Un nuevo personaje ha aparecido en la narrativa ecuatoriana. Se trata de Horudi, un amanuense que relata algunas de sus experiencias laborales y sentimentales de una manera muy particular y su creador es Efraín Villacís (Quito, 1966).
Villacís aprendió a leer a los seis años y poco después descubrió el placer de la escritura; a lo largo de su vida ha desempeñado diversos oficios para sobrevivir. Hace un par de décadas nos deleitó con su farsa El contrato (estrenada en mayo de 1999); pocos meses después se inauguró en la crítica literaria con un valioso estudio sobre la correspondencia de Gabriela Mistral con Gonzalo Zaldumbide y un interesante análisis acerca de la discusión sobre ‘literatura nacional’ y ‘literatura popular’ en el siglo XIX a través de la correspondencia entre Julio Zaldumbide y Juan León Mera, ensayos que le abrieron el espacio de articulista en diversos medios de comunicación impresos con columnas periodísticas que mantuvo hasta el año 2007.
Una docena de relatos suyos han aparecido en distintos medios, entre otros, “Me dejó por Manolete” y “La mosca en el andén”. A varios de sus lectores que habíamos confiado más en su trabajo ensayístico que en el narrativo nos ha sorprendido constatar que en ambos géneros tiene gran maestría literaria.
Para ganarse el sustento y en el ejercicio de la inteligencia, Villacís también ha editado libros, llegan a la veintena los que ha prologado, varios de ellos excelentes valoraciones de algunos autores como Teresa de la Parra, Enrique Gil Gilbert, Erasmo de Roterdam, José Rafael Bustamante, José de la Cuadra y Mary Shelley a la vez que ha creado y dirigido algunas revistas culturales en nuestro país.
En La sonrisa hueca del señor Horudi, primera novela de Villacís, existen tres personajes: el ‘amanuense’, que es el narrador en primera persona, el prepotente líder, Sorge Glücklich, cuya presencia será una constante a lo largo de la obra –figura que puede ser de aquí como de cualquier latitud– y el tercero, la innominada amante del narrador.
En la novela el escritor nos va relatando, de manera desordenada, las reflexiones del personaje principal acerca de su cotidianidad, su entorno, las percepciones del mundo tal como le vienen a la mente en la vida cotidiana mientras desempeña un trabajo de amanuense de un poderoso señor y por lo general cierra cada uno de los capítulos la fragmentada misiva a su amante.
A lo largo de la obra Horudi esboza a través de algunas pinceladas a ciertos personajes, fácilmente identificables algunos, entre ellos ministros, secretarias y secretarios, y una extensa lista de burócratas que se sacrifican por el país, muchos de ellos acomodados con el cambio de régimen, estarán ungidos de tal patriotismo que les alcanzará para varios regímenes; estos acólitos tienen tal convicción patriótica que su profesión es la de salvar al país desde el lugar en donde el patriotismo les convoque:
a. p. r. lleva tres décadas en la lid izquierda del espectro partidista, proselitista y de pensamiento, pero sin dirigir nada que no haya sido el encuentro de cuatro feligreses ateos pretendiendo cambiar el planeta por el lado izquierdo de las ideas, la bohemia en la mirada, el optimismo hambriento por delante y el sufrimiento justiciero en la espalda, cargada de panfletos, filosofías y canciones que ayudarían a salvar a los desheredados de los hombres, porque la instancia celestial ya falló definitivamente en su contra, se reunió la nueva corte terrenal de la nueva alianza, filosofaron y exhibieron el poder los que lo tienen y los que no y lo quieren también, no faltó el “dueño” que escribirá el libro histórico de la vida, pasión y sacrificios de una entidad de derecho privado que nos consiguió sorge glücklich, junto a otros, para arracimar a los esperanzados, rebeldes y resentidos de otras tiendas, incluidos beduinos que van de oasis en oasis buscando beber y comer como alquilados sin pagar impuestos y con alforjas vacías para llenarlas con lo que haya de ajeno, público o privado, mientras cabalgan el dócil y estúpido camello burocrático de su apetencia, y aclararon los clarificadores como nervioline de la security in out que estableció directrices y dio cierta practicidad al asunto (96-97).
Podemos ver que por La sonrisa hueca del señor Horudi desfila una cáfila de políticos, segundones en ese ámbito, personajes secundarios en la obra, cuyo lema quizá sea el de uno de los temas más emblemáticos de la música de salsa, ‘quítate tú, pa’ ponerme yo’; luego los turiferarios de Sorge Glücklich quemarán incienso por su sustituto.
Acaso la democracia, pese a las afirmaciones de lúcidos pensadores e intelectuales, no sea más que una ilusión para los electores, mientras que para los elegidos puede no ser más que un sistema al que se deben para ganar su sustento, sin convertir en objetivo el servicio público.
