KIPUS: REVISTA ANDINA DE LETRAS Y ESTUDIOS CULTURALES,
No. 52 (Julio-Diciembre, 2022), 39-48. ISSN: 1390-0102


Juan Valdano: hablará por sí mismo siempre


Juan Valdano: Will Always Speak for Himself


DOI: 10.32719/13900102.2022.52.6


Fecha de recepción: 27 de enero de 2022 Fecha de aceptación: 11 de marzo de 2022







Modesto Ponce Maldonado modestoponcem@gmail.com ORCID

Investigador independiente Quito, Ecuador


RESUMEN

Este texto recuerda y enaltece al hombre, y a la vez al polifacético escritor y profesor universitario Juan Valdano, quien cultivó el ensayo, la investigación, la novela y el cuento. Evoca al ecuatoriano que celebró al país al dedicar más de una obra a nuestra forma de ser, a nuestra idiosincrasia y a nuestro sentido de nación. Estudió Filosofía y Letras en Cuenca, Filología Hispánica en Madrid y Letras Francesas en Provence. Miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, recibió varios premios y distinciones como el Premio Eugenio Espejo por su trayectoria y sus obras. Como homenaje a su memoria, se añade un comentario crítico a una antología personal de sus cuentos titulada Juegos de Proteo (2012).

Palabras clave: Juan Valdano, Ecuador, ensayo, novela, cuento, academia, debate.


ABSTRACT

university professor Juan Valdano, who cultivated essays, research, novels and short stories. It evokes the Ecuadorian who celebrated the country by dedicating more than one work to our way of being, to our idiosyncrasy, to our sense of nationhood. He studied Philosophy and Literature in Cuenca, Hispanic Philology in Madrid and French Literature in Provence. Member of the Ecuadorian Academy of Language, he received several awards and distinctions such as the Eugenio Espejo Award for his career and his works. As a tribute to his memory, a critical commentary is added to a personal anthology of his short stories entitled Juegos de Proteo (2012).

Keywords: Juan Valdano, Ecuador, essay, novel, short story, academy, debate.





NO ME ENTERÉ por las noticias de prensa ni por la televisión -cada vez más ausentes de mi pandémica cotidianidad-, sino por un emocionado artículo de nuestro común amigo Fernando Tinajero (a quien sí leo, entre dos o tres articulistas más) que, tres días después del suceso, escribió el 5 de agosto último, bajo el título "Una flor para Juan", estas palabras:

Él se queda entre las páginas de sus libros abundantes y certeros. Libros que fueron escritos como la expresión de una íntima necesidad de comunicarse. Libros que no renuncian a ninguna de las asperezas que entraña la investigación profunda, pero exhiben la marca de la grandeza verdadera, que es la sencillez. Libros que merecen, casi diría que exigen, ser reunidos en una condigna edición de obras completas. Todavía hoy, al cabo de tantos años, tengo leves discrepancias con el contenido de alguno de ellos; pero seré el primero en reclamar que una obra tan rica y tan variada sea incorporada al nivel más elevado de nuestro patrimonio intelectual. Hacerlo será mi propio homenaje a la memoria de un amigo admirable. Se queda entre las páginas de sus libros abundantes y certeros.

Juan Valdano nació en Cuenca el 26 de diciembre de 1939. Murió el 2 de agosto de 2021. 82 años cumplidos. Escritor, novelista, cuentista, ensayista, columnista, profesor y autor de más de 35 obras. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Cuenca, Filología Hispánica en la Complutense de Madrid y Letras Francesas en la Universidad de Aix-en-Provence. Recibió varios premios por sus obras, como el Premio Nacional José de la Cuadra (1989), la Condecoración al Mérito Cultural, otorgada por el Ministerio de Educación en 1991, el Premio Nacional Joaquín Gallegos Lara por su novela Anillos de serpiente (1998), y el Premio Eugenio Espejo (2020) por su trayectoria cultural, entre otras merecidísimas distinciones. Fue miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua.

