KIPUS: REVISTA ANDINA DE LETRAS Y ESTUDIOS CULTURALES,
No. 47 (Enero-Junio, 2020), 131-133. ISSN: 1390-0102


RESEÑA


Fernando Iwasaki, El cóndor de Père-Lachaise, Quito, El Conejo, 2019, 102 p.


Adolfo Macías Escritor y crítico, Ecuador



El cóndor de Père-Lachaise es el título de este libro de cuentos que editorial El Conejo nos presenta dentro de su hermosa colección Mademoiselle Satán. Si lees los cuentos sin consultar el prólogo, no encontrarás la menor relación entre este título y los relatos que reúne. En realidad, se trata de un homenaje a la filiación personal que el autor peruano tiene con nuestro país por parte de su abuela materna, quien le regaló alguna vez un monedero con el escudo del Ecuador. Este, precisamente, es el escudo que Fernando Iwasaki encontró en un mausoleo del cementerio de Père-Lachaise en París. Un pequeño edificio funerario llamado por el autor un “consulado fantasma”, donde reposan los restos de Juan Martín de Icaza, joven ecuatoriano fallecido a los dieciséis años de edad en la primera mitad del siglo XX.

Este prólogo y este título nos sitúan frente a un autor peruano de ascendencia ecuatoriana, peruana y japonesa, residente en España, cuyo manejo de la diversidad cultural y las hablas populares enriquece los cuentos del volumen. Esto lo logra no solo a través del habla de los personajes, tan cargada de espontaneidad y atractiva para el lector por su vena humorística, sino que lo faculta para crear ambientes donde la idiosincrasia y las debilidades humanas van de la mano con las costumbres. Este es el caso del protagonista de “La mona mujer”, un detective español que recala en Centroamérica y va en busca de su objetivo (un homosexual que se fuga de su mecenas para vivir la vida loca) a un club gay de la ciudad, llamado el Club Oh! Los miembros del club, emocionados por la presencia de un ciudadano español y por las palabras de un animador en el micrófono, rodean al personaje en una especie de frenesí en el que todos parecen sentirse españoles y demostrar un perfecto conocimiento del habla española con frases y acciones que nos traspasan de risa.

De pronto cesó el reggaetón y una multitud desaforada me rodeó al son de Borriquito como tú, entrearrumacos, carantoñas y otras efusividades que callaré por pudor. [Más adelante:] En medio de los gritos de “¡España, España, España!” reconocí los acordes aflamencados de Noches de bohemia e ilusión, y mientras el personal me marcaba el ritmo con las palmas, un gordo disfrazado de extra de Cats –o tal vez de simplemente Garfield– me preguntó de lo más Fellini: ¿Tú también bailas flamenco, Satiricón?.

Varios de los cuentos nos sorprenden con este tipo de humor local, donde, según el autor, los latinoamericanos mostramos algo de nuestra idiosincrasia y facilidad para hacer, de vez en cuando, un buen “papelón”. Para conseguir este efecto, sin embargo, no bastan los ambientes, sino sobre todo la cuidadosa construcción de vívidos personajes pretenciosos, que ignoignoran su propia carencia y las limitaciones esenciales que los llevarán siempre al fracaso: una mujer que pretende ser demasiado cotizada para irse a la cama con cualquiera (mientras lo hace); un chulo que se cree más peligroso de lo que es; un investigador privado que se cree irresistible y acaba perdiendo su virilidad por miedo a un ser mitológico que surge desde las entrañas mismas del Club Oh!; y otros seres más, ciegos a sus limitaciones, que el escritor tiene el buen gusto de nunca señalar y dejar que nosotros, a través de ese guiño que es el sentido del humor, las descubramos.

Sorprende encontrar intercalados dos cuentos como “Los naipes del tahúr” y “El derby de los penúltimos”, que tejen finamente un drama que roza la fantasía y el artificio intelectual, con la evocación de Jorge Luis Borges como personaje de fondo. Un Jorge Luis Borges que se muestra lo suficiente para que lo podamos apreciar y se oculta lo necesario para sostenerse en la bruma de una mitología personal. De manera que, así como Borges escribe ese fabuloso relato titulado “La memoria de Shakespeare”, Iwasaki escribe dos relatos que formarían parte de la memoria de Borges. En su relato “Everything and nothing” Borges escribe:

Antes de una semana había regresado al pueblo natal, donde recuperó los árboles y el río de la niñez y no los vinculó a aquellos otros que había celebrado su musa, ilustres de alusión mitológica y de voces latinas. Tenía que ser alguien; fue un empresario retirado que ha hecho fortuna y a quien le interesan los préstamos, los litigios y la pequeña usura. En ese carácter dictó el árido testamento que conocemos, del que deliberadamente excluyó todo rasgo patético o literario. Solían visitar su retiro amigos de Londres, y él retomaba para ellos el papel de poeta. La historia agrega que, antes o después de morir, se supo frente a Dios y le dijo: “Yo, que tantos hombres he sido en vano, quiero ser uno y yo”. La voz de Dios le contestó desde un torbellino: “Yo tampoco soy; yo soñé el mundo como tú soñaste tu obra, mi Shakespeare, y entre las formas de mi sueño estabas tú, que como yo eres muchos y nadie”.

¿Y no se ha convertido Borges en autor que dentro de Latinoamérica ocupa un lugar esencial, comparable al de Shakespeare en la literatura inglesa? Un autor que se oculta en la bruma de un mito personal que él mismo cultivó en varios textos como “Borges y yo”, donde se muestra esa dualidad en la que el escritor y el ser humano divergen y viven dos vidas paralelas, de manera que el ser humano muere, pero el otro sigue vivo en nuestra imaginación. Y es en este sentido que Iwasaki, hace funcionar el retrato de Cansinos Asens (famoso escritor español de la época de la guerra civil española) como un encuentro entre mito y realidad, entre el ser humano y su imagen literaria. Nos cuenta Iwasaki en una de las presentaciones de su libro de cuentos, que este retrato literario toma adjetivos e imágenes de otros textos que describen al escritor, logrando esta hermosa síntesis:

Cansinos era de una altura tan grande como su tristeza, una mezcla de rabino y enterrador. Su expresión de caballo místico se desdibujaba cuando los dientes de piano brotaban enormes bajo el bigote entrecano y desflecado...

¿No es acaso un excelente retrato logrado en tres líneas? Yo admiro particularmente el arte del retrato, elevado al virtuosismo por algunos grandes de la literatura clásica como Gogol y Balzac. Unos pocos trazos y surge ya un individuo con características irrepetibles, que hacen de su aspecto físico el resultado de un efecto psicológico y toma de la poesía algunos recursos para esconder el posible aspecto real en la fantasía del lector.

Tomaría más tiempo hacer un análisis de la obra. Solo he tratado aquí de rescatar algunos de los motivos por los cuales vale la pena leerla. Háganse un favor y cómprenla. El relato cómico de alto nivel estilístico no es algo que abunde en la actual literatura latinoamericana.

Adolfo Macías
Escritor y crítico, Ecuador