replicada con ciertas diferencias en las primeras décadas del siglo XX. Ahora bien, resulta trascendente la referencia al cubano, ya que es el primero que debe enfrentar "la querella entre el particularismo nacionalista y el universalismo socialista" que también recaerá en Mariátegui y Gallegos Lara como una contradicción de su ideario. El investigador chileno Grínor Rojo (2012) lee esta "querella", a nivel latinoamericano, y señala que "el Mariátegui último elegirá ser, al mismo tiempo, un socialista y un nacionalista, pero manteniendo ese orden de procedencia y no el inverso" (98).
El tema de la literatura nacional y el nacionalismo a nivel latinoamericano resulta fundamental para comprender la idea de texto fundacional que estamos desarrollando. La nación para Mariátegui es necesaria, pero requiere de un estadio previo para su consolidación. Dicho campo no puede ser otro que la revolución que ofrece un tiempo histórico de transformación de los paradigmas: una revolución socialista. Gallegos Lara, militante de un Partido Comunista cuyo origen fue el Partido Socialista creado en 1926 en Ecuador, replica el ideario del peruano Mariátegui e instala el tema de la literatura nacional entendida como "una abstracción, una alegoría, un mito, que no corresponde a una realidad constante y precisa, científicamente determinable" (Mariátegui 2008, 164). Por lo tanto, esta se articularía desde acciones y experiencias comunes, cotidianas, como bien se expresa en la novela, en las que se desarrolla un sentimiento de pertenencia: en palabras de Grínor Rojo, "el sentimiento y la acción revolucionarios construyen a la nación y no al revés".
El fin último de la creación de una literatura nacional es la fundación de una nueva nación. Y en ella la literatura debería incidir bajo la idea de "reimaginar la historia, transformando a la 'comunidad imaginada' de unos pocos y para unos pocos en una comunidad imaginada integradora, de todos y para todos" en la que descanse una verdadera definición, y manifestación, de literatura nacional (100). En definitiva, el texto plantea la redefinición de la comunidad imaginada -concepto desarrollado por Benedict Anderson en 1983- por medio del discurso que a su vez se instala como generador, y fundante, de nuevos imaginarios historiográficos, literarios y culturales en los que las personas puedan percibirse a sí mismas como parte de dicha comunidad o grupo.
Finalmente, la necesidad de repensar la literatura nacional y fundarla nuevamente, teniendo en consideración un primer estadio socialista previo a lo nacional, tiene su génesis en un hecho concreto y elocuente: la historia de la literatura hispanoamericana es una historia conquistada. Con esto queremos señalar que Gallegos Lara, con la expectativa de fundar una literatura nacional, sigue de cerca la noción de Mariátegui sobre la poca pertinencia que tiene una literatura, y una esquematización de la literatura de la región, bajo nociones utilizadas en otras historias literarias que sí son "orgánicamente nacionales y crecidas sin la intervención de una conquista" (164). De ese modo, Gallegos Lara, junto al Grupo de Guayaquil, se reconoce como un escritor que no necesita matar a ningún padre, debido a que sus antecesores han escrito literatura bajo cánones y referencias culturales ajenas. Por lo tanto, son ellos los llamados a fundar la literatura ecuatoriana y representar genuinamente el ser ecuatoriano. A esto podemos añadir que la problemática sobre la literatura nacional, instalada por Mariátegui y leída por Gallegos Lara, puede entenderse superada en los planteamientos que más adelante harán el peruano Antonio Cornejo Polar (heterogeneidad cultural y literaria) o el uruguayo Ángel Rama (trans-culturación narrativa). No exentos de polémica, ambos postulan un tipo de literatura nacional que dialoga con elementos foráneos, principalmente occidentales, y se nutre de ellos en un proceso que Rama define como "plasticidad cultural".12 Compartimos las posiciones críticas que ven en ambos conceptos un complemento, entendiendo que la transculturación narrativa queda subordinada a la noción de heterogeneidad cultural.