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Juan Valdano

Fue un académico completo, un apasionado por la cultura y las realizaciones humanas, por la creación y la belleza. Amó a nuestro país, escribió sobre lo que somos, para que aprendamos a querernos y amar a lo nuestro. No pretendo escribir sobre sus obras. No es necesario. Juan Valdano fue y será Juan Valdano y hablará por sí mismo hoy y siempre. Su talento universal, más su capacidad de entrega y de trabajo puestos al servicio de la cultura, persistirán por generaciones en nuestro país.

Quiero recordarlo como amigo, como colega. Fue, ante todo, un ser humano auténtico. Hoy, lamentablemente, cada vez escasean más. Prevalecen los disfraces, las poses, los prejuicios, las apariencias. Amable, abierto, sencillo. Tenía conciencia de lo que significa escribir en Ecuador: aceptar sabia y humildemente las consecuencias y seguir escribiendo sin recurrir a artificios y postizas vanaglorias. Hace algunos años compartimos, con varios escritores más, una pequeña columna semanal en uno de los diarios quiteños, en la cual nos turnábamos con cortos comentarios críticos en un suplemento cultural. Ese pequeño espacio al pie de una página un día terminó, como parte de un lento proceso de extinción de casi todo lo referente a la cultura en los medios de comunicación masivos. Fue como si, de tanto empujar hacia abajo, reduciendo sus espacios, lo pusieron al final y luego terminaron arrojándolo a la calle (a propósito, ¿conoce alguien de una sección cultural seria en la prensa grande del país? La última fue Cartón Piedra de El Telégrafo y un día expiró). En ese pequeño espacio hice, pues, un comentario sobre los cuentos de Juan reunidos en la obra Juegos de Proteo, publicada en 2009.

Fue suficiente para que él me pidiera que presentara el libro en la Casa Benjamín Carrión. En esta forma se afianzó más la amistad y el mutuo afecto. La última vez que lo vi fue en la Universidad San Francisco cuando presentó su obra La nación presentida, 30 ensayos sobre Ecuador, editada por la misma universidad. Hace semanas, recibí su invitación a la presentación del último de sus libros, Tras las huellas de Orfeo. Hoy me duele más no haber podido asistir al evento.

Como un homenaje a este gran hombre de la cultura y el saber, en este dossier de Kipus, reproduzco el texto de presentación del cuentario Juegos de Proteo; acto realizado en el Centro Cultural Benjamín Carrión en noviembre de 2012. Entiendo que él mismo editó la obra, un hermoso libro con pasta dura.

Quito, agosto de 2021

II. JUEGOS DE PROTEO: UNA ANTOLOGÍA PERSONAL

Hace dos años conocí Cuentos de Proteo, una colección de nueve relatos de Juan Valdano. Un comentario mío sobre esos textos apareció en la revista 7 Días del diario El Comercio, cuando semanalmente algunos escritores, con el mismo Juan Valdano, Ramiro Arias, Peter Thomas, de la Universidad de Carolina del Norte, e Iván Oñate, nos turnábamos en una pequeña columna que hablaba de literatura. La revista desapareció un día. Salvo uno, no hay un suplemento cultural vinculado a la prensa. Se ha impuesto la "libertad" de publicar lo que la gente pide o lo que conviene, en una sociedad donde las "cosas" o lo "pasajero" tienen la preferencia, no lo que "necesitamos" como seres humanos. ¿Hasta dónde la libertad de expresión y desde dónde el derecho a la información del cual nadie habla? Lo segundo es la contrapartida de lo otro, no su derivación como quieren convencernos. Disculpen la digresión, porque aquí y ahora vamos a hablar de literatura, de un libro.

