KIPUS: REVISTA ANDINA DE LETRAS Y ESTUDIOS CULTURALES,
No. 47 (Enero-Junio, 2020), 139-143. ISSN: 1390-0102


RESEÑA


Juan Montaño Escobar, El biznieto cimarrón de F. Dzerzhinsky. Thriller (afro)ecuatoriano, Esmeraldas, Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Esmeraldas, 2019, 160 p.


Michael Handelsman University of Tennessee



Inicio esta lectura recordando las palabras del Abuelo Zenón, quien enseñaba que

Cuando [...] un pueblo pierde sus territorios ancestrales, no solo que se debilita la diversidad étnica de la nación, sino que se pierden los aportes culturales que ese pueblo puede darle a la humanidad.

Entretejidas con estas palabras están también las del novelista afroamericano de EE.UU., Ralph Ellison, el mismo que comentó: “Cuando descubra quién soy, seré libre”. Tal vez los lectores estarán preguntándose qué tienen que ver los saberes ancestrales del Abuelo Zenón y sus resonancias tan patentes en aquel autor del Invisible Man con una presentación de un “thriller” lleno de toda la intriga y suspenso que los lectores esperan encontrar al seguir las aventuras y peripecias de un personaje cuya principal función es el entretenimiento de dichos lectores. Y, efectivamente, El biznieto cimarrón de F. Dzerzhinsky cumple con todas las fórmulas narrativas requeridas por y para un mercado que prefiere alimentarse del espectáculo y no necesariamente de aquella literatura que se lee despacio, la que se saborea entre pausas y silencios de introspección y reflexión.

De hecho, la portada misma de esta novela incita nuestra imaginación; ahí contemplamos a un hombre anónimo que corre acompañado de su sombra frente a una escalera en ascenso hacia no se sabe dónde y bajo un rayo de luz que interrumpe una absoluta oscuridad de noche llena de misterios y posibles persecuciones. Y la novela no defrauda. Concretamente, Juan Montaño nos inserta en el conflicto de las FARC, y a pesar de su advertencia de que su novela es una ficción y –lo es– los lectores no resistirán la tentación de recoger los referentes reales del texto (es decir, los nombres de ciertos actores de los archiconocidos eventos del conflicto) para reconstruir una historia dolorosa y trágica que curiosamente, en días recientes, amenaza a estallar de nuevo. (Por algo García Márquez había comentado que la vida imita al arte).

Es con ese fondo engañosamente histórico que Montaño cuenta la vida de Omar Makwassé, un individuo cincuentón que por varias circunstancias de la vida fue incorporado en un mundo de espionajes internacionales, primero reclutado durante sus días universitarios por unos operativos rusos, y luego, después de unos años de una aburrida jubilación, de nuevo se dejó convencer de que la clandestinidad y una vida de subterfugios y conspiraciones constituían su razón de ser. En fin, como él mismo razonaba: “Esta vida de conspirador en reposo es difícil de sobrellevar”. De manera que, ya con sus más de cincuenta años encima, Makwassé da inicio a su segunda etapa como espía y, esta vez, se involucra en la historia de las FARC en Colombia junto a sus inevitables incursiones en Ecuador.

Como la novela explica, Makwassé, el espía, fue entrenado y formado en la vieja escuela de Félix Edmundovich Dzerzhinsky, fundador en 1917, por orden de Lenin, de la Comisión Extraordinaria de Toda Rusia para Combatir la Contrarrevolución y el Sabotaje. Conocidos como chequistas, los operativos se distinguieron por su entrega total a una ideología que luchaba por la justicia social y, con un espíritu de ascetas, libres de enredos sentimentales de cualquier naturaleza, vivían incondicionalmente por la deseada revolución definitiva de la humanidad. Producto de esa formación y compromiso social tan visceral, Makwassé es conocido y se conoce como uno de los biznietos de Félix Dzerzhinsky.

Pero en su segunda vida como espía, Makwassé el chequista original se vio atormentado por las contradicciones de su contemporaneidad; en vez de esa ideología de justicia social como motor de todas sus decisiones y responsabilidades, se encontró con la dolorosa novedad de que el capital había desplazado los principios revolucionarios. Empresas multinacionales como Blackwater, Dyn Corp y General Dynamic habían convertido las justas causas en un simple negocio entre clientes y contratistas de inteligencia. Tal vez por el aburrimiento de la jubilación, quizá por el hechizo de los 250 millones de dólares de sueldo, Makwassé se dejó convencer; aceptó ser el gerente operativo de una empresa cuyo cliente era las FARC. Como le explicaron:

Nuestra empresa provee de medios bélicos a las FARC, de inteligencia y nos encargamos de anular ciertas molestias. Esos tres servicios ¿qué inteligencia requiere nuestro cliente? Descubrir infiltraciones, líneas seguras de comunicación y protección a combatientes debilitados o quemados. [...] Tú comandas.

