KIPUS: REVISTA ANDINA DE LETRAS Y ESTUDIOS CULTURALES,
No. 50 (Julio-Diciembre, 2021), 205-208. ISSN: 1390-0102


RESEÑA


Gonzalo Zaldumbide, Ensayos literarios, edición y prólogo de Gustavo Salazar Calle, Quito, Municipio del Distrito Metropolitano de Quito / Secretaría de Cultura / Centro Cultural Benjamín Carrión, 2019 (Colección Estudios Literarios y Culturales, n.° 9), 515 p.


Paúl Cepeda Miranda - Unidad Educativa La Dolorosa Quito, Ecuador
Juan José Pozo Prado - Universidad de Sevilla Sevilla, España



Pedimos perdón por reseñar este hermoso libro algo a deshora [...]. Si, como cantó Verlaine, la aburrida y fácil, la humilde vida cotidiana "est une œuvre de choix qui veut beaucoup d'amour" [constituye una elección que exige mucho amor], resulta que los libros hermosos exigen aún más.

Gonzalo Zaldumbide

No es una imprecisión encabezar esta reseña de Ensayos literarios de Gonzalo Zaldumbide a partir del inicio de la que él escribiera acerca de La senda clara (1919), de Armando Donoso (460). De hecho, por qué no convenir en que se trata de una feliz coincidencia, si tenemos en cuenta los años de publicación de los títulos señalados. Podríamos reconocer -y acaso celebrar- el retorno de un escritor que, aunque forme parte de la historia literaria ecuatoriana, ha sido tomado en cuenta mucho menos de lo que merece. Esta suerte de resurrección no es una novedad: la novela El nuevo Zaldumbide (2019), de Salvador Izquierdo, constituyó ya un intento reciente de acercamiento a su figura en el que no deja de sorprender, de nuevo, aquella datación coincidente.

Huelga decir que, ante el resurgimiento de una figura tan esencial para la literatura ecuatoriana, su anuncio y un examen previo resultan imprescindibles. Así, el prólogo (9-23), obra del bibliógrafo e investigador Gustavo Salazar Calle, solvente editor también de los títulos contenidos en el volumen, cuidadosa y suficientemente anotados, además de compilador de "la bibliografía de los escritos de Zaldumbide más amplia hasta la fecha" (25), no solo presenta la obra ensayística de Zaldumbide a los nuevos lectores, sino que realiza una suerte de cartografía de su vida y obra, revelando una faceta sorprendente al señalar las relaciones que mantuvo con intelectuales de importancia nacional e internacional. Entre estos últimos cabe mencionar - pero hay muchos más- a Gabriela Mistral, Teresa de la Parra, César Vallejo, Ventura García Calderón y Alfonso Reyes; su trato, además, con figuras nacionales como César E. Arroyo, Remigio Crespo Toral, Medardo Ángel Silva, Alfredo Gangotena y el P. Aurelio Espinosa Pólit -quien tomó como modelo algunos capítulos de la Égloga trágica para desarrollar una parte de sus Dieciocho clases de literatura (1947)-, nos permite apreciar en Gonzalo Zaldumbide a una figura de ninguna manera aislada de su tiempo y circunstancias, como acaso cierta postura ideológicamente sesgada de su obra pretendió sugerir.

En Zaldumbide es constante el Interés y la agudeza que despliega en sus estudios dedicados a los sucesivos movimientos literarios, así como a determinadas obras o autores; pero es especialmente en lo que toca a estos últimos donde Zaldumbide se revela como incansable investigador, minucioso crítico y agudo lector. Los extensos estudios centrados en figuras como Juan Montalvo (369-414), Juan Bautista Aguirre (323-67) -a quien dedicó un trabajo de veinte años- y fray Gaspar de Villarroel (297-322) abren un panorama en el que, en el caso del escritor ambateño, resaltan no solo aquel espíritu polemista, sino también la vigencia de sus comentarios: "Pero sabe todo el mundo que reinando don Gabriel García la prensa ha estado con bozal, enmudecida, bien como el ladrón de casa sabe hacer con el fiel perro, para que de noche no haga ruido" (381). Por otro lado, el estudio de la obra de Juan Bautista Aguirre es apasionante en cuanto señala y examina la magnitud de su obra poética a partir de un análisis de su emblemática "Carta a Lizardo", poema ahora reconocido gracias al exhaustivo trabajo de recuperación que permitió rescatar esta y otras obras del olvido. Respecto a Gaspar de Villarroel, Gonzalo Zaldumbide nos acerca a una figura cuya virtud radica en su estilo como reacción ante "los alardes y sutilezas gongóricas, o la pedantería equivoquista" (306). Es más, ante esta forma de escritura la obra de Villarroel contribuye con "la soltura ingenua del estilo, tan lejos del encrestado cultiparlar como del tanteo (no pocas veces timidez adorable, pero muchas poquedad insípida) de los que entonces llamábanse ingenios legos" (306). Este estudio sobre el padre agustino figuró como prólogo de la edición preparada por el P. Aurelio Espinosa Pólit para la Biblioteca Ecuatoriana Mínima, además de ser uno de los pocos estudios que contemplan la dimensión literaria de Gaspar de Villarroel.