Cuando mi querido amigo Juan tuvo la gentileza de proponerme, con el riesgo consiguiente, que presentara este volumen -tal vez los libros deberían recibirse con los brazos abiertos y no presentarse-, nuevamente me sentí tentado de conocer el porqué de sus cuentos dentro de su vasta obra, las motivaciones que lo llevaron a escribirlos, las raíces, tanto vitales como estéticas que lo impulsaron. Porque la mayor parte de la obra de Valdano, doctorado en Letras y Filosofía y catedrático universitario, se ocupa del ensayo literario, histórico, sociológico y de la novela histórica.

Conocemos que el cuento tiene matices únicos que lo hermanan con otros universos, con lo poético en gran medida, con lo invisible. El cuento puede ser mágico, fascinante, vasto, muy vasto dentro de su cortedad. Incitante, sugerente, englobante. El cuento es capaz de elevar y despeñar a la vez, más por lo que no dice, por lo que oculta. Es un mundo pequeño que se multiplica, un instante que no termina, un pedazo de vida donde puede encontrarse todo, una situación que nos transporta a universos multiplicados.

De modo que, respecto al autor, me propuse como reto buscar respuestas. Pienso que el Valdano que escribe los cuentos es, en alguna forma, otro. Sucede con todos los escritores, camaleones, proteicos, enmascarados. Quienes escribimos somos otros también, pero quizás este sea un caso especial. Y que Juan me perdone el atrevimiento. Ante la rigurosidad de sus ensayos y la necesidad de objetividad, desde el dedicado a Montalvo hasta sus interpretaciones de lo ecuatoriano; ante la perspectiva de novelas históricas como Mientras llega el día, Anillos de serpiente o El fuego y la sombra, inmerso en la avalancha de los sucesos humanos y en la complejidad de las épocas, es posible que a la inquietud intelectual, a la vena creativa y al oficio de escribir, a su amplia cultura, se hayan sumado nuevos niveles de imaginación y sensibilidad, una emotividad que buscaba expresarse en otros lenguajes, en otras formas. Acaso los estudios y las novelas los haya escrito con las cortinas abiertas; los cuentos, con las cortinas cerradas.

No podía renunciar a su gran erudición, a su formación, a la referencia a los clásicos, a la mitología, a la literatura, la filosofía, a sus conocimientos y experiencias sobre el fenómeno humano, sobre todo a sus reflexiones. A Valdano seguramente le caían desde alguna parte o desde una Nube que rastrea escribidores, semejante a la Red informática donde vamos ahora en busca de todo, episodios, instantes, secuencias, momentos, cruce de hechos, casualidades, y dentro de su interior, al apasionarse por esos descubrimientos, se iban lentamente formando los relatos, hasta que llegaba el momento de replegarse, abandonar el mundo grande y enfrentarse con las pequeñas historias de las cuales se había enamorado.

Personalmente, me llama la atención la capacidad embriagante del género cuentístico. Su posibilidad de profundidad. Conocemos cuentos largos, otros cortos, cuentos que se rompen con la sorpresa, con el zarpazo, otros que son una sorpresa continua; también los hay redondos, que se encierran, envolventes; también existen aquellos que paran de contar y que continúan en la mente del lector, quien busca otros remates a su manera; cuentos que se muerden la cola, otros que no parecen tener comienzo ni final y nos dejan parados en media calle, bajo la lluvia, sin saber qué camino tomar o simplemente quietos, con los huesos calados, embriagados y, en fin, debemos mencionar a los que nos sacuden, nos hacen gritar, nos enmudecen o nos llevan a transitorios mundos, a frecuencias desconocidas, breves, efímeras, fugitivas.