Hasta aquí el marco general de la novela; ustedes tendrán que leerla para descubrir cómo se desenredan los múltiples vericuetos de la trama ya anunciada. Pero para los propósitos de esta reseña, mis intereses de lector van por otro camino. Aunque ya he señalado que este thriller no defrauda a los lectores deseosos de algún entretenimiento lleno de suspenso e intriga, no hemos de olvidar que Juan Montaño no es un autor de meras veleidades o superficialidades, precisamente porque todo lo que Juan escribe se alimenta de las resonancias ancestrales. Resonancias que no todos escuchamos, y esa sordera conlleva consecuencias muchas veces enajenantes y deshumanizantes. Vale recordar aquí al poeta Antonio Preciado y su poema “Desolación”:

Ellísimos,/.../mis más altos parientes consanguíneos/.../hace mucho no están,/ya no me llueven/.../¿Se han venido apagando,/se han perdido,/ yo los he ahuyentado,/o es que por su cuenta,/de puntillas,/han ido regresándose/ uno por uno de mis sedimentos?/ Hace mucho que no andan a pie por mis caminos,/no agitan sus colores/y no embriagan mi ser con sus fermentos;/ellos no me hablan,/tampoco yo los llamo/y nos vamos sintiendo cada día más lejos.

Esa misma soledad y abandono marcan a Makwassé y lo dejan con heridas existenciales que no se cicatrizarán hasta que haya un reencuentro con aquellas voces con las que inicié esta lectura. Y para que no haya malentendidos, la tragedia de Makwassé no es solo suya; como nos advierte el Abuelo Zenón, toda desterritorialización le priva a la humanidad entera de su pleno potencial y, también, en palabras de Ralph Ellison, no habrá liberación sin conocerse primero –palabras estas que hemos de escuchar como resonancias de Juan García y casa adentro. En efecto, el drama de Makwassé es el drama de América. Así nos lo enseña Manuel Zapata Olivella en su Changó, el gran putas: “He visto la tierra que parió Odumare./¡América!/ La olvidada tierra donde Olofi dejó su huella/piel leopardo/¡Esa tierra olvidada por el Muntu/espera/ espera/hambrienta/devoradora/su retorno!”. ¿Estará escuchando esas voces ancestrales Makwassé? ¿Encontrará el camino de los ancestros?

Estas mismas preguntas en espera de una respuesta de Makwassé –y tal vez de todos nosotros, según nuestras respectivas circunstancias como afros y no afros– dan a la novela de Juan Montaño, a su “thriller (afro)ecuatoriano” como él mismo lo define, toda su pertenencia y pertinencia. En efecto, según mi lectura de El biznieto cimarrón de F. Dzerzhinsky, Makwassé se equivocó de bisabuelo. A pesar de la presencia constante de lo afro en su vida, una presencia a veces borrosa, a veces fracturada dentro de las luces prismáticas y seductivas propias de otras tradiciones, Makwassé se deja distraer y confundir ante las enseñanzas del señor Dzerzhinsky y los ejercicios prestados del Zen, del Tao, del feng shui, de las tradiciones de los condotieros –aquellos mercenarios italianos de la Edad Media–, del samurái japonés. Pero las voces de los orishas no se callarán ni tampoco se dejan callar. En toda la novela hay un recuerdo, una insinuación, una duda o inquietud, una advertencia que, desde los silencios milenarios, los ancestros reclaman a Makwassé, comenzando con su nombre que “es la huella indeleble de su origen, de la genealogía en comunidad de lugares”. De hecho, como una compañera le explica, “el nombre define a las personas, es una señal de su destino”.

Es así que las dos claves por las cuales es conocido desde la clandestinidad profesional son Enitán y, luego, Oggum; la primera con origen yoruba significa persona de la historia, y la segunda es el orisha de las guerras y del ejército, “el que asegura los caminos que abre su hermano Elegba”. También hay los interludios narrativos, los “Milimo ya bankoko” que Makwassé dirige a los ancestros: “¿Que cómo se siente esta alma mía? No sé [...] su material es inestable. [...] No sé. Se me ocurrió justo ahora, cuando extraño las sesiones de tambores y marimbas; bendición de bendiciones, hay un ánima repartida en las plegarias de cununos y bombos [...]. Mierda, así se malvive la soledad y la espera. f) Afrochequista”.

De manera que la verdadera lucha de Makwassé no es con las FARC o con cualquier otro cliente. Su lucha más bien es con los desencuentros que lleva muy adentro de su ser, los mismos que Juan García reconoció en su vida y que supo enderezar. Según recordó el maestro Juan:

Mi encuentro con la escuela fue un encuentro muy hermoso porque descubrí en la escuela la palabra escrita y por el encuentro con el mundo maravilloso de la cultura de los otros, que también es un mundo hermoso. Pero mi experiencia con la escuela también tiene connotaciones tristes, que yo prefiero llamar desencuentros; mi encuentro con la palabra escrita, como yo prefiero llamarla, encuentro del ser con la escuela, también fue el desencuentro con mi propio ser y con el sentimiento de pertenencia a lo propio que estaba dentro de mí.

Mi intuición de lector me hace pensar que el mismo Makwassé estará pensando igual que Juan en aquellos momentos cuando evoca la escuela de Félix Edmundovich Dzerzhinsky y el mismo “mundo maravilloso de la cultura de los otros”.

