KIPUS: REVISTA ANDINA DE LETRAS Y ESTUDIOS CULTURALES,
No. 52 (Julio-Diciembre, 2022), 154-157. ISSN: 1390-0102


RESEÑA


Mauricio Montenegro, Jaulas, Quito, La Caracola, 2021, 123 p.


Andrés Landázuri - Universidad de las Artes Guayaquil, Ecuador



Jaulas, primer libro publicado de Mauricio Montenegro (Quito, 1985), es una colección de nueve relatos que ofrecen, a través de historias aparentemente sencillas, un interesante cuadro de la sensibilidad y la psicología humana en el paisaje de nuestros días. Se trata de un conjunto de textos bien pensados y medidos, sobre todo en su capacidad de construir una intensidad latente, una tensión que a menudo no termina de manifestarse a plenitud pero que se mantiene presente como un nervioso telón de fondo que sostiene y mueve los hilos de las historias. Centradas en hechos y acciones en su mayoría cotidianas, las narraciones del libro arrojan una mirada que podría pensarse como rápida y escéptica -sin por eso estar también atravesada de un cierto espanto- hacia la dimensión del misterio que habita toda condición humana. Y lo hace de manera inteligente, atinada, sin aspavientos y a la vez con un dominio del material narrativo que podría calificarse de preciso y riguroso.

Uno de los epígrafes del libro es una reflexión de Ricardo Piglia que acaso anuncia bien el tono general de la colección: "Todos los acontecimientos que uno puede contar sobre sí mismo son manías. [...] Todos nos inventamos historias (que en el fondo son siempre la misma) para imaginar que nos ha pasado algo en la vida". Partiendo de esta idea -que lleva el lugar de la experiencia a la interioridad de la conciencia- las historias narradas en Jaulas pueden ser vistas como pequeñas obsesiones que se materializan en la forma de hechos en principio sencillos, pero no plenamente comprensibles por parte de quienes los viven, o bien de personajes que no están a gusto consigo mismos sin estar del todo conscientes de qué es aquello que los inquieta y moviliza (o que sí lo están, pero no saben cómo manejarlo). En efecto, el principal acierto de estos relatos radica en la complejidad con que están retratados los diversos sentimientos de sus personajes, a menudo insondables para un lector que solo puede contemplar la superficie.

El relato que da título a la colección, "Jaulas", es quizá el mejor ejemplo del delicado material psicológico que está contenido en estos cuentos. En él, un personaje masculino pugna por expresar sus sentimientos a una mujer con la que pasea por un acuario en medio de lo que parecería una visita casual y, para ella, desprovista de mayor interés. Hay pistas que nos indican que existe un cierto pasado que vincula a ambos personajes y que ese pasado acaso podría otorgarles un posible futuro en conjunto, pero eso no evita una evidente contradicción no resuelta entre las expectativas de él y lo que podemos intuir que siente ella. Ahí, justamente, radica el misterio: nunca como lectores estamos del todo al tanto de cuáles son o en qué consisten ese pasado y esos sentimientos de ella que atormentan al protagonista, y por ende tendemos a sentirnos tan frustrados o desorientados como él. Y cuando al final, por una circunstancia fortuita, parecería abrirse una brecha por la que podrían resolverse las incógnitas, todo se desmorona en una suerte de hipnótica rutina que no hace sino provocar una suerte de apático desconcierto.

Si bien cada uno de los cuentos de la colección presenta caracteres muy particulares, algo de este esquema se repite de manera constante: en cada uno de ellos una suerte de velo sutil pero permanente nos impide conocer a fondo lo que ocurre en las conciencias que desfilan ante nuestros ojos. Aun cuando las acciones pueden llegar a desplegarse de una manera muy explícita y hasta violenta -como ocurre en la dura escena de crueldad infantil que se narra en "Transporte escolar", o en las igualmente crudas consideraciones que hace la narradora de "La Cosa" con respecto a su odiada compañera de celda-, es constante la sensación de que algo se nos escapa con respecto a los motivos, los propósitos y los sentires profundos de los personajes cuyas acciones seguimos. En gran medida, la dimensión insondable y casi misteriosa con la que aparecen retratados los sentimientos humanos en los textos de Jaulas bien podría tomarse como la marca de agua más significativa de la colección, así como su acierto más logrado.

A la vez, es este rasgo el que hace de los personajes de estos cuentos unos seres sumidos en una condición que difícilmente puede ser comunicada o compartida. Se trata, en suma, de una evidencia de su radical soledad, o lo que vendría a ser lo mismo, una evidencia de la radical soledad con que estos relatos conciben la condición humana en nuestros días. Es como si estos personajes fueran incapaces de transmitir o compartir sus particulares circunstancias, como estuvieran enjaulados en unos universos propios que nadie, ni ellos mismos, son en realidad capaces de descifrar por entero.