Los cuentos de Juan Valdano son cuadros completos, frescos en los cuales, mientras se mantiene fiel al tema o a la estructura narrativa escogida, el autor utiliza todos los recursos para decir todo lo que desea decir, no más, no menos, tampoco. Sirva de ejemplo el excelente relato inédito "Asedio en la Camarga", con un evocador epígrafe sacado del mismo texto: "Cada uno de nosotros lleva consigo la historia de la humanidad entera". Tres vértices: uno, el joven investigador que rastrea un episodio oculto de la época de las cruzadas, en 1270; dos, una mujer misteriosa, que se ha quedado recientemente sola, bella, que dirige una biblioteca y que le facilita la documentación siempre que la examine en su propia casa; tres, el episodio en sí sucedido hace siglos. Los niveles temporales se entrecruzan. Ella y él están cerca, en silencio, en el nivel espacial de un salón. Él estudia, absorto, los documentos extendidos sobre una mesa. Ella espera. Se insinúa la intervención del cuarto vértice, el de la atracción, del amor, empujado con algo de vino, pero la mención se diluye y queda fuera, para otra historia diferente que estaría por llegar. No lo sabremos. Y entre las páginas, el diálogo de los personajes:

- El pasado ¿para qué ir a desenterrarlo, si uno lo que uno siempre hace es esperar a que regrese?

- En verdad, lo que llamamos futuro es el pasado que regresa.

Y, en el fondo, el paralelismo, el símbolo, el significado: la espera, la incertidumbre durante el asedio a la ciudad mora; la espera y el asedio no declarados, en la casa vieja, demasiado grande, entre la mujer y el varón.

En "Reditus mundi" sigue con uno de sus temas preferidos: el tiempo, ese constante tormento que nos lleva y que no sabemos ni siquiera qué es. Se trata del cuadro del infierno en la Compañía de Jesús, de la anoréxica y desequilibrada Mariana de Jesús y de Hernando de la Cruz antes de tomar los hábitos, ante la figura delicada, ingrávida, de la azucena de carne. El cuento concluye diciendo: "Todo retorno es un anticipo, toda profecía es un recuerdo".

En "Saduj" que, invirtiendo las letras, se lee Judas, otro de los inéditos, toca el tema, también constante en el escritor, del poder y de una de sus consecuencias: la relatividad de la historia. Es una historia de celos y traiciones. Hay dos relatos y Saduj, hijo de María Magdalena, es el eslabón que los une. Al sentir él que ella prefiere a Jesús y sale a su encuentro y lo llena de alabanzas, desatendiendo a su hijo que también llega con el Maestro, igualmente cansado y sudoroso, no puede superar el rencor y termina entregándolo. Saduj declara: "yo no soy el que soy; soy otro, y sólo Dios sabe, en definitiva, cuál es mi nombre y desde cuando existo".

Y permítaseme -porque no deseo tratar de abundar en referencias teóricas sobre el arte de hacer cuentos- citar dos ejemplos que me vinieron a la memoria mientras preparaba estas líneas y que no tienen otra intención que recordarnos las dimensiones ilimitadas, el cosmos que estas historias pequeñas pueden encerrar. Hace poco, casi de casualidad -confieso que no es asunto de erudición-, pesco en el Internet el dato de que ahora el cuento más corto del mundo ya no es el famoso del dinosaurio de Monterroso, tan recordado él por los que le conocieron en Quito. Parece que ese lugar ocupa un cuento del mexicano Luis Felipe Lomelí, de 2005, que se titula "El emigrante" y dice así: -"¿Olvida usted algo? -¡Ojalá!". Estas cuatro palabras son ya una novela larga que no hará falta que se escriba. Y, el otro, de José Saramago, llamado "Silla", que relata en 30 páginas un episodio que sucede en no más de tres segundos.

Pero regresemos... El primer encuentro o desafío empieza con el texto, en la primera página. El lenguaje de Valdano es ordenado, claro, limpio, rico en giros y expresiones, de gran equilibrio y belleza. Corre sin tropiezos, invita, informa, sugiere. Es el lenguaje de un escritor de oficio, que ha vivido largo, ha leído mucho y ha pensado y sentido aún más. Y esos textos, frase tras frase, dentro de la específica estructura, nos llevan a los personajes, a los ambientes, a lo que sucede y el autor nos quiere trasmitir. Solo leerlo, y hay relatos que se pegan al lector, es ya un placer; un placer y, naturalmente, una espera constante de sorpresas. Sus páginas encierran espesuras, datos, comentarios, tanto del narrador como de los personajes, que reflejan, en el fondo, trayectoria intelectual, erudición, cultura y, aún más, una posición ante el mundo. Porque quien escribe da siempre su visión de las cosas.