El trabajo de Zaldumbide responde también a las manifestaciones literarias de su tiempo. Este libro contiene reseñas de obras escritas por autores que, actualmente, forman parte del canon literario; además de significar hallazgos, muestran comentarios de libros en su momento noveles y ahora clásicos. Entre ellos no podemos omitir su breve valoración de Un hombre muerto a puntapiés: "Pablo Palacio, joven y talentoso escritor, lleva expresamente hasta el absurdo este gusto por lo excéntrico. Sin embargo, le falta lógica en lo absurdo y su prolijidad a veces inútil contrasta con lo somero de la invención paradójica, mas hay en él fuerza y dones naturales" (448). Algunas reseñas sobrepasan el acercamiento periodístico y panorámico, lo que denota una mayor afinidad con algunos escritores. Tal es el caso de Ventura García Calderón, a quien dedica no solo comentarios entusiastas acerca de su estilo y mirada crítica (15372; 455-60), sino también páginas conmovedoras ante su muerte, la muerte de un amigo (478-84).

Entre las páginas que Zaldumbi-de dedicara a nuestro continente y su literatura ha destacado Gustavo Salazar ensayos de corte analítico. La minuciosidad con que Zaldumbi-de entra al comentario es notable, sobre todo, en el estudio de la prosa de Rodó (111-42). Se muestra desencantado por la llaneza de la doctrina que a muchos encandiló y, más bien, se detiene en su expresión. Para Zaldumbide era deslumbrante la forma que el uruguayo había logrado. Su escritura representaba una increíble modestia que no dejaba de convencer por la aparente austeridad; una "heroica" medianía. Lo cierto es que esta llaneza era enormemente apreciada por Zaldumbide, que lamenta recurrentemente la tendencia nacional -si no latinoamericana- a desplazar lo bello en favor de lo "real". Es más, no sorprende hallar en el mismo texto varios pasajes con ácidas alusiones a los modernistas, a los neologismos y a lo que él mismo llamaba "falsa profundidad en la vaguedad" (121).

Más adelante, en su "Panorama de la literatura hispanoamericana" (73-93), hace un llamado a considerar cuáles son los reales alcances del legado europeo en la expresión del continente, e incluso deja traslucir un disimulado pesimismo en torno a la posibilidad de una esencia puramente americana. El cosmopolitismo de Zaldumbide irritaría a no pocos contemporáneos suyos -y seguramente nuestros también-, pues él mismo se perfiló como un esteta a quien poco o nada importó una lectura ideológica de la literatura. Se entrevé esto en su "Bienvenida a Gabriela Mistral" (173-7), que escribe a propósito de la visita de la poeta a Guayaquil en 1938. El mayor elogio que parece poder atribuirle nuestro autor a la laureada con el Nobel es precisamente la imposibilidad de politizar su lectura, volviéndola "trotskista o leninista" (177).

El tiempo, ya lo hemos señalado, ha sido injusto con el espíritu de la obra crítica de Zaldumbide. No es preciso leerlo en clave euro-centrista, como aparenta a primera vista, sino con ojos generosos para comprender su aspiración a desmenuzar científica, pero apasionadamente, la materia de sus ensayos. Resultará sorprendente para los tradicionales detractores encontrar pasajes extensos en su obra dedicados a la identidad nacional y a su trasfondo histórico. Es el caso del breve "De las letras coloniales y su trascendencia" (95-104), que tiene una refrescante vigencia. Que nos baste únicamente el siguiente extracto para evidenciarlo: "Nuestros colegios, escuelas y universidades, nuestra vida verbal en plazas y corrillos daban a creer que habíamos aprendido a leer y a escribir, tan solo, gracias a ellos [los intelectuales de la Independencia]. Nosotros éramos "nosotros" tan solo desde la emancipación: los de antes eran otros" (102).

