INTRODUCCIÓN
LA LITERATURA ESPECIALIZADA en ecología surge a finales del siglo XIX de la mano de los estudios del biólogo Ernst Haeckel,1 de acuerdo con Mayr (2016). Sin embargo, fue el botánico inglés Arthur Tansley quien en 1935 distinguió el tipo de objeto de estudio de esta ciencia, el ecosistema, y le permitió diferenciarse de otras. Más adelante sería Raymond Lindeman quién integraría la idea de la función trasformadora de energía del ecosistema para luego incorporar definiciones más ampliadas que enriquecieron la ciencia.
Desde esta perspectiva, puede decirse que la ecología es un complejo campo del saber en la medida en la que es heterogénea y forma parte de otros dominios del pensamiento. Estos vínculos ontológicos con otras ciencias plantean diversos problemas teóricos que requieren establecer un marco interdisciplinario de discusión y, de esta manera, esbozar enfoques y posibles soluciones al problema ecológico global. Uno de los problemas de investigación de este campo es la relación entre literatura y medioambiente. La discusión sobre este complejo vínculo puede ubicarse a mediados y finales de la década de los años 80, una época en donde el debate entre lo local y lo global cobró fuerza en algunas corrientes de las ciencias sociales preocupadas por las implicaciones conceptuales y materiales del desarrollo.
En este contexto, emerge en Estados Unidos de América (EE.UU.) y Reino Unido una corriente de pensamiento denominada ecocrítica, con el objetivo de analizar las relaciones entre cultura, ambiente y literatura. Asociado a lo anterior, conviene señalar que:
Debe caracterizarse como un enfoque meta metodológico, no como un método. Esta ausencia de método prefijado no se debe a la relativa juventud de la disciplina, sino que constituye un rasgo programático de esta, ya que su propósito es tender puentes entre disciplinas. La prescripción a priori de un método puede oscurecer ciertos vínculos interdisciplinarios que surgen a medida que se desarrolla un problema (Bula 2010, 64).
Por tanto, rastrear sus posibles orígenes sitúa la revisión bibliográfica hacia las escuelas anglosajonas. De acuerdo con Scharm2 (2017), se puede observar dos fases en el despliegue de esta disciplina. Primero, el activismo ecológico basado en la interpretación de la obra literaria con el objetivo de denunciar la progresiva destrucción de la naturaleza.3 Segundo, el giro relacional epistémico posmoderno de la ecocrítica, centrado en la relectura de la literatura para deconstruir discursos y prácticas asociadas a la lógica moderna de dominación y al dualismo cartesiano.
En 1992 varios académicos estadounidenses liderados por Glotfelty Cheryll, la primera profesora de literatura y medioambiente de la Universidad de Nevada en EE. UU., constituyeron una organización denominada Asociación para el Estudio de la Literatura y Medio Ambiente (ASLE), con el objetivo de revalorizar lo que denominaron "escritura de la naturaleza".
La organización centró su atención en el tratamiento de la cuestión ambiental inserta en los escritos literarios con una mirada interdisciplinaria; desde esta perspectiva, se produjo un amplio número de investigaciones con diferentes enfoques, entre estos, destaca el trabajo compilador de Glotfelty y Fromm (1996) titulado: The ecocriticism reader: Landmarks in literary ecology. Esta producción cobra un gran valor académico y epistémico en la medida en que recoge una serie de ensayos orientados a darle forma a la naciente disciplina; ofrece en su introducción una definición de la ecocrítica centrada en la tierra, que será analizada más adelante en el texto. Presenta, además, el ensayo de William Rueckert, autor que acuña el término ecocrítica en su trabajo Literature and Ecology: An experiment in ecocriticism.
Es pertinente mencionar que la revisión histórica dio cuenta de que en 1995 Lawrence Buell, literato, escritor y profesor emérito de literatura estadounidense de la universidad de Harvard, escribió el libro The Environmental Imagination en dónde delineó brevemente la relación cercana entre la literatura y el medioambiente al trazar sutilmente el término ecocriticismo.