Cuando comenté en la prensa Juegos de Proteo, opiné que

se trata de un extenso y profundo despliegue de erudición, en el cual el autor recrea a los clásicos, comenzando, como no podía ser de otra manera, por los griegos. Valdano ha escrito diez relatos magistrales, "diez fantasías" (como las llama), donde están referidas y entremezcladas, sin límites precisos por cierto, la literatura, el arte y la historia, la mitología, la religión (esa otra forma de mitología), la crónica y la leyenda, pero, sobre todo, su propia y fecunda imaginación. Desde los personajes homéricos hasta las mazmorras de la Inquisición en el siglo XIII; desde los últimos y tristes años de Miguel Ángel mientras escucha cantar y tocar el laúd a una bella joven hasta el viaje de un grupo de dominicos que, enloquecidos por propagar la fe y en busca de oro, se lanzan por los ríos y selvas amazónicas a encontrar la muerte; desde la recreación, en fascinante relato, del famoso enano y bufón de corte Sebastián de Morra pintado por Velásquez a mediados del siglo XVII hasta misteriosos y alucinantes sucesos en pueblos perdidos de las sierras andinas. Más cercana a nuestros tiempos, no falta la historia de un jipi sobre su Harley Davidson, ni las predicciones apocalípticas sobre seres que, en su demencia adquirida por la presión externa de una sociedad dirigida por ocultos poderes -no importa que sean a nombre de dioses o de demonios- decidan que los humanos no merecen vivir.

Se escribe en el posfacio: "quien se adentró en este libro habrá de descifrar esa señal de ruta inscrita en su pórtico [...]. Proteo es el dios de este laberinto".

Mis relatos preferidos son "Ángelo Landriani" ("fantasía amazónica") y "La gran farsa del mundo" ("fantasía barroca"). Bastan las denominaciones de las fantasías para inclinarse por la lectura: homérica o la interminable espera del ausente; gótica o la historia del cancerbero tricéfalo que en los sótanos inquisitoriales atormentaba a los herejes; renacentista o cómo el rostro del joven amante de Miguel Ángel sirvió para delinear el del juez bondadoso del final de los tiempos; andina en el Ecuador de 1879, cuando Wimper ascendió al Chimborazo, donde un juglar ciego de Chuquipoquio contaba viejas historias; romántica, donde aparece un misterioso Pizarro, como sombra, desafiando a un juego de cartas a un invencible Demetrio: sus vidas serían el precio de la derrota; apocalíptica, cuando salta al 2033 para la reanudación de las leyes del caos ante una naturaleza ultrajada por la rapiña y la estupidez humana, autoca-lificada "racional" por sí misma, no por ningún otro ser viviente.

Cada relato es un viaje a otras épocas, lugares y mundos. El universalismo, la apertura, la capacidad de asimilación del autor no tienen límites. Y Valdano no podía sino buscar, a través de la literatura, de la palabra y de la imaginación, lo que no puede expresar la historia o el ensayo. La historia y el ensayo dicen lo que dicen. El campo de la sugerencia es limitado o va solamente hasta el planteamiento. La literatura va mucho más allá y llena los silencios, resuelve interrogantes, señala caminos, responde preguntas, abre puertas. Descubre. Evoca. Llega al fondo y emerge constantemente, como en oleadas.

Y he encontrado algo más, algo que requeriría un trabajo paciente de rastreo, una minuciosa tarea en busca de los significados, los referentes, las alusiones, las insinuaciones veladas, los signos. Estas manifestaciones de quienes escriben a veces caen solas, aparecen en el momento de aplastar una tecla y no otra, llegan sin ser llamadas por el empuje de todo lo acumulado en la vida, por el subconsciente siempre alerta que no deja de intervenir. Una de las últimas novelas de Murakami, El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, hace apasionantes reflexiones sobre esas otras energías subyacentes, determinantes en el acto creativo.