Esta suerte de imprecisión o incógnita que cubre la psicología de los personajes -y que evidencia su condición existencial- tiene que ver también con el punto de vista desde el que se construyen los textos. Aunque no siempre los relatos de Jaulas están enunciados desde el artilugio subjetivo de un narrador en primera persona, en todos los casos asistimos al despliegue de unas historias concebidas en torno al particular punto de vista de uno o varios personajes, lo cual sitúa los cimientos de estos pequeños edificios narrativos en el inestable terreno de la incertidumbre, la conjetura y la imprecisión. Como lectores, a menudo tenemos que vérnoslas con lo que a todas luces sabemos que es más una opinión o una intuición que una certeza, y al mismo tiempo no tenemos más remedio que conformarnos con que esa perspectiva sea lo único que nos posibilite una cierta comprensión de los sucesos de la trama. Es ese espacio invisible que yace entre lo subjetivo y lo posiblemente "real" -algo que con frecuencia parecería quedar un poco más allá de lo que alcanzamos a ver- el que dota a estos relatos de un fondo sugestivo y profundo.

Esto que hemos dicho es lo que ocurre, por ejemplo, en el ya mentado "Transporte escolar", en el que una leve sudoración que el protagonista ha percibido en la mano de su pequeño hijo da paso a la sospecha de lo que podría ser una realidad horrenda. O es el clima que vuelve tan inquietante al proceso que atraviesa el protagonista de "Animales de campo" -el último y más extenso relato de la colección-, en el que el duelo por la muerte de un padre se puebla de experiencias sospechadas y palabras no dichas. Lo mismo sucede con los sentimientos nunca del todo descifrables del narrador de "Maratonista", que odia a su vecino con una mezcla de envidia, compasión y admiración que, por un artilugio sutil del relato, al final se replica en todo el barrio. O es también lo que ocurre en "Salud dental", cuento en el que toda la peripecia narrativa sucede a partir de lo que parecería ser una realidad que solo existe en la cabeza del protagonista, dando como resultado una sensación de equívoco en el lector, a quien le cuesta evaluar si todo lo que sucede no se trata simplemente de un absurdo malentendido o si hay algo más que explique la despreciable acción del personaje.

Además de esta complejidad en términos de la profundidad psicológica de las figuras humanas, hay otros rasgos reiterativos que vale la pena mencionar para dar cuenta del particular universo que generan estos cuentos de Jaulas. Uno de ellos es su inclinación casi obsesiva por lo que podríamos denominar un estado o condición de "anormalidad". Ya sea de manera completamente explícita -como la niña sordomuda que viaja en el vehículo de "Transporte escolar", o la amplia galería de personajes discapacitados que aparecen en "Campamento Esperanza"-, o ya sea de una manera más vedada y sutil -como el caprichoso y casi patológico fastidio contra el ruido que manifiestan los protagonistas de "Niño que llora", o la extraña y casi oculta fobia a las aves que aparece en "Jaulas"-, la presencia de personajes que rompen los parámetros habituales de "lo normal" parece ser un interés obsesivo en estos mundos imaginarios. Los cuentos de esta colección se muestran decididos en explorar -y más aún: de hacernos ver- aquellas condiciones que parecerían no encajar en aquello que se concibe como lo pretendidamente "normal". Al hacerlo, no solo ahondan el carácter inquietante y a momentos indescifrable de sus personajes, sino que también ahondan en su visión escéptica y solitaria de la realidad humana.

Lo mismo ocurre con otro rasgo reiterado, y quizá vinculado al anterior, que es una continua manifestación de violencia. Desde el odio visceral que manifiesta la narradora de "La Cosa" hasta el castigo latente y devastador por el que aguardan los personajes al final de "El secreto" -entre muchas otras situaciones-, los personajes de estas historias están continuamente rodeados por entornos en donde la violencia es una práctica común, diríase que casi habitual. En "Maratonista", la envidia pasiva del personaje principal se extrapola no solo a un sentimiento aparentemente compartido por toda una comunidad, sino también a una violencia institucionalizada y oficial que se representa por la irrupción de soldados que, sin mayor provocación, utilizan sus armas para doblegar el mal comportamiento de un ciudadano que busca actuar con libertad. También en "Transporte escolar" vemos representada una situación violenta que no por ser especialmente descarnada deja de mostrarse como una suerte de típico comportamiento infantil, normalizado por una vaga noción de inocencia e inconsciencia que es lo que vuelve al relato un texto verdaderamente macabro.

En un sentido global, Jaulas nos ofrece un muy sugerente conjunto de situaciones en las que la condición humana se convierte en lienzo a la vez violento e indescifrable, en el que la existencia se muestra como algo cotidianamente monstruoso y habitualmente anormal. Estamos ante una narrativa que busca no quedarse en la superficie de las cosas, sino más bien asomarse a aquello que no siempre somos capaces de comprender -o siquiera vislumbrar- en nuestras experiencias cotidianas. Con este libro, Montenegro ha logrado como ópera prima una colección que sin duda atraerá la atención de lectores acostumbrados a lecturas inquietantes.

La edición que ha hecho La Caracola Editores -sencilla, pulcra, elegante y bien cuidada- incluye un epílogo titulado "Espejo: el monstruo entre los barrotes soy yo", en el que la crítica Alejandra Vela Hidalgo revisa con cierto detalle los cuentos de la colección a partir de la idea de "jaula" como el lugar desde el que los personajes observan y se reflejan a sí mismos en aquellos otros personajes que se yerguen como unos dobles a quienes no pueden sino ver con desprecio, ironía y sarcasmo, dando con ello una suerte de cuadro del destino humano envuelto en una profunda soledad existencial. La de Vela es una interesante mirada totalmente compatible con lo que hemos podido percibir en nuestra propia lectura.

Andrés Landázuri
Universidad de las Artes
Guayaquil, Ecuador