Zaldumbide aunó lo mejor del rigor crítico con la prosa cuidada, aunque a ojos contemporáneos peque, tal vez a ratos, de grandilocuente. Su ensayística revela también una ética sobre el quehacer del estudio de la cultura. Entre sus ensayos dedicados a autores y temas europeos se aprecia al Zaldumbide que entreteje crítica y voluntad expresiva con maestría. Hacia el final de su ecuánime texto sobre Gabriele D'Annunzio (215-47) encontramos una suerte de ars decernendi: nuestro autor traza primero un recorrido por la obra del escritor italiano y destaca su carácter autocompla-ciente y vivificante, muy afín, como nota, al Übermensch nietzscheano; pero en el momento de juzgar, tras dicha exposición objetiva, Zal-dumbide prefiere callar... y recuerda que es labor del crítico únicamente desentrañar la medida en que un autor ha logrado su propia obra. Por un lado, él mismo reconoce que "no tenemos derecho de mostrarnos insatisfechos por no haber hallado aquello que no debíamos buscar" (243), mientras que su conclusión también ilustra la modestia que ha de ser guardada frente a una obra.

Gonzalo Zaldumbide se opuso a la tentación de un juicio apresurado tanto como a la prescripción, que consideraba vicio de nuestras latitudes. Su ensayo a propósito del simbolismo (203-13) da buena cuenta de la razonada crítica que encontraba en una poesía dedicada únicamente a unos pocos iniciados, porque "toda escuela reposa sobre antipatías y simpatías exclusivistas, intolerantes, excesivas" (204). Limitar de esta forma la capacidad creadora del poeta fue para él aniquilar lo esencial de la poesía, pues "no hay Escuelas sino poetas; y en rigor, no hay poetas sino poemas" (213).

Las líneas que tratan asuntos europeos incluyen también un elogio del hoy olvidado Henri Barbusse (249-70) en el que Zaldumbide se dedica con largo aliento a tratar la condición de la existencia, e incluso desliza sutiles alusiones a Unamuno. Estas páginas, que constituyen el extracto de una publicación más extensa en torno al escritor francés, tienen como núcleo la angustia. Se encuentra también en esta sección una benevolente crítica de un libro de viajes por España, obra del hispanista francés Ernest Martinenche (271-7); es de particular interés el alto concepto en que Zaldumbide tiene a los viajeros franceses, quienes viajan mejor en calidad que en cantidad. Cierra lo relativo a autores europeos un estudio sobre la poesía de Jules Supervielle (27994) y la extrañeza que produce su tendencia a tratar "frívolamente las cosas graves, y gravemente las frívolas" (293).

Ensayos literarios es otra muestra del riguroso trabajo a que nos tiene acostumbrados el investigador de las artes, la historia y la literatura ecuatorianas, Gustavo Salazar Calle, autor hasta el presente de diecinueve libros y de una cincuentena de artículos especializados. Esta edición no solo destaca por los textos seleccionados -cabe señalar que aquí se publican por vez primera en español alrededor de quince artículos y reseñas, que Zal-dumbide publicó originalmente en francés, vertidos cuidadosamente a nuestro idioma por el filólogo his-panoecuatoriano José María Sanz Acera-, sino también por el importante apartado final que reúne, como ya indicamos, la bibliografía hasta hoy más completa de Gonzalo Zaldumbide (495-515), resultado de una búsqueda minuciosa e incansable, semejante a la de los espigadores representados por Jean-François Millet y documentados por Agnès Varda. Al igual que ellos, con la fugitiva luz de los últimos minutos de la tarde, inclinados, buscan, encuentran y recuperan, así Gustavo Salazar, movido por una profunda y desinteresada convicción de conocer y compartir, presenta un trabajo de memoria frente al sistemático, diríamos, olvido de nuestra literatura ecuatoriana. Más aún, este libro ofrece una mirada absolutamente nueva hacia el autor de Égloga trágica: el hallazgo de aquel crítico literario, académico, pensador y cosmopolita que los ecuatorianos, durante décadas, hemos ignorado.

Paúl Cepeda Miranda
Unidad Educativa La Dolorosa Quito, Ecuador

Juan José Pozo Prado
Universidad de Sevilla Sevilla, España