Retomando a Glotfelty y Fromm (1996), los autores defienden que el nexo entre ambas ciencias, literatura y ecología, permite comprender la relación bidireccional y compleja entre la cultura humana y el mundo natural como espacios que se afectan mutuamente, en correspondencia, establecen tres momentos de análisis ecocrítico. Primero, la autora advierte que un oportuno análisis ecocrítico obliga a los investigadores a examinar la representación de la naturaleza en el texto literario a través de conceptos o categorías mentales que favorezca la lectura ecocrítica sea ciudad, animales, residuos, basura, frontera, regiones, ríos, paisaje, tecnología, para mapear y construir vínculos entre ellos. Segundo, lo anterior permite incrementar la conciencia ecológica colectiva a través del redescubrimiento y reimpresión de la literatura y de la naturaleza, muchas veces puesta en el olvido por las corrientes más racionalistas. Para lo cual, es necesario un enfoque crítico capaz de visibilizar aquellos elementos ecológicos subyacentes en el escrito literario y su correspondencia con el escritor y el lector. Tercero, la autora parte de un amplio espectro de teorías y disciplinas que facilitan la exploración del simbolismo inserto en la estructura literaria, con la finalidad de comprender el tipo de relación que establece con el medioambiente y la época donde se produce. Esta propuesta se sustenta por el diseño de una red de conceptos provenientes de la historia, la biopolítica, la filosofía, la sociología y otras ciencias duras que permiten captar la narrativa ecológica.
Según lo antedicho, Glotfelty y Harold (1996) definen, en la introducción de su ensayo, a este campo como el estudio de las relaciones entre la literatura y el medioambiente con un enfoque ecocrítico que se centra en la tierra y es capaz de establecer una nueva escritura de la naturaleza. Esta definición ha servido a otros estudios ecocríticos y ha marcado la distancia con la ficción literaria, la literatura ambiental y otros géneros. Siguiendo la postura de Rueckert (1996), se propone encontrar los medios y modelos que permitan a la humanidad y a lo natural convivir, cooperar y prosperar juntas en la biosfera. Para sostener esta relación imbricada, se sugiere experimentar entre lo conceptual y lo práctico y así generar canales de comunicación y una posición crítica que articule conceptos sustanciales entre diversivas ciencias. Con ello, no se busca simplificar o quitar valor a los procesos ecológicos, por el contrario, contrasta las características de una ciencia con otra para evaluar el funcionamiento de estas y sus posibles puntos de conexión.
En consecuencia, se confronta el concepto de energía entre poesía y combustibles fósiles. En tanto la primera es energía renovable y trasferible porque es capaz de producir movimiento de manera inagotable y permanecer activa de forma indefinida, mientras que la segunda es limitada y altamente contaminante. Este concepto sostiene que la poesía en sí misma puede ser utilizada y reutilizada en diferentes idiomas y épocas, mientras que la energía fósil tiene un solo uso, una sola vida.
Lo antedicho se conecta con la idea del flujo de energía unidireccional, formulación básica de la ecología que expone cómo la energía solar es absorbida por los organismos vivos, se transforma y no puede volver a ser utilizada; es decir, fluye en una sola dirección. Mientras que la literatura, mediante el esfuerzo humano, se vuelve una fuente inacabable de energía gracias a sus manifestaciones idiomáticas y artísticas; crea una red de flujos energéticos que pueden ser adquiridos en diversas épocas y generaciones, y, debido al lenguaje, se convierte en un banco de energía que construye un mundo simbólico en constante movimiento. A través de estos argumentos, el autor exalta la urgencia de superar el paradigma clásico antropocéntrico, moderno y occidental para reexaminar la producción literaria desde una valoración ecocéntrica y ética capaz de conectar la naturaleza y la cultura. Todo ello con un solo propósito: otorgarle un tratamiento pertinente a la problemática ecológica global.
Por su parte, Howarth (1996) subraya la importancia de conectar la naturaleza y la cultura, pero su principal aporte es que incluye la ética como un eje transversal de la ecocrítica; esta acción busca orientar los espacios de discusión en el marco del caos y destrucción ecosistémico generado por la economía lineal. El análisis ecocrítico del autor conecta el desarrollo histórico de la ecología con la literatura, para descifrar la relación entre el modo de narrar los fenómenos naturales y cómo se configura una forma particular de leer la naturaleza; así, permite visualizar esta posición ética ligada a la narración de los problemas ambientales. Para ello, se sirve de los cuentos, las leyendas, los mitos, la cartografía, los mapas, las divisiones taxonómicas, entre otros archivos, como instrumentos del análisis ecológico.