Como conclusión, podemos afirmar que Las cruces sobre el agua, en cuanto que proyecto literario fundante bajo una dimensión discursiva y como materialidad inserta en el campo cultural, forma parte del antes mencionado proyecto nacional martiano, del cual parece ser deudor Mariátegui en las primeras décadas del siglo XX y el propio Gallegos Lara en los años 40. Sin embargo, si consideramos la dimensión discursiva, y cómo esta se configura en los diferentes capítulos por medio de tópicos y líneas argumentales, la novela dialogaría, sin duda alguna, con los planteamientos de Cornejo Polar (1978) en los que señala que las literaturas heterogéneas son parte de un proceso "que tiene, por lo menos, un elemento que no coincide con la filiación de los otros y crea, necesariamente, una zona de ambigüedad y conflicto" (12), con ello provoca que el texto literario se construya en su totalidad como una ambigüedad problemática que busca reimaginar lo propio, situándose en el campo literario con una nueva propuesta textual que asume el carácter heterogéneo de lo propio.
Finalmente, nos gustaría señalar, a modo de breve epílogo o nota final, que la novela de Joaquín Gallegos Lara, de modo similar a las cruces que cada año se lanzan sobre el río Guayas, connota una forma de mantener viva la memoria de quienes murieron en la masacre de obreros del 15 de noviembre en Guayaquil: es una narración que pugna contra el olvido. El texto no se limita a representar el acontecimiento, sino que lo dota de sentido, y con ello la novela revela su condición de artefacto que ingresa en el imaginario colectivo bajo diversas apropiaciones; algunas de esas apropiaciones son la de simbolizar el duelo o la de encumbrarse como la memoria escrita. Javier Agüero -leyendo a Derrida- señala, precisamente, que "la memoria tiene una posibilidad dentro de la órbita imposible del duelo jamás terminado, nunca clausurado": es decir, un duelo que se mantiene en el tiempo y que solo asumiendo su perpetuidad da lugar a la memoria, en caso de que este duelo finalice de modo automático nos llevaría al olvido. Al desplegarse como un duelo infinito la justicia encuentra "un espacio para germinar" y así "el duelo imposible hace posible el duelo mismo y nos transforma en emisarios, en los recaderos de una herencia que no podemos evitar en el transcurso de una vida histórica" (Agüero 2017, 96). Es en este contexto, de eterno y necesario duelo, en el que se despliegan las formas que tiene la memoria para traer al presente aquellos hechos del pasado.
Por otro lado, como advierte Eduardo Barraza (2013) en sus investigaciones, narrativamente las representaciones de la memoria corresponden a una "reconfiguración imaginaria", de ahí que se asista a una ausencia de los hechos, propiamente tales, los que son proyectados en calidad de imágenes, huellas o impresiones del pasado. Estas impresiones del pasado, que se manifiestan en la novela Las cruces sobre el agua, vienen a ser la memoria viva de quienes murieron, entendiendo que dicha vitalidad permite que su lectura no caduque debido a que la referencialidad textual alude a un hito fundacional. Las cruces sobre el agua logra sortear una lectura memorial que podría ver en el texto el monumento a quienes murieron. Sin embargo, como hemos insistido, al constituirse en memoria viva, y dotar de sentido un hecho histórico, la novela no se queda en el monumento, pues el destino de este es la invisibilización de lo que monumenta o memorializa. La novela del ecuatoriano, leída como una forma de la memoria, es, como anticipamos, una de las cruces sobre el agua que año tras año lanzan las personas al río Guayas. Al igual que el desplazamiento de las cruces en el agua, la novela también se despliega como un pequeño gesto de resistencia discursiva cuyo proyecto literario es movilizar o desplazar imaginarios historiográficos a partir de un acontecimiento trágico como fue la matanza de trabajadores en Guayaquil, en noviembre de 1922.
[2] La revisión de White es exhaustiva e indaga desde los aspectos más generales, como, por ejemplo, que la historia se construye a partir de una mirada al pasado; pero también entiende que se trata de algo "diferente y más amplio". Cobran sentido conceptos como "pasado particular" y "pasado histórico", "voces autorizadas", "evidencias y documentos". Estos conceptos sirven para comprender la distancia y el camino que existe entre "evento" y "hecho": el primero constituye la acción del pasado que deviene en hecho histórico en la medida en que cumpla ciertas características. De ese modo, el "evento" se circunscribirá, entonces, como el "contenido, el referente, o la condición necesaria de los hechos" (130). Para una revisión detallada de la diferencia entre ambos conceptos véase el capítulo "El evento histórico" del libro Ficción histórica, historia ficcional y realidad histórica.
[3] Hayden White advierte el carácter "amenazante" que tiene la palabra trama en los historiadores, situándola al mismo nivel que la palabra "mito". Al respecto, añade lo siguiente: "la palabra trama [plot] es en inglés la traducción del mythosgriego... generalmente se considera a la trama como el recurso que da a las ficciones literarias su efecto explicativo" (139).
