KIPUS: REVISTA ANDINA DE LETRAS Y ESTUDIOS CULTURALES,
No. 47 (Enero-Junio, 2020), 7-11. ISSN: 1390-0102


En el centenario de Mario Benedetti


On the Centenary of Mario Benedetti


Fecha de recepción: 4 de febrero de 2020 Fecha de aceptación: 7 de abril de 2020







Galo Galarza

Investigador independiente, Ecuador


RESUMEN

En el centenario del nacimiento de Mario Benedetti, prolífico y destacado escritor uruguayo, en este texto se hace un recuento de su memoria y de sus aportes a la literatura latinoamericana del siglo XX. Un autor que como pocos del continente supo granjearse en vida el cariño y respeto de propios y extraños, aun cuando no compartieran su ideología y sus posturas políticas y literarias. Como pocos autores también consiguió que su vasta producción (más de ochenta libros de muy diversos géneros) llegue a tanta gente de Uruguay y del mundo.

Palabras clave: Mario Benedetti, Uruguay, poesía, narrativa, América Latina, centenario, compromiso.


ABSTRACT

On the centenary of the notable and prolific Uruguayan writer Mario Benedetti’s birth, this text traces his memory and contributions to twentieth-century Latin American literature. Like few others in the region, during his lifetime, this author earned the sympathy and respect of all and sundry, even when they did not share his ideologies nor political and literary views. Like few authors, he also succeeded in disseminating his vast literary production (more than eighty books of diverse genres) among many in Uruguay and the world at large.

Keywords: Mario Benedetti, Uruguay, poetry, narrative, Latin America, centenary, commitment.




En este año 2020, tan sonoro y cabalístico, se recuerda el centenario del nacimiento de Mario Benedetti, uno de los escritores uruguayos más queridos y leídos por su pueblo y por muchos de América Latina. Una época –los setenta y ochenta del siglo XX– fue un autor de cabecera ya sea por sus decenas de poemas que seducían a adolescentes y afiebrados militantes, ya por su novela La tregua y otros cuentos de oficina que seducían a toda la fauna burocrática que no perdía esperanzas de encontrar el amor de su vida entre escritorios y archivadores, ya por sus agudos ensayos sobre la literatura uruguaya y latinoamericana, ya por sus letras de canciones (hay un disco muy hermoso que grabó con su compatriota Daniel Viglietti), ya por sus polémicas con otros escritores (es célebre la que tuvo con su tocayo peruano Mario Vargas Llosa en diario El País de España), ya por su agudo sentido periodístico, ya por sus memorables antologías de poetas truncos, por sus obras de teatro y sus guiones (él mismo actuó en la famosa película de Eliseo Subiela, El lado oscuro del corazón). Un autor que fue traducido a varios idiomas y que tuvo, además, una extraordinaria distribución de sus libros.

A Mario Benedetti tuve el gusto de conocerlo personalmente en La Habana, a comienzos de los años ochenta del siglo pasado, cuando yo trabajaba en la Embajada del Ecuador y él en la Casa de las Américas (de manera esporádica). Recuerdo haberlo visto muchas veces en ese espacio que se convirtió en un símbolo y en un refugio para muchos escritores latinoamericanos que escaparon de las dictaduras militares del sur del continente. Benedetti siempre iba a pie desde el lugar donde vivía en El Vedado a la Casa de las Américas, que entonces presidía el pintor Mariano Rodríguez. Lo veo en mi memoria con una nitidez absoluta cruzando las calles habaneras, apresurado y sudoroso, con una camisa blanca de manga corta y una cartera de cuero café llena de papeles y libros, colgándole del hombro. ¡Cuántos otros recuerdos maravillosos vienen entonces!

Tendría el autor de La tregua la edad que yo tengo ahora, llevaba un bigotito entrecano y tenía una expresión de inmensa bondad en los ojos y en la sonrisa. Era un hombre bueno y sabio. Lo escuché, gracias a las invitaciones que me hacía su compatriota Horacio Verzi (el destacado novelista, autor de El infinito es solo una forma de hablar), en un par de conferencias y en la presentación de algunos libros. Casi estoy seguro de que fue él quien presentó una colección de cuentos de Julio Cortázar (Queremos tanto a Glenda), allá por el año 1982 o 1983. No puedo creer ahora que haya tenido la suerte de haber estado sentado detrás de ese gigante con cara de niño que, de cuando en cuando, regresaba su rostro barbado para mirar a los que estábamos –mitad azorados, mitad deslumbrados– en las sillas de La Casa, viendo cómo se querían juntar sus ojos muy separados para formar el del Cíclope. Tuve esa enorme suerte y agradezco a la vida y a la literatura. En todo caso conocí allí a Mario Benedetti.