A medida que el autor realiza una indagación en la evolución histórica de la ecología, señala cómo varios cientistas han retratado el rol que juega la naturaleza desde una narrativa cuasi literaria; toma como ejemplo los escritos de Henry D. Thoreau, quien esbozó los cambios sufridos por los bosques durante el proceso industrial, os el pasaje de George Perkins Marsh (1864) en Man and Nature, en donde habla de la erosión, contaminación del agua y los efectos nocivos del pastoreo. Estas obras poseen un altísimo valor social, pues facilitaron al público en general la comprensión de los problemas ecológicos de su época, gracias a que el contenido es mayormente literario (Howarth 1996).
Por lo tanto, para comprender cómo la ecología puede ser literaria, Howarth (1996) introduce una serie de preguntas a las que responde indicando que, durante el proceso de evolución de la ecología como una ciencia soberana, encontró su propia voz a través del uso de metáforas y varios recursos literarios con los cuales fue posible recrear una serie de imágenes mentales, conceptos, términos y su función ecosistémica. Dicho de otro modo, en la medida en que la ecología se sirve de la literatura, se instituye un nuevo lenguaje y produce una forma ética de aproximarse a los problemas ambientales. El carácter ético de la ecología tomó fuerza, según el autor, durante y después de la primera y segunda guerra mundial. En este período florecieron los estudios ecológicos más insurgentes y radicales de la época, considerados una potencial amenaza por la gigantesca industria militar y las grandes farmacéuticas que impulsaron el desarrollo de la ciencia y la tecnología a niveles nunca antes vistos en la historia. Muestra de este posicionamiento ético, puede citarse el trabajo de la bióloga y escritora Rachel Carson (1962), Silent Spring, en donde denuncia el desmesurado uso de los pesticidas y sus efectos nocivos en la salud humana y el medioambiente.
Con estas evidencias, Howarth (1996) considera que la ecología transforma continuamente el orden tradicional y hegemónico del pensamiento; por lo tanto, un enfoque ecocrítico debe reorientar la hermenéutica con la que se producen y se leen las ideas humanistas de lo natural; señala la urgencia de establecer canales de comunicación amigables con la sociedad; busca romper los dualismos y las tradiciones con los que se interpretan los problemas ecológicos, y permite que la ciencia contenida en la ecología sea interpretada por un público poco conocedor del tema.
De manera semejante, Campbell (1989) enuncia que la ecología es altamente desafiante al orden tradicional y cuestiona el statu quo de la razón occidental, por el uso de un lenguaje literario que rompe con el carácter idiomático, clásico y vernáculo, propio de las ciencias naturales. A partir de esta premisa, la autora plasma una visión ecocrítica que analiza cómo se conectan las estructuras del pensamiento, las acciones humanas y la autoridad durante el proceso de producción de conocimiento.
El debate de la autora se centra en el rol protagónico que ocupa la hegemonía cultural impuesta desde una visión antropocéntrica occidental y devela la existencia de otras lógicas culturales de diversas subjetividades socio-lingüísticas, diferentes lenguajes plurales y estructuras gramaticales que construyen distintos discursos e imaginarios sobre lo natural. En relación con la problemática, establece un marco teórico ecocrítico con dos fases bien identificadas. En primer lugar, plantea una discusión entre el posestructuralismo y la ecología profunda, con el fin de encontrar sus semejanzas y diferencias. En segundo lugar, analiza cómo los escritores de la naturaleza y los ecologistas se miran a sí mismos en el proceso de producción dentro de los marcos sociales de la autoridad tradicional y cómo, desde esta posición social, construyen ideas y argumentos.
La perspectiva ecocrítica de Campbell (1996) cuestiona los conceptos sobre los cuales se construyen y se asientan las jerarquías de lo natural otorgándole a la ecología un carácter innovador y ético, cualidad que emerge en su proceso evolutivo como ciencia el denunciar y rescatar el valor de diversas formas de cohabitar con el medioambiente. De ahí que, se aleja de la dualidad: humano y no humano propia del sistema cartesiano moderno. La autora explica que durante el proceso de hallarse a sí misma como un campo del saber independiente, la ecología ha derrocado las jerarquías tradicionales del poder al procurarse una voz propia para dárselo a los débiles, ¿cómo? cuestionando la lógica occidental basada en su principio de tecnificación e instrumentalización que le ha otorgado legitimidad para gobernar los procesos naturales. Lo anterior ha resultado desastroso dado que las leyes de la naturaleza están en permanente cambio, se crean y recrean y no pueden ser medidas con las mismas reglas que se mide el universo o la economía.