La maestría literaria de Villacís se evidencia en un relato sostenido, en una gran sensibilidad estética, con permanentes referencias culturales, literarias –citas de títulos y letras de canciones populares– y artísticas muy oportunas, con juegos de palabras, todo llevado con un lenguaje rítmico, fluido y riguroso.
Los recursos de los cuales se sirve el autor de la novela son: una larga y fragmentada carta dirigida a unas innominadas amantes –que son una y muchas a la vez–, redactada en diversos tonos y distinta intensidad, según el estado de ánimo del personaje y un aparente cuaderno de apuntes (diario, memorias, confesiones, bitácora) –no explicitado– que lleva el narrador-amanuense de Glücklich (toda la obra escrita en minúsculas).
Villacís distribuye la obra en 138 mini capítulos denominados con el nombre del día o las secciones en que se distribuye el día, es un recurso que imprime una particular dinámica a la narración, además, se sirve del artificio de denominar a un par de docenas de personajes tan solo con unas falsas iniciales de sus nombres que, aparte de deleitarnos con su lectura, nos entretienen en identificarlos en la ‘vida real’.
Hábil escritor, con frecuencia la lectura de la novela de Villacís nos llevaría a exclamar: “¡Así mismo es!”, pero no nos equivoquemos, no se trata de un informe de labores sino de situaciones aparentemente “reales” transformadas en ficción.
La realidad nacional es rica en sucesos de los cuales nuestra literatura se ha surtido bien, quizá la mejor manera de abordar la política en la ficción sea a través del humor, aunque esta es una de las más complejas, el reto mayor es el talento de quien se arriesgue a asumir como un pretexto esa realidad para que pase al mundo de la ficción, de no tenerlo su resultado no pasaría de un triste panfleto.
Bien sabemos que el humor es uno de los mejores recursos para soportar a quienes detentan el poder, y de ese recurso se sirve el narrador con gran maestría, sustentado también con grandes dosis de cinismo.
La parodia no es nueva en la narrativa ecuatoriana, lo que habría que ver es si los resultados obedecen al talento de sus autores, recuerdo a Alfredo Pareja Diezcanseco con su obra de juventud La casa de los locos (1929), algunos pasajes de la gran narración Vida del ahorcado (1932) de Pablo Palacio o esa divertida novela titulada Noviembre (1939) de Humberto Salvador.
La narración tiene dos elementos paralelos: nuestro escritor logra entretejer una excelente historia; no esperemos hallar en esta obra, aunque su referente cercano sean elementos de lo sucedido durante unos meses de la historia de nuestro país, pero tan solo sirve como un telón de fondo en donde se desarrolla una historia de amor en la cual, sirviéndose de recursos que varían entre una suerte de diario (reflexiones del narrador) y cartas a una o muchas ficticias amantes que son una y muchas posibles, el personaje va de la más sensible ternura hasta obscenas exclamaciones, pasando por diversos matices, arma un sólido discurso poético- amoroso. Pasajes no exentos de gran ternura amorosa, como el que cito a continuación:
quisiera que llueva para que acudas a mi calor y el cantar de los cantares sea el latido de nuestros cuerpos, con banal muletilla trastrabillo para decirte que te extraño y no apareces en mí, aunque apele a los elementos como un bárbaro de la edad de hierro sin deidad ni sepultura, siégame ahora que estoy listo, porque la tarde me ha dorado en un espejismo de sueños bíblicos para mi propia condena, la espada del ángel vengador ha tomado partido y soy estatua de sal por volver y verte, la ciudad me ahoga en el humo de su incendio y las espigas del trigal devienen cebo para la podredumbre, la hoz de tu mano se va con la protesta cebando el hambre, hace un siglo fue símbolo y grito válido, hoy es ociosa nostalgia, avaricia de poder, iluso abandono, siempre ha sido tema de reparto, no de producción, sobra la leche y no hay quien la compre, quienes la necesitan no saben dónde la tiran o la regalan, ríos y alcantarillas se llenan del lácteo y yo huérfano no te tengo, nodriza, en cualquier caso quiero mamarte no amamantarme, no eres madre y yo no tengo la edad ni establo, te persigo en las calles mientras cae la noche, eres zorra urbana esperando abrigarme, envolviéndome en tu estola, las luces te dan la belleza artificiosa que me engaña y anima, me voy con el nocturno póstumo de chopin, romántico y conmovido pero sin tristeza (61-2).
Algunos lectores reprochan al autor diciendo que les ha dado “gato por liebre” y, en efecto, creo así es. Algunos de ellos han esperado doctrina, otros un testimonio fiel de su paso por la escena política, de un pasaje de nuestra historia local confundiendo al escritor con el narrador. Partiendo de referentes reales, Villacís ha creado una obra de arte.
Galo Guerrero-Jiménez
Universidad Técnica
Particular de Loja