Otra vez lo escuché hablar en Quito, cuando fue de jurado a un concurso de novela (me parece que premiaron la novela El desencuentro, de Fernando Tinajero), convocado por la Universidad Central del Ecuador. Su obra, sin embargo, la de Benedetti, no me deslumbró tanto como la de otros autores uruguayos: Quiroga, Onetti, Hernández, Galeano, Levrero, Villarino, Di Giorgio, Vitale. Perdonen la franqueza. Sobre todo esa poesía edulcorada (recogida en la serie Inventario) de la que se apropiaron más tarde colegialas y diletantes para enamorar, agitar corazones o adornar almanaques. Tuvo, sin embargo, una producción literaria gigantesca en muchos géneros. Cuando trato de recordar algunas páginas de sus ochenta libros, muy pocas, para mi vergüenza, se salvan en mi memoria, salvo las de su novela La tregua (1960) y un estudio que realizó sobre su compatriota José Enrique Rodó. De todas formas, fue un autor fundamental de nuestra América; un hombre comprometido con su tiempo, un ser inclaudicable (que por sus ideas sufrió persecución y exilio) y también un formidable e infatigable trabajador y polemista. En una guía que el Gobierno uruguayo reparte a los visitantes, es el único escritor que consta entre los grandes hombres de la nación. Está junto al general José Gervasio Artigas, los compositores Julio Sosa y Gerardo Matos y los pintores Joaquín Torres García y Carlos Pérez Vilaró. “Es el más prolífico de los escritores uruguayos –se dice allí–. Narrador, poeta, autor teatral, ensayista, crítico literario, cronista y periodista”.

Nació en Paso de los Toros (Tacuarembó), en 1920, y murió en Montevideo en 2009. Una larga vida para un hombre que tuvo una larga obra y un largo nombre: Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia, se llamó en verdad Mario Benedetti. Cuando murió se hizo un gran sepelio en el Congreso Nacional (Uruguay, para ejemplo del mundo, sabe honrar a sus escritores) y sus restos fueron acompañados por cientos de obreros y estudiantes hasta el Panteón Nacional. Así leo en las crónicas de esos días.

Por todo ello, cuando llegué a Uruguay, hace cuatro años, una de las primeras cosas que hice fue visitar su tumba, en el Cementerio Central de Montevideo, siempre adornada con flores. Allí está enterrado junto con su compañera Luz López Alegre. En su lápida consta un pequeño canto a la alegría, justamente a la alegría:

Defender la alegría como trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y de los miserables
de las ausencias transitorias y definitivas.

Fue amigo del Ecuador y de algunos escritores ecuatorianos. Hay una fotografía en la que se lo ve en la laguna de Yaguarcocha, en la provincia de Imbabura, acompañado de Abdón Ubidia y de su compatriota Eduardo Galeano, otro referente fundamental de aquellos años. Jorgenrique Adoum lo recuerda en su libro De cerca y de memoria (2005). Allí dice:

Cada libro o artículo de Mario es una reafirmación de lo que la vida en distintos países le llevó a pensar y creer, una declaración de fe en los principios –ya se sabe que son fines– que defiende. Creo que con su fe en el amor como justificación de la vida, con su nostalgia, su pesimismo combatiente, su ternura y su violencia, jamás ha escrito un solo renglón con el cual quienes entonces éramos, y seguimos siendo, “nosotros” no estuviéramos de acuerdo. [...] Y, viendo hacia atrás su vida de perseguido errante, Mario tiene derecho a apropiarse del retrato trazado por Bertolt Brecht: “Me parezco al que llevaba el ladrillo consigo/ para mostrar al mundo cómo era su casa”. (Su casa, su parte de humanidad, es América Latina: en una bibliografía no muy completa, puesto que data de 1986, he contado quince obras suyas sobre nuestro continente, sus “ofensas a la vida”, sus “defensas” contra ella, sus escritores).

Y Benedetti dijo de Adoum:

Hay en él un disfrute muy peculiar en la palabra, que es desintegrada y vuelta a integrar, redistribuida en combinaciones y estructuras nuevas, enriquecidas por un humor y una ironía que le sirven sobre todo como implacables forjadores de sus preocupaciones sociales.

Ahora me propongo, a lo largo de este año, como un homenaje personal a Mario Benedetti y a Uruguay, leer con más atención todos los libros de su autoría que pueda, particularmente sus cuentos recogidos en Montevideanos, La muerte y otras sorpresas, Con y sin nostalgias, A imagen y semejanza, género en el cual fue un verdadero maestro y supo retratar como pocos el alma de los uruguayos; sus novelas: Primavera con una esquina rota, La borra del café, Gracias por el fuego; y sus ensayos y artículos periodísticos (hay uno muy célebre sobre Proust y su monumental En busca del tiempo perdido). Incluso me propongo leer con más afecto y menos prejuicios sus poemas recogidos en tres gruesos volúmenes, porque ya sabemos –y decirlo es hasta una especie de lugar común– que el mejor homenaje que puede hacerse a un escritor es leer su obra.