El debate postestructuralista de Campbell (1996) ahonda en la dupla objetividad versus subjetividad. Mientras la autoridad busca ser objetiva, imparcial y lógica, las percepciones con las que se identifican y se escriben las ideas son subjetivas, idea que se sostiene al reconocer que toda lectura es situada. Es decir, los humanos leen y aprenden a través de marcos o contornos sociales que poseen un sistema propio de signos y símbolos que construyen la realidad social. Para resumir, estas estructuras conceptuales y semióticas ordenan y dirigen la lectura a nivel individual como colectivo; a saber, la textualidad define el mundo social. Dicho de otro modo, desde el enfoque de Hall y Morley (1997), el lenguaje define los marcos mentales, conceptos, categorías que produce el pensamiento y los sistemas de representación que son utilizados por la sociedad y sus respectivas clases sociales para entender y vivir en comunidad.
Pese a que se ha diseñado una variedad de modelos teóricos que respaldan el enfoque ecocrítico, no es de sorprender que se acuse a la ecología de muy literaria. Así lo hacen algunos autores, como el zoólogo estadounidense Marston Bates, quien criticó duramente esta cualidad de la ecología. No obstante, lo importante de este dato histórico es evidenciar cómo en el despertar de la ecología, y más tarde en el marco de una posición ecocrítica, se generó una amplia y rica discusión epistémica que puso en el debate la problemática ecológica global (Hall y Morley 1997).
Por otro lado, desde la mirada posmodernista de algunos escritores como Spretnak (1991), se propone un cambio o giro epistémico relacional de la ecocrítica a fin de enfrentar y hallar posibles salidas a la crisis ecológica de cara al paradigma moderno, mecanicista, patriarcal y cartesiano. En su obra, muestra algunas de las falacias epistémicas dominantes que rodean la modernidad patriarcal y conductista como la noción de separatividad, pensamiento que según la autora ha reducido la comprensión de la vida humana y su relación con la naturaleza a una única imagen de dominio y destrucción. Esta crítica surge en contraposición a la dualidad clásica cartesiana entre materia y espíritu e introduce una compresión relacional de la vida misma, de la naturaleza y de los problemas ecológicos. Este esfuerzo busca establecer lazos entre una nueva visión del materialismo y la ecología profunda, en particular, hace eco en la ruptura con las clásicas divisiones objeto-sujeto que han definido el carácter de la naturaleza como cosa.
La idea de romper con el modelo clásico racionalista de corte cartesiano es retomada por Spretnak (1991), quien bebe de la posición relacional del filósofo y teólogo estadounidense Griffin (1992), el cual señala la necesidad de contextualizar el auge de la postmodernidad con la intención de evaluar y revalorar términos como local, regional, global, en una era altamente contaminante y destructiva para la naturaleza y el ser humano. La propuesta ecocrítica de Spretnak (1991) cobra forma en su libro Relational reality (2011), en donde coloca la necesidad de crear modelos lectores que conecten y acerquen la literatura con la realidad material. En su análisis, se pueden observar al menos dos momentos. Primero, plasma la revisión de imágenes, estereotipos, generalizaciones o universalizaciones y significados que cobra la naturaleza en la literatura. Segundo, detecta y examina las preocupaciones ecológicas del ser humano descritas en la obra literaria.
Desde esta perspectiva, es significativo reevaluar, releer y reexaminar la naturaleza, la cultura y la civilización, conceptos contenidos de forma implícita o explícita en las expresiones literarias. Más aún, es imperioso resignificar estos términos en un sentido relacional con el ser humano y el entorno y, así, superar la dualidad y dicotomía moderna que busca separar naturaleza y cultura. Dicho de otro modo, Spretnak (2011) busca hallar en la palabra escrita las interconexiones entre cultura y naturaleza. En este marco de comprensión, la autora considera que cada cultura presenta diferencias lingüísticas significativas tanto a nivel cognitivo como sociocultural, procesos de decodificación de la información, diferenciados y ligados a los procesos culturales, por cuanto, las representaciones de la naturaleza, sus fenómenos y sus implicaciones sociales estarán, de cierta manera, atravesadas por la cultura.