Otra característica sorprendente que he encontrado como lector es toparme, al recorrer las páginas, como flechazos, o como remansos o reflexiones armadas mientras las líneas avanzan a opiniones, epígrafes sacados de los textos, frases, comentarios, salidos del narrador o de los personajes, que detienen y paralizan, por su fuerza, por su poética, por sus significados. Para mí, estos hallazgos se relacionan con otra faceta más de Juan Valdano: su gran dosis de sabiduría. Acostumbrado yo a dejar marcas de lápiz en los libros (siempre de lápiz para que yo mismo o alguien que venga luego pueda borrarlas sin dejar huella), leo: "no olvides que el hombre fue amasado con la ceniza de dioses caducos y su destino no ha sido otro que andar insatisfecho por el mundo"; "siempre corremos tras ese algo; de ese algo que nos falta para ser nosotros mismos"; "Un hombre es la suma de sus obsesiones"; "El ser humano es siempre el mismo, solo cambian los rostros, los nombres, las identidades; cada uno de nosotros lleva consigo la carga de la humanidad entera"; "Génesis y apocalipsis no son sino, a la postre, un mismo instante cumbre en el que el espacio y el tiempo vuelven a juntarse [...] a lo mejor [...] estamos reinventado el pasado y al mismo tiempo, recordando el futuro".

Y hay algo más que debe ser resaltado. La fantasía, la imaginación, el desborde envuelven a los relatos de Valdano; más aún, los sostienen. No obstante, la coherencia, la verosimilitud, la organización de los contenidos y la precisión del lenguaje permiten que el lector, sin sobresaltos ni imprevistos, aunque sí con descubrimientos, avance sin detenerse en los diferentes niveles y claves.

Al pensar en la obra de Juan Valdano bien vale la pena citar a Coetzee en una de sus más hermosas novelas, que trata justamente del oficio de escribir: "¿Cuál es la tarea [...] a fin de cuentas, cuál ha sido la tarea de su vida más que insuflar vida a la materia inerte?".

Sobre "Señales", la tercera parte del libro, no deseo extenderme y abusar de la paciencia de los lectores. Estoy seguro, además, que la mayoría leerá el libro. No creo que puedan dejar de hacerlo. Rescato solamente un elemento cuya mención se repite en los cuentos: el espejo, sin duda como un símbolo de cambio, de reflejo, de multiplicación o alteridad, de engaño. Creo reconocer en este objeto otra representación de las temáticas del autor. Hay un pintor que se ha pintado a sí mismo sin saberlo: era quizás otro o también el mismo y no lo sabía. Hay un relato que nos lleva a la matanza de Alfaro y sus compañeros y a una mujer que se mira al espejo al recordar años después los sangrientos episodios. La mujer regresa al pasado. Uno de los asesinados por la turba no era el que debía ser. Otro, que se refiere a alguna leyenda contada por Manuel J. Calle sobre los héroes de la batalla del Pichincha, vuelve al tema de la relatividad de la historia. "Asumiendo la contradicción, que es la esencia de lo humano [...] -dice el narrador en este relato- yo diría que todas (las historias) son falsas y todas son verdaderas". Por eso la literatura es infinita: todo en ella es verdad porque todo es mentira. Solamente tiene que estar bien hecha, porque la Vida o la Nube seguirán asistiendo por siempre a los escribidores.

Los cuentos que rematan esta "antología personal" tienen un corte intimista vinculado con lo existencial, los dramas interiores, las soledades y los aislamientos, los fantasmas del escritor, sus momentos vacíos. Juan Valdano ha apagado la luz de su mesa y tiene el resplandor de la pantalla. Acaso, en una esquina, ha preferido prender un candil. Se ha olvidado del mundo y se ha replegado en sí mismo. Muy pronto irá a descansar.