[4] La información sobre Alfredo Baldeón ha sido recuperada desde el Archivo Biográfico del Ecuador. http://Www.archivobiograficoecuador.com/tomos/tomo1/Baldeon-Alfredo.html. Acceso el 10 de diciembre de 2018.
[5] Cabe aclarar que las masacres y genocidios pueden rastrearse hasta en los tiempos de Heródoto o Tucídides, quienes se ocuparon de relatar la matanza de los atenienses en Engina o la destrucción de Melos en el 416 a. C. Véase el libro Cómo sucedieron estas cosas, de José Emilio Burucúa y Nicolás Kwiatkowski (2014).
[6] El caso más conocido es el del cubano Miguel Alburquerque, que llegó a Guayaquil con ideas socialistas y anarquistas y fundó y dirigió algunos periódicos, entre ellos el de la Confederación Obrera y el periódico Acción Social. En 1909 participó activamente del I Congreso Obrero Nacional del Ecuador. Por lo demás, al puerto de Guayaquil llegaban otros agitadores sindicales y sobre todo marinos extranjeros con información de otros sucesos como la Semana Trágica de Buenos Aires en 1919 o las huelgas obreras europeas.
[7] Alexei Páez (2001) advierte que los sectores subalternos a finales del siglo XIX y comienzos del XX "carecen aun de espacios de representación política", pero que van construyendo sus organismos sociales "enmarcados en el gremialismo artesanal" que posteriormente pasará a un proceso de sindicalización (21). Por otro lado, Viviana Ochoa (2015) define las diferencias y los caminos que siguieron las organizaciones artesanales guayaquileñas y quiteñas: "Las organizaciones artesanales quiteñas mantuvieron hasta 1925 un discurso en defensa de principios católicos, que desde su punto de vista estaban amenazados por la Revolución Liberal; mientras que las organizaciones porteñas transitaron de un discurso mutualista y de defensa de la transformación alfarista hacia un pensamiento anarquizante y posteriormente socialista" (42). Además, es necesario añadir que las organizaciones quiteñas, a diferencia de las guayaquileñas, consideraban la articulación de la huelga como una acción que alteraba el orden del espacio laboral que era concebido "como la unidad armónica de maestros, operarios y aprendices" (42).
[8] Varios fueron los gobiernos que se posicionaron en el poder después de la muerte de Eloy Alfaro en 1912. Pero el gobierno que tuvo que afrontar las consecuencias que había desatado la crisis del cacao fue el de Luis Tamayo, quien fue abogado del Banco Comercial y Agrícola y debió confrontar las manifestaciones de los obreros, "y la más grande que se dio en Guayaquil el 15 de noviembre de 1922", dirá Ochoa.
[9] La idea de protosocialismo alude, en el caso del Ecuador y de la huelga a la que nos estamos refiriendo, a "una forma de elaboración conceptual y discursiva en la que el discurso gremial-popular se apropió de algunos elementos del discurso teórico anarquista y marxista, a los que integró otros elementos muy diversos, provenientes de la tradición y el largo plazo de la cultura, en una sumatoria que presentó un campo primigenio de integración, en el que el mismo discurso teórico o ideología teórica se encontraba marcado asimismo por un cierto primitivismo conceptual" (Páez 2001, 85).
[10] Véase el capítulo IV, "El Partido Socialista Ecuatoriano 1926-1931" (Páez 2001).
[11] Entendemos la experiencia fenomenológica como la relación del escritor con un fenómeno en particular, que bien puede ser histórico, y cómo dicha relación o experiencia, puesta en diálogo con una intuición metafísica, permitía la concreción de la escritura literaria. No obstante, no se trata de una relación complementaria, sino más bien aporética.
[12] El diagnóstico de Mariátegui es radical, pues considera que existe una construcción de la nación, refiriéndose a Perú, que demuestra falencias en el ámbito económico, cultural, político, artístico y literario y que necesita ser corregido. Grínor Rojo (2012), lector de Mariátegui, advierte que el diagnóstico del peruano proviene de la constatación de una realidad en que "una minoría de oligarcas que, mediante el ejercicio combinado de la fuerza bruta con la persuasión ideológica, consiguió hacer suyo lo que debió desde el principio ser de todos" (85).