Según Swyngedouw y Kaika (2014), la necesidad de superar esta idea dualista cartesiana obliga a tratar ambos términos, cultura y naturaleza, como elementos complejos en constante interrelación dado que el mundo social está formado por fenómenos naturales y, por tanto, recrean una suerte de sistemas híbridos4 con su propio metabolismo socionatural. Indica que existe una producción social y material de la naturaleza, en particular de la urbana, en donde las situaciones materiales que construyen los entornos urbanos están condicionadas por relaciones de poder, por construcciones culturales y representaciones mentales que simbolizan lo natural.
Para concluir, según Heike Scharm (2017), la postura de los denominados ecocríticos posmodernos, en particular la visión de Spretnak (2011), revela la intención de constituir un modelo de pensamiento que se aleje de las verdades universales y se aventure en la construcción de espacios de diálogo que permitan aproximarse a la tierra y modificar la relación con el medioambiente, para ello se amplía el concepto de alteridad y lo llevan al campo del análisis ecológico.
ESTUDIOS ECOCRÍTICOS EN LATINOAMÉRICA
Los estudios ecocríticos en América Latina se encuentran en proceso de edificación. No implica, por ello, que el interés en la problemática ecológica esté ausente en la literatura. Por el contrario, existe una amplia producción académica que retrata los vínculos entre la cultura y los problemas ecológicos de la región; una muestra de ello es la propuesta de Enrique Leff (2006) sobre ecología política o los estudios denominados literatura ambiental de Neves (2017).
Desde un enfoque ecocrítico Latinoamericano, conviene distinguir algunos trabajos, entre estos, el de la escritora y profesora de literatura latinoamericana Heffes (2014), cuyo estudio recapitula y refiere a las diversas teorías y análisis críticos enfocados en el estudio de la cultura, la naturaleza y la literatura en la región. Para Heffes (2014), la ecocrítica es un proceso de adopción de conciencia ecológica que oscila entre la materialidad de los fenómenos naturales y la interpretación simbólica que se hace de ellos. Esta idea es retomada por el estudio de Mezquita (2011), en donde adopta el enfoque de Glotfelty y Fromm (1996), centrado en la tierra, se introduce la idea de que todo está in-terconectado e interrelacionado. Heffes (2014) integra en sus trabajos investi-gativos algunas categorías como la de lugar para el análisis de la problemática ecológica en el ámbito literario, en correspondencia a la incierta realidad social de la región, caracterizada por la desigualdad e injusticia medioambiental, y la presencia de una economía de hacienda y enclaves productivos.
En contraste, el ensayo de Araya Grandón (2017) señala que los problemas ecológicos insertos en el ámbito de la literatura hispanoamericana están poco estudiados, particularmente desde la mirada de los enfoques multidisciplinarios. El autor reconoce la influencia de algunas vertientes del pensamiento crítico como el posestructuralismo y deconstructivismo, el poscolonialismo o la sociología ambiental, para el entendimiento de las formas discursivas y de la representación social que cobra la naturaleza en la literatura. Además, se resalta la necesidad de repensar este corpus literario con el uso de nuevas categorías de análisis como la ecocrítica.
El objetivo central de Araya Grandón (2017) se orienta hacia la promoción de una relectura ecocrítica de la literatura sudamericana, partiendo del enfoque discursivo/textual, a fin de descifrar y describir la conexión existente entre el proceso de producción del texto literario, el receptor de la obra, la cultura y la ecología. A través de este marco conceptual, Araya Grandón (2017) toma como objeto de estudio diversas producciones literarias de la región: Zurzulita de Mariano Latorre (1920), Oda a la erosión de la provincia de Malleco de Pablo Neruda (1956), Ecopoemas de Nicanor Parra (1983), De la tierra sin fuegos de Juan Pablo Riveros (1986), El hablador de Mario Vargas Llosa (1987) y Expansión de Ernesto Cardenal (1992).
El análisis de Araya Grandón (2017) parte del estudio de las modalidades discursivas del texto,5 con lo cual se interpreta y diferencia los hechos narrados en el fragmento literario de las opiniones emitidas por los autores. Además, se elabora una red o serie textual6 para construir el relato ecológico hasta llegar a los puntos controversiales, la expresión de la naturaleza y la discusión de sus problemáticas en el texto literario. Su ensayo cobra importancia porque abre el camino de una ecocrítica hispana y revela que la literatura de la región, especialmente la chilena, es un sistema en continua evolución sujeto a las transformaciones del medioambiente desde donde escriben sus literatos y en cuyos escritos, el etnocidio y la deforestación son los principales problemas ecológicos que captan los escritores.