No cabe duda de que uno de los muchos aciertos de esta novela de Juan Montaño es haber entretejido una compleja red de caminos y líneas de sentí-pensar que en no poca medida evoca a Anansi, aquel personaje Ashanti responsable por tejer al universo. Así que las innumerables aventuras de Makwassé que son la sustancia misma de este thriller que entretiene y divierte, también pueden leerse como un enredo de caminos que requiere de Makwassé –y de nosotros, los lectores– introspección y reflexión para así no dejarse seducir por los pasos de otros. Caminar andando, andar caminando según enseñaba Juan García; esa es la lección que Makwassé tiene que asimilar, la misma que nutre todo lo que Juan Montaño, el jazzman y autor de este thriller (afro) ecuatoriano resalta, defiende, afirma, significa y resignifica y, sobre todo, difunde diasporicamente.

Juan Montaño sabe que los ancestros siempre están presentes, y es cuestión de escuchar, ver y estar atentos a sus visitas. Así le pasó a Makwassé cuando su abuelo, el apapa de las muchas historias, “caminante de llanuras sin fin y ese halo de africano de incontables siglos”, llegó a hablarle casa adentro: “Estás en tu sitio Makwassé, estás donde debes estar cerca del río, cerca del pantano. Estás siendo tú, porque pronto serás otro”. Es de notar que Makwassé escuchó estas palabras estando él de visita en la finca de su padrino en San Lorenzo, Esmeraldas. “Por la convicción impensada de que aquel anciano sin ancianidad debía de ser uno de sus familiares más antiguos”. Makwassé “eligió llamarlo” abuelo.

Hijo, hijo –clamó el abuelo– llegará el día que tendrás encargo de Orúnmila, ¿y qué vas a hacer? ¿Rechazarlo? No, no debes, jamás pierdas la humildad con los de allá –mostró un lugar entre el cielo y la tierra– ni con los de acá –golpeó el piso con el pie derecho.
El abuelo cargaba

un trozo de madera negra (guayacán pechiche, informó el anciano), abigarrado de talladuras. Eran jeroglíficos parecidos a números, letras y seres zoomorfos. Fue cuando habló de su genealogía de tiempos imprecisos, pero aproximados por abundancia de cosechas, fundaciones de aldeas, nacimientos [...], matrimonios [...]. Todo ello estaba tallado en ese trozo de madera indestructible”. “Tú tienes el toque de Orúnmila”1 –insistió de nuevo el abuelo– “y eres ahijado de Oggum. [...] Si hay epopeya en tu vida, será historia escrita en este madero, que es eterno como el hierro trabajado con ciencias ciertas y particulares para volverlo incorruptible, resistente al comején de los siglos.

El mandato está claro; “ahora él guardaría la memoria física de la familia. Un legado que jamás abandonaría [...] y él conoce su misión a cabalidad, va a cumplirla. Eso elegido como misión a cumplir fue el desvío de la necesidad”. No estará de más recordar que Makwassé ha vivido toda una vida cumpliendo a cabalidad muchas misiones, ora de espía ora de conspirador, y siempre asumida como la del biznieto de Félix E. Dzerzhinsky. Pero la ironía de su equivocada vida cimarrona parece estallar al llegar al final de su recorrido por todo ese tejido confuso de casa afuera. Ya es hora de reencontrarse casa adentro y dejar de ser lo que nunca fue, como quien dice. ¿Saldrá aquel fénix de las cenizas proverbiales?

Al referirse a esa misma historia insinuada e implícita a través de toda la novela de Juan Montaño, la investigadora Betty Ruth Lozano Lerma parece participar, aunque coincidentalmente, en esta lectura del texto de Juan Montaño, al señalar: “La violencia en la región está generando una dispersión individualista que dificulta cada vez más pensarse como comunidad”.2 En efecto, Omar Makwassé, el espía solo, entrenado a no sentir para acabar cabalmente con sus múltiples misiones chequistas, el espía perseguidor de metas desalmadas de otros ha comenzado a escuchar las voces y tambores ancestrales, los mismos que le abrirán el camino hacia la comunidad de casa adentro, de la memoria colectiva, de los saberes de todos los ancestros habidos y por haber.

Este thriller de Juan Montaño, el jazzman, termina con una pregunta de una “conmovida voz de mujer”: “¿Comienza la resurrección, Omar Makwassé?”. Para saber la respuesta, ustedes tendrán que leer El biznieto cimarrón de F. Dzerzhinsky, Thriller (afro)ecuatoriano. Y con eso, un axe para Juan Montaño y para ustedes lectores presentes.

Michael Handelsman
University of Tennessee




NOTAS


1 Divinidad de la adivinación y sabiduría; conoce el destino de todas las cosas y seres vivientes; representa la sabiduría de la vejez.

2 Tejiendo con retazos de memorias insurgencias epistémicas de mujeres negras/afrocolombianas. Aportes a un feminismo negro decolonial. Diss. (Quito: Universidad Andina Simón Bolívar, 2016), 112.

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