A este propósito, se suman estudios históricos ecocríticos como el de Jennifer L. French (2005) Nature, Neo-Colonialism, and the Spanish American Regional Writers, el cual indaga en los procesos independentistas de inicios del siglo XX en la región y rescata su influencia en la escritura de la región hispanoamericana. La historiografía propuesta por French (2005) gira en función a la novela regionalista y, con base en un marco teórico marxista, busca entender la relación entre el colonialismo, la explotación de los recursos naturales y el sistema de clases propio de la región Latinoamericana. La autora se sirve de los pensadores clásicos de la escuela de Frankfurt y de autores marxistas modernos como David Harvey, Fernando Mires y Richard Peet para crear un mapa conceptual ligado al estudio de la cultura, la geografía, la historia y el medioambiente. Se intuye que la relación entre literatura y medioam-biente debe considerar el rol que juegan los países de América Latina como periferias productoras de materias primas en correlación con las estructuras económicas y de poder internacionales.
Los resultados de su trabajo son de suma importancia porque, por una parte, aportan ampliamente al debate en el campo de la ecocrítica al incluir la categoría de lo rural y la periferia. Esto despliega la necesidad de contextualizar la realidad en la que se producen las obras literarias. Por otra parte, incorporan el marxismo, clásico y moderno, y lo reverdecen con postulados como la explotación del hombre por el hombre, el hombre sobre la mujer y el hombre sobre la naturaleza, como categorías centrales de su tesis.
Por otro lado, la obra de Campos F.-Fígares y García-Rivera (2017), es relevante dado que promueve una relectura ecocrítica de la relación entre el hombre y la naturaleza a través de la revisión de los escritos clásicos de la literatura juvenil,7 cuyo tema central es el agua y todo lo derivado de este recurso hídrico, particularmente el mar. La propuesta teórica de los autores se sustenta en la literatura comparada con el afán de rescatar las representaciones del recurso hídrico y observar cómo se instituyen formas estéticas en torno al mar y sus derivados, con miras a promover una especie de ética en el uso de los recursos acuíferos y la comunidad que los rodea.
En este punto, es importante aclarar que las apreciaciones que ofrecen los autores revisados hasta el momento no reducen el papel de la ecología o presumen que la historia y la literatura instituyeron la ecología. Por el contrario, siguiendo a Howarth (1996), se indica que el desarrollo de esta ciencia promovió una nueva forma de mirar la historia del paisaje e inauguró formas éticas de tratar la naturaleza; impulsó la revisión de la percepción de la tierra y sus componentes; permitió resignificar algunas tradiciones sociales, y posibilitó rescatar la relación entre las comunidades y el uso que le daban a los recursos naturales.
Respecto a los estudios ecocríticos en Ecuador, se ubican algunos trabajos que pueden encajar en este amplio enfoque. El artículo de Pilca (2018) es un estudio actual en el que plantea una relectura histórica y comparada de la literatura ecuatoriana y toma los postulados marxistas de Antonio Gramsci para analizar la construcción estética de lo nacional y popular. Si bien no profundiza en la problemática ambiental, su trabajo esboza un intento por aproximarse a ella.
Otros estudios sobre la literatura y el medioambiente como el de Falconí e Hidalgo (2019), evocan un análisis literario, intercambian ideas entre literatura y el rol del medioambiente, destaca la importancia de la creación de una narrativa vinculada a lo ambiental, hablan de un diseño y estructura del relato que a momentos se enfocan en naturaleza, pero no terminan por convertirse en estudios ecocríticos, pero sí un intento de ello.
A manera de conclusión, se puede decir que la revisión bibliográfica sobre la producción ecocrítica amplía la mirada respecto al tratamiento que se da a la naturaleza en las obras literarias al ofrecer una extensa gama de marcos teóricos, métodos y metodologías que permiten abordar y rescatar las ideas sobre medioambiente contenido en la narrativa literaria. Del mismo modo, se evidencia una multitud de estudios concentrados y producidos en los países anglosajones como EE.UU. y Reino Unido, en tanto que se pudo constatar que existen investigaciones de literatura ambiental en el marco de lo que se podría llamar estudios ecocríticos ecuatorianos.